Читать книгу Amigos del alma - Teresa Southwick - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеPOR FIN le prestaba atención Steve Schafer.
Lo malo era que no había sido por su belleza deslumbrante ni su irresistible encanto, sino por el asombro de lo que acababa de oír. Deseó con todas sus fuerzas poder retirar lo que había dicho. ¿Por qué se lo había soltado de esa manera? El pánico había puesto aquellas palabras en su boca.
Ella había controlado la situación hasta que Steve había aparecido: había planeado casarse con Wayne y darle a su bebé un apellido y un padre; había decidido disfrutar al máximo de aquella relación… pero las buenas intenciones de su familia lo habían estropeado todo.
En cualquier caso, Rosie no quería que nadie más se enterase de su embarazo. Al menos, por el momento. Pero sabía que Steve le guardaría el secreto peor que un periódico sensacionalista. Le habían encomendado que acabara con su boda y se sentiría obligado a comunicarles a sus padres que iba a tener un bebé.
Prefería que no se supiese por dos motivos: en primer lugar, por miedo a que su madre tuviera otro infarto; en segundo, porque no soportaría ver los rostros de decepción de sus padres al descubrir el lío en que se había metido su única hija.
–¿Estás embarazada? –le preguntó Steve cuando por fin logró articular palabra.
–¡Bingo! –exclamó, tratando de sonreír, aunque fuera lo que menos le apetecía.
Tenía que aceptar que su prometido no la había amado lo suficiente como para resistirse al soborno de Steve. La sorprendía no sentirse abatida, aunque era posible que el bajón anímico le sobreviniera más adelante.
–Es una broma, ¿verdad? –preguntó incrédulo.
–Está bien… reconozco que no ha tenido gracia –replicó Rosie entonces–. Lo he dicho sólo para fastidiarte… ¿Cómo crees que me siento después de que hayas saboteado mi boda? –añadió, a pesar de ser consciente de lo difícil que era engañar a Steve.
La mirada de lástima con que la había observado en la capilla la había destrozado. Y sabía que, de enterarse de lo del bebé, Steve sentiría por ella más pena si cabe, y no estaba dispuesta a soportarlo.
–La próxima vez –prosiguió Rosie–, quédate al margen cuando mi madre te pida que hagas el trabajo sucio.
Una sombra le cruzó el rostro. Se sintió culpable, convencido de que Rosie estaba embarazada y no tenía marido… por su culpa.
Cruzó los brazos sobre el pecho, como preparado a escuchar una confesión. Pero ella no se sinceraría con él. Hacía mucho que él le había dado la espalda y había dejado de abrirle su corazón en conversaciones amistosas.
–No pienso hablar contigo –añadió Rosie, aun siendo ella la única que lo estaba haciendo–. De hecho, me gustaría que te marcharas. Vuelve con mi madre y dile que ya has cumplido tu misión.
–Sí voy a irme. Pero no lo haré sin ti. Tengo dos billetes de avión para Los Ángeles y vamos a utilizarlos… en cuanto hayamos comido.
–Come tú, yo no tengo hambre –rehusó ella, al tiempo que se cubría el vientre con los brazos.
–Tienes que tomar algo. ¿Desde cuándo rechazas una invitación a comer?
–Desde que me plantaron en el altar y me rompieron el corazón.
–Ojalá no hubiera sido necesario llegar a estos extremos –comentó Steve–. Sabes que lamento esto tanto como tú.
Y era cierto que parecía triste, cansado, como si hiciera días que no pegaba ojo. Pero no podía compadecerse de él.
–No puedes sentirlo tanto como yo –repuso Rosie.
–En serio, ojalá las cosas hubieran podido ser de otra manera – repitió Steve–. Venga, ¿por qué no intentas comer un poco? He pedido tu plato favorito: filete con patatas gratinadas y espárragos –especificó, al tiempo que le enseñaba los platos que les habían subido a la suite.
El olor le produjo una arcada. Se llevó una mano a la boca, corrió al cuarto de baño y cerró de un portazo. No le costó mucho expulsar lo poco que había desayunado. Luego, se limpió la boca y se miró al espejo.
–¿Ro? –la llamó Steve, golpeando la puerta con suavidad.
–Márchate.
–¿Estás bien?
–Sí, márchate.
–¿Puedo entrar?
–No, que te marches.
La puerta se abrió. La miró a la cara, se sentó sobre el bidé, remojó un paño en agua y lo pasó por la frente y la nuca de Rosie.
Aunque le había pedido que se marchara, debía admitir que el calor de su proximidad y el cuidado con que la atendía le agradaban. Por más que la molestara reconocerlo, Steve se estaba portando con más amabilidad que Wayne desde que éste se había enterado de su embarazo. Pero Steve le había destrozado la boda. Tenía que echarlo de su lado…
–¿Para cuándo es el bebé? –preguntó él, de repente, sin rodeos.
–¿Qué bebé? –Rosie se quedó boquiabierta–. Sólo era una broma; una reacción nerviosa por…
–Rosie, no soy tonto –la interrumpió Steve.
–¿Y eso qué significa?
–Wayne me dijo que ibas a tener un bebé. Pensé que me estaba mintiendo para sacarme más dinero –explicó Steve–. Estás embarazada, ¿verdad?
Rosie le sostuvo la mirada azul durante unos segundos y asintió impotente. Luego, apoyó una mejilla sobre su hombro consolador y deseó permanecer así toda su vida.
–Antes de que lo preguntes, el padre es Wayne –se adelantó ella.
–No iba a preguntártelo –dijo Steve–. ¿Quieres que lo encuentre? Seguro que podría…
–Ni hablar –atajó Rosie, la cual se puso en pie para apartarse del refugio que le ofreció Steve–. Es demasiado patético. Jamás me casaría con un hombre que ha aceptado un soborno de mi familia para que se separara de mí.
–De acuerdo… ¿qué vas a hacer? –le preguntó, varios segundos después.
–Antes creía que iba a casarme –lo castigó–. Pero ya no estoy segura de nada, salvo de una cosa.
–¿De qué?
–De que quiero tener al bebé –afirmó Rosie. Steve asintió con la cabeza–. Voy a tenerlo –reforzó.
–Muy bien.
–Cuando mi madre sufrió el infarto, pensó que iba a morirse. Me dijo que le daba mucha lástima no conocer a sus nietos.
–No creo que lo dijera para que tú…
–Ya lo sé –se anticipó Rosie–. Yo no he planeado esto, Steve. Ha sido un accidente. Las cosas suceden… La vida se desordena y no te queda más remedio que luchar por reencontrar el equilibrio.
–¿Y piensas que el bebé te ayudará a estabilizarte?
–Voy a tenerlo –repitió Rosie.
–¿Cuándo darás a luz?
–Dentro de seis meses –respondió.
–Y ahora estás con las náuseas matutinas, ¿no?
–Los Marchetti nunca hacemos las cosas a medias –contestó Rosie, encogiéndose de hombros.
Steve asintió con aire ausente. Seguía sentado sobre el bidé y miraba con intensidad su vientre, buscando pruebas de la existencia del bebé. Ella misma estaba deseando notar sus primeros movimientos, la experiencia de recibir una patadita…
Por otra parte, tenía la esperanza de que nadie advirtiera su embarazo durante cierto tiempo… Si se hubiera casado con Wayne, le habría dado igual, pues ella habría tenido un marido y un padre para el bebé.
Después de sus padres, sería su hermano Nick quien peor encajaría la noticia. Él siempre la había protegido mucho. Como Steve. La mirada de él ascendió hacia sus pechos, hacia los labios, donde se detuvo un momento antes de fijarse en sus ojos.
–Seis meses no es mucho tiempo –comentó Steve por fin, tras suspirar y ponerse de pie. Se mesó el pelo y consultó la hora–. Cuanto antes lo sepa tu madre, mejor. ¿Tienes la maleta hecha? El avión sale dentro de…
–Ve tú, yo me quedo –le interrumpió Rosie, mientras Steve salía ya del baño.
La miró con dureza mientras procuraba controlar su frustración. Quería dejarla junto a su madre y poder disfrutar de la tranquilidad del refugio en la montaña que los Marchetti le habían ofrecido. Quería olvidar su participación en ese lío.
Maldijo a Wayne por enésima vez. Si no hubiera sido tan rastrero, no habría aceptado el soborno y todo habría salido bien. Pero el muy codicioso no lo había dudado. Deseó estar cara a cara con Wayne durante cinco minutos para ajustarle las cuentas… Lo que tenía que hacer era aprovechar uno de los billetes de avión y largarse. Pero no podía. No en esas circunstancias.
El embarazo lo cambiaba todo.
La situación le había parecido muy sencilla al principio: bastaba con disuadir a Wayne de que se casara con Rosie.
Pero nadie contaba con el bebé. En cualquier caso, aunque ahora estuviese enfadada con su familia, Rosie la necesitaba. Tenía que convencerla, como fuera, de que regresase junto a su madre. Sin embargo, a juzgar por la expresión testaruda de su cara, no iba a ser tarea sencilla.
–¿Y qué pasará con tu librería si no vuelves a casa? Ahora vas a necesitar el dinero más que nunca.
–Ya lo sé. No voy a abandonar la librería –replicó Rosie–. Había previsto tomarme dos semanas para el viaje de novios. Jackie se ocupará de todo hasta entonces.
–¿Qué vas a hacer?
–Estar a solas para aclararme las ideas.
–Tu madre podría ayudarte.
–Si estuviera con mi madre, no estaría sola –repuso Rosie–. Además, no necesito ayuda. Soy una mujer adulta.
No hacía falta que lo jurara. Steve había tratado de no fijarse en ella en muchas ocasiones, pero las curvas de su cuerpo y su increíble feminidad se lo impedían.
–Todos necesitamos ayuda de vez en cuando –argumentó él.
–¿Incluso tú? –lo desafió.
–Incluyo yo –contestó sin vacilar, aunque lo cierto era que él nunca necesitaba nada de nadie. Y, en todo caso, la única persona a la que acudiría sería Nick Marchetti.
Nada valoraba más que la amistad de Nick, el cual había estado a su lado cuando él no tenía un centavo. No se podía poner precio a un amigo así. Lo conocía bien… y sabía que se iba a tomar fatal el embarazo de su hermana.
Se arrepintió de no haberle revelado a Rosie la información que había descubierto sobre Wayne nada más investigarlo, al principio de aquella relación. Había supuesto que Rosie acabaría cansándose de él con el tiempo; hasta Nick le había dicho que ella no lo aguantaría mucho…
Pero al menos no se arrepentía de haberlo sobornado. Estaba seguro de que había hecho lo correcto… lo que no cambiaba el hecho de que Rosie estaba embarazada y sin marido. Y, en parte, se sentía culpable de dicha situación.
–Rosie, tienes que contárselo a tu madre –insistió Steve de nuevo.
–No pienso hacerlo –se negó con testarudez.
–Más tarde o más temprano tendrá que enterarse. Y tu padre también.
–Pues será más tarde –sentenció Rosie.
–Sé razonable.
–Muy bien, ¿qué te parece esto? Me voy a ir de luna de miel. Cuando vuelva a casa, les diré que Wayne está en un viaje de negocios… del que nunca volverá.
–Tu madre sabe que lo he sobornado.
–Cierto –Rosie comenzó a pasear en círculo–. Podrías apoyarme cuando le dijera que no aceptó el dinero.
–Tu madre se preguntaría por qué había sido cobrado el cheque.
–Sí… –se puso un dedo sobre los labios y siguió paseando, sumida en sus pensamientos.
–Vamos, Rosie. ¿Nunca te han dicho que la sinceridad es la mejor estrategia?
–Quienquiera que dijese eso seguro que no tenía que enfrentarse a Florence y Tom Marchetti para decirles que estaba embarazada y sin marido.
–No será tan horrible. Confía en ellos.
–Tú no sabes cómo se van a poner.
–No, supongo que no lo sé –aceptó. Él no sabía lo que era hacer frente a unos padres, no–. Yo sólo tenía que rendir cuentas al director de mi orfanato.
–Perdona, Steve, yo no quería… –se disculpó Rosie–. Lo siento, de verdad.
–No pasa nada –se encogió de hombros.
–Es que voy a tener que mirarlos a los ojos y ver sus caras. No soportaré que me lancen La Mirada.
–Ellos te quieren.
–Ya lo sé. Eso lo empeora todo. La Mirada sólo funciona cuando viene de la gente a la que se quiere.
–No puede ser tan espantoso.
–Preferiría pasarme un mes a pan y agua. La Mirada es el peor castigo.
–Bueno, ¿pero de qué mirada hablas?
–La de la decepción –Rosie suspiró–. Los voy a decepcionar, Steve. No podría haber hecho algo peor. Sus amigos, cuyos hijos e hijas les han dado nietos legítimos, sabrán que Rosie Marchetti la ha fastidiado. Mis padres se culparán, tratarán de descubrir en qué se equivocaron conmigo. Dirán que deberían haber sido más estrictos.
–Estás sacando las cosas de quicio.
–No, eso es lo que veré en sus caras. Su hija, su brillante hija, está embarazada y no tiene marido. ¿Cómo puedo decirles eso? –dijo con la voz quebrada. Se llevó una mano a la cara y se dio media vuelta.
Steve pensó que había llegado el momento del llanto.
–Rosie, no…
–Estoy bien –se adelantó ella, atragantada de la emoción.
–Llorar no servirá de nada –dijo Steve.
–Ya lo sé. No… no puedo evitarlo… –balbuceó entre dos sollozos contenidos.
Steve se acercó a Rosie, posó las manos sobre sus brazos y la giró hacia él. La notó reticente a aceptar el consuelo que le estaba ofreciendo; entonces se le cubrieron los ojos de llanto, se tapó la cara con las manos y se apoyó contra él.
Sentir su suave cuerpo entre los brazos le gustó más de lo que jamás había imaginado. Luego, se recordó que Rosie era como una hermana para él y que no tenía derecho a advertir la presión de sus pechos contra su torso. ¿Cuánto tiempo soportaría tenerla entre sus brazos sin hacer nada más?
Lo que fuera necesario, se dijo apretando los dientes. Rosie necesitaba a alguien y el destino lo había convocado para ayudarla.
Pero no pudo evitar deslizar una mano arriba y abajo sobre su espalda y fue incapaz de no apretarle la mejilla contra su pecho. Le pareció natural abrazarla con fuerza para darle seguridad… Suspiró estremecido y la soltó. Ella sólo necesitaba un hombro; era la hermana de su mejor amigo.
–Te perdonarán –le dijo cuando ya sólo quedaban los hipidos del llanto.
–Lo sé.
–Te quieren mucho.
–Y yo a ellos.
–Seguro que les gustaría ayudarte a pasar esto, Rosie.
–Claro que les gustaría. Pero La Mirada siempre estará en sus ojos. Haría cualquier cosa, cualquiera, por ahorrarles este bochorno.
–¿Cualquier cosa?
–Menos matar, lo que sea –respondió Rosie–. Pero no hay ninguna solución. Necesito un marido y los maridos no crecen en los árboles.
–No –convino él–. Al menos no la última vez que miré.
Rosie se apartó un poco, lo miró y esbozó una tímida sonrisa. Una sonrisa que a Steve le supo a gloria, a victoria, como si hubiese ganado una maratón. Y, de pronto, tomó consciencia de sus palabras: Rosie necesitaba un marido.
Así podría mirar a su familia y a sus amigos sin sentir vergüenza. Y él había apartado a Wayne de su lado. Se lo debía. A ella y a su familia. Había una forma de ayudarlos a todos, aunque era muy arriesgado. Podía perder al único amigo que de veras había tenido nunca, y a la familia que lo había acogido.
Pero, ¿no debía ayudar a Rosie? Era la hermana de Nick. Si él estuviera en su lugar, ¿no se comportaría como un caballero? Steve no llevaba tantos años junto a los Marchetti para nada y había aprendido que, si uno tenía un problema, todos lo compartían.
Él no era miembro de la familia; no realmente. Más de una vez había deseado que hubiese algún modo de cambiar eso… y en esos momentos la situación le era favorable.
–Yo podría ser tu marido –dijo por fin.
Rosie subió la cabeza y lo miró con los ojos bien abiertos. Luego, sonrió y se le iluminó la cara. Steve comprendió entonces lo del brillo de las embarazadas. Estaba tan hermosa que se quedó sin respiración por un segundo.
–Muy gracioso, Steve.
–¿El qué?
–Lo de que te conviertas en mi marido –respondió Rosie–. ¿Has estado bebiendo de la botella de vino que ha traído el servicio de habitaciones?
–¿Por qué? –preguntó Steve, con aire ofendido.
–Tú siempre has querido seguir soltero. Como Nick. No puedo imaginarte casándote. No tienes madera de marido.
–¿Ah, no?
–No.
–Por Dios, Rosie. Estoy intentando sacarte de este lío.
–Ya has hecho hoy bastante por mí –contestó ella–. No te esfuerces, Steve. No me hagas más favores.
–Escúchame: necesitas un marido y yo estoy disponible. Estoy ofreciendo mi candidatura…
–No puedo creérmelo. ¿De verdad te estás ofreciendo a casarte conmigo?
–Sí, es una proposición formal –le aseguró Steve–. Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Rosie.