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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеDESPUÉS DE LA CUARENTENA
¿Recuerdas dónde estabas?
Esta es una pregunta frecuente cuando hablamos de acontecimientos históricos. Nos gusta recordar dónde estábamos y qué estábamos haciendo exactamente cuando nos enteramos de un gran acontecimiento o un momento trágico. Además de recordar logros históricos como poner a un hombre en la luna, la caída del muro de Berlín y el triunfo de los Cachorros de Chicago en una Serie Mundial, ya he vivido lo suficiente como para recordar cuatro tragedias diferentes, con un lapso de tiempo aproximado de veinte años entre ellas.
Aunque en aquel momento solo estaba en tercer grado, nunca olvidaré el 22 de noviembre de 1963. «Niños y niñas —enunció mi maestra con una emoción sorprendente—, quiero que se concentren en las palabras que estoy a punto de pronunciar. Deseo que por el resto de sus vidas recuerden este momento con claridad. Le han disparado al presidente Kennedy y lo han matado. Lo han asesinado. El presidente está muerto».
Esa fue una dura dosis de realidad para un grupo de niños de ocho años, pero desde ese día, el asesinato de Kennedy me ha fascinado. Tengo mis propias teorías sobre lo que sucedió, y algunos de mis objetos de colección y artefactos más preciados están relacionados con ese triste día.
Avanzamos rápido más de dos décadas. Yo era estudiante de seminario a tiempo completo, y trabajaba en un banco treinta horas a la semana para mantener a mi familia. Recuerdo que, el 28 de enero de 1986, me encontraba parado en el vestíbulo del banco, mirando por televisión cómo el transbordador espacial Challenger despegaba desde Cabo Cañaveral. Recuerdo mi confusión cuando, apenas un minuto después del despegue, el cohete se convirtió en una bola de fuego con columnas de humo que iban en todas direcciones.
Necesité unos treinta minutos para comprender a plenitud que el Challenger había desaparecido. Murieron siete personas, entre ellas Christa McAuliffe, la primera maestra de escuela en ir al espacio.
Quince años después de la explosión del Challenger, ocurrió el trágico suceso conocido simplemente como el 11 de septiembre. Yo era decano del seminario y aquella mañana de 2001 fui a la capilla consciente de que dos aviones se habían estrellado contra las torres gemelas del World Trade Center de la ciudad de Nueva York; pero no sabía por qué. Cuando el tiempo de capilla concluyó, las torres se habían derrumbado.
Otras dos décadas más tarde, nos golpeó la pandemia mundial de coronavirus; y nación tras nación, el mundo entró en modo de bloqueo. En dos meses, el nombre difícil de manejar para el virus («nCoV 2019» o «nuevo coronavirus de 2019») se había convertido en «COVID-19» o simplemente «el virus».
Cuatro momentos trágicos de la historia. Cuatro acontecimientos que nunca olvidaré. Cuatro desastres que trajeron muerte.
Sin embargo, lo interesante sobre la cuarta tragedia es que no recuerdo dónde estaba cuando escuché por primera vez sobre la COVID-19.
Las tres catástrofes anteriores estuvieron vinculadas a fechas y horas específicas, pero en cuanto al virus, fui escuchando de él poco a poco. No hubo un acontecimiento singular como un asesinato, la explosión de una nave espacial ni aviones que se estrellaran contra edificios. Nuestra percepción creció solo a medida que el virus se propagó.
La pandemia de la COVID-19 probablemente se extendió a Estados Unidos en enero de 2020. Comenzamos a enterarnos de personas que morían en China e Italia, y en otros lugares; pero pocos de nosotros estábamos prestando atención al peligro inminente para nuestra propia nación. Las primeras muertes conocidas producto de la COVID-19 en Estados Unidos ocurrieron el mes siguiente.
No estoy exactamente seguro de cuándo mi esposa y yo comenzamos nuestra cuarentena por la COVID-19. Recuerdo haber grabado unos podcasts con dos chicos en mi oficina en algún momento de marzo. Y recuerdo que uno de ellos indicó que se dirigía a su casa en Kansas City, donde quizás tendría que quedarse un tiempo porque su compañía estaba suspendiendo todos los viajes. Mi autocuarentena habría comenzado poco después de esos podcasts; pero no recuerdo la fecha con precisión.
A continuación, menciono otras dos diferencias que observé. Los tres primeros sucesos hicieron que las personas abarrotaran las iglesias. El cuarto suceso, el virus, cerró las puertas de las iglesias por un tiempo; y supimos cuándo los tres primeros sucesos habían terminado, pero aún no estamos completamente seguros sobre el cuarto.
Solo tengo un recuerdo muy vago de que la administración Trump declarara emergencia de salud pública el 31 de enero de 2020. No obstante, recuerdo la cuarentena. Recuerdo claramente la cuarentena.
La Iglesia en cuarentena
Los historiadores registrarán la pandemia de 2020 desde varias perspectivas. Examinarán la tragedia de muerte generalizada y otros problemas sanitarios. Señalarán el estado de emergencia en hospitales y asilos de ancianos. Recordarán las actualizaciones en tiempo real emitidas por televisión y otros medios, y los informes diarios que se leían como un reporte de guerra: casos confirmados, muertes registradas y casos recuperados.
Las historias evidentemente serán contadas desde un punto de vista económico. El cierre de empresas y tiendas. Algunas cierran de forma permanente. Las principales calles, centros comerciales y cines quedaron vacíos. El desempleo se dispara. Las ayudas y los fondos gubernamentales abundan, animando a algunos y frustrando a otros. Los mercados bursátiles se estancan, luego se recuperan; y luego vuelven a ser impredecibles.
Pasarán años antes de que se pueda evaluar todo el costo emocional y mental, pero de hecho será un tema de interés para historiadores, psicólogos, consejeros y los medios de comunicación. Desconocemos la historia completa, pero es probable que nos sorprenda lo devastador que fue la COVID-19 para la psique global.
A través de mi blog, seminarios web y consultas de iglesias, caminé con decenas de miles de líderes de iglesias durante la pandemia. Guie a muchos líderes de manera directa, y hablé o escribí a casi otro millón de personas. Observé la incertidumbre y la angustia que se sintieron cuando el primer servicio presencial de adoración fue cancelado. Fui testigo de las secuelas que siguieron.
En los primeros días de la cuarentena, trabajé con líderes de iglesias principalmente en temas de finanzas y las ofrendas. El apoyo financiero para muchas de estas iglesias provenía sobre todo a través del cesto de la ofrenda. Como resultado, sin servicios presenciales de adoración, no había ofrenda. Sin ofrenda, no entraban fondos para apoyar los ministerios de la iglesia.
Como puedes imaginar, hubo gran preocupación.
Casi escribo «hubo pánico», pero eso habría sido engañoso e injusto. Salvo pocas excepciones, hubo más fe que temor. Más perseverancia que pánico. Estos líderes de iglesias confiaron en Dios dondequiera que Él los condujera. Sin embargo, los líderes de iglesias también se sintieron desafiados porque realmente no sabían a dónde Dios los estaba guiando.
Creo que esa es la naturaleza de la fe.
Cuando nuestro equipo de Church Answers comenzó a trabajar con los líderes de iglesias en las nuevas realidades emergentes que el encierro presentaba, nos enfocamos inicialmente en ayudarlos a trasladar la mayor cantidad posible de miembros a las ofrendas digitales. Alentamos a los miembros expertos en tecnología y dados a las relaciones personales a trabajar uno a uno con adultos mayores que albergaban serias dudas sobre el mundo digital. Luego guiamos a los pastores y otros líderes de iglesias a revisar sus presupuestos actuales y los egresos planificados. ¿Qué podrían posponer? ¿Qué podrían recortar? ¿Qué podrían hacer de manera diferente? ¿Qué podrían hacer mejor?
Pocos días más tarde, comenzamos a trabajar con las iglesias para ayudarlas a trasladar sus servicios de adoración a un formato digital. Me sorprendió cuán enérgicos y creativos eran la mayoría de estos miembros y líderes de iglesias. Aunque algunos de los primeros intentos de transmitir sus servicios chocaron contra grandes obstáculos, estos mejoraron con el paso de las semanas. Los líderes y los miembros sabían que algo estaba cambiando y que no todo era malo. Más adelante profundizaremos sobre eso.
Yo esperaba recibir muchas preguntas en cuanto al cuidado pastoral y sobre cómo alcanzar a la comunidad durante la cuarentena. Una vez más, los líderes y miembros de iglesias me sorprendieron con su energía e innovación. Ellos hallaron formas de ministrar a pesar de las restricciones impuestas por la cuarentena. De hecho, muchos descubrieron que tenían un mayor enfoque hacia afuera y oportunidades para el cuidado pastoral que en años anteriores. La pandemia, al menos en lo que respecta a servir a la comunidad circundante, fue un llamado de atención positivo.
Parecía una eternidad, pero no pasó mucho tiempo antes de que los líderes de iglesias estuvieran pensando en regresar a los servicios presenciales. La pregunta no era tanto cuándo debían abrir. Esa fecha variaba de comunidad a comunidad, y de estado a estado. Más bien, se preguntaban cómo deberían abrir. ¿Cómo mantenemos el distanciamiento social en un servicio de adoración? ¿Deberíamos agregar servicios? ¿Es el canto congregacional una vía de transmisión para el virus? ¿Cómo volvemos gradualmente a las reuniones presenciales cuando algunas personas están locas por ir y otras son más reacias? ¿Qué hacemos con los niños? ¿Deberíamos acortar los servicios?
Las preguntas al principio fueron numerosas; luego voluminosas. En Church Answers, descubrimos que pasamos más tiempo ayudando a las iglesias a regresar a los servicios presenciales después de la cuarentena que con los problemas que surgieron durante la cuarentena. Fue un tiempo de emoción y preocupación a la vez. Los miembros y los líderes de iglesias estaban ansiosos por volver a estar juntos, pero no querían hacer nada que pudiera ser perjudicial para el bienestar de sus congregados.
Cuando nuestro equipo comenzó a caminar con las iglesias durante la era poscuarentena, recuerdo mi primera conversación con un pastor que me expresó que estaba deseoso de que las cosas volvieran a la normalidad. Yo le respondí suavemente que creía que jamás volveríamos a la normalidad previa a la cuarentena.
Contemplé la expresión en sus ojos. Era como si le hubiera robado el gozo. Su comportamiento cambió de inmediato. Apenas podía mantener el contacto visual.
«¿Qué quieres decir?», preguntó con tristeza.
Por mucho que me desagradaba apagar el entusiasmo de ese pastor, no quería que entrara ciegamente a un mundo que ya no existe.
Por desagradable que haya sido para él, mi intención era ayudarlo a él y a su iglesia a prepararse para la era poscuarentena.
«¡No te apures, mi amigo!»
Soy aficionado al fútbol universitario y me encanta ver la cobertura de College GameDay’s en ESPN. Una de mis frases favoritas proviene del irrefrenable Lee Corso cada vez que no está de acuerdo con un colega: «¡No te apures, mi amigo!».
Hasta ahora, he resistido la tentación de usar esa frase con los líderes de iglesias que esperan que la nueva normalidad de la iglesia poscuarentena se asemeje mucho a la antigua normalidad de la iglesia prepandemia. No solo habrá diferencias significativas, sino que es muy probable que también pasará algún tiempo antes de que empecemos a comprender cómo será la nueva era.
Entonces, ¡no te apures, mi amigo!
En cambio, déjame compartir contigo lo que mi equipo y yo hemos aprendido durante las últimas semanas y meses. Hemos trabajado con muchas iglesias a medida que estas reanudan los servicios presenciales. Por supuesto, ha habido algunos desafíos, pero ha habido muchas más oportunidades. Hemos tenido la ventaja de escuchar a miles de líderes y miembros de iglesias cada semana. No pretendemos tener todas las respuestas, pero al hacer muchas preguntas, hemos obtenido mucha buena información.
Si al comenzar pudiera ofrecer algunos consejos sencillos, serían estos: emociónate y anímate. No dejes que lo desconocido se convierta en una fuente de temor. No estás entrando solo a esta nueva era. Dios no solo está contigo; Él ya entró antes que tú.
De hecho, al recorrer juntos este libro, espero que encuentres motivos para el optimismo y el aliento. Mi actitud esperanzadora se fundamenta en dos realidades. En primer lugar, nada de esto —la pandemia, la cuarentena, el período poscuarentena— sorprendió a Dios. Él tiene un plan listo y esperando a Su iglesia.
En segundo lugar, ya estamos viendo que las iglesias se adaptan y se ajustan a esta etapa de cambio de maneras diferentes a cualquier otra que haya visto en mi vida. He escuchado temas similares de parte de pastores, del personal de iglesias, de otros líderes de iglesias y de miembros de iglesias. No están entrando a la era poscuarentena con una mentalidad rutinaria. La pandemia fue un llamado de atención como ningún otro. La era poscuarentena es una oportunidad para realizar los cambios positivos y necesarios para que nuestras iglesias avancen.
Prepárate para comenzar la travesía. Desde mi punto de vista, la iglesia está entrando en los días más asombrosos y emocionantes que ha visto en décadas, tal vez incluso en siglos. Aunque el camino no siempre será fácil, podemos esperar días futuros de grandes oportunidades.
Es hora de que entremos a esta nueva tierra de posibilidades con esperanza, promesa y entusiasmo.
Comencemos descubriendo nuevas oportunidades para la iglesia reunida presencialmente.