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Tabúes alimenticios

La relación ambivalente de los humanos con los cerdos se refleja también en los tabúes alimenticios, que no existían en la cultura egipcia antigua –a pesar de la discriminación social de los criadores– ni en la Antigüedad grecorromana. ¿Por qué se prohibió el consumo de carne en las religiones monoteístas del judaísmo y el islam? ¿Y por qué aún hoy todavía una considerable parte de la población mundial preferiría morir a entrar en contacto con los cerdos, tal como lo muestran ciertas agudizaciones concretas y simbólicas de conflictos políticos? “En 1857, los cipayos, soldados musulmanes de la armada británica, se negaron a usar en los fusiles Einfield una munición nueva porque, se decía, había sido untada con grasa de cerdo. Si bien el rumor era falso, la rebelión de los cipayos se transformó en pocas semanas en una auténtica guerra entre Inglaterra y la India. Los británicos necesitaron más de un año para sofocarla; quemaron pueblos del norte y el centro de la India y mataron a miles de civiles inocentes”. (13)E incluso en nuestra época, en el marco del conflicto entre Israel y Palestina, se amenaza con envolver los cadáveres de los autores de atentados en pieles de cerdo para quitarles la esperanza de una inmediata entrada al paraíso.

En el Levítico, se detallan las complicadas prescripciones y prohibiciones respecto a la comida. En el primer párrafo del capítulo 11 se habla de los animales terrestres. La regla dice: “Estos son los animales que podréis comer, de entre todos los animales que hay sobre la tierra. Todo animal biungulado de pezuña hendida que rumia, ese podréis comer. Pero no comeréis, a pesar de que rumian y tienen pezuña hendida: el camello, pues aunque rumia, no tiene partida la pezuña; será impuro para vosotros; ni el conejo, porque rumia, pero no tiene la pezuña partida; será impuro para vosotros; ni liebre, porque rumia, pero no tiene la pezuña partida; será impura para vosotros; ni cerdo, pues aunque tiene la pezuña hendida y biungulada, no rumia; será inmundo para vosotros. De la carne de estos no comeréis ni tocaréis sus cadáveres; serán impuros para vosotros” (14) (Levítico 11, 3-8). Los criterios de la ley no valen entonces sólo para los cerdos sino también para los conejos y las liebres, pero el cerdo tiene una posición singular ya que es el único que, teniendo pezuña hendida y biungulada, no rumia. Aunque las leyes sobre la comida, aclaradas en el capítulo siguiente, se refieren también a pájaros, insectos alados y a los de cuatro patas (como topos, ratones o lagartos), después sólo se repite la prohibición de comer o tocar animales de pezuña hendida y biungulada que no rumian (Levítico 11, 26). El Corán, por el contrario, no conoce regulaciones alimenticias elaboradas o sistemáticas. Sólo la prohibición del cerdo lo vincula con la ley mosaica. En la segunda sura se dice: “Os ha prohibido sólo la carne mortecina, la sangre, la carne de cerdo y la de todo animal sobre el que se haya invocado un nombre diferente del de Alá. Pero si alguien se ve compelido por la necesidad –no por deseo ni por afán de contravenir– no peca. Alá es indulgente, misericordioso” (2, 173). (15)También en el Corán esta prohibición se repite, en la quinta sura: “Os está vedada la carne mortecina, la sangre, la carne de cerdo, la de animal sobre el que se haya invocado un nombre diferente del de Alá, la de animal asfixiado o muerto a palos, de una caída, de una cornada, la del devorado parcialmente por las fieras –excepto si aún lo sacrificáis vosotros–, la del inmolado en piedras erectas” (5, 3). En la sexta sura se expone como justificación para prohibir la carne de cerdo el hecho de que “es realmente una suciedad” (6, 145).

Con este argumento de la suciedad entramos en el terreno de la justificación racional. Así, Maimónides –filósofo y erudito judío, médico personal del sultán Saladino de Egipto– afirma en el siglo XII que

es verdad que todas las comidas que la ley nos prohíbe son alimentos dañinos, y no hay cosa alguna entre las que nos están prohibidas sobre la cual tengamos dudas de si es dañina, salvo el cerdo [pero en seguida explica que la ley abomina del cerdo] debido a su gran impureza, porque se alimenta de cosas repugnantes. Tú conoces la severidad con que la ley señala que incluso en un campo abierto o en un campamento no haya suciedad y mucho menos dentro de una ciudad. Ahora bien, si estuviera permitido el consumo de carne de cerdo, las calles y todas las casas serían más impuras que las letrinas, como puede verse ahora en el país de los francos. También conoces el dicho de nuestros doctores: el hocico del cerdo se parece a un desborde de inmundicias. (16)


Tres cerditos delante de su cabaña. No hay lobo a la vista en este grabado de Karel Dujardin (1622-1678).

En suma: los cerdos son antihigiénicos comedores de excrementos y por eso no está permitido su consumo. Por supuesto, es fácil rebatir esa afirmación. También hay otros animales –cabras gallinas o perros– que en situaciones extremas comen excrementos. Como sea, es respetable el minucioso esfuerzo del doctor Maimónides por derivar la validez de la ley mosaica de su utilidad médica. Bajo el espíritu de la filosofía aristotélica, la fe y el saber deben reconciliarse.

Los argumentos médicos en favor de la prohibición de la carne porcina recibieron un nuevo impulso en 1859, cuando se descubrió una conexión entre la triquinosis y el consumo de carne no suficientemente cocida. Sin embargo, puede esgrimirse que ni los judíos ni los musulmanes podían estar al tanto de esta relación, aparte de que la mayoría de los otros tipos de carne también esconden riesgos sanitarios:

La carne vacuna mal cocinada, por ejemplo, transmite con frecuencia la tenia, la cual puede alcanzar en el intestino humano una longitud comprendida entre los cinco y los seis metros y medio, causar anemias graves y disminuir las defensas contra otras enfermedades. Los ganados vacuno, caprino y ovino transmiten la enfermedad bacteriana denominada brucelosis, que produce, entre otros síntomas, fiebre, dolores y cansancio. Pero la afección más peligrosa que transmite este grupo de animales domésticos es el ántrax, enfermedad que padecen tanto los seres humanos como los animales y que fue sumamente corriente en Europa y Asia hasta que Louis Pasteur descubrió, en 1881, una vacuna contra la misma. A diferencia de la triquinosis, que no produce síntomas en la mayoría de los individuos infectados y que rara vez tiene efectos mortales, el ántrax tiene un rápido desarrollo, que comienza con una erupción de forúnculos y acaba en la muerte. Si el tabú antiporcino fue una ordenanza sanitaria de inspiración divina, se trata del caso de negligencia médica más antiguo que se conoce. (17)

La impugnación de la tesis de la triquinosis que acabamos de citar, además de la irónica observación de que Dios debería haber prohibido no la carne de cerdo sino la carne poco cocida, proviene del antropólogo Marvin Harris, quien desarrolló dos teorías sobre el tabú de la carne de cerdo: una socioeconómica y otra ecológica. La primera hipótesis dice que los cerdos no son animales apropiados para nómades del desierto sino que corresponden –como en la economía agrícola de Roma o en las ciudades de la temprana Edad Moderna– al estilo de vida de poblaciones sedentarias.

A diferencia de los antepasados de vacas, ovejas y cabras, que vivían en praderas soleadas, semiáridas y cálidas, los antepasados del cerdo eran habitantes de las riberas fluviales y los valles boscosos con abundancia de agua. El sistema de regulación del calor corporal del cerdo es, en todos sus aspectos, incompatible con la vida en los hábitats calurosos y resecos que fueron la tierra natal de los hijos de Abraham [...] Los pastores de regiones áridas no crían cerdos por la sencilla razón de que resulta difícil protegerlos de los efectos del calor, del sol y de la falta de agua cuando se trasladan entre campamentos muy distantes entre sí. (18)

Pero ¿por qué entonces se prohibió también el consumo de camellos? Tal vez esos animales eran demasiado caros: “Con su notable capacidad para almacenar agua, soportar el calor y transportar cargas pesadas durante largas distancias, con sus largas pestañas y sus ollares, que se cierran herméticamente y lo protegen en caso de tormentas de arena, el camello era la más importante posesión de los nómadas del desierto en el Oriente Medio”. (19)


Un jabalí (de 1840), al parecer, camino a su guarida.

Estas reflexiones se completan con un análisis ecológico que Harris bosqueja apoyándose en el etnólogo Carleton S. Coon. La crianza de cerdos se volvió difícil en el Cercano y Medio Oriente por el cambio climático, la deforestación y la erosión del suelo. “Al principio del Neolítico los cerdos podían hozar en bosques de robles y hayas que proporcionaban sombra y lodazales, además de bellotas, hayucos, trufas y otros productos propios del sotobosque. Al crecer la población humana, aumentó la superficie cultivada y se destruyeron los bosques de hayas y robles con el fin de ganar espacio para los cultivos, en especial el olivo, eliminando con ello el nicho ecológico del cerdo”. (20)Hace unos siete mil años la superficie ocupada por bosques en Anatolia pasó de un 70% a un 13%; los bosques de las costas y las montañas del mar Caspio se redujeron a un cuarto de su antigua extensión; los bosques de robles y enebro de la cordillera de los Zagros a un sexto. La crianza de cerdos sólo pudo continuar en zonas periféricas más favorecidas o con la condición de aplicar recursos enormes; que no desapareció del todo se deduce de que continuara su prohibición; no es necesario prohibir una práctica que nadie ejerce.

También es digna de mención una última teoría que planteó hace algunos años Christopher Hitchens y que no refiere a un cambio económico o ecológico sino a uno cultural, a saber, el paulatino apartamiento de prácticas sacrificiales, tal como puede verse sobre todo en los libros proféticos cuando critican el sacrificio de niños a Baal. Así, por ejemplo, Jeremías execra la construcción de templos en el “Tofet, en el valle del hijo de Hinom”, donde se sacrifican niños, “cosa que Yo no mandé ni me pasó por el pensamiento” (Jeremías, 7, 31). Y Oseas constata: “Pues misericordia quiero, y no sacrificio” (Oseas, 6, 6). En el Levítico, que ya citamos en relación con las comidas prohibidas, también está la frase: “No darás ningún hijo tuyo para consagrarlo a Moloc” (Levítico, 18, 21).

Christopher Hitchens señaló que la carne de cerdo, al parecer, tiene un gusto parecido a la carne humana y supuso que con la prohibición de la carne de cerdo se quisieron combatir y sancionar los sacrificios humanos:

Si lo llevamos un poco más lejos, podríamos observar que cuando se consigue que los rabinos y los imanes dejen en paz a los niños, estos se acercan mucho a los cerdos, sobre todo a los más pequeños; y que a los bomberos por regla general no les gusta comer cerdo asado ni crujiente. En Nueva Guinea y en otros lugares el término antiguo que se emplea para referirse a un ser humano asado significa “cerdo grande”: jamás he tenido la pertinente experiencia degustativa pero parece que, cuando se nos ingiere, tenemos un sabor muy parecido al del cerdo [...] La atracción y repulsión simultáneas procedían de una raíz antropomórfica: el aspecto del cerdo, su sabor, sus chillidos agónicos y su evidente inteligencia recordaban demasiado desagradablemente al ser humano. La porcofobia y la porcofilia se originaron tal vez en la noche de los tiempos de los sacrificios humanos e incluso del canibalismo, del que los textos ‘sagrados’ suelen hacer algo más que una insinuación. (21)

Este pasaje da testimonio del poder y lo ominoso de un tabú que puede estar asociado a sacrificios religiosos –y a la crítica de esos sacrificios–. El cerdo es el cordero. ¿O es el hombre? En la película Cuando los chanchos vuelen (2011), (22) de Sylvain Estibal, sacan a un cerdo del mar y lo disfrazan de oveja. Esta comedia negra, además, cuenta cómo el pescador palestino Jafaar es casi obligado a sacrificarse a sí mismo y cometer un ataque suicida. Debajo de la piel de oveja se oculta un cerdo, detrás del cerdo... un hombre.

13. Marilyn Nissenson, Susan Jonas, Das allgegenwärtige Schwein, Colonia, Könemann, 1997, p. 20.

14. Las citas de la Biblia están tomadas de La Santa Biblia, versión de Mons. Juan Straubinger, La Plata, 1951 [N. del T.].

15. Las citas del Corán están tomadas de El Sagrado Corán, Madrid, Centro Islámico Fátimah Az-Zahra, 2005 [N. del T.].

16. Mose ben Maimon, Führer der Unschlüssigen, libro tercero, Leipzig, Meiner, 1924, pp. 310 y ss.

17. Marvin Harris, Wohlgeschmack und Widerwillen. Die Rätsel der Nahrungstabus, Stuttgart, Klett-Cotta, 1990, pp. 69 y ss.

18. Ibíd., p. 73.

19. Ibíd., p. 79.

20. Ibíd., p. 75.

21. Cf. Christopher Hitchens, Der Herr ist kein Hirte. Wie Religion die Welt vergiftet, Múnich, Heyne, 2009, pp. 55 y ss.

22. En España esta película fue conocida como Un cerdo en Gaza. [N. del E.]

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