Читать книгу Llevando la vida: antropología y educación - Tim Ingold - Страница 7
ОглавлениеPREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
Por cincuenta años he estudiado antropología y en cuarenta de ellos, la he enseñado. Sin embargo, la idea de que la antropología no solo se enseña y se estudia, sino que su misma naturaleza es educativa solo me ha surgido en la última década. Desde esta conciencia pude reconocer cuanto había ganado al trabajar con estudiantes. Me di cuenta de que el aula es mucho más que un lugar de instrucción donde los alumnos aprenden lo que mis colegas llaman el “conocimiento antropológico”, ya que esto supone que el trabajo ya está hecho y establecido en una literatura llena de contribuciones magistrales de ilustres antepasados cuyos nombres debemos aprender y citar. Más bien, por el contrario, pienso que el aula es el lugar donde ocurre gran parte del verdadero trabajo antropológico, un lugar de transformación creativa en el que nos unimos al pensamiento de nuestros predecesores para ir más lejos, más allá de lo que jamás llegaron a imaginar. Sin embargo, cuanto más creía en el valor educativo del trabajo que mis estudiantes y yo realizábamos juntos, más parecía contravenir los requisitos de enseñanza y aprendizaje establecidos en los protocolos institucionales a los que se esperaba que nos ajustáramos. De acuerdo con estos protocolos, la enseñanza es la transmisión de contenidos y el aprender su asimilación. Pero a mí me parece que la educación es mucho más que eso. Yo propongo que no se trata de la transmisión de conocimiento, sino que es, ante todo, sobre el llevar la vida. Para mí, el momento clave fue cuando comprendí que solo al liberarnos de las cadenas de la enseñanza y el aprendizaje, nuestro trabajo en el aula se vuelve verdaderamente educacional.
Este libro es el resultado de esa realización. Quiero probar que el estudio antropológico, como una forma de llevar la vida con otros, es educacional de principio a fin. Esto significa ir más allá de una simple exploración del interfaz entre las disciplinas de antropología y educación para argumentar su congruencia más fundamental. En resumen, mi argumento es que los principios de la antropología son también los principios de la educación. Sin embargo, para fundamentar este argumento es necesario reevaluar los principios de ambas partes.
Por el lado de la educación, se trata de deponer la visión tradicional de la pedagogía como una transmisión intergeneracional de conocimientos autorizados. Propongo que la educación no es un “depositar en” sino un “orientar hacia”, que abre caminos de crecimiento intelectual y de descubrimiento o descubrimientos sin resultados predeterminados o resultados definidos. Es sobre el atender a las cosas, en lugar del adquirir un conocimiento que nos absuelva de la necesidad de hacerlo; es sobre la exposición en lugar de la inmunización. La tarea del educador, entonces, no es explicar el conocimiento para el beneficio de aquellos que, por defecto, son asumidos como ignorantes, sino que inspirar, guiar y criticar en la ejemplar búsqueda de la verdad. Por el lado de la antropología, mi enfoque es contrario a la típica identificación de la antropología con la etnografía —la suposición de que lo que hacen los antropólogos es estudiar a otros pueblos y sus mundos—. Propongo que lo que hace de la antropología más educativa que la etnográfica no es tanto que estudiemos a los demás, sino que estudiamos con ellos. Y habiendo estudiado con otros —o incluso mientras lo hacemos— otros vienen a estudiar con nosotros. La educación a la que nos hemos sometido, en esa primera instancia, a su vez requiere que en la segunda nos convirtamos en educadores. Aunque podríamos llamar a la primera “el terreno” y a la segunda “la escuela”, ambos son lugares de estudio y uno no puede existir sin el otro. Por eso debemos rechazar, de una vez por todas, la creencia de que lo que sucede en el aula bajo la rúbrica de enseñanza y aprendizaje, no es más que auxiliar a un proyecto antropológico cuyo principal objetivo es etnográfico. Mientras la antropología y la educación permanezcan en lados opuestos de la división entre la producción de conocimiento y su transmisión, se cancelarán mutuamente en sus efectos para siempre. Porque la pedagogía simplemente restaura al momento actual lo que la etnografía ya ha extraído, aunque despojado del potencial creativo de la vida. Sin embargo, al unir fuerzas y reconocer su propósito común, la antropología y la educación tienen el poder de transformar el mundo.
La motivación para escribir este libro surgió de la nada, a propósito de una invitación en febrero de 2016, una presentación en las Conferencias Dewey en el Centro de Investigación para la Educación, Aprendizaje y Didáctica de la Universidad de Rennes, Francia. Me sentí honrado y encantado de recibir esa invitación, y no pudo haber llegado en un momento más oportuno, justo cuando la idea sobre la antropología como educación estaba empezando a dar vueltas por mi mente. Las charlas me dieron la excusa perfecta para concretizar la idea, y presentarla ante un público abierto y comprensivo, pero crítico. Ofrecí cuatro charlas, respectivamente, tituladas “La educación no es una transferencia de conocimiento”, “Educación y atención”, “Educación en la escala menor”, y “Educación como correspondencia”. Como siempre, el tiempo que pensé tendría para prepararlas no se materializó y lo que presenté fue poco más que apuntes en borrador organizados apresuradamente. No exagero al decir que, en gran medida, improvisé a medida que avanzaba. Sin embargo, al terminar las charlas quedé muy entusiasmado para escribir un libro, y en los meses del verano de 2016, un respiro en mis obligaciones finalmente me permitió comenzar. A mediados de agosto ya tenía más de la mitad terminado, pero nuevamente intervinieron otros compromisos y no pude retomarlo hasta justo antes de Navidad. A mediados de enero de 2017 tenía un borrador completo. Al planear el libro decidí seguir el formato original de la conferencia, por lo que cada capítulo corresponde a una charla y aunque (con una sola excepción) sus títulos han cambiado y su contenido se ha ampliado más allá del original, estos siguen el orden de mi presentación.
El hilo común entre los cuatro capítulos es la filosofía de la educación de John Dewey. La oportunidad de dar una serie de charlas representando a Dewey, no solo fue un privilegio sino que también me llevó a cumplir un antiguo deseo de familiarizarme mejor con sus amplios escritos. Al leer el trabajo de uno de los principales intelectuales públicos de principios del siglo XX, quedé asombrado con su presencia, su claridad de expresión y su convicción en la formulación de principios que son tan poderosos hoy como lo eran hace un siglo. Para mí sigue siendo un misterio que Dewey sea tan poco conocido y tan raramente evocado en círculos antropológicos. Incluso entre los filósofos pareciera que, en gran parte, ha sido olvidado. Sin embargo, “al girar la rueda” del redescubrimiento, nos encontramos recorriendo caminos que él ya había trazado para nosotros. ¡Cuántos problemas nos habríamos ahorrado si nos hubiéramos unido desde el principio! De hecho, con este libro ofrezco mi homenaje personal al gran filósofo y educador, y una disculpa, aunque sea póstumamente, por llegar tan tarde a su obra.
Pero si la oportunidad de presentar las Conferencias Dewey me dio el estímulo, las ideas desarrolladas en este libro han surgido, principalmente, de dos fuentes. La primera es un proyecto de cinco años, financiado por el Consejo Europeo de Investigación, titulado Knowing from the Inside: Anthropology, Art, Architecture and Design, o KFI para abreviar. La meta central del proyecto es reconfigurar la relación entre las prácticas de investigación y los conocimientos que generan, desarrollando y probando una serie de procedimientos que permiten que el conocimiento surja de interacciones directas, prácticas y observacionales con las personas y cosas que nos rodean. Proponemos que esta manera de saber —estudiando con las cosas o con las personas en lugar de hacer estudios sobre ellas— es el hilo común que vincula la antropología con la práctica artística, y con las disciplinas de arquitectura y diseño. Al reunir estas cuatro disciplinas, hemos tratado de adaptar este enfoque general sobre el conocimiento a campos de especialización, y contribuir tanto a la educación y al diseño para una vida sustentable, con un énfasis renovado en la creatividad improvisada y la agudeza perceptiva de practicantes. El proyecto comenzó en 2013 y, aunque sigue en marcha, uno de sus logros más importantes ha sido el relevar las implicaciones de nuestro enfoque sobre la teoría y práctica de la educación. También nos ha llevado a una manera de hacer antropología con arte, arquitectura y diseño, que es más experimental y especulativa que etnográfica. En mayo de 2016, en el hermoso entorno de Comrie, Perthshire, pusimos a prueba este enfoque en un programa de una semana con discusiones, intervenciones y experimentos. Lo llamamos The KFI Kitchen (La Cocina KFI). Muchas de las ideas salidas de esa Cocina han encontrado un lugar en este libro.
La segunda fuente de ideas para este libro es muy diferente. En octubre 2015 inicié una campaña —bajo el lema Reclaiming our University (Restaurando nuestra universidad)— para revitalizar la Universidad de Aberdeen, la institución en la que trabajo, para que sea una genuina comunidad de estudiantes y académicos. En ese momento se pensaba que el sentido de comunidad, que siempre había sido una de las fortalezas de la universidad, estaba amenazada por un régimen de gestión que parecía empeñado en anteponer los intereses empresariales a la responsabilidad democrática. La idea era hacer que todos opináramos sobre el tipo de universidad que queríamos, cómo debía ser administrada y cómo lograrlo. Lo hicimos a través de una serie de seminarios abiertos, bien atendidos por personal y estudiantes de todos los niveles, de los que surgieron los “cuatro pilares” de la próxima universidad: libertad, confianza, educación y comunidad. Nos dimos cuenta de que no era suficiente apelar a estas palabras como si hablaran por sí mismas. Para desarrollar una visión coherente, necesitábamos pensar a fondo y colectivamente sobre lo que realmente significaban para todos nosotros. El concepto de “libertad académica”, por ejemplo, ha sido profundamente abusado por aquellos que se lo apropian y defienden como un derecho exclusivo de la élite académica. ¿Qué clase de libertad, nos preguntamos, queremos para nuestra universidad? Y, cuando hablamos de educación superior ¿qué queremos decir con “educación”? y ¿qué de la indivisibilidad entre enseñanza e investigación? Y ¿qué crea “comunidad” de la mezcla de voces y disciplinas a menudo discordantes que componen la universidad? Nuestras discusiones eran apasionadas, constructivas y —para mí— transformadoras. Ya habíamos decidido condensar los resultados en un manifiesto y, durante el verano de 2016, me apliqué en la redacción de sus cláusulas. El 25 de noviembre de 2016 lanzamos nuestro manifiesto dentro del marco altamente simbólico de la Capilla del King’s College de la universidad. Mucho de lo que allí decimos ha encontrado su espacio en las páginas siguientes.
Muchas personas me han ayudado a escribir este libro. En primer lugar, agradezco a Gérard Sensevy por invitarme a presentar las Conferencias Dewey en Rennes, y a sus colegas y estudiantes por sus respuestas y sugerencias. Sin su empuje este libro no habría sido escrito. También tengo una enorme deuda de gratitud con todos los que han participado, en uno u otro momento, en el proyecto KFI. Hay demasiados por nombrar, y no podría señalar a algunos y omitir a otros. Así que con estas palabras envío mi agradecimiento a todos ustedes, ¡ya saben quienes son! Además, estoy muy agradecido al Consejo Europeo de Investigación por la financiación que ha hecho posible el proyecto mediante la concesión de una subvención anticipada (323677-KFI). De regreso en Aberdeen, quedo especialmente agradecido con todos los “restauradores” que se han unido a mí en nuestra campaña para restablecer la universidad a su comunidad legítima. Aunque no quiero incomodarlos al nombrarlos, ustedes también saben quiénes son, y les doy las gracias a cada uno. Sin embargo, quiero nombrar a tres académicos que, a través de su presencia y sus publicaciones, han tenido un fuerte impacto sobre mi pensamiento y sobre este trabajo; ellos son Jan Masschelein, Gert Biesta y Erin Manning. Quiero darles las gracias por su inspiración. Finalmente, le dedico este libro a las generaciones venideras, incluyendo las de mi propio linaje, el último de los cuales —Leo Arthur Raphaely-Ingold— llegó mientras trabajaba en este libro. Son nuestro futuro y les deseo lo mejor.
Tim Ingold Aberdeen, febrero 2017