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CAPÍTULO XXII Consideración de la miseria humana

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Miserable serás donde quiera que fueres y donde quiera que te volvieres, si no te conviertes a Dios. ¿Por qué te turbas, si no te sucede lo que quieres y deseas? ¿Quién es el que tiene todas las cosas a su voluntad? Por cierto ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra. No hay hombre en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea Rey o Papa. ¿Pues quién es el que está mejor? Ciertamente el que puede padecer algo por Dios.

Dicen muchos imbéciles y flacos: Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre, cuán rico es, cuán poderoso, cuán gran señor; mas tú eleva la consideración a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada son, antes muy inestables y molestas, porque nunca las poseemos sin cuidado y temor. No está la felicidad del hombre en tener abundancia en lo temporal, bástale la medianía. Verdadera miseria es vivir sobre la tierra. Cuanto el hombre quisiera ser más espiritual, tanto le será más amarga la vida presente, porque siente mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana. Porque el comer, beber, velar, dormir, descansar, trabajar, y estar sujeto a las necesidades naturales, en verdad es grandísima miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa.

Porque el hombre interior está muy gravado, con las necesidades corporales en este mundo, por esto ruega devotamente el Profeta a Dios que le libre de ellas diciendo: Líbrame, Señor, de mis necesidades. Mas ¡ay de los que no conocen su miseria! y mucho más ¡ay de los que aman esta vida miserable y corruptible! Porque hay algunos tan apegados a ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando adquieren lo necesario, si pudiesen vivir aquí siempre, no se cuidarían del reino de Dios.

¡Oh locos y de corazón infiel, que tan profundamente se envuelven en la tierra, que no gustan sino de las cosas carnales! Mas en el fin sentirán gravemente cuán vil y vano era lo que amaron. Los Santos de Dios, y los devotos y amigos de Cristo no tenían cuenta de lo que agradaba a la carne, ni de lo que florecía en esta vida temporal; mas toda su esperanza e intención se dirigía a los bienes eternos. Todo su deseo se elevaba a lo que permanece y que no se ve, porque no fuesen abatidos hacia lo ínfimo con el amor de lo visible. No quieras, hermano, perder la esperanza de aprovechar en las cosas espirituales; aun tienes tiempo y hora para ello.

¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento y di: Ahora es tiempo de obrar, ahora es tiempo de pelear, ahora es tiempo conveniente para enmendarme. Cuando no estás tranquilo y tienes alguna tribulación, entonces es tiempo de merecer. Conviene que pases por fuego y por agua, antes que llegues al descanso. Si no te haces violento no vencerás el vicio. Mientras estamos en este frágil cuerpo, no podemos estar enteramente sin pecado, ni vivir sin fatiga y dolor. De buena gana descansaríamos de toda miseria; mas como perdimos la inocencia con el pecado, perdimos con ella la verdadera felicidad. Por eso nos importa tener paciencia, y esperar la misericordia de Dios, hasta que se acabe esta malicia que reina ahora, y la vida destruya a la muerte.

¡Oh cuánta es la flaqueza humana, siempre inclinada a los vicios! Hoy confiesas tus pecados, y mañana vuelves a cometerlos. Ahora propones de guardarte, y de aquí una hora obras como si nada hubieras propuesto. Con razón nos podemos humillar, y no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan débiles y tan mudables. Por cierto, presto se puede perder por descuido, lo que dificultosamente y con mucho trabajo se ganó por la gracia.

¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan pronto nos entibiamos? ¡Ay de nosotros si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y seguridad, cuando aun no se descubre señal de verdadera santidad en nuestra conducta! Bien sería que aun fuésemos instruidos otra vez, como niños, en buenas costumbres, si por ventura hubiese alguna esperanza de enmienda, y de mayor aprovechamiento espiritual.

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