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CAPÍTULO XXV De la fervorosa enmienda de toda nuestra vida

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Vela con mucha diligencia en el servicio de Dios, y piensa de ordinario a qué viniste, y por qué dejaste el siglo. ¿Por ventura, no le despreciaste con el fin de vivir para Dios y convertirte en hombre espiritual? Corre, pues con fervor a la perfección, que presto recibirás el galardón de tus trabajos, y no habrá de ahí adelante temor ni dolor en tu fin. Ahora trabajarás un poco, y hallarás después gran descanso, y aun perpetua alegría. Si permaneces fiel y diligente en el servir, sin duda será Dios fidelísimo y riquísimo en el pagar. Ten firme esperanza que alcanzarás victoria; mas no conviene tener seguridad, porque no te entibies o te ensoberbezcas.

Como uno estuviese congojado, y entre la esperanza y el temor dudase muchas veces, cargado de tristeza se postró delante de un altar en la iglesia para rezar; y revolviendo en su corazón varias cosas dijo: ¡Oh si supiese que había de perseverar! Y luego oyó en lo interior esta divina respuesta: ¿Qué harías si eso supieres? Haz ahora lo que harías entonces, y estarás bien seguro. Y al punto, consolado y confortado, se ofreció a la divina voluntad, cesó su congojosa turbación, y no quiso más escudriñar curiosamente para saber lo que le había de suceder; pero anduvo con mucho cuidado de saber lo que fuese la voluntad de Dios, y a sus divinos ojos más agradable y perfecto, para comenzar y perfeccionar toda buena obra.

El Profeta dice: Espera en el Señor, y haz bondad, y mora en la tierra, y serás apacentado en sus riquezas. Detiene a muchos el fervor de su aprovechamiento el temor de las dificultades o el trabajo de la batalla. Ciertamente aprovechan más en las virtudes aquellos que más varonilmente ponen todas sus fuerzas para vencer las que le son más graves y contrarias; porque allí aprovecha uno más, y alcanza mayor gracia, adonde más se vence y se mortifica en el espíritu.

Pero no todos tienen igual ánimo para vencer y mortificarse. Mas el diligente y celoso de su aprovechamiento será más fuerte para la perfección, aunque tenga muchas pasiones, que el de buen natural si no pone cuidado en las virtudes. Dos cosas especialmente ayudan mucho a enmendarse, conviene a saber, desviarse con esfuerzo de aquello a que inclina la naturaleza viciosamente, y trabajar con fervor por el bien que más necesita. Estudia también en vencer y evitar lo que de ordinario te desagrada en tus prójimos.

Mira que te aproveches donde quiera; y si vieres y oyeres buenos ejemplos, anímate a imitarlo. Mas si vieres alguna cosa digna de reprensión, guárdate de hacerlo; y si alguna vez lo hiciste, procura enmendarte luego. Así como tú observas a los otros, así los otros te observan a ti. ¡Oh cuán alegre y dulce cosa es ver a los hermanos devotos y fervorosos, con santas costumbres, y en observante disciplina! ¡Cuán triste y penoso es verlos andar desordenados, y que no cumplen aquello a que son llamados por su vocación! ¡Oh cuán dañoso es ser negligente en el propósito de su llamamiento, y ocuparse en lo que no les mandan!

Acuérdate del propósito que hiciste, y pon delante de ti la imagen del Crucifijo. Bien puedes avergonzarte mirando su vida sacratísima; porque aun no has procurado conformarte más con él, aunque hace muchos años que estás en el camino de Dios. El religioso que se ejercita intensa y devotamente en la santísima Vida y Pasión del Señor, halla allí cumplidamente todo lo útil y necesario para sí, y no tiene que buscar cosa mejor fuera de Jesucristo. ¡Oh si viniese a nuestro corazón Jesús crucificado, cuán presto y cumplidamente seríamos enseñados!

El religioso fervoroso acepta todo lo que le mandan, y lo lleva con paciencia. El negligente y perezoso tiene tribulación sobre tribulación, y de todas partes padece angustia, porque carece de la consolación interior, y no le dejan buscar la exterior. El religioso que vive fuera de la disciplina se expone a caer gravemente. El que busca vivir en anchura y flojedad, siempre estará en angustias; porque lo uno o lo otro le descontentará.

¿Cómo lo practica tanta multitud de religiosos, que viven encerrados bajo la observancia del claustro? Salen pocas veces, viven retirados, comen pobremente, visten groseramente, trabajan mucho, hablan poco, velan largo tiempo, madrugan mucho, tienen continuas horas de oración, leen a menudo y guardan en todo la disciplina. Mira cómo los de la Cartuja y los del Cister, y los Monjes y Monjas de diversos órdenes se levantan cada noche a alabar al Señor. Por eso, sería vergonzoso que tú emperezases en obra tan santa, donde tanta multitud de religiosos comienza a alabar a Dios.

¡Oh si nunca hubiésemos de hacer otra cosa sino alabar a nuestro Señor, de todo corazón y con la boca! ¡Oh si nunca tuviese necesidad de comer, de beber ni de dormir, sino que siempre pudieses alabar a Dios, y solamente ocuparte en cosas espirituales! Entonces serías mucho más dichoso que ahora, cuando sirves a la necesidad de la carne. Pluguiese a Dios que no tuviésemos estas necesidades, sino solamente las refacciones espirituales, las cuales ¡ay! gustamos bien raras veces.

Cuando el hombre llega al tiempo en que no busca su consolación en criatura alguna, entonces comienza a gustar de Dios perfectamente, y está contento, también de todo lo que le sucede. Entonces, ni se alegra en lo mucho, ni se entristece por lo poco, sino que se pone entera y fielmente en manos de Dios, el cual le es todo en todas las cosas, y para el cual ninguna cosa perece ni muere, mas todas viven y le sirven sin tardanza.

Acuérdate siempre del fin, y que el tiempo perdido jamás vuelve. Nunca alcanzarás las virtudes sin cuidado y diligencia. Si comienzas a ser tibio, comenzará a irte mal; mas si te dieres al fervor, hallarás gran paz, y te será el trabajo muy ligero por la gracia de Dios, y por al amor de la virtud. El hombre que tiene fervor y diligencia, a todo está dispuesto. Mayor trabajo es resistir a los vicios y pasiones, que sudar en los trabajos corporales. El que no evita los defectos pequeños, poco a poco cae en los grandes. Gozarás siempre a la noche, si gastares bien la vida. Vela sobre ti, excítate y amonéstate a ti propio. Sea de los otros lo que fuere, no te descuides de ti. Tanto más aprovecharás cuanto más violencia te hicieres. Amén.

Imitación de Cristo (texto completo, con índice activo)

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