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Capítulo 1 ¿Dónde está Mireia?

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Aquella mañana de junio de 2019 parecía que iba a ser una mañana más en el lujoso hotel de Magaluf en Mallorca.

En el bufé comedor del hotel de cinco estrellas, situado apenas a unos metros de la playa y con sus terrazas mirando al mar, los clientes iban llegando para disfrutar del variado desayuno que allí se ofrecía.

Aunque el público eran básicamente turistas británicos, al fondo de una de las terrazas se podía ver un grupo no muy numeroso de chicos adolescentes que estaban de viaje de estudios.

Después de varias idas y venidas desde las mesas del desayuno hasta los expositores, de los que no paraban de salir huevos con beicon, fruta, cruasanes e infinidad de manjares, el grupo de adolescentes parecía completo. Realmente no era así.

Los profesores responsables del grupo observaron que faltaban tres alumnos: dos chicas y un chico.

Empezaron a preguntar a los compañeros si sabían algo de los ausentes. Ninguno de ellos pudo dar una respuesta.

Gemma y Pep eran los profesores responsables del grupo de alumnos, además Gemma era su tutora. Juntos se acercaron hasta el lugar donde estaba sentado Quim, compañero de habitación del chico ausente, y allí mismo de pie junto al joven, que permanecía sentado, le preguntaron:

—Quim, ¿dónde está Gerard? Es tu compañero de habitación, ¿a qué hora se ha levantado?

—No ha dormido en la habitación esta noche —respondió el joven.

—¿Cómo que no ha dormido en la habitación esta noche? —exclamó la profesora.

—No. Después de cenar, cuando todos nos fuimos a la fiesta chill out de al lado de la piscina grande, lo vi junto a Tania. Como siempre con los labios pegados. Así que les dejamos solos y nos fuimos a tomar algo. Nos separamos en varios grupos. Yo me quedé con Xesca, Inma, Roser, Neus, Ferran, Antonio y Lluc. Los demás se fueron haciendo sus grupos también, y no sé más.

—Seguro que Gerard y Tania se fueron por ahí a follar a saco —agregó Lluc.

—¡Ya te digo! —añadió Antonio mientras chocaba los cinco con Lluc.

Sorprendidos por las respuestas, ambos profesores se miraron mutuamente. En su rostro se observaba ya cierta preocupación. De nuevo Gemma preguntó a todo el grupo.

—¿Hay alguien que viese a Gerard, Tania o Mireia anoche después de la cena?

El resto de los alumnos respondió negando con la cabeza.

Gemma se giró hacia el otro profesor y con la mirada preocupada le comentó:

—Tres alumnos que no sabemos dónde están. Me estoy poniendo muy nerviosa.

—Cálmate, Gemma, seguro que hay una explicación lógica para todo esto. Llamemos a sus móviles, a ver si es que se han quedado dormidos.

Gemma marcó primero el teléfono de Mireia.

—Vamos, Mireia, responde al móvil. ¡Responde, maldita sea!

Pep se pasaba la mano por la cara con gesto de preocupación esperando a que Mireia respondiera la llamada.

—¡Joder! Apagado o fuera de cobertura —dijo Gemma a Pep.

—Llama al de Tania. Mientras, voy a intentar localizar a Gerard. Seguro que esto no es más que una simple borrachera que se les ha ido de las manos —le respondió.

—Nada, igual que el de Mireia, apagado o fuera de cobertura. ¿Has conseguido algo al móvil de Gerard?

—Tampoco. Igual que los de las chicas, apagado o fuera de cobertura. Joder, Gemma, tenemos que subir a la habitación de Tania y Mireia para ver si es que simplemente estuvieron de juerga y se han quedado dormidos.

Rápidamente ambos profesores subieron hasta la cuarta planta y llegaron a la habitación 412. Pep golpeó la puerta y comenzó a llamar a las chicas en voz alta.

—¡Tania! ¡Mireia! ¡Despertad, que es tarde! Tania, ¿me oyes? Mireia, ¡abre la puerta! No pasa nada si anoche bebisteis un poco de más, pero abrid la puerta, que nos tenéis muy preocupados.

La angustia iba reflejándose cada vez más en el rostro de los profesores. De nuevo se miraron uno al otro con una expresión que denotaba que ambos ya sabían que algo no iba bien.

—Gemma, mira, esa luz roja sobre la puerta es un indicador de que hay alguien en la habitación. Están dentro. Voy a bajar a la recepción para que nos abran la puerta —afirmó Pep.

—No tardes. Yo seguiré insistiendo, a ver si contestan. Si realmente están dentro, tendrán que oír los golpes en la puerta —respondió Gemma.

Corriendo por el pasillo de la cuarta planta del hotel y bajando las escaleras tan rápido que el corazón parecía que se le iba a salir del pecho, los minutos hasta llegar a la recepción del hotel se le hicieron eternos.

Jadeando y sin aliento, llegó hasta el mostrador de la recepción y se dirigió al empleado.

—Tenemos una urgencia: dos de nuestras alumnas no han bajado a desayunar ni responden al móvil. Tampoco abren la puerta de la habitación, pero la luz está en rojo, eso significa que están dentro, ¿no?

El recepcionista se quedó perplejo y respondió a Pep.

—Un momento, que aviso al jefe de recepción.

El joven entró en el office y pasados unos segundos apareció su jefe por la puerta lateral del mostrador.

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó el superior.

—Tenemos tres alumnos menores que no se han presentado a desayunar, nadie los ha visto desde anoche, no responden a sus móviles ni abren la puerta. Pero la señal de que hay alguien en la habitación está encendida. Son dos chicas que comparten la 412 y un chico que está en la 418, pero su compañero de habitación sí está y confirma que no ha dormido en la habitación. No sé, ¿pueden de alguna forma abrir con la llave maestra?

—Por supuesto, caballero, no se preocupe. Enseguida vamos a la 412 y abrimos la puerta. ¿Es usted el tutor de los chicos?

—No, la tutora es mi compañera Gemma, que se está dejando las manos aporreando la puerta de la habitación.

Rápidamente Pep y el jefe de recepción se dirigieron hacia el ascensor para subir a la cuarta planta. Mientras, Pep sacó su teléfono móvil para informar a Gemma.

A paso ligero llegaron ambos hasta la puerta de la habitación 412, donde estaba Gemma esperando.

—Vamos, vamos, dese prisa, necesitamos entrar en la habitación —le espetó Gemma al encargado.

—Voy.

El recepcionista introdujo la tarjeta magnética en el hueco de la cerradura dorada de la habitación 412. En ese momento se escuchó un clic, y se puso de color verde el led que indicaba que la cerradura se había abierto. Bajando la manilla de la puerta con su mano derecha, procedió a abrirla.

Dándole un empujón al jefe de recepción, tanto Gemma como Pep entraron en la habitación.

Al superar el pequeño pasillo que formaba la pared del cuarto de baño situado a la derecha que les impedía ver la estancia desde la entrada, se quedaron paralizados durante un segundo.

En la cama izquierda de la habitación, justo la que estaba junto a la puerta que accedía al balcón, se encontraba Tania, inconsciente, maniatada al cabecero con una cuerda y amordazada con un trozo de cinta americana gris.

En la cama de la derecha, exactamente igual que Tania, estaba Gerard. No había separación entre los dos colchones. Los chicos estaban inconscientes y desnudos, tapados simplemente con una sábana.

La habitación se encontraba toda revuelta, la ropa de las chicas había sido sacada del armario y tirada al suelo junto con la ropa que Gerard llevaba puesta cuando entró en la habitación 412. El bolso de Tania también estaba tirado en el suelo con todo su contenido desparramado.

La televisión permanecía encendida en el canal de música que los jóvenes debían estar escuchando antes de ser atacados, pero no había ni rastro de Mireia.

Tras ese primer segundo en el que ambos profesores se habían quedado paralizados, Gemma fue la primera en reaccionar.

—¡Joder! ¿Pero qué demonios ha pasado aquí? —exclamó.

Acto seguido corrió hasta la cama donde Tania se encontraba y le quitó la cinta americana de la boca, aunque le costó bastante trabajo debido a lo fuerte que estaba pegada y a los nervios que le hacían temblar las manos.

—¡Tania, Tania, Tania! ¡Joder, respóndeme!

Una décima de segundo después Pep se dirigió a donde estaba Gerard y también procedió a quitarle la cinta que tapaba su boca.

—Gerard, Gerard, ¿me escuchas? Gerard, ¡despierta, hostia!

Girándose hacia el jefe de recepción, que permanecía de pie perplejo, Pep le gritó desesperado:

—¡Pida algo para cortar las cuerdas, ya!

El jefe de recepción cogió su walkie-talkie y pulsando el botón dijo:

—Responsable de mantenimiento, necesito que traiga urgentemente algo para cortar unas cuerdas a la 412. ¡Rápido!

—Recibido, voy inmediatamente para la 412 —respondió una voz a través del altavoz.

De nuevo el jefe de recepción pulsó el botón del aparato.

—Sanitario de turno, urgentemente a la 412.

—Estoy saliendo ya, habitación 412 —respondió el sanitario.

Acto seguido, el jefe de recepción cogió su teléfono móvil y llamó al director del hotel.

—Señor Arnedo, ¿puede usted subir a la habitación 412? Tenemos problemas.

—¿Qué ocurre? —respondió el director.

—Es mejor que suba a verlo, tenemos dos adolescentes maniatados en la habitación y otra desaparecida.

—Subo de inmediato, procure que nadie del personal ni los clientes merodeen por la 412.

En el momento en que el empleado colgaba el teléfono, llegaban corriendo por el pasillo el responsable de mantenimiento y el sanitario.

—¡Vamos, vamos! Dense prisa —les gritó impaciente el jefe de recepción.

Una vez en la puerta de la habitación este les indicó:

—Ni una palabra a nadie del personal ni de los clientes del hotel de lo que vean en la habitación, ¿entendido?

—Por supuesto —respondió el responsable de mantenimiento.

—El secreto profesional me obliga a ello —respondió el sanitario.

Entraron por la puerta y Gemma se dirigió a ellos.

—Por fin. Rápido, suéltenlos y atiéndanlos. A saber el tiempo que llevan así y siguen sin despertarse.

Los empleados del hotel se dirigieron primero al lugar en el que se encontraba Tania. El responsable de mantenimiento sacó unas tijeras de corte afilado y primero liberó la mano derecha de Tania y posteriormente la izquierda. Después repitió la maniobra con las manos de Gerard.

En cuanto estuvieron liberados de las cuerdas, entre todos procedieron a tumbar a los dos chicos sobre la cama.

En ese momento llegó el director del hotel a la habitación y quedó perplejo, pero no dijo nada a la espera de que el sanitario le comunicara algo.

Este último empezó a examinar a Tania. Puso sus dedos sobre la yugular de la joven y notó que tenía el pulso débil. Enseguida sacó de su botiquín una pequeña linterna y con el dedo pulgar de su mano izquierda levantó el párpado derecho de la adolescente. Acto seguido realizó la misma acción en el párpado izquierdo y exclamó:

—Está totalmente inconsciente, es algo muy raro. Voy a revisar al joven, pero hay que llamar al 112 para que nos manden dos ambulancias. Al menos la chica está en un estado catatónico, por decirlo de alguna manera. Necesitan que los vea un médico y rápido. Desconozco por qué están así.

—Dios mío, Tania, Gerard, no puede ser. Por favor, hay que llamar urgentemente —suplicó Gemma rompiendo a llorar.

—Ya estoy llamando —respondió el jefe de recepción.

—112, ¿cuál es su emergencia?

—Soy el jefe de recepción del Hotel Night Beach, tenemos dos adolescentes, chico y chica, inconscientes. Nuestro sanitario les ha atendido, pero no despiertan.

—De acuerdo, Hotel Night Beach. ¿Qué edad tienen los menores?

—¿Qué edad tienen? —preguntó el jefe de recepción a Gemma.

—Ambos tienen diecisiete años —apuntó.

—Los menores tienen diecisiete años —respondió el jefe de recepción al técnico de urgencias que atendía el teléfono.

—Número de habitación, por favor.

—Habitación 412, cuarta planta. Les esperaremos con la barrera de entrada de vehículos abierta. Por favor, no tarden.

—Enseguida enviamos dos ambulancias y un médico de urgencias.

—Gracias, quedamos a la espera de su llegada.

El director del hotel se dirigió al jefe de recepción.

—Marcos, ¿qué situación tenemos? Hay que dar parte a la guardia civil.

—De momento lo que sabemos es que tres alumnos no se presentaron al desayuno, dos de ellos son los jóvenes que hemos encontrados inconscientes, la tercera es la compañera de habitación de la chica y desconocemos su paradero.

—Bien, llamaré a la guardia civil desde mi despacho. Enseguida vuelvo.

Apenas habían pasado unos minutos cuando llegaron los servicios de urgencias. Dos ambulancias entraron en la zona de carga y descarga situada en uno de los laterales del hotel, donde les esperaba el sanitario.

De las ambulancias bajaron cinco profesionales incluido el médico de urgencias.

—Síganme por aquí, llegaremos más rápido que cruzando por el hall del hotel —les indicó el sanitario del hotel a los servicios de urgencia y, por el camino, les explicó cómo habían encontrado a los adolescentes y las primeras exploraciones que él había practicado.

A la llegada a la habitación, Gemma, muy alterada, se dirigió al doctor.

—Doctor, doctor, por favor, haga algo, los chicos no despiertan.

—Tranquilícese, vamos a atenderlos enseguida.

—Tomad las constantes vitales al chico mientras yo empiezo por revisar a la chica —indicó el médico de guardia a los sanitarios que le acompañaban.

Una vez el doctor estuvo junto a Tania, procedió a examinarla. Tal como había hecho el sanitario del hotel anteriormente, colocó sus dedos en la yugular de Tania y observó que tenía pulso. Acto seguido procedió con el pulgar de su mano izquierda a abrir el párpado derecho de la joven y con su pequeña linterna le iluminó el ojo realizando movimientos en horizontal y en vertical buscando algún tipo de reacción que no se produjo. Repitió la maniobra en el ojo izquierdo obteniendo el mismo resultado.

—¿Sabemos cuánto tiempo llevan inconscientes? —preguntó el médico de urgencias.

—Lo desconocemos, la última vez que alguien los vio fue anoche sobre las veintitrés horas —respondió el sanitario del hotel.

—Doctor, la tensión arterial del joven es 111/59, pero las pulsaciones apenas llegan a 42 —comentó uno de los sanitarios de urgencias

—Tomen las constantes de la chica, pónganle una vía y procedan a trasladarla urgentemente al Hospital Principal. Voy a revisar al joven, pero vayan poniéndole también una vía y preparándolo para su traslado.

—Sí, doctor, procedemos a ello.

El médico de urgencias se acercó a Gerard y repitió el reconocimiento que había practicado antes con Tania.

—¿Alguien tiene idea de qué puede ser la marca punzante que tienen ambos junto a la yugular?

—Lo desconozco. A priori parece que les hubiesen inyectado algo.

—La irritación alrededor de la boca imagino que se debe a haberles quitado la cinta americana que los amordazaba, y las marcas de las muñecas coinciden con el lugar donde tenían las cuerdas que los maniataban —añadió el sanitario del hotel.

—Doctor, dígame algo, por favor. ¿Qué les ocurre? ¿Se recuperarán? Dígame algo, doctor, estoy desesperada y además tengo que informar a los padres —preguntó Gemma al médico de urgencias.

—De momento no puedo decir nada hasta que lleguemos al hospital y podamos hacerles una exploración más a fondo, pero a priori no parece un coma etílico normal. Vaya avisando a los padres.

—Los padres están en Barcelona. Somos de un instituto de allí y estamos de viaje de estudios.

—Pues avísenles para que se desplacen a Palma lo antes posible. Los llevamos al Hospital Principal.

—Listos para desplazarlos, doctor —comentó uno de los sanitarios de urgencias.

—Vamos allá. Avisen a urgencias de que llevamos dos adolescentes de diecisiete años inconscientes y con las constantes vitales alteradas, que hemos procedido a ponerles una vía, que estén preparados.

Había transcurrido ya más de una hora cuando por la puerta de la habitación 412 entró la sargento Antonia Borrás, que iba a estar a cargo de la investigación.

—Buenos días —saludó la sargento.

—Buenos días, sargento —respondieron los guardias civiles que se encontraban en la habitación.

Un agente sacaba fotos de las camas mientras otros dos buscaban huellas en la cristalera de la salida a la terraza. Un agente más se encontraba revisando los cristales rotos de una botella junto a la mesita de noche que estaba situada a la derecha de la habitación.

La sargento Borrás se dirigió hacia uno de ellos.

—Iñaki, ¿qué tenemos aquí?

—De momento todo lo que sabemos es que tres adolescentes de viaje de estudios, dos chicas y un chico, no se presentaron al desayuno esta mañana. Una de las chicas y el chico han sido encontrados hace cerca de dos horas sin ropa, maniatados, amordazados e inconscientes. Han tenido que ser trasladados de urgencia al Hospital Principal. De la otra chica seguimos sin saber nada. La habitación ha aparecido toda revuelta, no hay signos de forzamiento en la puerta principal ni en la que da al balcón. La joven, Tania Cardona, diecisiete años, estudiante de primero de Bachillerato, la misma edad y curso que el chico, Gerard Puig, y su compañera a priori desparecida Mireia Grau i Moncada. Estudian en el Instituto EIAR, Escuela Internacional de Alto Rendimiento. En principio parece un robo: faltan los móviles, los relojes y el dinero de los chicos.

—¿Se ha tocado algo de la escena?

—Se han tenido que retirar unos cristales rotos que había por el suelo, en el lado del chico donde está la mesita de noche. La ropa que estaba tirada por el suelo la han tenido que apartar para que las camillas pudieran trasladar a los dos jóvenes y también las cuerdas con las que estaban atados han sido cortadas por el personal del hotel, aunque las hemos recogido como evidencia.

—¿Quién encontró a las víctimas?

—Los profesores de los menores avisaron al jefe de recepción y este les abrió la puerta.

—La habitación tiene dos camas, pero están juntas. No es normal cuando es un viaje de estudios. Suelen estar separadas.

—Al parecer los dos chicos tenían algún tipo de relación, lo más probable es que juntaran las camas para estar más cómodos. Un grupo de sus compañeros los vieron irse de la fiesta solos, probablemente para subirse a la habitación.

—De la chica que sigue sin aparecer, ¿sabemos cuándo fue la última vez que la vieron?

—Nadie recuerda haberla visto después de la cena.

—Interroguen a todos los compañeros de clase de las víctimas y también a sus profesores. Por cierto, este hotel es bastante caro, ¿cómo es que un grupo de adolescentes puede permitirse venir a este hotel de viaje de estudios?

—El EIAR es un instituto elitista de Barcelona, son hijos de grandes empresarios, políticos, cónsules… Vamos, niños ricos.

—Ya me imagino que esos cristales rotos no son de una botella de agua.

—Por la etiqueta, es de una botella de whisky bastante caro y, por la cantidad de latas de Coca-Cola vacías, da la impresión de que se montaron su botellón particular. Probablemente compraran las bebidas en alguna tienda de souvenirs de la zona o algún chino que no pidan el carnet para vender bebidas alcohólicas a menores. Y esos restos de polvo blanco que hay sobre la mesita dudo mucho que sea tiza de la clase.

—Pues tampoco me cuadra que si son gente de tanto dinero quieran venir de viaje de estudios a Magaluf. A ver, que Magaluf es una zona que me encanta, pero no es Mónaco o Dubái. Vamos, podrían haber ido a otros destinos más de su posición social, ¿no?

—Pero es que Magaluf tiene algo que no tienen esos destinos tan chic que tú dices —respondió Iñaki.

—¿A qué te refieres?

—A Punta Ballena, ya sabes, novecientos metros de calle donde se reúnen miles de personas y donde podrán campar a sus anchas entre hooligans y demás guiris borrachos haciendo lo que les da la gana. Lo jodido es que la gente piense que Magaluf es la Punta Ballena, Magaluf es mucho más que eso, pero es lo que luego sale en las noticias, los desmadres de los británicos. Como les dicen algunos a sus hijos: «Ve a la Punta Ballena a hacerte un hombre».

—Pero esta gente ya hace lo que le da la gana, tú sabes lo que pasa en sus fiestas privadas, incluso siendo menores tienen todo el alcohol que quieren, hachís, marihuana, cocaína, éxtasis, sexo desenfrenado… No entiendo qué más quieren —insistía la sargento.

—Tú lo has dicho, para poder hacer todo eso lo tienen que hacer en sus fiestas privadas, fiestas privadas donde no hay límites, pero tienen un pero.

—¿A qué te estás refiriendo? —preguntó Antonia.

—El pero es que son sus fiestas privadas, como hemos dicho, reservadas a la gente de su clase, ya que ellos no se van a relacionar con otra gente que no sea de su poder adquisitivo. Así que están un poco cansados de emborracharse con los mismos, drogarse con los mismos, follar con los mismos, siempre la misma gente. Y venir a Punta Ballena les da la oportunidad de emborracharse con otra gente, ponerse hasta el culo de coca con otra gente y follar todo lo que quieran con otra gente —le reafirmaba Iñaki.

—Pero si, como dices, no quieren relacionarse con gente que no sea de su clase, ¿por qué aquí si lo van a querer hacer?

—Porque lo que no quieren es relacionarse con gente que les pueda reconocer o que el día de mañana puedan aparecer en sus vidas sabiendo sus secretos, así que no van a relacionarse con gente normal en Barcelona. Pero aquí lo que van a encontrar es a un montón de gente que mañana no sabrá ni lo que ha hecho —explicaba Iñaki a Antonia.

—Este hotel tiene cerraduras muy modernas en las habitaciones, de las que se abren con el móvil además de con la tarjeta de banda magnética. Hablaré con el director del hotel para que nos facilite el registro de aperturas de la cerradura y que la científica saque todo lo que pueda —comentó la sargento.

—Están trabajando en ello hace un rato ya, pero por aquí han pasado los empleados del hotel, los profesores, los sanitarios: el escenario puede estar bastante contaminado.

—Bueno, saquemos todo lo que podamos. De momento lo único cierto que tenemos es que dos adolescentes han sido agredidos y una adolescente sigue sin aparecer. Encima, niños de papá. ¿Sabemos si han hablado con los padres? —preguntó Antonia.

—Los menores están a cargo de Gemma Roca, que es su tutora en el EIAR. Hemos contactado con ella y nos ha confirmado que se ha encargado de hablar con los padres de los tres menores, que llegarán hoy mismo las tres familias a Palma en un jet privado y se dirigirán al Hospital Principal.

—Bueno, un trago menos, siempre es desagradable dar una mala noticia a los padres. De todas formas, quiero hablar con ellos lo antes posible, ahora voy al Hospital Principal a ver qué más nos pueden decir.

La sargento Borrás se dirigió al Hospital Principal en Palma capital, entró por la puerta de urgencias, se aproximó al mostrador y sacó su identificación de guardia civil.

—Buenas tardes, soy la sargento Borrás de la UCO de Palma. Han traído a dos jóvenes desde el Hotel Night Beach: Tania Cardona y Gerard Puig.

—Buenas tardes. Están ingresados en la UCI. Suba a la primera planta y nada más salir del ascensor, a mano derecha, allí hay un mostrador. Vaya subiendo mientras yo aviso de su llegada.

—Muchísimas gracias.

La sargento Borrás se dirigió al ascensor y subió hasta la primera planta. Al abrirse las puertas, se acercó al mostrador de UCI, donde ya le esperaba el médico responsable. De nuevo sacó su identificación para mostrársela al doctor.

—Buenas tardes. Sargento Borrás de la UCO. Necesito hablar con el doctor que ha atendido a los adolescentes que han traído del hotel de Magaluf.

—Soy el doctor González, yo he atendido a los jóvenes. Podemos pasar al despacho de UCI para hablar más tranquilos.

El doctor abrió la puerta de la zona de UCI, acompañó a la sargento Borrás hasta el despacho y le franqueó la entrada. Había una mesa y una silla en la que se sentó el doctor González; frente a la mesa se podían observar dos sillas más para atender a los visitantes.

—Tome asiento, por favor —le indicó el doctor a la sargento.

—¿Cómo se encuentran los chicos?

—Están fuera de peligro, sus constantes son prácticamente normales, pero siguen en un estado…, cómo decirlo, están en una especie de coma inducido, cosa que no debería ser posible por la cantidad de alcohol y cocaína que hemos encontrado en su cuerpo. La marca del cuello es sin duda de algo que les han inyectado. ¿El qué? Aún lo desconocemos, lo cierto es que nos tienen totalmente desconcertados. Sea lo que sea, es algo que les ha puesto el cerebro, por decirlo de alguna forma, al ralentí. Apenas lo suficiente para seguir respirando y poco más. Lo único que podemos hacer de momento sin poner en peligro sus vidas es suministrarles suero fisiológico a través de una vía. Ya he solicitado unos análisis de sangre más exhaustivos, pero tardarán unas horas, unas horas que serán a su vez críticas. El cuerpo poco a poco irá limpiando las toxinas y podremos hacer algo más, pero ahora mismo yo no me atrevería a decir cuándo podrían despertar. Quizá en unos días o quizá en unos meses, es imposible preverlo sin saber qué demonios les han inyectado.

—Los jóvenes fueron maniatados y amordazados, ¿hay heridas defensivas?

—En la chica no se observan, parece que fue maniatada sin oponer resistencia y no se observa tampoco marcas de haber intentado soltarse. El chico tiene algunas marcas de haberse resistido a ser atado y después tiene marcas de haber intentado soltarse.

—¿Hay signos de agresión sexual? —preguntó la sargento.

—Hay indicios de relaciones sexuales recientes, pero ningún signo de agresión. A priori yo diría que mantuvieron relaciones consentidas entre ambos.

—¿Alguna otra cosa extraña o fuera de lo común que haya podido observar?

—Ninguna otra cosa, no hay signos de maltrato aparte de las heridas en las muñecas mencionadas y las irritaciones en los labios debido al pegamento de la cinta con la fueron amordazados.

—Por favor, doctor, en cuanto puedan hablar necesitaré hacerles unas cuantas preguntas. No tiene ni pies ni cabeza todo lo sucedido. ¿Han comunicado los padres cuándo van a llegar?

—Vuelan en jet privado desde Barcelona. En teoría dentro de una hora como mucho deberían estar en la isla.

—Gracias, doctor. Si no le importa, me quedaré en la sala de espera de la UCI. Cuando lleguen y tengan la ocasión de hablar con usted, me gustaría hacerles unas preguntas. ¿Podré utilizar este despacho? Solo serán unos minutos.

—Por supuesto. Cuando los padres sean informados del estado de sus hijos, les avisaré de que quiere hablar con ellos.

La sargento Borrás se puso en pie y se trasladó a la sala de espera de UCI.

Aproximadamente una hora y media más tarde, la sargento Borrás pudo observar como llegaban los padres de Tania y Gerard, a quienes el doctor González hizo pasar al despacho.

Habían transcurrido no más de veinticinco minutos cuando el doctor González salió en busca de la sargento Borrás.

—Puede usted pasar, los familiares aguardan.

—Gracias, doctor, intentaré ser breve.

La sargento Borrás entró de nuevo en el despacho de UCI.

—Buenas tardes, soy la sargento Antonia Borrás de la UCO.

—Buenas tardes, somos Artur y Joana, padres de Tania.

—Buenas tardes, sargento, nosotros somos Miquel y Julia, los padres de Gerard.

—El doctor González ya les debe haber puesto al día de la situación médica de sus hijos. Sé que es un momento complicado, pero necesito hacerles unas preguntas.

—¿Qué podemos saber nosotros? —preguntó Julia, la madre de Gerard, con voz angustiosa.

—De momento estamos recabando toda la información posible y les repito que sé que es un momento delicado, con sus hijos ingresados en la UCI. Además, han tenido que tomar un vuelo privado desde Barcelona precipitadamente. Pero no olvidemos que, aparte de sus hijos, hay una chica desaparecida. ¿Saben dónde están los padres de Mireia?

—Se han ido directamente al hotel. Nos alojaremos allí todos mientras permanezcamos en la isla —respondió Artur.

—Son ustedes y los padres de Mireia gente bien posicionada, ¿tienen idea de alguien que podría querer perjudicarles de alguna forma? ¿Tienen algún enemigo conocido?

—Somos hombres de negocios, mucha gente querría hacernos daño o chantajearnos con tal de sacar dinero, pero no tengo idea de quién podría ser —respondió de nuevo Artur.

—Mireia es la compañera de cuarto de su hija, entiendo que deben ser buenas amigas —preguntó la sargento a los padres de Tania.

—Mi hija y Mireia son amigas desde niñas y son las mejores amigas —respondió Joana, la madre de Tania.

—Disculpe, sargento, pero creo que en lugar de andar perdiendo el tiempo haciéndonos preguntas absurdas debería estar ahí fuera buscando al cabrón que le ha hecho esto a nuestros hijos —le recriminó Miquel a la sargento usando un tono poco amable.

—Le aseguro que daremos con él, ella o ellos, pero necesitamos su ayuda, cualquier cosa que crean que pueda ayudar, por insignificante que les parezca. El más mínimo detalle puede ser el inicio de un hilo de donde tirar.

—Así lo haremos, se lo aseguro. Somos los primeros interesados en que atrapen al canalla que le ha hecho esto a unos críos —respondió Joana.

—Ahora tengo que ir al hotel para hablar con los padres de Mireia. Necesitamos cualquier información que nos pueda ser de utilidad en el caso.

La sargento Borrás salió del hospital, se subió a su coche y arrancó camino de Magaluf de nuevo. Cuando se incorporó a la autopista llamó a través del manos libres al agente Iñaki, que se encontraba aún en la habitación 412.

—Buenas tardes, sargento —respondió Iñaki a la llamada.

—¿Alguna novedad?

—Seguimos recopilando todas las muestras y pistas que encontramos, pero no vemos nada de momento que sea definitivo.

—Los padres de Mireia deben haber llegado al hotel. Por favor, averigua en qué habitación se alojan y diles que estoy de camino y que necesito hablar con ellos lo antes posible.

—Sargento, un detalle que antes no habríamos podido confirmar con tanta ropa revuelta y tanto lío: hemos observado que, así como el bolso de Tania estaba tirado por el suelo con todo su contenido volcado, no encontramos el bolso de Mireia. Es extraño que alguien se lleve a la fuerza a una menor de la habitación de un hotel y se preocupe por coger el bolso.

—Eso es bastante extraño. Si lo que quieres es llevarte a la chica para poder pedir un rescate, no perderías el tiempo en llevarte el bolso. Aunque puede ser tan simple como que la chica lo llevara tan fuertemente cogido que no lo soltara. Eso dando por supuesto que se la llevaran de la habitación del hotel.

—No hemos encontrado nada que corrobore o descarte esa teoría, así que seguiremos buscando indicios —aseguró Iñaki.

—Bien, estoy llegando al hotel para hablar con los padres de Mireia. Terminad de recopilar todo lo que podáis y habla con la científica para que nos faciliten lo antes posible toda la información que hayan podido procesar. ¿Se ha repartido ya la foto de la chica a todas las fuerzas de seguridad?

—Sí, hemos repartido varias fotografías a todas las unidades habituales, además del aeropuerto, aeródromos, puertos y puertos deportivos.

—Estudiaremos todo lo que tengamos mañana a las ocho de la mañana en el cuartel. Sé que es una putada, pero necesito que proceses todo lo que puedas para esa hora, y ve pasándome ya lo que tengas para que pueda echarle un primer vistazo esta tarde noche.

—Va a ser una noche de cafeína, sargento.

—Cualquier cosa que se te ocurra, sea la hora que sea, llámame. Estamos en las primeras veinticuatro horas y sabemos que son cruciales.

—Descuida, Antonia, este caso lo vamos a resolver como que me llamo Iñaki.

—Venga, voy colgando, que estoy llegando a Magaluf. Averigua la habitación y nos vemos en el hall.

La sargento Borrás llegó al hotel apenas unos minutos después de finalizar la llamada.

Se dirigió al hall del hotel y se encontró de nuevo con Iñaki.

—¿Has hablado con los padres? ¿Les has comentado que necesitamos hacerles unas preguntas.

—Sí, se alojan en la 815.

—Pues ya estamos tardando.

Ambos se dirigieron hacia un lateral del lujoso y moderno hotel. Mientras la música chill out sonaba por la megafonía, se abrieron las puertas del ascensor. Dejaron salir a unos huéspedes antes de entrar ellos.

Iñaki pulsó el botón para subir a la planta octava.

—No esperes que nos reciban con los brazos abiertos —exclamó Iñaki mientras el indicador de nivel aumentaba progresivamente hasta el número 8.

—No lo espero —respondió la sargento.

A la salida del ascensor giraron por el pasillo hasta la habitación 815.

Una vez frente a la puerta color cerezo, el agente Iñaki y la sargento se miraron uno al otro. La sargento frunció el ceño, levantó el puño y golpeó tres veces con sus nudillos.

La puerta se abrió y les recibió Oriol, el padre de Mireia.

La sargento borras se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y sacó su identificación como agente de la UCO.

—Buenas tardes. Sargento Antonia Borrás de la UCO. Soy la responsable de la investigación sobre la desaparición de su hija. Me acompaña el agente Iñaki Suengas. Necesitamos hacerles unas preguntas.

—Adelante, les estábamos esperando.

Los tres avanzaron a través del pasillo de la lujosa suite hasta llegar a la pequeña sala de estar donde se encontraba sentada en el sillón Aina, la madre de Mireia.

—Tomen asiento, por favor. Soy Oriol padre de Mireia.

—Yo soy Aina.

—Sargento Antonia Borrás y el agente Iñaki Suengas. Como ya le he comentado a su marido, estoy a cargo de la investigación sobre la desaparición de su hija y la agresión a sus dos compañeros.

—¿Tienen alguna idea de dónde está mi hija? —preguntó entre lágrimas Aina.

—Desgraciadamente no, pero necesito hacerles unas preguntas.

—Por supuesto, sargento, estamos a su disposición para cualquier cosa que podamos aportar a la investigación que permita recuperar a nuestra hija.

—Son ustedes personas de buena posición, al igual que los padres de Tania y Gerard. ¿Alguien se ha puesto en contacto con ustedes para solicitar un rescate?

—No, en absoluto, nadie ha contactado con nosotros —respondió Oriol.

—¿Tienen una idea de quién podría querer hacerles daño? ¿Qué motivos podrían tener para querer secuestrar a su hija?

—¿Bromea? Somos una de las familias más influyentes de Barcelona, mucha gente nos envidia o nos odia, pero lo que más quieren es nuestro dinero. Sin duda, esa gente quiere dinero y se lo daremos si es necesario con tal de recuperar a nuestra hija.

—Escúcheme bien, si contactan con ustedes para pedir un rescate, háganmelo saber de inmediato. No se les ocurra pagar sin contar con nosotros, no tienen ninguna garantía de que una vez esté efectuado el pago la vayan a liberar —insistió la sargento.

—¡Es mi hija! Decidiré yo lo que considere oportuno si llega el momento. No crea que me voy a quedar de brazos cruzados esperando que una sargento y un agente de la Benemérita encuentren a mi hija. Tengo detectives privados investigando para mí. Sea quien sea esa gente, no sabe con quién se está jugando los cuartos —exclamó con cierto enfado Oriol.

—No intervenga, señor Grau i Moncada, solo va a empeorar las cosas, aunque ya vemos que no nos vamos a entender. Le advierto que además podría ser constitutivo de delito.

—¿Hemos terminado, sargento? —exclamó Oriol, haciéndole saber a Antonia que no iba a quedarse esperando a ver pasar los acontecimientos.

—De momento. Buenas tardes. Vamos, Iñaki, aquí no tenemos nada más que hablar. Por el momento.

La sargento y el agente salieron de la habitación y se dirigieron por el pasillo de nuevo al ascensor.

—No ha ido tan mal, ¿no? —comentó Iñaki.

—Podría haber sido peor.

—Buen colofón a un jodido día de junio.

Bajaron en el ascensor hasta el hall y se dirigieron al aparcamiento del hotel.

—¿Sigue en pie lo de mañana a las ocho? Porque me va a tocar poner un poco en orden toda esta cantidad de mierda —preguntó Iñaki.

—Joder, lo dices como si fuera una cita. Y sí, mañana nos veremos a las ocho con las legañas en los ojos, pero este tipo de casos son los que me revientan, una cría desaparecida y nosotros solo podemos intentar encajar las piezas de un puzle para salvarle la vida.

—Mañana nos vemos, sargento —respondió Iñaki con una risa jocosa.

La sargento se subió a su vehículo y se marchó. Iñaki por su lado también abandonó el hotel.

Camino de casa, la sargento Borrás no podía dejar de darle vueltas a todo lo sucedido durante el día, pensando en la complejidad del caso que le había tocado resolver. Con la mirada perdida, conducía su vehículo como si fuera una autómata. Se pasaba una y otra vez la mano derecha por la cabeza, desde su frente hacia atrás llegando hasta la nuca y se masajeaba las cervicales, que le dolían fuertemente.

Al llegar a su domicilio entró descalzándose, ya que sus pies la estaban matando. Se dirigió al cuarto de baño, tomó una ducha caliente y se preparó un sándwich en su pequeña cocina en forma de isla de su pequeño apartamento en un barrio popular de Palma con vistas a la Catedral.

La sargento se sentó con las piernas cruzadas sobre un sofá poniendo el plato con el sándwich sobre la tapicería azul.

De su habitual mochila negra extrajo su ordenador portátil y lo colocó sobre una mesa baja que se encontraba frente al sofá del salón comedor. Clavó sus negros ojos en él sosteniendo con los dedos índice y corazón de su mano derecha un botellín de cerveza. Así se mantuvo unos segundos y, acto seguido, levantó la tapa del ordenador portátil diciendo en voz alta:

—¡Voy a por ti, cabrón!

3MGH Mireia desaparecida

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