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Capítulo 2

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CUANDO Dev se despertó ya había oscurecido. Por un momento no tuvo ni idea de dónde estaba, pero enseguida recordó los sucesos del día.

La oscuridad sólo quedaba rota por una vela colocada en el quicio de la ventana. Y su luz iluminaba a una chica.

Maggie.

De alguna manera, ese nombre calmó el dolor que sentía en la cabeza y en la pierna. Aquella era Maggie, la chica que le había salvado la vida.

No se parecía a ninguna otra mujer que hubiera conocido anteriormente. Esa tarde, con los vaqueros y un jersey grande, le había parecido más un chico, con muchas pecas, una nariz muy respingona y unos brillantes ojos verdes. Le había parecido que debía de tener unos quince años.

Pero esa noche… No parecía tener quince años. Parecía madura, serena y encantadora.

¿Encantadora? Sí, podía decir que sí. Pero lo era de una manera a la que él no estaba acostumbrado. Las mujeres con las que solía salir eran habitualmente hermosas, sofisticadas, y vestían muy bien. Esa noche Maggie llevaba una falda con vuelo que le llegaba a los tobillos, una blusa color crema y un chal tejido a mano, al parecer. Los rizos le caían sobre los hombros como una suave nube. Parecía como salida de un camafeo antiguo.

–Mirar fijamente es de mala educación –dijo ella entonces.

–Creí que había muerto y que había vuelto atrás en el tiempo uno o dos siglos –dijo él sonriendo.

Ella se levantó y se acercó a la cama, así que Dev añadió:

–Parece como si te hubieran sacado directamente de Jane Eyre.

Sorprendentemente, ella no se ruborizó.

–¿Te gusta mi falda? –le preguntó girando sobre sí misma–. Me la hice yo misma y estoy muy orgullosa de ello. Tardé mucho.

–Es preciosa.

Maggie sonrió.

–Sí, bueno, tal vez no lo sea. Es preciosa a la luz de las velas, pero está llena de fallos. Pero para ser un primer intento, no está tan mal y sólo me la pongo por las noches. Aquí no hay mucha compañía, así que no me la critican mucho. ¿Cómo te encuentras?

Dev se lo pensó un momento antes de responder.

–Fatal.

–¿Te duele la cabeza?

–No te preocupes por ella. Ya te dije que no me voy a morir en tu casa.

Luego, al ver la cara de preocupación de Maggie, añadió:

–Bueno, puede que no esté muy bien, pero ha mejorado.

–Me alegra oírlo –dijo Maggie sonriendo–. Puede que sea una buena enfermera, pero soy una pésima enterradora. La tierra por aquí es dura como la piedra. Me costó mucho hacer un hoyo cuando una de mis cabras murió, ¡y tú eres el doble de grande!

–¿Sí?

La idea de esa chica cavando tumbas en su rocosa isla era demasiado. Dev parpadeó e hizo un esfuerzo para volver a la realidad.

–¿Y Dominic? –preguntó ansiosamente–. ¿Cómo está? No parecía estar herido.

–Y no lo está. Sólo afectado. Ha cenado algo y ahora está dormido, con Lucy a su lado. Ha llorado un poco por su ordenador, pero Lucy es una buena medicina. Por esta noche he dejado a un lado los principios de enfermera, que dicen que no se deben compartir las almohadas con los perros.

–¿De verdad eres enfermera?

Maggie sonrió.

–¿Y por qué no lo iba a ser?

–Bueno, para empezar, porque no veo por aquí ningún hospital.

–Estudié en Melbourne. Y luego trabajé en obstetricia, pediatría, urgencias y psicología. En lo que fuera.

–Entonces, ¿por qué estás aquí?

–Este es mi hogar –dijo ella sencillamente–. Pero estudié para enfermera, y de eso voy a ejercer un poco ahora. Tengo que darte unos puntos en esa herida de la cabeza.

–Estás de broma…

–No te dolerá.

–Siempre dicen eso.

–¿Te refieres a los médicos?

–No, a la enfermera de mi colegio. Lo decía siempre que nos ponía inyecciones. Acabas de usar su mismo tono de voz.

–Nos lo enseñan en la facultad. Ahora vamos, deja que te cosa o llamaré a la caballería.

–¿A las cabras?

–No, a un helicóptero ambulancia. Pero ahora que lo pienso, las cabras son también una buena amenaza. ¿Qué te parecería tener treinta cabras en tu dormitorio?

Ella se inclinó entonces y abrió una caja al lado de la cama.

–Vamos, veinte puntos o treinta cabras. ¿Qué prefieres?

–No necesito veinte puntos.

–Dieciocho entonces. De verdad, hay que hacerlo y yo soy más que capaz. Si lo dejamos así, terminarás con una cicatriz de una pulgada de ancho. Debería haberlo hecho antes, pero habías dejado de sangrar y estaba preocupada por Dominic. Y tampoco quería hacer nada hasta estar convencida de que no te estabas muriendo de una hemorragia interna.

–¿Y no lo estoy haciendo?

Maggie sonrió.

–¿A ti qué te parece? Todavía me gustaría que te hicieran una radiografía, pero tus constantes vitales están bien. Te las he estado controlando cada cuarto de hora.

–¿Sí? ¿Qué constantes has estado controlándome?

–Bueno, si respirabas o no. Eso siempre es un buen comienzo. Pero tu tensión arterial también estaba bien…

–¿Me has mirado la tensión arterial?

–Sí. Te gustará saber que pareces estar tan fuerte como un caballo. Así que hice lo que querías y les dije a los chicos del helicóptero que no se molestaran en venir. Me lo agradecieron mucho porque tienen mucho trabajo con los accidentes de carretera. Al parecer, con eso de la huelga de pilotos, todos los locos del país están tratando de matarse con formas alternativas de volver a casa.

–¿Es eso lo que crees que soy yo? ¿Un loco?

–No tengo ni idea de lo que eres –dijo ella mientras preparaba la anestesia local.

–¿De verdad estás cualificada para hacer eso? –le preguntó él nerviosamente al ver la aguja.

–Soy muy buena costurera. Has sido tú quien ha admirado mi falda. Y ahora, yo no tengo ni idea de quién eres tú, ni tú de quien soy yo, pero tal vez tengamos que confiar un poco el uno en el otro. Así que relájate y déjame trabajar.

Él le hizo caso por fin y, cuando se tumbó de nuevo sobre la almohada, ella le preguntó:

–¿Puedo empezar ya?

–Sí.

–¿Confías en mí?

–No tengo más remedio.

–No –admitió ella alegremente–. Yo tengo el monopolio médico en esta isla. Puedo cobrar lo que quiera. ¿No te parece que está muy bien?

Cuando por fin terminó, Maggie respiró profundamente. La verdad era que, aunque había asistido a cientos de suturas, eran siempre los médicos quienes las hacían, pero no le iba a decir eso a Dev, para que se pusiera más nervioso todavía.

–Gracias, Maggie –le dijo él y se dio cuenta entonces de que ella había estado más nerviosa que él.

–De nada.

–Te lo agradezco.

–Espera hasta que te veas la cicatriz. Puede que no te haya hecho un zurcido muy limpio.

–Entonces te recordaré siempre que me mire a un espejo.

Maggie se ruborizó.

–No lo hagas. Necesitabas un cirujano.

Se pasó levemente los dedos por la herida aún anestesiada. Incluso él podía decir que estaba bien cosida, teniendo en cuenta que ella lo había hecho a la luz de las velas.

–Está bien. Dudo mucho que un cirujano, con anestesistas y en un quirófano, lo hubiera podido hacer mejor. ¿Es que no tienes electricidad aquí?

–Está un poco lejos para traer un cable desde tierra firme. Tenemos un generador, pero sin luces. La gasolina es demasiado valiosa para lujos como tener luz. Lo usamos sólo para los frigoríficos.

–¿Así que nos podemos tomar una cerveza fresca? –preguntó él.

–Sólo leche fresca –dijo ella sonriendo–. Lo siento, la cerveza no está en la lista de lo que se puede conseguir en esta isla. Puedo ofrecerte un whisky, pero incluso eso ha de esperar a mañana. No puedes tomar alcohol esta noche.

–No, señora.

–Te puedo ofrecer una taza de té.

Dev movió la cabeza, se estaba mareando y todavía tenía dolores. En parte, estaba reaccionando ante Maggie como lo estaba haciendo a causa del golpe, pensó. Le señaló el vaso de agua de la mesilla de noche.

–Con eso basta –le dijo–. No necesito más. Si no te importa…

–Te gustaría dormir –dijo Maggie ofreciéndole unas pastillas–. Tómatelas. Son analgésicos y te vendrán bien tanto para la pierna como para la cabeza.

–¿La pierna?

Casi se había olvidado de que le dolía la pierna.

–Tienes un gran rasponazo en la parte superior del muslo. ¿No lo recuerdas? Te quité los pantalones cuando te tumbé en la cama para echarle un vistazo.

–¡No me digas!

Maggie sonrió.

–Me dijiste que me fuera y que te dejara morir en paz, pero no podía hacerlo hasta estar convencida de que eso no iba a pasar. Así que llamé a Melbourne para decirles que estabais bien y luego volví para echarte un vistazo. Ya estabas casi dormido, así que no protestaste cuando te desnudé.

Dev se quedó boquiabierto. No se había dado cuenta hasta entonces, pero metió las manos bajo las sábanas y se encontró las piernas desnudas, el pecho desnudo…

Todavía tenía los calzoncillos y lo agradeció.

–Soy enfermera –le dijo Maggie sonriendo–. Desnudar a pacientes semiinconscientes es una de mis habilidades y, si te tranquiliza, estaban presentes Dominic y Lucy. Dominic se quedó muy impresionado con tu herida.

–Seguro.

Por lo que parecía, él iba a ser la última persona en ver su herida. Sintió la necesidad impulsiva de levantar las sábanas y echarle un vistazo, pero se controló. Miró de nuevo a Maggie y vio que seguía sonriendo. Estaba claro que se había imaginado lo que estaba pensando.

–Vamos, échale un vistazo.

–De eso nada.

Él era tímido, por Dios. No tenía la menor intención de aparecer semidesnudo delante de esa mujer…. ¡que lo había desnudado!

Maggie se rio al ver su cara y él se sintió más incómodo aún.

–Te dejaré la vela encendida cuando me vaya –le dijo–. Mira lo que quieras entonces, pero no te preocupes. Por cómo andabas al venir aquí, temí que te hubieras roto o dislocado algo, así que tuve que echarle un vistazo pero, aunque tiene un aspecto desagradable, el hematoma desaparecerá por sí mismo. Dale tiempo.

–Yo…

Maldición, estaba completamente desconcertado.

–No te preocupes, sólo duerme.

Ella se inclinó y lo arropó hasta la barbilla.

–Sólo duerme, Dev –añadió ella–. De momento estás a salvo. Mañana será otro día. Por ahora, duerme.

Y le sonrió, luego se llevó la vela de nuevo hasta el alféizar de la ventana y salió de la habitación.

Dev se despertó con el ruido del mar. No le dolía nada.

Nada absolutamente.

Se quedó completamente quieto un momento, para disfrutar de la falta de dolor. Abrió los ojos esperando que el dolor empezara de nuevo, pero no pasó nada.

Menos mal.

Quiso echarle un vistazo a la pierna, y eso sí fue un error. El dolor no había desaparecido por completo. Pero si se quedaba muy quieto…

Maggie debía haber vuelto en algún momento durante la noche, probablemente para comprobar cómo estaba. Bueno, pensó, todavía respiraba. ¿Qué más quería esa mujer? Había dos pastillas más y un vaso lleno de agua en la mesilla. Las tomó agradecido y luego se tumbó de nuevo y echó un vistazo a lo que lo rodeaba mientras esperaba a que las pastillas hicieran efecto.

Era una casa sorprendente, pero apenas se había dado cuenta de ello la noche anterior. Parecía antigua, con las ventanas viejas y sin cortinas. En las paredes había algunas grietas. Estaba escasamente amueblada, pero el sol entraba por los limpios cristales de la ventana, la colcha blanca de la cama de hierro estaba extremadamente limpia y el antiguo suelo de madera mostraba la rica pátina del tiempo.

Aquello era tan espartano que bien podía estar en un monasterio.

Había un bastón apoyado contra la cabecera de la cama. Supuso que era cortesía de Maggie. ¿Qué más era capaz de proporcionar esa mujer? ¿Un equipo de médico? ¿Muletas? ¿Pico y pala para cavar tumbas?

Sonrió y luego miró con cuidado el bastón. Tal vez lo intentara al cabo de unos minutos, cuando las pastillas hubieran hecho su efecto. Había ropa en el pie de la cama. Unos pantalones anchos de pescador y un jersey. ¡Cielo Santo! La organización de esa chica era sorprendente, pero él no estaba seguro de querer ir a ninguna parte.

No se oía nada, aparte del mar y, al cabo de un rato, lo encontró enervante. Tenía que surgir algún ruido de alguna parte.

Tenía que ir al cuarto de baño.

Ella no había pensado en eso, se dijo, y sonrió de nuevo. Si lo hubiera pensando, no se le habría pasado dejarle un orinal en la habitación.

Pero por suerte, le había ahorrado esa indignidad.

Los minutos pasaron y, por fin, se le calmó el dolor de la pierna. La movió para probar y no pasó nada. Por la ropa y el bastón, era evidente que Maggie creía que se podía levantar. No podía decepcionarla.

Maggie.

La verdad era que, si lo pensaba bien, esa mujer le había causado un impacto evidente.

Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le impresionaba así.

¿Mucho tiempo? Esa reacción no había sido sólo física, pensó al recordar el aspecto de Maggie a la luz de la vela la noche anterior. Su contacto… su olor.

La verdad era que no podía recordar haber sentido algo así por ninguna otra mujer. Lo que era curioso, porque a él le gustaban las mujeres bien arregladas.

El aspecto de Maggie estaba muy bien para una isla y estaba muy bien para agradar a un enfermo, pero en la vida real…

En la vida real, Maggie estaba claramente esperando que se levantara de la cama y un hombre tiene su orgullo, así que se decidió a hacerlo.

Le costó, pero al cabo de diez minutos estaba decente. Una vez salió de la habitación, la organización de Maggie se hizo evidente de nuevo, ya que una nota clavada en la pared de enfrente le indicaba dónde estaba ella, y que la cocina estaba a la derecha y el baño a la izquierda.

Pasó unos minutos muy malos en el cuarto de baño, mirándose al espejo y tratando de imaginarse cómo quedaría cuando se le bajara la hinchazón y si quería lavarse con el agua helada que salía del grifo. No había manera de poder afeitarse.

Por fin, salió de allí y, apoyándose en el bastón, se dirigió a la cocina.

Allí había esperado encontrarse a Maggie o a Dominic o, por lo menos, a Lucy, pero lo que se encontró fue a algo muy parecido a un gnomo viejo.

El anciano estaba sentado en un sillón al lado de la estufa de madera. Parecía tener unos cien años, pensó Dev. Pero los ojos con que lo miró estaban llenos de vida. Brillaban con la misma luz verde que había visto en los de Maggie.

–Bueno, bueno…

El gnomo no se levantó, pero lo recorrió de arriba abajo con la mirada.

–Así que estos son los restos que ha recogido Maggie. Yo soy Joseph Cray, el abuelo de Maggie. Usted debe de ser Devlin Macafferty, el padre del joven Dominic. El jersey y los pantalones que lleva son míos. Es una suerte que le vengan bien. Bienvenido a la tierra de los vivos, señor.

Le extendió una mano huesuda y Devlin se acercó para estrechársela.

–Gracias –dijo Devlin.

La mano era más fuerte de lo que se hubiera imaginado en alguien tan viejo. Firme y segura. Tal vez no fuera tan viejo como había pensado.

–Y gracias también por la ropa. ¿Ha dicho que soy los restos que ha recogido Maggie?

–Ha habido una mar muy dura los últimos días. Grandes vientos. Ayer Maggie dijo que, tan pronto como terminara con las algas iba a ver si recogía los restos que dejara el mar en la orilla. Y en vez de traer a casa un tronco de árbol o dos, lo trajo a usted.

–Lamento haberlo decepcionado.

Dev se sentó en otra silla al lado de la estufa.

–Qué se le va a hacer. Sólo usamos esos troncos como leña y Maggie me dijo que usted estuvo a punto de quemarse. Y que se había hecho un par de heridas. ¿Le duelen?

–No.

–Mentiroso –dijo el anciano animadamente–. Pero es joven y sobrevivirá. El pequeño tuvo más suerte.

–¿Dónde está Dominic? –preguntó Dev sin poder disimular la angustia.

–Me parece que a Maggie le ha costado lograr que se pusiera uno de sus chándales, pero cuando el pequeño vio que no era rosa, se lo puso. Supongo que andará por alguna parte de la isla con Lucy. Yo no me preocuparía. Un niño de su edad no se puede meter en muchos problemas en un sitio como este. Además, parece bastante inteligente y se ha ido con la perra. Lucy lo cuidará. ¿Tiene perro su hijo?

–No.

¿Un perro? No, no creía…

–No parece muy seguro.

–Ha estado viviendo con su madre.

–Ya veo, uno de esos hogares rotos –dijo Joseph–. ¿Y qué pasa? ¿Que su madre no lo quiere? Esa es la impresión que da. Parece como si Lucy fuera la cosa más fiable que hubiera visto desde hace tiempo. ¿Tiene hambre?

Dev parpadeó. Se notaba la ira en la mirada del anciano, pero no le estaba dando ninguna oportunidad de defenderse. Y… ¿tenía hambre?

Se dio cuenta de que se moría de hambre. El día anterior le había comprado una hamburguesa a Dominic en el aeropuerto, pero él no había comido nada. Llevaba veinticuatro horas sin comer nada.

–Eso pensaba –dijo Joseph y Dev frunció el ceño.

Ese anciano parecía estar leyéndole el pensamiento.

–Lo siento, pero va a tener que servirse usted mismo –añadió el anciano–. Ya sé que está herido, pero mis piernas no funcionan muy bien.

–¿Es este su bastón, señor?

–Llámame Joe –gruñó Joseph–. Todo el mundo lo hace. Joseph es para las presentaciones, bodas y funerales, pero últimamente no hay muchas bodas y todavía no estoy pensando en mi funeral. Y sí, es mi bastón, pero ahora no me sirve de mucho. Sufrí un ataque. Maggie dice que puede que vuelva a caminar, pero yo no estoy tan seguro. Dentro de nada empezará con eso de la recuperación y a darme órdenes, pero mientras tanto… Las sartenes están sobre la cocina, el beicon en la mesa, hay un par de huevos y pan en la alacena. Maggie me dijo que te dolerá, pero que lo podrás hacer si tienes bastante hambre.

Y la tenía. Dev se puso en pie de nuevo y empezó a cocinar moviéndose lo menos posible y apretando los dientes. Pero cuando se vio delante de un plato con huevos fritos, beicon y pan frito, su pierna había mejorado mucho. Se podía mover más libremente y con menos dolor.

De todos modos, cuando se sentó, se sintió aliviado.

Nada más hacerlo, Maggie entró por la puerta, se detuvo en seco y lo miró fijamente. Lo mismo que hizo él.

Ella iba como la había visto por primera vez. Con vaqueros y un chubasquero muy usado, sin calcetines y con unas zapatillas con un agujero por el que asomaba un dedo. Llevaba de nuevo el cabello recogido en un moño. La nariz respingona y las pecas la hacían parecer como si tuviera…

¿Catorce años?

–Tengo veintinueve –dijo ella sonriendo al ver la cara que había puesto.

Luego se acercó para servirse un café de la cafetera que Dev había puesto de nuevo al fuego. Finalmente se sentó a su lado en la mesa y le dio un trago a su taza.

–Perfecto –dijo–. Llevo una hora ansiando tomarme un café. Esa ropa te sienta muy bien. Con la ropa de trabajo caqui y esas heridas… Pareces recién salido de una película de guerra en la selva. Ah, y era eso lo que me ibas a preguntar, ¿no? ¿Qué edad tengo?

–Puede que no hubiera sido tan maleducado.

Dev seguía mirándola fijamente. No podía evitarlo. Esa chica era… ¿magnética?

–Estoy acostumbrada a que me lo pregunten –dijo ella alegremente–. A veces todavía he de enseñar el carnet de conducir cuando me voy a tomar algo con alcohol o voy al cine. Siento no haber estado aquí para hacerte el desayuno y calentarte el agua para que te pudieras lavar. Habría podido despertarte antes, pero me dio pena. ¿Ha cuidado bien el abuelo?

–Él se cuida solo, chica –gruñó Joe–. Y lavarse con agua fría no le hace daño a nadie. ¿Qué has hecho con el pequeño?

–Está con Lucy en la playa.

El rostro de Maggie se puso serio entonces.

–¿Pasa algo? –preguntó dev rápidamente.

Maggie agitó la cabeza, pero no volvió a sonreír.

–No, sólo que…

–¿Qué?

–No puedo hacerlo reír.

–Su madre no lo quiere –murmuró Joe.

Maggie lo miró fijamente, lo mismo que Dev. Esos dos eran muy intuitivos y rápidos de discernimiento.

–Yo no he dicho eso –protestó él.

–Pero es cierto –insistió Joe–. ¿No?

–Yo…

–Te lo digo yo.

–¿Por qué no lo quiere su madre? –preguntó Maggie mirando a Dev.

Mientras tanto, él trataba en vano de concentrarse en el desayuno.

¡Esos ojos!

–¿Por qué no os lo imagináis? –dijo–. A los dos parece que se os da muy bien eso.

–Son las algas –dijo Maggie riéndose–. Nos hace ser omniscientes. Pero eso no responde a la pregunta.

–Mirad, lo siento, pero no es…

–Cosa nuestra. No, pero si podemos ayudarlo…

–No es necesario que lo hagáis –dijo Dev–. De hecho, ya habéis hecho más de lo necesario. Nos habéis salvado la vida y nos habéis dado un sitio donde dormir. Pero ahora… tenemos que salir de vuestras vidas. ¿Podemos usar el teléfono…?

–Radio –le dijo Joe–. Aquí no hay teléfono.

–Radio entonces. Llamaré a un helicóptero para que nos lleve a tierra firme.

–¿De verdad? –le preguntó Maggie mirándolo a los ojos–. ¿Y cómo piensas hacerlo?

–Estoy seguro de que hay helicópteros de alquiler.

–Sólo hay dos con autonomía suficiente como para llegar hasta aquí –dijo Maggie–. Y no pongas esa cara. No es que tenga poderes sobrenaturales que me lo digan. Es que lo sabemos, vivimos aquí. Y créeme, cuando se vive aquí tienes que conocer muy bien cuáles son tus posibilidades de escapar en una emergencia. Si anoche hubiéramos pedido un helicóptero ambulancia, podríais haber salido de aquí inmediatamente porque era una emergencia, pero ahora… Les hemos dicho que estáis bien, así que tendrás que ponerte a la cola.

–¿Qué cola?

–Esta mañana llamé a Melbourne por radio –le dijo Maggie–. Sólo para ver cómo iban las cosas, por si querías que os evacuaran.

–¿Y?

–La huelga de pilotos ha afectado a todos los vuelos del país. Todo el mundo está como loco tratando de encontrar un medio de transporte y la huelga parece que va a durar hasta la semana que viene, así que los dos helicópteros de alquiler están ocupados hasta entonces. Me temo que deberías haber aceptado la ambulancia aérea anoche, porque ahora estáis anclados aquí durante el tiempo que dure la huelga.

Boda por amor

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