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Prólogo a la primera edición

UN CONFLICTO NACIONAL: MORISCOS Y CRISTIANOS VIEJOS EN VALENCIA

He aquí un título algo alarmante. ¿Tiene acaso sentido hablar de conflictos nacionales en el siglo XVI? Sin duda ya para los españoles de ese siglo, los moriscos eran «la nación de los cristianos nuevos», que contraponían a la de los cristianos viejos. Pero esa nación era, precisamente, anterior a la nación en armas de la Revolución, anterior a la revelación del cuerpo mismo de la nación que en el siglo XIX realizaron las escuelas elementales al llevar a las aulas de las más perdidas aldeas el mapa del territorio; anterior por lo tanto a los mitos que enseñaban cómo, antes de que hubiese hombres, las montañas y los ríos habían ya fijado para siempre los límites de una nación sobre un despoblado rincón del planeta. Anterior a la filología y la antropología orientadas en sentido nacionalista, anterior al imperialismo celta, o ligur, o nórdico, o mediterráneo. ¿Si se recuerdan aquí estas verdades demasiado evidentes es para concluir que, en efecto, entre lo que hoy llamamos nación y lo que así llamaba el quinientos no hay medida común? Concluir en ello sería acaso caer en el lazo tendido a quienes –muy justamente– buscan esquivar el anacronismo: el anacronismo al revés. La nación de los cristianos nuevos no era en todo caso anterior a la bonita historia del rey Tubal, el primer soberano de la España una (y ese florecer de legendarios héroes fundadores es, parece, uno de los aspectos más descuidados de la prehistoria del nacionalismo); Tubal, que como mito nacional puede sustituir excelentemente a cualquier paniberismo adaptado a las modernas conquistas etnológicas. No es anterior –ya se lo verá en las páginas que siguen– a la conciencia de la figura geográfica de España, protegida por sus fronteras naturales en los Pirineos y el mar. Todo esto es cierto; no es menos cierto que Tubal, que la figura de España dibujada por sus fronteras precisas sólo vivían en la conciencia de algunos eruditos, que una cultura aún no democratizada no les aseguraba las vastas masas de devotos y creyentes de que dispuso el nacionalismo del ochocientos. Y junto con esos primeros esbozos de nacionalismo laico, infinitamente más influyente que éste, tanto en la masa como en los grupos letrados, estaba la conciencia de la individualidad religiosa de España, que la separaba aún de las demás naciones cristianas, y mucho más evidentemente de los pueblos musulmanes.

Este conflicto nacional parece resolverse, entonces, en un conflicto religioso. ¿Por qué, entonces, no darle ese nombre que parece corresponderle me-jor? Porque en esta denominación hay implícito un equívoco aun más grave. Lucien Febvre ha destinado algunas de las páginas más hermosas de su Problème de l’incroyance a recordarnos cómo en el siglo XVI la religión iba entretejida en la vida entera de los hombres, presidía cada uno de sus actos importantes, daba sentido a toda forma de agruparse en colectividad. Toda la fuerza persuasiva de un gran historiador que es a la vez un escritor admirable se ha hecho necesaria para que reviva en nosotros, no como conocimiento teórico sino como conciencia inmediata de lo que significaba, esa dimensión ya perdida del hecho religioso. Dimensión esencial en el conflicto morisco, que no opone a una iglesia y algunos catecúmenos improvisados, sino a dos colectividades humanas.

Hablar aquí de conflicto nacional significa entonces, no más que esto: recordar que en Valencia hasta 1609 un tercio de la población integraba un grupo humano que tenía un nombre preciso, «la nación de los cristianos nuevos de moros del reino de Valencia». [1]Cristianos desde que, en 1519-1521 los rebeldes agermanados les hicieron escoger entre la conversión y la muerte, desde que, en 1526, el emperador los colocó con mayor eficacia ante un dilema apenas menos brutal. Cristianos de nombre, musulmanes de corazón; así lo aseguran eclesiásticos y seglares encargados de su conversión, y podríamos ver en estas afirmaciones tan sólo la voz de un celo que no se satisface fácilmente, si no fuese que otras voces mucho más despegadas y aun muchos hechos vienen a confirmarlas. He aquí un enorme problema, no el único sin duda que planteaba la singular estructura de la nación valenciana; sí el más agudo, sí el que hizo un problema de la subsistencia misma de la Valencia cristiano-morisca. La conversión debía cambiarlo todo, sustituir a la anterior Valencia colonial y abigarrada una nación unificada en la fe cristiana como en los modos de vivir y de sentir. Ilusión de un momento: lo que surgió de las convulsiones de 1519-1526 fue una nación igualmente dividida, igualmente quebrada, pero ahora los que dejaron de ser moros se hallan en perpetua falta, son incapaces de satisfacer todo lo que se exige de ellos. Incapaces desde luego porque no quieren, porque responden con fría hostilidad a un celo cristiano por otra parte de ley bastante dudosa. Pero también porque no pueden, porque esas exigencias son intrínsecamente contradictorias. Lo que se pretende es en suma asimilar a los moriscos al cuerpo de la nación cristiano-valenciana, y a la vez mantener la estructura social del reino, apoyada en una división jerarquizada entre cristianos y moros primero, entre cristianos viejos y nuevos después.

Los moriscos son, entonces, un grupo que se halla en una situación peculiar ante la religión que es oficialmente la suya, pero no se distingue tan sólo por ese hecho. Si leemos a los publicistas antimoriscos nos enteraremos de, cómo los crímenes de los cristianos nuevos desbordan el campo religioso; consisten por ejemplo en el uso de ciertas vestiduras excesivamente baratas y poco abrigadas, en la costumbre de ir en grupos por los campos, en un consumo desenfrenado de hortalizas. Que cosas tales puedan ser incluidas entre las culpas moriscas suele indignarnos o divertirnos; quizá hiciéramos bien en tomar en serio por un momento unas invectivas que nos están sugiriendo qué complejo haz de solidaridades y oposiciones se expresaba en la Valencia del siglo xvi en el lenguaje de un odio religioso.

Nos están sugiriendo además que el grupo morisco, grupo religioso sin duda, es también un grupo que ocupa un lugar muy preciso en la sociedad valenciana. No parece entonces prudente ocuparse de él sin tratar ante todo de determinar cuál era ese lugar. Tarea que implica a su vez la de trazar una imagen de la Valencia del siglo xvi, de esa economía y de esa sociedad en las que iba a inscribirse la curva del destino morisco. También eso se ha intentado en ese trabajo. He aquí una empresa no libre de riesgos, ante todo porque faltan los estudios previos que pudieran orientarnos. Tenemos, sí, para Valencia como para casi toda España, ese auxiliar valiosísimo que son los estudios de precios de Hamilton. Pero el auxilio que prestan es sobre todo negativo: la evolución de los precios en España –ha demostrado Hamilton– se representa por una curva que, si corregimos las variaciones de los ciclos decenales, se transforma en una recta que por espacio de ciento cincuenta años no se cansa de llevar el mismo rumbo. Es decir que la historia de precios no nos ha de dar respuesta ni orientación para entender los cambios sin embargo muy reales de la economía española desde los tiempos de Cisneros hasta los del Conde-Duque. O, para ser menos injustos, no nos ha de dar las que ahora vamos buscando: viene a decirnos cómo en ese siglo y medio el hecho capital es la entrada continua de metal americano, que suprime (¿o tan sólo enmascara?) para España las grandes crisis intercíclicas que sacuden a la economía europea. Pero precisamente porque es así, porque esas crisis no son registradas en estas curvas de rumbo tan serenamente igual, por eso en este caso no podrán sernos de ayuda. Con lo cual venimos a quedar aun más desamparados. Pero no por eso ha parecido lícito dejar de lado los problemas que planteaba la vida económica y social de Valencia en el quinientos: sin resolverlos previamente de alguna manera era imposible entender siquiera los términos en que se planteaba en esa Valencia y en ése siglo el problema morisco. Y puesto que así estaban las cosas, no pareció honrado dejarlos de lado en la exposición. Traerlos a luz implicaba sin duda exponer junto con hechos indudables desarrollos en parte conjeturales; pero no por no mencionarlos hubiesen estado menos presentes en este trabajo, la solidez o fragilidad de las soluciones propuestas no hubiese condicionado menos estrictamente la de la imagen total del problema morisco. A ese punto de partida indispensable sigue la tentativa de ver en qué forma los modos de vida y de cohesión social que caracterizaron a la Valencia: morisca se vinculan con la reacción de los cristianos nuevos ante su impuesto cambio de fe. Se ha querido, por fin, examinar cómo actuaron frente a ellos los cristianos viejos, qué complejo juego de acciones y reacciones condujo a la expulsión...

Este trabajo se ha realizado, en lo posible, sobre fuentes de archivo. En el de la Corona de Aragón (Barcelona) los legajos consultados pertenecen a la serie Consejo de Aragón; se encuentran allí, clasificados según un orden mixto cronológico y de materias por otra parte bastante laxo, informes expedidos por el Consejo o noticias que a él llegaban. Tenemos así, en volumen relativamente reducido, un cuadro bastante completo de lo que interesaba o preocupaba a la corona en un dado momento. Lo mismo puede decirse de la serie Estado-España a la que pertenecen casi todos los legajos consultados en Simancas. En ella ha sido posible hallar –gracias también a los excelentes catálogos– materiales muy abundantes acerca de la expulsión. En el Archivo Histórico Nacional de Madrid lo más directamente interesante es el depósito de la Inquisición valenciana; se han revisado allí los volúmenes de correspondencia entre el tribunal valenciano y la Central y una docena de legajos de procesos a moriscos (ordenados por orden alfabético).

En Valencia sólo pude trabajar durante contados días en el Archivo Municipal, cerrado durante el verano; fueron consultados allí los volúmenes correspondientes al período de la Valencia cristiano-morisca de la colección de Manuals de Consells y de crides, que dan buena idea de la vida municipal valenciana (aunque no contienen casi material directamente utilizable); y también los libros de Avehinaments (avecindamientos) para los años 1606-1611, que reflejan muy nítidamente las corrientes inmigratorias que convergían en Valencia. Una dura carencia en este trabajo es la ausencia de toda fuente eclesiástica. Ausencia inevitable: ocurre que los archivos eclesiásticos de la zona valenciana, y en especial el de la curia, han sido muy dañados durante la guerra. Menos he de lamentar el no haber recurrido al Archivo del Colegio de Corpus Christi (Valencia), tan rico en documentos acerca de la actuación del patriarca Ribera, fundador de la institución y artífice principal, en la opinión de muchos, de la expulsión de los moriscos. Pero era preciso elegir, y los documentos del Archivo General del Reino resultaban más directamente interesantes, ya que no se trataba de ningún modo de averiguar si al Patriarca corresponde el mérito (o ha de achacarse la culpa) de la expulsión. En el Archivo del Reino se han buscado materiales acerca de la estructura económica del grupo morisco y del reino todo. Para lo primero dan datos muy abundantes los «inventarios de bienes de moriscos» levantados luego de la expulsión: una docena de legajos llenos de cosas sobre los moriscos de realengo. Un atisbo sobre la organización señorial lo proporcionan las cuentas de bienes bajo secresto (embargados). Igualmente dan información sobre los vínculos económicos entre moriscos y cristianos viejos los registros de deudas y créditos de moriscos en el momento de la expulsión. Sobre la economía del reino en general dan datos más abundantes que fáciles de interpretar los registros de quema y peaje (quema, derechos que pagan las mercaderías entradas de Castilla, peaje, impuesto percibido sobre toda mercadería que entraba o pasaba por el término de un pueblo). Estos registros (muy incompletamente conservados) del comercio de una ciudad o una aldea valenciana pueden significar mucho o poco, y decir con signos iguales cosas muy diversas. Por ejemplo: a medida que avanzamos en el siglo xvi en todo el reino se comercia cada vez más con vino. ¿Aumento de la producción o del consumo? No serán los libros del peaje los que nos lo digan. Sin embargo su testimonio puede ser muy valioso, una vez tomadas las necesarias precauciones. Análogo interés ofrecen los «manifiestos de entrada de ganados», también ellos sólo saltuariamente conservados; aun así dan un testimonio cuya importancia no puede exagerarse acerca de la trashumancia en el reino y sus fronteras, en especial las aragonesas.

Papeles todos reunidos en la sección de Cuentas del Maestre Racional. De las demás del Archivo del Reino se han seguido en el Archivo del Real las actas de las reuniones del brazo militar (señorial) de las Cortes valencianas, en las que se refleja muy fielmente el punto de vista de los señores, tan vinculados por sus intereses a los moriscos. La correspondencia de los virreyes (Communia lugartenencia Felipe II y III) fue revisada para ciertos años particularmente importantes en que se podía esperar encontrar algo utilizable; se trata de una masa muy vasta de correspondencia sobre temas muy variados; su revisión completa era imposible. En el archivo de Generalidad fueron recorridos los legajos correspondientes al impuesto de la seda; los datos que en él se conservan son demasiado saltuarios para poder utilizarlos; lo más valioso que allí puede encontrarse es sin duda la encuesta de 1580 sobre las causas de la decadencia de la industria textil valenciana. La revisación de la muy vasta colección de Protocolos de notarios (no catalogada) permitió comprobar que no se hallaban en ella los libros de los notarios ante los cuales los moriscos registraban sus pactos (cuyos nombres nos han sido conservados en los registros de deudas entre cristianos viejos y nuevos); tampoco se las encuentra en la rica colección de protocolos del Colegio de Corpus Christi, cuyo catálogo pude consultar.

Tales fuentes de archivos fueron completadas con otras impresas; la bibliografía que va al final de este trabajo las detalla; no parece, sin embargo, inútil una alusión más detenida a alguna de ellas.

Habría que poner en primer término La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II. Porque el libro admirable de Fernand Braudel no sólo permite ubicar suficientemente a Valencia en su marco mediterráneo, no sólo plantea, en breves páginas penetrantes, los problemas fundamentales de la situación morisca, y en particular el de la clase dirigente, no sólo aporta nuevos hechos y nuevos interrogantes; ofrece ante todo un ejemplo, el de una historia más rica y luminosa, más libre y a la vez más rigurosa.

Han faltado en cambio a este trabajo otros apoyos más inmediatos, otros planteos del problema aquí encarado que sirviesen útilmente como sistema de puntos de referencia. Lo que no significa que no haya sido posible recoger materiales abundantes en obras muy diversas. Ante todo, los cronistas y escritores contemporáneos de la expulsión (Viciana, tan curioso de realidades; Escolano; Bleda y el aragonés Aznar de Cardona, admirable por esa su prosa tersa en que dice las cosas más enormes). Luego esas dos obras maestras de la Ilustración valenciana: el tratado jurídico de Branchat y sobre todo la Descripción del clé-rigo y botánico Cavanilles. Y junto con todo eso el libro de D. Pascual Boronat y Barrachina, Los moriscos españoles y su expulsión (Valencia, 1901). Sería ingratitud censurar con excesiva severidad el libro de Boronat, al que tanto deben todos cuantos se han ocupado de moriscos. Pues a esa obra, sin duda absurda, fruto de una erudición más vasta que ordenada, capaz por otra parte de convivir con las más sorprendentes ignorancias, acompaña un nutridísimo apéndice de documentos (tomados en buena parte de archivos privados difícilmente accesibles), aún hoy la mejor introducción para quienes quieran estudiar el problema morisco. Esa documentación completa muy felizmente la de los archivos públicos (salvo el de Simancas, Boronat no creyó necesario recurrir a ellos) y aquí se la utilizará muy abundantemente.

Así se ha llevado a cabo este estudio, y si no se presenta aun más limitado y defectuoso, ello se debe a muy variados auxilios. El de don Claudio Sánchez-Albornoz, que de lejos y de cerca lo orientó con muy útiles consejos e indicaciones preciosas. El del profesor Fernand Braudel, de sus enseñanzas en la École Pratique des Hautes Études, y la afectuosa paciencia con que siguió mis primeras tentativas de entender el problema morisco, aspectos todos de una deuda más grande.

Debo agradecer también al Centre National de la Recherche Scientifique (París) cuya ayuda hizo posible el examen de los archivos españoles. Y a los funcionarios de esos archivos, en especial los del Archivo del Reino de Valencia, y su incomparable secretario, D. Manuel Dualde. Estoy también en deuda, por razones diversas, con D. Miguel Bordonáu (Madrid), los profesores Leopoldo Piles y José Camarena Mahiques (Valencia), Miguel Gual Camarena, cuya colección de cartas pueblas, aún inéditas, he podido consultar, Juan Regla (Barcelona), que me comunicó un trabajo suyo, entonces inédito y hoy publicado en Hispania, sobre moriscos. Y con mi amigo José Gentil da Silva (París), con quien prefiero no contar mis deudas.

[1] No significa, por lo tanto, tomar partido en la prolija disputa acerca de si el problema morisco y la expulsión que a su manera lo resolvió tienen fundamento religioso o político-nacional; más adelante se intentará mostrar que la disyuntiva es en sí misma absurda, y si se la plantea tan frecuentemente es porque se proyecta sobre el siglo de oro conflictos característicos de la España del ochocientos.

Un conflicto nacional

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