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Capítulo uno Dos identidades

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¿Qué quiere decir la Biblia cuando llama a Jesús “el Hijo de Dios”?

Oh, ¡no! ¿Va a ser esto uno de esos aburridos ejercicios teológicos?

Pues, no.

En realidad, si aceptas seguirme en este corto viaje hasta el final, te aseguro que la recompensa valdrá la pena. Puede que incluso te conmueva profundamente la belleza del carácter de Dios y te asombre la extraordinaria genialidad del texto bíblico. Incluso si encuentras aburrida a primera vista la pregunta anterior, te prometo que el tiempo que vamos a pasar juntos no te aburrirá en lo más mínimo.

En primer lugar, debes saber que esta pregunta ha desafiado a los estudiantes de la Biblia durante casi dos mil años. No es una nuez fácil de romper. Los eruditos en teología siempre han estado intrigados y desconcertados por este tema. Y es fácil ver por qué. Apoyándose en la premisa bastante convincente de que la Biblia llama a Cristo “el Hijo de Dios”, diversas voces han surgido a lo largo de la historia de la iglesia, insistiendo en que, para llevar con propiedad un título como ese, él no podría preexistir sin un punto de comienzo, ni podría coexistir eternamente junto a un Dios de quien es “Hijo”. La lógica, insisten, impide que un hijo coexista cronológicamente desde siempre con su padre.

Difícilmente puedas rebatir ese argumento. Nuestra comprensión normal del término “hijo” incluye la noción de nacimiento, y la Escritura dice que Jesús fue “engendrado” y que nació. De modo que, normalmente, ser “hijo” implica un punto de origen, un comienzo. Si Jesús es llamado “Hijo” de Dios, ¿no se deduce que debió haber sido engendrado por Dios y que, por lo tanto, tiene un punto de partida como persona distinta del Padre? Es indiscutible que esta perspectiva tiene su lógica.

Así que, quiero decirles a los partidarios de este punto de vista que no van encontrar de mi parte ninguna actitud irrespetuosa o despectiva. Yo estoy de parte de los estudiosos que usan su cerebro. Como dijo Galileo, “no me siento obligado a creer que el mismo Dios que nos ha dotado de sentido común, razón e inteligencia pretenda que renunciemos a su uso”. Felicito a quienes procuran ser lógicos y coherentes.

Pero, sobre la base de su honestidad y lógica, les pido que tomen en serio lo que vamos a explorar sobre el tema, porque creo que van encontrar profundamente convincente el enfoque de este libro. De hecho, me atrevo a afirmar que lo que estamos a punto de descubrir acerca de la filiación de Cristo es una verdad tan obvia que, una vez que la veas, no podrás perderla de vista. Soy consciente de que esta es una gran pretensión para este pequeño libro, pero, por favor, permíteme que lo intente lo mejor que pueda, al acompañarme hasta la última página. Y haz lo que quieras, pero no te saltes nada. Sigue el texto en orden, porque, en nuestro tratamiento del tema, cada pieza de cada cuadro es vital para comprender la siguiente, y esta para la siguiente, y así sucesivamente hasta el final.

No importa quién seas, ni la posición que hayas tomado acerca de la filiación de Cristo, sin duda has percibido la tensión y la complejidad del tema, tratando de encontrar sentido a dos afirmaciones bíblicas aparentemente contradictorias.

Por un lado, la Biblia llama a Jesús “el Hijo unigénito de Dios” (Juan 3:16) y describe que él ocupa una posición subordinada al Padre (Juan 14:28; 1 Cor. 15:27, 28).

Por otro lado, la Escritura también dice que Jesús es “en forma de Dios”, insistiendo en que él comparte “el ser igual a Dios” (Fil. 2:5, 6) y que él es quien “hizo” todas las cosas que fueron “hechas”, situándolo, por contraste, en la categoría de los seres no creados (Juan 1:1-3). Cristo es llamado incluso “Padre eterno” (Isa. 9:6), el eterno “yo SOY” (Éxo. 3:14; Juan 8:58), y “el Todopoderoso” (Apoc. 1:8).

La tensión entre las dos identidades salta a la vista.

La solución debe ser coherente con ambas afirmaciones… y digna de nuestra admiración.

Jesús, el Hijo de Dios

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