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Callejón sin salida: una novela de suspenso

La selección juega su última oportunidad para ir al Mundial 2010 y un periodista deportivo titula de este modo su comentario radial: “Un nuevo capítulo, el último, en esta larga novela de suspenso”. En un prospecto, un medicamento se describe como una suspensión, y lo que vemos en el frasco son pequeñas partículas sólidas que parecen detenidas (suspendidas) en un líquido, sin que terminen de caer. En un blog sobre pseudo-pensamiento filosófico, un cibernauta guatemalteco nos envía este mensaje a través de la web: “La vida es como una novela de suspenso, porque si queremos llegar al final, debemos seguir y no detenernos en la lectura, esperando siempre, sorpresa tras sorpresa”.

El diccionario de la Real Academia Española dice que el suspenso o suspense (palabra que proviene del francés y esta, a su vez, del inglés) es la “expectación impaciente o ansiosa por el desarrollo de una acción o suceso, especialmente en una película cinematográfica, una obra teatral o un relato”. Y que algo está “en suspenso”, cuando su resolución se ve diferida, retardada.

La RAE define ajustadamente las palabras que usamos con frecuencia y de un modo espontáneo, sin prestar demasiada atención a su significado: la espera impaciente, la ansiedad que produce lo que va a ocurrir pero que no termina de suceder.

Expresiones como “vamos a ponerle un poco de suspenso a tal o cual cosa”, apoyadas con puntos suspensivos y onomatopeyas (chachán- chachán, o tatán-tatán) forman parte de nuestra comunicación cotidiana y nos remiten permanentemente al campo de la literatura, del cine y de la televisión, en los que el suspenso es un género. Boletines en los que se recomiendan libros o se informa sobre sus ventas, cualquier guía de programación de TV y la cartelera clasifican muchísimos libros, películas y series como una combinación de suspenso o thriller con acción, aventura, misterio, intriga, terror, ciencia ficción, romance, comics y hasta humor. Sin duda, el suspenso forma parte de los géneros predilectos del público (lector o espectador). Pero, ¿de qué se está hablando cuando se habla de suspenso?


El suspenso y sus formas

El Diario Las Américas.com, un periódico hispano publicado en Miami, saca una crítica y la titula: “La esclava Isaura: novela de suspenso”. Se refiere a una telenovela transmitida en Argentina no hace mucho tiempo y comienza así:

«Casi siempre, cuando los productores de una telenovela deciden alargarla para complacer el interés de las grandes cadenas televisivas, al final consiguen extender los ratings a costa de la impaciencia del público. Sin embargo, ese no es el caso de la teleserie brasileña La esclava Isaura, (…). De hecho, en sus últimos capítulos, ha surgido una situación tan interesante como si se tratara de una buena película de suspenso.

»Durante dos semanas, el tema de discusión en los descansos para el café en las oficinas es quién mató al crápula de Leoncio, el villano de la serie. Y es que resulta que al hacer una lista de los personajes que en la teleserie podrían tener motivos para matarlo, se pueden contar hasta 16 sospechosos. Es decir, casi todos los personajes de la novela.

»De esta forma, el escritor y el equipo de producción no solamente consiguieron estirar la serie, sino que han despertado en la teleaudiencia el interés de una película de Hitchcock, con todos los ingredientes de dos nuevos crímenes que contribuyen a aumentar la incógnita para descubrir al verdadero criminal, entre los que los más posibles son mujeres. (…)».

El suspenso, sin duda, es el mayor logro al que pueden aspirar una serie televisiva o una telenovela. Estos formatos audiovisuales tienen la capacidad para hacerlo: su estructura (división en capítulos transmitidos diaria o semanalmente) y su extensión les dan el tiempo y el espacio necesarios para “suspender”, en el sentido que da el Diccionario de la RAE, el desarrollo de una historia, creando de ese modo intriga acerca de su resolución. La crítica del Diario Las Américas deja en claro que, sin embargo, pocas veces se logra esto.

Pero fuera de los intentos malogrados, recordemos a Lost, un ejemplo de serie de suspenso. Desde su inicio se plantea un misterio y, a lo largo de sus capítulos, con cuentagotas, tanto los personajes como los televidentes van encontrando (más que averiguando) información que lo devela parcialmente. Pero eso sí, a medida que esto ocurre, siempre aparecen nuevos misterios que sorprenden a los protagonistas y los ponen en peligro.

A diferencia de estos formatos, el cine cuenta con menos tiempo para desarrollar y “suspender” la acción. Pero lo que pierde en desarrollo verbal de una historia, lo recupera en el efecto que producen las imágenes. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pongamos en duda las cantidades pero reconozcamos que, en la creación del suspenso, una buena imagen o la dosificación o enfoque de una imagen valen tanto como muchas palabras. Y el sonido también aporta lo suyo.

Algunos directores de cine ganaron su fama como “maestros del suspenso” y el más grande, sin duda, fue Alfred Hitchcock. En películas como Los pájaros, Psicosis, La ventana indiscreta o El hombre que sabía demasiado, Hitchcock logra sorprender ubicando la cámara en un lugar insólito pero que le da mucha fuerza a la escena. Además, se muestran y se habla de determinados elementos que parecen centrales en la historia y que, finalmente, carecen de importancia: con ellos se distrae la atención del espectador. Al respecto, cuentan que Hitchcock se jactaba, al dirigir una película, de manipular al público antes que a los actores.

En su cine, como en el de otros grandes directores del género suspenso, se valora la capacidad para inquietar, valiéndose de la suspensión de las resoluciones y no de falsos trucos, como un grito, un golpe de música o un corte abrupto y sin justificación. De ese modo, el misterio se descifra lentamente, para que aumenten las preguntas que se hace el espectador quien espera saber en qué momento va a suceder algo terrible y revelador.


El suspenso en la literatura

Alguien está a punto de comenzar la lectura de una novela de suspenso. La escena no es nueva. Durante el siglo XIX y el XX, este subgénero narrativo hizo las delicias de los, por entonces, voraces consumidores de literatura. ¿Y qué sucede en la actualidad? Sin duda el éxito de las novelas de Stephen King, extensas, misteriosas y terroríficas, o el de las más recientes del autor sueco Stieg Larsson (Milenium I, II y III) y de muchísimas más nos permite decir que el gusto por este tipo de historias no ha cambiado.

Podemos buscar una explicación de su éxito en una entrevista realizada por la cadena inglesa BBC, en 1966. En ella, Hitchcock, que además de ser el gran maestro del cine de suspenso fue un importante cuentista, explicó lo que él llamaba “el juego de poner al público en el lugar de la víctima”. Se refirió a la historia de la madre que cura el hipo de su bebé dándole un susto, y afirmó que el niño que experimenta esa relación entre el susto y el alivio, pronto desarrolla una adicción al miedo. “Ese mismo bebé va al columpio y quiere hamacarse cada vez más alto. De allí pasa a la montaña rusa y de allí a la casa encantada”, dijo. Según Hitchcock, todo el mundo disfruta de “un pequeño susto”.

En la literatura (como ocurre en el cine o en la televisión con el espectador), el suspenso produce una sensación física en el lector. La inquietud, la ansiedad por no saber se sienten en la boca del estómago. El suspenso acelera el corazón. Siempre se apoya en el misterio: lo que desconocemos se oculta, se muestra parcialmente, parece negarse y vuelve a mostrarse de a poco, muy poco. Y el lector es atrapado por ese procedimiento: está suspendido de los hilos de una historia que un hábil narrador mueve a su antojo. Al respecto, Ian Fleming, el famosísimo autor de todas las novelas de James Bond aconseja:

«No puede permitirse que nada interfiera con la dinámica esencial de una novela de suspenso. No puede haber nombres ni relaciones complicadas, ni tampoco viajes o geografías que confundan o irriten al lector, el cual no debe preguntarse nunca dónde estoy, quién es esta persona, qué demonios están haciendo. Y sobre todo deben evitarse las escenas en las cuales el héroe rumia acerca de su mala suerte, revisa su lista de sospechosos o reflexiona acerca de lo que debió haber hecho o de lo que se propone hacer a continuación. Por todos los medios, escoja la escena o enumere las medidas de la heroína tan amorosamente como quiera, pero, al hacerlo, asegúrese de que cada palabra que escoja interese o haga titilar al lector antes de lanzarlo a la acción».

Entonces, Fleming, Hitchcock y todos los grandes autores del género coinciden: en el suspenso, el lector (ustedes, que están a punto de leer una novela de suspenso) juega un papel central. El éxito está en manejar su atención, en engañarlo con falsas pistas que parezcan develar el misterio pero que no lo hagan, en mantenerlo siempre expectante.

En una entrevista, el escritor Guillermo Martínez, autor de la novela de suspenso Crímenes imperceptibles –llevada al cine con el nombre de Los crímenes de Oxford en una pobre adaptación–, habla de novelas actuales y de clásicos del suspenso como Otra vuelta de tuerca de Henry James, Drácula de Bram Stroker, Extraños en un tren de Patricia Highsmith, Misery de Stephen King o El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, que tienen un estilo muy elaborado, búsquedas de un lenguaje personal y atmósferas muy diferentes. «Me parece –dice– que, justamente, cuando aparece un drama, un elemento de suspenso, una intriga (…), en el pacto entre el escritor y el lector hay inmediatamente una segunda dimensión. Y que es la dimensión de que todo se debe leer bajo sospecha. Hay una densidad y una especie de segunda dimensión en la que el lector tiene que leer obligatoriamente entre líneas. De esa manera hay un quiebre de la relación del principio ingenuo que aparece en primer plano y el lector está forzado a entrar en un pacto de inteligencia para tratar de descubrir lo que está por detrás. Eso fuerza al lenguaje del escritor a la doble tarea de iluminar y ocultar: revelar y disimular. Si se pensara pictóricamente, las novelas de suspenso son de claroscuros. Prácticamente de penumbras. Donde se atisba pero no se llega a ver del todo. Esto, necesariamente, lleva a una serie de cuidados, de estrategias del lenguaje, en la manera que las palabras parecen indicar una cosa pero en el fondo se guardan o reservan un segundo filo».

La novela que Wilkie Collins y Charles Dickens escribieron hace más de un siglo y que ustedes van a leer requiere de ese trabajo del lector del que habla Martínez. Tendrán que descubrir en ella lo que está detrás de las palabras; tendrán que leer bajo sospecha lo que parece simple e ingenuo; tendrán que develar, a lo largo de la lectura, lo que las palabras disimulan. Deberán descubrir, en definitiva, el doble filo que esconde lo que se dice en toda gran obra de suspenso.


Callejón sin salida

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