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3 La conferencia

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Los Hindúes del desierto hacen promesa de no comer pescado



Las primeras reuniones giraban en torno a aquella cuestión sensible, y en grupos peque­ños se discutió vigorosamente. Las conversa­ciones ya habían puesto en evidencia las difi­cultades que puedan surgir si alguien se atreve de llamar a un dios para un tribunal, in­cluso tratándose de un dios menos impor­tante, como era el caso aquí. Sin embargo, todos los participantes de la conferencia mostraron rostros preocupados, y realmente no se alcanzó una atmosfera relajante en las filas de los inmortales.


Brahma, Zeus y Hermes estaban sentados a la mesa tomando néctar y ambrosía, y ellos hablaron sobre el primer caso verdadera­mente complicado en la historia de los dioses. Todos los tres con caras serias. Finalmente, Brahma se levantó y dijo:


Como todos son dioses, naturalmente es difí­cil juzgar a otro dios en un caso excepcional. Pero ¿qué debemos hacer? Nosotros no po­demos dejar del lado esta solicitud, para no perder nuestra credibilidad entre los mortales!


Solamente en segundo plano todavía era de considerarse: ¿Quién sería el juez? También sobre este tema hablaron los dioses en pe­queños círculos, pero mismo esta pregunta incluía el tema de la aprobación de la acusa­ción contra alguien, por decirlo así, de la pro­pia profesión.


Sobre esta cuestión personal fue debatido menos intensamente, y dentro de un plazo relativamente corto, una clara tendencia era previsible. En soma, todos concordaron que Zeus debería ser el juez. El argumento prácti­camente común era: Él ya es el actual presi­dente de la confederación divina y definitiva­mente eso, debía ser parte de las responsabi­lidades del cargo.


La mayor dificultad sería la elección de los siete jurados, esto dio origen a discusiones interminables y Zeus pronunció el problema:


La tarea requiere que estos jueces sean inde­pendientes y libres. Así pues, ellos no podrían ser dioses.


Los Africanos pensaron en dar la tarea a los demonios, pero esta idea, en la opinión de la mayoría, fue rápidamente descartada. Los dioses encontraron esa idea muy peligrosa, ya que aquellos podrían ser demasiado feli­ces de jugar una mala pasada a cualquier dios: No, ellos ciertamente no servirían.


Y los mortales? Eso sería una posibilidad, dijo Brahma, pero el problema con ellos puede ser que se aferren demasiado a sus creencias y tienen mucho miedo de sus dioses.


Wotan opinó: Ellos no se atreverían a decir un juicio! A no ser que haya algunos que no les importan los dioses, estos tal vez puedan ser creíbles y confiables.


Después de pesquisar mucho, Hermes se le­vantó, tomó la palabra y dijo: Yo sé que sí existe un tipo de humanos que ni siquiera se preocupan por dioses y sus religiones. Se llaman ateos!


Sabiendo de la existencia de mortales que no creían en dioses, en ninguno de ellos, dio es­calofríos en la mayoría de los inmortales, pero concordaron en que estos son los únicos que no se dejarían influenciar por prejuicios o por creencias.


En círculos pequeños los dioses se retiraron durante una hora en grupos de trabajo inter­nacionales. Esta vez fue Wotan que, con pa­pel y lápiz caminaba de un grupo a otro to­mando notas sobre el procedimiento de las discusiones. Zeus miró al reloj, soltó un mini flash y así terminó la iniciativa de los grupos de trabajo.


Al concluir de la apariencia de las caras bas­tante relajadas, era muy probable un resul­tado de un acuerdo común. Wotan con su voz poderosa pidió silencio intentando proclamar el resultado para todos:


Señoras y señores colegas, he observado con mucho cuidado esa discusión de una hora, antes de nuestra conferencia real, y yo creo que les puedo anunciar una clara opinión ma­yoritaria. Para las señoras y los caballeros di­vinos lo siguiente quedó muy claro:


El veredicto del jurado debe ser prudente, dijo él, lógico y bien pensado. La sentencia debe convencer a toda la comunidad divina. Por lo tanto, por favor, escuchen mi propuesta: Aparte del hecho que los jurados deben ser ateos, ellos también todavía deberían ser filó­sofos que están realmente preocupados por las cuestiones metafísicas. Entonces voy a solicitar: Los siete miembros del jurado de­berían ser mortales, ¡además ateos y filóso­fos! Después de que los intérpretes tradujeron la solicitud a sus dioses, hubo un murmullo general, especialmente los Africanos rezonga­ron un poco, muchos fruncieron el ceño, pero con la abstención de los Africanos, los votos resultaron casi unánimes.


El tenor general: Que deben ser mortales, bueno, probablemente no había otra posibili­dad. Sin embargo, ¿ateos y filósofos tam­bién?


Brrrrrr. ¡Qué idea horrible!


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