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Capítulo 3

Las paradojas cognitivas de las tecnologías de la información*

De las utopías de la posmodernidad, la sociedad del conocimiento es la más mediática y popular. Los expertos dicen que se trata de una nueva dimensión del saber, alimentada por las tecnologías de la información, llena de oportunidades increíbles, donde prosperan start ups, proyectos indie y makers por doquier, y donde se goza de nuevas herramientas intelectuales, como la inteligencia artificial. Un contexto cuyos procesos parecen originar una revolución de época en términos de creatividad, innovación, democracia, libertad y abundancia cultural y material. Pero la lógica económica y la dinámica acelerada de la tecnología genera, como he mostrado en los capítulos anteriores, sobreproducción material e intelectual, exceso de datos, saturación de la comunicación y contaminación cognitiva; se trata de fenómenos que, como muchos autores finalmente han comenzado a señalar1, revelan las contradicciones del sistema y hacen dudar de los beneficios culturales y sociales aclamados por los utopistas digitales.

En este capítulo trataré de profundizar, mediante una crítica filosófica, sobre las conexiones entre las tecnologías de la información y las tensiones filosóficas de la sociedad posmoderna. Estas conexiones, cuyos problemas se enfatizan por la lógica del mercado, se podrían explicar trabajando tres distintas hipótesis: a) que la cultura posmoderna inhibe la creatividad, la diversidad y la independencia intelectual por sus fundamentos nihilistas y tecnocéntricos; b) que el modelo neoliberal del desarrollo tecnológico lleva a la formación de monopolios empresariales y epistemológicos; c) que las estructuras de los medios digitales, contrariamente a la retórica de Silicon Valley, son responsables del deterioro de los paisajes culturales tecnológicos.

Para verificar todo esto, comenzaré analizando por qué las posturas filosóficas de la posmodernidad influyen en los medios digitales y cómo recortan sus beneficios culturales y sociales, regresando sucesivamente al tema de la sobreproducción, de los medios digitales y de la contaminación cognitiva; en la tercera etapa del ensayo profundizaré en el análisis de las estructuras y de los procesos lingüísticos de los medios digitales que afectan negativamente a la cultura y sobre todo a la educación, precisando algunos tópicos vistos en los capítulos anteriores; por último haré una propuesta desde el punto de vista de la filosofía acerca de unas posibilidades para la evolución cultural de las herramientas digitales.

La hipótesis es que los problemas de la denominada sociedad del conocimiento no tienen una solución técnica, pues su origen es histórico, filosófico y lingüístico, lo que requiere de las ciencias humanas, esto es, el arte y la filosofía.

1. Medios digitales, posmodernidad y nihilismo

En los capítulos anteriores nos hemos aproximado a algunos aspectos de las dinámicas sociales, filosóficas y estéticas que caracterizan la actualidad en que vivimos. La posmodernidad se expresa, de acuerdo con el nihilismo y con el telos antimetafísico que le son propios, a través de rápidas secuencias de acontecimientos culturales que dan vueltas, mezclan y reciclan teorías, culturas y lenguajes. El subyacente entretejido tecnológico de enlaces y conexiones entre individuos, medios e informaciones, diseña una nueva epistemología y nuevas clases del saber en permanente evolución, creativo y liberador. Entonces la característica más relevante de la posmodernidad es precisamente el carácter nihilista y efímero de sus procesos culturales. ¿Pero, es esta una lectura correcta de la posmodernidad digital? En realidad, hay tres elementos críticos que podrían invalidar la lectura de lo efímero posmoderno: el exceso, los simulacros y la crisis de la creatividad.

De acuerdo con Vattimo, la rápida evolución de las modas, el carácter transitorio de la información o la obsolescencia programada, fenómenos típicos (entre otros) de un contexto efímero, impiden la normalización, el asentamiento, la imposición social y política y, al fin y al cabo, la dictadura metafísica de cualquier valor, teoría o producto (Vattimo, 2000)2. Sin embargo, esto no autoriza a decir que lo efímero sea garantía de libertad y creatividad, porque los productos materiales y culturales, si bien son etéreos, por su número y por la frecuencia de sus presencias mediáticas, a largo plazo pesan igualmente sobre los hábitos sociales y los procesos cognitivos. Y con esto aparece un nuevo dogma metafísico.

En segundo lugar hay que considerar el efecto de los simulacros. Como vimos acerca de los paisajes culturales tecnológicos, los simulacros generan sus propias dinámicas independientes, que, por la difusión en los medios masivos, se sobreponen a la realidad. En estas combinaciones de realidades virtuales y simulacros no hay espacio para la crítica y por lo tanto, los sustratos metafísicos y los paradigmas ideológicos de sus componentes permanecen intactos, afectando la libertad y la originalidad del pensamiento.

El tercer aspecto decisivo que delimita la libertad y el horizonte cultural de la posmodernidad es el agotamiento de la creatividad y de las posibilidades lingüísticas, fenómenos notorios en el arte y en la comunicación contemporánea. Aquí voy a dar una lectura bastante diferente del problema, en tanto que el conformismo estético, comunicacional e institucional es el resultado —inesperado— de la liberación completa, del artista y de los medios de comunicación, de cualquier restricción, paradigma académico o dogma político y religioso. La libertad, paradójicamente, cierra el horizonte de las posibilidades lingüísticas y formales (Belting, 1990)3 en sentido cualitativo, pues las diferencias y la originalidad, sin contrapartes metafísicas, se vuelven insignificantes. Puesto que esta es una dinámica irreversible y que no se puede renunciar a la libertad, el resultado es otra metafísica fragmentada, dispersa y efímera, mucho más peligrosa porque es invisible.

Las consecuencias negativas de este fenómeno son especialmente efectivas en el desarrollo y en el uso de los medios digitales, precisamente porque son más abiertos, rápidos y performantes que los medios analógicos tradicionales. Y en el ciberespacio la creatividad y la libertad son autorreferenciales porque los entornos virtuales, alimentando la adicción tecnológica, crean y ofrecen permanentemente nuevos productos cuyo valor existe solo en relación con los anteriores (cuyo valor es también virtual).

Por otro lado, hay que señalar que ciertas características dogmáticas del comportamiento masivo se expresan con mayor énfasis en los medios digitales. Una evidencia que comprueba esta lectura son los fenómenos virales, que surgen y se propagan por la velocidad de comunicación y el consumismo mediático, sin ningún tipo de reflexión. Lo que se explica porque el comportamiento masivo, como había señalado Le Bon (2013), es instintivo, basado en las emociones y en los mitos, donde predominan la apariencia y la irracionalidad. Una interpretación confirmada por Ong (2000, pp. 133-135)4 en el ámbito de su estudio sobre las relaciones entre la oralidad y la escritura. Ong ha mostrado que la comunicación digital (por ejemplo, el chat y el tweet) tiene las mismas propiedades que la comunicación oral: la velocidad, el carácter transitorio de los mensajes, la emotividad, la irracionalidad, la persuasión basada en la acción y no en principios objetivos. Los efectos son precisamente un nuevo conservadurismo y la progresiva reducción del potencial lingüístico y creativo.

2. Tecnologías digitales y sobreproducción cultural

Las idiosincrasias del espíritu posmoderno se alimentan también por los efectos de la sobreproducción y del exceso de contenidos. La globalización, última etapa del desarrollo económico contemporáneo, abre a la producción y al consumo nuevos mercados uniformados, gracias a los medios, en hábitos y gustos, lo que evidentemente optimiza las estrategias de producción y distribución.

En este escenario la industria cultural prospera y se consuma solo si propone continuamente nuevos productos, modas o géneros artísticos al grado de mantener viva la atención de un público ya irremediablemente distraído. Esta especial disposición convierte al público en víctima del marketing, del escándalo y de la lógica del entretenimiento y del espectáculo. De acuerdo con Kurz (2003), el efecto de la sobreproducción es trivializar la comunicación, un proceso que pasa desapercibido porque las tecnologías de la información saben cómo esconder sus evidencias. La eficiencia del software aplicativo, la velocidad y la precisión, la distribución y la descarga en tiempo real de productos por internet y el anonimato de los avatares inducen a los usuarios a utilizar las informaciones sin posibilidad de averiguar sus criterios y lógicas subyacentes. Todo esto hace olvidar, como advierte Vega Cantor (2007), que en el ciberespacio el verdadero saber sigue siendo escaso y está en manos de pocos y que, cuanto más se especializa el saber y la tecnología se vuelve más sofisticada, tanto más se expande la brecha entre los procesos funcionales y el poder de las señales:

Cuando se mezclan como sinónimos conocimiento e información en realidad están en juego dos categorías de conocimiento: el de las señales y el funcional. Este último está reservado a la elite tecnológica que construye, edifica y mantiene en funcionamiento los sistemas de aquellos materiales y máquinas inteligentes. El conocimiento de las señales, por el contrario, compete a las máquinas, pero también a sus usuarios, por no decir a sus objetos humanos. (Vega Cantor, 2007, s. p.)

Por todo esto, para los usuarios, la comprensión de los procesos tecnológicos, el escape de los mecanismos de control y la posibilidad de determinar la calidad de los contenidos se vuelven más difíciles. En este sentido, el desarrollo de instrumentos críticos no avanza mucho porque se descuidan los interrogantes y las cuestiones abiertas acerca de las propiedades de los medios digitales y cómo estas afectan a los procesos cognitivos y a la calidad del conocimiento.

3. Las estructuras de los medios digitales y sus problemas

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