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Prólogo

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SU ALTEZA real Michel de Marigny no podía quitar los ojos de la revista que su hermano, el príncipe Lorne, le había dejado. En la portada, se veía a una modelo posando bajo el cielo de Manhattan, en la otra punta del mundo, a miles de kilómetros de la isla de Carramer, su reino.

La modelo, Eleanor Temple, tenía el pelo como un león, de color y forma, y una cara muy interesante. Sus ojos parecían los de un gato, eran de color ámbar y desafiaban al lector.

El ayudante del Príncipe se dio cuenta de la preocupación de su jefe y continuó con sus labores. Michel pensó que él debería de estar haciendo lo mismo. Como gobernador de la Isla de los Ángeles y Nuee, tenía muchas cosas que hacer, pero estaba traspuesto por la fotografía.

El ayudante se paró en la mesa de su jefe y le dejó un montón de documentos para firmar.

–Es una mujer muy guapa, Alteza. ¿Quién es?

–La que algún día será mi esposa.

El hombre se quedó sorprendido. Estaba claro que se estaba preguntando cómo aquel príncipe, un ligón empedernido, uno de los solteros más codiciados del mundo, decidía de pronto tener una prometida que era una modelo estadounidense.

–¿Señor?

–Es muy largo de contar, André. Te lo contaré algún día –contestó Michel suspirando.

Su ayudante se fue y Michel se dispuso a firmar los documentos, pero su mano se paralizó al recordar un soleado día de hacía quince años. El antropólogo americano August Temple vivió una temporada con sus dos hijas gemelas, Eleanor y Caroline, en casa de la familia real en la isla de Celeste, la isla principal de Carramer. En los dos años que estuvo allí, el doctor Temple quedó maravillado por las antiguas ceremonias, sobre todo por una en la que la hija mayor de una familia quedaba prometida al hijo de la familia real.

Al monarca siempre le había interesado la historia y le había encargado al doctor Temple que estudiara la historia del pueblo mayat. A Michel no le sorprendió que su padre accediera a la petición del doctor de representar unos desposorios entre su hija y uno de los príncipes. Lo que sí le pilló por sorpresa fue que lo eligieran a él.

–¿No tendría que ser Lorne? Él es el mayor. Yo solo tengo trece años –le dijo a su padre cuando este le contó las intenciones del antropólogo.

–Él tiene que estudiar para unos exámenes muy importantes. Sus estudios son lo primero. Además, creí que te gustaba Eleanor Temple.

–Me gusta más Caroline. Es divertida y le agradan las mismas cosas que a mí, pero no me quiero casar con ninguna de las dos. Son niñas.

–Normalmente uno se casa con una mujer –rio su padre–. Está decidido. Se celebrará la ceremonia –añadió serio.

Michel sabía que, cuando su padre empleaba aquel tono «real» suyo, era mejor no discutir.

–No es de verdad, ¿no? No estaré de verdad casado con Eleanor, ¿no?

–Por supuesto que no. Unos desposorios no son lo mismo que una boda.

Lo que no le contó fue que los desposorios implicaban la promesa de una boda y Michel era demasiado joven para preguntar nada más.

Durante los días siguientes se dedicó a aprenderse el ritual y lo que tenía que decir. Cuando llegó el momento, se encontró vestido con unos ridículos pantalones apretados, un chaleco de cuero y una capa de plumas mayat sobre los hombros.

Cuando salió hacia el toldo que habían puesto mirando al océano, se sintió inseguro y ver a Eleanor, de once años, esperándole no le sirvió para tranquilizarse. Ella llevaba una túnica blanca y una guirnalda de flores silvestres sobre la cabeza. A pesar de lo que le había dicho su padre, a él le pareció exactamente igual que una novia. Cuando ella lo vio, hizo un gesto y su padre la reprendió.

Michel miró a Caroline, la hermana gemela de Eleanor, que estaba a un lado. Se dio cuenta de que parecía tan infeliz como él, como si no quisiera estar allí. Eran tan iguales que Michel no se explicaba por qué prefería a Caroline, pero era así. A ella le gustaba hablar de los delfines y le encantaba ir a buscar conchas a la playa. A diferencia de Eleanor, a ella no le importaba que se le metiera la arena en los zapatos.

Michel entendía por qué habían elegido a Eleanor para aquella ceremonia. Era la mayor, aunque solo fuera por unos minutos. Con Caroline hubiera sido mucho más divertido y se podrían haber echado unas risas con aquel tema cuando lo hubieran comentado los dos solos, en una de las conversaciones a corazón abierto que solían mantener. Eleanor estaba tan seria que a Michel le entraron ganas de recordarle que no era de verdad.

Eleanor se comportaba como si fuera el evento más solemne del mundo, como su padre y el doctor Temple. Años más tarde, Michel se enteró de que lo había sido.

Michel volvió al presente y recordó la conversación que había mantenido con Lorne aquella misma mañana. Los hermanos se habían enterado de que la ceremonia del desposorio conllevaba un compromiso y seguramente su padre también lo sabía, lo que hacía suponer que esperara que su hijo sentara la cabeza.

«Falsas esperanzas», pensó Michel. La fama de ligón que tenía no era del todo falsa. Se la había ganado, pero los medios de comunicación también la habían exagerado. Tal y como le había indicado Lorne, adoptar al bebé de una de sus supuestas novias no había sido una acción muy discreta, pero a él le daba igual lo que dijera la gente, quería demasiado a aquel niño. Su vida privada nunca había hecho que desatendiera sus responsabilidades reales.

–No he dicho que lo hayas hecho –admitió Lorne–, pero si vas a hacerte cargo de un niño, deberías darle una familia estable, no te estoy diciendo que te cases, claro que no, por experiencia te digo que el matrimonio por obligación puede ser un infierno, pero antes de morir, Chandra me dio un hijo estupendo, así que no puedo decir que nuestro matrimonio fuera un error. Ahora tengo a Allie y al niño y quiero que tú también experimentes esta felicidad.

Michel sonrió. Eso no se lo decía el rey de Carramer, sino el hermano que se preocupaba por él.

–No hay otra como Allie

–A lo mejor sí –había contestado Lorne tendiéndole la revista con la modelo en la portada–. Después de todo, estáis prometidos por ley.

–Ninguno de nosotros sabíamos lo que estábamos haciendo –se defendió Michel.

–No por eso la ceremonia deja de ser un compromiso.

–Seguro que hay alguna manera de romperlo.

–En lugar de perder el tiempo buscándola, ¿por qué no haces que vayan a buscar a Eleanor y le recuerdas la obligación que ambos adquiristeis?

Michel frunció el ceño.

–No creo que Eleanor esté dispuesta a casarse conmigo por una ceremonia que protagonizamos cuando éramos niños.

–Entonces, haz que se quiera casar contigo –dijo Lorne con tono imperial–. Viendo cómo es hoy en día, conquistarla podría ser todo un reto.

–Me encantan los retos –contestó Michel sonriendo y pensando que incluso podría estar bien.

Alguien espera

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