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Capítulo 1

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LA LIMUSINA que la esperaba en el aeropuerto de Aviso llevaba el escudo azul y jade de la casa real de Carramer. Caroline la vio, y también las motos de policía que la escoltaban, y pensó que ya no había marcha atrás. Se sintió nerviosa ante lo que estaba a punto de hacer.

Muerta de miedo, pensó que sería imposible convencer al príncipe Michel de que era Eleanor. Cuando su hermana había recibido el recado del príncipe para que acudiera a Carramer a casarse con él como habían acordado cuando eran niños, Eleanor le había suplicado que fuera ella. Caroline no sabía si iba a poder hacerlo.

Eleanor estaba a punto de casarse con el hombre al que quería, el heredero de una de las mayores fortunas de California. Su futura suegra ya se quejaba de que Eleanor dedicaba demasiado tiempo a su trabajo. Si se enteraba de que ya estaba prometida, sería el fin.

Caroline pensó que era todo culpa de su padre. El excéntrico antropólogo había ido demasiado lejos. Todos habían creído que era una especie de obra de teatro inofensiva, pero había resultado ser una ceremonia de desposorio basada en antiguas tradiciones de los Carramer. Como resultado, Eleanor estaba legalmente prometida al heredero del trono de Carramer, al que no veía desde que él tenía trece años y ella, once.

–Supongo que ya no estoy en Kansas –murmuró Caroline para sí misma mientras la acompañaban hasta el vehículo. En realidad, estaba muy lejos de Kansas, en la isla de los Ángeles, la segunda más grande del reino de Carramer, gobernada por el príncipe Michel de Marigny.

Desde el cielo, había visto claramente las dos alas, de donde tomaba su nombre la isla. Al otro lado del Canal de Carramer, estaba la isla principal, Celeste, en cuya capital, Solano, habían vivido ella, su hermana y su padre cerca de dos años. La única isla donde no había puesto el pie era Nuee, que estaba en una de las puntas de la Isla de los Ángeles y formaba una especie de punto de exclamación.

Un funcionario se le había acercado al bajar del avión y había mirado su pasaporte por encima. Aunque lo hubiera mirado detenidamente, no habría dudado lo más mínimo, ya que Eleanor y ella eran exactamente iguales.

Eleanor había empleado con ella sus conocimientos del mundo de las modelos. Le había enseñado a resaltar sus ojos color ámbar con una máscara que hacía que sus pestañas parecieran muy largas. Le había rizado el pelo, que llevaba por los hombros, para que fuera exactamente igual que la melena rizada que caracterizaba a Eleanor. Caroline estaba acostumbrada a llevarlo en coleta y sentía deseos continuamente de retirárselo de la cara.

La ropa de sport que ella solía llevar la había cambiado por un traje pantalón de lino color berenjena, un pañuelo de Hermès crema y dorado y aros de oro. Las maletas de cuero iban llenas de ropa de Eleanor, incluido el biquini dorado de su hermana, aunque ella había protestado porque prefería su traje de baño, más normalito.

–Michel no tiene ni idea de qué te pones para nadar –le había dicho a Eleanor. Pensar que el Príncipe la iba a ver en biquini la ponía nerviosa.

–Estamos hablando sobre la imagen –había contestado Eleanor volviendo a meter el biquini en la maleta–. Para resultar convincente, tienes que ser como yo las veinticuatro horas del día.

–Eso explica los saltos de cama de encaje –había apuntado Caroline.

Eleanor había aprovechado para quitar las camisetas que su hermana utilizaba para dormir. Caroline pensó que Michel nunca la vería con aquellos saltos de cama, pero no pudo evitar sonrojarse al verlos en la maleta.

–¿Cuándo dejamos de ir vestidas iguales? –preguntó Caroline a Eleanor. No había sido una decisión consciente sino algo que había sucedido siendo adolescentes como resultado de sus caracteres diferentes.

–Cuando yo descubrí a los hombres ricos –respondió su gemela medio en broma medio en serio. Siendo una adolescente, prometió casarse con un hombre de dinero para no llevar una vida tan insegura como había llevado con su padre. Danny O’Hare-Smith era ese hombre.

Qué ironía. Caroline había dicho entonces que ella prefería ser princesa. No se podía ni imaginar que un día le tocaría interpretar semejante farsa.

Eleanor no tenía ningún interés en la vida real. Le parecía que formar parte de la familia real era una obligación demasiado pesada. Eleanor le había dicho que, por mucho dinero que tuvieran los Marigny, no podían gastárselo porque el pueblo los criticaría.

Danny le ofrecía una vida fácil y cómoda, con el mismo dinero y más adoración. Lo único que debía hacer ella era estar siempre guapa y adorarlo también.

Caroline sabía que aquello no le satisfaría. Tal vez fuera la influencia de su padre, pero ella quería hacerse un hueco propio en el mundo. Él había utilizado el dinero que había heredado para viajar y conocer otras culturas, estudiando sus tradiciones para el futuro. Aunque no compartía con él su amor por el pasado, sí había heredado la idea de que había que esforzarse para conseguir lo que uno quería. Todo lo que merecía la pena tenía un precio.

El precio que ella debía pagar por aquel engaño le quedó claro cuando llegó a la limusina. Un chófer uniformado le abrió la puerta y el príncipe Michel salió del asiento trasero.

–Bienvenida a Carramer, Eleanor –le dijo tendiéndole la mano.

Cuando sus manos se rozaron, Caroline sintió un escalofrío. La fotografía que había enviado le hacía justicia. Aquel niño con el que ella solía jugar en el palacio de Solano era un hombre hecho y derecho. Tenía un toque travieso en los ojos y un mechón de pelo sobre la frente. Con los años, el pelo se le había oscurecido y tenía las sienes prematuramente plateadas, lo que lo hacía muy interesante.

Medía alrededor de un metro ochenta y tenía un cuerpo musculoso. Llevaba unos pantalones impecables y una camisa blanca, con un cinturón de cocodrilo.

Caroline sintió enrojecer y se obligó a mirarle a la cara. Tenía los rasgos de la dinastía Marigny, además de una mandíbula prominente, que a ella le recordó que de niño era un testarudo. No parecía haber cambiado en ese aspecto.

–Hola, Michel. Cuánto tiempo –contestó haciendo un esfuerzo.

–Demasiado –dijo el Príncipe poniéndole las manos sobre los hombros y dándole un beso en la mejilla. No había sido un beso romántico en el estricto sentido de la palabra, pero se sintió mareada y no era por el calor. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el decoro y no echarle los brazos al cuello.

Cuando se volvieron a mirar, vio que él también parecía mareado, como si el beso le hubiera afectado demasiado. Por un momento, temió que él se hubiera dado cuenta de todo, pero desterró aquel pensamiento. Seguramente solo sería la sorpresa de encontrarse con que la niña que él recordaba se había convertido en una mujer. A ella le debía de estar pasando lo mismo porque sentía un calor interno inexplicable y se le había acelerado el pulso.

–Me alegro de volver a verte –dijo él con voz profunda.

Caroline sintió un escalofrío por la espalda. Él se refería a Eleanor. Sabía que no iba a ser fácil, pero no se había imaginado que resurgiría con tanta fuerza el amor que sentía por Michel de pequeña. Debería sentirse agradecida de que no se diera cuenta de que era, en realidad, su gemela, pero se sentía molesta.

En el poco tiempo del que habían dispuesto tras recibir la carta, Eleanor le había enseñado a andar, a hablar y a comportarse como ella, pero ella era y sentía como Caroline Temple y una parte de ella deseó que aquella bienvenida del Príncipe fuera para ella. «En sueños», pensó, sabiendo que eso solo ocurría en el mundo de la fantasía.

Michel la ayudó a subir al coche mientras ella pensaba que debería tener cuidado para no confundir la realidad con la fantasía.

El coche se puso en marcha. El ruido de las motos de la escolta le dio la oportunidad de poner un poco de distancia entre ellos. Lo agradeció. No era solo el físico de Michel lo que le imponía sino también su actitud protectora. No estaba acostumbrada a sentirse frágil. Las dos hermanas se habían cuidado solas porque August Temple estaba entregado a la antropología. Semejante aura de protección le resultaba extraña.

Tal vez por eso ella se sentía más cómoda con hombres en los que no se podía confiar, como Ralph Davenport. Ella había creído estar enamorada de él hasta que, a la primera de cambio, la había engañado con otra. Le creyó cuando le dijo que apreciaba lo que tenía, pero al cabo de un tiempo se dio cuenta de que aquel hombre necesitaba más de una mujer en su vida. Y, de repente, él, un hombre que había esperado más de quince años a una mujer. Aquello tenía a Caroline anonadada.

Teniendo a Michel al lado era difícil siquiera recordar la cara de Ralph. Aquel hombre le había hecho mucho daño, pero habían bastado unos pocos minutos con el Príncipe para que no existiera ningún otro hombre. ¿Qué le estaba ocurriendo?

–¿Qué tal el vuelo? –preguntó Michel devolviéndola a la realidad.

–Muy bien. Mi bautismo en primera clase ha sido todo un éxito –contestó sin pensar.

–Creí que estarías acostumbrada por tu trabajo.

–Todavía no soy una top model –dijo recordando que se suponía que era una famosa modelo. Se rio e intentó recordar si Eleanor había volado alguna vez en primera. Creía que no.

–No creo que tardes mucho en convertirte en una de ellas, a decir por la foto de la portada de World Style.

–Veo que me has estado siguiendo la pista –dijo Caroline molesta.

–¿Te sorprende?

Caroline se había preguntado cómo saldría el tema.

–¿Te refieres a que lo has hecho porque estamos prometidos? Michel, tenemos que hablar de eso.

–Prefiero que nos volvamos a conocer antes de hablar de nuestro desposorio –dijo Michel.

Sus esperanzas de arreglar aquello cuanto antes y volver a Estados Unidos se desvanecieron, pero una parte de ella se reafirmó en su decisión. Cuanto más tiempo se quedara, más posibilidades de que descubriera el engaño. Aquello no impidió que se sintiera feliz por poder pasar más tiempo a su lado.

–¿Qué tal está tu hermana?

–Muy bien. Tiene un negocio de diseño floral y se dedica a hacer arreglos para bodas y eventos sociales.

–Veo que ella también ha triunfado profesionalmente –asintió como si ya lo supiera.

–A ella le encanta lo que hace y sus clientes dicen que se nota.

–A Caroline siempre le encantaron las flores.

–¿Recuerdas cuando se dedicaba a agarrar flores de los jardines del palacio para hacer ramos y guirnaldas? –preguntó diciéndose a sí misma que aquella nota de nostalgia que le había parecido discernir en su voz no era más que su imaginación.

–Sí, descalza y llena de flores. Era como una ninfa de los bosques. Seguro que le va muy bien.

–En casi todo, sí –contestó Caroline con sinceridad.

–¿Solo en casi todo? –preguntó el príncipe acercándose a ella.

–En el amor, no ha tenido tanta suerte –contestó Caroline viendo que aquello le interesaba–. Hace poco, un hombre la decepcionó profundamente.

–¿Cómo?

–Lo encontró con otra mujer.

–Pobre Caroline. ¿Lo pasó muy mal?

–Sí, pero yo… yo le dije que no merecía la pena –contestó Caroline pensando que era mejor cambiar de tema. Le gustaba que hubiera preguntado por ella, pero seguro que solo había sido por educación.

Bajó la ventana para dejar entrar el aire. Reconoció el paisaje. No quedaba mucho para llegar al palacio de Michel. Agradeció que las cartas de Adrienne, la hermana de Michel, la hubieran mantenido al tanto de todo.

El olor del jengibre y las orquídeas salvajes le trajeron recuerdos de cuando eran niños.

–Nunca pensé que cuando volviera a la Isla de los Ángeles, tú serías gobernador de la provincia.

–Sí, también de Nuee. Me encargo de la administración de las dos. ¿Qué creías que haría? –preguntó divertido.

–Supongo que te imaginaba buceando por los arrecifes de coral, buscando nuevas especies marinas o intentando comunicarte con los delfines –contestó pensando en que aquello era lo que le gustaba cuando era niño.

–Sigo haciendo todo eso, pero la biología marina es solo una actividad de ocio. Como mi hermano Lorne se empeña en recordarme, como miembro de la familia real, tengo mis obligaciones –rio.

Caroline pensó que no hacía falta que nadie le recordara nada. Ya de niño sabía perfectamente quién era y lo que ello significaba, aunque nunca alardeó de ello.

–Todavía me cuesta pensar que eres el heredero del trono –confesó Caroline–. ¿He metido la pata llamándote Michel en lugar de Su alteza real?

–Cuando éramos niños, nunca hubo ese protocolo entre nosotros –contestó moviendo la cabeza–. No quiero que lo haya ahora. De todas formas, no creo que las formas de cortesía sean lo más apropiado entre nosotros, dadas las circunstancias.

Aquello le cayó como un jarro de agua fría y la devolvió a la realidad. Por muy atractivo que le pareciera Michel, estaba fuera de su alcance ya que estaba prometido con Eleanor. Si Caroline tenía éxito en su misión para salvar a su hermana de semejante compromiso, a ella no le serviría de nada. Seguro que él no querría nada con ninguna de las dos después del engaño.

–¿Cómo están Lorne y Adrienne? –preguntó para distraerse.

–Mi hermano es el mejor rey que ha tenido jamás Carramer. Está enamoradísimo de Allie, su mujer, que es australiana, con la que tiene una hija, Aimee, hermana del heredero Nori, que tiene seis años.

Caroline no pudo evitar sentir cierta envidia. Lorne siempre había sido el distante, el que tenía demasiadas obligaciones como heredero como para jugar con las gemelas. Era la última persona de quien Caroline esperaba oír que estaba muy enamorado.

–Me alegro por él –dijo sinceramente–. ¿Y tu hermana?

–Adrienne está en París, en una conferencia internacional de cría de caballos. Creo que ella y Caroline todavía se escriben –contestó pensando en su adorada hermana.

–Qué pena que no esté. Me apetecía verla.

–No te preocupes, se va de vacaciones a la Provenza, pero volverá dentro de un par de meses.

–Quería decir que esperaba verla antes –corrigió Caroline. Michel no sabía que ella no pretendía quedarse tanto tiempo, pero él creía que había ido para quedarse–. ¿Sigue viviendo en la capital?

–Sí, pero no en el palacio. Como Lorne está felizmente casado, Adrienne dijo que el país no necesita dos primeras damas, así que se fue a vivir sola. Aun así, va mucho al palacio, más que yo.

–Supongo que tú estarás muy ocupado gobernando tus dos islas.

–Es una excusa como otra cualquiera para mantenerme alejado –contestó con un tono extraño.

Caroline sabía que Michel era el ligón de los hermanos, el playboy del que todo el mundo hablaba y no le debería haber sorprendido que a él no le gustara que su hermano intentara meterle en vereda, pero por alguna extraña razón le molestó. Parecía haber algo más.

–Cuéntamelo todo de Eleanor Temple –instó Michel.

Por un momento, se quedó pálida temiendo que la hubiera descubierto, pero se dio cuenta de que el empleo de la tercera persona era una costumbre real.

–¿Qué quieres saber?

–Lo normal. ¿Dónde fuiste cuando te fuiste de Carramer? ¿Qué hiciste? ¿Cómo es que tu hermana terminó trabajando con flores y tú te hiciste modelo? Adrienne me leía las cartas de Caroline, así que sé algo, pero no todo.

No le gustaba tener que mentirle, así que decidió ser todo lo sincera que podía.

–Cuando nos fuimos de aquí, nos fuimos al norte de Australia, donde papá se dedicó a estudiar el arte y la cultura de los aborígenes. Creí que tendría clima tropical, como Carramer, pero la mitad del año había monzón y la otra mitad era árido y había polvo por todas partes. Era polvo rojo y bromeábamos diciendo que nos íbamos a convertir en pieles rojas.

–Y os convertisteis en mujeres hermosas –dijo sacando un ejemplar del World Style en el que salía Eleanor. Una de las páginas, en las que salían las dos gemelas en casa de su abuela en California, estaba doblada.

Le contó que habían heredado la casa.

–Yo tengo allí mi base como modelo y Caroline tiene allí su negocio de flores.

–Seguís siendo iguales, aunque Caroline lleva el pelo diferente –comentó Michel mirando la fotografía y luego a ella.

Caroline pensó que, si hubiera sido Eleanor, se habría sentido molesta por las continuas referencias a su gemela, pero a ella le pareció confuso.

–A Caroline siempre le gustaron las cosas más sencillas.

–Yo diría más bien que es natural, no sencilla –contestó acariciando la foto.

–Seguro que Caroline diría lo mismo –contestó sinceramente. Habiendo pasado su infancia en contacto con la naturaleza y con pueblos sencillos, valoraba más a la gente que a los bienes materiales. Miró hacia otro lado para que él no se diera cuenta de lo mucho que aquel comentario le había emocionado. El sentirse comprendida era conmovedor, pero peligroso. Él debía comprender a Eleanor, no a Caroline.

–Después de Australia, vivimos un tiempo en Vila, en Vanuatu, luego en un poblado cerca del río Sepik, en Papua Nueva Guinea y luego papá nos volvió a llevar a los Estados Unidos para que siguiéramos estudiando y decidimos instalarnos allí –dijo con un hilo de voz.

–Suena como si vuestro estilo de vida ya hubiera sido toda una forma de educación.

–Mi padre quiso que siguiéramos estudiando por correspondencia estuviéramos donde estuviéramos, pero… –dejó la frase sin terminar.

–Vosotras hubierais preferido un hogar y una vida más normal –sugirió Michel con certeza.

–Me daban envidia los niños que nacían y crecían en el mismo lugar. Ellos sabían quiénes eran y tenían un hogar –contestó Caroline.

–Ahora, tu hogar está aquí –apuntó Michel con una decisión que le llegó a Caroline al corazón. Por un momento, deseó… se lo quitó de la cabeza rápidamente. Era Eleanor la que debía de estar allí y lo que Caroline deseara no tenía importancia.

–Michel, tenemos que hablar de eso –dijo Caroline desesperada.

–A su tiempo. Hemos llegado.

La limusina y las motos de escolta se pararon frente a un edificio que ella reconoció por la foto que Michel le había enviado a Eleanor. Se encontraban junto a una puerta de columnas de mármol italiano que iba perfectamente con la piedra color coral de la que estaba hecho el palacio. Había buganvillas de vivos colores por todas partes, cítricos y palmeras, jardines, lagunas, fuentes y cascadas.

Caroline se sorprendió de la rapidez con la que los recuerdos acudieron a su mente. Paseó la mirada a su alrededor y vio la pista de tenis en la que todos habían jugado tantas veces, vio el camino que llevaba hasta el embarcadero donde seguro que todavía seguían amarrados un buen número de yates esperando a que alguien fuera a la Isla de los Ángeles, como habían hecho las dos familias tantas veces.

–Sentí lo de tus padres –dijo Caroline.

–Fue todo un detalle por parte de tu padre enviar flores y llamar –dijo el Príncipe emocionado.

Ella le tocó la mano. Sus padres habían sido maravillosos y sintió mucho leer en una carta de Adrienne que habían muerto en un ciclón que había asolado la isla hacía doce años.

–Tu padre decía que éramos sus pequeñas princesas –dijo nostálgica.

–Él decía que Lorne debía casarse con una de vosotras y yo con la otra.

–¿Con cuál debía casarse Lorne?

–Contigo, por supuesto, porque eres la mayor. Él creía que yo debía casarme con la pequeña.

–¿Y tú qué pensabas? –preguntó Caroline recordando que aquella había sido su fantasía desde niña.

–Creo que el destino tiene su forma de hacer las cosas –contestó diplomáticamente–. Siempre que había algún acto especial, Lorne estaba fuera estudiando. Cuando tu padre preparó la ceremonia de desposorio, también, así que no hubo oportunidad. Vamos dentro. Estarás cansada del viaje.

Aquello no contestaba a su pregunta. Caroline se quedó sin saber a quién habría elegido Michel si hubiera podido. Él tenía razón, no eran diferentes, se dijo irritada. En la limusina, Caroline se había dado cuenta de que su viejo amor por Michel renacía. Ya de niña solo le había gustado él y siempre había querido ser correspondida.

Con asombro, descubrió que de mujer seguía queriendo lo mismo, pero con más intensidad. Quería que la mirara y la abrazara. Solo pensarlo hizo que sintiera un escalofrío.

–¿Pasa algo, Eleanor? –preguntó Michel preocupado.

–No, toda va bien, pero, sí, estoy un poco cansada –contestó sintiendo que su sueño se desvanecía al oír el nombre de su hermana.

Agradeció la excusa para poder estar sola en su habitación. Lo primero era llamar a Eleanor y decirle que aquello no iba a funcionar. ¿Cómo iba a convencer a Michel, haciéndose pasar por Eleanor, de que no podía casarse con él si era lo que estaba empezando a temer que deseaba Caroline?

Alguien espera

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