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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
I. EL POETA
De Gayo Valerio Flaco Setino Balbo sólo sabemos con certeza que escribió las Argonáuticas, y que Quintiliano lamentó lacónicamente lo mucho que habían perdido las letras latinas con su reciente fallecimiento: multum in Valerio Flacco nuper amisimus (Institución oratoria X, 1, 90). Su nombre completo nos ha llegado a través de las inscripciones de los manuscritos, que difieren entre sí con respecto al orden de los cognomina1. Aun cuando Setinus puede entenderse como «oriundo de Secia», no queda despejada la incertidumbre acerca de la proveniencia de nuestro autor, que podría ser italiana (de la actual Sezze, en el sur del Lacio), pero también hispana, pues hubo una Secia en la Bética y otra Secia o Segia en la Tarraconense (en el emplazamiento de la actual Ejea de los Caballeros)2. Debe, por lo demás, descartarse la otrora aceptada identificación del poeta de las Argonáuticas con el humilde Flaco paduano mencionado por Marcial (Epigramas I 61, 4; 76, 2)3.
Nuestro Flaco debió de ser, al igual que Silio Itálico y a diferencia de Papinio Estacio, un poeta de elevada posición y aun de rango senatorio, si hemos de leer en la invocación proemial a Apolo (I 5 ss.) una alusión autobiográfica del autor a su pertenencia al prestigioso colegio sacerdotal de los quindecimviri sacris faciundis, muchos de cuyos miembros conocidos alcanzaron el consulado4. Aunque esta communis opinio ha sido cuestionada en los últimos tiempos5, la presencia en las Argonáuticas de ciertos tópicos del discurso aristocrático de época imperial, como son la tiranía, el suicidio y la guerra civil (cf. II.3), podría interpretarse como indicio de la condición del autor6, a falta de pruebas más concluyentes7.
La escueta noticia de Quintiliano permite datar la muerte de Valerio Flaco antes de la del emperador Domiciano (18.IX.96), que es a su vez terminus ante quem para la publicación de la Institución oratoria. A fin de fechar con mayor exactitud la redacción de las Argonáuticas, se han espigado en el texto varios termini post quos de los que el más relevante es la toma de Jerusalén por las legiones de Tito en el año 708, aun cuando la datación del elogio de los Flavios constituye uno de los problemas más discutidos por la crítica valeriana9. Nuestro poeta dedica su obra a Tito Flavio Vespasiano, fundador de la dinastía advenediza que, tras las guerras civiles de 69, pretende ocupar el lugar de los Julio-Claudios extinguidos con la caída de Nerón (I 7 ss.); en consecuencia, asocia al nombre del nuevo príncipe los de sus hijos y futuros sucesores Tito y Domiciano, debelador de la rebelde Judea el primero y cantor de la gesta de su hermano el segundo (12 ss.)10, y le predice enseguida al padre la apoteosis y las honras divinas que le serán decretadas por uno de los dos: ille tibi cultusque deum delubraque genti / instituet (15 s.). En la idea de que tal pronóstico constituye una profecía ex eventu, posterior a la muerte de Vespasiano (24. VI.79), se ha querido datar estos versos ya bajo Tito († 13.IX.81), quien mandó construir un templo en honor del Divus Vespasianus11, ya bajo Domiciano, quien dedicó un santuario a la Gens Flavia12. Si se considera empero que, en el contexto tópico de un panegírico imperial, el delubra del v. 15 no tiene por qué referirse a la construcción de un templo determinado, y que la divinización del primero de los Flavios era fácilmente predecible después de las de los Julio-Claudios, puede muy bien aceptarse que el proemio ha sido escrito en vida del emperador destinatario de la dedicatoria, aun cuando el texto no ofrezca dato alguno que permita fecharlo en un momento concreto del reinado de Vespasiano13.
Esto no quiere decir que Valerio se haya puesto a escribir inmediatamente después del saco de Jerusalén, como no atestigua el obituario quintilianeo que su vida y actividad literaria se hayan prolongado hasta los últimos años de Domiciano14. Hay, en todo caso, argumentos de peso con los que sostener una datación temprana de las Argonáuticas, empezando por el lugar subalterno que se le asigna en el elogio proemial al último de los Flavios, resueltamente inconveniente si la obra hubiese sido publicada después de que este hubiera heredado de Tito la púrpura. La influencia de las Argonáuticas en la Tebaida de Estacio y en las Púnicas de Silio Itálico (cf. II.5), comenzadas ambas a principios de los 80, prueba que circulaba ya entonces la primera de las tres epopeyas, o por lo menos que partes de esta habían sido dadas a conocer mediante la publicación de libros sueltos o a través de recitationes15. Además, la ausencia en los versos de Flaco de toda alusión a los juegos seculares del año 88, en cuyas ceremonias tuvo que corresponderles parte no menor a los quindecimviri, se ha esgrimido como argumentum ex silentio para afirmar que ya por aquella fecha había terminado nuestro autor su trabajo, quizás a la vez que sus días16. A una muerte prematura del poeta puede, en efecto, achacarse que el poema nos haya llegado incompleto, a no ser que se prefiera culpar a los avatares de la tradición17.
II. EL POEMA
1. Materia
La celebérrima saga de los argonautas comienza cuando dos jóvenes vástagos de la casa de Éolo, Frixo y su hermana Hele, hijos del rey beocio Atamante y de su primera mujer Néfele, huyen a lomos de un prodigioso carnero de vellón de oro de las asechanzas de su madrastra Ino, quien había convencido a su esposo de que sacrificase a ambos hermanos para poner remedio a una mala cosecha que ella misma había provocado mandando tostar la simiente. Hele cae al mar durante la fuga y Frixo llega solo hasta la Cólquide, donde, sacrificado el carnero, entrega la áurea piel al rey Eetes, hijo del Sol, y recibe a su vez de este la mano de su hija Calcíope. Años después, el tirano Pelias, que reina en la ciudad tesalia de Yolco después de haber destronado, según algunas versiones, a su medio hermano Esón, reconoce en su sobrino Jasón, hijo de este, al hombre del que un oráculo le había aconsejado guardarse, y decide mandarlo en busca del vellocino de oro con la esperanza de que sucumba a los peligros del viaje. Embarca Jasón a los más ilustres héroes griegos a bordo de la Argo, nave portentosa que ha ayudado a construir la diosa Atenea, y, fiado en el favor de esta y en el de Hera, rencorosa enemiga de Pelias, pone rumbo a la Cólquide. Después de una travesía jalonada de aventuras, la Argo consigue atravesar las temidas Simplégades o Rocas Entrechocantes, que impedían el paso hacia el mar Negro, y arriba a su destino. Eetes promete entregarle el vellocino a Jasón si este consigue superar unas pruebas terribles, de las que sale airoso gracias a los hechizos de Medea, la maga hija del rey, que se ha enamorado locamente del forastero. Con ella arrebata el héroe la preciada piel al dragón que la guarda, y con ella huye a bordo de la Argo. Para demorar a los colcos que han salido en su persecución, matan al joven Absirto, hermano de Medea, y prosiguen su ruta hacia Grecia entre lances fabulosos. De regreso a Yolco, la hechicera rejuvenece al anciano Esón descuartizándolo e hirviendo sus pedazos en un caldero, y convence a las hijas de Pelias para que hagan lo mismo con su padre, que muere víctima del malvado ardid. Jasón se ve obligado a escapar con su esposa a Corinto, donde la repudia para casarse con la hija del rey de la ciudad; el mismo día de la boda, Medea se las ingenia para abrasar a la novia y al padre con sus artes mágicas, y, después de asesinar también a los dos hijos que ella misma ha tenido del Esónida, huye a Atenas, donde la acoge el rey Egeo.
He aquí, a grandes rasgos, el mito: un viaje a los nunca franqueados confines del mundo en busca de un precioso talismán; trabajos mortales impuestos por reyes inicuos; un héroe valiente, una princesa enamorada y un dragón. Un cuento de hadas que, nacido probablemente de un antiguo rito, acoge la remembranza de la colonización del mar Negro18. Pero, sobre todo, una fábula, una fantástica historia viejísima que antes de Valerio Flaco contaron, alteraron y enriquecieron muchos otros, uno de esos relatos que no por manidos dejan de merecer nuevas lecturas.
La Ilíada menciona en tres ocasiones a Euneo, hijo de Jasón y de la reina de Lemnos Hipsípila (VII 468 s.; XXI 40 s.; XXIII 746 s.), y la Odisea conoce las genealogías de Pelias y de Esón (XI 254 ss.), la malignidad de Eetes, hermano de Circe (X 137) y el renombre de la Argo, «cantada por todos» ya en la época de los vagabundeos de Ulises, así como la predilección de Hera por el Esónida (XII 69 ss.); datos suficientes para conjeturar la existencia de unas Argonáuticas prehoméricas de origen micénico donde debían de encontrarse ya los elementos esenciales de la saga19. De Hesíodo nos han llegado numerosos fragmentos de tema argonáutico20, además del pasaje de la Teogonía (992 ss.) que evoca sumariamente los trabajos impuestos por Pelias a Jasón y el regreso de este a Grecia con la hija de Eetes. Al milagroso rejuvenecimiento de Esón se hacía referencia en los Nóstoi cíclicos21, y la historia de Medea constituía un ingrediente fundamental de las Corintíacas de Eumelo y de las Naupactias anónimas22; mas no se halla mención alguna del vellocino hasta el elegíaco Mimnermo23. Del siglo VI a. C. podría datar el más antiguo poema épico dedicado enteramente a la leyenda argonáutica; según Diógenes Laercio (I 111), se tituló Construcción de la Argo y navegación de Jasón hacia la Cólquide, constó de seis mil quinientos hexámetros y fue compuesto por Epiménides de Creta24. Pero será el lírico Píndaro quien escriba la primera versión literaria del mito que pasará completa a la posteridad25.
En la IV Pítica (462 a. C.), encontramos integrados ya en un relato coherente los momentos principales del mito: el destronamiento de Esón por Pelias; el oráculo que advierte a este contra el misterioso hombre «de una sola sandalia» (que resultará ser Jasón); el encargo de traer de la Cólquide el vellocino (condición para la restitución del Esónida en sus derechos dinásticos); la intervención de Afrodita en el enamoramiento de Medea; la prueba impuesta por Eetes, consistente en uncir dos toros de pezuña de bronce que exhalan llamas; la victoria sobre la serpiente que custodia el tusón; el rapto voluntario de la Eétide, futura «perdición de Pelias»; la escala en Lemnos y los amores de los argonautas con las mujeres que han matado a sus maridos (a la vuelta y no a la ida, como en la versión que popularizará Apolonio de Rodas); el intrincado viaje de retorno por Libia y la triunfal llegada a Grecia junto con la Colca.
De las fechorías de la bruja bárbara en la Hélade tratará la Medea de Eurípides (431 a. C.), única de las tragedias áticas de asunto argonaútico que sobrevivió a la incuria del tiempo26. Repudiada en Corinto por Jasón, a quien el rey Creonte ha concedido la mano de su hija Creúsa, Medea abrasa a la princesa y al padre mediante presentes emponzoñados que les hace llegar a través de sus propios hijos, a quienes acaba dando muerte con la espada antes de darse a la fuga27. La cruenta imagen de la infanticida huyendo en un carro de serpientes aladas después de haber consumado su brutal desquite, que evocará en dos pasajes Valerio Flaco quinientos años después (I 224 ss.; V 453 s.), se repite en la cerámica del siglo IV a. C.28, y constituye un primer indicio del impacto del que habría de convertirse en uno de los dramas con mayor fortuna de la literatura universal29.
Entre los siglos V y IV a. C., el mito de los argonautas ocupa buena parte de la Lyde de Antímaco de Colofón, escrita en metro elegíaco30, pero habrá que esperar a la época helenística para que, en la Alejandría el siglo III a. C., por el tiempo en que Teócrito y Calímaco recreaban algunas peripecias del legendario viaje31, componga Apolonio de Rodas en hexámetros los cuatro libros de sus Argonáuticas, que constituirán en adelante una suerte de versión canónica de la saga32. Los dos primeros, dedicados al viaje de ida, incluyen ya casi todos los episodios que encontraremos, por el mismo orden, en Valerio Flaco: los amores de Jasón e Hipsípila en Lemnos, la iniciación en los misterios de Samotracia, la desgraciada batalla nocturna contra el hospitalario Cízico, el rapto de Hilas y el subsiguiente abandono de Heracles en Misia, el combate de Polideuces contra Ámico en Bebricia, la liberación de Fineo de las harpías, el paso de las Simplégades, la muerte de Idmón y de Tifis en el país de los mariandinos y el encuentro con los hijos de Frixo en la isla de Ares (que no figura en la versión romana). El libro III narra con gran profundidad psicológica los amorosos tormentos de Medea, provocados por Afrodita a petición de Atenea y de Hera para que la muchacha ayude contra su propio padre a Jasón, quien, además de uncir los monstruosos toros, deberá sembrar los dientes del dragón de Cadmo y enfrentarse a los feroces guerreros que nacen de los surcos33. En el libro IV, puesto que Eetes se niega a entregar el vellocino a pesar de que Jasón ha superado las pruebas, Medea adormece con sus encantamientos al dragón34, y huye después de su país con los argonautas. La fabulosa geografía del itinerario de regreso les permite remontar el Danubio hasta el Adriático, en una de cuyas islas mata Jasón a Absirto por iniciativa de Medea, y cruzar desde este mar al Tirreno a través del Po y del Ródano; hacen escala en la isla de Circe, donde esta purifica a Jasón y a Medea del asesinato de Absirto; atraviesan con éxito las Planctas, escollos móviles semejantes a las Simplégades, y dejan atrás sin mayor menoscabo la costa de las sirenas y el peligroso estrecho de Escila y Caribdis; llegan después a la isla de Drépane, donde la reina de los feacios Arete acelera las bodas de los prófugos para evitar que su esposo Alcínoo entregue a Medea a la escuadra colca que había llegado en su persecución a través del Bósforo; arrastrados desde allí por una tempestad, aparecen en Libia, donde se ven obligados a portar a hombros por el desierto la nave varada en las Sirtes y a llorar, además, las muertes de Canto y de Mopso; parten de nuevo y, al costear Creta, mata la Eétide con sus sortilegios a Talo, fiero gigante de metal; reciben el auxilio de Apolo en la isla de Ánafe, y arriban por fin a Yolco venturosamente.
El éxito de Apolonio no eclipsó por completo las versiones discrepantes, atribuidas muchas de ellas por sus escoliastas a una serie de historiadores, mitógrafos y logógrafos que entre los siglos v y III a. C., escribieron en prosa acerca de la gesta de Jasón, como Hecateo de Mileto35, Demárato36, Ferecides de Atenas37 y Herodoro de Heraclea38. A este último seguirá Valerio al nombrar piloto de la Argo en sustitución del difunto Tifis a Ergino y no a Anceo (V 65; cf. 31 FGrHist 55), en un pasaje que se ha aducido junto con otros para sostener la tesis de que el poeta romano conoció los escolios a las Argonáuticas del de Rodas39. Pero esta cuestión, que lleva aparejada la pregunta acerca de los comentarios a los que Flaco habría tenido concretamente acceso, continúa abierta40. Tampoco está claro si el episodio de la liberación de Hesíona, incluido por el épico flavio (II 445 ss.) pero no por su predecesor alejandrino, lo tomó aquel directamente de la versión racionalizada del mito debida a Dionisio Escitobraquión (siglos III-II a. C.)41, que también pudo haber encontrado en Diodoro Sículo (Biblioteca Histórica IV 40-55)42.
Más o menos fiel a Apolonio debió de ser la traducción latina de las Argonáuticas llevada a cabo en época de César por Varrón Atacino43, cuya influencia en el poema de Valerio parece más bien limitada44. Siglo y medio antes había comenzado a cosechar gran fortuna en la escena romana la Medea trágica, personaje oscuramente fascinador que, tras la honda huella de Eurípides, reaparece en Ennio, en Pacuvio, en Accio, en Ovidio y en Séneca45. De la Medea del Sulmonense han sobrevivido sólo dos fragmentos46, pero contamos con la poderosa presencia de la Eétide en las Heroidas (VI y XII), donde tanto Hipsípila como ella misma le reprochan a Jasón los abandonos que les ha tocado sufrir, y en las Metamorfosis (VII 1-424), donde se narran sus aventuras desde que se enamora en la Cólquide hasta que se ve obligada a huir de Atenas por haber intentado envenenar a Teseo, con particular demora en los detalles del mágico rejuvenecimiento de Esón y de la muerte de Pelias; en ambas obras, la venerable leyenda argonáutica ha devenido mero contexto de los amores, conjuros y angustias de Medea, moza enamorada a la vez que hechicera temible, ambigua e inquietante mujer cuyo destino trágico no deja de resultar problemático cuando se escribe en metro heroico47.
El poeta que, en tiempos de Vespasiano, se proponga componer una epopeya acerca de la gesta de los argonautas hallará ante sí un camino largamente trillado que, en pos de Medea, se ha ido desviando hacia las umbrías de la tragedia. Y la dificultad del empeño resulta acrecida por el hecho de que, en Roma, escribir poesía épica después de Virgilio obliga a sobreponerse a Virgilio, a intentar salir airoso del desigual combate con la imponente tradición que, nacida de Homero, se había alzado con el genio del Mantuano a una cumbre inalcanzable. De hecho, la Eneida influirá en todos los aspectos del tratamiento nuevo que dé Valerio Flaco a la vieja materia argonáutica, empezando por la estructura de su poema.
2. Estructura
La tradición mítico-literaria acerca de la travesía de la Argo proporcionaba a Valerio Flaco una fábula de marcado carácter episódico. En las Argonáuticas del Rodio, la acción principal se veía hasta cierto punto fragmentada en lances sucesivos entre los cuales no se daba conexión estrecha, y el protagonismo de Jasón resultaba difuminado por las aventuras de algunos de sus hombres durante el viaje de ida y por la presencia de Medea después. Mas el poeta romano ha procurado dar orden y coherencia a su narración, y ha recurrido para ello al modelo que le ofrecía Virgilio48. Así, encontramos en Valerio (V 217-221) una invocación a la musa que, sin coincidir exactamente con la división en libros, a diferencia de lo que ocurría en Apolonio (III 1-5), preludia la prosecución del relato, a modo de proemio intermedio análogo a aquel que, ya comenzado el libro VII (37-45), dividía la Eneida en dos mitades, «odiseica» la primera (I 1-VII 36) e «iliádica» la segunda (VII 37-XII 952). De esta analogía, corroborada por ulteriores correspondencias49, se infiere la bipartición de las Argonáuticas latinas, que cuentan igualmente un fabuloso viaje por mar en su parte «odiseica» (I 1-V 216) y una encarnizada guerra en su parte «iliádica» (V 217-VIII 467)50. No conviene, sin embargo, extremar el paralelismo, porque, si bien es cierto que Valerio reordena la narración del Rodio según el esquema del Mantuano, también lo es que, en este como en otros aspectos de su poética, la referencia constante a la Eneida no sólo no menoscaba la propia creatividad, sino que ayuda a ponerla de manifiesto.
Mientras que la Eneida comienza in medias res, el relato de Valerio sigue, como el de Apolonio, un orden lineal desde el encargo de Pelias hasta el inicio del viaje de regreso, y tan sólo introduce narraciones retrospectivas en boca de un personaje (el músico Orfeo) a la hora de relatar prehistorias particulares como la del vellocino de oro (I 277-293) y la del Bósforo (IV 344-421)51. Mas tampoco se ciñe nuestro autor al hilo narrativo de las Argonáuticas griegas, y esto es particularmente constatable en el libro I. Al proemio apoloniano (I 1-22) seguía inmediatamente el catálogo de los argonautas, pero Valerio ha intercalado entre ambos elementos la confrontación entre el tirano Pelias y el héroe Jasón (I 22-63), las deliberaciones de este y su plegaria a Juno y a Minerva (64-120), la construcción de la nave Argo (121-148), el rapto de Acasto (149-183), el sacrificio propiciatorio y el banquete (184-293), el sueño de Jasón (294-310) y la despedida de sus padres (310-349). Los nombres de los marinos se enumeran, por fin, al tiempo que estos van ocupando los bancos del buque (350-486)52, y a la partida sigue un concilio divino durante el que Júpiter explica a los dioses el sentido de la aventura que comienza (498-573). Sufren luego los argonautas una tempestad (574-692), con lo que se invierte el orden en que esta y la escena olímpica se presentaban en el I de la Eneida, (50 ss.; 223 ss.), y concluye después el libro con la muerte de los padres de Jasón (693-850), que no se hallaba en Apolonio53; ambos episodios dan comienzo a la narración propiamente dicha, después de que la mayor parte del libro I se haya consagrado a la exposición y motivación general de la gesta54.
La travesía sigue su curso a lo largo de los tres libros siguientes, en los cuales se suceden en el orden prescrito por Apolonio episodios de protagonismo colectivo, como los de Lemnos (II 72-427) y Cízico (II 627-III 458), o individual, como la lucha de Pólux contra Ámico (IV 99-343) y la de los hijos de Bóreas contra las harpías (IV 422-528). El papel de Jasón es, no obstante, central: él se abandona al amor de la reina de Lemnos y él mata al rey Cízico, él pregunta a Fineo, el adivino liberado de las harpías, por los peligros que la navegación les reserva (IV 529-636), él dirige como arrojado capitán el paso de la Argo entre las Simplégades (IV 637-710), y él es el primero en recibir la felicitación del rey Lico por la derrota de Ámico (IV 740-762). En la primera parte de la Argonáuticas romanas, el protagonismo del Esónida no resulta, pues, menoscabado por el carácter colectivo de la aventura, pero sí amenazado por la preponderancia de un héroe lo bastante robusto como para desequilibrar cualquier parangón.
La tradición mítica seguida tanto por Valerio (III 509 ss.) como por Apolonio (I 1187 ss.) deja a Hércules a medio camino de la Cólquide haciendo que los argonautas lo abandonen en Misia mientras busca a su favorito Hilas, que ha sido raptado por la ninfa de una fuente; pero el épico romano ha potenciado extraordinariamente la relevancia estructural del gran héroe de Tirinto en la primera parte del poema55. Ha suprimido la nota del Rodio (I 1212 ss.) que le imputaba a Hércules la muerte de Tiodamante, padre de Hilas, y también el pasaje relativo a su combate contra los terrígenas de Cízico (I 989 ss.), pero le ha hecho protagonizar dos episodios añadidos a la versión helenística: en las costas de Troya libra a la princesa Hesíona del monstruo marino que estaba a punto de devorarla (II 445-578)56, y en el Cáucaso mata al buitre que le comía las entrañas a Prometeo (IV 58-81; V 154-176)57. El primer lance le ofrece al Tirintio la posibilidad de demostrar su heroísmo individual y sobrehumano después de haberle reprochado duramente a Jasón los amores de Lemnos (II 373-384), y el segundo le devuelve la plena estatura heroica después de la impotencia en que lo ha sumido la pérdida de su amado Hilas (III 565-597); en ambas aventuras, aparece Hércules como martillo de males y liberador de afligidos, según una perspectiva no ajena a cierta exégesis alegorizante de cuño estoico58. Así, mientras que en la parte «odiseica» de la Eneida no dejaba de centrarse en el personaje de Eneas, la «odisea» de las Argonáuticas incluye una especie de «Heracleida» que culmina con la liberación de Prometeo59, justo antes de que los argonautas arriben a la Cólquide en vísperas de una «ilíada» que tendrá menor alcance del que parecen prometer los paralelismos con el modelo virgiliano60.
El proemio intermedio de la Eneida anunciaba el carácter fundamentalmente marcial de la sección «iliádica», concebida como «obra mayor» (maius opus VII 45) con respecto a la precedente sección «odiseica». Pero Valerio, al informar del tema de su «otro canto» (cantus alios V 217), no sólo anticipa las guerras de Jasón que habrá de narrar en el libro VI (Thessalici bella ducis 218), sino también el loco enamoramiento que lleva a Medea a pactar con el forastero traicionando a su padre (furias infandaque natae / foedera 219-220), objeto del libro VII, y la presencia de la Colca a bordo de la Argo durante el viaje de regreso (horrenda trepidam sub virgine puppem 220), que se hará realidad en el libro VIII. En efecto, la guerra en la que los argonautas apoyan a Eetes contra su hermano Perses, que Flaco introduce en su narración desmarcándose de todas las versiones conocidas de la saga61, no sirve para obtener el vellocino, a pesar de que el tirano lo había prometido como recompensa por la ayuda de los griegos, de modo que el fracaso de la «ilíada» o solución bélica devuelve el desarrollo de la acción al cauce tradicional: será el amor atormentado de Medea, y no el heroísmo guerrero de Jasón, la fuerza que ponga al fin en manos de este la piel del carnero de Frixo. A una primera parte que contrapone el heroísmo de Hércules al de Jasón sigue, pues, una segunda que liga inextricablemente la hazañas del Esónida al destino de Medea.
No parece, sin embargo, que Valerio haya tenido la intención de llevar la historia de la Colca hasta los horrores de Corinto, empeño difícilmente realizable si, como todo parece indicar, su plan de trabajo no comportó más libros que los ocho que conocemos62. Las dos tétradas de las Argonáuticas doblan los cuatro libros de Apolonio siguiendo el modelo de las dos héxadas de la Eneida, de tal modo que a la obra del romano, interrumpida abruptamente en el verso 467 del libro VIII (mientras el Esónida intenta explicarse con la Eétide después de que esta haya presentido su propósito de entregarla a Absirto, que se ha lanzado en persecución de la Argo), le bastarían unos trescientos versos para igualar en extensión a la del Rodio (constan de 5.592 hexámetros la primera y de 5.835 la segunda)63. Además, entre el libro I y el VIII se dan correspondencias que, probablemente, estaban llamadas a rematar el relato mediante el recurso a la composición en anillo64.
Descartada la posibilidad de que el proyecto de Flaco haya comprendido diez o doce libros65, el contenido de los trescientos o cuatrocientos versos con los que habría quedado completo el libro VIII es y seguirá siendo objeto de conjetura, pero no parece factible que incluyera crímenes aún lejanos de Medea como la muerte de Pelias o el asesinato de sus propios hijos. Nuestro autor podría haber narrado a un ritmo más o menos acelerado el regreso de los argonautas a la Hélade66, siguiendo en todo o en parte la ruta trazada por Apolonio en su libro IV67, y acaso la Argo se transformara al final del poema en constelación como había sido anunciado en el proemio (I, 4)68. Aunque recientemente se ha aventurado la hipótesis de que las Argonáuticas tuviesen más bien un final abierto al modo de la Eneida, con la muerte de Absirto en el lugar de la de Turno69.
3. Poética
En la estimación de los méritos poéticos de Valerio Flaco ha pesado el prejuicio estético contra la latinidad argéntea atizado por la filología decimonónica, así como la lectura historicista que veía en el «neoclasicismo» de la épica flavia un correlato cultural de la restauración política del principado, acometida por un Vespasiano empeñado en reverdecer los laureles de Augusto70. Pero nuestro poeta no es el adalid de una contrarreforma del gusto inducida por los Flavios, sino el laborioso epígono que, ascendiendo de la imitación a la emulación, refunde en el crisol de su ingenio una pesada tradición literaria con el propósito de aquilatar una palabra poética propia, tildada por los modernos de «clásica» o «neoclásica», pero también de «romántica», de «barroca», de «manierista» y aun de «parnasiana»71. No es, desde luego, Valerio Flaco un Apolonio envuelto en la toga de Virgilio, ni su inevitable dependencia del Mantuano resulta tan «servil» como se le antojó al gran Wilamowitz72.
La compleja relectura que hace nuestro autor de las fuentes de tema argonáutico a través del prisma «clásico» de Virgilio no es ajena a la lente «barroca» que, en pos de Ovidio, aplicaron con maestría Lucano a la épica y Séneca a la tragedia. Si, hasta cierto punto, Valerio ha aligerado su relato de la erudición geográfica, etnográfica y etiológica incorporada por Apolonio73, lo ha recargado, en cambio, de alambicadas referencias intertextuales de cuyo desciframiento por parte de un lector doctus depende en buena medida el efecto estético pretendido74. Las Argonáuticas griegas, cuyo conocimiento se requiere incluso para la simple comprensión de algunos pasajes Valerianos75, procuran el argumento y la trama, pero algunos episodios se funden en los moldes proporcionados por famosas escenas de la épica latina. Las terribles tempestades marinas (I 574 ss.; VIII 318 ss.) son deudoras de la que abre la Eneida (I 50 ss.)76, y la muerte de los padres de Jasón (I 730 ss.) lo es a la vez de la necromancia lucanea (Farsalia VI 589 ss.) y de la catábasis virgiliana (En. VI 236 ss.), así como del suicido de Dido (En. IV 607 ss.)77; la liberación de Hesíona por Hércules (II 451 ss.) reescribe el episodio ovidiano de Perseo y Andrómeda (Metamorfosis IV 668 ss.)78, y el pugilato de Pólux contra Ámico (IV 252 ss.) el de los virgilianos Dares y Entelo (En. V 368 ss.)79. Aun de prosistas como Diodoro80 y Heródoto81 se sirve Flaco para alterar el contenido y el enfoque de la narración del Rodio, y hasta en casos en que sigue de cerca la línea trazada por este se permite oblicuas alusiones a las versiones desechadas82.
El lector familiarizado con las Argonáuticas griegas ha de percibir la novedad de las romanas desde la primera palabra del primer verso: Prima deum magnis canimus freta pervia natis. Para Valerio, la Argo no es solamente una nave ilustre, sino la primera que surcó los mares, según una idea poco difundida entre los griegos pero muy cara a los romanos83. La aventura de los argonautas se propone de esta manera como conquista del piélago por el hombre, como avance fundamental en el dominio de lo ignoto, como humanización de lo inhumano84. Así se la plantea el propio Jasón a su primo Acasto para instigarlo a participar en la travesía (I 168 ss.). Mas no desconoce el héroe la otra cara de la moneda: en su plegaria a los dioses marinos (I 194 ss.), intenta descargarse de la culpa sacrílega que pueda nacer de la profanación de un elemento vedado a los mortales, con un resquemor profundamente senecano que compartirán sus hombres aterrorizados por la tormenta (I 627 s.). A la visión optimista que entiende la navegación como progreso se opone así la visión pesimista, propiamente romana, que la condena como pecado contra el orden natural85. Y a la ambivalencia de la acción épica responde la ambigüedad del protagonista.
El Jasón de Apolonio ha sido tachado de antihéroe, de «héroe del amor», de héroe forzado86. Flaco, en cambio, dota de estatura heroica a su protagonista desde que opone la reconocida hombría de Jasón a las astucias de un Pelias dibujado con los trazos típicos de los tiranos de las tragedias de Séneca (I 29 s.)87. El héroe de Valerio actúa desde los primeros momentos y a lo largo de toda la narración como ductor, como caudillo indiscutible de los argonautas, quienes, según el Rodio (I 336 ss.), aceptaban al Esónida como tal sólo después de que Heracles hubiera rechazado este cometido88. Mientras que el Jasón griego se plegaba dolientemente a la necesidad (I 298 ss.; II 624 ss.), el romano es sensible al estímulo de la Gloria personificada (I 75 ss.). La motivación pasiva, la obediencia resignada al mandato de Pelias, resulta así desplazada por una motivación psicológica activa que se encontraba ya en Diodoro (IV 40,1 s.)89; pero, si la autonomía del protagonista Valeriano tiende a realzar su heroísmo, puede igualmente delatar un reprobable anhelo egoísta de fama. Si este se ve enseguida compensado por el recurso a la religión (I 79 ss.), que acercaría al héroe de las Argonáuticas al modelo del pius Aeneas90, es cuestión discutida91, como lo es el significado que pueda tener para menoscabo o aumento del heroísmo del Esónida la reiterada comparación con Hércules (I 34 ss.; V 486 ss.; VII 622 ss.; VIII 125 s.; 230 s.)92. Aunque abriga serias dudas con respecto al éxito de su empresa, Jasón las oculta para embaucar al ingenuo Acasto (I 150 ss.), demostrando una capacidad de simulación que poco tiene que envidiar a la que Pelias ha empleado contra él mismo al proponerle la busca del vellocino (I 38 ss.)93. Si de confrontarse con los dioses se trata, tan pronto descarga en el tirano la culpa de su obligada irrupción en el reino de Neptuno (I 198 ss.) como atribuye a la responsabilidad de Júpiter la apertura del tráfico marítimo (I 240 ss.)94.
El restablecimiento de la causalidad divina suprimida por Lucano constituye un elemento determinante a la hora de postular el «clasicismo» de la poética valeriana. Nuestro autor se ha decantado por la epopeya mitológica y ha introducido en su narración el aparato divino desalojado de la epopeya histórica por el «barroco» autor de la Farsalia. Ha enriquecido con una prehistoria basada en la ira de una diosa (respectivamente, Venus, Cibeles y Juno) los episodios de Lemnos (II 82 ss.), de Cízico (III 19 ss.) y de Hilas (III 509 ss.), que carecían de esta motivación en el relato de Apolonio95; y, mediante una solemne profecía de Júpiter (I 531 ss.) que evoca la pronunciada por el mismo dios en el I de la Eneida (257 ss.), ha encuadrado la travesía de los argonautas en un vasto designio sobrenatural que, con la inauguración de las hostilidades intercontinentales, abandonada la desidia del reino de Saturno, prevé el paso de la hegemonía mundial de Asia a Grecia mediante la guerra de Troya, en la idea de que el rapto de Medea prefigura el de Helena96. Mas, a diferencia de Eneas, Jasón no puede saber que su hazaña responde a un plan ineluctable del destino. No le han transmitido ningún mensaje al respecto las sucesivas profecías de Mopso (I 205 ss.), de Idmón (I 227 ss.) y de Fineo (IV 553 ss.), ni tampoco el sueño en que se le ha aparecido la encina de Dodona (I 300 ss.); y las evocaciones que él mismo hace de oráculos desconocidos para el lector resultan desesperadamente elusivas (III 299 ss.; 617 ss.)97. Entre el campo divino y el humano no se da, pues, la progresiva comunicación que los acercaba en Virgilio, como si el abismo abierto por Lucano no se hubiera cerrado del todo98. Además, pronto amenaza Júpiter con dejar la prosecución de la acción épica en manos de Juno, que ha de llamar en su ayuda a las Furias y a Venus (IV 1 ss.); y, efectivamente, se desentiende de Jasón y de los suyos una vez que estos han arribado a la Cólquide (V 672 ss.)99. En adelante, Juno y Venus fraguarán el enamoramiento de Medea y la acosarán implacablemente hasta vencer su resistencia (V 280 ss.; VI 429 ss.; VII 153 ss.; 210 ss.); mas, en ausencia de un Júpiter cuya soberana autoridad pueda ser identificada con el hado, el aparato divino corre el riesgo de verse degradado a reflejo poético de las pasiones humanas100.
No es todo amor furioso en la segunda parte de las Argonáuticas, pero incluso la guerra narrada por Flaco en el libro VI está enderezada a consolidar la atracción que siente Medea por el Esónida, cuyo arrojo en el combate admira desde las murallas (575 ss.)101. Los argonautas luchan en calidad de aliados de Eetes contra su hermano Perses, que le disputa el trono, en la vana esperanza de que el pérfido rey les entregue como recompensa el vellocino, de modo que estas lides inútiles se enmarcan en el sombrío cuadro de una guerra civil o, lo que es peor, fratricida, y Valerio se lo hace ver al lector evocando las guerras civiles romanas mediante un símil (VI 401 ss.)102. Fratricida ha sido ya, en cierto modo, la sacrílega batalla nocturna entre aliados desatada en Cízico, donde la confusión estuvo a punto de hacer que se acometieran los gemelos Cástor y Pólux (III 186 ss.). Valerio ha introducido en el relato argonáutico la gran épica marcial que le era ajena, pero las batallas de su héroe resultan más cercanas a los combates impíos de la Farsalia y de la Tebaida que a las sobrehumanas proezas homéricas o a las providenciales gestas virgilianas103.
La recurrencia de la guerra civil y la reaparición sucesiva del tipo del tirano en los personajes de Pelias, de Laomedonte y de Eetes104, así como las reminiscencias políticas del suicidio de Esón, equiparable a los de ilustres víctimas de Nerón como Séneca o Trásea Peto105, ensombrecen considerablemente las connotaciones romanas del poema Valeriano. El plan universal de Júpiter contempla el «reinado larguísimo» del pueblo llamado a suceder a Grecia en la hegemonía (I 558 ss.), pero no el «imperio sin fin» concedido por el Júpiter de Virgilio (I 279) a una Roma que el de Flaco ni siquiera menciona por su nombre106; en consecuencia, la perduración del Imperio, que garantizaba la fortuna de la Eneida (IX 446 ss.), se propone como condición no segura de la pervivencia de las Argonáuticas (II 245 s.)107. La teleología trascendente del modelo virgiliano, que presentaba el mito de Eneas como prehistoria de la grandeza de Roma, se ve así desplazada por una teleología inmanente que, sin traspasar los lindes del mito, apunta al epílogo trágico de la gesta de Jasón.
En efecto, una de las novedades más chocantes que plantea Valerio al lector de Apolonio consiste en la reiterada prefiguración del abandono y la venganza de Medea, que pone en juego tanto los recursos anticipatorios propios de la epopeya como la ironía trágica108. No sólo emplea nuestro autor dos vaticinios (I 224 ss.; VIII 248 ss.), un sueño premonitorio (V 338 ss.) y una écfrasis profética (V 442 ss.), además de comentarios omniscientes del narrador (VI 45 ss.) y de los dioses (IV 13 s.; VI 500 ss.), sino que también desliza en los parlamentos de los personajes humanos palabras ambiguas que, a despecho de la ignorancia de quien las pronuncia, suscitan en la memoria del lector el recuerdo de la matanza de Corinto (VII 310 ss.; 505 ss.; VIII 108; 148; 420 ss.)109. Y la frecuencia de estas alusiones, creciente en la segunda parte de la obra, va difuminando la cualidad épica de la gesta de los argonautas, abocada desde Eurípides a un final trágico que se presiente cada vez más próximo110.
No parece, en fin, que Valerio haya querido componer una celebración poética de los Flavios, en el mismo sentido en que el lector de época flavia o neroniana pueden haber entendido la Eneida como celebración poética de los Julios111. El hiato entre dioses y hombres, la relevancia de la guerra civil y la incertidumbre acerca del destino de Roma demuestran que no estribó el propósito de nuestro autor en restaurar la épica «clásica», virgiliana, después de la subversión «barroca» operada en el género por Lucano. A los autores flavios no les queda más remedio que integrar de algún modo en la poética de Virgilio la poética del anti-Virgilio112, y este casamiento desigual subyace en buena medida a la complejidad de una laboriosa reescritura que, consciente de su propio retardo, henchida de tradición libresca, compensa la obligada veneración a los precursores con la docta ironía de los epígonos113.
4. Estilo
La lengua poética de Valerio Flaco es, como la de Silio Itálico y como la de Estacio, virgiliana en lo fundamental; no admite el color arcaizante heredado de Ennio por Lucrecio, ni se abre al experimentalismo y a la hinchazón retórica de Lucano114. Desarrolla, sin embargo, considerablemente la creación léxica115, ya forjando palabras nuevas (sobre todo nombres de agente116 y adjetivos compuestos117 y deverbales)118, ya mediante la atribución de acepciones inusitadas a palabras conocidas119. No presenta anomalías insólitas en el tratamiento de los casos120, salvo por el uso del acusativo como objeto directo de participios pasivos con significado activo121. En el plano verbal, incluye un extravagante ejemplo de enálage del infinitivo por el imperativo (adhibere III 412).
Lo más reseñable en cuanto a la sintaxis, además de algunas elaboradas «infracciones»122 de la consecutio temporum123, es la manera en que la parataxis propia del estilo virgiliano se ve complicada por la afición de Valerio a la variatio124, que lo lleva a alterar la concordancia125 y a hacer depender de un mismo predicado diversos casos126 y proposiciones subordinadas127, y es especialmente apreciable en la alternancia de los tiempos y modos verbales propios de la narración128; tendencia a la quiebra de la concinnitas clásica que, aun cuando encuentre un contrapeso en la simetría proporcionada por el empleo del quiasmo129, resulta reforzada por la frecuencia con que se altera el orden de palabras normal mediante figuras caras al «manierismo» posclásico130, como el hipérbaton131 y la anástrofe132.
A la rebuscada dificultad del estilo Valeriano contribuye asimismo la brevitas133, la intrincada concentración expresiva lograda a base de zeugmas134, de elipsis135 y de braquilogías audaces136. Mas no por ello destierra Flaco de su poema las clásicas figuras de efecto redundante137, como el pleonasmo138, la hendíadis139 y la anáfora140, ni renuncia a ornamentos como el oxímoron141.
Nuestro poeta permanece fiel a los usos virgilianos en lo relativo a la aliteración142 y a las metonimias y sinécdoques convencionales (cf. III.2), si bien demuestra singular capacidad para la metáfora143. Merece ser destacada su tendencia a la personificación144 de sustantivos abstractos o concretos inanimados, bien asignándoles la función de sujeto145 bien atribuyéndoles adjetivalmente cualidades humanas146, muchas veces por hipálage147. Por lo que atañe a una figura tan genuinamente épica como el símil148, Valerio se muestra más cercano a la gravedad homérica que a la ligereza alejandrina de Apolonio, aun cuando a menudo introduce comparaciones más para realzar la agitación psicológica de los personajes que para ilustrar situaciones objetivas149; en los símiles recabados del mundo natural y del quehacer cotidiano150, despliega el talento para la hipotiposis151 exhibido en otros pasajes del poema152. La influencia de la retórica en la invención y disposición de los discursos es patente, pero menguada con respecto a Lucano153, y este comedimiento «clásico» de nuestro autor se percibe también en lo reducido del número de sententiae154.
La métrica de las Argonáuticas155se caracteriza por el predominio del dáctilo sobre el espondeo, por la evitación del hexámetro espondaico (excepto en I 468), por la restricción de la elisión y por la abundancia de versos trimembres. Los tres primeros rasgos son propios de la regularidad del hexámetro ovidiano, notablemente monótono frente al de Virgilio, mientras que el cuarto entronca con la versificación lucanea. A pesar de la escasez de versos áureos156, delatan el cuidado puesto por Valerio en la colocación de las palabras otros factores, como la frecuencia con que aparece el polisíndeton -que ... -que en cláusula de hexámetro y la gran cantidad de versos leoninos157.
5. Fortuna
De que la obra de Valerio Flaco fue conocida y estimada por sus contemporáneos, a pesar de que ninguno salvo Quintiliano (X, 1, 90) haya mencionado al autor por su nombre, nos dan sobradas pruebas Silio Itálico158 y Estacio, quien no sólo evoca esporádicamente pasajes Valerianos159 sino que también emula en su Tebaida (IV 739-V 598) el espantable relato de la matanza de los hombres de Lemnos a manos de sus mujeres (II 82-427)160. Por lo que respecta a escritores no épicos, y aun detractores encarnizados de la épica, se han hallado alusiones más o menos veladas a nuestro poeta en Marcial161 y en Juvenal162. Ya en el siglo v, parecen haber conocido las Argonáuticas el cartaginés Draconcio, cuyo epilio Hilas muestra indicios de imitación163, y el galo Sidonio Apolinar, quien pudo haberse servido de la erudición geográfica de Flaco para su panegírico de Mayoriano (Poemas V)164. Menos seguros parecen los ecos que se han querido detectar en otros autores tardoantiguos165, aun cuando son muy notables los paralelismos que guardan con la epopeya flavia las Argonáuticas Órficas166 y la De excidio Troiae historia del apócrifo Dares Frigio167.
Ni el nombre ni pasaje alguno de Valerio Flaco nos ha sido transmitido por testimonio de gramáticos o comentaristas; las Argonáuticas latinas no llegaron a adquirir reputación de obra clásica ni entraron en el canon escolar, por lo que su difusión durante la Edad Media fue más bien limitada. Entre los siglos XII y XIII circulaban en el norte de Francia algunos versos escogidos a través de florilegios168, además de unas glosas a las Metamorfosis de Ovidio que recogen dos citas valerianas no incluidas en éstos169. Los humanistas paduanos Lovato Lovati († 1309) y Albertino Mussato († 1329) tuvieron, quizás, acceso directo a la obra170, y el poeta inglés Chaucer († 1400) cita en The Legend of Good Women (v. 1457) el título Argonauticon, que se halla tan sólo en la tradición manuscrita de Valerio171; conviene, empero, cierta cautela a la hora de postular que el poema haya sido conocido en Italia antes del siglo xv, o que haya pasado a la abadía alemana de Fulda, donde hacia el siglo IX se copió el códice más antiguo que nos ha llegado (Vaticanus Latinus 3277), tras una fase insular de la transmisión172.
El redescubrimiento de Valerio Flaco se produjo, ya en pleno Renacimiento italiano, gracias a dos hitos fundamentales. En 1416, el incansable buscador de manuscritos Poggio Bracciolini halló en la abadía suiza de Sankz Galllen un códice que contenía parte de las Argonáuticas (I 1- IV 317): el Sangallensis posteriormente perdido, reconstruible a partir de apógrafos entre los que se cuenta la copia hecha por el propio Poggio (Matritensis 8514). En 1429, el humanista florentino Niccolò Niccoli se ocupó de transcribir un antiguo códice que contenía el entero texto conocido del poema (I 1 - VIII 467), y a esta copia suya (Laurentianus plut. 39, 38) se remontan los manuscritos recentiores italianos y la edición príncipe, impresa en Bolonia en 1474 por Ugo Rugerius y Doninus Bertochus173. Pero habrá que esperar al siglo siguiente para que, merced a la notable proliferación de ediciones impresas de las Argonáuticas, comience a percibirse el influjo de Valerio Flaco en la literatura, y aun en las artes figurativas174. Además del singular caso que supone el Supplementum latino de dos libros añadido por Giovanni Battista Pio a su edición boloñesa de 1519175, son dignas de nota las imitaciones y alusiones señaladas en Os Lusíadas de Camões176 y en la Gerusalemme liberata de Tasso177, así como en la obra de Rabelais178 y en los poemas latinos de Milton179.
La primera edición española se publicó en Alcalá de Henares en 1524 por obra del maestro Lorenzo Balbo de Lillo180, quien, en sus dos dedicatorias al canciller Pedro de Lerma, proporciona sabrosas noticias acerca del interés despertado por la epopeya de Flaco entre profesores y alumnos de la Universidad Complutense181. Sus notas fueron reproducidas íntegramente en la edición de Andrés Escoto (Ginebra, 1617) y en la de Pieter Burman (Leiden, 1724), y parcialmente en la de Gottlieb Cristoph Harles (Altemburgo, 1781)182. A la «feliz casualidad» que le puso en las manos un ejemplar de la edición de Burman a Javier de León Bendicho y Qüilty, académico correspondiente de la Real de la Historia, debemos la primera traducción de las Argonáuticas al español; decidido a «trasladar por completo a nuestro hermoso idioma un poema que, traducido en verso a varias lenguas modernas, en España, ni aun en prosa jamás había alcanzado esta fortuna»183, publicó don Javier en Madrid entre 1868 y 1869 su notabilísima versión polimétrica en dos volúmenes más un tercero con el texto latino basado en la edición de Lemaire (1824-1825), subtitulado secunda editio Hispana en homenaje a Balbo. Existe, empero, una edición ursaonense de las Argonáuticas dedicada en 1553 a don Juan Téllez-Girón, cuarto conde de Ureña, por el catedrático Alfonso Ayllón184, quien no duda en proponer la lectura del poema Valeriano para ilustración de don Pedro, primogénito de su mecenas y futuro primer duque de Osuna185. A despecho del desdén moralizante de Luis Vives186, gozó, pues, Valerio Flaco de cierto aprecio entre humanistas y literatos españoles, entre los que parece haberse contado el mismísimo Lope de Vega187.
Mas, por la época en que Javier de León Bendicho se proponía dar a Flaco en España la difusión de que había gozado antes en el extranjero, los juicios negativos acerca de la supuesta falta de originalidad del épico flavio, considerado servil imitador de Virgilio y de Apolonio de Rodas por la filología y la crítica literaria posrománticas, comenzaban a eclipsar su fortuna literaria. Un año antes que viera la luz la primera traducción española, las Argonáuticas dejaban todavía una impronta perfectamente reconocible en The Life and Death of Jason, poema inglés de William Morris188, pero pronto iban a quedar atrás los tiempos en que la lectura de nuestro poeta alentaba en los escritos de un Byron o de un Coleridge189.
III. EL TEXTO
1. La tradición
El texto de las Argonáuticas de Valerio Flaco nos ha sido transmitido por los siguientes manuscritos:
V Vaticanus Latinus 3277; Fulda, s. IX; contiene I 1-VIII 467 (salvo los pasajes copiados en cinco folios que faltan).
S Sangallensis; San Galo, s. IX o X; descubierto por Poggio Bracciolini et al. en 1416 y no mucho después perdido; contenía I 1-IV 317 (salvo algunas omisiones); ha sido reconstruido a partir de seis apógrafos del s. XV:
X Matritensis 8514
P Vaticanus Latinus 1613
Π Vaticanus Latinus 1614
O Vaticanus Ottobonianus 1258
Q Oxoniensis Reginensis 314
Mal Malatestianus Caesenas S. XII 3
L Laurentianus plut. 39, 38; copiado en Florencia por Niccoló Niccoli antes de noviembre de 1429; contiene I 1-VIII 467.
De L proceden los demás manuscritos humanísticos italianos y la edición príncipe boloñesa de 1474. Pero fue V, en cuyo texto se basó por primera vez Pio para la edición que publicó en 1519, el testimonio del que se hizo depender durante largo tiempo toda una tradición reducida a codices descripti, según sostuvieron tras los pasos de Thilo (1863) los sucesivos editores teubnerianos Baehrens (1875), Kramer (1913) y Courtney (1970). Corresponde a Widu-Wolfgang Ehlers el mérito de haber demostrado la independencia de L, copia renacentista de un manuscrito datable entre los siglos V y VI190 que podría ser el arquetipo (ω) o, cuando menos, el hiparquetipo (γ) del que proceden las dos ramas principales de la tradición (L y α, antígrafo de V y S)191; así, el hasta entonces desatendido L resultaba hijo de un códice perdido del que V podía ser a lo sumo nieto, y desplazaba consecuentemente a este en el stemma codicum.
No había cumplido una década la edición teubneriana de Ehlers (1980) cuando la communis opinio imperante a lo largo del siglo pasado sufrió un segundo vuelco, esta vez en lo referente a la autoridad del llamado codex Carrionis (C). Luis Carrión, nacido en Brujas de padres españoles, publicó en Amberes en 1565 y 1566 dos ediciones sucesivas de las Argonáuticas, acompañadas respectivamente de scholia y castigationes en los que se remitía a un vetus codex ante sexcentos annos conscriptus cuyo texto se interrumpía en el v. 105 del libro VIII. Salvo honrosas excepciones192, desconfiaron de tal testimonio la mayoría de los estudiosos, dudando de la capacidad del jovencísimo editor para datar correctamente el códice (que sería, en realidad, un recentior apógrafo de V) y aun de su buena fe, en la idea de que habría pretendido hacer pasar por lectiones traditae sus propias conjeturas atribuyéndolas a un manuscrito inexistente. De vindicar la competencia y la integridad profesional de Carrión se encargó P. Ruth Taylor, demostrando además que el perdido C representaba una rama de la tradición independiente de V, S y L y proponiendo su identificación con un Valerio Flaco presente en la biblioteca belga de Lobbes en los siglos XI-XII 193. Mas la suerte le reservó al hasta entonces escéptico Ehlers el honor de confirmar la existencia del vetus codex mediante el sensacional hallazgo del que tuvo que haber sido su último folio, un pergamino del siglo XII reutilizado en el XVI como folio de guarda de un ritual de la abadía de Marchiennes que contiene los VV. 46-105 del libro VIII, conocido como «fragmento de Douai» (Δ) por haber sido encontrado la Biblioteca Municipal de esta ciudad francesa194. El códice de Carrión, testimonio de una tradición independiente conocida también por los nueve florilegia procedentes del norte de Francia (f)195, adquiría al fin carta de naturaleza en el stemma de la edición de Liberman (1997-2002), la primera cuyo aparato crítico recoge minuciosamente el testimonio del precoz humanista hispanoflamenco.
2. La traducción
La presente traducción de las Argonáuticas es la tercera en lengua española, tras la de Javier de León Bendicho y Qüilty (1868-1869), que se publicó acompañada del texto latino (cf. II.5), y la de Santiago López Moreda (1996), que no proporciona noticia alguna acerca de la edición o ediciones en que se basa. Hemos seguido el texto de Ehlers (1980), aun cuando la fecunda labor crítica de que ha sido objeto el poema de Valerio Flaco en los últimos tiempos nos ha llevado a disentir del último editor teubneriano en no pocos pasajes, consignados en la Tabla de discrepancias (cf. III.3). A este respecto, nos ha sido de particular utilidad la edición de Liberman (1997-2002); hemos cotejado su traducción francesa con la inglesa de Mozley (1934), con la italiana de Caviglia (1999) y con la alemana, excepcionalmente literal, de Dräger (2003). Las notas y, en ocasiones, el texto son por lo demás deudores de la larga tradición exégetica nacida con las ediciones humanísticas y recientemente vivificada por los numerosos comentarios parciales incluidos en la Bibliografía, sobre los que destacan por su amplitud y permanente utilidad los perpetuos de Langen (1896-1897) y de Spaltenstein (2002-2005). Seguimos concretamente a Kleywegt (2005) al rechazar la transposición de Kennernecht (I 403-410 post I 382), aceptada por todos los editores del pasado siglo salvo Kramer (1913)196.
Hemos intentado ofrecer una traducción fiel al original latino, reflejando en el texto español tanto la común dicción épica heredada de Virgilio por sus epígonos como el estilo personal de nuestro autor. En consecuencia, hemos mantenido sinécdoques y metonimias convencionales («popa», «quilla», «pino», «fresno» por «barco»; «techos» por «casa»; «ejes» por «carro»; «cabeza» por «persona»; «abeto», «encina» por «lanza»; «Baco» por «vino»; «Ceres» por «cereal» o por «pan»; «Marte» por «guerra»; «penates» por «familia» o por «casa»; «Osa» por «Norte»), y hemos transcrito directamente epítetos compuestos como el enniano Bellipotens, «poderoso en la guerra» (I 529), el acciano Armipotens, «poderoso con las armas» (III 253), el virgiliano Ignipotens, «poderoso con el fuego» (II 80; V 452), y los Valerianos Solígena, «hijo del Sol» (V 223, 317) y Arquipotens, «poderoso con el arco» (V 17). Asimismo, hemos intentado reflejar en la medida de lo posible rasgos del estilo Valeriano como las variaciones sintácticas y las expresiones braquilógicas (cf. II.4).
Allí donde el estado lagunoso del texto lo aconsejaba, hemos adoptado, de acuerdo con las normas de esta colección, algunas conjeturas que se insertan entre paréntesis angulares, al igual que los pasajes suplidos ya en la edición de Ehlers; mediante asteriscos se señalan, en cambio, las lagunas que no hemos creído necesario rellenar. Entre corchetes figuran los pasajes atetizados, ya traducidos, ya simplemente indicados mediante puntos suspensivos. En contados lugares de particular ambigüedad (I 90, 253, 423; II 369; VII 72), hemos apuntado a pie de página versiones alternativas.
3. Tabla de discrepancias
La presente tabla no incluye los cambios en la ortografía y en la puntuación, a no ser que resulten determinantes para la interpretación del texto o que enmienden erratas. La sigla ω designa la lectura del arquetipo por acuerdo entre los testimonios de γ y de C. Las siglas de los codices recentiores dependientes de L (no recogidas en III. 1) podrá hallarlas el lector interesado en las ediciones de Ehlers y de Liberman. Las ediciones incunables, incluidas en la Bibliografía, se citan por la inicial del lugar de publicación y la fecha (e. gr. B-1474 = Bolonia, 1474).