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CAPÍTULO 2

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Ok, que no cunda el pánico, este día será fenomenal —tú puedes, Lexie, tú eres una mujer madura capaz de enfrentar tus errores—, nadie tiene por qué enterarse de lo del video, es más, estoy segura de que nadie lo ha visto, vamos, que la gente no se pasa la vida navegando en Internet buscando videos chistosos o donde las novias salgan corriendo el día del compromiso, no, la gente está muy ocupada como para pensar en trivialidades. Bien, entro por la puerta principal del canal televisivo, un enorme edificio de quince pisos, con paredes de ladrillo y uno que otro ventanal; a pesar de ser una productora muy pequeña, ha estado tomando auge en los últimos tiempos, sobre todo en el mundo de las finanzas. Billy, el guardia, me sonríe de manera amable, mientras se lleva una mano a la gorra en forma de saludo. De camino al ascensor, escucho risitas mal disimuladas y giro la vista para ver que Becky, la recepcionista, está mirando de reojo en mi dirección y se está sonriendo con Laurens una chica de contable que está tomando su café, es como si ambas estuvieran observando algo que les causara mucha gracia.

El mentado cacharro infernal que tenemos por ascensor, se tarda más de la cuenta y yo solo logro escuchar a la única voz que no quería oír esa mañana. Dios, la mañana estaba comenzando demasiado bien. Tal vez se me ha pasado comentarles un pequeño detalle, recuerdan que odio con toda mi alma al tipo del banco que me negó el crédito estudiantil, bueno, pues aquí parado, justo detrás de mí, está Jack Myers. Sí, el mismo tipo prepotente, patán, cretino, que solo ha llegado a este mundo para atormentar a las nobles e inocentes almas como yo.

—Vaya, así que la novia fugitiva, ¿eh?, imaginaba que te pegaba lo cliché y cutre —dice él y tengo que hacer uso de todo mi autocontrol para no comportarme como una mujer inmadura y mostrarle el dedo medio.

Ni un «hola, Lexie, ¿cómo estás?», o un «estás más preciosa esta mañana, querida compañera de trabajo», aunque claro, que si llega a hacerme un comentario de ese tipo, seguramente le estamparía mi puño en toda la cara. Su voz suena sarcástica, pero es un tono al que ya casi le estoy tomando afecto, siempre que me ve por los pasillos de la productora, me mira con el ceño fruncido como si estuviera observando un desastre, también a veces arruga la nariz como si mi perfume le molestara. Y cuando me habla, siento que estoy frente al director del colegio. La piel se me enchina solo de recrear la imagen, como si hubiera cometido alguna travesura.

Debo parecer una lunática, pero no voy a dejar que ese hombre me arruine la mañana, por muy cerebrito que sea para las finanzas. Debo comportarme como la persona adulta que soy, pero primero les contaré que mi calvario con este hombre en mi trabajo comenzó un año atrás, ya que al parecer la productora necesitaba subir el rating del programa y se les ocurrió la brillante idea de que alguien como él nos daría un impulso y estaba casi segura de que venía recomendado por algún alto ejecutivo, ya saben que en este medio si no cuentas con alguna palanca no tienes nunca una oportunidad, y el niño mimado ha llegado como si fuera el rey Midas, pero bueno, para qué seguir recordando eso que solo me saldrá una úlcera en el estómago. Así que pongo mi mejor sonrisa tiesa, un poco más y parecerá que me he puesto bótox. Respiro profundamente y lo encaro, porque yo puedo ser muchas cosas, pero jamás seré una cobarde. Sus ojos son dos pozos oscuros que en este instante me están mirando como si quisieran eliminarme de la faz de la Tierra, lo que amplia más mi sonrisa, ya saben, siempre dicen que cuando estés frente a tus enemigos sonrías, eso logra joderlos de verdad. Pero en Jack, mi sonrisa parece no surtir tanto efecto, de hecho, siento como si acabara de arrebatármela para tirarla en el bote de la basura.

—Oh, el señor perfecto de las finanzas, ¿qué hace usted aquí esperando el ascensor junto a los simples mortales?, ¿acaso su séquito no pudo llevarlo hasta su camerino, mientras lo cargan y abanican?

Vale, Jack siempre toma las escaleras, pues ha mencionado que subir escalones es más saludable que tomar el ascensor, pero a mí me encanta pincharlo para ver de qué manera reacciona. Cada que logro cruzar palabra con él le lanzo una pulla para ver cómo sus ojos se oscurecen, en determinadas ocasiones incluso noto cómo cierra y abre los puños, seguramente evitando lanzarse sobre mi cuello y ahorcarme. ¡Que le den! Es tan estirado, a su lado me siento tan insignificante que me odio por ser tan tonta. No me malinterpreten, me encanto tal como soy, mi cabello castaño no esta tan a la moda como las chicas de revista, pero las maquilladoras hacen un buen trabajo conmigo cuando salgo al aire, hoy me he puesto un vestido de color berenjena y sé que estoy divina. Pero, aun así, ese hombre logra que sienta una punzada de pánico por si tengo el cabello fuera de lugar o a lo mejor una arruga en la falda del vestido.

Él, por supuesto, hoy se ha puesto una camisa gris y el traje hecho a la medida negro que tanto me gusta. En un año que lleva trabajando en el mismo edificio, he aprendido a reconocer el humor que traerá con solo mirar su ropa, y hoy, al parecer, es día de final feliz, esa camisa solo significa que una chica piernas largas pasará por él al final de la tarde y lo más probable es que se marcharán juntos, muy juntos, pero ahora no es momento de ponerme a pensar en lo que hace ese innombrable. Tengo cosas más importantes que meditar, como descubrir la fórmula para acabar con la hambruna del mundo, vale, claro que jamás la encontraría. «Pero es mejor tener esos pensamientos, que estar pendiente de las novias de mi némesis».

El ascensor por fin se abre frente a nosotros, y aunque no me gusta mucho la idea, doy un paso al frente y entro en él, Jack me mira enarcando una ceja, pero se supone que las damas deben de ir primero, ¿no? Vale, es que creo que me excedí mucho un día que coincidimos en la puerta de entrada, él, muy galante me cedía el paso y yo, claro que no iba a permitir que él quedara como el caballero de armadura brillante, ya de por sí las mujeres suspiran a su paso como para dejarle mostrar sus modales conmigo. Entonces le solté todo un repertorio sobre la liberación de la mujer, le recordé que ya no estábamos en la edad de las cavernas, que las mujeres habían logrado grandes cambios como para que un hombre viniera a dejarme pasar primero, y que me estaba ofendiendo porque el abrirme la puerta es un claro signo de opresión al feminismo. Me exalto, es que cuando me pongo nerviosa empiezo a soltar cuanta palabra absurda me sale, es como si mi filtro no sirviera y las palabras brotaran sin ser analizadas.

Ahora, cada vez que un hombre de la productora me ve, se aleja unos pasos, no aguantan nada, tampoco es como si les fuera gruñendo a todos. Jack ha pulsado el botón para que el cacharro infernal comience a subir, la pared metálica está tan reluciente que puedo ver su reflejo a la perfección, debo de concederle que el hombre es muy guapo, creo que la mayoría de las mujeres deben de desmayarse a su paso, pero, por suerte, yo soy inmune a ese tipo de belleza. Cada vez que veo su rostro es como si llevara escrito la palabra denegado en la frente, y me dan unas ganas de estrangularlo, es verdad lo que dice Gina, debo superar a este hombre, pero no puedo, es superior a mis fuerzas. Parece que disfruta llevándome la contraria, o lanzándome indirectas, como aquella vez que dijo que los vegetarianos solíamos ser unos amargados, ¡ja!, es estúpido, porque yo soy vegana, no vegetariana; ahora, en cada ocasión que nos topamos en la cafetería suele pedir que le den la carne casi cruda, porque sabe que odio ese gesto, pues, ¿saben qué?, ¡ojalá le dé salmonelosis!

—Lexie… Lexie, la pequeña Lexy, me encanta ver tus ojos cuando muestran esa mirada asesina. ¿Qué sucedió? Tu abrigo de diseñador se ha estropeado —dice con tono burlón, me dan ganas de borrarle esa sonrisa de autosuficiencia de un puñetazo.

Siempre he odiado que me lance pullas sobre mi vestuario, sabe que ninguna mujer es capaz de aguantar que hablen mal de su ropa, aparte, que al decir la palabra diseñador lo ha dicho con ese tonito que dice: «sé que eres una compradora y derrochadora compulsiva». Nada más lejos de la realidad, pero ya lo dije, no puedo revelar mi secreto sin tener que matar a los involucrados.

—Jack… Jack…, gracias por preguntar, mi abrigo está bastante bien —le digo de la misma manera que él lo ha hecho.

—Entonces, no comprendo tu cara de asesina en serie. Creo que necesitas más azúcar en tu vida. Solo la gente psicópata toma el café sin endulzarlo, o probar un buen chuletón, a lo mejor de esa manera tu cuerpo produce la hormona de la felicidad.

—Deberías tener cuidado, algún día puedes terminar flotando en un río, Jack. Cuida tu espalda.

Ja, chúpate esa, Jack, ha quedado de lo más intimidado, estoy segura de que ahora comenzara a respetarme; vale que soy bajita y no soy capaz de matar ni a un zancudo, bueno, Gina dice que sí los mato, pero a carcajadas, pero esa es otra historia. Se ha quedado tan asombrado que incluso no exclama palabra, deberían de contratarme como actriz en esas películas de matones, sí ya me lo estoy imaginando, la superestrella del momento, mientras veo los promocionales de mis películas de acción, donde salgo vestida cubierta con un mono de látex rojo y dos pistoleras en cada pierna. Jack se lleva una mano a sus labios y veo que sus hombros tiemblan como si tuvieran miedo, esperen, no, definidamente no está temblando de miedo, el muy capullo está riéndose. Cuando ve que me percato de que está conteniendo la risa, ya no disimula y suelta una carcajada.

—Perdona, pero la verdad es que es muy difícil no imaginarte como Maggie Hayward, la asesina —dice al ver mi cara de ofensa.

Vale, ahora se está burlando de mí, bastardo. Espero que le caiga una maldición tibetana y un día amanezca sin dientes.

—Ja —es lo único que voy a replicar, por suerte el ascensor se detiene, voy a dar un paso para salir de ahí, pero Jack casi me empuja contra la pared del cacharro infernal y sale antes de que pueda impedírselo.

—Pequeña Lexy, liberación femenina —dice alzando un brazo en señal de protesta y se larga de ahí dando grandes zancadas, no cabe la menor duda de que la caballerosidad ya no existe en nuestros días.

Lo bueno es que soy una chica que no se deja desalentar por nada, así que aliso mi vestido, me paso la mano por el cabello y salgo antes de que el mentado chisme ese cierre sus puertas de nuevo y me lleve hasta el último piso, no es que me haya pasado, vale, solo una vez, pero mi labial estaba corrido y mientras me retocaba los labios, el ascensor comenzó a avanzar. Técnicamente no fue mi culpa, debería de traer un sensor que distinga en qué planta se queda la gente. Avanzo hasta recorrer los metros que me separan del pequeño camerino, he leído el guion del programa del día y parece ser muy divertido, o eso espero.

«Puedo hacerlo, claro que puedo hacerlo» pienso, mientras estiro el tapete de yoga. Gary y yo estamos preparados con nuestra indumentaria que consiste en unas licras superajustadas de meditación y un chándal a juego, el instructor de yoga se posiciona frente a la cámara, estoy detrás de ellos y sonrío con toda la confianza reflejada en mis labios. «Esto es pan comido para mí, ya antes lo he hecho», digo de manera magistral al saludo que comenta el instructor, e imito la posición de sus piernas. ¿Lo ven?, soy una chica de yoga innata.

Namasté —dice él haciendo un saludo uniendo sus manos al frente de su rostro, y hacemos la siguiente posición, ahora estamos sentados sobre el tapete de yoga, nos ha dicho que crucemos las piernas en flor de loto, esa posición parece tan fácil, ¡pero demonios!, mis piernas son tan cortas—. Vamos a cerrar los ojos, mientras respiramos de manera profunda… —Dios, ni siquiera soy capaz de doblar mis piernas, vale, cierro los ojos mientras de manera disimulada sostengo mi pierna para que no se den cuenta de que no puedo flexionarla—. Inhalen y exhalen. —Lo escucho decir muy confiado.

¿Este hombre nunca se calla? «Vale, Lexy, debes concentrarte, no dejes que el pánico se apodere de ti», me grita mi subconsciente, mientras me mira como si fuera un desastre. La espalda me está matando y noto cómo todos mis músculos se estiran como ligas viejas a punto de reventarse. El instructor ha dejado de hacer los ejercicios de respiración, y está diciendo que debemos relajar la cadera, ja, como si fuera tan fácil, a lo mejor a las novias piernas largas de Jack no les cueste tanto, pero para mí es casi una misión imposible, aun así, soy una chica de supervivencia, y no quedaré en evidencia. Doy un suspiro, sintiendo que mi cuerpo está en total sincronía con el llamado de la divinidad y espiritualidad, creo que me tomaré un cursillo de yoga y me puedo dedicar a dar sesiones en el parque. Será todo un éxito.

—Ahora, vamos a pasar a otra posición —dice el instructor, pero si yo apenas estoy tratando de respirar con normalidad, en fin—. Van a estirar sus brazos detrás de su espalda sintiendo cómo se relajan las cervicales. —¿Qué cervicales? Estoy estirando los brazos lo más que puedo, digo, teniendo en cuenta que también estoy tratando de que mis piernas no se desdoblen como un acordeón—. Recuerden mantener la respiración a un ritmo frecuente.

Ya ni recordaba que teníamos que respirar. «Vamos, Lexy, solo es dejar que el aire entre en tus pulmones y después lo sacas, lo llaman inhalar y exhalar, ¿lo recuerdas?», me dice de nuevo mi subconsciente con sarcasmo detrás de sus anteojos de sabionda. Espero que con esos movimientos den por terminada la clase, la parte baja de mi espalda parece que acaba de ser pateada por un caballo, el dolor punzante se extiende sobre mi columna vertebral, cierro los ojos para tratar de mitigar la sensación. Y para mayor horror, en cuanto los abro, me doy cuenta con asombro que Jack está mirándome y tiene el ceño fruncido, algo que no es novedad, de hecho, ya hasta le estoy agarrando cariño a su forma de observarme.

—Ahora su mano derecha va a buscar su muslo izquierdo, y apoyen la mano izquierda en la parte baja del lumbar. Traten de tocar el otro extremo de su cadera, respiren por la nariz, sientan cómo se tensan los músculos al nivel de las costillas.

Parece que el instructor habla mandarín, ¿dónde demonios tendré el lumbar?, por qué demonios dice que respiremos por la nariz, pues ¿por dónde más lo vamos a hacer? Aun así, trato de hacerlo todo tal cual dice, nunca he tenido problemas de sobrepeso, pero en este instante mis caderas me parecen enormes, ¿cómo es posible que alcance a tocarlas si tengo los brazos cruzados y torcidos?, observo a Gary de reojo y veo que tampoco le está yendo del todo bien, doblo más mi cintura, debo de poder tocar mi cadera, vamos, que es superfácil, por lo menos así lo parecía, por mucho que no me guste la idea, tengo que darme por vencida en estas técnicas de relajación, quiero girar mi cadera para regresar a una postura que sea normal y no puedo, el pánico me comienza a invadir, cada centímetro que quiero girar es un suplicio, estoy segura de que nadie ha notado que estoy en un apuro, sobre todo porque Gary y el instructor se han levantado y están despidiendo el programa.

Mis ojos deben estar desorbitados; vale, Lexy, debes de calmarte.

—Disculpe, instructor —digo con los ojos cerrados tratando de que mi nivel espiritual le gane al umbral de dolor, pero nada. No puedo moverme y estoy segura de que me quedaré paralítica. Virgen de la Macarena, el yoga debería ser considerado como un deporte extremo. Nadie parece percatarse de mí, hasta que veo a mi némesis personal acercándose a grandes zancadas hasta donde estoy.

—¿Qué demonios tienes? —Trágame tierra y escupe en cualquier parte del mundo, vale, de preferencia escúpeme en el hospital. Si hay algo peor que hacer el ridículo frente a miles de espectadores, eso es hacer el ridículo frente a Jack Myers.

—Creo que me rompí la cadera —le digo con la voz congestionada, mi cara debe de ser caótica. Jack ha corrido a buscar al instructor que sabe Dios dónde se ha metido, y de pronto me veo rodeada de gente. En un vago susurro escucho una voz femenina decir que es el karma por dejar plantado a mi novio. Ahora ya no hay apoyo de género. Con sumo cuidado regreso el brazo hasta su posición original y veo que el instructor me está mirando como si fuera un desastre andante, y se acerca a mí.

—¿Qué fue lo que sucedió? —Vale, el tono de su voz no es para nada espiritual, de hecho, parece también enfadado. Está claro que me he levantado con el pie izquierdo.

—Solo quería tocar mi cadera, pero creo que me he roto la columna vertebral, quedaré paralítica.

El instructor se pone detrás de mí, y empieza a dar un suave masaje en la parte baja de la cadera, así por toda la espalda y brazos, noto cómo mi cuerpo comienza de relajarse, ¡diablos!, tiene unas manos prodigiosas que estoy a punto de soltar un gemido de satisfacción. Escucho el carraspeo de alguien y abro los ojos, Jack está fulminando al instructor. Seguramente estará loco, porque no tiene por qué mirarnos de esa manera.

—Ahora, levántate — dice el instructor y sus palabras me suenan a un versículo bíblico, es como si fuera el Lázaro del siglo veintiuno, a lo mejor después de esto emprendo una propia religión. Debo confesar que tengo miedo de moverme, pero al cabo de unos segundos me digo que ya estuvo bien de estar sentada, una mano aparece frente mis ojos para ayudarme, pero es la mano de Jack, juro por Dios que quiero rechazarla, pero creo que no estaría bien, los compañeros podrían pensar que nos odiamos o algo, y lo que menos necesito en este momento son más rumores, de por sí ya tengo bastante con el mentado video de la fallida pedida de manos.

Vale, hagamos un recuento de los momentos más vergonzosos de mi vida: primero, cuando me fue denegado el préstamo; segundo, cuando salí huyendo del restaurante; y tercero, es justo ahora mientras veo que todos comienzan a reírse de mí. Y en todos esos malditos momentos ha estado presente el maldito Jack Myers, casi siento que lo odio. Comienzo a dirigir mis pasos al camerino lo más dignamente posible, si quería dar el show lo he logrado y con creces, estoy a punto de entrar al pequeño cubículo cuando una voz me detiene.

—Lexie. —¿Es que acaso no me voy a librar de este hombre nunca? Debe de ser el karma que lo ha enviado a esta vida solo para atormentarme.

—¿Qué quieres, Jack?, si has venido a burlarte de mí, debo decirte que el club de fans «ríete de Lexie» está en el foro.

—¿Te encuentras bien? —Tengo que abrir y cerrar los ojos para cerciorarme de que el hombre que tengo parado frente a mí es el mismo que me lanza pullas en el ascensor, ahora parece de verdad preocupado; sin pensarlo, alzo la vista para caer en esos pozos profundos que tiene por ojos y me doy cuenta que es sincero, realmente está preocupado por mí, una extraña sensación se instala en mi pecho, la quiero desechar pero no puedo, se me da muy bien lidiar con el Jack brabucón, egoísta e idiota, que se cree la última cerveza del desierto, pero con este hombre de mirada preocupada no puedo luchar.

Quiero salir de su embrujo y abandonar las cálidas aguas de sus ojos que me abrazan como si tuvieran luz propia. Pero no logro hacerlo. El encanto que nos envuelve se ve interrumpido por el chillido de una mujer.

—Jack… —dice la chica y corre hasta donde estamos, salgo del embrujo y vuelvo a ponerme mi armadura de acero, para sonreír de manera sarcástica. Tal como lo predije, la mujer que se acerca debe de tener por lo menos dos metros de piernas perfectas y estilizadas, estoy casi segura de que ella sí que puede tocar su cadera sin ningún problema, no entiendo esa fascinación que tiene Jack por las mujeres de silicona con caderas exuberantes y cabellos rubios, tan guapas que somos las de cabello castaño, normalitas, pero guapas. Bah, tengo que marcharme antes de seguir pensando tonterías. Entro en mi camerino sin dirigirle ni una sola mirada a mi enemigo favorito. Bien, ahora solo tengo que llegar a mi apartamento sin morir en el intento. Por suerte, el metro hace el camino de regreso de manera bastante tranquila, aunque el masaje del instructor me ha relajado lo suficiente como para que no me duela el cuerpo, no me siento del todo bien. Por suerte es viernes y no tengo que regresar hasta el lunes.

Desde que conocí a Jack nuestros encuentros siempre terminan en alguno de los dos ganando nuestras batallas verbales, él solo sube por el ascensor cuando me ve esperándolo, y yo trato de llegar antes para no encontrármelo, pero en todo el tiempo en que hemos trabajado en el mismo edificio, nunca he mostrado preocupación por mí. Así que esa faceta me ha dejado noqueada. Tengo que ser sincera, no es que odie a Jack, vamos, lo intento, de verdad que sí, el muy idiota después de echarme de su oficina en el banco, hizo que nadie me diera un crédito, cuando quise solicitar una tarjeta de crédito la respuesta fue la misma: «denegado». Cuando pregunté el motivo no supieron decir nada, pero la chica se chivó y me dijo que estaba fichada. ¡Como si fuera una criminal! Y el culpable de todo no era otro más que el patán de Jack. Por suerte, hoy solo tengo que pasar a recoger las cartas de la columna de Corazón al habla y leerlas, elegir una, para después darle repuesta en la revista. Eso sí que me encanta, es como leer la vida de demás personas, y no es que yo sea cotilla, pero hace que me olvide de lo patética y frustrante que es la mía.

Entro en nuestro bloque de apartamentos, y veo con asombro cómo nuestra vecina del piso de arriba está devorándose a un hombre que no es su marido, pero bueno quién soy yo para juzgarla, subo al ascensor y pienso en que mi vida se siente estancada, es cierto lo que dice Gina, debo de salir más, conocer chicos, casarme, tener hijos, no lo sé, tal vez encontrar la respuesta a todas las incógnitas del universo, pero no puedo, creo que mi vida es perfecta tal cual está. Vamos, tengo un empleo —no muy fabuloso, pero es empleo—, no tengo novio, es verdad, ni mucho menos un proyecto para casarme y tener cientos de hijos, pero eso está sobrevalorado. Meto la llave para abrir la puerta y en cuanto pongo un pie en la sala de estar, sé instintivamente que algo malo ha sucedido, no me malentienda, no es como si nos hubieran asaltado o algo por el estilo, sino que en la habitación de Gina se escucha como un sollozo desgarrador, me acerco despacio, a lo mejor un secuestrador la tiene maniatada en contra de su voluntad y por eso llora así. Demonios, tenía que haber ido a clases de defensa personal, no puede ser que ahora no pueda defender a mi mejor amiga.

Recorro con la mirada toda la estancia y veo un candelabro de plata que trajo Gina de su casa, lo tomo y lo levanto sobre mi cabeza en posición de defensa, bueno, eso es lo que hacen en las películas. Casi siento que el pánico recorre mi cuerpo, es como si estuviera a punto de descubrir al asesino, el llanto de Gina ha dejado de escucharse, seguro que ya le han de haber dado un golpe certero en la cabeza para noquearla, pobre de mi amiga lo que ha de estar sufriendo. Me acerco a la puerta y tomo entre una de mis temblorosas manos la perilla, debo de moverme con la astucia de una gacela, un movimiento en falso y terminaré también torturada, y dudo que me toque uno de esos secuestradores buenazos que vemos en las películas. Bueno, es hora de ser el héroe de esta casa, no importa el riesgo que me espera, ni la tortura a la cual seguro me someterán, todo sea por mi amiga, debo rescatarla. Mañana, todos los titulares de los diarios dirán: «Lexie Reynolds, la nueva heroína de la ciudad, detuvo el secuestro de su amiga y derribó al maleante».

Un nuevo sollozo se escucha; vale, debo actuar rápido, giro la perilla y empujo la puerta con tanta fuerza que se azota contra la pared, el grito de guerra que doy debe de haber asustado a Gina que se ha levanto de la cama donde estaba sentada y ha gritado igual o peor que yo.

—¡Qué demonios te sucede, Lexie!

Cariño, esto no es amor

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