Читать книгу Crimen dormido - Vanessa Torres Ortiz - Страница 10

Capítulo 3
DESCUBRIENDO UN PASADO

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Aquella mañana, Cintia desvió su camino, que la conducía hasta la redacción del periódico, para seguir otro que la llevaba a comisaría; quería preguntarle al capitán Méndez por la autopsia del matrimonio. Cambió de ánimo por completo: había pasado una noche fantástica con Juanra, se sentía cómoda con él; por fin el entusiasmo por la vida había nacido en ella. No sabía si Juanra sería el hombre de su vida, la persona con la que seguir su camino, formar el día de mañana una familia y hacer visitas a los familiares... Precisamente, eso era algo que ella no pensaba realizar, fuese con él o con otro; en definitiva, no sabía si algún día se encontraría completamente enamorada de él, pero por ahora era la persona con la que mejor se sentía, era un encanto. Por otra parte, a Juanra también lo veía feliz; sabía que él la quería y mucho.

Sumergida en sus pensamientos, no se dio cuenta de que había llegado a la puerta de comisaría. Era un día caluroso de verano; el hecho de tener que ir caminando hasta allí había sido el culpable de que unas gotitas de sudor manaran de su frente: sacó un pañuelo de papel del bolso y se las secó. Nada más entrar, a la primera persona que vio fue a la policía que el día de antes le había cogido las huellas.

—Buenos días —saludó educadamente Cintia—, trabajo en el periódico Ilusiones de Campero, me gustaría poder conversar con el capitán Méndez, por favor.

—Espere un momento.

Esperó mientras la mujer policía le comunicaba al capitán que «la periodista» quería verlo. Cintia escuchaba la conversación telefónica mientras exploraba la comisaría con la mirada: policías uniformados y unos cuantos personajes mal vestidos y malolientes que gritaban mientras uno de ellos intentaba ponerles las esposas; por otro lado, una sala donde aguardaba la gente a que llegara su turno para la renovación del DNI, y sobre todo sonidos de teléfono esperando a ser atendidos. Pensó en toda esa gente que por diversos motivos llamaba a comisaría al cabo del día y recordó cuando solo unos días antes tuvo que llamar ella.

—Señorita Cintia.

—¡Sí! —contestó asombrada, pues se encontraba tan sumergida en sus pensamientos que se había olvidado por completo de la policía.

—Puede pasar al despacho del capitán: se encuentra al final del pasillo a la izquierda —explicó la mujer señalándole con la mano la dirección que debía tomar.

—Gracias.

Cuando llegó, llamó a la puerta suavemente con el puño y el capitán la invitó a pasar. Allí se encontraba él, sentado cómodamente en su sillón junto al escritorio que se encontraba repleto de papeles y carpetas. Al otro lado de la mesa, disponía de un pequeño ordenador portátil y, junto a este, había una fotografía donde se podía ver a una mujer con dos niños de unos cinco y ocho años aproximadamente; Cintia comprendió que debía de tratarse de su mujer y sus hijos.

—Siéntate, Cintia —le indicó el capitán mientras le señalaba una silla que se encontraba al otro lado de su mesa escritorio—. Sabía que volverías en breve.

—Sí, bueno, como la última vez no pudo informarme sobre la autopsia de los cuerpos, he vuelto para saber si ya dispone de información.

—Veo que eres buena periodista… —dijo el capitán con una amplia sonrisa mientras se acariciaba las manos—. Así es, ya tenemos los resultados de la autopsia, y también puedo informarte de que el funeral se realizará mañana a las diez, por si te interesa asistir.

—Sí, por supuesto, asistiré al funeral —respondió Cintia colocándose un mechón de cabello que se había escapado de su cola detrás de la oreja.

—Pues veamos, —Comenzó a buscar dentro de un portapapeles color púrpura de donde acabó sacando un folio—, la verdad es que la autopsia no nos ha dicho nada nuevo, pero sí nos ha confirmado nuestras sospechas: la muerte de Juan fue debida a las puñaladas producidas por un arma blanca de grandes dimensiones, —Le acercó a Cintia una fotografía donde aparecía un cuchillo jamonero—, uno como este; el utilizado en los crímenes siento decirte que todavía no lo hemos encontrado, pero también te puedo asegurar que lo haremos. —La miró a los ojos fijamente—. Bien, en el cuerpo del hombre no han encontrado nada relevante, salvo, claro está, los orificios del cuchillo. Mónica fue golpeada con un objeto contundente, como ya te comenté, y posteriormente también fue apuñalada con el mismo cuchillo directamente en el corazón. En su cuerpo tampoco se han encontrado más lesiones y no hubo agresión sexual, solo una cosa…

—¿El qué? —preguntó Cintia ansiosa.

—En el cuerpo de la mujer se ha hallado una pequeña cantidad de tranquilizantes. Creemos que se puede tratar de algo común: que la doctora se administrara algún tipo de medicamento no es nada fuera de lo normal. De todas formas, no descartamos nada, estudiaremos su historial médico.

—Y, entonces —comenzó a formular una pregunta—, me ha contado que el arma homicida no ha aparecido, ¿no es así?

—Pues así es, desgraciadamente, —Descruzó las manos y se aproximó al rostro de Cintia—, pero te puedo asegurar que no solo daremos con el paradero del arma homicida, sino que también lo haremos con nuestro asesino o nuestra asesina.

Sintió un pequeño escalofrío con las palabras del capitán y se echó hacia atrás apoyando así la espalda en el respaldo de la silla donde se encontraba sentada.

—Estupendo. También tengo algo que comentarle, capitán; no sé si será de ayuda, pero creo que debo contarle…

—Dime, cuéntame —dijo el capitán algo extrañado.

—Con los nervios, pues la verdad es que pasé algo por alto. Cuando encontré a Mónica debajo de su cama, lo que me llamó la atención para agacharme fue que en el suelo brillaba una alianza. Al cogerla, pude leer que en ella estaban grabados los nombres del matrimonio y su fecha de boda, pero la volví a dejar en el suelo y en ese momento fue cuando descubrí el cuerpo sin vida de la doctora. ¿No han encontrado la alianza que menciono? Bueno, es por si pudiese tener huellas del asesino, no sé, quién sabe…

—Pues no, no tengo constancia de que hubiese ninguna alianza en el lugar del crimen. Yo personalmente estuve allí y no la vi. ¿Estás segura de que fue eso lo que viste y de que la volviste a dejar en el suelo?

—¡Claro que sí! —contestó con nerviosismo; ella estaba segura de lo que vio y de dónde la dejó.

—De acuerdo, en ese caso preguntaré a mis agentes por si la han encontrado y no me lo han notificado.

La visita se dio por concluida y ella se levantó de la silla para estrecharle la mano al capitán.

—Muchas gracias, capitán, le agradezco enormemente su colaboración; su ayuda es imprescindible para poder escribir mi artículo. También le pediría un favor: aquí tiene mi tarjeta con el número de la redacción y el de mi móvil. Cuando tenga más información, le agradecería que me lo comunicase y, por supuesto, lo de la alianza para saber si la han encontrado, aunque sea por curiosidad —dijo mientras se reía dulcemente ante la mirada del capitán.

—Muy bien, te telefonearé cuando sepa algo más, pero… Cintia, —Ella se encontraba abriendo la puerta del despacho con la intención de salir—, que sepas que todo esto lo estoy haciendo porque me has caído bien, ¿eh?

Cintia se sorprendió por sus palabras e incluso la hicieron enrojecerse.

—Muchas gracias, capitán.

El camino a redacción lo atravesó envuelta en sus pensamientos sobre los crímenes y sobre todo en la dichosa alianza: «¿Cómo es posible que no la hayan encontrado? La dejé allí, donde estaba». Algo aterrador pasó ligeramente por su cabeza y comenzó a dar grandes pasos para acortar su camino; deseaba llegar para contárselo todo a Juanra. Al pasar por una calle, unos obreros la piropearon, pero ella se encontraba sumida en sus pensamientos: todo esto la estaba volviendo loca de nuevo.

Ya sentada en su mesa, delante del ordenador, este se le acercó rodando con su silla hasta colocarse justo al lado de ella; le dio un suave beso en la mejilla y le preguntó por su visita a comisaría. Ella le explicó lo que le había contado el capitán Méndez, pero también le contó lo que venía rondándole por la cabeza desde que salió de comisaría:

—Juanra, ¿entiendes lo que quiero decirte con esto?

—No sé, Cintia, no creo que esa alianza tenga mucho que ver con todo esto. Yo creo que se encontraba en el suelo porque su dueña se encontraba debajo de la cama y, cuando la metieron ahí, debió ser cuando se le cayó. No creo que haya que buscarle los tres pies al gato, es así de simple.

—Sí, en eso estoy de acuerdo contigo, pero lo que estoy intentando decirte es que, si yo la dejé allí y la policía no la ha encontrado, solo puede significar una cosa… —Él suspiró fuertemente: Cintia era muy cabezota, pero también le parecía que se estaba preocupando demasiado; todas esas cosas eran trabajo de la policía, no de ella—. ¡Juanra, joder! ¡Alguien tuvo que entrar después de que yo me fuese de la casa y llevarse la maldita alianza! Y si eso fue así, es que esa alianza oculta pruebas contundentes del asesino, ¿entiendes? ¡El asesino fue el que entró de nuevo en la casa para llevarse esa prueba!

Se quedó verdaderamente sorprendido con el relato de su chica: miró al despacho de Justo y le pidió que bajase la voz, pues los demás compañeros estaban comenzando a mirarlos.

—Pero, Cintia, ¿cómo iba a entrar alguien en la casa después? La policía se quedó allí, ¿recuerdas? Si alguien hubiese entrado, lo habrían visto.

—¡No lo sé, Juanra! Pero ha tenido que ser así, a no ser que me telefonee el capitán Méndez para decirme que sí la han encontrado, pero no se lo habían comunicado a él y eso no va a pasar.

Con tanta emoción al descubierto por parte de ella, Justo alzó la vista y se dirigió hasta donde se encontraba la pareja.

—Cintia, ¿cómo lleva su artículo? —preguntó en tono irónico.

—¡Oh, bien! La verdad es que bien; acabo de venir de comisaría donde el capitán me ha proporcionado información sobre el caso.

—Y usted, Juan Ramón, ¿también viene de comisaría? —preguntó esta vez dirigiéndose a Juanra con tono de enfado.

—No, no —dijo Juanra mientras se alejaba empujando su silla con los pies hasta su mesa de trabajo.

—Entonces, ¿puedes comenzar a escribir algo?

—Sí, la verdad es que puedo ponerme manos a la obra. Tengo los resultados de las autopsias al igual que la forma en que se cometieron los crímenes según la policía, claro. Aprovecho para comunicarte que mañana es el entierro; por supuesto, asistiré, a ver si tengo suerte y puedo recopilar más datos. Preguntaré todo lo que pueda a las personas que asistan y a los familiares, obviamente.

—Me parece estupendo. Te veo entusiasmada, Cintia, eso me gusta… —Se acercó lentamente hasta su oreja—. ¿Podemos quedar esta tarde para tomar un café y charlar más tranquilamente sobre todo esto? Creo que tenemos que analizar una serie de cuestiones.

Cintia no parecía entender muy bien la propuesta de su jefe de quedar fuera del trabajo precisamente para charlar sobre cosas de él. ¿Por qué no lo hacían allí? En esos momentos, por ejemplo. La incógnita que Justo le había pintado tampoco la convencía demasiado. ¿A qué cuestiones se refería? Claramente pensó que si quería dar respuesta a todas sus preguntas, lo mejor sería quedar con él para ese café.

—¿Te parece bien a las seis en la cafetería Molina? Se encuentra justo a la vuelta de la esquina de esta avenida.

—Sí, la conozco —respondió él mientras se doblaba los puños de su camisa beis—, allí nos vemos; a las seis.

Llegó la hora de marcharse para el almuerzo. Entre tantos pensamientos, Cintia no había conseguido escribir nada bueno sobre su artículo: era como si no pudiese encontrar la concentración que necesitaba; todo lo sucedido durante estos días atrás la había descolocado por completo. En ocasiones, sentía como si su alma abandonase por un instante su cuerpo y había otras que, en cuanto cerraba los ojos, veía claramente a su hermano Jaime y a Jenny. No podía dejar a un lado toda esa historia y la recomía el no poder saber la verdad; había una verdad en todo aquello, de eso estaba completamente segura, pero ¿el qué? Se levantó de su silla y cogió el bolso mientras se dirigía a la mesa escritorio de Juanra: él todavía se encontraba guardando como loco un millón de papeles y documentos que tenía esparcidos por toda la mesa.

—¡Venga, deja eso! Estoy deseando ver dónde me vas a invitar a comer hoy —dijo risueña.

—¡Ah! ¿Que debo invitarte a comer? Mmm… ¿y qué voy a recibir a cambio? —dijo Juanra con picardía poniéndose en pie.

—Bueno, pues no sé… —respondió sensualmente junto a la oreja de su chico—, ya se nos ocurrirá algo. —Tendió la mano y le pegó un gran achuchón en el trasero. En ese momento, miró hacia la oficina de Justo y pudo comprobar que este los estaba mirando no con muy buena cara.

Mientras bajaban en el ascensor, ella pensaba en su jefe. ¿Por qué los miraba de esa forma? Parecía como si no le hubiese sentado muy bien ver cómo le tocaba el culo a su novio. ¿Qué quería Justo de ella? También se sorprendió al comprobar que había utilizado la palabra novio para referirse a Juanra; no sabía si sentir alegría o no, pero lo que sí se sentía era rara.

—Te invito a comer, pero iremos en tu coche —dijo Juanra cuando ya se encontraban en la puerta de la calle.

—¿En mi qué? —Cintia vio cómo sonreía abiertamente mientras con el dedo le señalaba un Peugeot 107 rojo estacionado en la misma puerta del periódico—. ¡Oh, Dios mío! Este es el coche de tu hermano, ¿verdad?

—No, este es tu coche; tu nuevo y bonito coche.

—¡Me encanta! —Le abrazó con todas sus fuerzas y le dio una multitud de besos.

—Pues se encontraba aquí esta mañana cuando llegaste, pero como siempre estás tan abismada con tus preocupaciones, pues no te diste cuenta… ¡Venga, arranca, que nos vamos!

El sonido del coche al arrancar la llenó de felicidad. Se encontraba tremendamente feliz en aquellos momentos: tenía coche nuevo, tenía novio e iban a comer en un bonito mesón donde tanto la carne como el pescado eran de buena calidad; eso era algo que la hacía también feliz: el hecho de vivir sola tanto tiempo hacía que no tuviese nunca ganas de cocinar un buen plato. Su menú se basaba casi siempre en pizzas, hamburguesas, bocadillos y carnes o pescados listos para freír en abundante aceite; alguna vez se le antojaba una ensalada, pero era tan aburrido tener que lavar y cortar la lechuga que pocas veces se daba ese gusto. Esta vez se preparaba para comer un buen solomillo o una presa ibérica, quizá de aperitivo pedirían queso manchego y jamón o incluso se atreverían con unas ricas almejas al vapor… Solo de pensarlo se le hacía la boca agua.

Cintia había pasado en numerosas ocasiones por la puerta del mesón donde se encontraban sentados, pero nunca había entrado. Le encantaban sus paredes blancas con adornos y zócalos de madera; el sonido de platos y cubiertos la hacían sentirse en el paraíso; parecía que era exagerado, pero así se sentía. Lo mejor de todo era sentirse amada por alguien, el poder compartir una comida con otra persona y, mejor si cabe, que esa persona la quisiera y se preocupase por ella. Eran tantos años de soledad, tantos años sin recibir el cariño de otro ser humano… Era consciente de que se volvía loca muchas veces pensando en su familia; tanto tiempo esperando a alguien que la amara de verdad y se encontraba en la mesa de al lado de su puesto de trabajo, qué casualidades de la vida.

—Juanra, ¿qué sorpresa me tenías preparada hoy? ¿Eh?

—¿A qué te refieres? —dijo bromeando—. ¿A la comida? ¿Al coche? ¿A mi agradable compañía?

—Pues visto así, a todo en su conjunto, —Miró firmemente a los ojos claros de Juanra con los suyos humedecidos—, sobre todo a tu agradable compañía.

Él cerró los ojos y la besó. Entonces, dos lágrimas fluyeron de los ojos de Cintia; eran de emoción, de alegría.

—Ey, venga, no quiero que te pongas así ahora. Recuerda que estamos aquí celebrando que tienes de nuevo coche —le dijo abrazándola.

—Sí, perdona, pero es de alegría: me siento muy contenta, tengo mucho que agradecerte.

La comida transcurrió placenteramente: todos los platos estaban exquisitos, y volvieron a reír y a bromear juntos; era una espléndida velada. Después del postre, Juanra pidió al camarero que los atendía unos licores de hierbas para ayudar a la digestión. Ella entonces ojeó el reloj y se asombró al comprobar que el tiempo había pasado volando y que solo faltaba menos de media hora para las seis de la tarde, hora en la que había quedado con Justo; también recordó que no le había comentado nada a Juanra sobre su cita con el jefe. No sabía cómo reaccionaría él, pero tampoco creyó que sintiese celos por haber quedado con él para tratar el tema de su artículo. Sin más cavilaciones, se lo contó todo.

—Pero ¿por qué no te cuenta lo que tenga que contarte en la redacción y no en una cafetería? ¡Ese está buscando algo más, Cintia!

—Juanra, no me vengas con esas. La verdad es que a mí también me tiene intrigada; al igual que tú, yo me he hecho esa misma pregunta, pero él me vio esta mañana tocarte el culo, debe de haberse imaginado ya que estamos juntos, no creo que su intención sea esa. Y, bueno, si lo es, pues se lo explicaré.

—Está bien, pero si intenta algo contigo me lo cuentas.

Cintia refunfuñó mirando al cielo.

—Puedes estar tranquilo. —Cerró la conversación con un beso y se marcharon del mesón.

Como tuvo que llevar a Juanra a su casa y pasarse por la suya para peinarse un poco y coger algo de dinero, sabía perfectamente que a esa cita llegaría un poco tarde. Mientras se volvía a hacer su típica coleta alta, pensaba en cómo había reaccionado Juanra cuando le contó lo del café con Justo. Era cierto que él no había tenido mucha suerte en el amor, pues sabía que llevaba un largo periodo de tiempo sin haber mantenido ninguna relación que durase más de una noche o incluso de unas horas; él había sido su mejor amigo y le había confiado todos sus secretos. Comprendía que sintiera celos y miedo: se encontraba muy ilusionado con ella y una vez le confesó que su primer amor se acabó porque ella lo engañó con su mejor amigo. Debió de pasarlo muy mal: sabía que Juanra era muy sentimental y aquello tuvo que dolerle demasiado, pero ella no era de ese tipo de mujeres; bien cierto era que todavía no sabía exactamente si lo amaba de veras, pero lo que sí sabía era que se encontraba muy a gusto con él.

Eran las seis en punto y su jefe se encontraba en la puerta de la cafetería; pensó que sería más correcto esperarla fuera, pero tampoco quería parecer un príncipe azul a la espera de su amada princesa, como en un cuento de hadas, así que pasó adentro y se sentó en la primera mesa que vio libre. Llegó la camarera, pero él prefirió decirle que esperaría a que llegara su acompañante; la mujer lo miró con gesto molesto, no dijo nada y continuó ejerciendo su trabajo, atendiendo a los demás clientes que se encontraban allí. La espera se le estaba haciendo algo insoportable: Justo era hombre de máxima puntualidad y, de la misma forma, le gustaba que los demás lo fueran también. Cintia se estaba retrasando. Ya que para él esa cita iba a ser algo incómoda, el hecho de tener que esperar como un gilipollas le hacía sentirse todavía peor. Entonces, pensó en pedir un café, pero ya que le había confesado a la camarera que estaba esperando a una persona, le pareció mal llamarla para pedirlo. ¿Qué pensaría la mujer? ¿Que lo habían dejado plantado? Sintió verdadera vergüenza: no le gustaba nada que la gente se riera de él; optó simplemente por levantarse y marcharse antes de que nadie se percatara. Empujó la puerta del establecimiento hacia afuera, tal y como se indicaba en el cartelito, y entonces vio su cara.

—¡Justo! Oh, ¿ya te marchabas? —saludó Cintia avergonzada por su tardanza.

—Sí, llevo esperando más de media hora y pensé que ya no vendrías.

La expresión del jefe era de mero enfado y la de Cintia de completa vergüenza. ¿Qué estaría pensando de ella en esos momentos? Se sentaron en la misma mesa donde Justo había estado esperando minutos antes. La camarera los vio y fue rápidamente hacia ellos.

—Buenas tardes, ¿qué desean?

Él la miró a como preguntando mentalmente qué le apetecía tomar.

—Yo un café solo, gracias.

Justo pidió exactamente lo mismo que ella; la camarera se marchó sonriendo para sus adentros: había sido testigo de la tardanza de ella y pudo comprobar en la mirada de su chico que este no se encontraba nada contento.

—Lo siento mucho, Justo, he estado comiendo con Juanra y se me ha hecho tarde. Tenía que pasar por mi casa a por unas cosillas y bueno… Siento de veras mi tardanza.

—Tranquila, no pasa nada, solo es que me gusta la puntualidad, a lo mejor es una de mis manías, no sé, pero ya está, olvidémoslo. —Suspiró levemente y se limpió las manos en su propio pantalón; los nervios le hacían sudar—. Entonces, ¿Juanra y tú estáis saliendo?

—¡Oh! Sí, bueno, la verdad es que llevamos muy poco tiempo, pero sí, lo estamos intentando. —Cintia pensó si el descubrimiento de su relación con Juanra podría perjudicarle de alguna manera, pero de todas formas era la verdad, no podía ni quería negarlo.

—Cintia, te he pedido vernos fuera del trabajo porque… —Los labios parecían temblarle y sus ojos brillaban de una manera especial—. Me gustaría que todo lo que hayas averiguado sobre tu artículo y lo que sigas averiguando me lo contaras de inmediato… Me encuentro relacionado con todo esto más de lo que nadie imagina. —Se quedó asombrada, con la boca entreabierta. ¿Qué le estaba intentando decir? Lo siguió mirando impaciente a la espera de sus palabras, pero no pudo decir nada—. Verás, desde la muerte de este matrimonio lo estoy pasando realmente mal; tengo que llevar el dolor que siento guardado para mí y creo que o le cuento a alguien mis sentimientos o reviento.

—Claro, Justo, puedes confiar en mí. ¿Por qué llevas tu dolor en secreto? ¿Conocías a esta pareja?

—Sí. —Él miró al cielo como esperando que desde allí le mandaran fuerzas para continuar; en ese momento apareció la camarera con los cafés y esperaron callados hasta que se marchó—. Digamos que Mónica y yo… teníamos una relación muy cercana.

—Espera, espera —cortó Cintia tajante—, ¿me estás diciendo que Mónica y tú erais amantes?

Justo suspiró fuertemente mientras unas gotas de sudor rodaban por su cara a gran velocidad. Sí, era cierto: eran amantes.

—Nos conocimos hace un par de años: fui al hospital para realizarme unas pruebas porque llevaba un tiempo sintiéndome mal, nervioso, no podía conciliar el sueño, muy cansado sin motivo aparente y solía encontrarme siempre de muy mal humor. La doctora que llevaba mi caso era ella: me trató maravillosamente, bueno, tan bien que poco a poco fuimos intimando. Al principio solo nos veíamos allí, en consulta. Me pronosticó ansiedad y una vez que me encontraba mejor ya no debía seguir acudiendo a su consulta, pero ella… no quiso interrumpir mis citas médicas, todo lo contrario, me citaba con más frecuencia. Mi ansiedad parecía curada: las charlas que establecía con ella creo que fueron mi cura. Ella me hacía sentirme mucho mejor con tan solo encontrarme a su lado. Entonces, comencé a mirarla con otros ojos y a ella le ocurrió lo mismo conmigo. Era tan preciosa… Cuando me encontraba a su lado, parecía que el mundo se paraba: todo junto a ella era esplendor.

»Poco a poco, según continuaban nuestras citas, me iba enamorando más y ella también de mí hasta que un día que nos encontrábamos allí en su consulta nos besamos. Desde entonces fue un no parar… A continuación, comenzamos a quedar fuera del hospital: en cuanto disponía de un par de minutos libres, allí estaba yo esperando a que me telefoneara para vernos, aunque fuese solo cinco minutos. Ella me contaba las numerosas peleas que tenía con su marido, me decía que había desaparecido completamente cualquier sentimiento hacia él; ya no lo quería e incluso estaba convencida de que su marido también tenía una amante. Él no era el mismo hombre con el que se había casado y, en cuanto disponía de algo de tiempo libre, desaparecía sin saber dónde se encontraba. Decía que conmigo había vuelto a ser feliz, a tener ilusión y que quería estar a mi lado. Entonces, cuando mejor estábamos el uno con el otro… ¡Un hijo de puta me la arrebató! Teníamos planes de irnos a vivir juntos: ella le había pedido el divorcio a él; lo teníamos todo planeado, una vida maravillosa por descubrir juntos…

Comenzó a llorar tímidamente: sus lágrimas caían por sus mejillas rápidamente al igual que lo había hecho antes su sudor. Cintia se acercó a él y lo abrazó delicadamente.

—¡No sabes cuánto lo siento, Justo! Nunca hubiese imaginado una historia de amor tan bonita. —Se separó de él y lo miró fijamente a los ojos—. Debes de estar pasándolo fatal, encerrando tus sentimientos solo en ti, sin poder hablar con nadie de esto; es terrible. No te preocupes, encontraremos al responsable de todo este dolor y pagará por ello, te lo prometo. —Le acarició dulcemente la mejilla y le dio un beso.

Justo se sentía algo mejor: la idea de desahogarse con Cintia había sido certera. Desde el día que se enteró de la noticia de la muerte de su amada, su vida ya no era vida: noches sin dormir, tener que disimular tanto dolor, derramar lágrimas en soledad; solo podía pensar en ella, en sus dulces labios, en su preciosa sonrisa, su voz aterciopelada; parecía que la sintiese a todas horas. Por lo menos, ahora se sentía algo más aliviado. Ya podía compartir con alguien ese dolor tan tremendo.

—¿Hay algo que sepas que pueda ayudar a descubrir al asesino? ¿Tomaban drogas, traficaban o algo por el estilo? No solo me refiero a ella, a su marido también. —Cintia se sentía con el deber, ahora más que nunca, de resolver ese caso de asesinato.

—Que yo pueda saber, referente a trapicheos de drogas, no. Ella no tomaba nada y no creo que estuviesen relacionados con nada parecido, pero hay algo que me ronda la mente…

—Dime, ¿qué es? —inquirió acercándose hacia él.

—Todo esto me huele a mí a crimen pasional. Por mi parte no, claro está: yo no la hubiese matado jamás, menos aún ahora que nos íbamos a ir a vivir juntos, pero por la parte de él… Yo, al igual que Mónica, también pienso que Juan tenía una amante. A lo mejor ha podido ser ella en un ataque de celos quizá.

—¡Claro! Justo, ese es un buen móvil para un asesinato. Bueno, me refiero a que ha habido muchos crímenes por ese motivo —Observó la mesa de al lado; había una pareja sentada y esta no hacía más que mirarlos. Volvió a acercarse a su jefe y bajó el volumen de su voz—. Esto lo tiene que saber la policía, es un dato relevante.

—Espera, Cintia, espera un poco; todo esto lo hemos llevado en secreto durante dos años y ahora que ella ya no está no quiero sacarlo a la luz. Escucha, mañana vas a ir al entierro; imagino que habrá mucha gente, pues ellos eran muy conocidos aquí en Campero. Yo asistiré, pero de la manera más cautelosa posible, así que quiero que tengas los ojos bien abiertos con todas las personas que asistan; si Juan tenía una amante, es muy probable que también asista. ¿Comprendes hasta dónde quiero llegar?

—Sí, perfectamente, lo ideal sería que la encontrase y hablase con ella.

Se dieron un abrazo nada más salir de la cafetería. Ella subió a su nuevo coche y él quiso marcharse caminando; un poco de aire fresco le sentaría bien. De camino a casa Cintia no podía todavía creer lo ocurrido esa tarde en la cafetería. ¡Y Juanra pensando que esa cita era una excusa para flirtear el jefe con ella! «Verás cuando te lo cuente», pensaba en voz alta dirigiéndose a su chico. Sintió mucha pena por Justo: detrás de esa fachada de tipo duro, se escondía un hombre romántico y sensible; tenía que estar pasándolo realmente mal.

Esa noche la televisión solo tenía la utilidad de ser una lámpara más del salón de Cintia: ella continuaba, como de costumbre, navegando en sus pensamientos. Desde el día que encontró los cadáveres de los vecinos, su vida cambió. Sentía que con cada paso que daba sobre el caso todo se complicaba. Y pensar que un matrimonio tan bien avenido encerraba en ellos un gran baúl de secretos; lo que quedaba por descubrir…

Cintia había rechazado la propuesta de Juanra de quedar en su casa para ver una película: se sentía cansada. Además, quiso quedarse a solas y preparar las preguntas que tenía pendientes de realizar al día siguiente en el cementerio.

Crimen dormido

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