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ALEJANDRO STIEFEL Estrés coronavirus

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Suena el teléfono… Lo dejo sonar. Intento mirar la hora en el despertador. No veo bien, será la edad. Las siete y media. ¿Las siete y media de la mañana o de la noche? Debería comprar un reloj que marque veinticuatro horas y no doce. Todavía controlo bien, pero en invierno… ¿Las siete son de la mañana o de la tarde? Voy a intentar levantarme. Uff... No puedo. Pero si pido ayuda a mis hijos, vendrán todos y quiero estar tranquilo.

Tengo noventa años y no asumo ante mis hijos que ya no estoy bien. No soporto a mis yernos, quieren quedarse en mi casa y quitarme mis tesoros. Mis papeles, mis periódicos antiguos que ya no puedo ni leer. Mis recuerdos… Lo querrán tirar a la basura.

Bueno, me he podido levantar, pero no sé si es de noche o de día. No quiero llamar a mis hijos, sino, me meterán en una residencia, porque dirán que no estoy bien.

Voy a ver la hora en la tele, ahí sí ponen la hora.

Bueno, pone 20:00, por la tarde. Escucho aplausos. Muy bien, pero no entiendo por qué. Mis hijos me han dicho que no salga al balcón, que me puedo caer. Pero ellos no están aquí. Les echo de menos. Iban a venir, pero no han venido.

Salgo al balcón y aplaudo, como todos, pero no sé por qué.

Por mi edad, no pude estar en la guerra civil española sirviendo, pero viví los desastres de la postguerra. Vi familia enfrentadas por temas políticos. Vi morir a muchos amigos. Vi mucha hambre y mucho rencor… Pero esto… No hablamos de balas. Es un bicho que por lo visto, se mete en el cuerpo y no se puede curar como las balas, que entran y salen. Se queda en el cuerpo, dicen y te ataca. Te da fiebre, como las balas, tienes convulsiones, dicen en el telediario, como las balas, te entra tos y no puedes respirar, como las balas, pero no es una bala.

El telediario me asusta. Dice que podemos salir a determinadas horas. No sé si con mis hijos o solo. No me he enterado muy bien. Preguntaré a mis hijos.

De momento estoy en casa… Vuelve a sonar el teléfono. Esta vez contesto.

Era mi hija, que quiere quedarse conmigo en casa. Le he dicho que no, que me puede contaminar, que estoy bien.

Llaman al timbre. La vecina cotilla. Le digo que estoy bien con mi mejor sonrisa. Cierro la puerta y me siento en la silla cerca de la puerta. La silla donde se sentaba mi mujer para despedir a sus hijos. Mi mujer ya murió. La echo mucho de menos. Ella sabría mejor manejar la situación.

He llorado mucho sentado en la silla. No sé cuánto tiempo estuve sentado. Se me caen los mocos. ¿Dónde está el pañuelo de papel? ¡Qué buenos eran los de tela!, pero no recuerdo cómo poner la lavadora.

El teléfono volvió a sonar. Respiré profundamente y me levanté. Ya habían colgado. La gente moderna tiene muchas prisas. La prisa es mala consejera.

Me senté en el salón. Me sigo acordando de mi mujer. Me he llevado casi toda mi vida con ella y no sabría vivir con mis hijos, ella sí, sabía lo que hacer en todo momento.

Pero ahora estoy solo. Reconozco que no estoy bien física ni mentalmente, pero quiero estar solo hasta que me llegue la hora. No quiero residencia, no quiero besos forzados de mis hijos ni carantoñas de mis nietos. Quiero seguir solo. ¿Ducharme? Me da miedo, prefiero un lavadito de gatos. Soy capaz de hacerlo todo. Siempre lo he hecho, incluso afeitarme… ¿Cómo era? Sí, con la maquinilla todos los días y una vez por semana con la cuchilla. Pero me cuesta trabajo, no veo bien. Sé que no estoy bien, ante mí, no ante mis hijos. Sólo quiero que me dejen en paz, vivir de mis recuerdos y no escuchar el telediario. Ese bicho… no quiero salir a la calle, estoy asustado. Mis piernas cada vez están peor. Cada vez me muevo menos.

Ahora suena el timbre de casa. No hago caso. Sé que es mi hija. Me siento, a duras penas, en el salón. Pongo con bastante trabajo la televisión, para que vea que estoy bien y todo está normal, aunque sé que no es así. No soy tonto. Me he quedado antiguo y nunca he sido capaz de vivir con las nuevas tecnologías. Me compraron un móvil para estar localizado. Nunca lo he usado. Me han comprado una tablet que no sé usar, me han comprado muchas cosas, pañales, por ejemplo. No me hacen falta, de momento estoy bien, pero nadie me pregunta.

Una vez, sólo una vez, me oriné encima y me compraron cincuenta paquetes de pañales para viejos, sí, para viejos. Soy mayor, pero me controlo, bueno, a veces ¿Tendrán razón?

Bueno, voy a abrir la puerta a mi hija y ya directamente le voy a echar la bronca. Seguro que me dice que soy un guarro y que no puedo vivir solo y que me mandarán a una residencia, donde hay muchos viejos y que voy a estar muy bien ahí y me van a cuidar. He visto en el telediario que los mayores se mueren en las residencias y que los que te cuidan te maltratan.

Puede que me mande a una persona que me cuide en casa y no me deje hacer lo que suelo hacer y me empuje y me chille. No quiero que me griten. Llevo muchos años viviendo solo…

Realmente, desde que murió mi mujer, mis hijos y mis nietos venían. Yo hacía la comida. Hubo un tiempo feliz, pero no sé por qué me estuve encerrando en mí mismo. Supongo que no acepté que me hacía más viejo.

¡Dios! ¡Cómo echo de menos a mi mujer! Ella sabía buscar la palabra adecuada en el momento adecuado. Cuando murió yo intenté hacer lo mismo que ella, pero siempre he sido un desastre. ¡Cómo te echo de menos!

Bueno, voy a abrir la puerta y que sea lo que Dios quiera.

¡Mi hija! ¡Qué buena es!

Se va a quedar a dormir en casa de momento y después me buscará a una persona que se quede conmigo toda la semana, día y noche. Esta persona me sacará a pasear, aunque yo no quiera, pero es bueno para mí. Me presentará a sus amigas, que también pasean a personas mayores y nos sentaremos en un banco para hablar. Mis hijos me verán de vez en cuando, estarán en casa, cambiarán mis cosas de sitio o las tirarán. Me darán un beso desde lejos y, ¿cómo le llaman?, ¿virtual, telemático? No sé. Todo es diferente ya. Nos vemos por los balcones. Así he visto a mis nietos, desde la terraza. Pero después los veo con sus amigos con la cerveza todos juntos y eso que veo poco. Yo no entiendo nada. Estoy bien y haré lo que me digan mis hijos. Seguro que es bueno para mí.

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