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Introducción

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A pocas semanas de haber iniciado el año académico 2018, un prolongado sismo de importante envergadura removió las placas tectónicas de la institucionalidad universitaria, aquellas que se han construido sobre los cimientos de una cultura patriarcal y androcentrista, que durante las últimas cuatro décadas ha transformado a lxs estudiantes en clientes y deudores eternos, ha promovido la competitividad y el individualismo, además de preservar la definición de roles según una distinción de género: sexista, binaria, étnica y de clase.

El inicio se fecha el 17 de abril del 2018 y su epicentro se ubica en la Universidad Austral de Valdivia, donde las estudiantes de Antropología, motivadas por casos no resueltos de acoso, abuso y violencia de género al interior de dicha casa de estudios, deciden iniciar la primera toma feminista que desencadenará el levantamiento. Las asambleas llevaron a los paros, los paros a más asambleas, y ellas a las tomas, abriendo nuevos espacios con nuevas denuncias.

Durante el mes de mayo de 2018 se desata la «inesperada» revuelta feminista, que agita las universidades –y algunos liceos– del país y se abre a la sociedad exigiendo un alto al abuso, mayor investigación y sanciones, educación no sexista, igualdad y dignidad. Fue así como comenzaron a activarse antiguas batallas en nuevas protagonistas, las que desplegaron inéditas alianzas y formas de interacción con el poder que resuenan hasta nuestros días.

Hacía ya algunos años que, en distintas universidades, las estudiantes venían organizándose a través de vocalías y secretarías, haciéndose cargo de las diversas expresiones de violencia, para luego, en su mayoría, articularse a través de la Coordinadora Feminista Universitaria (Cofeu). Desde esas y otras instancias expusieron a las autoridades hechos que se venían arrastrando al interior de los centros de estudios: situaciones de acoso y abusos de carácter sexual, diferencias salariales, mínimo o nulo porcentaje de autoras en las bibliografías, baja presencia de profesoras en las aulas, abusos de poder, entre otros.

La ausencia de acciones concretas, la indolencia desde las estructuras de poder de las instituciones, la emergencia de nuevos relatos de abusos, las cifras alarmantes de femicidios en el país, así como las acciones de los movimientos #NiUnaMenos y Me Too, constituyeron el cúmulo de hechos visibles que desencadenaron una respuesta contrahegemónica frente a la cultura universitaria por parte de las estudiantes, impactando también al resto de la comunidad.

Día a día fueron incrementándose las tomas de escuelas y/o facultades a través del territorio nacional; algunas se prolongaron por meses. Las estudiantes resolvieron instituir, en numerosas ocasiones, los espacios separatistas como un lugar para pensarse y reconocerse, un momento único de encuentro y sororidad, lo que permitió generar un ambiente seguro para escuchar y ser escuchadas, un espacio para el habla y los afectos, para decir y desenterrar los «secretos personales», los hechos naturalizados por el silencio.

Los relatos no solo estaban referidos a lo vivido al interior de las instituciones, y el intercambio fue la constatación sobre lo que todas compartían en lo profundo: experiencias similares que desde niñas habían sufrido al interior de las familias, en el barrio, en el colegio, con sus parejas o amigos, y luego en las universidades; una cultura del abuso que las concebía como objetos y las trataba con desdén, producto del rol que la sociedad ha predefinido según su género.

Así, la denominada «Ola feminista» –como la llamó la prensa– no fue producto de una «pataleta de las estudiantes», como se escuchó decir a distintas voces masculinas; tampoco se trataba de la respuesta a «pequeñas humillaciones», como señalara el entonces ministro de Educación, por lo que este «sunami feminista», como también se le conoce, no debió haber sorprendido a nadie, y si lo hizo fue porque se había naturalizado la denostación, la descalificación y la humillación hacia las mujeres.

«Que todo el territorio se vuelva feminista» fue la consigna que vimos irrumpir con fuerza desde la gran marcha del 16 de mayo de 2018, donde decenas de miles de mujeres salieron a las calles de todo Chile haciéndose parte de las demandas por el fin a los abusos y la violencia contra las mujeres. Llamó la atención y provocó controversia la ocupación de las calles con certeras y creativas performances, donde las jóvenes, enmascaradas con coloridas capuchas y a torso descubierto, vindicaron el cuerpo como el primer territorio, demandando su autonomía y soberanía como de exclusiva propiedad de las mujeres. Con este gesto, las jóvenes subvertían la dominación y sexualización de sus cuerpos, así como los roles asignados. De esta manera, hacia fines de mayo, más de veinte facultades y escuelas se encontraban movilizadas en asambleas permanentes, paros y/o tomas.

En este contexto, nos propusimos saber quiénes eran las protagonistas de la revuelta feminista, de dónde venían las insurrectas que habían resuelto tomarse las universidades para hacer oír ese ¡basta! tantas veces pronunciado, tantas veces reclamado y silenciado, pero que esta vez, como un reguero de inflamable determinación y creatividad, se fue escuchando y replicando región por región, haciéndose sentir de punta a cabo en nuestro territorio.

Nos interesaba conocer de primera fuente las motivaciones de las universitarias que se hacían parte de la movilización, cuáles eran sus demandas, qué era para ellas el feminismo y, de manera particular, queríamos saber las opiniones de quienes no eran necesariamente voceras o no tenían una trayectoria como parte de una organización, por lo que el abanico de entrevistadas fue diverso en cuanto a experiencias en el movimiento estudiantil. También diverso respecto de quienes se sintieron identificadxs con la movilización, decidiendo articularse, desplegar iniciativas propias y sumarse a la agenda que el movimiento feminista levantaba; nos referimos a las voces de la disidencia, que fueron también sujetxs políticos activos al interior del movimiento.

Que todo el territorio se vuelva feminista. Las protagonistas de las tomas universitarias del año 2018 recoge los testimonios de cuarenta y cuatro actorxs directxs de quince universidades chilenas en el momento más álgido de las tomas feministas, entre los meses de junio y agosto de 2018. Ellos nos permiten conocer el apremio de las demandas, el proceso de politización de las participantes, de reconocimiento y convergencia de diversas sensibilidades feministas, así como la recuperación de un cuerpo colectivo, un nosotras, y con ello la voluntad transformada en acción para decir ¡no más! Son estos relatos vivos los que nos dibujan el momento, todos ellos acuñados al calor del acontecimiento, algunos realizados al interior de las tomas –generalmente conversaciones en pequeños grupos– de manera presencial o vía online, y otras –las menos– posteriores a las tomas. Cada entrevista fue trabajada como un relato continuo, a fin de hacer legible y más amable cada intervención.

La rebelión feminista de mayo de 2018 recogía una hebra de largo aliento de la lucha feminista, que ha cobrado mayor visibilidad en diversos periodos de nuestra historia. En casi todas las intervenciones, las jóvenes señalaron sentirse herederas de las luchas históricas emprendidas por las mujeres en busca de su emancipación. Así también, muchas se reconocían herederas de las pequeñas o grandes batallas que dieron sus abuelas, sus tías y madres al interior de sus propias familias y en el contexto de la historia que les tocó vivir.

Para la mayoría de las estudiantes, la toma, la revolución feminista, les cambió la vida, las removió en lo profundo respecto de su historia, de sus afectos y de las relaciones con su entorno. «El separatismo no es una práctica excluyente; nace en realidad como respuesta a la exclusión», señala Nicoletta Poidimani, y es así, efectivamente como lo describen las jóvenes en sus relatos. Los espacios separatistas significaron momentos de dolor compartido –como varias lo señalan–, pero también espacios de reconstitución individual y colectiva, lugar donde confluyó la energía emotiva y creativa que configuró un «nosotras», alineando la voluntad y determinación para trazar la acción política y vislumbrar el horizonte deseable.

Si bien en muchos casos las asambleas separatistas se convirtieron inicialmente en encuentros catárticos, luego se transformaron en demandas y petitorios con distintos énfasis según cada realidad: urgentes pronunciamientos de las autoridades, aceleración y transparencia de sumarios en curso, reconocimiento del nombre social de las estudiantes trans, inicio del trabajo de actualización, creación e implementación de protocolos, incorporación de una perspectiva de género en las mallas curriculares, igualdad salarial para diversos estamentos, mayor presencia de profesoras y mujeres en cargos directivos, y la erradicación de la violencia machista de las aulas. Sin embargo las jóvenes saben que estos cambios no se hacen por decreto; es por ello que apuntaron a abrir un horizonte más amplio por el que se hacía necesario transitar. De allí la exigencia de una educación no sexista para todos los niveles de la educación, lo que significa un replanteamiento de la sociedad que se quiere construir.

Constatamos que muchas de ellas rehúyen de la posibilidad de integrar algún partido político tradicional, y varias de las que son parte de alguno señalan con claridad que en la militancia feminista el partido queda afuera. Detrás de ello se lee una crítica profunda a las estructuras partidarias convencionales, sus prácticas verticales y su jerarquización machista y excluyente, con una orgánica de representatividad poco democrática, donde las demandas feministas siempre han sido relegadas a un segundo plano. Es decir, para ellas, los partidos políticos han reproducido el ordenamiento patriarcal tanto en su estructura como en sus relaciones interpersonales. Y, a estas alturas, el movimiento feminista tiene cada vez más claro que «la revolución será feminista, o no será», como lo expresaron en numerosas pancartas.

Cada relato da cuenta de que la revuelta feminista fue una respuesta a un proceso de acumulación de malestar frente al asedio y la discriminación, frente a una sociedad competitiva y mercantil, donde la educación es uno de los eslabones de la cadena de endeudamientos que cada chilenx arrastra, y que en las mujeres tiene un impacto mayor esa precarización. Fue así como las jóvenes emplazaron y cuestionaron la legitimidad de las instituciones, impugnaron la cultura autoritaria y neoliberal, en cuanto estructuras discriminatorios y excluyentes. De ese cuestionamiento no quedó exenta la familia, haciendo visibles y públicas las diversas formas, rostros y manifestaciones que adquiere la estructura androcéntrica y patriarcal. Las estudiantes universitarias movilizadas no solo develaron el abuso en sus diversas formas, sino que lo nombraron y vocearon, lo señalaron y motejaron, hilvanándolo con todos los abusos que sufren los cuerpos de mujeres, jóvenes, niñxs, ancianxs, lxs excluidxs y marginadxs históricamente.

La mayoría de las universidades emplazadas por este movimiento feminista –según el estudio en torno a las relaciones de género en la educación superior realizado por Diana Bravo, que cierra este libro– son instituciones que han incrementado la matrícula femenina durante los últimos años, llegando en algunos casos a superar la matrícula masculina; sin embargo, esta mayor presencia no ha modificado la distribución equitativa de mujeres en las diferentes carreras que ofrece el sistema universitario, ni más mujeres en el estamento académico, y menos en cargos con mayores atribuciones para la toma de decisiones. Debemos considerar que la igualdad numérica en ningún caso refleja una igualdad sustantiva de género, y la interpelación del movimiento feminista expone la postura impasible de las estructuras universitarias frente a la presencia cada vez más significativa de mujeres en sus estancias como si este fuera un fenómeno inocuo e imperturbable en su cotidiano.

Podemos aseverar que, por muchísimo tiempo, y aun cuando la participación femenina se incrementaba lenta pero paulatinamente en el mundo universitario, y de manera diferenciada según tipo de estamento, las políticas públicas y legislativas en materia de género no solo eran insuficientes, sino que prácticamente inexistentes en el régimen universitario. Escasamente se contaba con estadísticas diferenciadas y diagnósticos de género, políticas de prevención de la violencia o en favor de la conciliación entre la vida familiar, laboral y/o estudiantil, lo cual también interpela el rol social de estas instituciones y su impacto en las políticas públicas, así como su carácter autónomo para ejercer su responsabilidad disciplinaria con perspectiva de género, debates todos muy actuales que dejó el movimiento y que patentizan la deuda que aún se prolonga en el desarrollo de una agenda de género no solo en la educación superior, sino también en nuestro país.

La revuelta feminista de 2018 vino a removernos de manera decisiva; tocó la memoria y la conciencia de las mujeres, sacudió no solo las aulas universitarias, sino que se expandió extramuros, y los temas planteados por el feminismo estuvieron en la boca de todo el mundo, para bien o para mal. Este fue el gran triunfo del movimiento, provocar un remezón de carácter cultural sin parangón, dejando una huella en la historia social y del feminismo en Chile.

Pronto a cumplirse tres años de este acontecimiento y en medio de una prolongada crisis sanitaria mundial que ha hecho más recurrente y dramática la violencia de género, producto de las condiciones materiales en que muchas deben asumir las medidas sanitarias, el confinamiento, las extenuantes jornadas laborales, el desempleo femenino, entre otros factores, queremos relevar ese momento como un hito que no solo visibilizó la situación de las mujeres, sino que marcó una disposición de lo que ya no era posible seguir callando. Es así como la denominada «Ola feminista» inauguró un ciclo de irrupciones sociales de carácter más profundo. La explosión social del 18 de octubre de 2019, con ribetes insurreccionales, que se extendió por todo el territorio nacional, llegando incluso a ciudades y pueblos que raramente aparecen en las noticias, nos hizo volver a pensar en ese mayo feminista y reconocer allí un antecedente de la revuelta popular de octubre. Aquellas voces y acciones de las mujeres que se levantaron frente a la denostación y el abuso se vieron multiplicadas en miles, en millones de voces y cuerpos que ocuparon las calles y plazas de Chile, lxs precarizadxs, lxs asfixiadxs por el mismo poder indolente patriarcal-neoliberal que ha hipotecado la vida de buena parte de la población. Fueron ellxs los que luego de una larga, muy larga acumulación de malestar multidimensional, volcaron su frustración para decir ¡basta!, la que prontamente se canalizó en una demanda generalizada que se sintetizó en la palabra DIGNIDAD.

Las estudiantes que protagonizaron la revuelta feminista de 2018, como las movilizaciones estudiantiles del 2011, como la resistencia mapuche de todos estos años, anticiparon la urgencia del «despertar» frente a todo tipo de abusos e incitaron a no cejar en la búsqueda de justicia frente a la impunidad, tan característica de nuestro país. Fueron sus movilizaciones e intervenciones un catalizador del cuestionamiento al modelo económico, social, cultural y educacional con sustrato patriarcal y colonial. A través del repaso de los carteles y los lienzos desplegados aquel entonces en los frontis de las casas de estudio, reconocemos los mensajes cargados de sentidos, varios de los cuales volvieron a ser reproducidos en los miles de pancartas escritas en trozos de cartón y en las paredes de las ciudades durante los últimos meses de 2019 e inicios de 2020, logrando ampliar y resignificar los términos: abuso, opresión, dominación, violencia, impunidad. Esto hizo parte de la expresión de un cansancio profundo, que si en mayo del 2018 se expresaba en la frase «yo te creo, compañera», en octubre de la revuelta popular fueron «Chile despertó» y «Hasta que la dignidad se haga costumbre», al tiempo que se levantó con mayor fuerza la consigna «La revolución será feminista, o no será».

Encaminadxs en un proceso constituyente y una convención paritaria, que si bien no nos garantizan la efectiva ampliación democrática que se demanda producto del sistema electoral que rige dicho evento y las asimetrías en los mecanismos de participación, podemos decir que estos son avances significativos y que han sido posibles gracias a la organización y las luchas dadas durante años. Pero, sobre todo, por la tenaz movilización desplegada durante octubre y noviembre de 2019, y los meses que le han seguido –con pandemia y sus restricciones–, que lamentablemente ha dejado a más de tres mil doscientas víctimas de la violencia de Estado, producto de las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos ocurridas durante este tiempo. Solo a octubre de 2020 el INDH consignaba en más de treinta los muertos, cuatrocientos sesenta jóvenes mutiladxs y otros miles encarceladxs por meses, muchos de ellxs con más de un año en prisión preventiva. En tal sentido, este proceso, y lo que de él surja, es solo un peldaño en esta búsqueda por ensanchar la democracia y la igualdad; claro está –y con pesar lo decimos, por la historia de ayer y de hoy, por las luchas dadas por las mujeres y por todxs los marginadxs de la historia– que el poder no hace concesiones: la libertad, la justicia, la igualdad y la vida digna se ganan.

No nos queda más que dar las gracias a todas las mujeres que participaron en cualquiera de sus formas en la revuelta feminista del año 2018, por su valentía, por su determinación, por contribuir a hacernos más conscientes de nuestras opresiones, que por cierto no se trata solo de las opresiones hacia las mujeres, sino que también hacia los hombres y disidencias, hacia lxs inmigrantes, lxs indígenas, lxs niñxs, lxs ancianxs, las personas de color, las con capacidades diferentes y toda alteridad manifiesta. El registro que aquí presentamos, a través de las voces de algunas de esas jóvenes, plasma aquel momento histórico en el desarrollo de las luchas de los movimientos feministas y sociales en Chile.

Agradecemos a todxs lxs estudiantes que estuvieron dispuestxs a conversar con nosotras, por la confianza de compartirnos sus experiencias personales e íntimas, por sus ideas, por desafiar la normalidad impuesta y sus ganas de cambiar el orden de las cosas.

Este libro está dedicado todxs lxs que luchan, y a las que ya no están...

Silvia Aguilera M.

Diana Bravo B.

Beatriz Navarrete S.

Marzo de 2021

Que todo el territorio se vuelva feminista. Las protagonistas de las tomas universitarias del 2018

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