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PREFACIO

No hay que dejar de lado ninguna de las fábulas [1 ] que tuvieron mayor circulación entre los griegos. Pues, dada la extremada insania de los herejes, incluso las inconsistentes doctrinas de los helenos van a servirnos de documentos fidedignos. Precisamente callando y ocultando sus inefables misterios, pasaron los herejes a los ojos de muchos por hombres henchidos de religiosidad.

Tiempo atrás editamos un somero examen de sus enseñanzas 1 , exponiendo el tema en su conjunto sin entrar en detalles. En aquellos momentos no nos pareció conveniente desvelar sus secretos a la luz del día. Nos limitamos entonces a insinuar sus enseñanzas, con el fin de avergonzarlos, no fuera que al denunciar sus secretos pudieran ser tildados de impiedad; todo esto con el propósito de impelirles a poner fin a sus insensatas especulaciones y sus ilícitas empresas. Pero ahora [2 ] constato que no han hecho caso alguno de nuestra moderación y que no han reflexionado sobre la magnanimidad de Dios, que ha ido tolerando sus blasfemias. Con el fin, pues, de que se avergüencen y se arrepientan, o bien de que su obstinación les acarree un justo juicio, me veo forzado a dar un paso más y proceder a la denuncia de sus inefables misterios.

Transmiten a los iniciados sus secretos revestidos de gran credibilidad, pero no se los revelan a fondo hasta que el tal se les haya rendido después de ser tenido largo tiempo en suspenso, y lo hayan predispuesto para blasfemar del verdadero Dios, viéndolo ya impaciente [3 ] de cumplir la promesa. Cuando lo han sometido a prueba y lo tienen cautivo del pecado, lo inician mediante la transmisión del peor de los males. Al mismo tiempo le hacen jurar que no lo divulgará ni lo comunicará a cualquiera, a no ser al que haya sido sometido a servidumbre de la misma manera. Ahora bien, una vez transmitido el secreto ya no hace falta juramento. Pues el que permanece en la enseñanza y en la tradición de sus perfectos misterios se sentirá obligado evidentemente por la fuerza de las cosas, tanto en el fuero de su conciencia como respecto a la discreción en su [4 ] trato con los demás. Si revelara a otro tamaña prevaricación, correría el riesgo de no ser tenido por hombre cabal y ser considerado indigno de ver la luz del día, dado que ni los mismos animales irracionales cometen tamañas transgresiones. Pero esto lo iremos exponiendo al llegar a los correspondientes capítulos.

[5 ] Ya que el tema nos arrastra a embarcarnos en un periplo por alta mar, creemos conveniente no guardar silencio; antes bien expondremos detalladamente las doctrinas de todos los herejes sin dejar nada en el tintero, y por más que la obra se entrevea extensa, no cederemos a la fatiga. Cuando todo el mundo vea expuestos a la luz del día los secretos y los inefables misterios de los herejes —custodiados bajo llave para transmitirlos únicamente a los iniciados— resultará que habremos prestado una considerable ayuda a la vida de [6 ] los hombres, para evitar que caigan en el error. Quien los refute no será otro, en realidad, que el Espíritu Santo dado a la Iglesia; los apóstoles lo recibieron en primer lugar y, luego, lo otorgaron a los que habían profesado la recta fe. Nosotros, sus sucesores, que participamos en la misma gracia del sumo sacerdocio y de la enseñanza, y que somos considerados los guardianes de la Iglesia, no nos adormilaremos ni silenciaremos la recta doctrina, antes bien arrostraremos la fatiga en cuerpo y alma, dispuestos a reconocer según conviene las dignaciones de la generosidad de Dios. Reconocemos que ni siquiera así cumplimos dignamente, pero por lo menos no defraudaremos en las materias que nos han sido confiadas; cumpliremos la justa medida del tiempo oportuno y haremos partícipes a todos, sin regateo, de los dones que otorga el Espíritu Santo.

No nos limitaremos a poner al descubierto, por medio [7 ] de la refutación, las doctrinas ajenas, sino que todo aquello que la verdad recibió de la gracia del Padre para servicio de los hombres lo indicaremos con la palabra, lo atestiguaremos por escrito y lo predicaremos sin rubor. En orden a denunciar, según dijimos, [8 ] la impiedad de los herejes en su doctrina, conducta y obras, desvelaremos el origen de sus empresas. Pondremos de manifiesto que en sus iniciativas no han tomado nada de la Sagrada Escritura ni de la tradición de algún varón venerable, antes bien sus opiniones se basan en principios tomados de la sabiduría de los griegos, de las doctrinas de los filósofos, de los misterios hoy tan en boga y de las elucubraciones de los astrólogos.

Así pues, conviene exponer en primer lugar las opiniones de los filósofos griegos, haciendo ver a los lectores que son más antiguas que las de los herejes y más elevadas en lo concerniente a lo divino. Seguidamente [9 ] convendrá comparar cada herejía con el sistema filosófico correspondiente, para que se vea con toda claridad cómo el adalid de cada sistema, a fin de llevar a cabo su propósito, se ha basado en los principios de una filosofía, hinchándolos y aprovechando sus aspectos más deleznables para acabar construyendo su propio sistema.

[10 ] El trabajo que emprendemos es fatigoso y requerirá extensas investigaciones, pero no nos amilanaremos. Al final nos espera un gran gozo, como al atleta que alcanza la corona después de grandes esfuerzos; o como al comerciante que concluye un buen negocio después de haber desafiado los peligros del mar; o como al labrador que recoge los frutos con el sudor de su rostro; o, incluso, como al profeta, que soporta reproches y ultrajes para ver, al cabo, cumplidas sus predicciones.

[11 ] Comenzaremos por disertar acerca de los primeros pensadores que en Grecia avanzaron una filosofía de la naturaleza, pues a éstos, sobre todo, han plagiado los fundadores de las herejías, como iremos poniendo de relieve al compararlas. Al restituir a cada filósofo lo que le pertenece, dejaremos al desnudo la desvergüenza de los heresiarcas.


1 Se refiere a su Syntagma, obra perdida, escrita unos veinte años antes que la Refutatio.

Los gnósticos II

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