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EL GLAMOROSO ENCANTO DE LA ECOLOGÍA

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¿Se puede dudar de quienes se dedican a la noble tarea de defender, restaurar o conservar la naturaleza? ¿No acaso desde Francisco de Asís hasta las mujeres hindúes del movimiento Chipko en defensa de los árboles, todo amante de la naturaleza se considera respetable, digno, célebre? Y en la decadencia de los hacendados rusos, ¿no es Astrov el enamorado de los bosques, el único que mantiene el optimismo en la tragedia “El tío Vania” del dramaturgo Anton Chéjov? Y sin embargo, como veremos, este instinto profundo por la naturaleza que llevó al poeta y filósofo Henry David Thoreau a permanecer dos años en la soledad de un bosque de Nueva Inglaterra, hoy ha sido cooptado y magistralmente utilizado por las fuerzas ecodestructivas no sólo para autopintarse de verde sino también para generar una nueva ideología en las masas cautivas de los ciudadanos modernos. El fenómeno aparece tan paradójico como sorprendente, porque surge justo en una época en que la destrucción ecológica ha alcanzado sus máximos históricos, en razón de los impactos producidos por esos mismos agentes que hoy ofrecen compartir con nosotros, y por todos los medios, el glamoroso encanto de la ecología. Un estado de gracia en el que no importa quién lo realice sino que lo realice con el mayor colorido, entrega, elegancia, glamour y espectacularidad. Los actos siempre van engalanados de una atmósfera burbujeante que evoca antiguas filantropías y que, por supuesto, casi siempre aparecen en las exclusivas secciones de sociales de televisión, prensa, revistas.

En plena era de la consolidación del capital corporativo, de la monopolización más brutal de que se tenga memoria, de los máxi mos históricos de inequidad social, la ecología se ha convertido en el acto de magia mediante el cual el carácter depredador de las corporaciones se trastoca en una sublime devoción para salvar plantas, animales, bosques, ríos, lagos, naturalezas y el planeta mismo. Y las limosnas que dedican a estos menesteres, pues lo invertido de sus exorbitantes ganancias apenas se ve con la lupa, se vuelven altamente redituables porque permiten ocultar garras, fauces y colmillos tras el disfraz de una nueva cruzada por la naturaleza, de un acto heroico para salvar el planeta. El resto se deja a la propaganda, al bombardeo mediático, todo bien aderezado por la puntual bendición de científicos famosos, reconocidos, banales o frívolos.

El burbujeante atractivo de la ecología se encuentra por supuesto ligado con la posibilidad imaginada de construir un capitalismo verde. Ya en un número especial dedicado al tema, la revista Expansión afirmaba en su portada que “los proyectos ecológicos han dejado de ser una moda, para convertirse en un buen negocio” (7 de julio de 2008). La lista de empresas y corporaciones con campañas, acciones y programas verdes es interminable: de Exxon a Walmart, pasando por Coca-Cola, McDonald’s, Volkswagen, Ford, Kellogs, Bimbo y un largo etcétera.

En México, las campañas verdes se han incrementado de forma inusitada. El fenómeno alcanza además niveles trágicos por cuatro razones: a) se vive la más feroz de las devastaciones sobre su naturaleza y su ambiente tal y como lo muestra el alud de proyectos mineros, energéticos, hidráulicos, turísticos, habitacionales, automotrices y biotecnológicos, realizados por corporaciones en complicidad con los gobiernos de todos los colores y de todas las escalas (“reformas estructurales” y anteriores); b) la resistencia política, periodística y académica a estos proyectos depredadores ha sido reprimida y de manera brutal; hoy existen decenas de verdaderos ambientalistas asesinados y líderes y activistas encarcelados de manera ilegal (presos ecopolíticos); c) porque para sus campañas los corporativos han logrado cooptar a luminarias de la ciencia mexicana dedicadas a esos temas (biólogos, ecólogos, conservacionistas), además de organizaciones no gubernamentales y oficinas de gobierno, y d) porque estas campañas que buscan eliminar pecados y culpas, soslayan no sólo los impactos ambientales sino también los escabrosos asuntos laborales y sociales como la explotación de los trabajadores y la supresión de derechos elementales (sindicatos, prestaciones, protección a menores y a madres). Lo que sigue es un primer repaso del glamour ecológico en México, una pasarela de máscaras, de contradicciones entre lo que se proyecta o aparenta y lo que realmente se hace. La breve revisión amerita urgentemente de exploraciones periodísticas y de estudios más profundos.

Grupo México (ocho mil millones de dólares de ventas en 2010) es la compañía minera más grande del país extractora de cobre, zinc, plata, oro, plomo y molibdeno, y la tercera productora de cobre más grande del mundo. Ferrocarril Mexicano, la división de transporte ferroviario de la compañía, opera la flota más extensa de la nación. Su portal hace un marcado énfasis en el cuidado del medio ambiente y de las comunidades aledañas, y su filosofía proclamada es el desarrollo sustentable, para lo cual elabora y difunde un informe anual desde 2006. Además de un programa de reforestación, el corporativo anuncia una planta eólica en Juchitán y re ducciones en el uso de energía y combustibles. Expoliador por décadas de las riquezas nacionales, su inmoral respuesta durante el accidente de Pasta de Conchos, junto al reciente derrame de 40 millones de litros de sulfuro de cobre y otros siete metales pesados en dos ríos de Sonora, muestran la falsedad de su imagen como empresa social y ambientalmente amigables.

Es posible que el corporativo mexicano con más antigüedad en los escenarios del glamour ecológico sea Cementos Mexicanos (Cemex) la compañía transnacional más importante del mundo en materiales para construcción, pues ya desde hace dos décadas apoyó la edición de varios libros científicos sobre el tema. Con presencia en 50 países y ventas en 2013 por 15 mil millones de dólares, Cemex también abraza el desarrollo sustentable como su eje estratégico y edita desde 2003 un anuario detallado. Su propaganda anuncia un sello verde (ecooperando) y la construcción sustentable, y su último informe reporta acciones contra el cambio climático, el ahorro energético y por un entorno urbano sustentable. Frente a esta imagen, Cemex fue irremediablemente sancionado en México (2008) y España (2011) por sendos fraudes fiscales (ocultó ganancias multimillonarias) y soborno de autoridades. Su mayor inmoralidad es la contaminación que generan sus actividades extractivas denunciadas en Nicaragua, Colombia y otros países y en su sede central y originaria: Monterrey fue convertida por Cemex en la ciudad con el aire más contaminado de América Latina por la acción de 64 pedreras, la mayoría de las cuales abastecen a la corporación.

Otro destacado ejemplo proviene de Volkswagen de México (VKW), quién declara que “[…] desde hace tiempo hemos asumido nuestro compromiso con el futuro de la Tierra, [porque] […] usamos pinturas sin disolventes y materiales reciclables”. Sus acciones van desde la conservación de una reserva en Guanajuato y un parque eólico en Zacatecas hasta viveros sustentables, reforestación y el programa Eco-chavos. “Por amor al planeta” se ha encargado además de otorgar premios anuales a investigadores mexicanos, es decir, pequeñas limosnas corporativas que le reditúan sustento científico. Su máxima hazaña fue sumergir un auto de cemento de cuatro toneladas de peso en los mares de Cancún a manera de “escultura submarina”.

Si Walmart hace el ridículo con sus bolsas verdes, sus cajas ecológicas y sus proveedores sustentables, también se la toma más en serio al calcular el número de árboles al año que se salvan por la captura de carbono que significa, por ejemplo, lograr situar más mercancía en menos espacio en las cajas de los tráileres. Por su parte, Monex, el grupo financiero sospechoso de mover ilegalmente millones de dólares a la campaña de Enrique Peña Nieto, creó el “Fondo Verde”, que dona una parte (¿cuánto?) de las inversiones a la conservación biológica.

En comal aparte se cuecen Bimbo y Telmex. El primero, por su desbordante campaña donde el osito níveo se pinta de verde: plantas sustentables, empaques degradables y vehículos híbridos cuyos motores eléctricos se nutren de la energía del viento de un parque impuesto con violencia a las comunidades zapotecas del Istmo oaxaqueño. La panificadora también teoriza y con “Reforestemos México” define la sustentabilidad como sinónimo de competitividad y rentabilidad, al fin que nadie cuestiona. En cuanto a Telmex, la alianza WWF-Fundación Carlos Slim-Semarnat, fundada en 2008, ha logrado conformar una estrategia de conservación y desarrollo sustentable de México al apoyar proyectos de conservación junto con organizaciones de la sociedad civil, comunidades rurales e instituciones académicas como el Instituto de Ecología de la UNAM. Todo ello mientras las mineras del grupo arrasan montañas y comunidades, adquieren extensas superficies (Puebla, Hidalgo y Tlaxcala), y la fundación apoya la investigación del maíz transgénico. Finalmente, el caso emblemático de Coca-Cola resulta tan descomunal que sería necesario dedicarle un estudio completo.

De todo este “lavado de imagen”, sorprende la manera en que los consumidores se dejan a sí mismos “lavar el cerebro”. De alguna forma ello explica porque la elite de consumidores mexicanos (incluyendo científicos renombrados) se ha convertido en una masa silenciosa y conformista, incapaz de generar ideas críticas y en consecuencia de realizar compromisos más allá de sus estrechos intereses individuales, familiares o de gremio. El glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los anestésicos más eficaces del mundo moderno. El futuro que viene, por desgracia y por fortuna, los hará despertarse súbitamente. Pasarán de un sueño construido a partir de una falsa conciencia, a la pesadilla inevitable de la realidad.

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