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Siento que me desean el mal

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Aunque no tengamos problemas graves y nuestra vida transcurra en paz, la mirada de los demás puede llegar a hacernos daño. Cuando sentimos que nos miran mal, sin amor, con envidia o desprecio, eso provoca una inseguridad interior, puede debilitarnos y confundirnos. Quizás en nuestro corazón sospechamos que nos están deseando el mal, y tememos que eso nos pueda arruinar la vida. En esos momentos, es importante alimentar la fortaleza interior, y la oración es un arma muy poderosa para lograrlo. Porque en la oración sincera nos exponemos ante el poder infinito de Dios y nos dejamos penetrar por él. De esa manera, la mirada de los demás dejará de hacernos daño y podremos caminar seguros.

Señor, a veces siento

que soy una molestia para los demás,

que mi presencia incomoda.

Quizás hay algo en mí que trastorna sus corazones.

Porque me parece que no se alegran con mis alegrías,

que mi bien les provoca envidia.

Por eso prefiero no hablar

de mis logros o de mis proyectos.

Otras veces me parece que disfrutan cuando me va mal,

que no me aprecian,

que les da placer comentar mis debilidades y errores.

Por eso temo que, cuando yo esté en un mal momento,

me abandonen y me destrocen con sus críticas.

También temo que me hagan daño con su envidia

cuando descubran algo que pueda perjudicarme.

Señor, en su mirada no encuentro amor ni comprensión,

sino malos sentimientos.

Por eso vengo a tu presencia,

mi Señor lleno de amor y de poder.

Mira a este hijo tuyo que te suplica.

No me abandones, roca mía.

Tú eres mi protección,

rodéame con tu presencia

para que ningún mal me alcance.

Protégeme para que no puedan hacerme daño

con sus envidias y malas intenciones.

No permitas que algún envidioso me haga mal,

no dejes que los espíritus dominantes

quieran adueñarse de mi vida.

No dejes que se alegren con mis males

ni que hagan planes para perjudicarme.

Tú eres mi único dueño, el Señor de mi existencia,

nadie tiene derecho a hacerme daño

ni a desearme el mal,

porque soy tu creatura, obra tuya, tu hijo.

Mi vida es tuya y de nadie más.

Reina en mi existencia con tu gloria,

cúbreme con tu fuerza protectora.

Si pongo toda mi confianza en ti,

podrán hacerme tambalear,

pero no podrán voltearme;

podrán lastimarme,

pero no podrán destruirme;

podrán complicar mi camino,

pero no evitarán que llegue a la meta.

Mi Señor, ellos también son tus hijos,

y tú no quieres que sufran.

Yo tampoco necesito su sufrimiento,

y sé que la venganza es un veneno para mí.

Son mis hermanos, y tienen derecho a ser felices.

Si hay algo en mis palabras o en mi modo de mirarlos,

o en mis gestos y acciones,

que les hace daño,

enséñame a cambiar, Señor,

para hacerles la vida más llevadera a los demás.

Ayúdame a reconocer mis actitudes de egoísmo,

vanidad o indiferencia

que quizás perturban a los demás.

No dejes que yo sea causa de su dolor,

transfórmame, Señor,

y derrama tu amor en ellos a través de mí.

Tócame con tu Espíritu y derrama en mí virtudes y dones,

coloca en mí gestos bellos y palabras sanadoras

para que pueda convivir en paz con los demás.

Protégeme, mi Salvador,

de los proyectos de los envidiosos.

Jesús, quiero dejar que tu sangre preciosa

rodee todo mi ser y me cubra,

para preservarme de los que me miran mal.

Que tu sangre salvadora

penetre cada rincón de mi existencia

para que no puedan dañarme.

Jesús resucitado, lleno de luz y de gloria,

rodéame con el inmenso poder de tu resurrección.

Cúbreme y cuídame,

para que el rencor de los envidiosos

no pueda quitarme la alegría

ni el deseo de seguir luchando.

Señor, mira a esas personas

que quieren dañarme o desprestigiarme,

que gozan con mis males,

que esperan verme caer.

Bendícelos, Espíritu Santo.

Muéstrales que esos sentimientos de sus corazones

son un veneno que terminará dañándolos.

Ayúdales a ver la fealdad de la envidia.

Regálame la gracia del perdón liberador

y el deseo sincero de comprender

las debilidades de los demás.

Quiero mirarlos con tus ojos de amor y compasión

para vencer el mal con el bien.

Bendigo a los que me envidian y miran mal,

quiero desearles que les vaya bien y que sean felices,

que te conozcan, que te amen, que gocen con tu Palabra,

que sean santos y buenos.

Yo los bendigo, Señor, porque así, tarde o temprano,

dejarán de desear mi mal.

Sánalos, Señor, libéralos de la envidia y de la maldad,

derrama en ellos buenos sentimientos

y ayúdalos a mirarme con afecto y comprensión.

Dales paz interior, Dios mío,

para que ya no necesiten hacerme

daño ni verme sufrir.

Señor Jesús, contemplo lo que hiciste por mí en la cruz

miro todos tus sufrimientos para salvarme.

Hoy quiero aceptar mis penas

y ofrecerte algunos de los sufrimientos

que me causan los malos deseos de los demás.

A ti te persiguieron injustamente

y te hicieron mucho daño.

Yo también puedo aceptar algunas angustias

para unirme a ti en la cruz.

Te las ofrezco con todo mi amor.

Confío en ti, mi Dios,

que eres infinitamente más poderoso

que cualquier ser humano.

Quiero que estén en tus manos

todas mis cosas, mis trabajos, mi vida,

mis seres queridos.

Todo te lo confío, mi Señor.

En ti todo estará seguro.

Me decido a caminar lleno de tu amor,

firme y sereno,

porque tú estás conmigo

para protegerme y ayudarme siempre.

Amén.

Cómo orar con tus problemas y malos momentos

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