Читать книгу Un teniente para lady Olivia - Verónica Mengual - Страница 4
Prólogo
ОглавлениеDesde bien temprana edad, lady Olivia, de apellido Carrington, siempre había sentido los ojos de ese ser sobre ella. Lo había ido capeando tal como si fuese un capitán comandando un navío: con temple, pero con mano firme. No obstante, lo último que le había hecho a su familia el duque de Balzack era una ofensa que merecía una reprimenda, y más allá, un castigo ejemplar.
Olivia contaba con veintiún años y su vida era de todo, menos aburrida y monótona. Todo esto gracias a su hermano Angus, vizconde Pembroke. Angus tenía cuatro años más que ella y si no fuera porque Olivia lo conocía muy bien y sabía la verdadera cara de él, diría ciertamente que sus modos taimados y esa falta de entendimiento que él solía ofrecer ante el público, ciertamente constituían su naturaleza. Nada más lejos de la realidad. Su hermano era un espía, sí, un hombre de la Corona que se dedicaba a parecer bobo, cuando en realidad era todo lo contrario. En estos momentos, el vizconde estaba fuera del país, por lo que la responsabilidad de salvar a su familia recaía en sus propias manos.
Olivia había colgado su disfraz de lacayo en esta ocasión porque la boda de la hermana de una de sus mejores amigas, lady Elisabeth, así lo exigía. Dejó apartados los pantalones, las botas, su librea y su chaqueta para enfundarse en un precioso vestido de muselina dorado. Sus tirabuzones de color café, que hacían destacar sus ojos verdes, estaban recogidos en un elegante moño señorial al que su doncella había puesto todo su empeño. No era para menos, puesto que se casaba la pareja del año, el conde Lugmed y lady Violet, quien se convertiría en pocas horas en condesa.
Violet y Elisabeth, las hijas de los duques de Shepar, eran la noche y el día. Mientras una era sofisticada, hermosa y toda una dama, la otra, su amiga Elisabeth, era más bien de belleza exótica, sencilla y sincera.
Olivia echó una mirada al pasado y una sonrisa se dibujó en sus labios. Aún recordaba la primera vez que divisó a Beth —como todos sus allegados la llamaban— en un rincón tras las macetas de unos helechos. Creyó que su amiga se escondía, pero realmente estaba regando la planta y deslizando en ella unas perlitas de algo para, según le explicó «darle más vida». Beth resultó ser una entusiasta de la tierra, las plantas e incluso de los animales.
Dado que Olivia era mayor que ella, decidió tomarla bajo su ala. Congeniaron rápidamente y el círculo de dos se convirtió en un terceto cuando gracias a Angus conoció a lady Briana, debido a la relación que su hermano tenía con el conde de Monty, quien a su vez era familiar de Briana.
El destino había querido que las tres fuesen amigas y siempre estaría agradecida por haberlas tenido en su vida. Las cosas estaban a punto de cambiar, Olivia lo sabía y sentía una extraña sensación en su interior: mitad furia, mitad entusiasmo.
Tanto Briana como Elisabeth no mostraron síntomas de querer casarse, o al menos de no estar interesadas en los hombres. Su amiga Beth estaba enamorada de uno horrible, el conde de Perth y este elemento no sabía que ella existía y Briana estaba recluida en el campo. Bien sabía Olivia que la casa de lord y lady Monty –hermano y cuñada de Briana– no era un convento, pero su joven amiga se empeñaba en estar allí encerrada y no pisar Londres ni por equivocación. Tal era esto así, que probablemente las tres tenían más en común de lo que previó en un primer momento, dado que Olivia no estaba interesada en el matrimonio en lo más mínimo. Su existencia era demasiado entretenida y apasionante como para dejar de lado lo que hacía. Además de que, después de lo que había tramado llevar a cabo después de la boda…
—Beth, hay dos caballeros que no dejan de mirarnos. —Las dos amigas estaban en la entrada de la catedral haciendo tiempo para acceder al lugar. Olivia había visto a esos dos individuos observarlas demasiado fijamente y sus sentidos se pusieron alerta por si ambos eran secuaces del duque de Balzack. La joven regresó la mirada a su amiga que parecía estar en las nubes—. Beth, ¿me estás escuchando? —Pasó las manos por delante de sus ojos para captar la atención de la otra joven.
—Claro que sí, Olivia.
—Seguro… —dijo sarcástica— a ver, ¿qué te estaba preguntando?
—Está bien, me has pillado. No te atendía, estaba pensando en mis cosas.
—En lord Perth. —Olivia bufó. Siempre la misma melodía con su amiga. No quería desilusionarla, pero se moría por gritarle que buscase a alguien mejor que ese bobo. Beth debía encontrar otro candidato, porque si no lo había, lo suyo sería que se quedase sola, porque ser la esposa de ese mequetrefe…
—No —mintió Beth.
—En Sebastian. —Encima le mentía a la cara. Después de todo lo que había aprendido de su hermano era capaz de reconocer un embuste al instante.
―¡Por Júpiter! No lo llames por su nombre de pila. ―Lady Elisabeth no lo conocía, pero lo sabía todo de él.
―Admite que estabas pensando en tu amorcito, como haces siempre. ―Le encantaba pinchar a su querida Beth con este tema.
―No, Olivia, no lo hacía. ¡Y no es mi amorcito! Deja de decir tonterías.
―Ajá, tonterías… ―Oli no se creía nada de nada a estas alturas.
―Esta vez pensaba en Violet y en que va a ser todo un escándalo que se haya casado antes que yo. Moriré sola y mi nombre será arrastrado por el fango sin dilación ni contemplaciones.
―Por amor de Dios, es tu hermana melliza. Se casa pronto en mi opinión. Y no vas a morir sola. ―Beth era un ángel, pero era demasiado dada a los dramas. Únicamente ella veía un problema. Sin embargo, Olivia no se hacía a la idea de ver a ninguna de sus amigas dando ese paso hacia el altar… Al menos, pretendientes a la vista no tenían... aún…
―¿Estás segura? ―preguntó Beth con ilusión―, porque yo empiezo a pensar que sería mejor recluirme en el campo y que todo el mundo olvide que la fracasada hija mayor de Shepar alguna vez existió.
―Con una de nosotras que quiera estar en el campo es suficiente. Esa es Briana, el puesto de rarita del campo está ocupado, por lo que tienes que buscar otro. ―Era inútil tratar de hacerle ver que su vida no estaba hundida, pero en el último año Olivia lo había intentado tantas veces que no tenía ganas de seguir con la tarea. ¡A mártir, no ganaba nadie a Beth!
―Moriré sola. No tengo opción. ―«¿Es que nadie entendía que era una pesadilla lo que le estaba pasando?», se preguntó Beth. Era la mayor de las dos hijas del duque de Shepar, la que primero debería desposarse, que Violet lo hiciese antes era un catástrofe de proporciones bíblicas.
―No vas a morir sola. Tienes muchas amigas que te apoyarán. Además, probablemente serías una solterona la mar de graciosa.
―Te agradezco de nuevo los ánimos, Olivia ―ironizó―, pero ambas sabemos que no voy a encontrar un esposo nunca. ―Beth llevaba el mismo tiempo que su hermana intentándolo y había sido del todo improductivo, bochornoso y horroroso. En las fiestas hubo pocas invitaciones para bailar con caballeros que no tuvieran compromiso con su padre, y ningún ramo de flores llegó a su casa en toda la temporada.
―No vas a morir sola porque yo siempre voy a estar contigo ―lo dijo convencida―. Así que las tres tendremos compasión las unas con las otras y moriremos recluidas en una cabaña en una montaña apartada y viviremos rodeadas de gatos que nos devorarán a nuestra muerte. ―Esbozó una sonrisa ante la estampa que le presentó a su amiga. Al ver que Beth se ponía lívida, sintió remordimientos. Lo había dicho en broma, pero su amiga siempre se tomaba muy en serio los presagios sobre el futuro.
―¡Vaya por Dios! Tú sí que sabes cómo alentar a una amiga ―punzó Beth. Ella era la sincera y lo que acababa de decir su buena amiga Olivia no era sinceridad, era un mal augurio.
―Mírate, Beth, no sé de qué te preocupas, estás espectacular hoy. ―No era la única que lo pensaba porque se había fijado en que varios caballeros habían examinado a su buena amiga muy detenidamente, uno de ellos Perth, pero no lo diría porque no quería darle esperanzas, entre otras cosas porque no se fiaba de ese hombre.
―¡Por Júpiter! ¿Insinúas que los demás días estoy horrible? ―preguntó con un puchero.
―No he dicho eso, pero lo cierto es que deberías quemar todos tus vestidos y comenzar a ponerte más del estilo que llevas. ―Con razón los hombres no la habían visto hasta este momento, si ella se dejase aconsejar por los demás… Olivia no entendía de qué se quejaba tanto su amiga… era bonita.
―Fue idea de mi hermana. Tuve una pelea grandiosa con Violet y al final ella se salió con la suya, como siempre. ―Todavía recordaba aquella mañana en la modista. Beth había elegido una tela de tono rosa pastel y de corte recto. Su hermana la obligó a aceptar un tono verde muy escandaloso que además dejaba mucha piel a la vista. Aunque llevaba guantes y una chaquetilla para resguardarse del fresco, se sentía desnuda.
―Deberías entonces dejar a tu hermana elegir tu guardarropa. ―«O a mí», quiso decirle―. Como mínimo tendrías más posibilidades de tener un pretendiente.
―Tú eres la desastrosa, yo la sincera, no me quites mi papel en la vida ―le espetó porque no quería oír posibles verdades. Beth era recatada y correcta como una buena dama de alta cuna debería ser.
―Todavía no he roto nada. No seas pájaro de mal agüero, Beth. ―Si su pobre amiga supiera que todo era una fachada…
―Presta atención e intenta ser… ―No quería molestarla y optó por callar.
―No es como si no lo intentase ―improvisó―, es que simplemente me persigue la mala suerte. ―Se sintió culpable por no poder explicar la verdad de sus actuaciones.
―No es cuestión de suerte, es que te quedas embobada y te despistas. Tu mal se llama falta de atención. Sé más atenta.
―Siempre me estás regañando.
―Te estoy ayudando.
―No hay nadie que me pueda ayudar. ―Era verdad, porque parecer torpe era lo que debía hacer para ahuyentarlos, en especial a ese que le ponía la carne de gallina y que sabía que era un verdadero monstruo. Duque o no, Balzack podía irse al mismísimo infierno e incluso allí no sería bienvenido, porque sobrepasaba con creces la cota de maldad máxima exigida.
―¡Vaya par de dramáticas estamos hechas!
―Tienes razón, Beth. Ahora es momento de entrar a la iglesia. ―Las dos estaban a las puertas de la catedral y ninguna tenía ganas de acceder. Una con miedo a meter la pata y despertar la ira de la novia y la otra con temor a que la llamaran fracasada a su cara.
―No me apetece, Oli.
―A mí menos que a ti. ―«Porque en algún momento de la velada habré de hacer un gran estropicio y tu hermana querrá mi cabeza en bandeja de plata», quiso decir―. Es probable que tropiece con mi vestido y acabe en el suelo. ―Bien podría hacer esto mismo y tal vez Violet no la asesinaría―. Tu hermana me dio un buen sermón. Si le estropeo su día me hará picadillo. Hoy pretendo estar atenta, no quiero caerme, pero... ―«Pero algo tendré que hacer para que me sigan rehuyendo porque necesito esa fama que me he labrado y nadie quiera tomarme por esposa...». Oli sentía remordimientos por no poder confesar la verdad.
―No lo permitiré. Además, es a mí a quien todos van a señalar con el dedo porque mi perfecta hermana se ha casado con el mejor de los partidos de todo Londres.
―Tenéis la misma edad. Nadie dirá eso. Peor es lo mío que tengo casi tres años más que tú ―dijo con la boca pequeña porque la sociedad era propensa a disfrutar con el sufrimiento de los demás. Incluso cumplir años estaba mal visto.
―Pero tú no quieres buscar esposo. Lo mío es más grave, soy la hermana mayor. Todos me tendrán lástima. ―Beth estaba mortificada.
―Pues mira, ahí tienes un admirador. ―Le guiñó el ojo, mientras señalaba en una dirección con un sutil movimiento de cabeza. A ver si así su amiga se animaba.
―¿Quién? ―Se volvió sin pensar y un caballero la pilló husmeando. Beth se volvió a centrar en su amiga―. No debiste hacer que me girase de ese modo. Ha sido vergonzoso. ―La joven estaba roja hasta las cejas.
―La culpa no es ni tuya ni mía. Es de ese hombre. Lleva como veinte minutos sin dejar de mirarte.
Todo ese tiempo, Olivia se había fijado en él, y no solo en ese hombre, también en su acompañante y tras un exhaustivo análisis decidió que no serían esbirros de Balzack, porque ciertamente el interés parecía genuino.
―Tal vez sea ciego.
―Podría ser, no te digo que no, aunque no lo creo porque nos han examinado muy bien. Ambos, de hecho, no nos quitan ojo. ―Se colocó de puntillas para ver al otro hombre que la miraba a ella. Olivia era muchas cosas, pero tímida no era una de sus múltiples cualidades.
―¡Por amor de Dios, Olivia! Deja de espiarlos.
―Son ellos los que se muestran interesados. Es la boda de tu hermana. ¿Qué tal si encontramos un pretendiente? Parecen dos hombres normales. Bueno, el que te mira a ti no me gusta… quédatelo tú ―se veía demasiado severo―, yo me quedaré con el otro. ―Ese que no miraba a su amiga parecía más cordial. Las facciones duras del otro no le causaban simpatía. Beth era la que se ganaba a la gente con su bondad. Estaría bien con el otro.
―Esto no es un reparto de pan, Olivia.
―Ellos lo hacen a todas horas.
―Ellos son hombres, pueden hacerlo. Nosotras no.
―Yo lo acabo de hacer. No me digas que no te gustaría darle celos a Perth con ese hombre. Míralo bien, es alto, fornido, con aspecto de fiero, de ojos claros y pelo rubio. Tu caballero andante verá que hay competencia y tal vez así reaccione. ―Podría ser cierto, ¿no? Aunque esperaba que no lo fuese porque… ¿Beth y Perth? Un escalofrío le recorrió la espalda. Eso no podía producirse.
―No es correcto acércanos sin ser presentados.
―¿Quién va a enterarse? No hay nadie aquí. Analiza las ventajas, son mejores que los impedimentos. Perth celoso… Perth celoso ―le susurró en su oreja para tentarla. Sabía que Beth estaba a un paso de acceder a lo que la mente de Oli había maquinado. Sería la desastrosa ante los ojos de todos, pero también era la maquiavélica y sus intereses siempre conseguían prevalecer ante los del resto.
―¿Cómo lo vamos a hacer? ―¿Qué? Beth sabía que su amiga tenía razón, las ventajas eran mucho mayores… si Perth se ponía celoso… ¡todo valdría la pena!
―Déjamelo a mí. ―«Será pan comido con respecto a lo que he hecho en los últimos meses», pensó la joven.
―Espera, Olivia... ―Beth se arrepintió en el acto, pero su amiga ya había emprendido el camino.
―Caballeros, es muy descortés por su parte hacer sentir intranquilas a dos jóvenes damas con tanta miradita y tanto cuchicheo. ―Beth y Olivia llegaron raudas ante dos hombres que tenían los ojos como platos. Ambos estaban hablando de ellas, pero nunca, ni en un millón de años imaginaron que las dos se les acercarían y menos que les plantarían cara por contemplarlas.
Los dos caballeros estaban impecablemente vestidos. Uno de ellos gruñó, pero el otro parecía divertido con la escena. Olivia pensó que hizo bien en decantarse por ese que la miraba sonriendo, el otro amargado se lo quedaría Beth, porque ella no lo quería ni conocer. Demasiado duro para su gusto.
―Lo lamento si las hemos contrariados, señoritas ―señaló el caballero que tenía la atención de Olivia.
―Mucho. Merecen un castigo por ello. ―Oli era la que hablaba. Su amiga estaba muda y el otro caballero parecía desairado.
―Soy el teniente Ryan Cross, a sus pies, milady, y este es el capitán Kirk Baldrick. Regimiento 69. ―Los dos hicieron una reverencia y ellas les correspondieron.
―Mi amiga es lady Elisabeth McGlen y yo soy lady Olivia Carrington.
―Bien, ahora ya no las haremos sentir incómodas por nuestras miradas. Aunque no me parece que las hayamos hecho sentir de ese modo, sino todo lo contrario. ―El teniente mostró una sonrisa seductora y Olivia se arrepintió de no haber optado por el otro hombre. Este, que se erguía seguro ante ella, era presumiblemente más peligroso… al menos para sus sentidos.
―¡Es usted un descarado! ―le dijo Olivia exhibiendo su mejor sonrisa. ¿Qué? A ella le gustaba jugar a ese juego. Además, hacía mucho tiempo que no se sentía tentada ante ningún hombre.
―No soy yo quien se ha dirigido hacia aquí con el motivo evidente de conocernos, milady.
La escena era realmente una competición de sonrisa, a cual más seductora que la anterior. Ciertamente era apuesto. Mediría un metro ochenta largo, de cabello castaño y ojos marrones y aunque el color no era resultón, las bellas facciones de su cara hicieron que la joven sintiera… algo que no debería sentir, porque le encantaría besarlo de una manera íntima, tal y como hacían los franceses. Bueno, eso había oído que hacían en Francia.
―No soy yo la que ha iniciado esas miraditas con el único motivo de que nos acercásemos, milord. ―Ambos seguían divertidos. Sus dos acompañantes eran los que estaban abochornados.
―Touché ―contestó el teniente.
―Es hora de entrar en la iglesia ―comentó el capitán con voz seca.
Olivia se cogió del brazo con el que el teniente le había obsequiado. Beth esperó a ver si el hombre hacía lo mismo… eso no sucedió.
―Kirk, haz el favor de escoltar a la señorita ―le llamó la atención el teniente por su falta de modales con la dama. El otro militar gruñó, pero puso a su alcance su brazo y Beth se quedó quieta. No quería ser su acompañante.
―Beth ―le susurró su amiga el verla a ella dubitativa. La necesitaba para conocer un poco mejor a este hombre que la tenía escoltada. Él era intrigante.
―No muerde, milady, solo gruñe ―le indicó el teniente y acto seguido un nuevo aullido salió de la garganta de su amigo―. ¿Lo ve, milady? No tema. ―Le sonrió al capitán. A uno y a otro les encantaba mofarse entre ellos. Cuando estaban los cinco que componían el grupo masculino todo era más gracioso, pero los otros que faltaban tenían sus propios entresijos también.
Ryan no había querido acompañar a Kirk en un principio a esta boda, y en estos momentos daba gracias de que el capitán quisiera conocer a un primo lejano que era el siguiente en la línea de sucesión del ducado que su familia ostentaba, pues su buen amigo era el duque de Kensington. Quedaban pocas semanas para partir a la guerra contra Napoleón y era imperativo que Kirk conociese al susodicho sobre el que podría caer la carga del título. Les habían dicho que ese familiar de Kirk estaría en la boda más famosa de todo Londres y ya no pudo negarse a acompañarlo. Ambos amigos odiaban las bodas y tenían muchas ganas de irse de esta, aunque en los próximos días iban a acudir a otro nuevo enlace, porque uno de sus mejores amigos, Samuel Pierce se había decidido en proponérselo a su amada Angela Stuart y sería el último acto antes de inmiscuirse en la gran guerra.
―No olvides, Ryan, a qué hemos venido hoy aquí. ―El capitán hubo de recordarle esto al teniente, porque su amigo se veía demasiado a gusto con la joven que llevaba de su brazo.
Ryan fue el culpable de que los dos hubiesen encontrado compañía femenina. Por supuesto no era esa clase de compañía... Las dos muchachas se veían respetables, si bien la naturalidad de la llamada lady Olivia había sorprendido al teniente, era consciente de que ambas eran damas casaderas y, por tanto, se comportarían con decoro, ¿verdad?
Ryan las había visto, una estaba de espaldas, pero la otra, la que había llamado poderosamente su atención estaba de frente a él. Sabía que no se tenía que haber quedado mirándola tanto tiempo. Sin embargo, no pudo evitarlo. La estaba viendo y le pareció una mujer muy bella y seductora. Los gestos que había dedicado a su amiga le pronosticaron que las dos estaban cuchicheando y que tanto él mismo como Kirk conformaban parte de la conversación, dado que la joven lo miraba descarada y comenzaba a hablar con su amiga sin apartar la vista de sus ojos. El interés del capitán en la otra muchacha también fue evidente, porque lo había pillado in fraganti observando a lady Elisabeth y entonces tuvo que comenzar a fastidiarlo como siempre hacía para que los dos tuviesen oportunidad de, al menos, conocerlas. Llevaban tiempo debatiendo sobre ir a presentarse o entrar en la iglesia, pero Kirk era tan terco que el teniente optó por abandonar la pretensión y acceder a la catedral. Fue toda una buena ventura que las dos se les acercaran justo en ese instante.
Ryan era consciente de que no era el momento de coqueteos ni de encaprichamientos. El teniente y el capitán se marchaban a la guerra y una mujer, dos en este caso, no era algo a tener en cuenta. Lo ideal sería averiguar algo sobre ese familiar de Kirk al que habían venido a investigar y salir de allí a la mayor brevedad posible, pero…
―Maldito Balzack ―siseó Olivia por lo bajo.
―¿Disculpe, milady? ―Ryan la miró asombrado.
―Bendita novia ―improvisó la joven.
―No ha dicho eso.
―¿Insinúa que soy una embustera? ―preguntó con falsa indignación.
La muchacha era directa, algo que sorprendió gratamente al militar.
―No insinúo nada, afirmo que eso no ha sido lo que le he oído decir. ―No iba a amedrentarlo.
―¿Entonces para qué me pregunta si sabe la respuesta? ―Si la había oído, ¿por qué diantres quería que recitase eso tan impropio que acababa de decir?
El teniente tenía a punto una nueva réplica cuando ambos observaron que lady Elisabeth trastabilló. Olivia no se sorprendió, ese bárbaro seguro que había asustado a su buena amiga.
―¿Estás bien, querida? ―Olivia se apresuró a preguntar, porque la que tropezaba y acababa en el suelo aposta era ella, nunca Beth.
―Sí, Olivia. Ha sido un descuido. ―Las dos damas siguieron caminado tranquilas. Beth le hizo un gesto a su amiga para que no interviniese. Olivia no quería separarse de ella, pero su acompañante, el teniente, la instó a avanzar junto a él.
―Es usted una dama muy peculiar. ―Observó Ryan no muy seguro de si eso era bueno o malo.
―No soy yo quien ha hecho que mi amiga casi se caiga, su amigo bien podría pasar por el villano de los cuentos de hadas. ―Tal vez no debería decir esto, pero es que ese dichoso capitán se veía…
―No es ningún villano y usted ya está muy crecidita para pensar en historias de fantasía. ―Olivia lo miró con una ceja alzada.
―Tengo más de veinte años, y me enorgullezco de mi edad, ¿o acaso preferiría encontrarse con una damita de unos dieciséis recién estrenada en sociedad, teniente?
―Sin lugar a dudas la prefiero a usted, milady. ―Le sonrió de tal modo que Olivia se quedó sin respiración perdida en su boca―. Es de buena educación agradecer el cumplido ―señaló Ryan divertido por haberla dejado sin palabras.
―Sí ―recuperó al fin la joven el habla―, sin lugar a duda debería darle las gracias por hacer ver que soy una anciana ―expuso molesta.
―No me refería a eso y usted lo sabe. ―El teniente hizo una pausa y la contempló con descaro―. Eres muy bonita. ―Habló en confidencia y decidió prescindir del título.
―Milady, es un placer volver a verla. Milord. ―El duque de Balzack, la peor pesadilla de Olivia se había acercado a la pareja con la clara intención de hacerse notar ante ellos. La joven se agarró más de lo necesario, y sin darse cuenta, al brazo de su acompañante. El teniente vio la incomodidad en el rostro de la dama. La naturalidad que la muchacha había exhibido hasta el momento se había esfumado para dar paso a una máscara de indiferencia que, si bien podría pasar desapercibida para cualquiera, Ryan la había notado por la presión que seguía sintiendo en su brazo. El contacto no lo disgustó en absoluto, dado que al teniente le agradó en demasía sentirse un punto de apoyo para ella.
―Balzack, diría que es un placer verlo, pero nunca he sido un mentiroso. ―Ryan, que no había dejado de observar la reacción de la joven, se mostró satisfecho cuando vio que ella subió tímidamente el labio superior en una sonrisa casi inapreciable ante su observación.
―Nunca me he tomado la molestia de intercambiar palabras con un don nadie que a lo máximo que aspira es a obtener una miserable comisión en el ejército. Le desearía suerte en la batalla, pero a mí tampoco me gusta mentir y estoy convencido de que no durará más de un mes. Es lo que obtiene al ser el heredero de reemplazo de un conde…
―Mejor es morir en el fragor de la batalla luchando por mi país. Al menos con mi partida a la guerra, mi honor hacia la Corona queda probado, que es más de lo que pueden decir algunos. ―Oli, que no era una mujer al uso, se dio cuenta de que ahí había un insulto velado.
El duque bostezó en un signo de claro desprecio. Se giró hacia la joven y le ofreció una mirada ardiente que hizo tensar al teniente.
―Lady Olivia, siempre es un verdadero placer observarla. Aguardo impaciente nuestra próxima reunión. ―Balzack tomó la mano libre de la joven y depositó un beso. Ella tuvo ganas de apartar su mano y abofetearlo. No pudo hacerlo porque todo el mundo a su alrededor comenzaba a fijarse en ellos. El duque había dejado tiempo atrás sus intenciones claras con respecto a la joven. No era el momento de hacer una escena en medio de la catedral.
―Lo mismo digo, excelencia. ―Sintió las palabras atragantarse en la garganta, pero pudo echar mano de su faceta interpretativa y consiguió engañar a todos los que la observaban. Odiaba a ese noble con todas sus fuerzas.
El duque se marchó y ambos siguieron el camino hasta situarse junto a Beth y Kirk. Los cuatro se tragaron toda la ceremonia de la boda en silencio. Olivia trataba de contener los nervios y olvidar el encuentro que acababa de protagonizar con el duque. Se centró en la tranquilidad que le ofrecía ese castaño que tenía a su lado.
Los votos fueron dichos, la novia lloró, el novio la besó y toda la catedral suspiró al ser testigo de uno de los enlaces más importantes de toda la alta sociedad. No obstante, lo único en lo que pensaba Olivia era en los mil y un malabares que iba a tener que hacer para evitar a Balzack en el almuerzo posterior y, sobre todo en cómo no sucumbir a la tentación de besar esos labios tan carnosos que exhibía impunemente el teniente Ryan.
Y así fue. El duque casi le respiraba encima y el padre de la joven poco podía hacer para disuadir al bastardo porque, James Arthur, actual conde de Grafton y progenitor de Olivia, era un hombre confiado al que esa comadreja había engañado para sustraerle numerosos pagarés que dejarían a la familia en la bancarrota. El conde no era un jugador compulsivo, pero gustaba demasiado el vicio del juego, por lo que acudió a una jornada especial en la que el duque de Balzack lo había organizado todo para tenderle una trampa a su padre. La situación era crítica porque los tres que residían en Londres, es decir su padre, su madre Marian y ella misma, tenían un pie en la calle y la indigencia estaba a la vuelta de la esquina. Desde luego el conde de Grafton no había compartido la desventura ni con ella ni con su madre. No hizo falta porque a la mañana siguiente una nota del malnacido llegó para Olivia. En ella se exponía el grueso de las circunstancias y en su benevolencia el duque estaba dispuesto a perdonar la deuda a la familia si ella accedía a ser su esposa. Hasta aquí todo podría considerarse una extorsión común, pero Balzack había ido más allá y solicitaba como medio de pago, además, que ella pasase una noche en su cama.
No es que el duque no fuese atractivo. No estaba mal según los cánones de la moda, pero lo que repugnaba a Olivia eran las tendencias y prácticas íntimas del duque. Se suponía que una dama casadera ―aunque fuese catalogada como una casi solterona― no debería estar al corriente de cosas que escandalizarían a todos los que en estos momentos estaban en la mansión de los duques de Shepar disfrutando de la fiesta nupcial. Pero lo estaba, oh, sí, ella era plenamente conocedora de todo lo que atañía a ese hombre porque valiéndose de su habilidad para disfrazarse y conocer ciertos secretos, se interesó por la vida de él después de que Balzack transmitiese a su padre sus deseos de casarse con ella.
El duque tenía treinta años y lo que hacía a las mujeres que compartían su cama era diabólico. En su opinión era un auténtico criminal, pues, ¿quién en su sano juicio disfrutaría infringiendo dolor severo a otro ser humano? Hacer el amor debería ser un acto de entrega, de devoción, no un castigo corporal sin el que el hombre no consiguiera alcanzar el placer.
Todo esto lo descubrió cuando trabajó durante dos días como lacayo en casa del bastardo. Ideó un fantástico plan para escabullirse de la atención de sus padres, aludiendo a que iba a visitar a Briana al campo y la familia nunca la descubrió. Su hermano hubiese estado orgulloso de ella, porque las enseñanzas de él le habían servido en infinidad de ocasiones. El pobre Angus estaba desesperado. Una sonrisa asomó en el rostro de Olivia al recordar el día en el que lo puso entre la espada y la pared para que le contase sobre la reunión secreta de espías que hubo en su propia casa. Ella se disfrazó también ahí de sirviente y su propio hermano no la reconoció.
―No deberías jugar con un hombre como Balzack. Es más, deberías alejarte todo cuanto pudieses de él. ―El teniente Ryan no había tenido intimidad hasta este momento para hablar con ella con mayor libertad. El baile que estaban compartiendo en estos momentos sirvió para hacerse confidencias.
―Lo sé.
―Es peligroso.
―También estoy al corriente.
―Entonces, ¿por qué no lo ahuyentas?
―No es fácil impedir que un hombre como el duque no consiga sus objetivos.
―¿Eres tú su objetivo?
―Dime, teniente ―ella correspondió evitando la formalidad en su trato―, ¿tienes siempre la tendencia de preguntar aquello que ya sabes? ―Le ofreció una sonrisa para restar un poco de importancia al asunto, aunque era más grave de lo que cualquiera pudiese suponer.
―Busca un buen marido.
―¿Es una proposición? ―preguntó audazmente… de pronto Olivia sintió que no le importaría valorar una petición que viniese de este hombre. Su intención fue la de ironizar, pero…
―Pudiera ser en otras circunstancias, pero soy un simple militar y por muy tentadora que resultes, no puedo eludir el deber que he contraído hacia la Corona. Además, no serviría para protegerte si estoy lejos.
―Me sorprendes, teniente. Creí que te burlarías de mí por la insinuación.
―Soy consciente de que tratabas de bromear y no de atraparme. Esa ha sido tu suerte hoy, porque de otro modo la que podría haber quedado atrapada en su propia trampa, podrías haber sido tú.
En ese momento la danza terminó y él la condujo hacia un lado del salón para tratar de seguir hablando con ella, pues fue capaz de oír la mente de ella trabajar arduamente para ofrecer una perfecta réplica. No debería haberla acaparado y más cuando sus intenciones eran tan evidentes para el público, porque mañana todos hablarían de ellos dos. Ella le gustaba. No pudo evitarlo porque Ryan se sintió cautivado desde que posó sus ojos en la dama y lamentó no tener más tiempo para… no sabía bien para qué, pero necesitaba que el reloj se detuviera, porque la atracción entre ambos fue simplemente imposible de repeler.
El teniente era consciente de que la muchacha también había notado la atracción tan magnética que se deslizaba entre ambos.
―Arruíname, teniente.
―¿Disculpa? ―Ryan debía estar absorto en pensamientos poco decentes con la dama, porque lo que creyó que ella había dicho probablemente fue producto de su imaginación.
―Me disgusta que preguntes cosas que ya sabes ―expuso completamente seria.
―Es imposible que hayas dicho lo que creo que ha salido de tu boca porque…
―Me has oído perfectamente ―lo cortó ella. Él se tomó unos minutos para sopesar sus palabras y de pronto sintió su deseo despertar.
―No puedo hacer eso. ―La cordura lo venció.
―Es una solución perfectamente válida. Él no me querrá si estoy mancillada. ―Tal vez un duque como Balzack desistiera ante una mujer ya usada. Lo dudaba, pero, aun así…
―Muchos dirán que soy un granuja, un pícaro ―no mentía porque el capitán y él se habían divertido mucho con el sexo femenino―, sí, pero no caerá en mi conciencia arruinar a una joven dama casadera. ―Es algo que no había hecho y no haría.
―De acuerdo ―dijo ella de modo despreocupado. Eso hizo que el militar tuviese un mal presentimiento.
―¿Qué tramas?
―De nuevo preguntas lo que ya sabes que va a suceder.
―No puedes hacer eso ―sentenció con un gruñido que bien podría pasar por un sonido emitido por Kirk.
―¿Quién me lo impide? ―Lo miró a los ojos y levantó una ceja.
―Hablaré con tu padre. ―Se sintió molesto, irritado, celoso y posesivo.
―Adelante. ¿Cómo crees que quedarás al exponer una cuestión tan poco civilizada ante un hombre que no conoces, y ante el que yo voy a negar lo que digas, con mi mejor cara de inocencia?
El teniente y ella se batieron en un duelo de miradas.
―Apuesto a que lo harías.
―Si no eres tú, otro será pues. Es mi mejor baza para ahuyentarlo definitivamente. ―¿Qué? Ella lo dudaba, pero podría ser verdad. Balzack la quería en su cama, pero si ella insinuaba que había yacido con otro hombre, tal vez él la repudiase…
Olivia sintió la tensión en el teniente y estuvo satisfecha con su actuación.
No tuvo tiempo para disfrutar más. Su amiga Beth y ese hombre que daba auténtico pavor se dirigían hacia ellos. ¿Qué le pasaba a su amiga que parecía a punto de desmayarse? Se apiadó de ella.
―Beth, ¿qué ocurre? ―Oli estaba preocupada por la cara que llevaba Beth. Parecía ansiosa y que no estaba a gusto. No así su acompañante que la miraba, ¿con devoción?
―Nada. ―Era el día de su hermana Violet y la joven y no quería empañarlo.
―Ven, vayamos a tomar una limonada. ―Interesante. Olivia vio que el hombre era reticente a dejar a su amiga, aunque finalmente le permitió soltar su brazo.
Las dos muchachas se alejaron y la vista del capitán y del teniente se fue tras ellas. Ryan estaba muy acalorado. Cuando llegó a este evento, jamás, ni en mil años, pensó que podría presentársele una situación como la que acababa de vivir.
―Nunca te había visto así. ―Ryan le dedicó una sonrisa malévola a Kirk.
―No sé de qué me hablas. ―El capitán no estaba preparado para ese tipo de conversación.
―Seguro que no, pero esa joven te tiene bien agarrado.
―Como a ti la otra.
―Yo he sido cortés.
―Lo mismo que yo.
―Tú no sabes ni el significado de esa palabra.
―Soy educado. ¿Ves cómo si lo conozco?
―Lo veo, sí. Aunque si estuvieses siendo educado, la dama no se asemejaría a un hombre que siente una soga alrededor del cuello.
―Ella no parece que tenga una soga en su cuello.
―No sé cómo lo has hecho en tan poco tiempo, pero la has atemorizado. ―«Como ha hecho Olivia conmigo», pensó. Estuvo acertado al creer que no era una muchacha como las demás.
―No he hecho nada por el estilo. ―Cierto que el capitán no era un hombre socialmente competente, pero no creía que demostrarle su gusto por Beth fuese como para…―. ¿Lo he hecho?
―No solo ha escapado de ti a la más mínima oportunidad, sino que tu dama está bailando con el próximo duque de Kensington. ―Kirk se giró para seguir la mirada de su amigo y cuando lo hizo algo se instaló en su corazón. Sintió una punzada de… de una especie de… no sabía cómo identificarlo, pero la sensación no le gustó ni un pelo.
―Ese tunante de tres al cuarto no va a tener el ducado. ―Que se quedase a la dama. Seguramente él no iba a volver con vida del campo de batalla, pero si lo hacía, no iba a dejarle el título a ese inútil de Perth.
―Me alegra ver que al fin has entrado en razón, y que si sobrevives y regresas no te desharás del patrimonio por el que tanto luchó tu padre.
―Ya sabes que… ―se detuvo porque no lograba continuar la frase.
―Lo sé, Kirk. La guerra será dura, pero somos buenos en lo que hacemos. El coronel Burns no dejará que muramos y tus habilidades son…
―Sé lo que soy capaz de hacer. ―El capitán era único con todo tipo de armas. En especial con el manejo de un cuchillo o un puñal. Todos le tenían miedo, todos menos el club de los cinco. Sus cuatro amigos lo conocían y lo apreciaban. Con sus numerosos defectos y sus escasas virtudes.
―¿Vas a declararte? ―Era una locura considerarlo, pero tenían tres soldados en su regimiento que se habían casado con sus mujeres sin apenas conocerse, porque ansiaban tener algo por lo que volver a casa. Ese pensamiento se arraigó en el corazón del teniente de un modo que lo alarmó.
―¿Vas a hacerlo tú? ―El capitán no admitiría que se le había pasado esa idea por la cabeza.
―No creo que sea el momento. Tal vez no volvamos y bueno… ―observó a Olivia y ella estaba conversando anímicamente con un caballero― parece que ya nos han olvidado. ―La llama de los celos se encendió en él. ¿Estaría la pequeña víbora planteando a ese hombre el mismo acuerdo que le había ofrecido a él?
―No me agrada ese Perth para ella. ―Kirk seguía a lo suyo.
―No te agradaría ningún caballero para ella, porque lo has sentido. ―«Lo mismo que yo», quiso haber confesado.
―¿Qué he sentido si puede saberse? Ilústrame, Ryan. ―No debió preguntar esto, lo supo en cuanto terminó de hablar.
―La flecha del amor directa atravesando tu corazón sin compasión. ―Ryan además sentía un deseo desenfrenado que le estaba calentando la sangre hasta el punto de ebullición.
―Tonterías. ―El teniente manejaba el don de la palabra. Había hecho en Eton varias cartas de tipo romántico para varios amigos con el fin de ayudarlos en sus conquistas. Kirk lamentó no ser él quien supiera hablar tan bien.
―Te ha gustado desde que la has visto.
―No es nada del otro mundo ―expuso casualmente el capitán, mientras se encogía de hombros.
―No parecía eso. Entre otras cosas porque no has podido dejar de admirarla desde que la viste. Admítelo.
―Como tú a la otra.
―Yo he sido cortés. ―«Es ella la que no para de tentarme hasta el punto que de olvide mi honor y haga una verdadera temeridad», pensó.
―No vamos a volver a ese punto.
―Supongo que es mejor así. Hay hombres que no están hechos para…
―Yo, si fuera tú ―decidió cortarlo en este momento―, querido amigo mío, cuidaría mucho mis palabras. Voy a ser yo quien vigile tus espaldas.
―Vamos, Kirk. No te molestes… pero mírala. ―Su amigo se giró para seguir a Beth. Ryan hizo lo mismo con la suya y cuando la vio sonreír y ruborizarse ante su acompañante tomó una decisión.
―Es hermosa. Lo reconozco. Me gusta mucho, sí.
―No lo decía por eso. Lo que has dicho lo suponía de antemano. Simplemente es que la dama está sonriendo y hablando cómodamente con él y cuando tú has bailado con ella… la muchacha te tenía pavor.
―Sé que soy un tipo duro.
―Estaba aterrada. He tenido que contener a Olivia varias veces para que no la sacase de la pista y la apartase de ti. Creímos que te la ibas a comer. ―A Ryan sí que le encantaría comerse a su desvergonzada… una sonrisa se instaló en su rostro sin tan siquiera ser consciente.
―¿Olivia? ―Así que el teniente había adelantado camino con la joven, puesto que se permitía el lujo de llamarla por su nombre de pila y prescindir de su título. Se sintió molesto porque él con la suya no había hechos más que… Kirk no había hecho nada más que ahuyentarla.
―Sí, lady Olivia ―se rectificó de inmediato―. Te he dicho que yo he sido cortés y ella no quería huir de mí. ―«Más bien todo lo contrario», pensó el teniente―. Estaba a gusto entre mis brazos. ―Ryan imaginó cómo sería tenerla desnuda extendida en una cama y con el pelo esparcido en la almohada aguardando por él. Su instrumento masculino se revolucionó ante el pensamiento.
―Pues también está la mar de animada y divertida con otro caballero. ―Inclinó la cabeza hacia donde la muchacha se encontraba y la vio de nuevo ruborizada. ¿Qué estarían hablando esos dos? Los celos le hicieron que sintiera en la sien un yugo martilleando.
Justo cuando Olivia se iba a dar la vuelta para marcharse, tropezó con un sirviente y tiró todas las copas al suelo provocando un verdadero desastre. Todo el mundo la miró juzgando su torpeza como solían hacer habitualmente. La muchacha se alivió al ver que en esta ocasión al menos no se había caído ella misma junto con las finas copas, porque esta vez su actuación no había sido deliberada. Levantó altiva la cabeza y siguió como si fuese una poderosa reina. Eso sí, no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de rosa porque una cosa era hacerlo aposta, y la otra era haber hecho una escena sin poder evitarlo.
―¡Qué torpe! ―El capitán supo que no debió decir eso cuando el teniente lo miró y le perdonó la vida.
―Si me disculpas, capitán. Tengo una dama a la que rescatar. Va a sonar un vals y no creo que haya mejor manera de despedirse.
El teniente se marchó en dirección a ella y no le agradó ver que lord Balzack tenía la misma intención. Ryan la observó dirigirse hacia donde estaba el pastel de bodas y con el mayor de los disimulos Olivia se hizo tropezar con la mesa de modo que quedó embadurnada de pastel.
La boca se le hizo agua al verla tan deliciosa. Ryan estuvo satisfecho cuando el duque dio media vuelta y se alejó de ella. Así que la pequeña víbora era además de descarada y audaz, muy inteligente… Interesante.
Todo el mundo la miró cubierta de dulce merengue y ella ya tuvo la excusa perfecta para poder marcharse. Olivia se iría directa a casa a fin de poder organizar su próximo plan.
Con lo que no contó fue con la intervención de cierto militar. Oli pronto se vio arrastrada por un hombre que la conducía hacia la salida de la mansión de los Shepar.
El teniente Ryan no estaba dispuesto a soltarla. Ella lo había molestado con su arriesgada petición y tendría que cumplir con lo que él hubiese decidido.
La metió en su carruaje. Ella no osó hablar porque estaba aterrada. Olivia era una mujer de mente ágil y sabía lo que estaba sucediendo y lo que implicaría. Quedó explícito cuando él pasó las cortinas de las ventanas para dar intimidad.
―¿Estás segura de que quieres esto?
―Sí. ―Le gustó que le pidiera permiso.
―Va a ser molesto. La primera experiencia de una mujer no debería ser así. Me hubiese encantado tomarte en nuestra noche de bodas.
―Dijiste que eso no puede ser. ―¿Por qué su propia voz había sonado decepcionada si ella no quería casarse?
―No podrás casarte fácilmente con otro si te tomo.
―De nuevo te empeñas en realizar observaciones que ambos conocemos.
―Tú lo has querido. ―La extendió en los sillones acolchados del coche de caballos y se colocó de rodillas junto a ella.
El teniente le retiró los pocos restos de pastel que quedaban en su rostro empleando su lengua ansiosa. Cuando terminó de limpiarla ahí, divisó más pastel en su escote y siguió lamiendo. El sabor dulce de la tarta nupcial no era nada comparado con lo sabrosa que era la suave y tersa piel de la joven.
―Eres tremendamente deliciosa ―dijo, mientras sacaba sus pechos del vestido. Los admiró. Las puntas rosadas estaban excitadas, casi tanto como él. Le gustó que allí no hubiese ningún resto de comida porque quería degustarlos sin nada que mermase el auténtico sabor de su piel desnuda. Comenzó a adorar esas dos montañas del placer y se deleitó con los gemidos y susurros que ella ofrecía para él, por él.
Mientras su lengua trabajaba esa zona erógena femenina, sus manos levantaban la falda en busca de la obertura de la ropa interior que le daría acceso a su mayor tesoro. Los dedos quedaron empapados al instante por sus jugos y se sintió pletórico. Era receptiva y perfecta.
Paró de tocarla para sacarla de su ensoñación y que ella atendiera a su orden.
―Quiero que te levantes un momento. ―Ella lo hizo y él le quitó las prendas que le molestaban para dar el siguiente paso―. Siéntate delante de mí para que tu sexo se quede a la altura de mi boca. Deseo degustarte. ―Él estaba de rodillas ante el asiento aguardando impaciente.
―¡Oh! ―¿Eso era posible? No tuvo tiempo de preguntar. Olivia se dejó colocar las piernas alrededor de su cuello incapaz de negarse a ninguna petición.
―Buena chica ―señaló complacido antes de hundir su boca en los pliegues femeninos. La devoró con avidez, al tiempo que uno de sus dedos la abría delicadamente. Cuando el teniente sintió la casi liberación de ella decidió que era el momento idóneo para colocar un segundo dedo en su interior. Olivia no tardó más de un minuto en gritar en éxtasis. Con una sonrisa, el teniente siguió bebiendo de su néctar, memorizando cada gesto, cada sabor, cada estremecimiento de ella para atesorarlos para siempre.
―¡Por Zeus divino! ¿Qué me has hecho?
―Darte placer, pequeña. Abrir las puertas de la dulce seducción para que caigas de rodillas ante tus necesidades y deseos.
―Has hecho mucho más. Me has arruinado para el resto. ―No quería casarse, pero nunca podría permitir que otro le hiciese eso. Cierto que ella pidió en parte lo que había solicitado con la intención de que el duque Balzack perdiera el interés, pero nunca creyó que algo pudiese ser tan sublime y magnífico.
―Todavía no lo he hecho. Estás a tiempo de recapacitar. Sigues teniendo tu virginidad. ¿Has cambiado de opinión, dulce Olivia?
―Es muy molesto que siempre preguntes cuando en realidad sabes la respuesta. ―Le dedicó una perfecta sonrisa, al tiempo que volvió a abrir las piernas para ofrecerse a sí misma.
―Como quieras. ―El teniente se desabrochó el pantalón y lo bajó hasta que tuvo su miembro erecto libre. Olivia quiso echar una miradita, pero la velocidad con la que él se abalanzó sobre ella no lo permitió―. Intentaré que sea bueno, pero no podré evitar el dolor de tu primera vez.
―De acuerdo. ―Chilló cuando sintió la primera invasión.
Él se quedó parado esperando a que ella se acostumbrase a su tamaño. El instrumento del teniente no era ni demasiado grande, ni demasiado pequeño, no así, era demasiado grueso y entendía perfectamente la incomodidad de Olivia.
―Voy a seguir abriéndote para mí. Trata de relajarte.
―No es una tarea fácil. ―Era realmente doloroso.
―¿Ahora quien señala lo evidente, mi querida Olivia?
―Ryan sigue haciendo eso que has hecho. ―El teniente comprendió y movió sus dedos en su delicado botón como había hecho hacía un instante.
―¿Esto? ―El teniente dio más ímpetu al roce y ella gritó de nuevo, esta vez de necesidad.
―Síííí. ―Él aprovechó para hundirse hasta el fondo. Ella le salió al paso.
―Eres demasiado estrecha y me pondré en evidencia si sigues moviendo así tus caderas.
―¿No lo estoy haciendo bien?
―Demasiado bien.
―¡Ah! ―Ella comenzó a mecerse con más necesidad para buscar eso que su cuerpo le imploraba que volviese a ocurrir. Estaba cerca, tan cerca, que casi quiso llorar cuando finalmente lo logró.
Ryan pensó que había muerto y esto era el cielo. Era tan maravillosa que asustaba. El teniente sabía que debería dejar su cavidad vacía en el momento adecuado, pero la cosa no era fácil de hacer... Es lo que haría un caballero. Bueno, ciertamente un hombre honrado no estaría arrancando la virtud a una joven dama casadera, pero la tentación era demasiada para dejarla de lado. Era tan complicado hacer lo correcto dentro de lo incorrecto que se permitió un momento de más para ser humano y disfrutar... Un grito, esta vez de él, rompió el silencio del interior del habitáculo.
―Tan condenadamente perfecta que me has arruinado a mí también, preciosa.
―¿Qué es esto? ―preguntó, mientras tocaba con la mano unas pocas gotas que él había dejado en ella.
―Mi semilla.
Olivia lo comprendió porque no era del todo desconocedora de la situación entre un hombre y una mujer que compartían intimidad.
―Me has convertido en un verdadero granuja. Espero que haya valido la pena. ―Tras el placer llegaron los remordimientos. Estaba enfadado consigo mismo por sucumbir ante ella. En estos momentos entendió a Adán. Era lógico que se dejase tentar por Eva. Él también hubiese mordido la manzana gustoso. De hecho, la estaba cubriendo con la ropa para no volver a caer en el delirio de la seducción.
―Si no hubieses sido tú, otro lo habría hecho. ―Lo oyó gruñir y Olivia supo que no debió haber dicho eso jamás. Lo dijo para evitar que él se sintiese culpable. Falló en su cometido porque lo había herido. Su cara así lo demostró.
―Entonces, enhorabuena, milady, ya está desvirgada y lista para el siguiente. Le daré un consejo gratuito: no permita que ninguno de sus futuros amantes deje su semilla en su interior si no quiere acabar criando a un niño no deseado.
El carruaje se detuvo y ella se vio en la calle, ante la casa de sus padres sin poder ni tan siquiera despedirse del hombre más maravilloso que una vez conoció. Lo vio partir y quiso llamarlo y suplicarle que no se marchase, que la hiciese su esposa. Bien era cierto que no estaba enamorada de él, ¿verdad?... pero si él le hacía lo que le acababa de hacer de modo seguido, probablemente acabaría desarrollando un lazo afectivo más allá de la atracción y el placer que había sentido.
Entró en casa de sus padres y subió a su habitación lamentando la decisión que había tomado sobre permitir que el teniente le hiciese el amor. Nada tenía que ver con remordimientos o culpabilidad, simplemente, Olivia no concebía un futuro en el que no pudiese yacer cada noche con el hombre que le acababa de descubrir el mundo carnal. ¿Cómo sería capaz ella de poder vivir sin el placer sexual que el teniente le acababa de mostrar? ¿Sin Ryan?
Esa noche prescindió de los servicios de su doncella para quitarse la ropa. Pidió un baño y se sintió decepcionada cuando al quitarse las joyas vio que le faltaba la pulsera del conjunto de diamantes que su padre le había regalado en su decimosexto aniversario.
No tenía idea de dónde podía estar, así que no se mortificó. Se vistió de lacayo y discretamente salió directa para enfrentarse con su futuro.