Читать книгу Un teniente para lady Olivia - Verónica Mengual - Страница 5

Capítulo 1

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Misiones

¿Cómo podían dejarse bigote los hombres? Olivia, para meterse más en su papel de sirviente masculino decidió utilizar uno y estaba siendo una auténtica pesadilla. Estaba más pendiente de la molestia que ese falso pelo le estaba provocando, que de su hermano Angus.

Llevaba sirviendo en casa del señor Colton tres días porque la reunión a la que iba a acudir Angus era en ese lugar y ella no se fiaba de que su hermano saliese airoso del encuentro.

La estrategia de Angus era jugar a las cartas y luego escabullirse para robar una documentación del despacho del anfitrión. Y, pese a que lord Pembroke ―su hermano― era bueno en su trabajo, ella no confiaba en que el señor Michael Colton, un banquero que aparentaba ser un zorro con piel de cordero, se dejase engañar.

Ambos lo habían seguido desde hacía tres meses y se reunía asiduamente con caballeros cuyos nombres figuraban en una lista como sospechosos de traición a la Corona, pero nadie había podido probar nada aún. Esa documentación que figuraba en alguna parte del despacho de Colton era fundamental.

Angus le había prohibido inmiscuirse en esta última parte del plan. Sin embargo, él estaba loco si pensaba que ella permitiría semejante acción sin su intervención. Hacía poco más de cuatro años que los dos estaban en esto, justo el tiempo que Angus llevaba en Inglaterra después de regresar de Francia. Había sido mucho tiempo, demasiados días, horas, minutos y segundos de investigaciones y seguimientos para dejar en el aire la última de las batallas.

Con esta misión se cumplía un gran trabajo donde ellos dos habían sido parte activa. Ah, no, ella no iba a ser apartada de la última acción magistral. ¿Quién vigilaría las espaldas de Angus si ella no estaba cerca?

Olivia dejó de ajustarse el bigote y observó, desde la columna donde estaba apostada pareciendo un sirviente común aguardando órdenes, cómo su hermano se levantaba y abandonaba la partida. Angus había perdido 5000 libras durante la noche. Sin lugar a duda, eso fue parte de la estrategia. Ella habría hecho lo mismo, mantener contento al malhechor y dejar que se confiara para luego asestarle un golpe mortal.

Pasó largo tiempo y…

―Vamos, Angus, date prisa ―susurró Olivia para sí desde la posición en la que se hallaba. Hacía demasiado rato que su hermano había abandonado la estancia. Observó al señor Colton mirar fijamente la silla vacía que dejó lord Pembroke. Terminó la partida y el anfitrión se excusó ante el resto de los caballeros.

Ese hombre era inteligente y muy cuidadoso con sus tejemanejes. Llegar hasta él fue una tarea muy dura, larga y, en ocasiones, poco gratificante.

Pasados unos pocos segundos, Olivia abandonó su lugar como segundo lacayo y acudió hacia el despacho. Su olfato le decía que Angus estaba teniendo problemas para localizar la documentación que buscaba. Sacó una pequeña pistola de su bolsillo para estar preparada.

Se acercó sigilosa a la puerta del despacho y oyó las voces.

―No creerías que iba a tener mis secretos a la vista de todos, ¿verdad, Cuervo Negro? ―Colton estaba apuntando a Angus con una pistola, quien se encontraba sentado ante el escritorio del anfitrión de la fiesta masculina.

―Así que sabes quién soy.

―No lo he sabido hasta este momento. Debo confesarte que tu treta como hombre falto de inteligencia es muy convincente. Me engañaste con tus tonterías. Ciertamente pensé que eras un pobre mequetrefe que debería estar internado en un centro mental.

―Puede que yo debiera acabar en Bedlam, pero tú acabarás en un agujero mucho peor. Al igual que los lores a los que encubres.

―Lo dudo mucho. No has encontrado ese papel que llevan años buscando. ―Esbozó una sonrisa risueña mientras recordaba lo bien que había interpretado ese espía el papel de hombre disipado, inculto e incluso en ocasiones retrasado―. Confieso que estoy realmente sorprendido. Jamás hubiese sospechado de ti. El Cuervo Negro en persona no es más que un vizconde que parece bobo, pero en el fondo es uno de los mejores al servicio de la Corona. Es una buena información descubrirte al fin. Una lástima que vayas a acabar muerto. Morirás a mis manos Pembroke y hablaré enorgullecido de mi hazaña.

―Eso está por ver, sabandija asquerosa. ―Olivia se encontraba detrás del hombre y el cañón del arma reposaba con seguridad sobre la espalda de Colton. Justo en la parte trasera de donde se hallaba su corazón podrido.

―Supongo que si el Cuervo Negro está ante mí, tú debes ser la Paloma Blanca. El rumor de que sois inseparables parece ser cierto. ―Colton no podía verla dado que era imposible girarse.

―Tal vez lo sea, o tal vez no. ―Olivia era única con los acertijos. Observó a su hermano rodar los ojos.

―Deberías estarme agradecido, Cuervo. He venido a salvarte las pelotas. ―Le encantaba utilizar el lenguaje masculino soez de la calle para parecer más peligrosa.

―¿Cuánto llevas aquí, Paloma?

―Lo suficiente, Cuervo. Lo suficiente. ―Observó que su hermano se coloreaba, mitad fruto de la ira, mitad fruto de la vergüenza, porque…

―¿Así que has visto a tu hombre fornicar con esas tres bellezas? ―Colton se carcajeó a gusto.

―¡Basta! ―gritó Angus. La culpa era de ese maldito bigote. Inspeccionó a todo el servicio cuando llegó a esa orgía. Angus debió suponer que su hermana tramaría algo diferente. La peluca rubia también lo había despistado, junto con las lentes. ¿Cómo había podido estar tan ciego? ¡Maldición!

―Podéis matarme, pero os aseguro que nunca encontrareis el papel que ansiáis porque no sabéis dónde buscarlo.

Olivia le removió la corbata y sacó un cordel que él llevaba al cuello. Enrollada figuraba una pequeña llave. Angus alzó una ceja cuando vio al malhechor ponerse lívido.

―Toma. ―Le tiró la llave y Pembroke la cogió al aire―. Hay un cajón secreto dentro del primero.

―¿Cómo demonios…? De todos modos, la lista no os servirá. ―Aun así, Colton era consciente de que era hombre muerto. Bien lo matarían los de uno u otro bando, así que martilleó el arma para disparar al Cuervo. Moriría con la satisfacción de llevarse con él al infierno al despiadado espía.

Olivia disparó su pistola en lo que sabía a ciencia cierta que era un disparo mortal en el corazón. El cadáver cayó al suelo inerte. Se vio salpicada de sangre y trató de recordar que ella era la Paloma Blanca. Trataría de mantener por todos los medios los nervios controlados.

Angus se apresuró a sacar el documento. Lo tuvo en sus manos y maldijo. Miró a su hermana.

―Vete ―ordenó el vizconde.

―No puedo dejarte aquí. Te culparán.

―Vete he dicho.

―No.

―Paloma, será el sirviente, un hombre, el que sea el asesino. Estaré protegido si te marchas ahora porque culparemos al lacayo de todo y ese hombre eres tú y nadie te relacionará con el suceso. Vete, de lo contrario no saldremos victoriosos de esta acción. Ve a mi casa directamente. Tira la peluca, las lentes y el bigote al Támesis. ¡Ya! ―Hubo de gritar para que Olivia se pusiera en marcha.

Salió a la carrera tal y como le pidió su hermano. Se deshizo de los utensilios que llevaba y entró por la puerta de servicio de la mansión de Angus.

Nadie sabía que no estaba en su habitación. Ingresó allí y comenzó a desvestirse. Simuló tener una pesadilla y chilló desde su cama. Cuando llegaron varios sirvientes en su ayuda, pidió un baño con la excusa de calmar los nervios.

Se metió en la cama y trató de dormir. Su hermano llegaría mucho más tarde. Los agentes de Bown Street y el magistrado lo mantendrían entretenido buena parte de la noche.

Olivia no consiguió pegar ojo. Era la primera vez que segaba una vida. Había disparado y herido a muchos hombres y alguna mujer en defensa propia, pero nunca había matado a nadie. Hasta esta noche.

Pasadas unas horas y harta de permanecer dando vueltas en el lecho se levantó. Llamó a su doncella para que la ayudase a vestirse como cada día. Las estancias en casa de su hermano eran habituales, prácticamente vivía en ese lugar debido al trabajo de ambos, por lo que había contratado a una criada fiel para que la atendiese.

Todo estaba pensado para que nadie sospechase de ellos. Tanto Angus como Olivia tenían una doble vida. Además, la tapadera era sólida, puesto que se decía entre los espías que el Cuervo Negro y la Paloma Blanca era un matrimonio infame. Nadie sospecharía de una solterona y su atolondrado hermano mayor.

Se sentó en el comedor dispuesta a intentar probar bocado. El estómago lo tenía cerrado. Apartó las tostadas y se sirvió un café para tratar de aclarar la mente. Oyó la puerta de casa y respiró aliviada. Su hermano había llegado al fin al hogar.

―¿Estás bien? ―preguntó Pembroke, al tiempo que la examinaba a fondo.

―Lo estaré. ―«En cuanto deje de vislumbrar el cadáver sobre la alfombra». La experiencia iba a ser complicada de superar, pero Oli era una mujer fuerte.

―Si has terminado de desayunar, acompáñame al despacho. ―Angus no podía arriesgarse a tener una conversación comprometedora con ella ante oídos curiosos. El personal que trabajaba para él estaba minuciosamente seleccionado y era de confianza, pero su hermana se había colado en casa del maldito Colton, de igual forma que otros podrían hacerlo en la suya propia.

Una vez en la intimidad que el lugar ofrecía comenzó una interesante conversación.

―No tenías más remedio que hacer lo que has hecho. Te debo la vida.

―Lo sé. ―Recordar al hombre tendido en el suelo con los ojos abiertos era una instantánea que recordaría toda la vida.

―No quiero que te perturbes por lo sucedido. Sabías que algo así podía pasar en el momento en el que aceptaste estar en esto conmigo.

―Lo entiendo. Estoy bien. ―Trató de creer lo que decía.

―No lo estás.

―Lo estaré.

―Nuestro jefe ha estado conmigo en Bown Street. Me temo que tengo malas noticias, Olivia. ―Algo en la cara que vio en Angus le hizo ponerse en alerta.

―¿Ha vuelto?

―Sí.

―Pero tenemos la lista, podemos acabar con él de una vez por todas.

―Su nombre no estaba escrito allí.

―Eso es imposible, aquella noche cuando fui a su casa vi a Colton salir antes de entrar. Balzack debe aparecer en el papel. Es uno de ellos.

―Tú y yo lo sabemos, pero aún no tenemos pruebas. Además, creo que es una lista vieja porque faltan más nombres, además del de Balzack.

―Maldita sea, no estaré a salvo. Él querrá venganza.

―Es sospechoso que haya regresado precisamente ahora. Nuestro jefe, Contacto, dice que los dos estaban citados para encontrarse mañana por la mañana. Napoleón está en Elva, pero hay movimientos que indican que algo están tramando sus defensores. Que después de cuatro años, el duque de Balzack haya llegado a Londres supone que algo grande se está cociendo.

―¡Por Zeus divino!

―No temas, no dejaré que nada te suceda. Te protegeré de él. Contacto va a proporcionarte ayuda.

―¿Qué tipo de ayuda?

―La que necesitas, porque te recuerdo que Balzack no va a olvidar tu ofensa. Te perseguirá y acosará.

―¿Acaso crees que no lo sé? Aquella noche que fui a su casa lo humillé.

―Y bien se vengó al decir que eras una paloma mancillada.

―Mi reputación me dio igual. Tú sabes bien el motivo. ―Ambos hermanos intercambiaron una mirada de complicidad―. La satisfacción que conseguí cuando lo tuve contra la pared con un cuchillo en la garganta y me vio tirar los pagarés de padre al fuego… todavía siento su mirada de ira sobre mí. Me gustó la sensación de darle a probar su propia medicina. Balzack bien merecía lo que le hice y más.

Los recuerdos de esa jornada se mantenían vivos en su mente. Tras la boda de Violet, Olivia se disfrazó y se presentó en la casa, ante el duque. Cuando lo tuvo desnudo en la cama no dudó en sacar el afilado metal y amenazarle con degollarlo si no le daba el dinero que había sacado a su padre con malas artes y engaños. Le tuvo que cortar un poco la piel del cuello para que el hombre supiera que ella hablaba completamente en serio. Él juró vengarse, pero por suerte se marchó a Francia a la mañana siguiente. Hasta el momento no había tenido noticias de él. Olivia sabía que el día llegaría, pero creyó que encontrar la lista le conferiría al fin la libertad para poder retomar su vida. Podría limpiar su buen nombre si Balzack era acusado de traidor, porque él antes de irse esparció el rumor de que aquella noche le arrebató la virtud y sus amigos se encargaron de pregonarlo a los cuatro vientos.

Únicamente Briana y Elisabeth la recibían en sociedad. Su padre se sentía culpable por todo aquel asunto y mandó llamar a su hijo. Cuando Angus regresó ya no encontró impedimento para que ella se uniera a él en las misiones. Olivia era muy buena con los disfraces y también tenía un don para enterarse de cosas. La posición como sirviente en una casa le permitía tener acceso a cierta información. Así fue como supo que Colton tenía debilidad por los jovencitos de cara angelical y uno de los sirvientes del malhechor, con el que compartía lecho Colton, le dijo a ella lo de la llave en su cuello y el falso cajón en el escritorio. El pobre muchacho se sintió celoso de la atención que su amo le dispensaba a Oliver. Sí, ella se hacía llamar Oliver cuando se vestía de sirviente.

―Olivia, quiero que regreses a la sociedad.

―Debes estar loco ―ella bufó―. Quedamos en que ser repudiada era lo mejor que podía pasarme para comenzar a ser la Paloma Blanca.

―Necesito que vuelvas a ser lady Olivia y captes su atención.

―Decididamente estás fuera de tus cabales. La única atención que captaré de él me llevará a diez metros bajo tierra. ¿Has encargado ya mi ataúd?

―Vas a tener ayuda. No te apures. Además, hace años del incidente y me consta que sigue muy interesado. ―Balzack nunca fue un hombre que abandonaba un cometido.

―La sociedad no olvida esas cosas.

―Soy rico, famoso y estoy bien considerado entre los míos. Puedo ayudarte desde mi posición.

―Te consideran carente de inteligencia. ―Le recordó con humor.

―Tanto mejor. Además, creo que tener al hermano de tu amiga Briana, el conde de Monty, de nuestra parte, y mi amigo Lucien, duque de Phenton y otros nobles que me aprecian, puede abrirte la puerta de regreso. No perdemos nada por probarlo. Contacto está de acuerdo conmigo en que es mejor que estés a la vista de todos.

―Así que soy el cebo. ―Olivia debió prever que el interés de su hermano en toda esta cuestión era para favorecer la misión.

―¿Quieres atrapar al tiburón?

―Por supuesto que sí. Me metí en esto para darle caza a Balzack. No sabes lo que les hace a las mujeres. ―Sus prácticas sexuales eran tan crueles que no podía ni imaginarse aquello. Ese maldito estaría mejor muerto, sin embargo, era escurridizo. El mundo, en especial el femenino, estaría mejor sin esa escoria. ¿Quién disfruta pegando a una mujer para conseguir la liberación sexual? Era una cuestión que incluso después de tantos años seguía sin poder entender. Gracias a Zeus divino, él no se había casado.

―Lo sé bien. Lo cual me recuerda mi siguiente pregunta. ¿Estuviste presente durante toda la… la… la…? ―Era complicado hablar de esto con su propia hermana y peor sería saber si ella lo había visto practicando sexo en medio de la fiesta. ¡No podía negarse a participar en algo así! Angus creyó que iba a asistir a una partida especial de cartas, pero nunca pensó que la cosa se pusiera tan… tan…

―¿Orgía? ―Lo ayudó ella―. Tranquilo, cerré los ojos. —No fue mentira del todo. Lo que menos le apetecía era ver a su hermano en esa tesitura, pero eso no impidió que echase un discreto vistazo hacia otra pareja para ver si…

―¡Olivia! Esto es bochornoso. Eres una dama.

―No, según la sociedad.

―Eso son calumnias. Eres decente, salvo por…

―Angus, sobre eso… yo… ―No era justo seguir engañando a su hermano. Ella había disfrutado de dos hombres en estos cuatro años. Al primero no lo pudo olvidar porque se entregó libremente y con el segundo, bueno, aquello fue extraño. Lo usó para sonsacarle el nombre del que movía los hilos en la trama de simpatizantes de Napoleón. Ese que era el cabecilla resultó ser Colton y su compañero de cama le gustó mucho. Era apuesto y el sacrificio no es que fuese algo que no gozase. Aquello sucedió hacía dos años y lo disfrutó bastante, pero no era él. Ninguno sería jamás como aquel.

―¡No! No quiero saberlo. Eres mi hermanita pequeña. Si alguna otra vez has tenido que… en fin. Todo está correctamente. Es por un bien mayor. ―Saberla retozando con un hombre… esa no era la vida que había elegido para ella. Balzack tenía la culpa de casi todo. Bien entendía que Olivia tuvo que meterse en medio de aquello para que su familia no acabase en la inmundicia.

―De acuerdo.

―Además, tengo otro motivo que te hará regresar a las esferas sociales.

―Lo dudo mucho. ―Ella volvió a bufar.

―Tu amiga lady Elisabeth está comprometida con el conde de Perth. Se especula con que le tendió una trampa para cazarlo.

―¿Disculpa? ―Su hermano debía estar de broma, eso era imposible.

―Lo que has oído. Creo que tu buena amiga te necesita ahora más que nunca. Él está arruinado y a un paso de acabar con sus huesos en la cárcel de deudores, por lo que asumo que más bien ha sido a la inversa. Perth debe haberla atrapado en un compromiso forzado. Llevan un mes comprometidos.

―¡Por Zeus divino! ¿Tanto tiempo?

―Sí.

―Ella siempre ha estado enamorada de él. Llevo demasiado sin ir a verla. Esta misión ha requerido de toda mi atención… ¿Cómo voy a presentarme ante ella? ¿Qué excusa le daré? Además, su madre no me quiere cerca de ella. Desde que tiré el pastel de bodas de Violet se ve molesta siempre que voy a visitarla.

―Hablaré con Shepar. Déjame eso a mí. Lo convenceré de que Balzack es un embustero que te calumnió sin fundamentos y de que su propia hija podría ser víctima de un malentendido. Es un hombre decente. No tendrás problemas.

―No te creerá, no será tan fácil. ¿Y mi ausencia?

―Bueno, como bien has dicho, siempre has sido torpe.

―¡Era una treta, bien lo sabes!

―Sí, y por eso diremos que madre te puso una institutriz y que has estado enseñándote de la mano de Mary Shelly en nuestra casa de Derbyshire.

―¿De quién?

―Es una mujer muy famosa por convertir a damas desastrosas como tú en damas gráciles.

―¿Así de fácil?

―Sí, Shelly forma parte de los nuestros, como bien sabes. Se prestará al engaño en caso de que alguien llegase a preguntar.

―¿Has sabido algo de madre y padre?

―En Escocia todo sigue igual. Los dos están bien. Pero continuaremos diciendo que están en el campo, no conviene dar pistas sobre dónde están verdaderamente.

―¿Están fuera del alcance de Balzack?

―Nadie está fuera de peligro nunca, pero nuestros padres están disfrutando de la tranquilidad. No resultó complicado convencer a padre para que se retirasen por una larga temporada allí.

―Odio a Balzack. ¿Por qué no pegarle un tiro? ―Después de lo sucedido esta noche, ella se veía capaz de asesinarlo a sangre fría. El mundo sería un lugar mejor sin alguien tan cruel alojado en él. No debería pensar así, pero ver la espalda lacerada de la última sirvienta a la que él torturó… eso sin contar a la otra pobre que él había desfigurado a base de puñetazos.

―Tiene información que necesitamos y no me gusta verte tan sanguinaria.

―Lo sé, lo sé, pero es que él… ¡Ag! ―gruñó, presa de la desdicha.

―Conozco lo que es, lo que hace. Bien le quitaría yo mismo la vida y tampoco tendría un remordimiento. Pero es vital interrogarle y averiguar quiénes están ayudando a Bonaparte. No podemos arriesgarnos a que estalle una nueva guerra. Las cosas siguen tensas, hay que ser cautos. Balzack es la clave porque sospecho que él tiene lo que buscamos.

―Iré a visitar a Elisabeth. ―Olivia se levantó de la silla en la que estaba conversando frente a su hermano para salir del lugar.

―Buena idea.

―Angus. ―Se detuvo en medio de la puerta.

―¿Sí? ―Su hermano la miró alarmado. ¿Superaría Olivia lo que había sucedido con Colton? El tiempo lo diría.

―Adoro a Elisabeth. No me gustaría que se casase con Perth. Ese hombre es tonto.

―A mí me consideran bobo.

―Tú, a diferencia del conde, no lo eres, realmente no lo eres. Aunque… ―dejó la frase en suspenso, al tiempo que le dedicaba una sonrisa. Estaba bromeando.

―Veremos lo que podemos hacer ―la cortó porque sabía que trataba de molestarlo―. Pero la decisión es de tu amiga. Será ella quien deba decidir, Oli, no tú.

―Lo comprendo.

Lady Olivia Carrington se presentó en casa de los duques de Shepar dispuesta a entrevistarse con su buena amiga Beth. Olivia iba vestida como la perfecta dama que al parecer iba a ser desde estos momentos. Un fino vestido de muselina pálido, sus guantes y su chaquetilla así lo demostraban. Las botas también se quedaron en el fondo del armario y la molestia de sus zapatos ribeteados en el mismo tono que el vestido le estaban dando ganas de arrojarlos por los aires.

El té fue servido en la salita de las damas. Dado que eran poco más de las cinco de la tarde, pidieron unos bocadillos para acompañar la bebida. Cuando el servicio se retiró comenzó un interrogatorio que más se iba a asemejar a comentar chismes.

―¿Eres feliz, Beth? ―preguntó con cautela lady Olivia. Como espía había aprendido a no dar nunca nada por supuesto.

―Creí que vendrías más animada.

―Y vengo animada.

―Has tardado mucho en venir a verme. Fui a tu casa y me dijeron que habías partido al campo, ¿por qué te fuiste en plena temporada?

―Mi madre ha contratado una institutriz, bueno, decir que la señorita Mary Shelly es una maestra es un eufemismo, ¡es peor que un teniente! ―Ese cargo militar era su preferido. Aquel hombre castaño del pasado tenía la culpa de todo.

―¿A tus años te ha puesto en manos de una institutriz?

―Te recuerdo que no está bien aludir a la edad de una dama y más cuando es mayor que tú.

―¿Te he ofendido?

―Por supuesto que no. Pero no eres la única que está desesperada por escapar de la soltería. ―Olivia seguiría fiel a las directrices de la sociedad donde una dama no renunciaría a la ilusión de convertirse en esposa tuviese la edad que tuviera.

―¿Oíste los chismes, verdad?

―¿Que la decorosa hija de Shepar dejó de lado el pudor para agenciarse un marido? ―preguntó con una sonrisa divertida. Oli no la juzgaba, tal vez ella en su situación hubiese hecho lo mismo porque ese hombre era el amor de su vida, así que…

―¡Por Júpiter! ¿Llegaron los rumores hasta Derbyshire? ―Increíble la velocidad con la que se esparcían las desgracias de los demás.

―Sí, así fue. Quise venir de inmediato para asegurarme de que estabas bien. No me fue posible. ―No podría contar la verdad nunca―. Además, intuí que estarías en una nube. ―Beth no parecía feliz.

―Fue todo muy extraño.

―No te veo como una prometida entusiasmada. ¿Sebastian no es lo que pensabas? ―volvió a tantear.

―No lo llames por su nombre. Es lord Perth. ―En uno de sus únicos paseos, Beth lo llamó más íntimamente y él la reprendió.

―Definitivamente no luces como una mujer enamorada que ha obtenido el premio a su perseverancia.

―¡Oh! ¿Tanto se me nota?

―Llevas toda la vida hablando de él, entusiasmada cuando lo veías o alguien de nuestro círculo lo nombraba, aunque fuese de pasada… Creí que saltarías loca de contenta por ser su futura esposa.

―Ni tan siquiera vino a nuestra fiesta de compromiso ―expuso mortificada. La jornada tuvo lugar hacía dos semanas en su casa. Todo fue perfecto, salvo porque su prometido no hizo acto de presencia. Un gran ramo de bonitas flores llegó a la mañana siguiente con una nota en la que excusó su ausencia por una dolencia pasajera que le impidió acudir.

―Siempre pensé que Perth no era carne de matrimonio. Demasiado joven y muy estúpido para mi gusto. ¡Oh! Lo siento, lo siento ―se apresuró a disculparse al ver su metedura de pata.

―¿Me creerías si te dijese que no lo cacé, Oli? ―preguntó Beth esperanzada.

―Por supuesto que te creeré. Siempre te consideré muy inteligente, por lo que en el caso de haber intentado adueñarte de un caballero, probablemente habrías elegido a uno con algo de sesera.

―¡Oli!

―Sí, lo sé, lo sé, es tu prometido.

―No, no es eso. ―Sus ojos comenzaron a lagrimar.

―No llores, Beth, te prometo que no lo insultaré de nuevo. Me comportaré. Aunque para cerrar el capítulo sí señalaré que no es digno de ti.

―No, amiga mía, no lloro por lo que dices sobre él. Me importa poco que te burles, es que soy feliz, Oli.

―¿Eres feliz? ¿Con Perth como prometido? ¿Un hombre que ni acudió a tu fiesta de compromiso? ―Olivia silbó llegado a este punto. Su amiga tenía la piel muy dura, porque si su hombre no hubiese acudido a festejar el futuro enlace… le rebanaría el pescuezo sin miramientos por dejarla en mal lugar públicamente.

―No, no. Deja que me explique.

―¡Pues hazlo de una vez porque no alcanzo a entender nada!

―Soy feliz porque eres la primera persona que de verdad me cree cuando afirmo que no le tendí ninguna encerrona.

―Eso tiene sentido para mí, porque te he escuchado hablar todo el verano de tu interés por comprar una enorme finca, espero que al final sea la que tanto te gusta y que linda con la de mi padre, y crear allí un lugar para…

―Eso ya no va a poder ser ―la cortó.

―Entonces deduzco que te vas a conformar con él ¿es eso lo que estás sugiriendo?

―No tengo otra opción. Madre dice que el amor surge poco a poco. Ella se casó con padre sin conocerlo y creo que ellos… no sé si se aman, pero sí son felices.

―Pero tú no eres tu madre. Justamente eres todo lo contrario a tu madre y a Violet. Si el amor finalmente no surge, acabarás marchitándote.

―¿Crees que no lo sé? Tal vez él me permita tener vidas separadas. Está de moda en Londres.

―Ajá… ―Olivia no se atrevía a exponer lo que había venido a decir. ¿La odiaría Beth si le contara todo lo que había averiguado al meterse durante unas horas en casa del Perth haciéndose pasar por el mozo de la panadería?

―Olivia, ¿qué sucede?

―No puedo consentir que te cases con él. Lo siento, no es por ser egoísta, ni porque esté celosa de tu compromiso. Es simplemente que la decencia me impide callar.

―¿Es muy malo lo que vas a contarme? ―La vehemencia de su amiga la puso sobre aviso.

―Es lo último que una recién prometida quiere escuchar, pero es lo que yo quisiera saber antes de que fuese más tarde.

―Adelante, Olivia. Lo soportaré.

―Perth está arruinado.

―¿Cómo dices?

―Las 50000 libras que tu padre dará como dote, las necesita para no dar con sus huesos en la cárcel de deudores.

―Tuve que haber previsto algo como esto.

―Según me dijo mi hermano ―usó a Angus como tapadera para dar su versión― esa rata esperaba convertirse en el futuro duque de Kensington, pero algo se torció porque su pariente no lo nombró heredero. Es un jugador empedernido, un mujeriego que se pasea por los burdeles sin impunidad y… ―No sabía si seguir.

―¿Hay más?

―Mantiene a una amante tres calles más arriba de tu casa.

―¡Por Júpiter!

―Una viuda francesa llamada… madeimoselle Allard.

―¿Es bonita, verdad?

―No la he visto, pero oí a mi hermano decir que es una delicia francesa. ―El mismo Perth se había referido a ella en esos términos. Una vez dentro de la casa se dio una vuelta sin ser vista y descubrió más de lo que esperaba.

―¡Maldición!

―¡Oh, Beth! Nunca oí semejante expresión de ti. ―«¿Dónde estaba la dulce y educada lady Elisabeth en estos momentos?», se preguntó Oli.

―Estoy enfadada, disgustada, ¿cómo voy a competir con un bombón francés?

―No digas eso. Cualquier hombre sería afortunado por tenerte como esposa.

―Eres una mentirosa.

―Lo sé. ―Estalló en risas―. Alégrate, mi buena amiga, porque por lo menos tú has estado prometida.

―Esto es horrible, Oli. No te rías ―dijo, limpiando una lágrima producto de la risa. Tan desesperada como era la situación y su amiga fue capaz de sacarle una risa franca―. ¿Cómo voy a librarme de ese indeseable sin empeñar más mi honor y reputación?

―Dile lo que te he contado a tu padre. Shepar es estricto pero te adora. De las tres, eres su preferida. ―Era verdad, porque ni su madre ni Violet hacían con él lo que conseguía Beth.

―No me creerá sin pruebas. Estamos hablando de un conde.

―Bueno… hay otra solución plausible, pero me temo que no te va a gustar…

―Haré lo que sea para desembarazarme de ese lastre, Oli.

―¡Vaya! Estás desconocida, lady Elisabeth. Nunca pensé en que te oiría semejantes afirmaciones.

―Prefiero acabar repudiada y sola en el campo a permitir que él se salga con la suya. Además, mis planes no incluyen mucha compañía que digamos. Si no fuera porque mis padres y mi hermana sufrirían las consecuencias de mis actos, huiría.

―Eso, y que no tienes un solo penique.

―Sí, mis planes necesitan de mi dote. Así que supongo que tendrás una idea para librarme de Perth.

―Él es un conde y habrá de ser otro noble el que le cuente las hazañas a tu padre.

―No entiendo.

―Lo harás muy pronto. Mira, lo que vamos a hacer es… ―Oli se acercó a la oreja de su amiga para contarle los detalles de lo que había pensado. No quería que nadie las oyese y menos el servicio, pues tenían la lengua muy larga, bien lo sabía ella por experiencia propia.

Horas más tarde, en medio de la oscuridad cobijadora, un trío formado por dos damas y un caballero accedía a uno de los lugares más populares de todo Londres. La expectación y las ganas de descubrir los secretos que en esos lugares se escondía tenían a las dos mujeres muy ansiosas. Prácticamente estaban obligando al hombre a caminar a pasos agigantados.

―Pienso cobrarme este favor con oro si hace falta. ―El vizconde Pembroke sabía que debían interpretar un papel y antes de salir de casa establecieron un patrón. La dama que iba colgada de su otro brazo era íntima amiga de su hermana, pero por su propia seguridad era mejor mantenerla en la ignorancia. Él sería bobo y haría ver que su hermana manejaba los hilos. Así quedaron antes de salir de casa.

―Vamos, Angus. Es lo menos que puedes hacer por mí. ―Salvarle la vida a su hermano iba a hacer que él le ofreciese numerosas concesiones. La primera la de esta jornada.

―Olivia, explícame de nuevo cómo me he dejado convencer. ―Se corrigió. Su hermana era un castigo divino. No debió prestarse a ayudarla con Beth.

―¿De verdad quieres que te recuerde lo que he hecho por ti, hermano? ―Angus miró de nuevo a la joven que llevaba sujeta en su otro brazo y regresó la vista a Oli. Esperaba que las máscaras protegiesen la identidad de ambas.

Los jardines de Vauxhall eran conocidos por ser traicioneros. Citas y fiestas impúdicas se llevaban a cabo aquí. ¿En qué estaría pensando para dejarse arrastrar por Olivia? Había planeado sutilmente el regreso de su hermana al plano social y si esto se supiera sería su verdadera ruina.

―Creo que hubiese sido más práctico ir a ver al duque y exponerle los rumores sobre su futuro yerno. ―Le pidió a Olivia que lo dejara intervenir, pero Oli estaba ansiosa por adentrarse en el lugar en el que estaban.

―¿Y perderme los fuegos artificiales y demás? No, Angus. Lo haremos a mi manera. Necesitamos testigos que avalen tu palabra para que él no salga indemne. ―Además, que no estaba dispuesta a desperdiciar la ocasión.

―¿Está conforme lady Elisabeth con las maquinaciones de mi hermana?

―Confieso que tenía mucho interés en ver los jardines de Vauxhall y que de otro modo no los habría conseguido ver.

―Supongo que son tal para cual.

―Deseo desenmascararlo ―expuso Beth.

―Su padre se enfadará si llega a saber que ha estado aquí.

―He venido custodiada por el hermano mayor de mi mejor amiga, un futuro conde y actual vizconde Pembroke. Confío en que su protección sea bastante para contener a mi padre. Además, no creo que nadie llegue a saberlo.

―Yo también lo espero. ―Lo esperaba, porque Shepar pediría su cabeza en bandeja de plata si algo salía mal.

―¿Cómo haremos para encontrar a Perth? ―preguntó Beth con ganas de pillarlo.

―Hay tres fiestas esta noche. Él estará en la de los condes de Bredlox, mi fuente es fiable. ―Claro que la información era de primera, puesto que la misma Olivia lo había averiguado.

―¿Podremos bailar, hermano?, por favor. ―Esto de jugar a ser la damita a las órdenes de Angus era un verdadero suplicio.

―No vais a separaros de mi lado. ―Angus se sentía estúpido interpretando su papel en ocasiones cómo esta. Su hermana era la Paloma Blanca, su pericia era conocida por buena parte de la red de espías que conformaba su círculo.

―¡Yuhu! ―Una preciosa rubia con dos grandes… atributos, llegó hasta el hermano de Olivia con los brazos en jarras. Angus masculló una maldición.

―Querida mía, ¡qué agradable sorpresa! ―señaló soltando a las dos damas que llevaba consigo.

―¿Tan insaciable eres que a la menor oportunidad me cambias por dos…? ¿Dos insulsas? ―Olivia no se sorprendió porque su hermano era todo un libertino, tuvo la intención de rebatir la afirmación y Beth la sujetó ligeramente para llamar su atención. Olivia asintió en mudo entendimiento y las dos se separaron de lo que iba a ser una pelea de amantes.

Pembroke se disculpó de todas las maneras posibles y le explicó a la mujer que no había nada que temer. Mientras mantenía la conversación, no quitó el ojo a esas dos muchachas que sabía que lo iban a acabar metiendo en un buen lío. No se fiaba de su hermana.

―Creí que no nos permitiría un instante libre. ¿Qué te parece si inspeccionamos por nuestra cuenta la fiesta? ―Olivia estaba pletórica. La incursión de esa mujer les había dado vía libre.

―Es peligroso.

―Esa arpía va a tenerlo un rato ocupado. Mientras no nos alejemos, nada malo nos pasará, Beth.

―Pero…

―¿Qué hacen dos damas seductoras sin un acompañante masculino? Podrían ser víctimas de algún indeseable, ¿verdad, amigo mío? ―Un gruñido del otro caballero se oyó como respuesta.

Las dos amigas cesaron en su discusión y fijaron su vista en esos dos hombres que habían osado interrumpir la conversación. Olivia se había girado con la clara intención de enviarlos al infierno…

¡Por Zeus divino! Se congeló y apenas pudo tragar saliva cuando vio lo que tuvo delante.

Un teniente para lady Olivia

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