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LA TRANSFORMACIÓN DE UNA PROFESIÓN A TRAVÉS DE LA EXPERIENCIA PERSONAL

Parece como la segunda versión de la famosa canción de Serrat «Ara que tinc vint anys»: «Ara que fa vint anys que dic que tinc vint anys», pero la transformación de la Educación Física en España ha acompañado el devenir de mi historia personal. Llegué a Madrid en 1969 dispuesto a estudiar esta carrera «nueva», una vez concluido aquel extinto Preuniversitario que había que estudiar para entrar en la Universidad, aunque no era necesario para el Instituto de Educación Física (INEF) de Madrid, el único existente en aquel momento, que sólo exigía aquel sexto y reválida de la época.

Fui a Madrid sin tener ni idea de lo que representaban esos estudios en España. Eran cuatro años de carrera, eso sí, pero pronto descubrimos que fuimos «conejillos de indias». Esos estudios no eran universitarios ni dependían del Ministerio de Educación. Nunca se sabrá a ciencia cierta si fue por dejadez de este Ministerio o porque «los de deportes», es decir la Delegación Nacional de Deportes, no quería soltar el excelente bocado competencial que conservaba (Cagigal, 1975), desde que finalizó la Guerra Civil española y Franco, más bien la parte oficial de la Falange, copió el modelo deportivo italiano.

Sea como fuera lo cierto es que los estudios de Educación Física, el INEF de Madrid, y posteriormente el de Barcelona creado en 1975, dependían de la Delegación Nacional de Deportes, que, a su vez, estaba adscrita al Ministerio de la Secretaria General del Movimiento. Esa dependencia de los organismos deportivos en lugar de los educativos fue una rémora y tardó en corregirse unos cuantos años después de que la democracia se afianzara en nuestro país. Al menos, en la enseñanza superior no se logró hasta mediados de los años 90, que ya es decir, casi 20 años después.

Pero en octubre de 1969, cuando aterrizamos por Madrid no sabíamos lo que se avecinaba. La respuesta más esperanzadora cuando preguntabas qué pasaba con los estudios de Educación Física, era que pronto nos integraríamos en la Universidad. De hecho el INEF de Madrid se construyó en terrenos de la Universidad Complutense, lo que se situaba como ejemplo de que pronto alcanzaríamos el cielo y saldríamos del limbo en el que estábamos. Porque, los «inefianos» no éramos ni «chicha ni llimoná», o «ni carne ni pescado». ¿Qué significaba? Que para el mundo universitario y para la «predemocracia española», procedíamos de un organismo perteneciente a la Secretaria General del Movimiento, pero éstos tenían sus propias escuelas: la «Academia de Mandos José Antonio», que cambió de nombre en los últimos tiempos del franquismo para no significarse tanto y la Escuela femenina Isabel La Católica, o algo así. Acabados los estudios, había que buscar trabajo y la impartición de la Educación Física en los colegios o en la Universidad, donde existía esa materia como tal, dependía de la Delegación Nacional de la Juventud, la de los chicos, o de la Delegación Nacional de la Sección Femenina, la de las chicas, con sus delegaciones provinciales al uso. Y claro, para los «inefianos», no solía haber trabajo en los centros públicos. No éramos de los «suyos». Pero en hombres, los colegios privados, mayoritariamente religiosos en aquel entonces, ya se habían escapado del control de las Delegaciones de la Juventud y contrataban a quien querían. A los pocos que aparecimos por Valencia a principios de los años 70 (2 de la primera promoción, 4 de la segunda y 5 de la tercera, en la que me encontraba) se nos «rifaban». No querían a los de «falange», como se les llamaba en el argot de la enseñanza, y no tuvimos problemas de trabajo.

Pero regresando al principio, esa entrada en la Universidad se retrasó más de 20 años. Los estudios de «Educación Física», luego de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte», no se crearon desde la óptica universitaria hasta 1993. Previamente, no obstante, en 1992, los INEF existentes firmaron un protocolo de adscripción a la Universidad con un plazo hasta 1998 para integrarse totalmente en la misma, que siguió procesos distintos en las diferentes Comunidades Autónomas.

Hubo que esperar, pues, algo más de 10 años en mi caso, para tener el título de Licenciado en Educación Física, firmado por el Ministro de Educación el 13 de abril de 1984, cuando había terminado en 1973. Ejercíamos con un mero certificado del INEF de que habíamos terminado los estudios y habíamos pagado los derechos del título. Pero ya digo, la llegada del título se retrasó 11 años. Es más, obtuve antes el de Licenciado en Psicología, carrera que curse posteriormente a la del INEF y cuyo título lleva fecha de 24 de febrero de 1983, anterior al que ha sido mi profesión y con el que me ganaba la vida, que diría un clásico.

Y es que el «galimatías» que representaba esta profesión en los albores de la democracia era de tal magnitud que existían alrededor de 140 «títulos», «titulillos », «diplomas» y certificados varios que capacitaban para ejercer la Educación Física en los colegios y, ni digamos para entrenar a los deportistas. Había que ordenarlo y regularlo todo. Así en 1982 salió el Decreto de Convalidaciones de los antiguos títulos, estableciendo una serie de categorías de convalidación, que iban desde el que tenía que hacer un mero examen o un simple curso (aquellas/ os que habían estudiado 4 años), hasta quienes se les eximía de pasar las pruebas de ingreso en los INEF, pero debían hacer toda la carrera. A estas personas, además, se les dispensó de clases presenciales salvo en dos meses al año. Más justo o menos justo, lo cierto es que, por fin, en siglos diría yo, la Educación Física en España caminaba por una sola senda y se ponían las bases para la futura integración en la Universidad.

Las cosas en nuestro país habían empezado a cambiar, con alguna lentitud y fuerte resistencia de los sectores más conservadores de la Dictadura, pero sin vuelta atrás, desde la muerte de Franco en 1975. Las primeras elecciones democráticas se celebraron en 1977, la Constitución, como todo el mundo sabe, se aprobó en 1978, y las primeras elecciones municipales tuvieron lugar en 1979.

Para el deporte, hay, de forma clara, un antes y un después. El deporte es participación y asociación, dos de las claves que han permitido su extraordinario desarrollo actual y ello se dio a partir de la entrada de la democracia, después del oscuro periodo franquista de 40 años, donde no estaba permitido «el derecho de asociación», imprescindible para la estructura deportiva moderna, en la concepción anglosajona de la cuestión (Añó, 1994). Los clubes, que siempre gozaron de algo de independencia y regulación privada, pero sobretodo, las federaciones pasaron a tener sus órganos elegidos democráticamente. Se aprobó la segunda Ley del Deporte en 1980, que echa al cesto de la basura la vieja «Ley Elola» de 1961, y aunque fue una Ley que quedó rápidamente desfasada al aprobarse en un momento en el que España abordaba una profunda transformación administrativa con los Estatutos de Autonomía, sirvió para declarar a las entidades deportivas como sociedades de derecho privado. Sus presidentes y sus diferentes órganos de representación ya no eran elegidos a dedo por el gobierno, sino que eran elegidos por sus afiliados. Esa Ley tampoco llegó a tiempo para regular el deporte profesional, cuyos actores, principalmente futbolistas, se movilizaron, incluso, a través de huelgas –algo insólito hasta entonces– para que les fuera reconocido como «trabajo por cuenta ajena», su actividad deportiva y sus «contratos de deportistas amateurs» pasaran a ser reconocidos como contratos de trabajo.

Posiblemente nunca se ponderará suficientemente el valor de los años 80 para nuestro País, en muchas facetas sociales probablemente, pero en lo que se refiere a la actividad física y al deporte, fueron determinados. Por un lado, los colegios comenzaron a ser mixtos, la enseñanza se generalizó y aumentaron fuertemente los institutos públicos, los Ayuntamientos se convirtieron en los «grandes motores» del desarrollo deportivo español. Había pasado de ser unos organismos anquilosados, con escaso presupuesto destinado al deporte (el Ayuntamiento de Valencia antes de 1979 tenía un millón de pesetas de presupuesto, no tenía concejalía propia, sino que estaba con Fiestas y no sé cuantas cosas más, y no tenía ni una sola instalación deportiva municipal), a construir instalaciones, crear escuelas deportivas, atender a los ciudadanos, y organizar actividades. Paulatinamente, además, fuimos organizando todo tipo de eventos de carácter internacional, de lo que carecíamos en el periodo anterior, salvo alguna honrosa excepción como aquella Copa de Europa de Fútbol, que no tenía el formato actual. Así en 1982, organizamos el mundial de Fútbol, en 1986 el de Baloncesto y Natación, el de ajedrez en 1989 y, ya metidos en los años 90, hemos organizado competiciones de todas las características posibles, desde la Ryder Cup de Golf, a la Fórmula 1, la Copa del América, los mundiales de remo y piragüismo, los de Esquí Alpino, los de Atletismo de pista cubierta (nada menos que 3 entre el de Sevilla en 1991, el de Barcelona en 1995, y el de Valencia de 2008) y al aire libre, Gimnasia, y el más complicado y fastuoso de todos: los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona.

Todo ello contribuyó a que el número de practicantes deportivos aumentase sustancialmente desde un inicial 12,5 % en 1968 o ese 22% que figuraba en 1975 al 34% de 1985 o el 39% de 1995 (G. Ferrando, 1991, 1996), cifras en las que se mantiene en la actualidad, algo estancado, pero cuyo interés está bastante por encima de ese nivel de práctica y alcanza al 60% de la población entre 15 y 74 años (G. Ferrando, 2006), lo que es bueno tener en cuenta a quienes se mueven en el entorno organizativo.

En el campo estrictamente académico, los años 80 del siglo pasado registran un profundo cambio en el concepto de Educación Física, completándose la normativa reguladora de los estudios y la impartición de una asignatura que no adquirió la merecida igualdad con el resto hasta bien entrada la democracia. Solucionado el problema de las titulaciones, vino a continuación la regulación de la asignatura en las enseñanzas medias (hoy secundaria), para lo que se convocaron las primeras oposiciones públicas a profesor de Educación Física en toda España en 1985. Hasta ese momento el profesor de esta materia cobraba aproximadamente la mitad que otro profesor, una discriminación bastante inexplicable, salvo por la procedencia externa de la materia de los ámbitos educativos durante todo el franquismo, cuyos profesores tenían, en su mayoría, otras «tareas» y cargos en las Delegaciones de Juventud o Sección Femenina, principalmente. Cuando eso se acabó, y buena parte de esos profesores fueron adscritos a los departamentos de Cultura de los gobiernos democráticos (donde cayeron las competencias de la Mujer y la Juventud, o del deporte) como funcionarios de cuerpos a extinguir, dejaron la enseñanza. Entonces, la discriminación quedó demasiado patente, puesto que quienes quedaron (los profesores de Educación Física que procedían del estamento militar ya lo habían dejado antes) eran única y exclusivamente profesores de Educación Física. No tenían otro título y no eran funcionarios. De ahí, que finalmente, en 1985 se convocaran las primeras oposiciones que ya nunca han dejado de convocarse, en la actualidad dependiendo de las Comunidades Autónomas. Así, los departamentos de Educación de las Comunidades Autónomas se han convertido en el primer empleador de los hoy Licenciados en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, antes Licenciados en Educación Física, y en los albores de la democracia Profesor de Educación Física, tres títulos y tres conceptos distintos en la evolución de esta profesión.

Una evolución que nos ha afectado de lleno en lo personal, puesto que hemos ido pasando de una actividad a otra, de manera que, en mi caso concreto, primero he sido profesor de la materia de Educación Física, después entrenador de atletismo, compartiendo esta función con la labor anterior, pues era imposible vivir sólo de entrenar atletas, al menos a mediados de los años setenta, y luego gestor desde que un buen día empecé a organizar competiciones de deporte escolar.

Y es que en primer lugar, los estudios de Educación Física de los INEF impartían materias orientadas a la enseñanza y al entrenamiento deportivo. Desde el principio existió una mezcla conceptual entre docencia y entrenamiento, puesto que en el segundo ciclo de los estudios había que elegir una especialidad deportiva porque se pretendía que el INEF fuera, también, una escuela deportiva que realizase un profundo cambio en las anquilosas estructuras deportivas del país de los años setenta. Estaba Juan Antonio Samaranch al frente de la otrora Delegación Nacional de Deportes y buscaba esa transformación. No le acabaron de dejar y la resistencia de las Federaciones Deportivas a perder su competencia en las titulaciones de entrenadores dura hasta hoy. Federaciones fuertes como Fútbol y Baloncesto nunca han aceptado las «maestrías» de los INEF, Balonmano con reticencias. Sólo los últimos cambios y la conversión de las titulaciones deportivas en una Formación Profesional de segundo grado, ha modificado algo el panorama, pero, en realidad ha pasado al revés: las federaciones han visto reconocidos académicamente sus títulos.

Por ello, cuando la primera orientación de los egresados de INEF era docentedeportiva, casi el 100% de las primeras promociones vivía de la enseñanza en la práctica, y, en todo caso, el entrenamiento deportivo representaba un pequeño sobresueldo. Sólo cuando Carlos Álvarez del Villar «deslumbró» con la preparación física de aquel Rayo Vallecano, que entrenaba en la casa de campo y que subió a primera división y luego con la de la selección española, en la que aguantó poco, empezaron a cambiar las cosas. Con el Athletic de Bilbao y con la selección, Manolo Delgado Meco, fue otro estandarte de la profesión y provocó cambios sustanciales en la preparación del deportista, y permitió que algunos profesionales del INEF pudieran vivir exclusivamente de su trabajo deportivo, aunque la cuestión tardó algunos años en generalizarse, y no fue perceptible hasta finales de los años 1980.

Esa orientación docente-deportiva tardó en cambiar, y la apertura hacia un conocimiento menos reduccionista, no llego hasta la entrada de los estudios en la Universidad a mediados de los años 1990. No obstante, la creación de nuevos INEF, trajo aparejado nuevos planes de estudio, que comenzaron ya a introducir materias de gestión del deporte, un itinerario muy necesario en el campo profesional, pues a finales de los años 1980 los Ayuntamientos se convirtieron en la segunda fuente de empleo del deporte y necesitaban gestores (Campos, 2005; Martínez 2008). Hubo que sacarlos entre los antiguos titulados que fueron, fuimos, aprendiendo sobre la marcha.

El panorama de los años 1970 había cambiado sustancialmente. De la existencia de un solo INEF, creado en Madrid en 1967, y otro en Barcelona en 1975, y pocos profesionales, se pasa a una gran demanda de estos estudios en los años 1980 y la creación de varios INEF más: Granada en 1982, y A Coruña, Las Palmas, León, Valencia y Vitoria en 1987, más una extensión del de Barcelona a Lleida el mismo año. Todos ellos fueron creados por acuerdos entre las Comunidades Autónomas y el Gobierno del Estado, que mantenía competencias sobre la enseñanza superior y, a través del CSD de los INEF.

Lógicamente, ello conllevo un cierto cambio de orientación, si bien pequeño, porque los INEF que surgieron en 1987 y los existentes (sólo Granada, donde estaba involucrada la Universidad era algo diferente), seguían dependiendo de los organismos deportivos y no de los educativos. Por ejemplo, el INEF de Valencia (autobautizado como IVEF ó Instituto Valenciano de Educación Física y que pocos lo utilizaban) se creó mediante un acuerdo de financiación entre el Consejo Superior de Deportes y la Conselleria de Cultura, Educación y Ciencia, que tenía las competencias deportivas a través de una Dirección General. Y eso no cambió, hasta que en 1992 se formaliza un convenio con la Universidad de Valencia, por el que el centro se adscribe a la misma, cuestión determinante para dar validez a los títulos, que ya no eran de profesor de Educación Física, sino de Licenciado.

Habrá que esperar a la creación de los estudios superiores de «Ciencias de la Actividad Física y el Deporte», desde la propia Universidad, para que el panorama cambie completamente y la propia definición lleve aparejado un cambio conceptual sustancial. A partir de ese momento, el enfoque deportivo pierde fuerza paulatinamente en los diferentes planes, y va ganándola otras áreas como la de gestión, la de actividades para colectivos especiales y, últimamente las de «salud y calidad de vida», mientras se mantiene la enseñanza, que sigue siendo nuestra primera fuente de empleo (Martínez del Castillo, 1991; Campos, 2005; Martínez, 2008).

De este modo, aprobados los estudios superiores de «Ciencias de la Actividad Física y el Deporte», cualquier Universidad puede crear una Facultad específica, como así ha hecho la de Castilla-La Mancha en Toledo, la de Extremadura en Cáceres, las primeras en nacer dentro ya del entorno universitario, o la Pablo Olavide de Sevilla o las más recientes de Murcia y Elx o las privadas como la Europea de Madrid, o las católicas de Valencia y Murcia. Mientras los antiguos INEF acaban convirtiéndose en Facultades de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, incluso el de Madrid, e integrándose en la Universidad plenamente. Sólo queda con el antiguo título y fuera de la Universidad, aunque adscritos a ella los INEF de Cataluña, Barcelona y Lleida.

Todos estos cambios, como siempre pasa en cualquier orden de la vida, se han ido produciendo en la vida civil, y luego los poderes públicos, arrastrados por la presión social se han visto en la obligación de dar respuesta a esas nuevas necesidades. Las primeras oposiciones a la enseñanza media, llegaron tras diversas huelgas y manifestaciones en toda España, la creación de nuevos INEF ante una presión fuerte del sector y el hecho de que a principios de los años 1980 los tres INEF existentes no eran suficientes ante la gran demanda existente. Si en 1969, cuando me presenté a las pruebas para el ingreso en el INEF de Madrid, había unos 600 aspirantes, una cifra similar era la que aspiraba a entrar en el INEF de Valencia en 1987, cuando ya existían 9 repartidos por la toda la geografía española. Movilizaciones, artículos, cartas, encierros, y multitud de reuniones consiguió que la Educación Física adquiriera carta de naturaleza, comenzara a existir realmente a partir de mediados de los años 1980, y en todos su niveles académicos ha pasado a tener su propio espacio, ya que también en los estudios para profesor de enseñanza primaria (Magisterio) se implantó la especialidad a comienzos de los años 1990 y sus profesores se integraron en los cuerpos docentes universitarios.

Bueno, pues en todas esa «movidas», he estado involucrado de una u otra manera, desde mis primeros pinitos como profesor y como entrenador, hasta las tareas organizativas más recientes, pasando por la movilización y presencia en diferentes cargos profesionales en los años 1970 y 1980 para empujar a la resolución de los problemas de nuestra profesión.

Así que mi primer puesto de trabajo como profesor fue en las Escuelas Profesionales de San José de los Jesuitas, junto a la llamada «pista de Ademuz», rodeada de huerta por todas partes y que no se parece en nada a la actual. En esas EEPP San José, había nacido de la mano de un «mecenas» deportivo, de los que ya no quedan, Antonio Costa, el club de atletismo Estudiantes-San José, que se mantuvo desde principios hasta finales de la década de los años 70 del siglo pasado. Estamos en 1973 y aquello se cogía con muchas ganas. No había horas. A las clases les seguían los entrenamientos y acabábamos más allá de las nueve de la noche. Pero, aquella idea romántica y altruista no se pudo mantener. En aquellos «miserables» momentos, ninguna institución pública daba dinero para el deporte y menos para el atletismo, no existían los patrocinadores y solo algunos padres (no eran de clase alta) pagaban una cuota como socios. Antonio Costa lo dejó y el club aguantó poco tiempo. La unión con el club universitario prolongó la agonía, pero poco se podía hacer si, con lo ingrata que resulta la promoción, luego venía el todopoderoso Valencia C.F., con su sección de atletismo y te «robaba» los atletas más destacados. ¿A qué les suena?

Han pasado treinta años de aquello y hay quien sigue igual, porque esa es, quizás, una de las características del deporte español que no hemos sabido resolver: el mantenimiento de los clubs de promoción, junto a clubs poderosos, sin que aquellos acaben desapareciendo por falta de apoyo y por la presión de los grandes. En el atletismo, además, los grandes no son tales, puesto que muchos de ellos son simples «equipos» «subvencionados» o, mantenidos gracias al dinero público (Heineman, 1998), hasta que eso se acaba y desaparece. Detrás no había nada, ni socios, ni padres, ni atletas, pues estos suelen ser fichados vivan donde vivan (la reglamentación de atletismo lo permite) y ni siquiera, a veces, pisan la ciudad sede del club, salvo que hayan campeonatos. En el atletismo ha pasado en bastantes ocasiones. Equipos, que no clubs, salen con enorme fuerza de la nada, gracias al dinero público o algún sponsor durante un tiempo, y caen con estrepito: Santiveri, Kelme, Larios, ayer mismo el Chapin Xerez. ¿Y mañana? Ya se verá, pero eso no ha dejado de ser pan para hoy y hambre para mañana.

Aquello de las EEPP San José se acabó en 1977, y uno inicia ya la senda nueva, quizás la más definitoria de mi deambular profesional: la de organizador de actividades o eventos deportivos, la de gestor. La democracia estaba en sus inicios, acababan de desaparecer las Delegaciones de la Juventud y de la Sección Femenina, y el deporte escolar pasó a depender de la todavía así llamada, Delegación Nacional de Deportes. Comenzaba el curso 1977/78 y había que organizar el deporte escolar, pero no sólo el masculino sino el femenino, al haberse reagrupado. Muchas delegaciones provinciales habían llamado a los antiguos «organizadores» del régimen recién finiquitado, en otras, las menos, lo había puesto en manos de las asociaciones de colegios privados (CECE), pero en Valencia se dio un caso peculiar. Gracias a la existencia de lo que se llamó Plan Experimental, que trataba de potenciar el deporte municipal, se contrató a dos profesionales del INEF. Uno, Manuel Ruiz-Parajón para dirigir el Plan y otro que fuera «experto» en deporte escolar. Y ese, en teoría era yo. Nunca acabe de comprender ese nombramiento, salvo por las propias palabras del delegado provincial en esas fechas: Juan Domínguez. Un hombre del deporte, empresario, que había sido Presidente de la Federación Provincial de Atletismo, y paradójicamente, aún siendo del propio régimen «no quería a los de juventudes». Éstos, los de «juventudes» se la juraron, pero tenían poca o ninguna fuerza ya. Una de las cosas que le dijeron y «elevaron a Madrid» en el estilo de la época, es que no le perdonaban que hubiera puesto el deporte escolar en manos de un «comunista», pues yo militaba entonces en el Partido Comunista de España.

Domínguez no me conocía de nada, de manera que, muy probablemente, el nombramiento se debía a Manuel Ruiz-Parajón. El contrato, muy peculiar, pues era a través de la Federación Española de Rugby sólo duró un año, porque el deporte escolar inmediatamente comenzó a trasladarse a la ADECE (Asociación Deportiva Española de Centros de Enseñanza) una rama de la patronal de la enseñanza privada, y dio diversos vaivenes (eran los tiempos de la UCD) hasta que acabó siendo organizado por las Comunidades Autónomas o Preautonómicas mediante un convenio especial con el nuevo y recién nacido Consejo Superior de Deportes para el curso 1980/81. Antes, a través de la ADECE, continué organizado el Deporte Escolar un par de años más y posteriormente ya dentro de la Conselleria de Cultura y Educación nacieron los Juegos Escolares de la Generalitat, como se les denominó, y que siguen desarrollándose hasta la fecha (aunque le han cambiado el nombre de Generalitat por Comunidad Valenciana).

Pasado ese primer año de contrato, y ante las dificultades y problemas para continuar con garantías, algo habitual por entonces, volví a dar clases, esta vez en el Instituto de Bachillerato Juan de Garay, uno de los clásicos, donde me mantuve desde 1978 hasta 1985. En esa etapa sufrí, como la mayoría de profesionales, las circunstancias del «pluriempleo». Más que «pluriempleo», aquello podía denominarse mini-empleo, porque tenías que trabajar en varios sitios para ganar un sueldo normal. En los institutos cobrábamos, aproximadamente el 50% de otros profesores. A principios de los años 1980 eso suponía poco más de 50.000 pesetas al mes. Había que completar el sueldo, y seguí en el deporte escolar y en la Delegación de Deportes gracias a la continuación del Plan Experimental que puso en marcha Benito Castejón, Delegado Nacional de Deportes, que no fue un mal delegado y que aprobó la segunda Ley del Deporte español.

Preocupado por la promoción del deporte creó los CITD (Centros de Iniciación Técnico Deportiva), a modo de escuelas deportivas, que podían seleccionar niños de toda la provincia y tenerlos, incluso, internos en colegios. Los niños debían empezar con 10 años y terminar con 14, y luego pasar a los Centros de Perfeccionamiento. No pudo completar todo el plan. Al igual que le pasó con la Ley del deporte, la nueva estructura de España le rebasó, pero algunas de sus ideas, con diferente formato, fueron puestas en marcha más tarde. De hecho, los CITD , que comenzaron en 4 lugares de España de forma piloto: Salamanca, Valencia, Mataró y Sevilla, continuaron con 11 ciudades más en 1981, entre ellas Alicante, y después transferidos a las Comunidades Autónomas, que los continuaron en buena parte. En la Comunidad Valenciana se mantuvieron hasta los años 90 y se amplió a Castellón, transformándose luego en Centros de Perfeccionamiento o alto rendimiento y subiendo las edades.

Los inicios de los años 1980 fueron frenéticos, con fuertes reivindicaciones, con una enseñanza en transformación y con unos ayuntamientos iniciándose en la actividad deportiva. Todo era nuevo. No había, o había pocos, gestores. Se necesitan instalaciones deportivas y órganos de gestión. Tras las primeras elecciones democráticas municipales, el Ayuntamiento de Valencia estuvo gobernado por el PSOE, que había obtenido 13 concejales y junto a los 6 del PCE le daban la mayoría absoluta en coalición, mientras la UCD se quedaba en 14 concejales, insuficiente número para gobernar. Por un breve periodo de tiempo, Juan Lloret, un abogado, ocupó el cargo de concejal de deportes, pero en apenas seis meses pasa a Antonio Ten, profesor de Física de la Universidad de Valencia. Ten, una persona muy activa, fue, probablemente, el mejor concejal de deportes que ha habido en el Ayuntamiento de Valencia, al margen de su error del nombramiento del primer Gerente de la Fundación Deportiva Municipal, que el mismo reconoció más tarde. Pero, consiguió en una sola legislatura inaugurar 4 instalaciones deportivas (Benicalap, El Saler, San Isidro y la Fuente San Luis) y crear un órgano de gestión: la Fundación deportiva Municipal, a cuya Junta Directiva y su Consejo de Gerencia pertenecí desde su creación hasta 1990.

Esa fue una de mis actividades directivas más interesantes de comienzos de los años 1980, junto a la del deporte escolar, y la Presidencia del Colegio de Profesores y Licenciados en Educación Física, que habíamos arrebato a la «vieja guardia» en 1980, gracias a la Asociación de Licenciados, que creamos buscando un órgano paralelo al Colegio que realizará actividades y planteará las reivindicaciones que pedíamos y que estuvo presidida por Pepe Campos, decano de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte entre 2006 y 2009. Luego, una vez en el colegio, la Asociación desapareció en poco tiempo. Había cumplido su objetivo.

La actividad gestora, directiva u organizadora no pararía ya, sino que en todo caso se complementó con la enseñanza, y así, entre 1981 y 1984 con diversos cargos administrativos, nunca consolidados (subdirector de deportes, jefe del servicio de deportes...) estuve organizando el deporte en la Generalitat y montando una estructura ajustada a las competencias transferidas en 1983 por el Gobierno central, y más específicamente por el CSD. Fueron tres años de mucho trabajo y poca compensación, porque muchas de las iniciativas se paraban. Y es que el deporte no tenía siquiera una dirección General. Era compartida con Juventud, y claro, el director general procedía de las Juventudes sociales. Fue el primer director, no era muy amante del deporte, pero tenía un pase: juventud y deportes estaban juntas, pero su escaso conocimiento y su poca dedicación al deporte en momentos de fuerte transformación eran insufribles. El Conseller de Cultura y Educación, Ciprià Ciscar, tardó en hacer los cambios y se separar juventud de deportes. Procedía de una cultura de oposición al franquismo a la que no gustaba el deporte, pues lo había visto como el «opio y el entretenimiento del pueblo», parafraseando a Marx. De manera que fue imposible aguantar y uno dimitió y se fue con la cuerda a otra parte. A dar clases en el «Juan de Garay» y a poner en marcha el Palacio de Deportes de la Fuente S. Luis, «mi querido monstruo» como le he llamado muchas veces, transferido al Ayuntamiento e inaugurado finalmente en 1984.

El Pabellón de la «Fonteta», como se le conoce popularmente era una obra increíble. Diseñado en los años 1960, se empezó a construir en 1969, pero se paralizó en 1972, más o menos. La empresa constructora había quebrado y como le habían adelantado certificaciones hasta que se resolvió el entuerto pasaron casi 10 años. Por en medio, habían venido las autonomías, el «monstruo» se había transferido a la Generalitat, y esta al Ayuntamiento, que exigió al CSD su acabado o la correspondiente subvención. Fue una larga reivindicación desde el primer día que Antonio Ten llegó al Ayuntamiento y no lo vio inaugurado porque no repitió como concejal. Por fin en 1984 se puso en marcha, con pista de atletismo, con un parquet para deportes de equipo comprado expresamente por el Ayuntamiento, ya que no tenía (en medio de la recta de atletismo, habían pintado el campo de balonmano, baloncesto y voleibol, ¡ver para creer!), con una parte central en el sótano, debajo de la pista completamente vacío, y nueve enormes salas que se habilitaron para diferentes deportes de lucha y para gimnasia. Los mejores equipos de Valencia se vinieron a jugar al nuevo Pabellón y la actividad fue frenética. Luego se vino el Pamesa, se montaron gradas móviles, se habilitó la parte de abajo para las pruebas cortas y los saltos de atletismo, que amplificó los problemas y…, esa ya es otra historia.

Y es otra historia, porque, en realidad, duré un año y poco más en el cargo. Convocadas las oposiciones a la enseñanza media, me presenté y aprobé. Saqué el número tres de la oposición, pude elegir instituto en la propia ciudad de Valencia, el IB El Clot, en el barrio de la Olivereta, junto a la avenida Peset Aleixandre. Después de la experiencia en la Conselleria tenía muy claro que no quería dependencias «políticas». Aunque estaba muy bien en el Ayuntamiento y en el Pabellón, eso podía cambiar y un «crítico· como yo acabar en la calle o pegando sellos. Mi independencia siempre ha estado por encima de todo y esa posibilidad la daba aprobar unas oposiciones en la enseñanza.

Pero, lo que uno pensaba que sería para largo tiempo o para siempre, también duró poco, de manera que los años 1980, ahora que lo escribo y lo rememoro, fueron de constantes cambios. Dos años después, en 1987 se crea el INEF de Valencia y allá que vamos, de nuevo a otra oposición. En realidad se trató de una «mini oposición», pero oposición, al fin y al cabo, porque había un tribunal con cinco miembros. Uno representaba a la Conselleria de Cultura y Educación, otro a la Universidad, y el resto eran profesionales de la Actividad Física y el Deporte.

Antes de convocar las plazas para profesores, en ese año 1987 se concretan los acuerdos con el CSD que permiten ponerlo en marcha. Un largo proceso que ya se inició en 1984, estando yo todavía en la Conselleria con una jornadas abiertas sobre el futuro de la profesión de de los INEF, y la petición formal al gobierno central de la creación del INEF, que no se había hecho y que fue una de las primeras actuaciones que lleva a cabo el primer gobierno autonómico de la Comunidad Valenciana, del PSPV-PSOE, una vez aprobado el estatuto de autonomía. Las conversaciones con el CSD estaban muy avanzadas en 1984, pero la petición de varias comunidades autónomas al mismo tiempo, hizo que la decisión final se retrasara hasta 1987. Por fin, en febrero de ese año se firmó un convenio con el CSD, por el que está aportaba fondos para la infraestructura del mismo que fue ubicado en la antigua Universidad laboral de Cheste, convertida en ese momento en centro de enseñanzas integradas y transferido a la Generalitat. Allí, se impartían clases de Enseñanza Secundaria, a través de varios institutos públicos, con alumnado procedente mayoritariamente de la propia ciudad de Valencia, en la que no cabían; se impartía Magisterio, enfermería, algunos otros estudios y, por fin el INEF. De este modo, la Conselleria le costaba menos dinero porque ya se disponía de aulas y de instalaciones deportivas. Con cuatro cambios y arreglos, solucionado el tema, debió pensar alguno. Craso error, porque la deficiencia de las instalaciones era monumental, «los arreglos» tardaron en llegar y ni siquiera nos adjudicaron aulas como tales, sino que habilitaron una de las antiguas residencias de estudiantes. Al principio, hasta que se construyeron las aulas esa «habilitación», consistió en una mera colocación de sillas y mesas en un espacio libre, el cual en los días de lluvia se asemejaba más a un «barranco» de los varios que circundaban la montaña que a un aula de enseñanza.

Hay que recordar que ese centro fue una de las «megalómanas» obras del tardo franquismo que albergó en el Complejo de Cheste, construido exprofeso, a 5.000 niños del segundo ciclo de EGB (según la ley de Educación de 1970) de toda la geografía española, es decir niños de entre 11 y 14 años sacados de su entorno natural e internados allí durante el curso escolar, dentro de la red de Universidades Laborales. Construido a finales de los años 1960 y puesto en marcha a principios de los años 1970, la monumentalidad de sus edificaciones (residencias, aulas, instalaciones deportivas, comedores…) era de tal calibre que su gasto en mantenimiento se hacía insoportable, máxime, cuando acabado el franquismo y eliminada su función básica de «internado masivo», su uso era mucho menor. La degradación, que continúa ahora, era ya patente en 1987: las residencias tenían muchos problemas de servicios, a la pista de atletismo no le quedaba ya «material sintético», era puro cemento, los pabellones eran fríos, pequeños e inapropiados para un INEF.

Ello provocó varias huelgas y reivindicaciones de alumnos y profesores casi hasta el momento en el que, una vez integrados en la Universidad, el centro se ubicó en el Campus de Blasco Ibáñez. Esa fue, desde sus inicios, una reivindicación de los estudiantes: bajar al campus universitario e integrarse plenamente con el resto de la comunidad universitaria.

Pero, nos habíamos quedado, en la «mini-oposición» para la contratación de los profesores del INEF y la composición del tribunal, sobre la que cabe apuntar el intento de designar a los profesores «a dedo» por parte de la Dirección General de Deportes de la época, que no pasó a mayores porqué siempre hay, desde los servicios jurídicos, por ejemplo, quienes avisan de posibles problemas legales, a personas más juiciosas y sensatas. De manera que la opción final fue sacar las plazas de profesores de materias específicas que no daba la Universidad de Valencia a concurso público (la convocatoria se publicó en el DOGV). Esas dudas iniciales sobre el sistema de designación del profesorado provocó un cierto retraso y las plazas salieron casi iniciado el curso.

Un par de años antes, por fin, el Conseller de Cultura y Educación, Ciprià Ciscar, se decidió a separar juventud y deportes, pero la sorpresa fue mayúscula cuando el primer director de deportes «a secas», fue un tal Manuel Ortiz, profesor de Historia de un Instituto de Cheste, precisamente, y antes profesor de la Universidad Laboral, al que tenía como Delegado provincial de Cultura de Valencia. Debía buscarle una nueva ubicación, ya que las delegaciones provinciales de cultura y educación se habían acabado de unir y uno de los dos sobraba. Y sobró, Manuel Ortiz, aparentemente ascendido, pero, políticamente, para quitárselo de encima a la delegación conjunta de educación y cultura de Valencia. Venía precedido de una fama de «antideportista», según cuentan los que le conocieron en sus clases de Cheste. Desde luego lo demostró con creces. Pasó por estas latitudes con mucha más pena que gloria, pocos le recuerdan y sólo lo hacen como yo en este caso, para rememorar su «intervención» ante el tribunal (sin ser miembro), primero intentando que la plaza a la que yo optaba se la dieran al otro candidato que se presentaba, y dado que eso no coló, que se declarará desierta la plaza. Tampoco coló. Siempre hay personas honorables que son capaces de aguantar la presión de esos políticos de «pacotilla», que pretenden que la gente se pliegue a sus intereses. De manera que, al final, el tribunal por unanimidad me dio la plaza y desde entonces fui profesor del INEF y después de la hoy Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, tras superar una nueva oposición, ante un Tribunal de profesores universitarios, todos de otras Universidades al no existir en la de Valencia especialistas del área. Una función, que no he dejado nunca, porque cuando he estado fuera organizando algún evento ha sido en Comisión de Servicios y, además, he seguido dado cursos, máster, etc.

El INEF/IVEF que sale en Valencia en octubre de 1987, es un centro con un plan de estudios aprobado, muy similar al del INEF de Madrid y con la orientación clásica hacia las materias de enseñanza/entrenamiento, con la existencia de las maestrías y una carga lectiva bastante deportiva. No existía más que una asignatura de gestión, que pudiera ser calificada como tal, asociada a legislación deportiva, de manera que fue adscrita al departamento de Derecho de la Universidad de Valencia.

Esta fue una de las características del INEF de Valencia en su creación y que, de algún modo, ha condicionado su funcionamiento posterior. Una parte de las materias se le adjudicaron directamente a departamentos universitarios a través de un Convenio con la Universidad de Valencia, que preveía las adscripción del mismo, el sistema legal de reconocimiento de títulos para centros externos no dependientes directamente de aquella. En aquellas materias que la Universidad no pudiera impartir, la Conselleria convocó las plazas y designó los tribunales.

Realmente este sistema mixto provocó problemas, fue una rémora en la integración y provocó agravios comparativos. No se hizo en ninguna parte. Los INEF de A Coruña, León, Vitoria convocaron todas las plazas desde el propio departamento de deportes de la Comunidad Autónoma, y en Las Palmas, salieron todas las plazas desde la propia Universidad, pero con convocatoria nueva y fruto de un convenio similar al de Valencia, lo que les facilitó su integración posterior. El sistema mixto valenciano, además, causó una división, lógica, entre el profesorado durante años según el tipo de procedencia contractual. Finalmente, todo eso quedó atrás con la plena integración del INEF a la Universidad de Valencia y la primera convocatoria de plazas de profesores universitarios en 1998.

De modo y manera, que la asignatura que yo aprobé en aquella primera oposición de 1987 fue Historia del Deporte, que he impartido prácticamente hasta el curso 2008/09, con los paréntesis de mis ausencias. Con posterioridad, una vez alcanzado el quinto curso, también impartí bastantes años, «Directrices para el entrenamiento de los jóvenes», hasta que desapareció del plan de estudios. Pero significativamente no di asignaturas de gestión hasta después de mi regreso de Almería, en el curso 2006/07, cuando hacía años que me había convertido en un especialista en esta área, porque no existían esas materias.

Bien profesionalmente o bien como «gestor «amateur», es decir sin remuneración, desde aquellos inicios del deporte escolar en 1977, nunca dejé el campo de la gestión del deporte. Así, si tras el deporte escolar, vino la gestión del CITD, a principios de los años 1980, la colaboración en la Junta Rectora y el Consejo de Gerencia de la Fundación Deportiva Municipal del Ayuntamiento de Valencia o la Dirección del Palacio de Deportes de la Fuente de S. Luis, la cosa continuó en la Federación de Atletismo. Del mismo modo que en 1985 abandonaba la dirección del Pabellón de la Fonteta, y me integraba en la enseñanza secundaria en el IB El Clot, en 1986 gané las primeras elecciones autonómicas a presidente de la Federación de Atletismo de la Comunidad Valenciana (FACV ), en la que estuve como tal hasta 1993, después de revalidar mi candidatura en 1990, y debo decir que el nivel de exigencia y de trabajo fue muy superior a cualquier otro cargo de gestión profesional que hubiera tenido antes, excluido, probablemente, la dirección del deporte escolar en 1977, pues aquello eran palabras mayores sobre todo por la época en la que se desarrolló y la necesaria obligación de montar una estructura nueva.

Aquí, una vez más, todo estaba por hacer porque nacía la Federación Autonómica, y, había que integrar a tres federaciones, Alicante, Castellón y Valencia, que hasta su creación eran, no solo independientes entre sí, sino, incluso rivales. No fue tarea fácil, pues desde el propio montaje de la estructura, el local, los cargos directivos, el personal de trabajo, el calendario de competiciones, todo debía partir de cero, porque no servía lo que existía con anterioridad para la nueva etapa y, además, había que andar con tiento y mano izquierda para evitar los típicos «piques» territoriales. No obstante, creo que valió la pena y conseguimos poner ciertas bases para el futuro, consolidando la organización autonómica.

Por otra parte, fue una etapa estupenda, pues no en vano es mi deporte. El deporte al que lleva asociado más de 40 años, que se dice pronto, desde que en 1964 comencé a practicarlo con 13 años, del que fui, también, entrenador, y por último dirigente, por lo que le tengo un cariño especial. El atletismo, me permitió continuar profundizando en el campo de la gestión, aprendiendo y aportando novedades. Así, al margen de la propia estructura organizativa de la FACV , creamos los campeonatos autonómicos, paso lógico obligado, que conseguimos fueran televisados unos años por Canal 9 en directo; el Gran Premio Caja de Ahorros de Valencia (la actual Bancaja), patrocinado por esta entidad, con premios a los atletas y competiciones puntuables en las 3 provincias; las competiciones y encuentros internacionales volvieron por Valencia, gracias a esos dos primeros mítines internacionales en pista cubierta organizados en 1987 y 1988 y a un España-Francia en el Pabellón de la Fonteta cuando tenía pista de atletismo. En fin, que para un amante del atletismo como yo, me lo pasé muy bien, y que algunos todavía lo recuerdan con agrado.

Desgraciadamente, tuve que dimitir en 1993, porque el Presidente de la Federación Española (RFEA), José Mª Odriozola me ofreció en su segundo mandado hacerme cargo de la gestión económica de la federación y para evitar suspicacias de otras federaciones territoriales o de clubes no valencianos, creí más oportuno no compaginar ambos cometidos.

Yo ya estaba en la Junta Directiva de la RFEA desde que, al poco tiempo de ser Presidente de la FACV , Juan Mª De Hoz, el presidente en aquel entonces, me ofreció estar en su junta directiva. No había nadie de Valencia en ese momento y acepté. Estábamos en 1987 y a finales de 1988 se celebraron elecciones, y fui uno de los pocos (sólo 2) de esa Junta Directiva de J.M. de Hoz que apoyó a Odriozola. Fuimos (la FACV ), además, la federación territorial que le aportó más votos, puesto que el otro candidato era catalán, cuya federación contaba con la mayor representación en la asamblea, mientras que otras como Andalucía o Madrid estaban divididas, al contrario que la valenciana. José Mª Odriozola ganó esas elecciones y durante 20 años fui Vicepresidente 1º de la RFEA.

Ante todo, digamos que aprendí de economía. A la fuerza ahorcan, que dice el refrán. Y es que uno sabe cómo empieza a ejercer su vida laboral, qué ha estudiado, pero no cómo acaba, máxime en el mundo de la Actividad Física y el Deporte, nuevo, cambiante, con nuevas áreas de conocimiento que se abrían, con la necesidad de encontrar profesionales y con la exigencia cada vez mayor de realizar una gestión de corte empresarial y no «amateur», es decir: dedicando un rato por las tardes como ocurría a principios de los años 1990, incluso. Sea como sea, lo cierto es que «el marrón » al inicio de 1993 era cómo para pensárselo dos veces. La RFEA tenía un déficit de 160 millones de pesetas, de un presupuesto que apenas llegaba a 800, nada que ver con el actual, que supera los 2.000 millones de pesetas (12,7 millones de euros de presupuesto ordinario en 2007 y 12,3 millones de 2008, sin contar los eventos extraordinarios). Se debía la mayor parte de las becas, no existía ninguna medida financiera, como póliza de crédito, préstamo o similar, que permitiera aliviar los problemas de tesorería. Hubo que establecer urgentemente este tipo de medidas y aprobar una póliza de crédito, que permitiera continuar la actividad normal, que de eso se trataba, al fin y al cabo. Se contaba para ello con unos presupuestos y subvenciones, que, aún cuando había que esperar a su aprobación anual, estaban más que consolidadas, lo que debería permitir contar con esos recursos financieros.

Conseguimos, no sin agobios, salir del problema y la RFEA desde 1993, salvo un par de ejercicios económicos, tuvo siempre superávit económico, lo que le permitió enjugar aquel déficit agobiante y contar con un Fondo Social (en términos técnicos) positivo, que a finales de 2007 era de 494.670,07€, nada que ver con aquellos duros comienzos, que ya me hubiera gustado a mí empezar con un panorama como el actual.

Los primeros cuatro años de mandato de Odriozola, estuve en temas más de carácter técnico, ocupando la Vicepresidencia del Comité Técnico, yendo de delegado de equipo a los principales eventos, pero nada más en lo que llamaríamos gestión federativa, aunque en este periodo, ya tuve entre las manos la organización de mi primer gran evento: el III Campeonato del Mundo de Atletismo en pista cubierta, celebrado en Sevilla en 1991.

Pero era una organización externa a la RFEA, con un Comité organizador formado por todas las instituciones sevillanas (Ayuntamiento, Diputación y Junta de Andalucía), el CSD en representación del Gobierno central, además de la propia RFEA. Había bastante preocupación por su organización. Era el primer campeonato del mundo, que no fuera de cross que organizamos, estábamos a un año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, y se trataba de un deporte como el atletismo de claras connotaciones olímpicas, de manera que los fallos organizativos podían afectar a la credibilidad de cara a los Juegos. Estuve algo más de dos años en Sevilla, desde Octubre de 1989, con la única experiencia de la Copa del Mundo de Barcelona, celebrada en 1989, y de cuyo Comité era Vicepresidente, de los propios campeonatos federativos, y de los eventos que se habían montado en Valencia en los años 1980, de cuyos comités organizadores forme parte.

Pero la cosa no salió mal y, quizás, por ello, me tocó volver a Sevilla cuando en marzo de 1997, se nos concedió el único campeonato del mundo al aire libre que hemos organizado. Allí estuve, de nuevo, desde finales de 1997 hasta diciembre de 1999, pero por en medio me tocó, también, ser el Coordinador General del campeonato europeo de atletismo en pista cubierta de Valencia de 1998, hasta que me fui a Sevilla y me sustituyó el Presidente de la FACV en ese momento, Pepe Campos, aunque me mantuve de adjunto suyo hasta la celebración del campeonato la última semana de febrero de 1998.

Este último, fue para mí, el campeonato que mejor nos ha salido organizativamente, pero falló en dos cuestiones fundamentales para que un evento se perciba como exitoso: la asistencia de público, que no llenó ni las 4.000 escasas localidades del Palau-Velódromo Luis Puig, y los buenos resultados deportivos españoles, que no pasaron de discretos, pues se sacaron 3 medallas, ninguna de oro, cuando se esperaban al menos 6. La sociedad valenciana, ni, sus autoridades obviamente, apostaban entonces por los grandes eventos y, así nos fue.

La dificultad de un campeonato en pista cubierta tampoco es la misma que el de un campeonato al aire libre, y el trecho entre un europeo y un mundial también es grande, y si a ello se le suma que no existía un estadio, las cosas se presentaban bastante complicadas cuando me hice cargo de la Coordinación General del 7º Campeonato del Mundo de Atletismo de Sevilla. En efecto, el campeonato que se concede en marzo de 1997 no disponía de estadio, sino de un gran «agujero» en la Isla de la Cartuja. Era un estadio cuya construcción se previó para la Expo de 1992, pero no se hizo finalmente. ¿Se imaginan Vds., organizar un gran evento, como es el mundial de atletismo, con sólo dos años y medio de tiempo, y sin estadio? Pues se hizo. Con problemas, con zonas sin finalizar totalmente, incluso, con otras terminadas in extremis, sin conocer el estadio, sin saber su nivel real de ocupación de espectadores, con dificultades en los accesos…Para qué seguir. Cuanto más lo pienso, más increíble me parece, pues en primer lugar, fue el campeonato que se concedió con menor tiempo entre la fecha de concesión y la de celebración; en segundo lugar se diseña un estadio pensando en unos posibles Juegos Olímpicos (Sevilla presentó su candidatura para la ediciones de 2004 y 2008, adjudicadas la primera en 1998 y la segunda en 2001) y su utilización por los dos clubs de fútbol, Sevilla y Betis, pero nunca en el atletismo; ese estadio cuenta con un aforo excesivo de 58.000 localidades, y con 4 torres pensadas para otras actividades sociales y/o comerciales (un hotel, en funcionamiento, cines, que nunca se pusieron en marcha, un centro para federaciones, que está en proyecto y locales para la administración deportiva local y autonómica), que nunca llegaron a tiempo y que retrasaron la obra por su volumetría.

Sin embargo, a diferencia del europeo de Valencia, y a pesar de las graves dificultades organizativas, sobre todo provocadas por la instalación, el campeonato fue un éxito, porque tuvo las dos bazas que faltaron en el velódromo Luis Puig: público, pues acudieron 452.000 personas en sus 9 días de actividad, y los nuestros sacaron 4 medallas, dos de ellas de oro.

Las tareas organizativas me llevaron con posterioridad a alejarme de nuevo de Valencia, y es que, definitivamente, se puede decir no solo que se ha convertido en casi un hábito, sino que esa transformación que se ha ido produciendo en la profesión, desde la inicial orientación académica y de entrenamiento a la de gestión, me ha afectado de forma total. En el campo de la gestión de eventos, además, los traslados y cambios de domicilio son constantes, como bien saben los que se dedican a la organización de los mismos, de modo que hay que estar con la maleta preparada, como quien dice.

Así, en julio de 2000 me trasladé a Almería para organizar los Juegos Mediterráneos de 2005, ya que en febrero de ese año, el Comité Permanente del COJMA 2005 (Comité Organizador Juegos Mediterráneos Almería 2005), me había elegido como Consejero Delegado por unanimidad, siendo ratificado en el mes de abril por el pleno de ese Comité. El bagaje de Sevilla fue importante. En esta ocasión, aún siendo ciudades distintas, conocía el medio, puesto que dos de las instituciones que componían el Comité (CSD y Junta de Andalucía) eran las mismas que en Sevilla, aún con personas distintas, y contaba con un fuerte apoyo del organismo deportivo, que en este caso no podía ser otro que el Comité Olímpico Español, y nunca agradeceré bastante ese apoyo por parte de su Presidente, Alfredo Goyeneche, en el momento del aterrizaje en Almería, que es cuando más se necesita. Su sucesor, José Mª Echevarría también mostró ese apoyo continuamente, algo importante para la estabilidad de este tipo de organizaciones, que cuando se conceden a 6 años vista pasan por distintos avatares políticos y cambios en su composición.

No podía ser de otro modo en Almería, puesto que la competición, muy al contrario que el Campeonato del Mundo de Sevilla, dispuso de bastante tiempo. Los Juegos se concedieron en abril de 1999 y se inauguraron el 24 de junio de 2005. Hubo, por tanto, más de seis años por delante, y el primer cambio en la composición del Comité ya se produjo antes de su total conformación y legalización. En junio de 1999 hubo elecciones municipales y cambió el equipo de gobierno municipal. El PP que dirigía el Ayuntamiento con mayoría absoluta, perdió ésta y una coalición PSOE/IU gobernó hasta 2003. En ese momento el PP retomó el gobierno municipal, pero sin mayoría absoluta sino en coalición con el GIAL (Grupo independiente de Almería), encabezado por Juan Megino, el alcalde que consiguió los Juegos, siendo militante del PP. Pero en setiembre de 2002, este partido decidió presentar como candidato al entonces Presidente de la Diputación y después alcalde de Almería, Luis Rogelio Rodríguez-Comendador. El pacto en estos dos grupos no fue sencillo y afectó a la estructura de los Juegos: para el PP la alcaldía, para Juan Megino (GIAL), la primera tenencia de alcaldía y urbanismo, y la presidencia de los Juegos, lo que obligaba a cambiar los Estatutos, ya que en los mismos constaba que el Alcalde era el Presidente.

Cuento todo esto, para que nos demos cuenta de lo complicado que supone, en ocasiones organizar un evento, y de qué manera los cambios políticos en las instituciones pueden afectarle. Porque la cosa no quedó ahí. De una presidencia del PSOE entre 1999 (el Comité se creó definitivamente en Octubre de ese año) y 2003, pero mayoría del PP en el Comité, debido a la representación de la Diputación y del Estado, se pasó a una mayoría del PSOE con Presidencia de un independiente coaligado con el PP, después de las elecciones generales y andaluzas de 2004. A nivel estatal ganó el PSOE, por lo que cambiaron los 3 representantes del CSD, y este partido obtuvo la mayoría absoluta en Andalucía, de modo que los 3 representantes de la Junta de Andalucía también fueron de este partido (antes gobernaba en coalición con el Partido Andalucista y dado que la Consejería de Turismo y Deportes estaba en manos de ellos venían 2 representantes del PA por 1 del PSOE).

Precisamente, teniendo en cuenta todos estos cambios, era fundamental mantener el equipo de trabajo, el Comité Técnico, como se le denominó y en esa estabilidad jugó una baza clave el COE. Sin embargo, cabe decir que los representantes institucionales, a todos los niveles, de un signo o de otro, supieron estar a la altura, presionaron muy poco para provocar cambios en los directores del evento y eso fue, a la postre, una de las bazas más importantes para el éxito de los Juegos. Es más, ese buen comportamiento institucional y la unión entre las instituciones, con sus discrepancias lógicas, que mayoritariamente se quedaron entre bastidores dentro del Comité, se ha convertido en un aval para los organizadores de eventos a la hora de pedir competiciones internacionales. Es más, Jaime Lissavetzky, Secretario de Estado para el Deporte, con cuyo apoyo conté desde el primer día, ha acuñado ese estilo de trabajo como el «spanish model», una característica que vendemos por ahí fuera.

Mucho cambiaron las cosas en Almería, y el nivel de sufrimiento fue bastante menor, ya que las cosas se planificaron bien y con tiempo (disponíamos de él). De entrada se adjudicó a un experto en planificación como Fernando París, que fue Director de Gabinete del Secretario de Estado para el Deporte con Felipe González y luego Ministro, Javier Gómez Navarro, la elaboración del Plan Director, y en él se incluyeron diagramas de operaciones temporales, que permitieron prever cualquier tipo de incidencia y asegurar que los trámites burocráticos, por ejemplo, en la construcción de instalaciones no afectaran a la organización y que se cumplieran las previsiones. Realmente se hizo una buena planificación. Contamos, también con mucho apoyo. Tanto las instituciones como los ciudadanos se volcaron en el acontecimiento. El resultado final fue una gran satisfacción, puesto que aquí, como en ningún otro lugar, las condiciones necesarias para el éxito: buena organización, excelentes resultados del equipo español (que por primera vez casi igualó a Italia y Francia en el número total de medallas, con un aumento respecto a la edición anterior considerable) y gran asistencia de público que llenó las instalaciones.

De manera que Almería siempre estará presente entre mis mejores recuerdos. Fueron seis años formidables, de gran trabajo, no exentos de problemas, de ciertas incomprensiones y críticas, pero a las que superan con creces los aspectos positivos. Aunque los Juegos Mediterráneos no estén en la primera fila mediática de la organización de eventos deportivos, su organización es complicada, y salvado las distancias, técnicamente, con un desarrollo muy similar a los Juegos Olímpicos, su «hermano mayor». Tener 22.424 personas acreditadas, 5.508 de ellas miembros de las delegaciones oficiales de los Comités Olímpicos Mediterráneos, entre deportistas, delegados, entrenadores y personal sanitario; una Villa Mediterránea para alojarles con lo que ello supone de complicación logística; 40 instalaciones deportivas entre competición y entrenamiento y 4 circuitos de pruebas exteriores; 3 centros de Medios de Comunicación, y 6 de acreditaciones, entre otro tipo de oficinas. Todo eso no es una cuestión fácil ni mucho menos, sobre todo para una ciudad de tamaño medio/pequeño con 180.000 habitantes. Si, finalmente, además, se acaba con un superávit económico el nivel de autoestima y satisfacción sube muchos enteros. Por otra parte, además, según los datos facilitados por Sofres la audiencia televisiva acumulada en España fue de 25.471.000 espectadores. Hubo 290 horas de retransmisión en directo (230 por TVE y 60 por Canal Sur), cuya máxima audiencia fue la final de Fútbol entre Turquía y España con 1.250.000 espectadores (TVE2). Según el estudio de Sofres, los Juegos generaron sólo durante su celebración 659 noticias que fueron vistas por un total de 259 millones de personas. Y en prensa se produjeron 3.305 noticias entre el 1 de junio y el 6 de julio, con 2.948 páginas dedicadas a los Juegos y un impacto de difusión 154.758.172 ejemplares (OJD) y 949.730.000 lectores (EGM).

La cosa, pues, era ideal para retirarse. Pero no pudo ser. Terminados los Juegos, durante el año 2006 colaboré como asesor técnico con el Comisionado del Gobierno de España para la Copa del América de Valencia, Ricard Pérez Casado, y después José Mª Odriozola, el Presidente de la RFEA me propuso como Coordinador General del Campeonato de Europa de Atletismo de Barcelona en 2010. Así, que continué con mi labor organizativa, yendo uno o dos días a la semana a la Ciudad Condal para ir poniendo en marcha la gestión del mismo, durante el año 2007 y 2008, hasta el mes de setiembre, en el que me vi obligado a renunciar al no poderme trasladar a vivir de forma permanentemente allí durante los dos años que quedaban hasta 2010, aunque me mantuve en el Comité y como asesor técnico de la organización.

El Presidente de la RFEA también me propuso como Coordinador General del Campeonato del Mundo de atletismo en pista cubierta de Valencia en marzo de 2008. Era lo lógico, porque al margen de ser mi ciudad, había sido antes el máximo responsable ejecutivo en un campeonato similar en Sevilla en el año 1991, y, también había estado en el comité organizador que montó el mundial de pista cubierta de Barcelona en 1995. Es decir, los dos campeonatos anteriores del mismo tipo realizados en España. Eso sin contar, que fui el Coordinador General del único mundial al aire libre por el momento celebrado en España, y, especialmente el Coordinador General del Campeonato de Europa de Valencia en 1998 con el PP detentando todo el poder institucional en sus manos: Ayuntamiento, Diputación, Generalitat y Gobierno central y no había habido ningún problema. No pudo ser porque el PP se opuso rotundamente, o, al menos sino como partido, sí institucionalmente a través de sus representantes en las negociaciones para la conformación de Comité: el ínclito David Serra, a la sazón Secretario Autonómico de Deportes y Cristóbal Grau, Concejal del Ayuntamiento de Valencia. Pero el culpable estaba mucho más arriba, en el propio Presidente de la Generalitat, instigado por su gran amigo Rafael Blanquer, a quien no le interesaba que yo estuviera en el campeonato, para «manejarlo a su antojo, lo que no logró del todo, puesto que al final tampoco fue Coordinador General quien a él le hubiera interesado.

La cosa resultaba insólita, más todavía, por cuanto en los últimos 8 años había vivido fuera de Valencia. ¿Qué había hecho yo? Si hemos de hacer caso a la versión oficial que le dieron al Presidente de la RFEA, al estar colaborando con Ricard Pérez Casado, y, por tanto con el PSOE, en la Copa del América no podía estar en el Mundial de Atletismo, dejando caer mi vinculación con este partido. Si hemos de creer la versión que dieron algunos de esos responsables políticos del deporte valenciano mencionados, Grau y Serra, vetadores oficiales, preferían a una persona que hubiera estado desde el principio y no yo que andaba aún por las costas almerienses. Y si hemos de creer a la propia «intuición» y a la sabiduría popular, es decir a la base del deporte y el atletismo valenciano, que lo tiene claro, el «veto» se debió al personaje citado antes.

Sea como fuere, lo cierto, es que no pude estar en la organización de un campeonato del Mundo que se organizaba en mi «pueblo, porque algunos «indocumentados », así lo decidieron, siguiendo «consignas políticas». Uno de ellos, incluso, como David Serra ha pasado tan fugazmente por el campo del deporte que no ha dejado nada. Yo, al menos, por lo único que le recordaré es por vetarme para organizar ese campeonato. Triste balance en su gestión.

Pero lo que las instituciones valencianas no aceptaron, si lo hicieron las catalanas, y además, debo decir que encantadas. Tuve un apoyo total y cuando, obligado por las circunstancias tuve que renunciar, la verdad es que me supo muy mal, precisamente por esta razón. Pero en Barcelona no sólo se aceptó que una persona no catalana fuera el Coordinador General, sino también que el Presidente de la RFEA fuese el Presidente del Comité, cosa que en Valencia tampoco aceptaron, dicho sea de paso, rompiendo el modelo organizativo más lógico que había remitido y planificado la federación. En Valencia, Odriozola se vio obligado a ceder esa presidencia a la Alcaldesa de Valencia. Diferentes criterios, diferentes visiones entre los actores políticos de un lado y el del otro. El caso es que entre la cesión de la Presidencia y el «veto» al Coordinador propuesto la formación del Comité y la firma de los convenios correspondientes se retrasó 8 meses, hasta que yo mismo y Odriozola cedimos, pues pasaba el tiempo y el campeonato peligraba. No valía la pena y no se podía trabajar con quien no te quería.

La cuestión, para quienes nos dedicamos a la gestión, acabó siendo más absurda todavía, pues dado que el CSD no aceptaba mi veto, y si se producía, no aceptarían la propuesta alternativa emanada desde Valencia, la solución de consenso fue nombrar a José Luis de Carlos, director General de la RFEA como Coordinador General. En síntesis, que un señor que vive en Madrid y que ya tenía mucho trabajo (aparte de la RFEA, era el Coordinador General del Campeonato de Europa de cross que se celebraba en Toro en diciembre de 2007 y Vicepresidente de la Asociación Europea de Atletismo) debió venir a Valencia a hacerse cargo del Mundial y yo mismo que vivía en Valencia tenía que irme a Barcelona para organizar un europeo al aire libre.

Sin embargo, este incidente me permitió un mejor y más tranquilo regreso a la enseñanza en la FCAFD de la Universitat de València, aunque en la práctica siga en contacto con la gestión deportiva a través de varios eventos o candidaturas, como el Campeonato de Europa de Atletismo de Barcelona o la candidatura de Tarragona a los Juegos Mediterráneos de 2017.

En esa vuelta a la enseñanza ha habido cambios importantes en los planes de estudios y el área de gestión ya cuenta con una serie de materias que permiten a los estudiantes salir con los conocimientos necesarios para desarrollarse profesionalmente en un sector que se ha convertido en los últimos años en la segunda fuente de empleo, y, probablemente, en la primera con un mayor número de plazas libres, ya que la enseñanza está saturada y las plazas salen con cuentagotas. Ello representa un cambio sustancial desde que en 1987 se creara el INEF valenciano, y me permitió impartir materias más acorde con mi actividad y una especialización a la que me había encaminado de los últimos tiempos, cuestión que beneficiaría, creo, a los estudiantes, en tanto en cuanto a la teoría puedes añadir la experiencia práctica. Así, he asumido una asignatura que todo el mundo conoce por Planificación de Eventos, pero que tiene un nombre mucho más amplio y enrevesado, y que compartí con lo que se ha convertido en un gran «hobby» intelectual: la historia del deporte, a la que llevo dedicado desde que se abrieron las puertas de Cheste a estos estudios.

No eran los únicos cambios con los que me encontré, porque el más trascendental fue la consolidación de la integración en la Universidad y el traslado del centro al Campus de Blasco Ibáñez, una vieja reivindicación, sobre todo, estudiantil. Ello acabó con el periodo de interinaje, con directores o decanos que no pertenecían a estos estudios y ni siquiera al centro, como había ocurrido hasta la elección de Vicente Carratalá como decano, salvo un pequeño periodo en que Pepe Campos fue nombrado director técnico por la Conselleria de Cultura y Educación, una manera de no incumplir un convenio con la Universitat en la que se marcaba que el Director, nombrado por la Conselleria debía ser profesor de la Universidad y tener a una persona vinculada al centro, y específicamente, a la profesión.

En esos seis años se habían consolidado tres unidades de investigación, el departamento de Educación Física y Deportiva, sólo incipiente y casi recién creado en 2000, mientras los profesores habían ido desarrollando su currículum universitario, en el que partíamos con la desventaja de la tardía incorporación a la Universidad. Esto es lo trascendental, lo verdaderamente importante y donde se trazan las vías para el futuro, al margen de las discusiones y discrepancias de siempre o las pequeñas rivalidades personales, fruto del quehacer humano. Nos falta mucho trecho por recorrer para la consolidación del centro dentro de las estructuras universitarias, para contar más entre los órganos directivos de la propia Universidad y entre el resto de la comunidad científica, pero todo se andará.

De modo que, muy al contrario a lo que me ocurrió en Octubre de 1999 a mi vuelta del Campeonato del Mundo de Sevilla, donde estuve un periodo escaso de 9 meses antes de mi marcha a Almería, ahora he consolidado mi faceta universitaria. Me he acoplado bien tras seis años de ausencia, estoy entusiasmado, he participado en la elaboración del nuevo plan de estudios (de algún modo obligada por el proceso de convergencia europeo de la enseñanza superior, el llamado proceso de Bolonia), el Grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, y he reorientado mis pasos hacia la enseñanza, y la investigación, al tiempo que quiero tener una mayor dedicación a la tarea de «escribidor», algo abandonada por la dedicación a la gestión.

De manera, que así es como hemos llegado a la realidad actual, de la que este capítulo pretendía ser una pequeña muestra personal de cómo se ha ido transformado una profesión, con el deseo expreso de que sirva de acicate e invitación a la reflexión y el debate en torno a este campo de la actividad humana tan enriquecedor.

Pasión por el deporte

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