Читать книгу El exilio de los marinos republicanos - Victoria Fernández Díaz - Страница 7
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Cataluña perdida, el 27 de febrero de 1939 Francia e Inglaterra se apresuran a reconocer a Franco antes de que la guerra se dé por terminada[1]. Al día siguiente, Azaña dimite de la presidencia de la República desde París. En marzo de 1939, la República no tiene posibilidades de ganar la guerra, a menos que la situación internacional permitiera darle un nuevo soplo a sus fuerzas militares.
En Cartagena, donde está la flota republicana, se hacen cada vez más intensos y frecuentes los bombardeos. El 5 de febrero la aviación italiana mata a 30 personas y destruye 150 edificios. Durante los escasos primeros 5 días de marzo de 1939 Cartagena soporta 6 bombardeos[2].
El desaliento, las dudas, invadieron poco a poco la situación y los ánimos.
Entre el 4 y el 5 de marzo, la situación en Cartagena se hace extrema, confusa, dramática. A partir de las once de la noche del día 4 se desencadena toda una maraña de conspiraciones y sublevaciones que terminan por crear una situación caótica. Los presos fascistas son liberados. La emisora de la flota republicana, las baterías de costa, el arsenal, Capitanía, el regimiento de Artillería de Marina y el parque de Artillería terminan por ponerse al servicio de Franco.
Y la flota republicana levanta anclas para una salida sin retorno.
Ese día salieron de España unos 4000 marinos[3] que, al parecer, se tragó la mar. Estos marinos, firmemente leales a la República cuando hubo que demostrarlo, en julio de 1936, desaparecen en el horizonte de África. ¿Qué fue de esos hombres jóvenes[4] que desde el primer momento defendieron la República? Los que quedaron en España tuvieron que padecer el terror de la posguerra, si consiguieron sobrevivir al genocidio físico e ideológico que desencadenó el triunfo franquista. Los que se marcharon, lo hicieron despojados de todo. Se vieron, casi sin darse cuenta, abocados al exilio. Un exilio que les arrancó para siempre de sus raíces y de su porvenir, que les convirtió en apátridas.
Sólo les quedó reinventarse la vida.
Para reconstruir su destierro he recurrido fundamentalmente a la memoria de estos hombres. Ésta ha sido la columna vertebral de este trabajo. Me ha parecido importante dar la palabra a los protagonistas ya que, no sólo no se les ha dado nunca, sino que han sido reiteradamente denigrados por los vencedores. Una espesa capa de silencio ha cubierto sus voces, sus rostros, sus experiencias y sus luchas. Además, el silencio sobre los marinos republicanos ha sido doble. Por un lado, han tenido la pesada losa de silencio que el franquismo echó sobre todos los republicanos. Por otro lado, a este silenciamiento se ha añadido el impuesto por la elitista marina franquista que jamás soportó que «los cabos, clases y marinería» les torcieran los proyectos de sublevación el 18 de julio de 1936, ni que la flota republicana navegara, prácticamente sin oficiales, durante tres años, ni que plantaran batalla cuando hubo que hacerlo, ni que les hundieran el flamante crucero Baleares, con todo el Estado Mayor franquista a bordo, ya que era su buque insignia.
En primer lugar acudí a los propios marinos aún supervivientes. Pude tener el testimonio directo de 16 marinos republicanos. Con alguno no fue posible recabar información porque la memoria se le había diluido en el tiempo. Con otro, habiendo sufrido en carne propia la represión franquista, temió que la publicación de sus recuerdos aún pudiera perjudicar a sus hijos. Pero, en todos los casos, mis peticiones y mis motivos fueron bien acogidos, aunque algunos con un deje de decepción. «Ah, del exilio y todo eso…, no de la guerra…». Hablar de «sus» barcos, de su formación, de sus viajes, de «su» guerra… sí, pero de aquella otra parte, tan poco interesante, tan humillante a veces, tan dura siempre, no era lo que más les apetecía. A pesar de todo eso, siempre encontré la colaboración y el afecto de todos.
La conversación tranquila en un ambiente de confianza se convirtió en el mejor instrumento para aproximarme a la vida de estos testigos. Fueron conversaciones, más que entrevistas, en torno a un cuestionario debidamente planificado pero que jamás volví a utilizar después de casi echar a perder uno o dos testimonios por utilizarlo de forma explícita. Me di cuenta de que el frío cuestionario retraía, paralizaba y dificultaba la fluidez del recuerdo. Alguno se sintió abrumado por la precisión y la cantidad de preguntas que debía contestar y zanjó el tema alegando que no recordaba nada cuando antes había estado contando anécdotas y detalles interesantes de sus experiencias. A partir de entonces, opté por crear un buen clima para conversaciones distendidas. Sólo así se abrieron paso episodios lejanos en el tiempo y en muchos casos dolorosos. Además fueron necesarias varias conversaciones para ir completando detalles, confirmando o desmintiendo elementos contados por otros. Cuando hablamos de recuerdos de hace 70 años, la memoria no es una caja que se abre y se cierra a voluntad. Los elementos que la constituyen van subiendo a la superficie de la conciencia, poco a poco, un recuerdo hace surgir otro, como cerezas.
He contado con la colaboración inestimable de Manuel Pedreiro Pita que siempre tuvo la costumbre, desde su juventud, de recopilar documentos, periódicos, y de llevar un diario. Es un verdadero archivo viviente. Goza de una memoria envidiable y tuvimos largas charlas y una importante correspondencia (más de 20 extensas cartas, a veces, más bien paquetes, repletas de notas, fotocopias, fotos, etc.). Sin él, la mitad de este libro no se hubiera podido escribir.
Otra fuente de información han sido las amplias memorias escritas por tres marinos. Ninguna ha sido publicada y han quedado en manuscritos. Las del comandante del destructor Almirante Miranda, David Gasca, fueron particularmente interesantes por ser un oficial que estuvo al mando de buques durante toda la guerra y por haber contado para su redacción con la colaboración de muchos marinos en el exilio. Estas memorias se han completado con numerosos relatos cortos sobre la guerra de España y el exilio que escribieron varios marinos.
Como fuentes contemporáneas de los acontecimientos, he podido consultar algunas cartas escritas desde el primer exilio. En este ámbito, han sido importantes las del auxiliar alumno de Artillería Antonio Pons Cladera desde el campo de Meheri-Zebbeus o las intercambiadas entre el comandante David Gasca y el almirante Luis González de Ubieta.
He buscado también informaciones de las familias. He podido contactar con familiares de casi 50 marinos de la flota republicana, exiliados, represaliados o fusilados. He hablado con algunas viudas. Sus vidas también han estado marcadas por el trágico final de la guerra de España y por la posterior sucesión de acontecimientos que sacudieron Europa. Si sus maridos apenas ocupan unos renglones en los libros de historia, ellas viven condenadas al más absoluto silencio. He contactado también con hijas e hijos de aquellos marinos. Ellos también me han abierto con generosidad los recuerdos, los documentos, los álbumes de fotos que conservaban. Este exilio aún alcanza a una tercera generación. En algunos casos han sido las nietas y los nietos quienes han aportado y buscado una memoria que, a veces, pensaban perdida.
La conversación con los familiares de los represaliados o los fusilados ha sido dolorosa porque es abrir no sólo la caja de los recuerdos, sino también la de la impotencia, la rabia, el sufrimiento, el silencio, largo tiempo encerrados en el último rincón de la memoria por la feroz represión que vivieron. He incluido, en la medida de lo posible, la memoria de los represaliados y fusilados porque su recuerdo siempre siguió a sus compañeros durante el exilio. Una de las primeras cosas que hizo el teniente de navío José Fernández Navarro, cuando pudo volver a España, fue buscar dónde estaban enterrados dos de sus mejores compañeros y llevar flores a su tumba. Recopilar los nombres de los marinos republicanos ejecutados me ha parecido un deber de memoria necesario. Sus nombres nunca fueron esculpidos en letras de oro sobre placas de mármol. Sin embargo, fueron ejecutados por defender una causa justa y es de justicia que, al menos, se pueda conocer los nombres de estos hombres.
Otro elemento con el que he contado han sido las fotos. Para ello he utilizado como punto de partida tres álbumes de fotos, uno de ellos comentado, de José Fernández Navarro con material sobre sus diez años en la Marina. Luego, a lo largo de las entrevistas, he ido reuniendo fotos y documentos. Ilustran lo que podía ser sólo una lista vacía de lugares o de nombres. Además, las vistas del desierto, de las vagonetas, de las minas, dan realidad a sus relatos que a veces parecen casi increíbles. En cuanto a los retratos de los protagonistas no sólo reflejan la expresión de una cara, el peinado de la época, también muestran ese destello de vida, ese instante del tiempo que no cuentan las palabras.
Por lo demás, las fotos constituyen también una pequeña victoria sobre el olvido, el vacío total al que fueron sometidos los marinos exiliados, fusilados o represaliados por la dictadura.
Era necesario rescatar del olvido a estos hombres, llenos de proyectos, ilusiones y futuro, que vieron en la República la llegada de una sociedad más justa y más igualitaria. Era preciso recordar que estos hombres no hicieron más que cumplir con su deber defendiendo y sirviendo al Gobierno al que habían jurado fidelidad. Era importante recuperar para las generaciones futuras la memoria de los marinos republicanos[5] que supieron luchar en sus buques para defender la República y que siguieron luchando por su dignidad y contra el fascismo en su exilio.
Por último, contar la historia del exilio de los marinos republicanos, por su diversidad y su complejidad, es como un calidoscopio del exilio de la República, esa historia que empezamos apenas a conocer: campos de concentración, campos de trabajo, campos de castigo, lucha contra los nazis junto a los aliados, en Rusia, en el maquis, en los incipientes comandos ingleses, en el Ejército americano, en la Marina aliada, en la francesa, en campos de exterminio como Hadjerat M’Guil, Mauthausen, Sachsenhausen...
Al final, tras 9 años de guerra, dispersos por varios continentes, no volvieron a ninguna parte, porque no tenían dónde. Llevaron vida de apátridas, indocumentados, trabajaron «en lo que fuera», vivieron otros exilios, otros viajes, otras incógnitas hasta la paulatina integración donde les tocó: Túnez, Argel, Marruecos, Francia, urss, Chile, Argentina, México, Suiza, Cuba, Canadá, Estados Unidos… Exiliados incluso en su país, cuando los supervivientes al fin volvieron, porque habían pasado más años fuera que en España y no era la que habían dejado 30 años atrás.
La guerra de España y sus secuelas han sido atrozmente silenciadas. Sin embargo, están aún soterradamente vivas en, al menos, la mitad de las familias de nuestro país. Era imprescindible recuperar los datos pero también las voces de sus protagonistas, antes de que se apaguen.
Recordar es recuperar nuestra identidad y comunicarla, es reelaborar el pasado para que no sólo sea nostalgia y añoranza, sino fuente de vida y nuevas sensaciones. Esa memoria recuperada acumula lo vivido y lo no vivido, lo deseado y lo ocurrido, diluye las fronteras del tiempo y estimula el sueño[6].
[1]. Con Francia se firmó un protocolo el 25 de febrero de 1939. Recordemos que el famoso parte que da por terminada la guerra se emitió el 1 de abril. Los acuerdos, llamados Bérard-Jordana, que se hicieron públicos el 27 de febrero, pactan la devolución al «Gobierno nacional» de todos los bienes que estuvieran en Francia a causa de la guerra.
[2]. Juan Martínez Leal, República y Guerra Civil en Cartagena (1931-1939), Cartagena, Ayuntamiento; Murcia, Universidad, 1993, p. 323 y cuadro p. 316.
[3]. No todos los marinos salieron de Cartagena. Otros fueron evacuados por Rosas, Puerto de la Selva, Mahón o Alicante, como veremos.
[4]. La media de edades ronda los 22-25 años. Los comandantes de los buques tenían en torno a los 30 años.
[5]. A lo largo del libro llamaré «marinos» a los hombres que estaban embarcados en los buques de la flota, los oficiales, suboficiales, cabos y marineros ya que igualmente defendieron la República en los barcos, vivieron el exilio, la represión o cayeron ejecutados ante un pelotón de Infantería de Marina.
[6]. Carmen Martín Gaite, Hilo de la cometa. La visión, la memoria y el sueño, Barcelona, Espasa-Calpe, 1995.