Читать книгу Alberto, tenemos un problema - Victoria Giarrizzo - Страница 10
Las crisis tienen nombres y apellidos
ОглавлениеCuando el viejo burro de un campesino cayó en un pozo, su dueño pensó “burro viejo, pozo seco”, para que esforzarme en sacarlo si igual no sirve y morirá. Más fácil, reunió a sus vecinos para que lo ayudaran a tapar el pozo con tierra y sacrificarlo adentro. Viendo lo que estaba sucediendo, el burro en el fondo del hoyo rebuznaba desconsolado, hasta darse cuenta de que nadie lo rescataría, y rendirse. Pasaron algunos minutos, el burro abrió los ojos y sonrió. Se incorporó pausadamente y sacudió la tierra que cubría su lomo y su cabeza. A medida que iba cayendo la tierra, la fue usando para dar pasos hacia arriba que lo acercaban a la salida. Cuando el pozo estuvo casi cubierto, los vecinos vieron sorprendidos cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando con más fuerza que cuando era joven.
Las que llamamos crisis a ciegas, suelen tener nombres y apellidos (los responsables también). Empresas y familias que alcanzadas por esos eventos caen en la bolsa de afectados que conforman en conjunto el concepto macroeconómico de “crisis”. Las historias individuales se multiplican en cada crisis. Contar una es solo un pedacito de tantas vidas, que, en algunos casos como el burro, lograron salir del pozo para volver a empezar y en otros, quedaron atrapados en la tierra que les cayó encima.
El caso de “La Delfina” es un ejemplo de crisis y recuperación. Carina Pag es la dueña de un tradicional restaurante en el interior de la provincia de Entre Ríos, que, bajo ese nombre, hace honor a la mujer que luchó junto al caudillo de la zona, Pancho Ramírez. “La Delfina” nació en 1971 de la mano de su padre, “Baby”, oriundo de la colonia alemana de Santa Anita. Negocio próspero, fue creciendo con el esfuerzo familiar. Para fines de los 90, tenían 15 empleados, y rentaban un local grande en pleno centro de la ciudad. Asomaba el año 2000 cuando el locador les triplicó el alquiler porque tenía una mejor propuesta: la instalación de un casino.
Los Pag eran dueños de una parrilla enfrente al restaurante, con inmueble propio, “Parrilla La Delfina”. Una opción era mudarse ahí, pero significaba despedir personal. Idea va, idea viene, para Baby el “cómo” crear empleo siempre había sido el motivador de sus negocios. Descartó esa posibilidad y sin locales para alquilar, compraron una vieja casona céntrica. Financiaron una parte con un crédito bancario y otra con un crédito en escribanía contra la hipoteca del inmueble de la parrilla. Sus ahorros los invirtieron en equipar el lugar, dejando un espacio gastronómico de primer nivel. Ni sospecharon que pronto vendría una crisis de dimensiones desconocidas, la crisis de 2001-2002.
Ya en 2001 la gente gastaba poco, la recesión se sentía, y la clientela había mermado. Pero el restaurante funcionaba y los créditos se pagaban. El 7 de enero de 2002 Argentina devaluó su moneda después de 10 años de convertibilidad. El dólar pasó de $1 a $3, y la deuda en dólares se triplicó en pesos. Imposibilitados de hacer frente a los pasivos, levantaron el restaurante y vendieron la casona por debajo del precio de compra para saldar la deuda con el banco. Faltaba la escribanía. Los meses transcurrían sin llegar a un acuerdo sobre la pesificación de esa deuda, hasta que llegó la fecha de remate del inmueble: junio 2003.
Baby, con un infarto encima, propueso quebrar y cerrar. Carina vio otro camino: conseguir dinero entre conocidos. Vendió su departamento, su auto, y para abastecerse de mercadería, desparramó cheques en uno de los principales supermercados de la ciudad, que confió y apoyó. Al poco tiempo, cumplió sus deudas, salvaron el inmueble y montaron el histórico restaurante “La Delfina” en la vieja parrilla, local pintoresco y renovado. Llevó su tiempo, y de a poco recuperó el sello floreciente.
Dieciséis años después, una nueva crisis volvió a sacudir al histórico restaurante: la cuarentena. Como muchas familias argentinas con varias crisis encima, no están preparados, pero sí acostumbrados.
En el historial de crisis, los comportamientos entre unos y otros empresarios difieren, depende del resto financiero, de su acumulación de capital, del estado de ánimo, de la rapidez en reconvertirse, de las redes de apoyo, y de ese concepto nuevo que llamamos “resiliencia”. Caídas sin rescates, ciclos malos interminables, ciclos buenos con fecha de vencimiento. Las familias y empresas se apoyarán en lo que puedan para recomenzar. El emprendedor, el empresario pyme, no se rinde. Pasará de un estado a otro, mostrando lo que podrían ser y hacer si el país les diera mejores oportunidades y condiciones.