Читать книгу El amor nunca se equivoca - Victoria Pade - Страница 4

Capítulo 1

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NO, Carter, no te puedes comer la tarta de queso con las manos —lo regañó el hombre—. ¡Y no te rasques la cabeza después de haber tocado la tarta! Estupendo, ahora tienes tarta en el pelo. ¿Puedes parar? Por favor…

Heddy Hanrahan estaba observando cómo interactuaban aquel hombre trajeado y el niño, que debía de tener unos dos años.

Estaban sentados a una de las mesas de su pequeña pastelería. Y, dado que eran sus únicos clientes en aquella tarde de lunes y que el hombre estaba pasándolo tan mal con el precioso niño de grandes ojos azules y pelo castaño lleno de tarta, Heddy no podía evitar mirarlos.

Para distraerse, se dio la vuelta y se miró en el espejo que había en la pared de detrás del mostrador.

Estudió su propio reflejo y vio preocupación en su rostro.

Había tenido la esperanza de que el negocio funcionase después de que apareciese en una revista un artículo que decía que sus tartas de queso eran las mejores de todo Colorado. Y había ido algo mejor al principio, pero ya habían pasado dos semanas y la situación había vuelto a la normalidad.

Lo que significaba que el negocio no funcionaba.

Arqueó las cejas para relajar las líneas de expresión que había entre ellas y volvió a bajarlas.

Su situación ya era suficientemente mala como para añadirle las arrugas.

Las preocupaciones también estaban haciendo que su piel pareciese todavía más pálida de lo habitual, sobre todo, con el contraste del pelo cobrizo oscuro y los ojos marrones, así que se pellizcó las mejillas y se dijo que al día siguiente se pondría algo de colorete.

Lo que más le gustaba de sí misma era el pelo, largo y ondulado, que solía llevar recogido para estar en la pastelería o cuando preparaba las tartas, y que enmarcaba suavemente su rostro.

Aunque no entendía que le preocupase su aspecto en esos momentos…

En cualquier caso, no podía tener nada que ver con su atractivo cliente, porque eso habría sido ridículo.

Dejó de mirarse al espejo y fingió ocuparse en colocar mejor las tartas en el expositor.

Había demasiadas tartas enteras, pero intentó no preocuparse. Tenía clientes, se dijo, y eso ya era algo…

Miró a través del cristal del expositor y vio al hombre intentando limpiar el pelo del niño con unas servilletas de papel.

Se incorporó y siguió mirándolo porque no tenía nada mejor que hacer, no porque no pudiese apartar la vista de él. Aunque tenía que reconocer que era uno de los hombres más guapos que había visto. Pero a ella esas cosas no le importaban.

Aunque fuese muy guapo.

Tenía el pelo moreno y corto, los ojos de un azul todavía más intenso que el de los ojos del niño, y la nariz perfecta.

Sus labios eran sensuales y la mandíbula parecía tallada en piedra.

Además, cuando entró en la pastelería le había sorprendido su altura. Tenía los hombros anchos y, al parecer, un cuerpo atlético. Lo que no entendía Heddy era que se hubiese puesto aquel traje tan bien hecho para pasar la tarde con un niño.

—Estupendo. Ahora te metes en la boca dos puñados de tarta a la vez —murmuró el hombre.

Heddy vio al niño comiendo con las manos y no pudo evitar sonreír.

Pensó que era un niño adorable para demostrarse a sí misma que no estaba mirando solo al hombre. Iba vestido con botas, unos pequeños vaqueros y una camisa de franela que el hombre debía de haber remangado en algún momento. Además, llevaba dos relojes de plástico, uno en cada muñeca, uno amarillo y el otro azul cielo.

Heddy sonrió con tristeza al ver los relojes. En realidad, todo lo relacionado con niños la ponía triste, por eso intentaba no fijarse demasiado en ellos. Era demasiado doloroso.

Al menos, aquel en particular era un niño, no una niña…

Se parecía algo al hombre… en los ojos y la nariz. Lo suficiente como para pensar que eran familia, aunque, por la manera de actuar del hombre, no parecía que fuese su padre. Tal vez su tío.

En cualquier caso, ella se alegraba de ver disfrutar al pequeño con su tarta de queso y chocolate.

—¡Más! —dijo después de haber lamido el plato vacío.

El hombre miró hacia donde estaba Heddy y sonrió avergonzado.

—Supongo que me he equivocado al pensar que podríamos compartir un trozo. ¿Puede ponernos otro? Tal vez de la tarta que tenía la mousse de chocolate blanco por encima.

—Por supuesto —respondió ella, alegrándose de poder hacer otra venta y de tener algo que hacer.

Cortó la tarta, la puso en un plato y salió de detrás del mostrador con él y con un paño húmedo en la mano. Dejó el plato fuera del alcance del niño, cosa que no se le había ocurrido hacer al hombre, y después le dio el paño húmedo.

—Puede limpiarlo con esto si quiere, supongo que funcionará mejor que las servilletas de papel.

—Yo creo que voy a necesitar una manguera —murmuró el cliente, aceptando el paño húmedo y dándole las gracias.

Luego, después de un instante, añadió:

—No será por casualidad Heddy Hanrahan, ¿verdad?

—La misma —contestó ella, sorprendida al darse cuenta de repente de que el hombre le sonaba de algo.

—Lang Camden —se presentó él.

—¿De los Supermercados Camden?

—Eso es.

Un Camden.

Por eso le resultaba familiar. Los Camden eran los propietarios de una conocida cadena de supermercados, además de poseer muchos edificios, negocios, fábricas, almacenes, camiones y de todo lo relacionado con los supermercados. Era una de las familias más ricas de los Estados Unidos.

Su riqueza y fama hacían que apareciesen en los periódicos y en las revistas de vez en cuando. Eran muchos, unos diez descendientes del hombre que había construido el imperio, además de la abuela. Había oído nombrar a los Camden muchas veces, y no precisamente con cariño, a su madre y a su abuelo. Por ese motivo, siempre que había visto algún artículo acerca de ellos, lo había leído con interés, así que estaba segura de que había visto la fotografía de aquel hombre en la prensa en alguna ocasión.

—¿Podemos hablar? —le preguntó él.

Heddy sintió curiosidad, ¿de qué querría hablar un Camden con ella?

—De acuerdo.

—¿Le importaría sentarse con nosotros? Tal vez ahí, fuera de la línea de fuego —le dijo el hombre, señalando la silla que había enfrente de donde estaban sentados el niño y él.

El niño se incorporó para meter la mano en el plato de tarta que ella había dejado en la mesa.

—Va a alcanzarlo —le advirtió Heddy al hombre.

Lang Camden apartó el plato justo a tiempo y luego volvió a sentar al niño.

—¡Más! —pidió este.

El hombre tomó una de las cucharas limpias que Heddy acababa de llevarle y la utilizó para probar la tarta. Después, con la otra, le dio un trozo al niño.

—Umm… —dijo el pequeño, antes de volver a abrir la boca para comerse otro trozo.

—Este es Carter —dijo Lang Camden un tanto aturullado—. Tiene dos años y medio y, como ya debe de saber, le encantan sus tartas. Y tiene motivos, porque están deliciosas.

—Gracias —respondió Heddy, preguntándose qué hacía allí aquel distinguido miembro de la ilustre familia Camden.

Ojalá a su madre no le diese por pasarse por allí justo en ese momento, porque Heddy estaba segura de que la visita no iría nada bien.

—Vimos el artículo acerca de la pastelería —le explicó Lang Camden, como si le hubiese leído el pensamiento.

—Más —dijo el niño.

—Va, va —le respondió Lang Camden, cediendo y acercándole el plato de tarta—. ¿Cuántas tartas distintas de queso hace?

—Muchas. Las hago con mousse y también de manera tradicional. Están las de siempre, solo de queso, con arándanos y frambuesas. Intento utilizar frutas de temporada. Ahora, en abril, empezamos a tener frutas de primavera. Voy cambiando de semana en semana, y también hago algunas tartas por encargo.

Él asintió.

—Vamos a lanzar un departamento de alta gastronomía en los Supermercados Camden —le informó—. ¿Qué le parecería encargarse de nuestras tartas de queso?

Aquello la sorprendió tanto que Heddy no supo qué responder, lo único que se le ocurrió decir fue:

—Es una broma.

—No, no es una broma.

Heddy dejó escapar un sonido extraño, algo entre una carcajada y un gemido. La idea era absurda.

—Esta tienda antes solo era mi casa —le contó—. El Ayuntamiento permite poner negocios en las casas antiguas de Main Street, así que es lo que he hecho. Convertí el sótano en una cocina que es lo suficientemente grande como para hacer las tartas que vendo aquí. Este espacio era antes mi salón y el porche, ahora es mi pastelería. Vivo en la parte trasera y en el piso de arriba. Así que es imposible, imposible, que pueda preparar tartas suficientes para un solo supermercado Camden.

Además, Heddy sabía que lo que aquel hombre le estaba sugiriendo era lo que estaba acabando con los negocios pequeños, como el suyo.

—Lo cierto es que nos gustaría empezar con los supermercados de Colorado, y luego ir ampliando a los del resto del mundo. Queremos que sus tartas de queso se vendan solo en los Supermercados Camden.

Heddy pensó que no podía estar hablando en serio.

Pero lo cierto era que estaba muy serio.

Tal vez no fuese consciente de que la panadería de su familia se había hundido por hacer negocios con los Camden. Eso había ocurrido muchos años atrás, mucho antes de que Heddy naciese, incluso antes de que su madre hubiese conocido a su padre. Probablemente, también antes de que Lang Camden hubiese nacido, porque parecía tener más o menos su edad, unos treinta años o pocos más. Era posible que no supiese que la madre y el abuelo de Heddy habían hecho un pacto con el diablo… según decía su madre… y después habían pagado por ello durante el resto de su vida.

En cualquier caso, era evidente que Heddy no tenía capacidad para lo que aquel hombre le estaba proponiendo.

—Me sigue pareciendo imposible satisfacer sus necesidades.

La frase le sonó un tanto sugerente, a pesar de que no había sido esa su intención. Y Lang Camden debió de pensar lo mismo, porque sonrió.

Pero no hizo ningún comentario y continuó diciendo:

—Sé que tiene dudas porque es un acuerdo similar al que terminó con la panadería de su familia.

Así que lo sabía…

—Por eso, en esta ocasión, queremos hacer las cosas de otra manera —continuó—. Financiaríamos la expansión del negocio con una subvención…

—¿Una subvención? —lo interrumpió ella.

—Una subvención —repitió Lang Camden—. No un préstamo. No le costaría ni un centavo y seguiría siendo su negocio. La empresa seguiría a su nombre, seguiría siendo solo suya.

Heddy no pudo evitar sentir escepticismo y desconfianza.

—Me parece demasiado bueno para ser verdad —le dijo con toda sinceridad.

—No sé por qué, se dan subvenciones para muchas cosas: educación, pequeños negocios, viviendas…

—Tal vez las dé el gobierno, pero…

—También hay subvenciones privadas. Camden Incorporated da varias.

—¿De este tipo? —preguntó Heddy con incredulidad.

—Voy a ser completamente sincero —respondió él—. Es la primera que ofrecemos a este nivel, pero eso no cambia las condiciones. Y yo estoy incluido en ellas.

—¿Qué quiere decir?

—Que contará con mi asesoramiento para buscar una cocina y al personal necesario para producir la cantidad de producto que necesitamos. Me aseguraré de que su negocio crezca lo suficiente como para satisfacer la demanda y de que funcione bien antes de dejarla sola, para que la historia no se repita.

Ella volvió a pensar que era demasiado bueno para ser verdad.

—¿Dónde está la trampa? —preguntó.

—Supongo que si hay una trampa es la exclusividad. Sus tartas solo se venderán en los Supermercados Camden, salvo eso…

—Si no se venden, ustedes no se harán cargo de ellas y yo estaré acabada.

—No —le aseguró él—. Tendrá un contrato con nosotros. Si las tartas no se venden, anularemos el contrato y podrá venderlas en otra parte: tiendas, restaurantes, donde quiera. Seguirá teniendo más capacidad de producción que aquí, así que podrá seguir adelante. Aunque no sé por qué no se iban a vender las tartas, teniendo en cuenta que tendrá todo un departamento de marketing y publicidad a su lado, y sus tartas en una cadena de supermercados repartidos por todo el mundo.

A Heddy le seguía pareciendo demasiado bueno para ser verdad, pero no le veía ningún fallo, así que sacudió la cabeza con incredulidad.

—Todo será legal —añadió Camden—. Puede consultar con abogados o asesores, si quiere. Seamos sinceros… Aquí no entraría nadie ni aunque hiciese una fiesta. Yo le estoy ofreciendo que haga esto, pero a mayor escala y sin ningún coste.

Mientras Heddy seguía buscándole la trampa a la propuesta, vio cómo Carter se ponía de pie en la silla para tomar el plato vacío y lamerlo. La silla se inclinó y Lang Camden agarró al niño para evitar que se cayese.

—Carter… —protestó.

—¡Gusta tarta! —respondió el niño—. ¡Más!

—Yo creo que ya has tomado suficiente, pero te compraré una para llevarla a la casa —le respondió Lang Camden.

—De fambuesa —pidió el niño entusiasmado.

El hombre lo volvió a sentar en la silla y utilizó el paño húmedo para limpiarlo.

El niño alargó el brazo para que le limpiase el reloj.

—No me pregunte por qué, pero está obsesionado con los relojes —le contó el hombre a Heddy—. Y con un juguete extraño que tiene la cabeza de un oso de peluche y el cuerpo es una pequeña manta. Lo llama bebé y quiere tenerlo siempre cerca. Lo hemos dejado en el coche, pero en cuanto se dé cuenta de que no está aquí, tendremos una crisis.

—Bebé está durmiendo —dijo Carter, como si quisiera corregir al hombre, y luego miró a Heddy—. ¿Más tarta?

Lang Camden suspiró y dejó de limpiarle la cara porque el niño no paraba quieto.

Al verse liberado, el pequeño se bajó de la silla y fue hacia el expositor, que chupó igual que había hecho con los platos.

—Carter —lo reprendió Lang Camden—. ¡No hagas eso!

—Mucha tarta —respondió el niño.

Lang puso los ojos en blanco.

—No sé qué le pasa. No suele ir por ahí chupándolo todo. Supongo que piensa que la pastelería entera sabe bien.

—No pasa nada —le contestó Heddy—. Me halaga que le gusten tanto mis tartas que quiera comerse el expositor entero.

—Tal vez podríamos utilizarlo en la promoción. Si acepta mi oferta, por supuesto…

Heddy volvió a tener la sensación de que la frase volvía a tener otro sentido, pero él añadió enseguida:

—Mi proposición comercial.

Ella volvió a negar con la cabeza.

—No… —empezó.

—No me diga que aquí le van bien las cosas —la interrumpió él—. Es evidente que no, hasta el artículo lo decía. Las tartas son deliciosas, pero no tiene clientes.

—No obstante…

—No obstante, nada. He venido a comprobar que el producto merece la pena, y la merece. Así que mi familia quiere ayudarla a venderlo. No se trata de comprarla. Seguirá siendo su negocio y lo peor que puede ocurrir es que tenga tanto éxito en nuestros supermercados que tenga que ampliar la producción todavía más. Si quiere, podemos poner en el contrato que yo la ayudaré a empezar de cero si algo va mal. Le aseguro que no tiene nada que perder.

—¿Por qué me hacen semejante oferta? —le preguntó Heddy directamente.

Él suspiró, como si fuese a decir algo que, en realidad, no quería decir.

—Sabemos que hace años su familia acordó preparar el pan para los Supermercados Camden. Y sabemos que su producción no era suficiente. Cuando se dieron cuenta, mi padre y el resto de la familia decidieron buscar otro proveedor, pero su familia ya había perdido el negocio.

Por no hablar de las consecuencias personales de la situación que habían afectado a su madre. Heddy no sabía si aquel hombre las conocería.

—No querríamos hacer negocios con usted si el producto no mereciese la pena, pero la merece, así que queremos que trabaje con nosotros. Y también queremos asegurarnos de que no se repiten los errores del pasado.

—Es solo que me parece…

—Ya lo sé, demasiado bueno para ser verdad, pero así son las subvenciones, ¿no? Es dinero gratis. Usted tiene un producto que nosotros queremos. La subvención le permitirá producir la cantidad suficiente para satisfacer nuestras necesidades y para mejorar también su situación. Ambos saldremos ganando. Y, en cualquier caso, usted no perderá nada, cosa que está a punto de hacer.

—¡Quiero tarta grande! —anunció Carter desde el expositor.

Heddy aprovechó la interrupción para levantarse e ir detrás del mostrador mientras seguía sopesando las ventajas e inconvenientes de la propuesta.

Lang la siguió, pero se quedó fuera del mostrador con Carter y le prometió que le iba a comprar la tarta más grande.

Mientras Heddy la metía en una caja, Lang comentó:

—Consúltelo con la almohada. Si tiene un asesor comercial, hable con él. Si hay cualquier cosa que no le guste, lo hablaremos, haremos lo que sea necesario para que se sienta cómoda volviendo a trabajar con nosotros. En cualquier caso, queremos sus productos.

¿Porque las tartas eran buenas o porque existía algún otro motivo oculto?

Heddy sabía que sus tartas eran muy buenas.

Pero también sabía mejor que nadie que la familia Camden había sido traicionera en el pasado.

—Piénselo —insistió Lang, dándole la tarjeta de crédito para pagar.

Heddy no le hizo ninguna promesa, pasó la tarjeta y le hizo firmar el recibo.

—Seguiremos en contacto —le dijo él mientras se guardaba la tarjeta y el recibo—, pero tiene mi palabra de que funcionará. Yo haré que funcione si usted me lo permite.

—Lo pensaré —admitió Heddy por fin.

Aunque no quería ni imaginarse cómo iba a reaccionar su madre cuando se enterase de aquello.

—Ponte el abrigo, Carter —le dijo Lang al niño, que, sorprendentemente, obedeció.

—¿Tarta en el coche? —preguntó el pequeño, dejando que Lang lo ayudase a abrigarse.

—No, no vas a comer tarta en el coche. A lo mejor esta noche, si cenas bien.

—Tarta en el coche —repitió el niño.

—Me parece que la tarta va a volver a casa en el maletero —le contó Lang a Heddy.

—Sí, mejor la tarta que el niño —bromeó ella.

—¿Está segura?

—Razonablemente…

Lang se echó a reír y le dio una palmadita a Carter en la cabeza con la mano izquierda. Heddy se fijó en que no llevaba alianza.

Aunque no fuese asunto suyo.

—Venga, Carter, vámonos a casa —le dijo Lang, guiando al niño hasta la puerta. Justo antes de salir, se giró y repitió—: Seguiremos en contacto.

Ella se limitó a asentir y se quedó mirando cómo guardaba la tarta en el maletero del todoterreno y después sentaba a Carter en su asiento.

Mientras lo hacía, pensó en la oferta que Lang Camden acababa de hacerle y se preguntó si aquello era una respuesta a sus plegarias, o si era el diablo vestido de traje, que había querido tentar a su familia por segunda vez.

Lo único seguro era que Lang Camden era un diablo muy, muy guapo.

Y Heddy se alegró de que, al contrario de lo que le había ocurrido a su madre, a ella no le impresionase. Porque no podía tener ningún efecto real en ella.

Porque ella seguía siendo la esposa de Daniel, siempre lo sería.

Aunque Daniel ya no estuviese allí ni fuese a estarlo nunca más.

El amor nunca se equivoca

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