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Capítulo 2

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VEN, Carter, deja que tu papá hable con GiGi. Vamos a jugar con las bolas de la mesa de billar.

—Billar —repitió el niño, bajándose de la silla de la enorme barra de desayuno en la que estaba sentado.

Se marchó con Jonah Morrison, el hombre que, recientemente, se había convertido en el constante compañero de la matriarca de la familia Camden.

Y dejó a Lang a solas con su abuela.

—Creo que jamás me acostumbraré a la palabra «papá» —murmuró este.

GiGi se echó a reír.

—Por supuesto que lo harás. Algún día, oirás que alguien grita «papá» y te girarás antes de recordar que Carter no está contigo.

—Yo creo que es más probable que se me olvide que había salido con él de casa —respondió él.

—Tienes que darle un baño y lavarle el pelo —añadió GiGi.

—Sí, esta noche.

—¿Es tarta lo que lleva pegado?

—Tarta de queso. De Heddy Hanrahan. Estuvimos ayer en su pastelería. Esta mañana, cuando yo ya llegaba tarde al trabajo, Carter ha abierto la nevera y ha metido las manos en ella. No me ha dado tiempo a limpiarlo bien. Por cierto, que a los dos nos gustan las tartas de Heddy Hanrahan, y de eso es de lo que he venido a hablarte. Le he hecho la oferta.

GiGi ignoró las palabras de su nieto y siguió con el tema de la higiene de Carter.

—¿El niño lleva todo el día con el pelo sucio? —inquirió con desaprobación.

—Eh, te recuerdo que Jani, Lindie, Livi y tú me habéis dejado en la estacada. Ni la prima Jani, ni mis hermanas, ni tú queréis seguir ayudándome. Eso significa que tengo mucho trabajo.

—Así que has dejado que el niño vaya todo el día con el pelo sucio de tarta.

—Podía haberlo traído aquí para que tú le dieses un baño y le lavases el pelo mientras yo trabajaba, y mi día habría sido mucho mejor y el niño estaría limpio —comentó Lang con frustración—, pero…

—No.

—¿Por qué no podéis seguir ocupándoos de él hasta que encuentre una niñera? ¿O dos? Porque da tanto trabajo que a lo mejor necesito dos.

GiGi volvió a negar con la cabeza.

—Tus hermanas, tu prima y yo nos hemos ocupado de él desde que llegó, hace tres meses, Lang. Eso fue en enero y estamos en abril. Es tu hijo. Todos estamos muy orgullosos de ti por haber hecho lo correcto y haber aceptado la responsabilidad, pero es hora de que la asumas de verdad. Tienes que pasar tiempo con el niño. Tienes que convertirte en algo más que su padre biológico.

—Ya lo sé, ya lo sé —admitió Lang, sintiéndose culpable—, pero ¿tiene que ser las veinticuatro horas del día, siete días a la semana? Necesito ayuda y mi secretaria todavía no la ha conseguido.

Lang sospechaba que su familia le había dicho a su secretaria que no se diese prisa, para que él estuviese obligado a cuidar de Carter una temporada. Él no tenía tiempo de buscar una niñera, entre ocuparse de Carter y su trabajo, que en esos momentos incluía el negocio con Heddy Hanrahan.

—Ya sabes que, con nuestro apellido, es complicado —le dijo su abuela—. Hay que asegurarse de que la niñera es de fiar. Aunque tu secretaria haya encontrado alguna buena candidata, luego hay que investigar su pasado y eso lleva tiempo.

—Sí, ya lo sé —admitió él suspirando.

En el fondo, sabía que su abuela tenía razón. No podía arriesgarse a dejar a Carter en manos de cualquier persona y después descubrir que lo habían secuestrado. Tenían que ser cautos.

—Pero si Jonah, Margaret, Louie y tú pudieseis cuidarlo durante la semana… —insistió.

—No, Lang.

Margaret y Louie llevaban tanto tiempo trabajando para su abuela que se habían convertido en miembros de la familia. Eran las mejores amigas de GiGi y la habían ayudado a criar a sus diez nietos después de la trágica muerte de los padres de estos en un accidente de aviación. También se habían ocupado mucho de Carter durante los tres últimos meses.

—Carter es tu hijo —continuó su abuela—, pero eres el que menos ha estado con él desde que llegó. Desde que no está Audrey, te has cerrado a todo el mundo, pero ese niño es tu hijo y tienes que abrirte a él. Si no, será un desastre para los dos.

—Si me hubiese cerrado a todo el mundo no habría ningún Carter —comentó Lang.

—¡Tonterías! La madre de Carter te gustó porque era solo una aventura de una noche que no iba a pedirte nada. Es lo que has tenido desde entonces, solo aventuras de una noche.

—De las que no pretendo hablar con mi abuela —le dijo él.

—La cosa es que has levantado un muro a tu alrededor. Sé que piensas que así puedes mantener el control que perdiste con Audrey, y evitar volver a sufrir, pero no puedes estar así toda la vida, cariño.

—A lo mejor me estoy reservando para algo mejor.

—Sí, para un clon de Audrey. Llevas tres años y medio rechazando a todas las mujeres agradables e inteligentes que se han cruzado en tu camino porque ninguna está a la altura de Audrey. ¡Y eso tiene que cambiar!

Lang pensó que no había ido a que le echasen la charla.

—A lo mejor estoy reservándome para alguien que me haga sentir lo que sentía con Audrey y todavía no ha llegado —respondió entre dientes—. Sobre todo, porque en esta ocasión pretendo ser correspondido.

—Pues eso no lo vas a encontrar en el tipo de mujeres con el que te estás relacionando. Y, mientras tanto, tienes que abrirte para cuidar de ese niño.

—Y el resultado es que tiene tarta de queso en el pelo —concluyó Lang, redirigiendo la conversación al motivo por el que estaba allí—. Y no solo me dejas solo con él, sino que además piensas que es el momento adecuado para que me ocupe de tu proyecto de reparar daños pasados.

Camden Incorporated había sido fundado por el bisabuelo de Lang, H.J. Camden. Un hombre rudo, capaz de cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos.

La familia había tenido la esperanza de que su fama de hombre despiadado y sin escrúpulos fuese falsa. También había tenido la esperanza de que la noticia de que su hijo Hank y sus dos nietos hubiesen sido sus secuaces también fuese falsa, pero el reciente descubrimiento de sus diarios íntimos les había hecho ver la realidad. Camden Incorporated había crecido gracias a métodos de los que los actuales Camden no estaban nada orgullosos.

Así que GiGi y sus diez nietos habían decidido compensar a las personas que habían sufrido en el pasado por culpa de H.J. Hank, Mitchum y Howard, o a sus familias o descendientes.

Era GiGi la que decidía a cuál de sus nietos enviar a cada una de las misiones.

Por eso había ido Lang a ver a Heddy Hanrahan el lunes.

—Tal vez te venga bien tener que hacer juegos malabares —comentó su abuela—. En ocasiones, estar tan ocupado te obliga a bajar las barreras.

Lang se preguntó si su abuela estaría pensando en ella misma al decir aquello. Había abierto su casa y su corazón a sus diez nietos. Como resultado, tanto él como sus hermanas y primos habían estado siempre bien cuidados y habían tenido amor durante la niñez. Y aunque era eso mismo lo que GiGi quería para Carter, Lang todavía se sentía superado por la situación.

—Ahora cuéntame qué ha pasado con esa chica, para que puedas marcharte a casa cuanto antes y bañar a Carter —le ordenó su abuela.

Lang le hizo un resumen de su encuentro con Heddy Hanrahan.

—Sé que necesita aceptar nuestra oferta, pero desconfía de nosotros —terminó.

—No me extraña —comentó GiGi—. ¿Le dijiste que podemos ponerlo todo por escrito?

—Sí. Y, aun así, estuvo a punto de rechazar la oferta. Voy a ir a verla mañana otra vez, a ver qué me dice.

—¿Piensas que sabe lo que hubo entre su madre y tu padre?

Lang se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Solo hablamos de negocios. Y Carter comió mucha tarta. Probamos dos distintas y el artículo de esa revista tenía razón, están deliciosas. Estoy seguro de que las venderemos sin ningún problema.

—Y más allá de que no aprovechase inmediatamente la oportunidad de hacer negocios con nosotros, ¿qué impresión te dio?

—Buena —respondió él—. No fue como cuando Jani abordó a Gideon la primera vez. No parece que Heddy Hanrahan nos odie como nos odiaba Gideon al principio.

Su prima Jani había participado en la última misión de su abuela y al hombre con el que había tenido que tratar, Gideon Thatcher, no le había hecho ninguna gracia tener contacto con una Camden.

—Heddy se sorprendió cuando me presenté —continuó Lang—, pero no nos dijo que nos marchásemos ni nada parecido. Y, cuando le pedí que se sentase a hablar conmigo, lo hizo. La verdad es que estuvo simpática. Cauta, pero agradable.

—¿Has averiguado algo acerca de ella o de su familia? ¿Su madre sigue por allí? ¿Está casada? ¿Divorciada? ¿Viuda?

—No llevaba alianza.

—¿Conociste a la madre?

—No, solo a Heddy. Me refería a Heddy, cuando decía que no llevaba alianza. Su madre no estaba allí.

Lang no supo si no había entendido bien a su abuela o si no podía dejar de pensar en Heddy Hanrahan. Porque, a pesar de haber estado muy ocupado con Carter, tenía que admitir que no había podido dejar de pensar en Heddy desde que la había conocido.

Tenía un pelo muy bonito, una piel perfecta y unos ojos marrones muy luminosos.

Además, su delicado rostro parecía de porcelana, con aquellos pómulos tan marcados, la nariz recta, y unos labios rosados muy apetecibles…

Aunque él, por supuesto, no había pensado en ningún momento en besarla. Solo quería hacer negocios con ella, para compensarla y compensar tal vez al resto de su familia por lo que había ocurrido muchos años antes.

También se había dado cuenta de que tenía un cuerpo delgado, pero con las curvas bien puestas, pero eso tampoco significaba que hubiese deseado tocarla.

Bueno, tal vez una parte de él lo hubiese deseado, pero eso no quería decir nada.

—¿Heddy Hanrahan no mencionó a su madre en ningún momento? —le preguntó GiGi, sacándolo de sus pensamientos.

—No —respondió Lang enseguida—. Solo hablamos de negocios.

De repente, se le ocurrió algo que lo sorprendió.

—Heddy Hanrahan podría ser mi hermanastra, ¿verdad?

—No seas tonto —lo reprendió su abuela—. Según el artículo, tiene treinta años. Mitchum estuvo con su madre hace treinta y seis años. Lo que me gustaría confirmar es que su madre está felizmente casada con su padre y que ha tenido una buena vida, después de lo que ocurrió con tu padre.

Era lo que esperaban siempre en aquellos casos…

—Es guapa, ¿no? —comentó GiGi.

—Muy guapa —admitió Lang—. ¿Por qué? ¿No le ofreceríamos el trato si fuese fea?

GiGi sonrió con malicia, como si le hubiese leído el pensamiento unos minutos antes, pero él pensó que se equivocaba. No le interesaba Heddy Hanrahan.

Aunque era cierto que le gustaría verla con el pelo suelto…

Pero siempre le habían gustado las pelirrojas, así que eso no significaba nada.

No quería seguir hablando de Heddy Hanrahan con su abuela, así que levantó la barbilla y miró hacia donde Jonah se había llevado a Carter y gritó:

—¡Carter! ¡Nos vamos a casa!

Después, para vengarse de su abuela, añadió:

—Será mejor que nos marchemos para que puedas pasar la tarde con tu amor de la adolescencia. Tengo la sensación de que cualquier día me lo voy a encontrar viviendo aquí.

—Lo estamos hablando —dijo GiGi.

—¿De verdad? ¿Por eso no quieres ser mi niñera? ¿Estás demasiado ocupada con…?

—¡No voy a hablar de ese tema con mi nieto! —exclamó GiGi riéndose.

Él se levantó de su taburete y se acercó a su abuela para decirle al oído:

—Espero que no sea solo una aventura de una noche.

Y luego le dio un beso.

Ella le dio un golpe en el brazo y le advirtió:

—¡Cuidado con esos modales!

—¿Hablo con él para asegurarme de que sus intenciones son honestas?

—¿Qué te hace pensar que las mías lo son?

Lang se echó a reír. Quería mucho a su abuela, aunque lo reprendiese de vez en cuando.

—Venga, Carter —volvió a gritar justo antes de que Jonah Morrison volviese a entrar en la cocina con el niño—. Vamos. Tenemos que comprar algo de cena y te tengo que bañar y lavarte el pelo. Creo que hoy va a tocar pizza.

—¡Con piña! —exclamó el pequeño.

—Solo en tu parte. A mí no me gusta la piña en la pizza.

—Mira qué bien os vais entendiendo —comentó GiGi.

Lang puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza antes de ponerle el abrigo a Carter y dirigirse a la puerta.

—Ya me contarás qué pasa mañana con la bella Heddy Hanrahan —le dijo GiGi.

—Lo haré —respondió él.

Solo con mencionarla le volvió a acudir su imagen a la mente. No podía negar que era muy bella.

Pero eso no significaba nada.

Como tampoco significaba nada que se sintiese nervioso solo de pensar que al día siguiente volvería a verla.

Porque, aunque no quisiese admitirlo delante de su familia, no estaba preparado para que otra mujer entrase en su vida.

Ni aunque fuese pelirroja.

Y no sabía si volvería a estarlo alguna vez…

—He repasado tus libros de contabilidad una y otra vez, Heddy, y me gustaría poder decirte otra cosa, pero lo cierto es que la pastelería lleva quince meses abierta y no funciona.

Heddy había llamado a su prima Clair el lunes por la noche, después de cerrar, para contarle la visita de Lang Camden. Clair era contable y le hacía el favor de llevarle las cuentas. Así que el miércoles por la tarde se había pasado a verla con los libros de contabilidad.

—Utilizaste la mayor parte del dinero del seguro de vida de Daniel para montar el negocio —continuó Clair—. Y has necesitado el resto para vivir hasta ahora porque no has conseguido beneficios ni un solo mes desde que abriste el año pasado. Lo que significa que casi no te queda dinero. ¿Tienes algún motivo para pensar que la situación podría cambiar?

—Tenía la esperanza de conseguirlo con el artículo, pero no ha ocurrido. Así que no —admitió Heddy.

—Entonces, yo te aconsejaría que aceptases la oferta de los Camden —le dijo Clair—. Protégete, pero acéptala. Clark puede redactarte un contrato, o estudiar el que te den los Camden para asegurarse de que todo te beneficia. Ya sabes lo competitivo que es mi marido, así que está deseando verse las caras con los abogados de los Camden. Si no aceptas la oferta, me temo que tendrás que volver a trabajar de enfermera.

—No puedo —respondió ella, sintiendo el mismo miedo que la fatídica noche que había cambiado su vida—. Ni siquiera soporto la idea de volver a trabajar con niños. No puedo.

—Sabes que no tienes la culpa de ser enfermera y de haber estado de guardia esa noche. De hecho, eso es lo que te salvó —le dijo Clair en tono cariñoso.

Se lo había dicho muchas veces en los últimos cinco años.

—Podrías trabajar con adultos, eras muy buena…

Ella negó con la cabeza.

—No. Tal vez a ti no te parezca lógico, o razonable, pero no puedo volver a hacer lo que estaba haciendo esa noche. Las tartas de queso fueron mi salvación.

Clair suspiró.

—Entonces, acepta la oferta de los Camden —repitió—. Clark y yo nos aseguraremos de que no te ocurra lo mismo que a tu madre y a tu abuelo. Y, si las cosas son tal y como Lang Camden te ha dicho, solo puedes salir ganando.

Eso era lo que ella pensaba también.

—Todavía no le he dicho nada a mi madre. Ya sabes cómo va a reaccionar.

—Y es comprensible, pero…

Heddy y Clair estaban sentadas a una de las mesas de la pastelería cuando se abrió la puerta.

—Mi segundo cliente del día —murmuró Heddy, que estaba sentada de espaldas a la puerta, preguntándose por qué Clair se quedaba boquiabierta.

Cuando Heddy se levantó a atender al cliente, vio que era Lang Camden, con Carter.

—Ah —dijo, entendiendo la expresión de su prima.

—Hola —saludó Lang, sonriendo.

Volvía a ir vestido de traje. En esa ocasión en color azul grisáceo, con camisa azul clara y corbata a juego. A pesar de que Heddy no había podido dejar de pensar en él desde el lunes, le volvió a sorprender lo guapo que era.

—Hola —lo saludó—. Clair… este es el señor Lang Camden. Señor Camden, mi prima, mejor amiga y gestora, Clair Darnell.

—Llamadme Lang —dijo él—. Encantado de conocerte, Clair. Espero que hayas venido a convencer a Heddy de que haga negocios conmigo.

—Hemos hablado, sí —respondió Clair, sin darle más información.

Luego recogió su bolso y una carpeta que había encima de la mesa y le dijo a Heddy:

—Me tengo que marchar, pero ya me contarás qué decides. Si quieres, puedo acompañarte a hablar con tu madre…

—Gracias —respondió Heddy.

Lang siguió a Carter hasta el expositor de tartas mientras Heddy acompañaba a su prima a la puerta.

—No me habías dicho que era tan guapo —le susurró esta al oído.

Heddy se echó a reír como si eso no la afectase, cuando lo cierto era que, además de no haber podido dejar de pensar en él, también había soñado con él… tres veces en tan solo dos noches.

—¿Y el niño? —añadió Clair sin levantar la voz.

—No sé quién es. También vino con él la otra vez.

En ese momento, Carter anunció que quería un trozo de tarta de arándanos.

—Te dejo. Llámame —añadió Clair.

—Quiero esa tarta —le dijo Carter a Heddy en cuanto se puso detrás del mostrador.

—Y yo voy a probar la Nueva Jersey, que supongo que es la tradicional, ¿no?

—Sí —le confirmó Heddy, cortando los dos trozos.

—¿Vienes a sentarte con nosotros?

—Por supuesto —le dijo Heddy, sintiendo un cosquilleo en el estómago.

No sabía si estaba tensa porque estaba considerando seriamente la posibilidad de aceptar su propuesta, cosa que no gustaría a su familia. O si era por el mero hecho de volver a tener a Lang Camden en su pastelería.

En carne y hueso era tan sexy como en sus inoportunos sueños.

Lang ayudó a Carter a sentarse y ella llevó los dos trozos de tarta a la mesa. Luego se sentó enfrente de ellos y observó al niño, que tomó la cuchara e intentó meterse en la boca un trozo demasiado grande.

—Umm —dijo.

Lang Camden utilizó su cuchara para probar la tarta de Carter, confirmó la opinión del pequeño y después probó la suya propia.

Puso los ojos en blanco y gimió.

—¡Y eso que pensaba que las de mousse estaban buenas! Esta es todavía más rica, más cremosa… Deliciosa.

Heddy sonrió.

—Me alegro.

—Por favor, dime que vas a permitir que las venda —añadió él sin más preámbulos.

Ella no respondió de inmediato.

No estaba segura de lo que iba a decir su abuelo, pero sabía que a su madre le daría un ataque si accedía a hacer negocios con los Camden.

Pero Clair le había confirmado lo que ya sabía: que su negocio no funcionaba. Tenía que ganarse la vida y no quería volver a trabajar de enfermera. Así que ¿qué podía hacer?

—Mis recetas tendrían que guardarse en secreto —le dijo, como si se tratase de un reto.

—Por supuesto. Lo que queremos es el producto final, lo demás es cosa tuya. Podemos idear un sistema en el que solo tú conozcas los ingredientes exactos o las técnicas utilizadas, o lo que sea que te haga sentir que estás protegiendo tus secretos.

—No tengo dinero para hacer ninguna inversión, y tampoco voy a aceptar un crédito —le advirtió Heddy.

—El dinero será una subvención, no tendrás que devolverlo.

—Y antes de que firme, mi prima y su marido, que es abogado, tendrán que ver el contrato.

—Me alegro de que cuentes con personas de confianza. Puedes enseñarle el contrato a quien quieras.

A pesar de todo, Heddy seguía muy nerviosa, pero también tenía la sensación de no tener otra alternativa. Así que se oyó a sí misma decir en tono vacilante:

—De acuerdo.

En ese mismo momento, la falta de pericia de Carter con la cuchara hizo que un trozo de tarta aterrizase en el traje de Lang Camden.

—Dios santo, Carter, acababa de sacarlo de la tintorería —protestó Lang mientras se limpiaba la solapa con una servilleta.

Al niño le hizo gracia la situación y, riéndose, se dispuso a tirarle una segunda cucharada.

Heddy se dio cuenta de que tenía que intervenir, así que le quitó la cuchara.

—No se tira la comida —le dijo con firmeza.

—Quiero —contestó el niño.

—No —insistió Heddy.

Lang se dio cuenta por fin de lo que había estado a punto de ocurrir.

—¡Eh! ¡No! —regañó al niño.

—¡Quiero! —respondió Carter, metiendo una mano en la tarta.

Lang lo agarró de la muñeca, quitó el plato de su alcance y empezó a limpiarle la mano mientras el niño se ponía a gritar a pleno pulmón que quería más tarta.

Lang se disculpó.

Heddy se levantó, fue detrás del mostrador, sirvió otro trozo de tarta y lo llevó a la mesa. Lo dejó fuera del alcance del niño, pero este lo había visto y había dejado de gritar.

—Te lo daré si lo comes bien —le dijo ella.

—Bien —respondió Carter a regañadientes.

Heddy le acercó el plato y vio que el niño se frotaba los ojos antes de ponerse a comer.

—¿No ha dormido la siesta hoy? —adivinó.

—No. No ha dormido nada. Intento que lo haga, pero no suelo tener mucho éxito.

—Ah, pues a esta edad los niños tienen que dormir la siesta —le respondió ella—. Todos los días. Necesitan descansar, un horario, una rutina…

Se dio cuenta de que no era asunto suyo, pero Lang no pareció ofenderse.

—Sí, tengo que mejorar en muchas cosas —comentó—. Estoy aprendiendo.

Heddy seguía sin saber qué relación tenían Lang y Carter, pero Lang no satisfizo su curiosidad.

—Debería advertirte que hasta que encuentre algo de ayuda, vamos los dos en el mismo paquete —le advirtió.

La idea de ver al pequeño cada vez que tuviese que tratar de algo con Lang Camden le resultaba tan dolorosa que estuvo a punto de rechazar la oferta solo por eso.

—¿En el mismo paquete? —repitió.

—Eso es —le confirmó él—. Me ha parecido oír que aceptabas el trato justo antes de que lloviese tarta.

—Sí.

—¡Estupendo! No te arrepentirás.

Eso esperaba ella.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó.

—Yo te aconsejaría que cerrases la pastelería de inmediato, porque en cuanto empecemos a poner en marcha nuestro negocio, no tendrás tiempo para estar aquí.

Heddy pensó que tampoco merecía la pena invertir más dinero en un barco que se estaba hundiendo.

—Prepararemos un cartel que diga que tus tartas pronto empezarán a venderse en los Supermercados Camden. Puedes ponerlo en la puerta. Será nuestro primer anuncio.

Heddy asintió a pesar de que la idea de cerrar la pastelería la entristecía. Entonces se dio cuenta de que también se sentía en cierto modo aliviada.

—Yo te presentaré un plan enseguida para intentar que la nueva producción empiece lo antes posible.

—Eso estaría bien —admitió ella, pensando en lo mal que estaba su economía.

—Lo haré entre esta noche y mañana. ¿Qué tal si mañana por la noche hacemos una cata de tus tartas? Me gustaría probar el mayor número posible. Vamos a empezar con un par de variedades bastante básicas, pero me gustaría probarlas todas para ver por cuáles nos decidimos.

—¿Y el contrato? —preguntó ella.

—No te preocupes, estará en un par de días.

—Bien —dijo ella nerviosa.

Ambos se dieron cuenta en ese momento de que Carter se había terminado el segundo trozo de tarta y Lang le limpió la cara con una servilleta.

—Creo que tienes razón —le dijo a Heddy—. Está cansado. A ver si duerme un poco en el coche.

Ella deseó decirle que necesitaba una siesta de verdad, pero se contuvo.

Carter no protestó mientras Lang le limpiaba las manos, y, cuando este lo tomó en brazos, apoyó la cabeza en su hombro y se quedó dormido.

Y a Heddy le gustó demasiado aquella imagen, así que decidió ocuparse recogiendo los platos.

—Siento no poder atenderte mañana en horario de oficina, ¿te importa que pruebe las tartas por la noche?

Ella lo miró, porque lo contrario habría sido de mala educación, y lo acompañó a la puerta.

—No me importa. No suelo hacer nada por las noches. Y así me dará tiempo a preparar un par de variedades más.

—¿Qué hora te viene mejor? —le preguntó Lang, abriendo la puerta.

—Me da igual. Cuando te venga mejor a ti, teniendo en cuenta cuándo cena Carter, y a qué hora se va a la cama…

—Pues, a las seis y media. A esa hora ya suele haber cenado y todavía nos quedarán un par de horas por delante hasta que tenga que acostarlo.

Lo que significaba que el niño vivía con él.

—A las seis y media entonces.

—Entonces, trato hecho —le dijo él, alargando la mano.

Heddy le dio la suya y le encantó la sensación.

—A las seis y media —repitió en voz más baja de lo que había pretendido.

—Eso es —le confirmó Lang—. Hasta mañana.

Heddy asintió y vio cómo Lang llevaba al niño dormido hasta el todoterreno.

Y tuvo que admitir que, en el fondo y aunque no le gustase, se sentía atraída por aquel hombre.

Cosa que no era posible, sobre todo, porque en esos momentos estaba en la misma posición en la que su madre había estado con el padre de él mucho tiempo atrás.

Y entonces, como para salvarla de sí misma, su mente le llevó una dolorosa imagen.

La de Daniel llevando a Tina en brazos, del mismo modo que Lang llevaba a Carter.

Aquello la ayudó a controlar la atracción.

Al menos, un poco.

El amor nunca se equivoca

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