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CAPÍTULO 3. VIRGINIA AXLINE CONOCE A LA MADRE DE DIBS

Telefoneé a la madre de Dibs para pedirle que nos reuniéramos tan pronto como fuera posible. Me dijo que esperaba mi llamada. Estaría encantada si yo pudiera ir a su casa a tomar el té, ¿quizá al día siguiente a las cuatro en punto? Le di las gracias y acepté su invitación.

La familia vivía en una de las casas antiguas de piedra rojiza que hay en la parte alta del lado este de la ciudad. El exterior había sido mantenido con gran esmero y meticulosidad. La puerta estaba impecablemente pulida, los pomos brillaban. La casa se encontraba situada en una de las bellas calles antiguas y parecía haber conservado la esencia de aquellos días, cuando estas casas maravillosas fueron construidas. Abrí la cancela de hierro forjado, subí los peldaños y llamé a las campanillas de la puerta. A través de la puerta cerrada pude escuchar unos gritos apagados. «¡No cierres puerta! ¡No cierres puerta! ¡No!, ¡No!». La voz se fue acallando hasta perderse. Por lo que parecía, Dibs no iba a tomar el té con nosotras. Una doncella uniformada abrió la puerta. Me presenté. Ella me invitó a entrar en la sala. La doncella era una mujer muy adusta y parecía llevar muchos años con la familia. Resultaba distante, correcta, formal. Me pregunté si habría sonreído alguna vez, o incluso si había sentido que había algo en el mundo que celebrar o que fuera divertido. Si así fuera, estaba bien disciplinada y era capaz de ocultar cualquier signo de identidad individual o de espontaneidad.

La madre de Dibs me saludó amablemente, pero con seriedad. Hicimos los comentarios típicos introductorios sobre el tiempo y sobre lo agradable que era tener la oportunidad de reunirnos la una con la otra. El mobiliario y la casa eran preciosos. La sala parecía como si ningún niño hubiera estado nunca en ella ni cinco minutos. De hecho, no parecía haber ninguna señal de que nadie realmente estuviera viviendo en aquella casa.

Nos trajeron el té. Todo el juego de servicio era precioso. No perdió mucho tiempo antes de entrar en situación.

–Tengo entendido que usted ha sido llamada como consultora para estudiar a Dibs –dijo–. Es muy amable por su parte aceptar esta tarea. Y quiero que sepa que no esperamos ningún milagro. Hemos aceptado la tragedia de Dibs. Conozco algo sobre su reputación profesional y sentimos un gran respeto por la investigación en todas las ciencias, incluida la ciencia sobre la conducta humana. No esperamos que se produzca ningún cambio en Dibs; pero si estudiando a este niño usted puede avanzar en la comprensión de la conducta humana, aunque sea solo un poco, nosotros estaremos más que deseosos en cooperar.

Era increíble. Allí estaba ella, adoptando una postura impecable, ofreciéndome algunos datos para que fueran estudiados. No un niño con problemas. No a su hijo. Solo algunos datos. Y dejaba muy claro que no esperaba ningún cambio en esos datos. Al menos no cambios positivos. La escuché a medida que me proporcionaba una breve estadística de la historia vital de Dibs. Su fecha de nacimiento. Su lento progreso. Su obvio retraso. La posibilidad de un problema orgánico. Permanecía sentada en su silla, casi sin moverse para nada. Tensa. Terriblemente controlada. Su rostro estaba muy pálido. Su pelo gris estaba peinado con raya en medio y recogido en un moño en la nuca. Sus ojos eran de color azul claro. Sus labios marcaban apenas una línea. De vez en cuando se mordía el labio nerviosamente. Su vestido era gris acero, clásico y simple. Aunque resultaba fría, era una mujer muy guapa. Resultaba difícil poder decir qué edad tenía. Parecía que pudiera estar sobre los cincuenta, pero podía ser mucho más joven. Su modo de expresarse era inteligente y preciso. Parecía mantener una actitud valiente; pero con toda probabilidad era tan profunda y trágicamente infeliz como Dibs.

Entonces me preguntó si querría estudiar a Dibs allí, en su habitación de juegos que estaba arriba, en la parte de atrás.

–Está arriba, en la parte trasera de la casa –dijo–. Nadie los interrumpirá o los molestara allí. Él tiene muchos juguetes. Y nosotros estaríamos encantados de conseguir cualquier otro material que pudiera querer o necesitar.

–No, muchas gracias. Será mejor que trabaje con él en la sala de juegos del Centro de Orientación Infantil. La sesión será un día a la semana y durará una hora.

Fue obvio que esta parte del acuerdo la perturbaba. Lo intentó de nuevo.

–Él tiene muchos juguetes maravillosos en su habitación de juegos. Estaríamos encantados de pagar una tarifa más alta si usted accediera a venir aquí.

–Lo siento, pero no puedo hacer eso –le dije–. Y no habrá que pagar ninguna tarifa.

–Oh, pero nosotros podemos permitírnoslo –dijo rápidamente–. Insisto en pagarle lo que sea por este estudio.

–Es muy amable por su parte –le contesté–, pero no habrá ningún pago extra. Todo lo que pido es que usted cuide de que el niño venga al centro puntualmente y que asista con regularidad, a menos, desde luego, que esté enfermo. Y me gustaría que me dieran su permiso por escrito para grabar todas las sesiones de nuestro estudio de forma completa. Yo le daré también por escrito mi compromiso acerca de que si alguna vez este material va a ser utilizado para la enseñanza, o para una publicación de cualquier tipo, toda la información relativa a datos de identificación será cambiada completamente, de tal modo que nadie nunca pueda conocer o imaginar la verdadera identidad de Dibs.

Le entregué el contrato que había elaborado antes de nuestra reunión. Lo estudió cuidadosamente.

–Muy bien. ¿Me lo puedo quedar?

–Sí. ¿Y podrían firmar usted y su esposo este otro escrito, dándonos su consentimiento para grabar todas las sesiones, con la condición de que los datos de identificación sean cambiados si alguna vez llegara a publicarse?

Cogió el escrito y lo estudió con sumo cuidado.

–¿Podría quedármelo para hablarlo con mi esposo y escribirle a usted si decidimos continuar con todo esto?

–Por supuesto –contesté–. Les agradecería que me lo hicieran saber, de un modo u otro, tan pronto como lo decidan.

Ella guardó el papel cautelosamente. Humedeció sus labios. Ciertamente no era una entrevista inicial como las que usualmente yo mantenía con otras madres. Me sentía tan poco cómoda como seguramente se sentía ella, haciendo esa especie de trato acerca de ver a su niño en la sala de juegos. Pero sentí que se trataba de un riesgo que tenía que tomar, o Dibs no vendría al centro.

–Se lo haré saber tan pronto como lo decidamos –dijo–. Mi corazón se encogió un poco. Ella podía utilizar esto para no seguir con el trato. Pero si lo aceptaba, se comprometía a llegar hasta el final. Estaba segura de que si firmaba mantendría su parte del trato. Si no aceptaba su parte de responsabilidad, no podríamos estar seguras de que luego asistirían regularmente.

Después de una larga pausa dijo:

–No acabo de entender por qué, cuando una familia está en condiciones de pagar lo que sea necesario, de forma que ustedes puedan ver a otros niños cuyos padres no pueden pagar, usted rehúse aceptarlo.

–Porque mi trabajo tiene que ver fundamentalmente con la investigación, para tratar de aumentar nuestra comprensión sobre la infancia –le expliqué–. A mí me pagan un sueldo por ello. Esto elimina la posibilidad de pagar, o de sentir que ustedes están recibiendo un servicio por el que algunos pagan y otros no. Si ustedes tienen interés por hacer cualquier contribución a la investigación que se realiza en este centro, más allá de cualquier ligazón con este caso concreto, esto depende totalmente de ustedes. Generalmente la investigación se financia de este modo.

–Ya veo. Pero yo sigo interesada en pagarle a usted.

–Estoy segura de ello. Y aprecio su interés por ese tema. Sin embargo, yo solo puedo ver a Dibs bajo estas condiciones.

La suerte estaba echada. Me hallaba pendiente de un hilo y ella podía cortarlo con la velocidad de una sierra eléctrica. Sentí claramente que si resolvíamos esta pequeña controversia, habríamos logrado algo importante en cuanto al establecimiento de la responsabilidad inicial, necesaria por parte de la madre. Seguramente en muchas ocasiones el modo como ella había resuelto su responsabilidad para con Dibs había sido pagando. En esta ocasión decidí que era importante eliminar este aspecto de la mejor manera que yo pudiera.

Se quedó en silencio durante unos pocos minutos. Mantuvo sus manos firmemente entrelazadas sobre su regazo. Mirándolas fijamente. De repente, me acordé de Dibs, arrojándose de bruces, boca abajo, al suelo, rígido, silencioso. De nuevo pensé que ella estaba tan triste y distante como su hijo.

Finalmente me miró, rápidamente retiró su mirada, evitando mirarme a los ojos.

–Debo decirle esto –dijo–. Para cualquier otro detalle sobre la historia de Dibs usted deberá dirigirse al colegio. No hay nada más que yo pueda añadir. No iré a ninguna otra entrevista sobre mí misma. Si esta fuera una de sus condiciones, podemos olvidar todo este asunto ahora mismo. No existe nada más que yo le pueda contar. Se trata de una tragedia, una gran tragedia. ¿Y Dibs? Bueno, él no es más que un retrasado mental. Nació de ese modo. Pero yo no puedo ir a ninguna entrevista ni responder a ninguna otra pregunta. –En ese momento me miró. Parecía aterrorizada ante la posibilidad de que la entrevistara.

–Comprendo –le dije–. Respeto sus deseos respecto a este tema. Pero me gustaría decir algo. Si en cualquier ocasión desea hablar conmigo sobre Dibs, siéntase libre de poder hacerlo. Lo dejo completamente a su elección.

Pareció como si relajara un poco.

–Mi marido tampoco desea ir.

–Está bien. Lo que ustedes decidan.

–Cuando lo lleve al centro, no podré esperar allí hasta que acabe. Regresaré cuando pase la hora –añadió.

–No importa –le aseguré–. Puede traerlo, dejarlo allí y recogerlo cuando la hora acabe. O puede enviarlo con otra persona, si lo prefiere.

–Gracias.

Entonces tras otra pausa muy larga, añadió:

–Le agradezco su compresión.

Acabamos nuestro té. Hablamos sobre algunas otras cosas sin importancia. Se mencionó a Dorothy como una estadística más y como una «niña perfecta». La madre de Dibs había mostrado más miedo, ansiedad y pánico en esta entrevista que los que había mostrado el propio Dibs en su primera sesión. No había nada que se pudiera hacer respecto a tratar de persuadirla para que solicitara ayuda para sí misma. Hubiera resultado demasiado amenazante para ella. Y suponía demasiado riesgo. La única opción era que podríamos perder a Dibs. Además, tuve una fuerte sensación de que Dibs podía responder mucho mejor de lo que su madre podría hacerlo nunca. Dibs había protestado por puertas que estaban cerradas, pero algunas puertas importantes en la vida de su madre habían sido cerradas ya a cal y canto. Era ya casi muy tarde para que ella protestara. De hecho, en esta breve entrevista ella había tratado desesperadamente de echarle el cerrojo a otra puerta.

Me acompañó hasta la puerta cuando me iba.

–¿Está usted segura de que no prefiere verlo aquí, en su habitación de juegos? –me preguntó–. Tiene muchos juguetes preciosos. Y podríamos comprar cualquier otra cosa que usted pudiera desear. Cualquier cosa.

Parecía realmente desesperada. Sentí una punzada de lástima por ella. Le di las gracias por su oferta, pero le dije de nuevo que solo podía verlo en la sala de juegos del Centro.

–Le haré saber lo que decidamos tan pronto como lo hagamos –repitió moviendo ligeramente el papel que sujetaba en sus manos.

–Gracias –contesté. Me fui. Mientras caminaba calle abajo hacia mi coche sentí el peso abrumador de esa familia afligida.

Pensé en Dibs y en su preciosa habitación perfectamente equipada. No tenía que entrar en esa habitación de juegos para estar, razonablemente segura, de que todo lo que pudiera ser comprado con dinero estaría allí. Y también estaba completamente segura de que también había una puerta sólida, perfectamente pulida. Y una cerradura robusta que se cerraba con llave demasiado a menudo.

Me pregunté qué podría añadir ella al historial de Dibs si alguna vez se decidiera a hacerlo. Ciertamente, no había respuestas fáciles para explicar la dinámica de aquellas relaciones familiares. ¿Qué pensaría y sentiría realmente esta mujer respecto a Dibs y al papel que ella desempeñaba en su incipiente vida, para estar tan aterrorizada ante la posibilidad de ser entrevistada o cuestionada sobre lo que pasaba?

Me cuestioné sobre sí yo había manejado la situación del modo más fructífero posible o si me había limitado solo a presionar, lo cual podría dar como resultado que ella se volviera atrás en cuanto a estudiar al niño. Me pregunté sobre qué decisión tomarían ella y su marido. ¿Aceptarían las medidas que habíamos discutido? ¿Volvería yo a ver a Dibs? ¿Y si así fuera, qué conseguiríamos con la experiencia?

Dibs en busca del sí mismo

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