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Capítulo 2

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Dakota

La vieja base de Fort Benning no cambia con el paso del tiempo. Siempre con gente por todas partes y yo sintiéndome siempre sola en medio de la muchedumbre. Miles de personas y una intrusa. La chica rara que tiene derecho a estar aquí únicamente porque su padre dirige la base. Es lo que piensan todos en silencio sin decírmelo claramente, ya que todos ignoran mi papel en el seno del ejército. La chica que no pinta nada entre los soldados pero que arriesga su vida defendiendo el país. Seguramente, si supieran cómo es mi vida cambiarían su opinión sobre mí. A los ojos de todos soy la modosita niña de papá enchufada. Por su parte, mi padre alienta este mito en público con el mayor empeño desde mi más tierna infancia. En privado, en cambio, es otra historia. La diferencia respecto a mi infancia es que ahora tengo mi propia casa, en la que puedo refugiarme cuando quiero. Se acabó el triste y silencioso apartamento de mi padre, que brillaba por su ausencia, donde toda mi vida me sentí sola. Hasta la adolescencia mi vida transcurrió entre las niñeras y la escuela. Hasta que mi padre se dio cuenta de mi potencial y por fin me prestó atención. O, mejor dicho, interés. El tipo de interés del que yo podría haber pasado y que rompió para siempre mi esperanza de acabar teniendo un padre. Pasé directamente de niña molesta a soldado bajo sus órdenes, sin que nadie pidiera mi opinión. Esté o no de acuerdo, nunca he tenido voz ni voto, nada de libre albedrío, al estilo militar, y ni pensar en rebelarse si no quieres pagarlo muy caro. Ningún tratamiento de favor para la hija del general Jones, piensen lo que piensen los demás. Alguien podría considerarlo una debilidad y el general no es débil. Uno de los miembros del equipo tardó dos años en darse cuenta de quién era mi padre biológico. Lo que demuestra que la estrategia del general es eficaz. Tanto que incluso yo, a veces, me pregunto quién es mi padre.

El pequeño caparazón que me he creado es el remanso de paz indispensable para mi salud mental, si es que me queda un poco. Algunos lo encuentran demasiado colorido, incluso abigarrado, pero quienes me conocen, que son únicamente los miembros de mi equipo, comprenden las razones y aprueban mis heterodoxas elecciones. Mi salón es de color azul celeste, como los días soleados y sin nubes que tanto me gustan, con cuadros de tulipanes multicolor, junquillos y hasta resplandecientes lotos azul y rosa. Frente al televisor de  pantalla gigante, donde solo miro películas románticas pues mi trabajo ya me ofrece suficientes horrores, mi canapé blanco con cojines de colores estridentes desentona en esta decoración campestre, pero es muy cómodo. Tanto que mis amigos tienden a ponerse a sus anchas un poco más de lo necesario. Y la cocina abierta de blanco y azul con una isla central de mármol y cuarzo es, literalmente, una invitación a las comidas entre amigos, lo que me gusta mucho porque me encanta cocinar. Lástima que sin tiempo de sentarme para tomar un café ya suene el teléfono. Grrr, mi padre. Ya resoplo solo con la idea de oír su voz. Si hubiera sido cualquier otro me habría hecho la sorda. Pero con mi progenitor sería inútil. Mejor responder pues me machacará hasta que descuelgue. Y si apago mi móvil enviará al instante a uno de sus subordinados a llamar a mi puerta. Ni pensarlo. Detesto que un desconocido entre en mi guarida y husmee en mis asuntos. Así que descuelgo, sin ningún entusiasmo.

– ¿Diga?

– Dakota, reunión de retorno de misión en 15 minutos.

Y cuelga sin dar tiempo para ninguna excusa. Nada de "¿cómo te va?" ni "te he echado de menos". El general ha hablado, manos a la obra. Es exactamente mi sensación en este momento. No tengo un padre sino un general cuyas órdenes debo seguir sin discutir, sin reflexionar y, por encima de todo, sin mostrar emoción alguna. Debo presentarme inmediatamente en el Cuartel General de los RD o me ganaré una reprimenda.

Los Rastreadores de Demonios, nuestro nombre completo, es la unidad que creó mi padre cuando descubrió mi particularidad. Hace siglos que se conoce el infierno. La Biblia lo menciona a menudo. Como ya dije, existe un paso entre nuestro mundo y ese mundo subterráneo abominable. Pero contrariamente a la idea de que se envía a los humanos al Infierno para castigarles después de su muerte, son los demonios quienes vienen a la Tierra. Y no para castigar a quienes lo merecen, sino para vivir aquí y hacer el mal, conforme a su naturaleza. Podría decirse que inicialmente el ejército combatía a los demonios cuando había suerte. Los mataba cuando caía sobre ellos por casualidad, después de muchas bajas evidentemente, pues no todo el mundo va por ahí llevando siempre consigo una hoja de titanio. Ahora, gracias a mí, nuestros ataques están dirigidos y solo la unidad de la que formo parte se dedica a combatir a los demonios y matarlos si es necesario. En este sentido me mantuve muy firme frente a mi padre. Igual que entre los humanos, hay demonios buenos y demonios malos. Me niego a matar a una criatura que no hace daño a nadie. El serpendión de hoy es un ejemplo perfecto. No iba a acabar con su vida porque se alimenta de animales. Si lo hiciera, también podría matar a la gente que come cerdo. Esas bestezuelas sonrosadas con su colita en forma de tirabuzón. Tengo claro que mi padre cedió a mi reivindicación con el único objeto de que entrara en la unidad, pero esto carece de importancia. Lo importante es que salí victoriosa y que, demonio o no, los inocentes son absueltos. Llamarles al orden o trasladarlos, según cual sea el problema, pero dejarles vivir en paz. Lo que no impide que el general critique mis elecciones y mis acciones en cada reunión. Para él solo represento una decepción y me lo recuerda siempre que se presenta la ocasión. Nuestra misión ha sido un éxito, pero él le encontrará algún fallo, como siempre.

Así que me voy sin entusiasmo al superprotegido CG de los RD, formado por un despacho, una gran sala de reuniones y un laboratorio subterráneo al que no tengo acceso. Lo que no me supone ningún problema. No soy nada morbosa y el laboratorio recoge los demonios muertos para su autopsia. Y no tengo ninguna necesidad de verlo. Ni la más mínima. Ya veo suficientes horrores durante las investigaciones como para añadirles las imágenes de demonios cortados con el escalpelo y disecados. Pero el personal de la morgue es sin duda indispensable para nuestro trabajo. Nos permite aumentar nuestro conocimiento sobre las especies de los infiernos y la forma de matarlos más rápido sin resultar heridos. Esquematiza y enumera todos los puntos fuertes y débiles de las distintas especies que hemos combatido en el pasado. Sea como sea, a cada uno su sitio y yo prefiero afrontar el peligro y pelear que manosear la muerte durante todo el día.

Cuando llego el equipo ya está allí al completo, charlando tranquilamente mientras esperan que el general nos honre con su presencia. Me gustan todas las personas presentes en esta sala. Estos hombres se han convertido en mi familia desde que entré en el programa y arriesgaría mi vida por ellos sin pensarlo igual que ellos harían por mí. George, nuestro jefe de equipo, es el mayor de nosotros. Con la autoridad de sus 45 años y sus sienes que imagino entrecanas, aunque no le veo ninguna cana, es como un padre para mí desde la formación del equipo. Yo tenía solo 18 años y mi padre le puso al cargo de mi aprendizaje. Fue entonces cuando conocí a Luke, el benjamín del equipo después de mí. Dos años mayor que yo, acababa de salir de la escuela militar y lo confiaron a los cuidados de George para seguir la formación junto a mí. A lo largo de los combates, técnicas de camuflaje, manejos de armas y demasiados gritos de George, no nos mostramos como unos alumnos muy disciplinados, pero nos acercamos hasta ser como hermanos. Luke es el gemelo en el que yo soñaba durante mis peores momentos de soledad. Un hermano que fuera como yo y que me comprendiera siempre a pesar de mis rarezas. Por otro lado, Luke no es como yo, yo soy única, pero él me comprende mejor que nadie y siempre sabe qué me ronda por la cabeza. Como ahora.

– Calma, Dakota. Asistimos a la reunión y te llevo a casa al instante para que puedas instalarte en el sofá a mirar algún bodrio en la tele.

Le obsequio con mi mejor sonrisa. Acaba de describir mi jornada ideal, mi sueño. Mi canapé, un café y una película romántica que me transporte hacia un mundo ideal y armonioso.

– ¿Seguro que no prefieres pasar la velada conmigo, encanto? Te ayudaré a relajarte, te lo prometo.

Jared, el ligón irreductible. Un buen conversador treintañero con el cuerpo de un dios, esculpido por años de musculación. Lástima que este bello ejemplar, desde lo alto de su metro noventa, usa las chicas como pañuelos: usar y tirar. Por otro lado, debe admitirse que el carácter secreto de nuestras misiones y su peligrosidad no nos permite establecer lazos profundos como nadie de fuera del equipo. Así que ha elegido disfrutar de la vida. Lo respeto, pero tendrá que hacerlo sin mí y él lo sabe. Aún así, le encanta pincharme y, sobre todo, despertar el lado protector de nuestros colegas. No he tenido tiempo para responder cuando Russel lo hace por mí.

– No te atrevas a tocarla, pervertido.

Russel, el chico amable y defensor de las causas perdidas. Y yo soy su última obra de caridad. Lo adoro, siempre se pone de mi lado y fue el primero en apoyarme cuando me opuse a las masacres sistemáticas de demonios, pero no soy ni mucho menos la frágil florecilla que él insinúa. Soy perfectamente capaz de defenderme de los patéticos intentos de Jared. Especialmente porque se trata en esencia de palabras al viento. No soy en absoluto su tipo. Para gustarle se tiene que ser una boba pechugona que se abre de piernas cuando él chasquea los dedos. Por mi parte soy una morena menuda, con curvas pero no demasiadas, perfectamente capaz de defenderme si me busca las pulgas o me falta al respeto. Jasper añade una barrera.

– Ella nunca acabará en tu cama tío, es demasiado inteligente para que la engañes con tu cara bonita.

– Gracias por el cumplido.

Jasper, el último en llegar al equipo. Un amigo fiel y valioso. La persona a quien acudo cuando estoy muy apesadumbrada y tengo verdadera necesidad de reír un poco. Falso. En realidad es Luke quien lo llama al rescate cuando nota que tengo la moral por los suelos. En nuestro negocio es peligroso deprimirse. Cualquier despiste puede costarte la vida. Jasper me permite soltar lastre con su humor y sus payasadas y salir de misión concentrada y alerta.

– Ya basta chicos. El general está a punto de llegar. Estad tranquilos o nos pegará una bronca.

El comentario me sale solo.

– Como si quedarme tranquila en mi silla le fuera a impedir que me salte encima.

– Es un mal trago que hemos de pasar Dakota. Luego podrás volver a tu casa hasta la próxima investigación.

No añado nada. Sin duda, papá George tiene razón. Probablemente lo mejor es callarse y asentir a todas las chorradas que soltará el general. Pero cada vez llevo peor eso de mantener mi papel de buen soldadito cuando mi corazón grita que por encima de todo soy su hija y que después de veinticinco años el Sr. Jones podría haberse dado cuenta. Aprieto los puños y la mandíbula, rechinando los dientes y me instalo en una silla libre. Luke se coloca a mi izquierda y Jasper a mi derecha, ambos tomándome la mano y acariciándome la palma con su pulgar. Un gesto simple, insignificante en apariencia, pero que echo de menos inmediatamente cuando por el pasillo se oyen los pasos del general, obligando a mis amigos a soltarme para evitar la ira de quien ha prohibido cualquier intimidad en el seno de la unidad. Para él, incluso una muestra de afecto amistoso es inaceptable. Somos compañeros de trabajo y nuestras relaciones no pueden salir de lo profesional. Claramente el pensamiento de un oficial que nunca mueve el culo de su despacho. ¿Qué persona sensata confiaría su vida a un desconocido? Porque un compañero de trabajo con el que no estableces ningún afecto acaba siendo un extraño.

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