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Capítulo 4

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Dakota

Como sucedía a menudo, después del entrenamiento aterrizamos todos en mi casa. Mi apartamento es sin duda demasiado pequeño para acoger a cinco machos hinchados de testosterona, pero yo me siento extremadamente incómoda en un entorno distinto del mío, así que ellos tienen la amabilidad de aceptar apretarse un poco para que pueda ser yo misma.

– ¿Qué quieres comer Dakota?

Buena pregunta. ¿Que podría subirme la moral y apaciguar mi magullado corazoncito?

– ¿Qué puede importar la comida? Mientras te la comas sobre mi cuerpo de ensueño estarás en el séptimo cielo, muñeca.

Estallo a carcajadas ante Jared, que hincha los pectorales mientras levanta las cejas sugestivamente. Luke le pasa por detrás para darle un palmetazo en la nuca mientras yo lucho por recuperar el aliento con las lágrimas a punto de saltarme. Y así es, para aliviar este día agotador más que comida lo que necesito son mis amigos y sus payasadas.

– En serio tío, ¿eso te funciona al echarle los tejos a las chicas?

– Evidentemente. ¿No ves lo galante que soy? Nadie puede resistirse a mi encanto.

– ¿Tu encanto de bocazas, quieres decir?

Dejo que Jasper y Jared se peleen amablemente y me uno a George, que busca desesperadamente algo comestible en mi nevera.

– ¿Qué quieres que te prepare con unos restos de queso enmohecido y una botella de leche caducada?

Le contesto con una tímida sonrisa contrita. Lo cierto es que salimos de misión una semana y el general no me dejó tiempo para llenar la despensa. Aunque ni siquiera en períodos de calma, sin misión ni nada parecido (lo que no sucede a menudo, los demonios no conocen el concepto "vacaciones") no se puede decir que sea una maga de la logística. Nadie me ha enseñado a cocinar y detesto las tareas del hogar, contentándome con el mínimo estricto para que el interior sea acogedor. Mi nevera no sabe nada de platillos. Ya es todo un milagro cuando contiene algo comestible. Por contra, su exterior está lleno de folletos de comida a domicilio sujetos con imanes.

– ¿Pedimos chino?

– ¿Estás segura de querer una galleta de la suerte con su predicción? No puede decirse que el día haya sido afortunado hasta ahora.

– Cierto.

Luke llega por detrás y me coloca el brazo sobre los hombros, pegando su cálido cuerpo al mío. Es en estos momentos de complicidad que lamento no poder verle de verdad. No ser capaz de observarles si no es a través de un filtro verde que desnaturaliza la alegría que aloja su rostro.

– Pareces pensativa.

Me sobresalto al oír a Russel detrás de mí. No había notado su presencia en la cocina. Para ser un soldado de élite bregado en los combates y las misiones más peligrosos de esta tierra, me he dejado sorprender como una pardilla.

– Voy a pedir unas pizzas.

– Es exactamente lo que necesitas. Algo graso y pesado que te haga cabecear y dormir como un bebé.

– Pide además el helado que podrás lamer sobre mí.

Jared no puede evitarlo. Y al mismo tiempo es exactamente lo que necesitaba, comentarios indecentes, abrazos amistosos y la paternal compasión de George. Y así acabamos todos alrededor de la mesa baja, unas pizzas pepperoni con doble de queso tendidas ante nosotros, una cerveza en la mano y un bodrio romántico, como dicen estos cavernícolas, en la pantalla. Me despierto dos horas más tarde, después de que el lado soporífero de la pizza haya hecho su efecto.

Los muchachos se han ido, excepto Luke, adormecido a mi lado en el canapé. Tiene un aspecto tan apacible que prefiero dejarle dormir. Al fin y al cabo no será la primera noche que "okupa" mi canapé. Parpadeo varias veces para aclararme las ideas. Me pregunto qué me ha despertado. Por una vez ninguna pesadilla ha perturbado mi ánimo, mi subconsciente me ha dejado en paz, sin visiones de monstruos ni masacres sangrientas. Entonces ¿por qué tengo los ojos como platos en plena noche, cuando estaba bien colocada junto a Luke y caliente gracias a la colcha con la que uno de mis adorables colegas me ha tapado? De repente mi mirada se ve atraída por el televisor, que proyecta siniestras luces rojas y azules en todo mi salón. Unas sirenas de policía invaden la pantalla y una banda roja pasa en bucle por la parte baja de la pantalla. Subo el volumen para comprender qué dice el periodista en primer plano.

"En el pequeño pueblo de Gettysburg, Dakota del Sur, el descubrimiento de una mujer destripada ha conmocionado a la población. La joven, embarazada de ocho meses, ha sido asesinada en oscuras circunstancias y su bebé ha desaparecido. De momento no se descarta ninguna hipótesis, pero a la vista de la sangrienta escena digna de una película de horror que ha afectado incluso a las fuerzas del orden, esto solo puede ser obra de un psicópata". No, esta no es la única hipótesis, lamentablemente. Un demonio es perfectamente capaz de cometer este tipo de horror. El periodista sigue con su crónica mientras mis meninges giran a pleno régimen. "En este pueblo de solo un millar de habitantes, este crimen ha levantado una oleada de pánico y la población pide la ayuda del estado para detener cuanto antes a ese asesino ladrón de niños". Prefiero apagar el televisor antes del final. He oído suficiente para tener una noche agitada. O quedarme sin noche, porque el timbre de mi teléfono resuena en todo el apartamento. No necesito descolgar, sé de qué va la cosa cuando oigo que el teléfono de Luke también suena. El sueño puede esperar, tenemos una nueva misión.

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