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Capítulo 3
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Vaya, ¿qué acabo de decirle a Nate? Cualquiera pensaría que soy adivino o que el gobernador me ha escuchado. Ya decía yo que hacía demasiado tiempo que no sonaba el teléfono.
–Buenos días, gobernador. ¿Qué tal?
–Bien, pero basta de cháchara. Tenemos un problema.
Como de costumbre, no me llamaría si no fuera así. Sus llamadas nunca traen buenas noticias, pero su tono me inquieta y pongo los cinco sentidos en alerta. El gobernador nunca está preocupado. Alguna vez se ha mostrado tenso o estresado, pero nunca angustiado. Y hoy, casi huelo su miedo a través del auricular. Mis amigos advierten inmediatamente mi cambio de actitud y enseguida recuperan la seriedad, a la espera de noticias sobre su próxima misión.
–Le escucho.
–Se ha producido un ataque en un hospital humano. Han asesinado a un lobo ingresado esta misma mañana.
Es bastante inusual encontrar a un animorfo en un hospital y mucho menos un hospital humano, pero aparte de eso…
–Vale, pero entonces ya no puedo hacer nada por él.
–Evidentemente. Hemos puesto en marcha una investigación para saber por qué estaba en tan mal estado cuando lo ingresaron. Pero podrían ayudar a una enfermera que se encontraba a su lado.
–Por supuesto. ¿Ella conocía al paciente? ¿A qué manada pertenece?
–Que yo sepa, no conocía a la víctima y no forma parte de ninguna manada. Es humana y está en coma. Los metamorfos que vinieron a acabar con el lobo la atacaron.
Me levanto de la silla y me pongo a dar vueltas. Esto no es ninguna tontería.
–¿Perdón? Lo normal es que los clanes ni siquiera se molesten en amenazar a los humanos, aprovechando el miedo a las represalias por testificar contra ellos, ¿y ahora los atacan? Hasta ahora solo hemos protegido a metamorfos. ¿Por qué han herido a esta mujer humana?
–Eso es lo que van a tener que descubrir ustedes, además de protegerla. Los animorfos no huyeron dándola por muerta hasta que llegaron los guardas de seguridad, que se vieron obligados a disparar en repetidas ocasiones para que al fin soltasen a la víctima. Por otra parte, desde la agresión de la señorita Slat hace una semana, han visto a varios metamorfos haciendo guardia en torno al hospital humano. Creemos que tratan de saber si está viva o si le queda poco para sucumbir a las lesiones. Y es probable que quieran terminar el trabajo cuando se enteren de que ha sobrevivido. De ninguna manera puede estallar una guerra entre humanos y metamorfos. Los humanos no se rendirán sin luchar si este asunto se filtra.
–De acuerdo. Envíeme la dirección. Saldremos en menos de una hora.
Qué caso tan raro. Nunca antes habíamos protegido a un humano. No es que me importe, para mí todas las vidas, humanas o metamorfas, son igualmente respetables. Al fin y al cabo, una vida es una vida, al menos para mí. Cada uno tiene un lugar en el mundo y un papel que desempeñar. ¿Por qué querrían los metamorfos ver muerta a una enfermera? ¿Qué la hace tan importante como para que deban cerciorarse de que muere, a riesgo de desatar una guerra? No tiene ningún sentido.
–¿Pasa algo, Connor?
–No sé, Sean. Esta misión es muy extraña. Debemos proteger a una humana que ha sido víctima de un intento de asesinato por unos metamorfos.
–¿Por qué se metería un clan en eso?
–La pregunta del millón de dólares. El gobernador teme que estalle una guerra, lo que no descartaría si una manada atacase un hospital humano. Puede que nosotros seamos físicamente más fuertes, pero no somos invencibles. Los humanos podrían asustarse y ponerse a disparar a matar a todos los animorfos de su alrededor. Sean, te dejo al cuidado de la manada. Los demás, salimos en una hora.
Corro al dormitorio para coger mi bolsa de viaje mientras sigo dándole vueltas al caso sin encontrarle sentido.
El recorrido hasta el hospital es de tres horas en avión y treinta minutos en coche. ¿Alguna vez habéis visto una fiera en un avión? Es como meter a un león en una jaula. No puede traer nada bueno. No estamos hechos para volar. Llegamos al hospital estresados, de los nervios y un tanto agresivos. Nos vendría muy bien soltar a las bestias y liberar tensiones. Desafortunadamente, los metamorfos que diviso haciendo guardia sin ninguna discreción me confirman que nos aproximamos a una bomba de relojería, por lo que la libertad tendrá que esperar.