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Capítulo 1 Sam
ОглавлениеHa habido mucho trajín estos últimos días, como si la manada estuviera en ebullición, y he divisado caras desconocidas por la ventana, pero a fin de cuentas, no estoy al corriente de nada. Peter siempre dice que formo parte de la manada, pero en la práctica no es verdad. Me tienen miedo, del mismo modo que yo se lo tengo a ellos. Y tienen motivos razonables para temerme, así como los tengo yo. No a este clan en concreto, sino a los metamorfos en general. Digan lo que digan, no es un pueblo del que pueda fiarme, y lo he aprendido a base de palos. Resulta difícil establecer lazos así. Peter, mi padre adoptivo, ha tratado por todos los medios de hacerme sentir cómoda y de que confíe en los Treat, pero aún no he sido capaz. Sé que no tengo nada que temer ni con el alfa ni con Greg. Vete tú a saber por qué, nunca he tenido miedo de este último y él nunca ha desconfiado de mí. Puede que se deba al hecho de que era solo un niño cuando nos conocimos y a que su instinto de supervivencia es, por decirlo de alguna manera, nulo. Cierro los ojos con todas mis fuerzas para borrar las imágenes que atraviesan mi mente. Sangre, gritos, llantos e impotencia. Soy inútil y peligrosa, y siento a Ashley cada vez más distante. Quiere hacer su vida y en ella no hay cabida para mí. En realidad, nunca la ha habido. Y lo entiendo. Podría ocultar mis orígenes fateles, pero ¿de qué sirve si no soporto que se me acerquen? Mi hermana mayor, tan guapa y sociable, abandonó el territorio de la manada para vivir entre humanos y desempeñar una profesión. Yo no puedo hacer eso. Soy demasiado desconfiada e inestable. Ella no ha vivido lo mismo que yo. El tratamiento de Peter me ayuda a regular mis poderes, pero no obra milagros. Mi don forma parte de mí, no puede desaparecer y tampoco quiero que lo haga. Es mi medio de defensa contra el mundo exterior. Soy consciente de que soy un peligro público, motivo por el que mi casa está ubicada en la linde del territorio, lejos del resto de las viviendas del clan. Solo mi hermana quiso quedarse cerca de mí, pero el aislamiento no tardó en hacer mella. Y el idiota de Nathan no ayudó precisamente a convencerla de que se quedara cuando decidió mudarse fuera del territorio. No lo soporto. No me gusta la manera en que mira a Ashley, con esa mezcla de concupiscencia y fulgor malicioso en sus ojos. Si sigue vivo, es solo porque le prometí a mi hermana que nunca mataría a un Treat y porque siempre mantengo mis promesas. Bueno, las que le hago a ella. Sin embargo, eso no me impide divertirme un poco a costa de todo miembro que me importune. Tendré que matar el tiempo de alguna manera.
—Sam. ¿Dónde estás?
He ahí la persona que siempre me hace sonreír. Por desgracia, ya sé lo que viene a anunciar. Vuelve a irse, como de costumbre. Dijo que debía ir a ver a su mejor amiga y me sorprende que se haya quedado en el territorio más tiempo de lo previsto. Parece que ha llegado el momento de decir adiós.
—¡Sam! ¿Por qué no contestas?
Mi hermana está resplandeciente. Es una mujer espectacular. Alta, rubia, con los ojos verdes y la piel de porcelana. Ojalá me pareciese más a ella. Pero hoy luce aún más deslumbrante. Tiene algo diferente en la mirada que no logro discernir. No poseo su don, no leo la mente como ella. A veces pienso que sería mejor que ella tuviera mis poderes y yo los suyos. Ashley sabe controlarse mucho mejor que yo.
—¿Absorta en tus pensamientos, hermanita?
Tengo treinta años y me mima como si fuera una niña pequeña. Y la verdad es que en muchos aspectos, lo soy. Como cualquier niña, necesito un abrazo para apaciguar mi corazón atormentado. Se sobresalta ante mi abrazo. Es evidente que la he sorprendido. Lo cierto es que me he levantado de un salto para estrecharla entre mis brazos sin pronunciar una sola palabra.
—¿Va todo bien, Sam?
—Sí, es solo que necesitaba un abrazo.
—¿Estás segura?
Detesto que se preocupe por mí. No debería. No es su papel. Es mi hermana, no mi madre, y ya es hora de que le permita recuperar su lugar. Sin embargo, no logro hacerlo y me siento mal por ello. De todos modos, no puedo ocultarle nada. Bueno, casi nada. Me permite tener mi intimidad, nunca se inmiscuye voluntariamente en mi mente, pero soy tan inestable que, en ocasiones, capta mi humor involuntariamente. Me lo dijo cuando éramos pequeñas. Pero a pesar de todos mis esfuerzos, nunca he conseguido esconder mis sentimientos tras un muro. Me mira preocupada. Estoy convencida de que ha sentido mi tristeza. No ha sido un buen día. No obstante, actúa como si no pasara nada y yo se lo agradezco.
—Quiero presentarte a alguien.
Ha conocido a alguien. Por eso está tan radiante, está enamorada. Sin conocerlo, ya odio al hombre irremediablemente se llevará a mi hermana. Sabía que este día llegaría, pero no estoy preparada. Un temporal de cólera y desesperanza causa estragos en mi interior. Ante todo, me entristece perderla, porque no me cabe duda de que ese hombre no aceptará tener a una cuñada loca en su vida, en sus vidas. Una lágrima resbala por la mejilla de Ashley. Lo lamento. Sé que yo soy la razón. Se limpia la mejilla y me estrecha aún más.
—No pasa nada, Sam. Es Sevana. Ya te he hablado de ella.
No lo entiendo. Creía que su amiga estaba lejos de aquí. Asiento con la cabeza, con la nariz enterrada en su cuello abrigado con un fular de seda.
—¿Te parece bien que pase?
Ante mi expresión desconfiada, me tranquiliza, como siempre.
—No te hará daño, te lo prometo.
Me encojo de hombros. Evidentemente, no tendría nada que hacer contra mí. Nadie puede conmigo. Eso también lo he aprendido a base de palos, concretamente un dardo anestésico que me clavaron en la nalga. Pero no es momento de pensar en eso. Una chica acaba de entrar en mi casa. No soy metamorfa, pero sí territorial, y me cuesta aceptar su presencia en mi hogar. Su sonrisa afable me ayuda a relajarme un poco, así como la presencia de Ashley, que me sostiene la mano en señal de apoyo.
—Hola, Sam, mi nombre es Sevana. He oído hablar mucho de ti.
—Yo también.
No miento. Ashley se deshace en alabanzas hacia su persona y no entiendo el porqué. Sevana es una chica bajita y menuda con el pelo negro y cara de inocente. Una pequeña humana como cualquier otra de las miles que debe haber en el mundo, supongo.
—No te sorprendas tanto, Sam. Te aseguro que es excepcional.
—Sin ánimo de ofender, es una chica normal y corriente.
¿De qué se ríen?
«No soy tan normal como parece». Mis ojos pasan de Ashley a su amiga y mi mirada atónita hace que su risa se intensifique.
—Ash, eres tú quien…
—Sabes bien que no.
Cierto. La presencia que he sentido en mi cabeza era menos intrusiva y no tenía la voz de mi hermana. Se ha quedado en la superficie y se ha limitado a comunicarse sin llegar a entrar.
—¡Es telépata!
Menuda sorpresa. Pensaba que nunca volvería a ver a otro fatel. Creía que mi hermana y yo éramos las últimas de nuestro pueblo y que se extinguiría con nosotras.
—Sí, soy una fatel, como tú. Soy profetisa. Bueno, entre otras cosas.
Ashley la mira negando con la cabeza. No lo entiendo. Se sigue una conversación en silencio. La magia crepita en el aire como una bruma intangible e invisible. Siempre he tenido un sexto sentido para percibirla. Otra de mis rarezas. Quizás sea porque siempre estoy en guardia, a la espera de un riesgo inminente, y porque el poder de los fateles puede ser extremadamente peligroso. No soporto que me mantengan al margen en mi propia casa.
—¿Puedo saber qué ocurre?
Es evidente que Sevana quiere informarme de algo y mi hermana se opone.
—Ashley, puedes contarme lo que sea. Soy fuerte.
Frunce el ceño. No me cree, como tampoco lo hago yo, pero quiero saber qué es lo que ocurre desde hace varios días y esta fatel tiene la respuesta, de eso estoy segura.
—Confías en mí, ¿no?
Evidentemente. Es mi hermana. La única persona que no me traicionará jamás.
—Siempre.
—Prométeme que vas a escucharme hasta el final sin asustarte.
No me gusta el cariz que está tomando esta conversación, pero confío en el criterio de mi hermana. Además, escuchar no me compromete a nada.
—Te prometo que te voy a escuchar.
Ashley se muestra indecisa, pero su amiga toma la decisión unilateralmente y suelta una bomba que no esperaba.
—Soy la hembra alfa de la manada Ángeles Guardianes.
Mi cuerpo se tensa inmediatamente. Está vinculada a un metamorfo y sé exactamente cómo ha terminado así. Solo tenía cinco años, pero no se me escapaba nada. A mí también deberían haberme vinculado a la fuerza a uno de ellos. Pero ¿qué quiere esta mujer? ¿Ayuda? ¿O piensa traicionarnos y servirnos en bandeja a su clan como si fuéramos animales que llevan al matadero?
—Sam, para.
Ashley me aprieta el hombro, pero solo tengo ojos para Sevana. Me acerco inconscientemente a ella y veo la mordedura en su cuello. Sé lo que significa. Peter me lo explicó hace mucho tiempo para que no me asustara al ver a las parejas de su manada exhibirla con orgullo. ¿Cómo puede alguien estar feliz de que le muerdan? ¿A quién le gusta sufrir?
—¡Sam, basta!
Parpadeo, recuperando aparentemente el control de mis emociones, y me percato de que estoy demasiado cerca de Sevana para mi gusto —podría tocarla extendiendo el brazo— y de que su nariz está sangrando. Debería enfadarme conmigo misma, pero no lo consigo. Tengo demasiados pensamientos sombríos en la cabeza. Amenazas de represalias que una niña nunca debería haber escuchado. Además, Sevana no se molesta y se limpia la nariz con el reverso de la mano sin más.
—Es la primera vez en mi vida que sangro por la nariz. Me gusta vivir nuevas experiencias.
Su comentario me desconcierta por completo, incluso más que su media sonrisa.
—Ahora que me has hecho una demostración de tu poder, me toca mostrarte uno de los míos.
¿Uno de los suyos? No me da tiempo a preguntar a Ashley cuando mi mesa de café se eleva en el aire tambaleándose y dando vueltas. Sevana tiene las manos extendidas, haciéndolas bailar como si de una directora de orquesta se tratase. De pronto se detiene y mi mesa vuelve a su lugar en el suelo, como si nada hubiera pasado.
Debo tener un semblante cómico, porque a pesar de su evidente cansancio, Sevana ríe.
—Ahora que ya tengo toda tu atención, podemos hablar. Pero primero, necesito sentarme y beber algo con mucho azúcar o me desplomaré aquí mismo. Y un pañuelo también.
Mi hermana reacciona mucho más rápido que yo.
—Ven, te prepararé un café con doble ración de nata y azúcar.
Veo a ambas amigas cogerse del brazo y partir en dirección a la cocina, con Sevana parcialmente apoyada en mi hermana para poder caminar, y me quedo plantada en medio del salón, incapaz de reaccionar ante lo que acaba de pasar. Y la verdad es que no sé lo que acaba de pasar. ¿Cómo podría? Era muy pequeña cuando mis padres murieron. No sabía gran cosa sobre los fateles, aparte del hecho de que poseían poderes que se desarrollaban con la edad y la práctica. Debería haber comenzado mi entrenamiento a los seis años, pero no dio tiempo. No pude adquirir los conocimientos que necesitaba y Ashley, solo cinco años mayor que yo, no sabía lo suficiente para ayudarme. La habían enseñado a utilizar su propio poder, pero aún no le habían hablado de otros. Ese tipo de conocimientos se adquirían con doce o trece años, ya que se consideraban secundarios. Los fateles no estaban del todo equivocados, pues ¿de qué le sirve a una persona saber que alguien puede volar si ella misma es incapaz? Por tanto, ignoraba que hubiera fateles con poderes telequinéticos. De lo que sí estoy segura es de que cada fatel posee un solo don. Entonces, ¿cómo es posible que Sevana pueda también comunicarse telepáticamente? Por no mencionar que mi hermana ha afirmado que era profetisa. Por primera vez en mucho tiempo, mi curiosidad se sobrepone a mi desconfianza y me reúno con las dos, sentadas frente a una taza humeante que, por lo que se ve, me estaba esperando.
—Ha llegado el momento de hablar entre adultas.
No pronuncio palabra, con todos mis sentidos puestos en el más mínimo gesto de Sevana. Ashley me aprieta la mano, pero permanece igualmente callada.
—Como he dicho, soy fatel y también la hembra alfa de una manada. Ashley me ha contado por encima vuestra historia, pero la mía es muy diferente. En pocas palabras, he vivido entre humanos, desconocedora de mis orígenes. Hace unas semanas me atacaron unos metamorfos en el hospital donde trabajaba con Ashley.
Una leve angustia me oprime el pecho. Podría haberle ocurrido a mi hermana. ¿Por qué nadie me cuenta nada? La respuesta es sencilla: me habría presentado en el hospital hecha un basilisco y habría acabado con toda persona, buena o mala, que se hubiera cruzado en mi camino.
—Sam, mírame, todo va bien.
Ignoro por qué los ojos de Ash reflejan destellos de esperanza. Para ella es muy importante que no pierda los estribos. Está acostumbrada a mis cambios de humor y nunca me los ha reprochado, a pesar del dolor que le causan. En esta ocasión, sin embargo, me está suplicando que me controle. Esta historia reviste una importancia fundamental para ella y quiero entender la razón. Mi voz suena ronca cuando invito a Sevana a continuar su relato.
—Tu padre, Peter, me trató extraordinariamente bien, y una manada asociada al gobernador se hizo cargo de mi protección.
—¿Qué manada podía estar interesada? Has dicho que vivías como una simple humana.
—Una manada que odia a los disidentes tanto como nosotras.
—¿Cómo los Treat?
—Sí, solo que ellos los combaten.