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PRÓLOGO

Durante la mayor parte de nuestra vida hemos estado en las aulas. Acompañando los primeros pasos de niños y niñas de tercero básico (9 años), pasando por experiencias con estudiantes de quinto a octavo básico (11 a 13 años), luego con adolescentes de secundaria (14 a 18 años), hasta llegar hoy a caminar junto a mis estudiantes de educación superior (19 a 67 años). En todo este caminar, descubrí la guía fraterna de Karl Rogers, quien me enseñó a mirar a la gente con optimismo, pues las personas somos seres activos y podemos luchar por estar mejor, pese a las adversidades, gracias a los procesos de resiliencia. Junto a ello descubrí que “la experiencia era la autoridad suprema”, pues a través de ella podíamos construir nuestra salud mental y nuestro desarrollo personal, para luego transmitirlo a nuestros estudiantes.

En este contexto personal de la educación humanista es que coincidimos en nuestra vida con Viviana, la autora de este libro. Recibí su invitación de participar, modestamente, en la corrección de su texto. Recordé una frase de Rogers: “ Me siento conmovido y realizado cuando entreveo el hecho, o me permito la sensación, de que a alguien le importo, de que me acepta, me admira o me alaba”, pues en esa invitación sentí su afecto y respeto, lo que sin duda provocó en mí un efecto de bienestar emocional y mental.

Con el caminar juntos, descubrí en ella a una persona afectuosa, autodidacta y creativa. Descubrí en ella a una educadora, a una artista, a una madre, que compartía conmigo la convicción de que los estudiantes son sujetos de amor y que, por extensión, “las personas son tan hermosas como las puestas de sol, si se les permite que lo sean… en realidad, puede que la razón por la que apreciamos verdaderamente una puesta de sol es porque no podemos controlarla” y que un niño o niña “al descubrir que es amado por ser como es, no por lo que pretende ser, sentirá que merece respeto y amor”. Descubrí que era fiel a sí misma, capaz de sentirse autorrealizada y capaz de compartir su auténtico bienestar con los demás.

Estimado lector, estimada lectora, te invito a introducirte a la lectura de esta obra. En ella encontrarás una mirada de su autora al mundo de la educación chilena, desde la razón y la emoción, a sus partes formales e informales, a sus veladuras, a la educación invisible. A mirar hacia su interior, hacia nuestro interior. Recuerda que “No podemos cambiar, no podemos alejarnos de lo que somos hasta que aceptamos lo que somos. Entonces el cambio parece llegar casi desapercibido”. “La única persona bien educada es la que ha aprendido a aprender y cambiar”.

La autora nos invita a mirar esa realidad, pues de nada sirve esconderla, porque si no la asumimos, los problemas que en ella subyacen, jamás serán superados.

En el texto no sólo encontrarás la descripción de problemas. Eso sólo sería nada más que un diagnóstico. Descubrirás en él una propuesta creativa, entendiendo que “la esencia misma de la creatividad es su novedad, y por lo tanto no tenemos ninguna norma para juzgarlo”. Una propuesta que propende al aprendizaje significativo, “el que provoca cambios profundos en el individuo, que debe ser fuerte, y no limitarse a un aumento de conocimiento, sino abarcar todas las partes de la existencia”.

“El hombre que se educa es aquel que aprende a aprender”

(Karl Rogers)

Educación invisible

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