Читать книгу Histeria - Walter Cortez - Страница 6

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Nunca me consideré el hombre más valiente del mundo, ni el más cobarde, en mi vida son muy pocas las situaciones que me hicieron temblar las piernas y ninguna de ella se acerca a lo que viví un verano en esa vieja casa de adobe.

Mi nombre es Gustavo, vivo en la ciudad de Crespo, provincia de Entre Ríos, con mi esposa Carla y mi pequeña hija de dos años, Emilia. Soy ingeniero eléctrico y me especializo en instalaciones de gran envergadura.

Este año recibí un llamado de la empresa distribuidora de la provincia de La Rioja, para realizar un tendido eléctrico de media tensión entre la ciudad capital y una pequeña localidad turística llamada Villa Unión. El trabajo en sí no era muy grande pero el terreno lo complicaba mucho. Haciendo cálculos brutos, la obra demoraría unos seis meses. Concluí con mi esposa que viajaría yo solo, y alquilaría una casa durante mi estadía fuera de mi hogar. Por su trabajo de maestra, Carla no podía acompañarme, fue una decisión difícil dejar a mi familia y sobre todo a mi pequeña hija por tanto tiempo, pero el proyecto era desafiante y la paga era realmente muy buena.

Cuando llegué a La Rioja, me dirigí a la capital para ultimar los detalles con los CEO de la empresa eléctrica antes de partir al oeste de la provincia. El viaje desde allí hasta la ciudad de Villa Unión no era muy largo, a lo sumo debía tardar unas cuatro horas, pero me demoré casi siete, constantemente me detenía para apreciar el imponente paisaje de las formaciones montañosas, los colores que cambiaban según el ángulo del sol, las nevadas cumbres a la distancia. Había algo mágico en el ambiente, algo que te hacía sentir que estabas ante un lugar ancestral y perpetuo, me sentía insignificante ante tanta magnitud y belleza. Yo, que crecí en el corazón de la pampa húmeda argentina, donde el horizonte es solo una línea recta y por muchos años de mi vida solo imaginé cómo eran las montañas, podía pasar horas solo viéndolas.

Al llegar a Villa Unión, lo primero que observé fueron las edificaciones, era una mezcla de edificios modernos destinados a hospedajes, con hogares comunes que parecían viejos y algunos hasta muy antiguos; la arquitectura era muy diferente al lugar donde crecí. Supuse que se debía a que esta era una zona sísmica. Lamentablemente no tuve tiempo de buscar una casa para alquilar, así que los primeros días me hospedé en un lujoso hotel, por suerte todo corría por cuenta de la empresa que me contrató.

La primera semana me dediqué a tener listos todos los detalles para la instalación de las torres eléctricas. Luego del trabajo, buscaba alguna casa para alquilar, pero era difícil ya que todos alquilaban por día. Por suerte encontré una vivienda cuya dueña aceptó rentarla por los seis meses que necesitaba. Era un verdadero encanto para mí, tal vez la estructura más antigua que vi en esa ciudad y quizás también de toda mi vida. Estaba construida con ladrillos de adobe, el techo era de cañizo con grandes vigas de madera, tenía varias habitaciones, un gran comedor central, y un largo pasillo que llevaba al baño y al patio trasero, el cual estaba bastante descuidado. Al entrar lo primero que uno notaba era su frescura, a pesar de que el verano estaba cerca y el calor se hacía sentir en esa zona, aquí dentro era extrañamente fresco, hasta podría decir que era frío. Al pasear entre sus muros uno viajaba en el tiempo más de cien años al pasado. Estaba enamorado de la casa. Lo que sí me llamó la atención era su bajo precio, la dueña comentó que le era difícil alquilarla, los inquilinos anteriores se fueron a las pocas semanas y era algo que ocurría con frecuencia. Ella no mencionó nada extraño sobre el lugar, excepto que podía haber muchas arañas y lagartijas debido al clima y la cercanía al campo, aunque no me sorprendía por el estado del patio trasero.

Estaba muy cómodo con la casa y se lo decía todos los días a Carla cuando hablábamos por teléfono en las noches, y jamás me olvidaba de preguntar por mi bella Emilia. Estar lejos de ella era lo único que me tenía disconforme, pero lo demás marchaba bien, sobre todo la obra. A pocas semanas de iniciar ya estábamos adelantando días, el ritmo de trabajo era bueno y no habían surgido imprevistos de ninguna índole.

Al cabo de una semana comencé a tener el sueño intranquilo, me despertaba varias veces por noche, y cuando prendía la luz del dormitorio me encontraba con enormes arañas negras caminando por el suelo de la habitación. Eran espeluznantes, del tamaño de un puño y el cuerpo cubierto de pelos, se movían rápidamente entre los muebles y al encender la luz, corrían a ocultarse. Tuve que comprar un veneno muy potente, aplicarlo antes de irme al trabajo para que actuara por varias horas. Al regresar a casa tenía que ponerme a juntar los cadáveres; también tuve que hacer que limpien el patio trasero, supuse que de allí provenían esos animalitos. A veces soñaba con ellas y asocié que por eso no dormía tranquilamente. A los pocos días dejaron de aparecer, pero aún seguía despertando por las noches, esta vez por escuchar ruidos que provenían del pasillo que llevaba al baño. No les di mucha importancia, era una casa muy vieja y como ingeniero sabía que la amplitud térmica de la zona haría dilatar las paredes y eso generaba esos sonidos.

En el transcurso de dos meses, la obra iba bien a pesar del calor infernal que castigaba a los obreros, pero distinto era mi estado. Realmente no dormía bien, me levantaba varias veces por noche, y en mi mente durmiente concebía horrendos sueños que me hacían despertar transpirando frío. En la mayoría de ellos estaba presente mi familia, sobre todo Emilia. La soñaba siempre en peligro, sufriendo o llorando. Tener esas horribles imágenes en mi mente me mantenían espabilado, y los extraños ruidos provenientes del pasillo provocaban que me levantara a revisar la casa entera, pero en cuanto encendía la luz, los sonidos cesaban, algo que me molestaba y me sacaba de quicio. Comencé a beber para calmar mis nervios y así poder conciliar el sueño otra vez. La falta de descanso comenzó a afectarme en el día, varias veces llegaba tarde al lugar de trabajo y me costaba concentrarme, al punto de dar malas indicaciones y ser corregidos por los jefes de las cuadrillas. Un ingeniero no puede equivocarse tanto, pierde credibilidad.

Le comenté por teléfono mi situación a Carla, me pidió por favor que no bebiera, que tratara de tomar algún té de hierbas, y si eso no funciona, me dio los nombres de algunas pastillas para dormir para comprarlas. Me dijo que el alcohol afectaría en mi trabajo, y le creí, porque me veía mal todas las mañanas. Lo que no le conté fueron los extraños y pavorosos sueños que tenían como protagonista a mi pequeña hija. Carla era algo supersticiosa y comenzaría a tener hipótesis extrañas sobre el tema.

Intenté con el té de hierbas algunas noches pero no tuve buenos resultados, o más bien, no tuve ninguno, todo seguía igual. Despertaba en las noches después de algún horrible sueño, y cuando lograba calmar mi agitación, llegaban a mis oídos los extraños ruidos del pasillo. Sonaban a algo que reptaba por el suelo seguido de golpes, como si una mano golpeara el piso y después algo se arrastraba: un golpe, un arrastre, otro golpe, otro arrastre. Y cuando encendía la luz, todo quedaba en silencio. Me estaba volviendo loco y a veces no dejaba de pensar en ello, lo cual me tenía distraído mientras trabajaba. Decidí entonces comprar las pastillas para dormir, con la esperanza de volver a recuperar un descanso adecuado.

No sabía si todo lo que me estaba pasando era por el calor abrasador de La Rioja, o en realidad estaba pasando algo en la casa. De donde yo vengo suele hacer calor, sumado al alto porcentaje de humedad constante, es sofocante. Aquí es seco, aunque debo admitir que jamás había sentido tanto calor, el sol golpeaba con fuerza y había días donde la temperatura superaba los cuarenta y dos grados Celsius. Si bien en la sombra y con una bebida fresca uno podía aguantar tranquilamente, en cuanto era alcanzado por los rayos del sol, se sentía como estar cerca de una gran fogata. A veces no había donde refugiarse, la vegetación en esta provincia es muy escasa y de poco tamaño. Por la noche, la temperatura podía descender bastante e incluso llegar a los doce o trece grados, y creo que en el lugar donde me hospedaba podía estar mucho más baja.

Comencé también a ponerme paños fríos en la cabeza mientras me recostaba para dormir, que no tardaba mucho gracias a los efectos de las pastillas que tomaba ahora. Imaginaba que todo debió ser por el calor pero a veces dudaba de ello. En una de mis noches en vela, noté un extraño armario en una de las habitaciones que estaba junto al baño, era antiguo pero no tanto como la casa. Recuerdo que mi abuela tenía uno parecido, con similares tallados que decoraban los bordes. La única diferencia era que este tenía un espejo de forma ovoide en la puerta del centro, en el cual la imagen reflejada se deformaba estirándose. Siempre que llegaba al final del pasillo y estaba por entrar al baño, miraba de reojo aquel mueble. Algo me decía en mi interior que tenía que mirarlo, no lo entendía y ni aún lo hago pero me ponía intranquilo, así que comencé a mantener cerrada la puerta de esa habitación.

Promediando el tercer mes de mi estadía en la casa, mi situación era peor y creí en ese momento que estaba lejos de mejorar. Me sentía débil, de mal humor, y me costaba mucho más concentrarme en mis responsabilidades. En mi cabeza solo cabían pensamientos sobre la fría vivienda y los sueños horribles que tenía todas las noches. A veces, al despertar, un sentimiento de querer salir corriendo y volver a Crespo lo antes posible se apoderaba de mí. Llegué a pensar que esa longeva residencia quería alejarme. Los sueños se fueron convirtiendo en visiones muy vividas, veía a mi hija caer en profundos y oscuros pozos, ser atropellada violentamente, que algún objeto o un mueble le caía encima y moría aplastada...

Recuerdo uno que me afectó mucho: soñé a mi niña sentada en el verde césped del jardín de mi hogar, estaba llorando y yo la observaba desde la puerta, aunque no podía ver su rostro porque me daba la espalda. Su llanto era débil y podía sentir que sufría. Cuando me acercaba a ella y le tomaba el hombro para girarla y ver, lo que en mi memoria era el rostro más bello que existe, era ahora el de un cadáver, hinchado y descolorido, sus ojos negros, y de su boca brotaba un par de hilos de sangre. Caía sentado del terror y comenzaba a gritar, y era allí cuando me despertaba temblando, todo transpirado y con el corazón muy acelerado. Me quedé sentado en la cama y comencé a llorar como un pobre niño asustado.

Vivir en esa casa cada vez se me hacía más difícil, físicamente estaba deteriorado y tenía cada vez menos energía o humor para hacer nada, noté en mi cinturón que había perdido peso y a pesar del extremo cansancio, aún no podía dormir una noche entera sin tener pesadillas y quedarme en vela. Las imágenes de mis sueños me atormentaban durante el día también, no podía dejar de pensar en los horrores tan vívidos que venían a mí, llegué a tener ataques de ansiedad a la hora de acostarme, tenía miedo de cerrar los ojos mientras estaba en la cama y no podía conciliar el sueño con facilidad, pero el cansancio me ganaba siempre.

Carla estaba preocupada por mí, notaba mi malestar cuando hablábamos por teléfono e insistió que le dijera lo que estaba sucediendo, yo no quería hablarle de los terribles sueños que tenía, pero insistió mucho y yo ya no sabía qué más hacer, quizás ella le daría al clavo y solucionaría mi problema. Por lo menos eso creí, pero lejos de aliviarme con sus palabras, Carla me dijo más preocupada que antes (incluso hasta la noté asustada) que a veces los sueños recurrentes son premoniciones de lo que va a pasar a futuro. Al escuchar y entender lo que me dijo, me espanté y me preocupé aún más que ella, porque Carla no había sentido los horrores que yo viví al dormir cada noche. Me dijo que tomara un té de varias hierbas mezcladas, que al tomarlo varias veces al día tendría un mejor efecto relajante en mi mente y mi cuerpo. Le hice caso y aunque fue difícil encontrar todas esas plantas, por primera vez en más de tres meses pude dormir una noche completa sin interrupción. Estaba feliz y entusiasmado, pensé que el problema estaba resuelto y me sentía un tonto por no haber hablado antes con mi esposa al respecto, pero estaba equivocado, mi felicidad y tranquilidad no durarían mucho.

Luego de unas pocas jornadas comencé a despertar de nuevo a mitad de la noche, pero esta vez era por ruidos fuertes en el pasillo. A veces no tenía el más mínimo interés en averiguar qué era, pero no podía quedarme inmutado en la cama, debía levantarme para investigar. No encontraba nada, pero mi mente me decía que había algo raro al final del pasillo, quizás en el baño, pero nunca fui a averiguar, no sé si por miedo o porque ya estaba harto de esa vetusta casa del demonio donde ni siquiera podía descansar, no faltaba mucho para que mi paciencia se agotara.

Una semana más tarde, creo que fue un sábado a la madrugada, me despertó un fuerte ruido de una puerta que se cerraba. De un sobresalto, me senté en la cama y prendí la luz enseguida, entonces vi pasar una pequeña figura oscura caminando por el pasillo. Pensé que era un niño travieso que se metió a husmear en mi casa. Me levanté, salí al corredor y miré en dirección a donde el invasor se había marchado. Era hacia el baño de la casa, vi cómo daba otro portazo. Le grité que ya lo había visto, que saliera enseguida de allí, pero no obtuve respuesta. Me acerqué lentamente hasta la puerta y volví a advertirle que saliera, que no haría nada contra él, pero seguía sin responder; amenacé con llamar a la policía pero aún así jamás obtuve una respuesta. Vi que el picaporte de la puerta se movió y esta se abrió lentamente frente a mí, comencé a sentir escalofríos.

Para sorpresa mía, el baño se encontraba vacío, encendí la luz y entré con cautela, cuidándome de no ser emboscado desde atrás de la puerta, revisé con la vista todo el habitáculo, pero no encontré nada. De pronto escuché un golpe muy fuerte en la puerta de la habitación que estaba al lado, donde estaba el antiguo armario. Salí al pasillo y escuché que allí dentro algo estaba vibrando o temblando ferozmente, luego la puerta se abrió por su propia voluntad (o por la voluntad de algo o alguien que yo no podía ver). Sorprendido y atemorizado di un paso hacia atrás, solo por instinto, y al final de la oscura habitación podía ver claramente el ropero que se sacudía con increíble violencia. Estaba paralizado del miedo, en su espejo ovoide podía verme reflejado, y a mi lado, la figura de un niño, totalmente opaca. Bajé mi cabeza para verlo directamente y esperar que solo sea un mal reflejo, pero no había nada. En ese momento, el viejo mueble dejó de sacudirse y la puerta central comenzó a abrirse lentamente. En su interior había alguien de baja estatura, de largo cabello ondulado pero maltrecho, y cuando terminó de abrirse sentí un espanto que sacudió todo mi ser: ¡Era mi hija, Emilia! Vestía un vestido blanco, muy arruinado y manchado de rojo; su carita era igual que en mis sueños, toda hinchada y golpeada, cubierta de sangre, sus ojos entreabiertos de un negro profundo. Grité aterrado mientras su cuerpo se desplomaba en el piso, luego levantó su cabeza y comenzó a arrastrarse hacia mí. Corrí desesperadamente fuera de la casa, me subí a mi auto y conduje como loco fuera de la ciudad camino a mi pueblo natal, recordando a cada minuto las palabras de mi esposa diciéndome que los sueños son premoniciones. Manejé toda la noche y toda la mañana sin descanso, solo me detuve una vez para cargar combustible. En mi mente estaban frescas las imágenes de aquel horror y en mi aterrado corazón solo existía el deseo de llegar a mi casa y ver a mi querida hija.

Cuando por fin llegué, caí arrodillado aferrándome a la reja del patio de mi casa, comencé a llorar cuando vi por la ventana a Emilia jugar en la mesa del comedor. Me sentía tan aliviado al saber que estaba bien y que había dejado todos esos horrores atrás. Le conté todo con lujo de detalles a Carla que no podía creer lo que me sucedió, supongo que para alguien que no vivió una experiencia similar es difícil imaginar el miedo que se siente. Más tarde ese día, me llamaron los CEO de la empresa eléctrica pidiéndome explicaciones de por qué no había estado en la obra, y les contesté que me disculpen y que buscaran otro ingeniero, y si tenían que tomar medidas legales, que lo hagan, pero que yo no volvería.

Unos días más tarde llamó la dueña de la casa pidiéndome que regularizara el alquiler. Le dije que tomara como pago mis pertenencias que dejé olvidadas en el apuro de salir y que se olvidara de mí, que jamás, bajo ninguna circunstancia, volvería a poner un pie en esa maldita casa de adobe.

Histeria

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