Читать книгу Desde la Cruz - Warren Wiersbe - Страница 8

Оглавление

Capítulo 2

Para que Vivamos por Medio de Él

“Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.”

1 Juan 4:9-10

El problema fundamental que los pecadores enfrentan no es la enfermedad ni la necesidad de ser sanos. El problema es que ellos están “muertos en sus transgresiones y pecados” (Efesios 2:1) y necesitan experimentar la resurrección. La Religión y la Reforma pueden maquillar el cadáver y hacerlo más presentable, pero nunca podrán darle vida. Sólo Dios puede hacer eso. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aún cuando estábamos muertos en pecados” (Efesios 2:4-5). Sin duda, nuestro Señor resucitó a mucha gente de entre los muertos (Mateo 11:5), pero en los registros de los Evangelios, sólo se describe la resurrección de tres personas: la hija de Jairo (Lucas 8:40-56), el hijo de una viuda en Naín (Lucas 7: 11-17), y Lázaro, un amigo muy especial para Jesús (Juan 11). Cuando usted estudie el relato de estas tres resurrecciones, conocerá algunas verdades básicas sobre la resurrección espiritual que trae salvación y nueva vida a quienes creen en Jesucristo.

I

Muerte por el Pecado

La hija de Jairo tenía tan solo doce años de edad, pero murió. El hijo de la viuda era “un hombre joven”, quizás en su tardía adolescencia o con escasos veinte años, pero murió. Tenemos la impresión de que Lázaro era un hombre mayor, pero murió. Si estas tres personas nos enseñan algo, es que la muerte no tiene nada que ver con la edad, y ya que la muerte es una imagen del pecado, estas tres personas nos enseñan que el pecado ha matado a toda la raza humana. Los niños son pecadores, los jóvenes son pecadores, y los adultos son pecadores. “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

Observe también que hay un aspecto de tiempo involucrado. Cuando Jesús llegó a la casa de Jairo, su hija acababa de morir. El hijo de la viuda de Naín había estado muerto por lo menos un día, pues los judíos normalmente son enterrados dentro de las veinticuatro horas siguientes a su muerte. Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro ya llevaba en la tumba cuatro días (Juan 11:39). Pregunta: ¿cuál de estas personas estaba más muerta? Usted se ríe por esta pregunta, y con razón; no hay grados de muerte. Sin embargo, hay grados de descomposición. La hija de Jairo no había empezado el proceso de descomposición aún; de hecho, se veía como si sólo estuviera durmiendo. La descomposición estaba sólo empezando en el cuerpo del hombre joven. Pero en el caso de Lázaro, Marta advirtió que después de cuatro días en la tumba, ¡su hermano ya olía! Así también, todos los pecadores, jóvenes o viejos, están espiritualmente muertos, pero no todos están en el mismo estado de descomposición. Algunos son hijos pródigos que huelen a pocilga, mientras que otros son fariseos, aparentemente limpios por fuera, pero llenos de corrupción por dentro (Mateo 23:25-28).

Cuando yo serví como Pastor Principal en la Moody Church en Chicago, rápidamente descubrí que el templo estaba en una exclusiva posición en ese triángulo formado por las calles de La Salle Boulevard y Clark. Si salía del edificio por una puerta sobre La Salle Boulevard y caminaba al oeste, rápidamente llegaba a la “Ciudad Vieja,” un vecindario (en aquel tiempo) poblado por adolescentes fugitivos, gente que buscaba “librerías para adultos,” borrachos, vendedores de drogas y vagos de toda índole. En cambio, si salía por la calle Clark y caminaba al este, llegaba a lo que es conocido en Chicago como “la Costa Dorada,” un vecindario bastante diferente al de “la Ciudad Vieja.” Muchas personas en la “Costa Dorada” eran cultas, vestían bien y conducían costosos automóviles. Cuando hay buen tiempo, las señoritas de la sociedad sacan a sus perros de raza por las limpias aceras; en invierno, algunos de los perros llevan pequeños sacos. El punto que estoy tratando es éste: no importa dónde viva, en la “Ciudad Vieja” con su pobreza material y moral o en la “Costa Dorada” con su prosperidad y su cultura, si usted no tiene fe en Jesús, está espiritualmente muerto. La única diferencia entre los pecadores de la “Ciudad Vieja” y los de la “Costa Dorada” era el grado de descomposición. Usted podía oler la corrupción en la “Ciudad Vieja,” pero en la “Costa Dorada,” el olor de la descomposición era maquillado y cubierto por una costosa colonia.1 “Porque la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23), y no hay grados de muerte, sólo grados de descomposición. El pecador que dice, “Bien, no soy tan malo como otros,” esta equivocado en el punto: el problema no es el grado de descomposición, sino que está muerto.

II

Vida por la Palabra

Lo que más necesita un muerto es vida, y esa vida sólo puede venir de Jesucristo. La vida tanto espiritual como física, son un regalo. Usted y yo podemos nutrir la vida física, pero no le podemos dar vida a alguien que está muerto. Sólo Dios puede hacer eso. “Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26).

¿Cómo imparte Jesús este regalo de vida? A través de su Palabra. “Ciertamente les aseguro que el que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Juan 5:24). En cada uno de los relatos de las resurrecciones que estamos examinando, Jesús le habló a la persona muerta: “Joven, ¡Te ordeno que te levantes!” (Lucas 7:14); “¡Niña, levántate!” (Lucas 8:54); “¡Lázaro, sal fuera!” (Juan 11:43). En cada caso, la Palabra Viva hablada con autoridad divina, le dio vida a la persona muerta. La Palabra de Dios tiene vida, “es viva y eficaz” (Hebreos 4:12). Quienes reciben esa Palabra por fe, “han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la Palabra de Dios que vive y permanece” (1 Pedro 1:23). Aunque están muertos en transgresiones y pecados, los pecadores pueden escuchar la voz del Hijo de Dios, pues el Espíritu de Dios usa la Palabra para declarar su necesidad y la gracia de Dios que satisface sus necesidades. “Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la Palabra de Cristo” (Romanos 10:17).

III

Evidencias de la Nueva Vida

Cada una de estas tres personas a quienes Dios resucitó de la muerte, dieron evidencia fidedigna ante otros de que estaban verdaderamente vivos. El milagro sucedió ante los testigos que estaban asombrados de lo que Dios había hecho. Cuando la nueva vida llegó a la hija de Jairo, la pequeña niña se levantó de la cama, caminó alrededor y comió algo (Marcos 5:42-43; Lucas 8:55). Si la resurrección de la muerte es una ilustración de la resurrección espiritual de los que están muertos en el pecado, entonces todo el que confíe en Cristo debe dar evidencia de su nueva vida por su caminar y su apetito. La conducta del cristiano –su caminar diario- es diferente por la nueva vida que hay en su interior. “Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con Él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Romanos 6:4). “Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Colosenses 3:1-2; ver Efesios 4:17-24). Revestido de la nueva naturaleza (2 Pedro 1: 3-4), el hijo de Dios recibe un nuevo apetito por las cosas de Dios. Como bebés recién nacidos, deseamos el alimento de la Palabra de Dios (1 Pedro 2:2-3), y no nos conformamos con suplementos. Reconocemos la voz del Buen Pastor, la voz que nos levanta de la muerte, y no seguiremos a impostores (Juan 10: 4-5, 27-30). Sólo el Buen Pastor puede conducirnos a las verdes pasturas de su Palabra y nutrirnos con la verdad que nos satisface por dentro. “Al encontrarme con tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, Señor, Dios Todopoderoso” (Jeremías 15:16).

El joven hombre dio evidencia de que estaba vivo al sentarse y empezar a hablar (Lucas 7:15). Seguramente, si en nosotros hay nueva vida, se revelará por lo que decimos o por cómo lo decimos. Si el corazón cambia por la fe en Cristo, entonces el discurso también debe cambiar: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Pero la nueva vida se revela en que, en lugar de mentiras, hablamos con la verdad. “Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo” (Efesios 4:25). Esa es la exhortación positiva; la negativa está en Colosenses 3:9: “Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios.” ¡No más decepciones! Nuestro discurso deberá también ser benevolente, puro, gentil, y amoroso. “Pero ahora, abandonen también todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno” (Colosenses 3:8). “Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto. Así sabrán cómo responder a cada uno” (Colosenses 4:6). “Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia” (Efesios 4:31). “Recuérdales a todos… no hablar mal de nadie, sino a buscar la paz y ser respetuosos, demostrando plena humildad en su trato con todo el mundo” (Tito 3:1-2). ¡No más abuso verbal! Ciertamente, nuestro nuevo discurso glorificará al Señor Jesucristo. Es probable que el muchacho nunca haya dejado de contarle a los demás acerca de Jesús y de lo que el Señor había hecho por él. “Vengan ustedes, temerosos de Dios, escuchen, que voy a contarles todo lo que Él ha hecho por mí” (Salmo 66:16). “Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). ¡No más conversaciones egoístas!

Lázaro dio pruebas de que estaba vivo, caminando hasta la entrada de la tumba, aún con las manos y pies atados, y quitándose después las vendas (Juan 11:44). ¿Por qué alguien vivo quisiera estar atado y oler como un cadáver? Pablo el apóstol pudo haber tenido a Lázaro en mente cuando dijo a los creyentes en Éfeso que, “con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Efesios 4:22-24). Quienes han sido resucitados por la fe en Jesucristo querrán quitarse las mortajas y ponerse el “ropaje de la gracia” que identifica al verdadero hijo de Dios. “Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador… Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro” (Colosenses 3:9-10, 12). No hay forma de evitar el hecho de que la vida eterna debe revelarse a través de la vida de aquellos que han sido levantados de la muerte por el poder de Dios.

Jesucristo no sólo tiene vida y da vida; Él es la vida. Él ha dicho lo que nadie jamás dirá: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25), o, “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). El apóstol Juan escribió: “Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado” (1 Juan 1:2). “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad” (Juan 1:4). Por esa razón, es esencial para los pecadores confiar en Jesucristo y recibirlo en sus corazones porque sólo de esa manera, ellos pueden tener vida eterna. “Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12). Qué paradoja: ¡El murió para que nosotros tuviéramos vida! Qué tragedia: esta vida está disponible para todo el que reciba a Cristo, y aun así, pocos se arrepentirán y creerán. O, tal vez nosotros no les hemos aún hablado de las buenas noticias.

Notas

1 Mi referencia sobre estos dos vecindarios son simplemente generalizaciones. Ciertamente había gente vulgar viviendo entre la multitud culta de la “Costa Dorada” y gente culta viviendo en la “Ciudad Vieja.” Cada gran ciudad tiene estos típicos vecindarios.

Desde la Cruz

Подняться наверх