Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)

Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)
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Washington Irving. Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)

CAPÍTULO PRIMERO

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

CAPÍTULO XXV

CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVIII

CAPÍTULO XXIX

CAPÍTULO XXX

CAPÍTULO XXXI

CAPÍTULO XXXII

CAPÍTULO XXXIII

CAPÍTULO XXXIV

CAPÍTULO XXXV

CAPÍTULO XXXVI

CAPÍTULO XXXVII

CAPÍTULO XXXVIII

CAPÍTULO XXXIX

APÉNDICE

Отрывок из книги

En tanto que el estandarte de la cruz tremolaba delante de Velez-málaga, las facciones rivales del Albaicin y la Alhambra seguian afligiendo con sus disensiones á la infeliz Granada. La noticia de hallarse sitiada aquella plaza llamó al fin la atencion de los viejos y alfaquís, los cuales, dirigiéndose al pueblo, le representaron el peligro que á todos amenazaba. “¿Qué contiendas son estas, decian, en que aun el triunfo es ignominioso, y en que el vencedor oculta sonrojado sus heridas? Los cristianos están devastando la tierra que ganaron vuestros padres con su valor y sangre, habitan las mismas casas que éstos edificaron, gozan la sombra de los árboles que plantaron; y entretanto vuestros hermanos andan por el mundo desterrados y peregrinos. ¿Buscais á vuestro enemigo verdadero?.. acampado está en las alturas de Bentomiz. ¿Quereis ocasion en que mostrar vuestro valor?.. hallareis no pocas bajo los muros de Velez-málaga.”

Habiendo asi conmovido los ánimos del pueblo, se presentaron á los dos Reyes contrarios, á quienes dirigieron iguales reconvenciones. La situacion del Zagal era en extremo delicada: dos enemigos, uno de casa, otro de fuera, le guerreaban al mismo tiempo: si dejaba á los cristianos apoderarse de Velez-málaga, era consiguiente la perdicion del Reino: si salia á contenerlos, debia temer que Boabdil, en su ausencia, se levantase con el mando. En tal estado determinó concertarse con su sobrino, á quien hizo presente cuanto sufria la pátria por efecto de sus discordias, y cuán fácil seria habiendo union, remediarlo todo, y acabar de una vez con los cristianos, que de suyo se habian metido en la sepultura, sin que faltase mas que echarles la tierra encima: ofreció dejar el título de Rey, reconocer como tal á su sobrino, y pelear bajo su bandera; solo pedia que se le permitiese marchar al socorro de Velez-málaga, y castigar á los cristianos. Pero Boabdil, tratando de artificiosas estas proposiciones, las desechó con indignacion: “¿Cómo, dijo, he de fiarme de un traidor, que se ha ensangrentado en mi familia, y que ha buscado mi muerte por tantos modos y en tantas ocasiones?”

.....

Iba ya el sol tocando el término de su carrera, y las largas sombras que caian de las montañas, empezaban á oscurecer la vega. Veia el fiero Zagal llegar la hora de ejecutar sus planes, y ya miraba como víctimas suyas á los cristianos, agenos, al parecer, del peligro que los amenazaba. “¡Alá achbar!, exclamó, señalando el campo enemigo, ¡Dios es grande! El ha traido á nuestras manos este Rey infiel con toda su caballería, para que con un glorioso triunfo recobremos todo lo perdido. ¡Aqui de nuestro valor y esfuerzo!, y dichoso el que muere peleando por la causa del profeta, que ese pasará en derechura al paraiso de los fieles, y gozará la belleza inmortal de las houris celestiales: dichoso el que sobreviva á esta victoria, pues él volverá á Granada, y la verá en toda su hermosura, libre de enemigos, y restituida á su primitiva gloria.”

Llegó al fin la hora señalada, y por órden del Rey moro se encendió una llama viva en la parte mas elevada de Bentomiz; pero en vano fue esperar la señal correspondiente que debia hacerse en la ciudad. Apurada la paciencia del Zagal con esta tardanza, empezó á mover la sierra abajo con su gente, para atacar al real cristiano. Avanzando por un desfiladero que conducia al llano, dieron de improviso con un cuerpo numeroso de cristianos: oyese al mismo tiempo una vocería terrible, y se ven los moros acometidos cuando menos lo esperaban. Confuso y sobresaltado, manda el Zagal retirar sus tropas, y se recoge á las alturas: hace una señal, y al punto empiezan á arder por todos aquellos cerros muchas y grandes hogueras que estaban ya prevenidas. El resplandor de las llamas iluminaba el horizonte, esparciendo en aquellos contornos una luz tan viva, que todo se descubria, las entradas y pasos de la sierra, el campo cristiano, su situacion y sus defensas. Donde quiera que volvia los ojos veia el Zagal relumbrar á la luz de los fuegos, las espadas, yelmos y corazas de sus enemigos; no habia paso que no estuviese herizado de lanzas cristianas, ni punto que no estuviese guardado por escuadrones de á caballo y de á pié ordenados en batalla.

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