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ОглавлениеPrólogo
En su renuevo continuo e inmortal, Camilo es la imagen del pueblo.
Ernesto “Che” Guevara
El significado de este libro sobre Camilo pudiera expresarse de maneras muy diversas. Preferimos decir que, a través de sus páginas, se va revelando la verdadera dimensión histórica de su personalidad revolucionaria, incorporada para siempre a uno de sus capítulos más sobresalientes de la vida de la nación: “... con lo que han hecho (escribió Fidel a Camilo) ya bastaría para ganarse un lugar en la historia de Cuba y de las grandes proezas militares”.2
Este valioso material es el resultado de más de diez años de trabajo, lapso en el que fueron estudiados muchos documentos, realizadas gran número de entrevistas y recopilados testimonios de compañeros que conocieron a Camilo en distintas etapas de su existencia.
Una tarea tan paciente y ardua fue realizada por su autor, el compañero William Gálvez, empleando su tiempo libre y sus vacaciones, digno tributo a quien fue su jefe y compañero de armas.
La virtud principal de la obra es que logra ofrecer una visión integral de la personalidad de Camilo, cuyos perfiles de leyenda en ocasiones se han mostrado de forma fragmentaria y en el marco de lo anecdótico. En estas páginas, la leyenda revolucionaria de Camilo encuentra su asidero en el conjunto de su trayectoria y no en la suma de hechos aislados, por heroicos y significativos que estos hayan sido.
El autor puede alcanzar este objetivo porque, sin ser un historiador profesional, ni presumir de escritor, dispone de la posibilidad excepcional que le proporciona el haber sido un participante activo de los hechos que relata y de haber compartido con Camilo, como subordinado y amigo, en momentos cruciales de la epopeya insurreccional; por todo ello, le asiste el conocimiento directo de las motivaciones que animaban a Camilo y de las reflexiones que promovían en él los resultados de su propia acción como jefe guerrillero y dirigente revolucionario. El hilo conductor de la parte más importante del libro son, por tanto, las vivencias del autor, quien ha logrado plasmarlas de modo coherente, ameno y decoroso.
Cuando William conoció a Camilo en la Sierra Maestra, en enero de 1958, este tenía 25 años de edad, era capitán del pelotón de vanguardia de las tropas del Che y hacia algo más de doce meses que participaba como guerrillero en la lucha insurreccional contra la tiranía batistiana.
Al producirse el triunfo, tras dos años de iniciada la gesta del Granma, Camilo había ascendido hasta convertirse en uno de los más relevantes protagonistas del proceso revolucionario que estaría llamado a transformar nuestro país, de una neocolonia del imperialismo norteamericano en el primer Estado socialista del hemisferio occidental: “Hoy el recuerdo de la Invasión, hoy el recuerdo de todos sus hechos, de todas sus proezas, nos llena casi de asombro por todo lo que hizo”, ha dicho Fidel. “No ha habido en esta guerra de liberación un soldado comparable a Camilo”, sentenció con acierto el Che.
Esa imagen legendaria, unida a su sencillez proletaria, al peculiar carácter personal que en Camilo quedó simbolizado por su amplia y afable sonrisa, lo identificó hondamente con las simpatías y la admiración más sinceras de nuestro pueblo.
Y esta obra, Camilo. Señor de la vanguardia, se encarga acertadamente de presentarnos, sin idealizaciones, a este héroe guerrillero, al hombre de carne y hueso que refleja la idiosincrasia del cubano típico y respira a todo pulmón una gran alegría de vivir.
Pero, ¿concluye aquí la proyección de la figura de Camilo en nuestro proceso revolucionario?
Este libro –y creemos es uno de sus mayores méritos–, nos ofrece una respuesta más completa sobre Camilo como héroe de la insurrección y como luchador consciente, nutrido de su ideario. Camilo, lo sabemos quienes lo conocimos muy de cerca y lo demuestran incuestionablemente las páginas que siguen, en el momento de morir tenía un pensamiento político-ideológico muy definido, totalmente identificado con la línea que se aplicó durante aquellos primeros diez meses de la victoria de las armas rebeldes, consciente del movimiento táctico que entonces resultaba necesario frente al poderío del imperialismo estadounidense y sus aliados nacionales. Plenamente convencido del objetivo estratégico de la Revolución en el que, como lo reiteró con sus palabras y escritos en numerosas ocasiones, él –con Fidel–, asignaba el principal papel dirigente a la clase obrera, en alianza con los campesinos y otras capas humildes del pueblo.
Naturalmente, esta radical formación ideológica de Camilo se fue forjando por etapas, en un proceso que se inició en el modesto hogar donde nació, continuó durante su juventud como obrero en Cuba y Estados Unidos, hasta consolidarse definitivamente entre la gente humilde que habitaba su marco de operaciones guerrilleras y junto a Fidel, el Che y otros dirigentes de la Revolución.
Camilo, por tanto, además de encarnar a uno de los más grandes combatientes de nuestra segunda guerra por la real independencia de la patria, fue también un exponente del pensamiento avanzado que guiaba el proceso revolucionario cubano, una de sus figuras más preclaras desde los tiempos de la lucha armada y uno de los más firmes impulsores en tomar y mantener el camino que culminara con la liberación definitiva de las clases sociales tradicionalmente explotadas por el capitalismo.
La lectura de este libro proporciona la evidencia sin equívocos de que sus ideas quedaron históricamente enfiladas hacia las posiciones ideológicas más progresistas de la época contemporánea, a pesar de su muerte prematura y de que sus posibilidades para expresarse estuvieron condicionadas por el certero realismo que, siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de Fidel, teníamos el deber de adoptar en aquella coyuntura del año 1959, de manera que –como dijera posteriormente el propio Fidel–, se hiciera posible “sorprender al imperialismo por un flanco”.
Esta es la figura que, paso a paso, se va perfilando para el lector, sin que ello quiera decir que con este título se agota la necesaria tarea investigativa que impone la personalidad y la significación de Camilo en la Revolución Cubana.
Continuar esta tarea es muy importante para el trabajo educativo de nuestra juventud, porque unido al marxismo-leninismo, el conocimiento y estudio riguroso de nuestra historia deben representar un sustancial elemento formativo de su firmeza de carácter y de sus principios político-ideológicos.
Para los jóvenes cubanos, obras como Camilo, señor de la vanguardia, deben figurar siempre entre sus mejores libros de cabecera, convertidos en preciados instrumentos de inspiración y compromiso para el presente y el futuro.
En estas páginas, encontramos la descripción del hogar donde nació Camilo. Las dificultades económicas de la familia hablan por sí solas de su procedencia social de las capas más humildes y explotadas de nuestra población: “… tuvo que mudarse muy a menudo, por no contar con dinero para pagar el alquiler de la vivienda”.
También, comprobamos que una de las primeras influencias políticas que recibió en su vida, como coinciden en señalar todos los que lo conocieron en aquellos tiempos, provino del ambiente obrero de su casa, en especial, de su padre Ramón Cienfuegos: “yo realizaba actividades sindicales en la Unión de Operarios y Sastres durante el gobierno de Menocal y ya había publicado un manifiesto a favor de los soviets que se intitulaba: La Revolución Rusa se extenderá por todo el mundo”.
Pasando las hojas, aparece la convulsa década del cuarenta, marcada después de la Segunda Guerra Mundial, por el inicio de la llamada “guerra fría” y las campañas anticomunistas, que intensificaron en nuestro país la brutal represión contra los verdaderos líderes obreros, situación que no transcurrió ajena a la conciencia en formación de Camilo adolescente: “… el asesinato del inolvidable Jesús Menéndez, militante comunista (…) Camilo participó en actos de protesta por este asesinato”.
La cada vez más difícil situación económica de la familia lo detuvo en octavo grado de la escuela y paralizó la vocación profesional de su vida: “En octubre de 1949, ingresa en la escuela anexa de San Alejandro. Solo permanece allí tres meses, pues no puede continuar los estudios. Debe comenzar a trabajar y su propósito de estudiar escultura queda atrás”. El libro nos ayuda a saber cómo experimentó en carne propia las penalidades de la clase obrera, a la que se incorporó realizando las tareas más modestas y peor remuneradas: “… su primer trabajo fue el de mozo de limpieza en la tienda de ropa El Arte”.
En Estados Unidos, como emigrado por razones económicas, conoció la explotación de sus hermanos latinoamericanos, agrupados allí por las mismas causas: “… en Estados unidos realizó infinidad de trabajos: se empleó como mozo de limpieza, limpiador de cristales, empacador, dependiente de bares y restaurantes”. Pero, además, allí conoció el verdadero significado de los conceptos martianos sobre las entrañas del monstruo imperialista y ya en una carta que escribió en 1954, desenmascara el frívolo rostro maquillado de la sociedad de consumo: “… esto está cada vez peor… no hay trabajo, todo carísimo y, por ende, este frío que parte el alma a cualquiera”.
La narración de su juventud nos lleva a fines de 1955 y principios de 1956, cuando participó en actividades de masas contra la tiranía. Fue herido de bala durante una manifestación estudiantil y fuertemente golpeado en otra, donde terminó detenido por el cuerpo represivo anticomunista que orientaba directamente la Embajada de Estados Unidos en Cuba: “… según nos subían al carro nos daban golpes. Ya dentro me dieron una patada en la cara. En el BRAC, nos tuvieron como seis horas, nos tomaron las huellas, mil preguntas y me retrataron con un cartelito que decía: comunista”.
A partir de este momento –como bien situado queda en el libro–, Camilo completó su convicción de que la insurrección armada proclamada por Fidel contra la tiranía, constituía el único camino para liberar definitivamente a Cuba. Regresó a Estados Unidos y manifestó esa disposición en carta a un amigo, en mayo de 1956: “… mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad”.
Su nombre figuró entre los últimos de la lista del Granma, pues cuando llegó a México no iba enviado por el Movimiento 26 de Julio, solo conocía a uno de los expedicionarios y ya los preparativos estaban listos. En honor a la verdad, Camilo se hizo de un lugar en la expedición por su tenacidad y su singular capacidad de persuasión.
Fue por estos días cuando expresó en una carta su célebre frase “esos que luchan, no importa dónde, son nuestros hermanos”, enunciadora desde entonces del espíritu internacionalista que lo animó hasta su muerte.
En el libro, se narran cronológicamente sus hazañas extraordinarias, primero en la Sierra y después en los llanos del Cauto, hasta culminar en la proeza de la Invasión y en la campaña de Las Villas. De tal manera, en algo más de un año, se convierte en uno de los más destacados comandantes del Ejército Rebelde, grado máximo en nuestra guerra revolucionaria. Su audaz paso por los llanos orientales quedó sintetizado con palabras sencillas en su diario de campaña: “… hemos peleado unas cuantas veces y hemos ganado todas las peleas”.
Pero no solo la dura tensión de las marchas y los combates ocupaban la atención de este jefe insurrecto, aún destinaba tiempo para atender los problemas sociales de la zona, en la que fue un azote para los explotadores y un defensor para los explotados: “… por la noche Camilo realiza un recorrido. Visita a los campesinos y al dueño de la arrocera. Le han informado que los jornales que este paga son miserables y le plantea la necesidad de que pague lo justo o de lo contrario las fuerzas rebeldes apoyarán a los obreros en una huelga”.
A esta etapa corresponden algunos de los intercambios epistolares con el Che, que evidencian la estrecha amistad, la identificación ideológica y la mutua y fraterna consideración que los unía.
El recuento de sus actividades en la entonces provincia de Las Villas, como parte de la épica Invasión, sirve quizá como punto decisivo para demostrar la extraordinaria madurez política que en 1958, con apenas 26 años de edad, había alcanzado Camilo.
Al llegar con sus hombres a esa zona, aplicó ejemplarmente la línea trazada por Fidel de unidad con todos los revolucionarios que combatían a la tiranía, sin exclusiones de ningún tipo.
Su íntima y fraterna relación con los comunistas de la región y las importantes tareas que confió a estos –cuando otros todavía recelaban de ellos por prejuicios ideológicos–, es una prueba irrebatible de la conciencia revolucionaria que, heredada desde la cuna, en su juventud combatiente se había profundizado gradualmente: “… como el territorio era extenso, decidió organizar una columna mixta, compuesta por combatientes de las columnas ‘Antonio Maceo’ y ‘Marcelo Salado’ del Movimiento 26 de Julio y la columna ‘Máximo Gómez’ del Partido Socialista Popular”.
Entre las múltiples reuniones en que participó Camilo con los obreros y campesinos en el norte de la antigua provincia de Las Villas, resaltó la celebración, en el territorio rebelde que comandaba, de un Congreso Nacional de Trabajadores Azucareros, que contó con más de 700 delegados y la constitución de la primera Asociación Campesina de aquel territorio en plena guerra. La satisfacción y alegría que lo embargaban participando en aquel conjunto de actividades obreras, las expresó a Fidel en la carta de la época: “… hoy cuando hablé a los azucareros, sentí una de las grandes emociones de estos años de lucha”.
La lectura sobre la mantenida acción unitaria de Camilo, nos demuestra que esta fue un elemento de gran importancia para acelerar el avance insurreccional en la provincia donde operaba y aproximar el colapso de la tiranía.
De enero de 1959 hasta su desaparición en octubre de ese año, Camilo participó junto a Fidel en las más trascendentales decisiones de la Revolución y tuvo la oportunidad de pronunciar más de veinte discursos pletóricos de patriotismo y entrañable fidelidad a la Revolución y a su máximo dirigente.
Cuando la corriente derechista pequeñoburguesa infiltrada en el movimiento revolucionario trató de frenar el avance del proceso liberador, cuando latifundistas e imperialistas desataron las primeras campañas contra el consecuente castigo a los asesinos y torturadores, y el viejo fantasma del anticomunismo comenzó a ser agitado, Camilo se destacó entre los dirigentes revolucionarios que, con Fidel a la cabeza, promovían y llevaban adelante una solución radical para los tradicionales males de Cuba, cuyo fondo estaba en la dependencia del imperialismo norteamericano y el sistema explotador del capitalismo.
Una de las expresiones de esa vertical posición quedó demostrada en su clara visión sobre la necesidad de armar y entrenar militarmente a la clase obrera, a los campesinos y al resto del pueblo: “… el trabajador quiere armas y nosotros, el ejército, le vamos a dar a los trabajadores esas armas (…) los obreros quieren instrucción militar y nosotros le daremos a esos obreros instrucción militar”.
Por ello, cuando la traición levantó su garra en el entonces regimiento de Camagüey, amparándose en la sucia bandera del anticomunismo, Fidel envía a Camilo, una vez más, como vanguardia, en esta ocasión, para iniciar el enfrentamiento definitivo a una maniobra contrarrevolucionaria, enlazada con otras ya en marcha, como el ametrallamiento a la capital por aviones procedentes de Estados Unidos.
Al seleccionar a Camilo para esta misión tan compleja, Fidel veía en él la más alta representación de la lealtad, la valentía y la audacia, pero simultáneamente, apreciaba en Camilo –para enfrentar un problema de abiertos matices ideológicos–, al dirigente político de sólida e inquebrantable formación proletaria.
Es así como, bajo la dirección de Fidel y junto a este, encabeza la acción de masas del pueblo camagüeyano, con lo cual se consuma el aplastamiento de la intentona reaccionaria y la Revolución reafirma su rumbo inquebrantable.
Unos días más tarde se produjo su trágica desaparición, precisamente cuando regresaba de cumplir tareas de consolidación revolucionaria en la provincia agramontina, convirtiéndose desde entonces en alto símbolo y bandera de la Revolución. El Señor de la Vanguardia de los días de la guerra revolucionaria, actuaba ya como un hombre del Partido que construiríamos después.
Fidel definió para la historia el significado de Camilo al decir que: “Camilo es, sencillamente, un hombre del pueblo, que salió del pueblo. Es decir, que el pueblo ha dado los jefes”.
Y también enmarcó para los tiempos futuros de nuestro país la vigencia de su excepcional ejemplo personal: “Cada vez que el pueblo vea momentos difíciles, cada vez que los hombres jóvenes, los campesinos, los obreros, los estudiantes, cualquier ciudadano, crea que el camino es largo, que el camino es difícil, se acuerde de lo que hizo él, se acuerde de cómo nunca, ante los momentos aquellos difíciles, perdió la fe”.
Ese es el Camilo de siempre, que revive entre nosotros esta obra, con aquella jovialidad que no le abandonaba ni aún frente a mortales peligros, armónicamente engarzada con un profundo sentido de la responsabilidad y de la disciplina que en él se daban de forma natural y con un sello personal carismático.
Camilo, como se reseña en el libro, quiso ser escultor y no pudo. La necesidad de ganar el pan diario con su trabajo lo impidió. Quizás entonces –en 1949–, se sintió como uno más, entre los miles de jóvenes frustrados de aquella triste época. Sin embargo, las páginas que siguen no muestran la vida de un escultor fracasado, sino la vida de un escultor simbólicamente realizado porque él pudo dejar para la eternidad, como uno de sus autores de primera línea, la más hermosa y trascendente de las obras sociales, la Revolución que libra al hombre de la explotación, y le otorga y reconoce su plena dignidad.
Raúl Castro Ruz
Ciudad de La Habana, agosto de 1979
“Año XX de la Victoria”
2 Todas las citas que aparecen en el prólogo son extraídas de los materiales que conforman este libro.