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Los cristianos23 y el conflicto armado

Técnicamente, Colombia ha padecido un conflicto armado desde el momento mismo de su emancipación de España, en 1810. Aparte de la Guerra de Independencia (1810-1819), durante el siglo XIX este país sudamericano experimentó por lo menos siete guerras civiles generales (1839-1841, 1854, 1859-62, 1876-77, 1885, 1895, 1899-1903) motivadas por las diferencias entre los dos partidos políticos tradicionales (Liberal y Conservador) ante el modelo de Estado a instaurar, y por intereses de gamonales y caudillos regionales por el poder político y económico. La Iglesia Católica, que luchaba por mantener lugares privilegiados dentro del nuevo Estado, fue un actor importante en estos conflictos y en diversas ocasiones colaboró en su detonación24. En un contexto de lucha bipartidista por el poder, las doctrinas tradicionalistas que llegaban desde Roma y Europa, colaboraban en mantener una cultura de intransigencia25 con los miembros del Partido Liberal, quienes, por lo demás, eran en su casi totalidad, católicos.

Tras el fin de las hostilidades en 1903, que conllevó la separación de Panamá del territorio colombiano, Colombia vivió unos 30 años de relativa paz, lo que facilitó el inicio del proceso de industrialización del país y el avance de proyectos de modernización (inversiones en obras públicas, vías, auge de la economía cafetera, etc.). Este periodo coincide con la permanencia en el poder del Partido Conservador y una alianza con la Iglesia Católica, a la que se le otorgaron varios privilegios (tutelar la educación pública, encargarse de las misiones, no pagar impuestos, subsidios, etc.) a cambio de encargarse del aparato de beneficencia del Estado (hospitales, asilos, leprosorios, orfanatos y varios colegios) y de las tierras de misión.

El arribo del Partido Liberal al poder en 1930 y su permanencia allí durante los siguientes 15 años, revivió las antiguas actitudes intransigentes e intolerantes por parte de los conservadores, de miembros del clero y de no pocos liberales, que conllevó el inicio de hechos de violencia rural, específicamente el asesinato de personas y familias por su filiación partidista. Pero fue con el asesinato, en 1948, de Jorge Eliécer Gaitán, político populista, candidato a la presidencia por el Partido Liberal, que el conflicto armado entre grupos políticos se recrudeció, al punto que durante más de una década los campos colombianos fueron testigo de brutales acciones en nombre de un grupo político y hasta de la religión. En algunos lugares portar el color del partido contrario podía pagarse con la vida. A eso se agregó la persecución de socialistas, comunistas (el nuevo enemigo) y hasta de iglesias protestantes que desde comienzos de siglo se instalaban con dificultad en zonas rurales y fronterizas26. Esta década sangrienta se conoce en la historia de Colombia como la Época de la Violencia (con v mayúscula). En realidad, se trató de una guerra civil no declarada, en la cual por primera vez no se involucraban directamente las élites políticas y económicas, contrario a lo sucedido en el siglo anterior. Los campesinos se asesinaban entre sí, muchas veces sin saber cuál era el verdadero significado de ser ‘liberal’ o ‘conservador’. Una actitud de rabia, revancha y venganza generó una ola de violencia que provocó el éxodo de miles de personas de los campos a las ciudades, que se sobrepoblaron en poco tiempo27.

A finales de la década de 1950, los partidos en conflicto realizaron un pacto de no agresión y de compartir el poder sucesivamente durante los siguientes 16 años, y se llevaron a cabo procesos de negociación entre el gobierno y las guerrillas liberales y conservadoras que permitieron la desmovilización de estos grupos. La institución eclesiástica también cambió de actitud frente al Estado y tras la dictadura de Rojas decidió apoyar el nuevo pacto de poderes entre los dos partidos tradicionales, el llamado Frente Nacional. El liberalismo dejaba de ser el enemigo y las miras se centraban ahora en el comunismo que desde la URSS y China parecía amenazar el orden mundial en un contexto de Guerra Fría28.

Pese a los pactos y tratados, la violencia en Colombia no cesó del todo y pronto renació. Lo hizo, debido a que no se atendieron las causas estructurales que la alimentaban: la desigualdad social, la restricción del acceso a la educación, la concentración de la tierra en pocas manos, la falta de oportunidades, y además, la exclusión de grupos políticos distintos de los tradicionales. Los ecos de la victoria de la Revolución Cubana (1959) y la Guerra Fría hicieron el resto. Así, en 1964, nacieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC– de inspiración marxista leninista, sostenidas por la Unión Soviética. Ese mismo año nacía el Ejército de Liberación Nacional –ELN– también marxista, apoyado por el régimen cubano, pero con fuerte participación de estudiantes universitarios, intelectuales y sectores cristianos descontentos por la situación del país29.

Mientras tanto, en el interior de la Iglesia católica se venían dando algunas transformaciones. Nuevas corrientes pastorales, que pronto desembocaron en el Concilio Vaticano II, llegaron a algunos sectores del clero que empezaron a cuestionarse sobre el statu quo y el rol que jugaba la Iglesia en su conservación. Conceptos como justicia, equidad, pobreza y cambio social circularon entre clérigos y laicos sin encontrar apoyo en la jerarquía eclesiástica, la cual buscaba simplemente acomodarse a la nueva situación y defender sus antiguos privilegios institucionales. Es en este contexto que varios sacerdotes sensibles preocupados por la situación social y política del país no vieron otra salida que la lucha armada como única vía para llegar el anhelado cambio. En una entrevista, en 1965, Camilo Torres Restrepo dijo:

Estoy convencido de que es necesario agotar todas las vías pacíficas y que la última palabra sobre el camino que hay que escoger no pertenece a la clase popular, ya que el pueblo, que constituye la mayoría, tiene derecho al poder. Es necesario más bien preguntarle a la oligarquía cómo va a entregarlo; si lo hace de una manera pacífica, nosotros lo tomaremos igualmente de una manera pacífica, pero si no piensa entregarlo o lo piensa hacer violentamente nosotros lo tomaremos violentamente. Mi convicción es la de que el pueblo tiene suficiente justificación para una vía violenta30.

Según Martínez Morales «es en la tradición cristiana y católica en que Camilo encuentra su justificación de la violencia, acogiendo de manera fiel el legado de su Iglesia en lo tocante a las tesis de la guerra justa y de la legitimidad de la insurrección contra la tiranía. En este sentido, es claro suponer, dado el desenlace de los hechos, que la decisión por la lucha armada que vinculó a Camilo con la lucha guerrillera fue más acorde con la doctrina eclesial católica que con el legado evangélico»31. Camilo no estaba solo. En esos años causó mucho revuelo la constitución del llamado grupo sacerdotal Golconda, que, bajo el liderazgo del obispo Gerardo Valencia Cano, se declaró dispuesto a trabajar por el cambio –revolucionario– de las estructuras político-sociales que generaban dominación y exclusión32. Algunos de sus miembros, como los curas españoles Domingo Laín y Manuel Pérez Martínez, ingresaron al ELN, llegando a ser comandantes de esta organización. Otros clérigos fueron colaboradores de las FARC, aunque esta última, de línea comunista-leninista, solía despreciar a la religión, considerándola como el “opio del pueblo”. Según el sacerdote Jorge Eliécer Soto, testigo de estos acontecimientos, en los años 60, 70 y 80 ocurrió que tanto las fuerzas insurgentes como el mismo ejército buscaron tener “de su lado” a los clérigos, por su alto valor simbólico en sus propósitos:

Lo que sí es cierto, insisto, es que tanto guerrilla como ejercito entendían que el valor, el carácter de la religión como institución era importante en la línea de poder tener control sobre el pueblo. Por tanto, ellos entendían que por vía de la religión también debían manejar el tema, primero, de la ideologización y el adoctrinamiento del pueblo; segundo, de la penetración y control de las poblaciones. Por eso insisto, era muy fuerte la penetración el intento de reclutar curas para la guerrilla, como lo fue también para el paramilitarismo y para el ejército, para las fuerzas del Estado. O sea, el gobierno esperaba que los curas fuéramos los primeros informantes del ejército, que fuéramos los primeros en pasarle información a inteligencia militar. La guerrilla esperaba curas guerrilleros y el paramilitarismo esperaba curas que les guardaran las guacas, que les guardaran la plata, que les guardaran las armas en sus parroquias33.

La debilidad misma de las guerrillas y de las fuerzas militares provocó que el conflicto armado se extendiera indefinidamente. Luego, acciones de las guerrillas contra ganaderos y terratenientes (secuestros, amenazas, robo de ganado y propiedades, extorsiones) y la impotencia que mostraba el Estado para protegerlos, hizo que a comienzos de los años 80 se organizaran grupos de autodefensas privadas que pronto se independizaron de sus gestores y se convirtieron en ejércitos contrainsurgentes paramilitares.

El conflicto armado se agudizó a partir de los años 80, cuando surgieron los grandes carteles del narcotráfico (Cali, Medellín y Valle) que inundaron el país de dólares, que armaron ejércitos privados y que pronto se enfrentaron al Estado, el cual, presionado por Estados Unidos, les declaraba la guerra. Los años 80 son recordados en Colombia por el secuestro y asesinato de políticos, jueces, magistrados, periodistas y, luego, por las explosiones de bombas en varias ciudades del país, que sembraron el terror en la población. Las ciudades, que antes “protegían” de una guerra que solo afectaba a los campesinos, dejaban de ser “seguras”. Por primera vez la violencia tocaba a las altas esferas del poder y a todos los sectores de la población.

La guerra de los carteles contra el Estado finalizó con el aparente triunfo de este último. Los grandes capos fueron asesinados o capturados y extraditados a los Estados Unidos. Al tiempo, éxitos procesos de paz con algunas guerrillas (el M-19, el EPL y el Quintín Lame) hacían pensar en que la “oscura noche” se iba y un nuevo amanecer se vislumbraba. El país aprovechó para expedir una nueva constitución política (1991) incluyente, democrática, pluralista en materia religiosa y cultural y llena de otros buenos propósitos difíciles de cumplir por un Estado que seguía siendo débil y corrupto.

Mientras tanto, la jerarquía eclesiástica, liderada por el entonces arzobispo de Medellín, cardenal Alfonso López Trujillo, se alineaba con el gobierno en contra de los grupos armados de izquierda, que eran, por otra parte, apoyados por algunas bases cristianas, al tiempo que desde Roma se lanzaba un fuerte cuestionamiento a la Teología de la Liberación, a la cual se le equiparó de marxista y materialista, promotora de conflicto y odio y por tanto incompatible con el catolicismo. La censura a teólogos de esta línea no se hizo esperar y las divergencias internas generaron una crisis en el movimiento34 que en Colombia nunca llegó a ser fuerte, a diferencia de otros países del continente35. El miedo a la “sociologización” de la acción pastoral, como la llamaban los obispos, conllevó una reacción en torno a reafirmar su autoridad y evitar avanzar en el análisis de la realidad colombiana, al punto que aún en 1986 los documentos de la Conferencia Episcopal, bajo el liderazgo del cardenal López Trujillo, consideraban al “peligro comunista” como causa principal de la crisis de la sociedad colombiana. Al tiempo, ofrecían discursos en pro de la tolerancia y la paz, pero en un plano meramente abstracto36.

Las posiciones del episcopado se vieron claramente durante el fallido proceso de paz con las FARC en 1984: una parte de los obispos, aunque apoyaron el Proceso de Paz, privilegiaron explícitamente el diálogo con la guerrilla; otro grupo advirtió a la opinión pública sobre la doble estrategia de los grupos guerrilleros –negociar en apariencia, para así fortalecer sus intereses –, y criticó desde un comienzo todo esfuerzo encaminado a facilitar el acercamiento entre el Gobierno y los alzados en armas37.

En cuanto a las iglesias cristianas de origen protestante –mayoritariamente pentecostales– estas asumieron principalmente una posición de neutralidad y de no involucramiento en el conflicto armado. Esta posición se basaba en una particular interpretación del Evangelio y su predicación, basada en la conversión individual y el correspondiente cambio de vida, que evitaba tratar asuntos políticos e involucrarse en el mundo político. Pronto empezaron a ser considerados por la guerrilla –especialmente por las FARC– como promotores del statu quo y en varios lugares se atacaron iglesias38. En otras zonas estas iglesias fueron bien vistas por los paramilitares, que las consideraban focos espiritualistas que apaciguaban a la población e impedían que participara en movimientos sociales, organizaciones de izquierda y en la guerrilla misma. Además, eran consideradas como elementos de “protección” mágico-religiosa para los combatientes39.

Pero la desaparición de los grandes carteles a comienzos de la década de 1990 y la pérdida de las fuentes de financiamiento de las guerrillas (con la caída del bloque socialista) hizo que la guerra tomara otro rumbo. El narcotráfico dejó de estar controlado por pocos grupos y se convirtió en el principal combustible –y al parecer inagotable – del conflicto armado. Las guerrillas sobrevivientes, especialmente las FARC, adquirieron un nuevo poderío, en gran medida, gracias a este dinero. Los paramilitares, por su parte, integrados desde 1995 en una federación (las Autodefensas Unidas de Colombia) también ganaron un poder sin precedentes, amparados y hasta protegidos por sectores de las Fuerzas Militares oficiales. Los años 90 y comienzos de los 2000 experimentaron entonces un embate, por una parte, de las FARC, que amenazaron por primera vez con poner en jaque a la capital y a otras grandes ciudades del país, y de los paramilitares, que asumieron el control de varias zonas estratégicas. La población civil que quedaba en medio del conflicto, o era masacrada sin piedad, o debía huir a las ciudades, generando un nuevo éxodo campo-ciudad. Las tierras que dejaban eran despojadas y acaparadas por terratenientes, paramilitares y guerrilleros que con sus armas y los dólares provenientes del narcotráfico intimidaban y corrompían la administración estatal regional.

Es en este contexto que parte de la jerarquía eclesiástica católica decidió dar un viro en su política frente a los grupos insurgentes y los paramilitares, y varios obispos, apoyados por el presidente de la Conferencia Episcopal, Pedro Rubiano Sáenz, empezaron una labor de diálogo y de mediación con los grupos armados ilegales, adoptando una actitud de defensa de los derechos humanos. En tal cambio, sin duda, influyó la caída del bloque soviético –que difuminó los viejos temores del comunismo–, la salida del país de algunos personajes muy reaccionarios –como el mencionado cardenal López Trujillo, pero también del cardenal Darío Castrillón– y el nuevo y difícil contexto que muchas comunidades del país vivían tras la arremetida paramilitar y el fortalecimiento de grupos guerrilleros, como sucedía en el Magdalena Medio, en el Urabá, en la Costa Caribe y en el suroccidente del país40.

Por su parte, las iglesias cristianas de origen protestante cambiaron su actitud aislacionista y decidieron involucrarse de lleno en la política, bajo la consigna de “evangelizar” este campo. Así, se crearon movimientos políticos de base cristiana que les permitieron llegar a la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 (e incidir en la declaratoria de libertad religiosa y de cultos como un derecho constitucional) y luego al congreso de la República, a los consejos municipales y a las asambleas departamentales. De acuerdo con los estudios realizados41, esta participación se hizo fundamentalmente en la Colombia urbana, insertándose en el sistema, sin cuestionar la situación social y política del país, adoptando una actitud crítica frente a la guerrilla, que en algunas regiones convirtió a ciertas iglesias cristianas en objetivo militar. También se han señalado las simpatías de varios pastores–políticos cristianos con sectores ligados al paramilitarismo y a la “nueva derecha”, que despuntó con fuerza a partir del fracaso de los diálogos con las FARC en 200242.

En el mundo rural, aunque menos estudiado y más olvidado, todo indica que la reacción de las iglesias cristianas no católicas frente al hostigamiento de los actores armados ha sido menos política y más cultural. Así lo hace ver el trabajo del antropólogo Andrés Ríos Molina43. Al estudiar los procesos de conversión de colonos en la región del Urabá a varias iglesias cristianas no católicas, Ríos observa significativos aportes a la configuración de nuevas identidades y cohesiones que les han ayudado a soportar las difíciles situaciones que atraviesan: violencia, desarraigo y desplazamiento. Para ello, las iglesias se han servido de mecanismos de reestructuración basados en la tradición cultural, la solidaridad entre miembros y parientes, y la identificación de unas representaciones, prácticas y valores éticos que surgen de los sistemas religiosos.

Una de las consecuencias del conflicto armado colombiano ha sido el desplazamiento de miles de personas de sus tierras, que han ido a engrosar los cordones de miseria de las ciudades, generando crisis subjetivas y ausencias de colectividad. En las últimas dos décadas se evidenció un crecimiento exponencial de las cifras de desplazamiento, lo cual no pasó inadvertido por muchas iglesias cristianas que debieron reorientar su pastoral y aun resignificar sus representaciones y prácticas religiosas hacia la atención de estos nuevos fieles. A través de inclusiones corporativas, de exclusiones simbólicas, de rememoraciones culturales y de olvidos vitales, las iglesias católicas y protestantes, sus practicantes y sus detractores, empezaron a tejer dinámicas y relaciones que han comprendido las adscripciones identitarias, las búsquedas de sentido, los rastreos de la memoria, las resistencias étnicas y la construcción del territorio44. La religión ha sido asumida por los desplazados como como una estrategia de adaptación a las alteraciones vitales causadas por el fenómeno del desplazamiento forzado y el fundamento de la motivación para afrontar las nuevas situaciones a las que se ven enfrentados , pero también como generador y animador de estrategias de resistencia a los grupos armados y a la violencia que generan45. En este sentido, los investigadores llaman la atención hacia el fenómeno religioso como catalizador de las transformaciones o acciones, debido a su carácter orientador de decisiones y que puede aportar una sensación de protección y, sobre todo, dar fuerza y coraje para emprender luchas de resistencia46. Esto último es el objeto de esta investigación.

23 Aunque en Colombia desde hace algunas décadas existe la tendencia por parte de las nuevas iglesias y denominaciones cristianas (de línea pentecostal en su mayoría) de asumir de manera exclusiva el término ‘cristiano’, se trata de una costumbre local que no impide utilizar el término en su sentido original e incluyente: el cristianismo comprende a todas las iglesias que creen en la divinidad de Jesucristo.

24 Un estudio regional sobre la participación del clero católico en la guerra civil de 1876-77 puede verse en: ORTIZ Luis Javier. Obispos, clérigos y fieles en pie de guerra. Antioquia, 1870-1880. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2010.

25 La propuesta fundamental del catolicismo intransigente planteaba la incompatibilidad entre el mundo moderno y el catolicismo, se oponía tajantemente al liberalismo y tenía como lema «No hay libertad para el error»: CEBALLOS Manuel. El catolicismo social: un tercero en discordia. México: El Colegio de México, 1993, p. 23. En Colombia esta corriente permeó a la sociedad y a la política de tal manera que autores como José David Cortés se refieren a la existencia de una ‘mentalidad intransigente’ en la cultura política colombiana, que conllevó a demonizar a quien sostenía ideas o posturas contrarias, incitando a la exclusión y a la violencia. CORTÉS, José David. Curas y políticos. Mentalidad religiosa e intransigencia en la diócesis de Tunja. Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998.

26 El ataque a iglesias y pastores evangélicos fue denunciado internacionalmente en su momento por las mismas iglesias, que por entonces tenían muchos vínculos con los Estados Unidos, lo cual generó un conflicto diplomático con ese país y conllevó la organización de estas iglesias en una federación ecuménica, la Actual Confederación Evangélica de Colombia –Cedecol–.

27 Colombia pasó de tener en 1951 el 39,1 % de su población viviendo en las ciudades a un 63.1 % apenas 22 años después: NIÑO José Francisco y otros. Las migraciones forzadas de población, por la violencia, en Colombia: una historia de éxodos, miedo, terror, y pobreza. Scripta Nova Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, 1999, vol. 45, n.° 33. [en línea]. [consultado en marzo de 2015]. Disponible en: http://www.ub.edu/geocrit/sn-45-33.htm

28 FIGUEROA Helwar. Cambio de enemigo: de liberales a comunistas. Religión y política en Colombia, años cuarenta. En: BIDEGAIN Ana María (ed.). Globalización y diversidad religiosa en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2005, p. 167-196.

29 Otros grupos guerrilleros surgieron en los años siguientes, como el EPL (Ejército Popular de Liberación, 1967) de línea maoísta, el M-19 (1974) de corte populista y bolivariano, el Quintín Lame (1984) indigenista.

30 MARTÍNEZ Morales, Darío. Camilo Torres Restrepo. Cristianismo y violencia. Teológica Xaveriana, n.° 161, p. 156.

31 Ibíd, p. 157.

32 Véase las entrevistas hechas a miembros de Golconda en RESTREPO Javier Darío. La revolución de las Sotanas. Golconda: 25 años después. Bogotá: Planeta, 1995.

33 Entrevista al padre Eliécer Soto, parte 1. [audio digital]. Abril 4 de 2014, transcripción p. 9-10.

34 PEREIRA SOUZA Ana Mercedes. Teología de la Liberación en Colombia, 1951-1991. Tesis doctoral en sociología. París, Universidad de París, 1998; CIFUENTES María Teresa y FLORIÁN Alicia. El catolicismo social: entre el integralismo y la teología de la liberación. En: Historia del Cristianismo en Colombia. Corrientes y diversidad. Bogotá: Taurus, 2005, p. 321-372.

35 BIDEGAIN Ana María. Bases históricas de la teología de la liberación y atipicidad de la iglesia colombiana. Bogotá: Texto y Contexto 5, 1985.

36 GONZÁLEZ Fernán. Iglesia católica y conflicto en Colombia: de la lucha contra la modernidad a la participación en los diálogos de paz. Controversia, 184, 2005.

37 ARIAS Ricardo. La jerarquía eclesiástica colombiana y el proceso de paz de Belisario Betancourt (1982-1986). Historia Crítica, 1993, n.° 7, pp. 52 – 65.

38 VERDAD ABIERTA.COM. La contracruzada contra los evangélicos. [en línea]. 23 de septiembre de 2013. [consultado en abril de 2016]. Disponible en: http://www.verdadabierta.com/victimarios/4888-la-contra-cruzada-contra-los-evangelicos.; NOTICIA CRISTIANA.COM. Las FARC cerraron unas 150 iglesias cristianas este año en Colombia. [en línea]. 24 de diciembre de 2013. [consultado en junio de 2016]. Disponible en: http://www.noticiacristiana.com/sociedad/persecuciones/2013/12/las-farc-cerraron-unas-150-iglesias-cristianas-este-ano-en-colombia.html; ROSSATO Verónica. La guerrilla en Colombia vigila y ‘castiga’ la vida de los líderes evangélicos. En: Protestante Digital. [en línea]. 24 de enero de 2013 [consultado en julio de 2016]. Disponible en: http://protestantedigital.com/internacional/28749/La_guerrilla_en_Colombia_vigila_y_castigarsquo_la_vida_de_los_lideres_evangelicos

39 LOZANO Garzón Liz Carolina. ¿Guerra espiritual evangélica o brujería indígena? Prácticas mágico-religiosas de los excombatientes paramilitares en contextos de guerra en Córdoba (Colombia). Universitas Humanistica, 2009, n.° 68, pp. 69-95.

40 CIFUENTES María Teresa. ¿Por qué incomodan los obispos? Margen izquierdo. Bogotá: 1994; CIFUENTES María Teresa. Presencia de la Iglesia en los procesos de paz. En: Memorias del Seminario: Actores Urbanos y Proyectos de Ciudad. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1994.

41 CEPEDA VAN HOUTEN Álvaro. Clientelismo y fe: dinámicas del pentecostalismo en Colombia. Bogotá: Editorial Bonaventuriana, 2007; TEJEIRO Clemencia (ed.). El pentecostalismo en Colombia. Prácticas religiosas, liderazgo y participación política. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, CES, 2010.

42 BELTRÁN CELY William Mauricio. Pluralización religiosa y cambio social en Colombia. Tesis doctoral en Estudios Sociales Latinoamericanos. [en línea]. París: Université Sorbonne Nouvelle - París III, 2012, pp. 416-19. Disponible en: https://tel.archives-ouvertes.fr/tel-00832693 consultado en febrero de 2016; LEWIN Juan Esteban. Iglesia que no vota unida… En: La Silla Vacía. [en línea]. Bogotá: 13 de octubre de 2015. [consultado en julio de 2016]. Disponible en: http://lasillavacia.com/queridodiario/iglesia-que-no-vota-unida-51943

43 RÍOS MOLINA Andrés. Identidad y religión en la colonización del Urabá antioqueño. Bogotá: Ascún, 2002, 150 p.

44 DEMERA VARGAS Juan Diego. Ciudad, migración y religión. Etnografía de los recursos identitarios y de la religiosidad del desplazado en Altos de Cazuca. Theologica Xaveriana, 2007, vol. 57, n.° 162, pp. 303-320.

45 ROMÁN Carlos Eduardo, ROZO Carlos Julio y VERGARA Algemiro. Comunidades de fe en adversidad. Una narración de la tradición de fe en Medellín del Ariari (Meta). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2011; CENTRO CRISTIANO PARA JUSTICIA, PAZ Y ACCIÓN NOVIOLENTA JUSTAPAZ - FUNDACIÓN UNIVERSITARIA SEMINARIO BAUTISTA. Un llamado profético. Las Iglesias colombianas documentan su sufrimiento y su esperanza. 2006-2013. [en línea]. [consultado en agosto de 2013]. Disponible en: http://www.justapaz.org/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=23&Itemid=204

46 SISTIVA Diana. Trauma, religión y cultura: los diversos roles de la religión en el afrontamiento de la violencia organizada en Colombia. Tesis doctoral en Psicología. Montreal: Université Victor Segalen Bordeaux 2, Université du Québec à Montréal, 2009; MAFLA Nelson Roberto. Función de la religión en la vida de las víctimas del desplazamiento forzado en Colombia. Tesis doctoral en Metodología de la Investigación Social. Madrid: Universidad Complutense, 2013.

Resistir a la violencia y construir desde la fe

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