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Frailes predicadores arriban al Nuevo Mundo

En este capítulo intentaré responder varios interrogantes que surgen naturalmente cuando se piensa en la Orden de Predicadores y su participación en la Conquista y evangelización de América. Para empezar, unas preguntas obvias: ¿por qué ellos y no otros?, ¿qué tenían de particular en su organización, carisma y trayectoria, a tal punto que fueron parte del selecto grupo que se encargó de abrir la senda del proyecto de implantación y establecimiento de la Iglesia y la sociedad coloniales?

Otras cuestiones –más estudiadas pero no siempre conocidas– que conviene recoger aquí son las relacionadas con el proceso de arribo y establecimiento en las tierras conquistadas y en la Nueva Granada en particular, la organización que los dominicos adoptaron y, lo más importante para este trabajo, cómo se hizo de la ciudad de Santa Fe de Bogotá el “centro de operaciones” de toda la provincia dominicana neogranadina, a partir de un convento que durante mucho tiempo fue una de las insignias de la ciudad y que era reflejo del esplendor y el poderío de la comunidad religiosa que albergaba.

El trabajo desempeñado por los dominicos en los primeros años de evangelización de América es, con seguridad, la etapa más estudiada y mejor conocida de la historia de esta Orden en el llamado por los europeos Nuevo Mundo. Existen publicaciones al respecto no solo en el campo de la historia, sino también en los de la teología, la filosofía e incluso el derecho. La mayor parte de ellas proceden de España, país donde obviamente ha habido mucho interés en el del tema de la Conquista y los primeros años de la Colonia, especialmente a raíz de la conmemoración del quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América.

Las particularidades que tuvo el proyecto de evangelización han signado positivamente a la Orden de Predicadores en el continente de manera quizás inversamente proporcional a como lo hizo la inquisición para esa Orden en Europa. Las “leyendas blancas” sobre el proceso de cristianización, alimentadas por experiencias históricas como las de las primeras comunidades dominicanas, se suelen contraponer a las “leyendas negras” existentes, que hablan de una evangelización con cruz y espada. Esta oposición se presenta aun a sabiendas de que ambas son inexactas y adolecen de vicios ideológicos que determinan la interpretación de los hechos. Es más realista pensar que el proceso de cristianización se movió entre dos extremos o corrientes: una que estaba a favor de la dominación, a la que justificaba y a partir de la cual actuaba, y otra que compartió la utopía de anunciar el Evangelio sin presionar, someter u obligar a la conversión21.

Para empezar, conviene resaltar algunos aspectos que considero importantes: ¿por qué las órdenes mendicantes fueron protagonistas del proceso de evangelización, conquista y colonización de América?; ¿por qué no lo fueron las órdenes monásticas o de caballería, que tanto habían ayudado al proceso de reconquista de la península ibérica?; ¿por qué los dominicos sobresalieron en especial? Para responder a estas preguntas se debe tener en cuenta la crisis general que vivió la Orden en el siglo XIV y su reforma consiguiente.

Los dominicos se reforman

La Orden de Predicadores fue fundada en 1216 por Domingo de Guzmán, en una coyuntura histórica que la llevó a crecer y expandirse de manera espectacular. No obstante, durante el siglo XV entró en decadencia en casi toda Europa, así que compartía la situación que experimentaba en conjunto la institucionalidad católica. La pequeña comunidad llena de celo que observaba escrupulosamente el principio de la pobreza apostólica se había transformado cien años después de su fundación en un poderoso brazo de la institución eclesiástica, cuyos jefes habían acumulado cargos importantes, honores y privilegios. Hacia 1295 y 1295 Bonifacio VIII, por medio de una serie de bulas, codificó con precisión la legislación de las órdenes mendicantes, las sustrajo de toda jurisdicción episcopal. A eso hay que añadirle su rol como predicadores, intelectuales, inquisidores, consejeros y en otros cargos.

Sin embargo, el Cisma de Occidente, las pestes, la guerra, la corrupción del clero y el mismo rol político-administrativo que había mantenido la orden dominicana en la vida de la institución eclesiástica afectó seriamente a esta orden no solo en cuanto a su accionar apostólico, su disciplina y organización, sino también numéricamente. Así, la población de frailes (alrededor de doce mil) de finales del siglo XIII, reducida sensiblemente en los años posteriores, solo llegó a recuperarse durante el siglo XVI. La crisis provocó un movimiento de reforma, que partió especialmente desde Italia y Alemania. Este se centró especialmente en la disciplina religiosa, pero no excluía una reactivación y revisión del papel de la predicación. Para algunos fue más importante lo primero. Otros trataron de hacer un equilibrio. En este proceso hubo muchas discusiones y conflictos.


Figura 3. Evolución demográfica de la orden de predicadores (1315-1775). Fuente: HOSTIE Raymond. Vie et mort des ordres religieux. Paris: Desclée de Brouwer, 1972 (Bibliothèque d’études psychoreligieuses), pág. 349.

Entre los animadores del movimiento en Italia se encuentran Santa Catalina de Siena (1347-1380) y sus discípulos Raymond de Capoue y Juan Dominici (1356-1419). En el siglo siguiente, Fr. Jerónimo Savonarola (1452-1498), quien denunció el lujo de los conventos italianos, de las autoridades locales y aun de la misma Santa Sede. También, es el caso más dramático de alguien que se enfrentó al orden establecido y murió en el intento, bajo el poder de los Médicis (de cuya familia era el papa de turno), quemado junto con sus discípulos, en la Plaza de Seigneurie (Florencia), en mayo de 1498.

El método empleado para la reforma fue el de agrupar a los frailes que buscaban vivir según las constituciones y el espíritu primitivo de la Orden, en conventos llamados ‘de observancia’ y esperar a que su espíritu contagiara a los demás conventos que, en principio, no estaban reformados, cuyos frailes eran llamados ‘conventuales’22. La clave para el éxito de la reforma de la Orden fue su gradualidad; se aprovechaban las reuniones capitulares, los consensos y las visitas, de manera que se extendió de convento en convento y de provincia en provincia.

La reforma tuvo también altibajos. Como se ha dicho, unos conventos se resistieron a aceptarla, pero en los dominicos esto no significó que debieran ser expulsados; se recurría a la persuasión, al argumento, al acompañamiento. A veces, dadas las reticencias, se procedía a fundar conventos nuevos en otros lugares y dejar que los antiguos se extinguieran en su mediocridad o decidieran, ante el ejemplo, renovarse ellos mismos. En esto, la Orden de Predicadores y las demás órdenes mendicantes se diferenciaron de algunas órdenes monásticas, donde una reforma a veces implicaba vaciar totalmente el monasterio y comenzar desde cero23.

En lo que hoy es España, la reforma comenzó desde la primera mitad del siglo XV. En 1423, el beato Fr. Álvaro de Córdoba, confesor de la Corte de Aragón, se retiró junto con otros hermanos al Convento de Santo Domingo de Scala-Coeli, cerca de Córdoba, en el que además de vivir con rigurosidad la vida religiosa, se preparaba también para la predicación. La Corona de Aragón apoyó la reforma y consiguió beneficios papales para ella, aunque el impulso cedió un poco tras la muerte de Fr. Álvaro, lo que no impidió que el espíritu fuera propagándose a otros conventos y en otras provincias. Fue Fr. Juan de Torquemada (1388-1463)24, cardenal desde 1439 y luego obispo de Cádiz y arzobispo de Toledo, quien actuó decisivamente como impulsor de la reforma dominicana.

Torquemada, reconocido por su obra Summa ecclesia (en la que hace una apología al poder pontificio), dirigió, apoyó y hasta dio de su propio peculio para la reforma. Esta inició en el Convento de San Pablo de Valladolid, y en ella llegó a participar, con protagonismo, un abad de los benedictinos, Juan de Gumiel, quien dirigió la reforma en su primera etapa. A la muerte de Torquemada este convento ya se había revestido del aparato jurídico necesario para hacer frente a los opositores y proseguir la reforma. Así, hacia 1474 el proceso marchaba en muchos conventos de Castilla y Aragón.

Los reyes católicos Isabel y Fernando, en el poder de los territorios integrados desde 1474, también fueron claves en el apoyo a la reforma. Sin embargo, también la perjudicaron, pues comenzaron a entrometerse en los asuntos del provincial, e incluso actuaron por encima de su autoridad en su celo de extender la reforma. Otras dificultades fueron las fricciones entre la congregación o vicaría independiente de conventos reformados y la provincia dominicana de España, cuyo caso más representativo fue la disputa entre el Convento de San Pablo de Valladolid, cuna de la reforma, y el de San Esteban de Salamanca, el mayor centro de estudios de los dominicos españoles, renuente en esos años a incorporarse al proceso, debido a añejos celos frente al primero25.

Daniel Ulloa recalca que la reforma en España estuvo alimentada de cerca por la reforma italiana, especialmente influenciada por la Congregación de San Marcos de Florencia, aquella fundada por Savonarola. El espíritu de este fraile se propagó en la reforma española, aunque con algunos excesos en el rigorismo y la observancia26. La línea reformista ganó más y más adeptos entre los jóvenes, y los conventos que no se integraban empezaron a envejecer. También hay que decir que en la década de 1480 apareció una línea más estricta dentro de los rigoristas que llegó a prohibir a los conventos cualquier posesión inmueble, salvo el propio edificio conventual, bajo la amenaza de caer en una supuesta maldición de Santo Domingo.

Así, a fines del siglo XV y comienzos del XVI la reforma de la Provincia de España se consolidó, cuando esa provincia «casi sin fuerzas, aceptó la fusión de la congregación reformada, en el Capítulo Provincial de Burgos de 1506»27. Menos de tres años más tarde ocurriría el primer desembarco de religiosos dominicos a América. Uno de los religiosos reformados fue Fr. Domingo de Mendoza, quien se convirtió en el primer animador de las misiones en América, al organizar la primera expedición dominicana al Nuevo Mundo28.

La reforma continuó en la primera mitad del siglo XVI, protagonizada por frailes como Fr. Juan Hurtado, prior del Convento de San Esteban de Salamanca en la década de 1520, quien decía que el fruto de la predicación era proporcional a la austeridad de vida del predicador29; uno de sus discípulos fue el maestro de novicios del convento, Fr. Domingo de San Pedro, quien desempeñó este cargo por más de veintiséis años entre 1424 y 1550. Conviene resaltar que, incorporado ya a la reforma, el Convento de San Esteban fue el principal proveedor de religiosos dominicos para América.

Encontramos, entonces, una relación directa entre el éxito del proceso de reforma en la provincia dominicana de España y la expansión de los frailes al Nuevo Mundo. Los dominicos estuvieron junto a los franciscanos y mercedarios entre los primeros en marchar a América no solo porque su opción carismática se orientaba hacia el anuncio del Evangelio, incluidas las misiones, sino, además, porque esta orden, junto con la franciscana (también reformada) se encontraba en un nuevo amanecer30; existían en ellas espíritus fogosos y dispuestos a ir más allá de las fronteras de Europa. Esto explica la exclusión de las órdenes ecuestres, grandes protagonistas de la Reconquista de la península ibérica, pero que habían entrado en decadencia.

En cuanto a las órdenes monásticas, según Johannes Meier, sus vínculos con las «estructuras agrarias feudales» les impedían tener la movilidad necesaria para hacer frente a tal empresa31. Pedro Borges afirma que «la tendencia a la posesión de grandes y prósperas abadías no podía sintonizar con la naciente, conflictiva y no ciertamente rica sociedad americana»32. Ni el proyecto evangelizador era atrayente para las órdenes monásticas ni tampoco las perspectivas económicas. La Corona tampoco veía útil en su proyecto de conquista y colonización establecer abadías, cuya instalación y sostenimiento eran considerados, además, onerosos para las cajas reales33.

Los monasterios españoles tampoco se preocupaban mucho por buscar la expansión a las nuevas tierras, imbuidos como estaban en un espíritu estático que las hacía «poco proclives al dinamismo anejo a la empresa eclesiástica americana»34. Según Borges, «la falta de entusiasmo de los monjes (españoles) por América» se prueba en que durante toda la época colonial solo se hicieron diez intentos de fundación de monasterios en América hispánica35, de los que fracasaron ocho, no por culpa de la Corona, sino por falta de apoyo de los mismos monasterios españoles36. Además, aunque hubo obispos en América procedentes de las órdenes monásticas en un número abundante (Gabriel Guarda enumera treinta y seis), estos no buscaron fundar monasterios de sus órdenes en sus respectivas diócesis37.

Se expanden a América

Solo hasta la unificación de la Provincia de España con la congregación reformada (1506), es decir, cuando el proceso de reforma interna obtiene su triunfo definitivo, es cuando, en palabras de Ulloa, «comienza a apreciarse en su justo valor la trascendencia de un Nuevo Mundo»38 para los dominicos. Es justamente a partir de esas fechas que se tiene la primera noticia de una misión dominicana a América. Esta aparece en los registros literarios del maestro Tomás de Vio Cayetano, con fecha del 19 de octubre de 1508. Allí se habla de un posible viaje a Indias de Fr. Domingo de Mendoza, quien por entonces residía en la congregación de San Marcos, en Italia.

Según Fr. Bartolomé de Las Casas (¿1485?-1566), cronista de estos hechos, el padre Mendoza había recibido una inspiración divina de viajar a América, apoyado por Fr. Pedro de Córdoba. Ambos persuadieron a Fr. Antonio de Montesinos y Fr. Bernardo de Santo Domingo. Estos personajes fueron a Roma a hablar directamente con el maestro general de su orden, Tomás de Vio Cayetano, quien les autorizó su viaje a las Indias y abogó por esta causa ante las cortes reales españolas. Finalmente, dados las excelentes relaciones entre los dominicos y el rey Fernando, se concedió el permiso de viajar a la isla La Española a un grupo de quince religiosos y tres criados a su servicio, con el fin de «fundar conventos y predicar la palabra de Dios». Es significativo que este mandato venía cargado de penas severas, según las constituciones O. P., en caso de que se intentara impedir su realización39.

No obstante, a pesar del mandato, los priores de los conventos se resistieron a facilitar las personas escogidas, temerosos de ver disminuir el personal de sus conventos, máxime cuando los escogidos, según Ulloa, eran frailes de cualidades especiales40. Por eso, la expedición inicial de quince miembros debió partir en tres grupos. El primero, en 1509, dirigido por Fr. Pedro de Córdoba y en el que iba Fr. Antonio de Montesinos41. El segundo, antes de finalizar 1510, compuesto por cuatro frailes y un criado. El tercer grupo viajó en marzo de 1511, compuesto por seis frailes. No está claro si Fr. Domingo de Mendoza llegó en este grupo o arribó solo en el mismo año42.

Es importante resaltar que no fue la Corona la que promovió en una primera instancia el viaje de la orden dominicana a América, sino que el deseo de ir a evangelizar partió de la iniciativa de los mismos frailes, que venían de experimentar un proceso de reforma interna. Eso no significa que la Corona estuviera desentendida del asunto: María Milagros Ciudad Suárez dice que durante la época de la Conquista43 el Gobierno español fue el que más se interesó en promover directamente el envío de religiosos a América. En 1527 se puede encontrar una carta del emperador Carlos V al maestro de la Orden, Fr. Silvestre de Ferrara, para que hiciera todo lo necesario de manera que se animara y facilitara a los frailes el arribo a América y que nadie impidiera o desanimara este tipo de viajes44. Pero, una vez que los primeros misioneros se asientan en las Indias y se hacen las primeras fundaciones, «serán los propios religiosos quienes pidan el pase de más hermanos de hábito; e incluso llegarán a encargarse de organizar las expediciones ante el vasto territorio por cristianizar y la escasez de sus miembros. Así, también solicitan de las autoridades civiles y eclesiásticas que escriban a la Corte informando de aquella realidad»45.

Los viajes de los dominicos a América fueron organizados generalmente por los provinciales españoles, delegados a tal fin por el Capítulo General de 1508. Las expediciones se constituían al atender las peticiones de los mismos frailes o de autoridades civiles y eclesiásticas. En la primera mitad del siglo XVI, estos viajes no contaban con mayor regulación por parte de las autoridades, salvo la limitación del número de religiosos que debían acudir.

A partir de mediados del siglo, el Consejo de Indias expidió una serie de requisitos para controlar el acceso de frailes al Nuevo Mundo, de modo que cada religioso necesitaba su respectiva licencia real. Tras la autorización del Consejo, se relegaba a la Casa de Contratación sufragar los gastos de los religiosos y realizar las nóminas de estos, con señas personales, listados que eran enviados a las autoridades americanas. La Real Hacienda (es decir, las Cajas Reales) pagaba todo el viaje desde convento de salida hasta el convento de llegada46. Los requisitos exigidos a los frailes eran tener voluntad, contar con una preparación intelectual suficiente y buenas cualidades morales. A partir de 1530 aparece también en los documentos la palabra calidad47. Hacia 1571 toda la responsabilidad de aprobación de las expediciones quedó por cuenta del Consejo de Indias48.

La Corona centralizó, burocratizó y controló cada vez más los viajes de religiosos a América, con la intención no solo de disminuir y regular los gastos que ocasionaban a las Reales Cajas, sino, además, de esperar que la Iglesia establecida en el continente produjera sus propias vocaciones nativas entre la población criolla. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, en raras ocasiones fue el Consejo el que tomó la iniciativa de enviar las expediciones. Sin embargo, las apoyaba, debido a que los frailes significaban la posibilidad de extender la presencia hispánica en la región y así ampliar las fronteras del Estado. Isabelo Macías agrega, aunque sin decir las razones, que con ello la Corona también intentaba “erradicar” de la península a un excedente de religiosos que existía allí. Las cifras muestran que más de más de 29.000 clérigos seculares y 32.000 regulares existían solo en Castilla a fines del siglo XVI. Si se comparan las cifras con América (5.000 clérigos y religiosos masculinos, en el siglo XVII) resulta que en ese continente la presencia clerical era ínfima, en proporción al territorio49. Es lógico pensar que las autoridades buscaran reducir este desnivel.

En cuanto al número de dominicos arribados al Nuevo Mundo, el cálculo es bastante difícil50. Autores como Agustín Galán, Isabelo Macías y Pedro Borges, quienes han trabajado a partir de datos de archivo, no se ponen de acuerdo para definir ni el número de expediciones ni el número de frailes que fueron registrados en la Casa de Contratación entre los siglos XVI y XVII. Por ejemplo, solo para el siglo XVII, si Borges habla de 16 expediciones, Agustín Galán se refiere a 4951, e Isabelo Macías contabiliza 3352, cifras que difieren ampliamente entre sí. Pese a ello, existe un acuerdo (especialmente en Macías, Galán y Ciudad Suárez) en que el número de dominicos registrados entre los siglos XVI y XVII superó los 1.700, cifra un poco superior a la expuesta para el caso de los jesuitas (alrededor de 1.400), pero muy por debajo de los franciscanos (aproximadamente 5.000), según los cálculos hechos por los historiadores de estas órdenes53. Los destinos principales de las expediciones eran las zonas menos integradas a la colonización, que eran las que requerían más religiosos (Filipinas y Guatemala, por ejemplo), mientras que los principales centros coloniales redujeron poco a poco el número de envíos procedentes de España54.

Por otra parte, dado que las expediciones de dominicos registran un índice mucho menor de estudiantes y hermanos legos respecto a los sacerdotes, parece que el nivel cultural o educativo de los misioneros dominicos era alto, lo que confirma las referencias hechas en crónicas y otros documentos sobre la calidad intelectual de los religiosos55. En cuanto a los lugares de origen, hay que decir que, según las investigaciones, la mayor parte de los registrados en la Casa de Contratación procedían de conventos castellanos, entre los que priman Salamanca y Valladolid), y andaluces en segundo lugar. El aporte de otras regiones como Cataluña es ínfimo56.

En este punto es bueno preguntarse qué llevaba a los religiosos a viajar a América. Seguramente, el afán de salvar almas, misionar y difundir el Evangelio fue una motivación muy importante, sin duda. Esto es evidente especialmente durante el siglo XVI, siglo de renovación y empuje para las órdenes dominicanas, franciscanas y agustinas. No obstante, según Ciudad Suárez, otros motivos se agregaron con el tiempo, tales como mejorar la situación dentro de la orden, conocer nuevas tierras o simplemente el deseo de la aventura57. Hay que tener en cuenta las características diversas de los misioneros, que mantenían visiones divergentes no solo de la tierra que pisaban y la gente que trataban, sino, además, de la Iglesia y la orden a la que pertenecían. En los primeros años de conquista y evangelización pareció existir un punto de acuerdo.

La primera comunidad dominicana establecida en América (en la actual República Dominicana) es muy famosa en la historia, tanto por sus dotes intelectuales como por sus calidades humanas y religiosas. Aunque es cierto que algunas crónicas asumen un discurso claramente hagiográfico, muchos testimonios tomados de diversas fuentes coinciden en puntos esenciales. Según ellos, los frailes vivían la pobreza con celo evangélico. Se dice que los primeros grupos que llegaban ayunaban siete meses al año, vivían en chozas (aunque hay que decirlo, no había construcciones más sólidas) y se mantenían con muchas limitaciones. En parte, esto era así porque se trataba de grupos de reformados y también porque las condiciones del medio así lo exigían. Según Medina, «La pobreza debía hacerles aptos para la máxima disponibilidad, a la vez que los presentaba totalmente desinteresados ente españoles y naturales. Su predicación sería totalmente libre, sin supeditación a personas o instituciones que pudieran acallar la verdad de sus palabras. Para que la verdad fuera completa, decidieron en común no pedir limosnas»58.

Las reformas internas experimentadas habían hecho de esta primera comunidad dominicana en América una comunidad muy preparada intelectualmente, muy observante y de espíritu abierto. Esa mentalidad le ayudó a no acomodarse fácilmente, sino que estudiadas las situaciones conflictivas y novedosas se proponían formas o métodos de trabajo pastoral59. Su accionar era libre y no tuvo miedo en enfrentarse a los poderes civiles o eclesiásticos. De hecho, según autores como John Phelan, estas primeras comunidades estaban influidas por un espíritu carismático que implicaba imágenes sobre la Iglesia primitiva y el fin del mundo, lo que llevó a algunos a creer que la cristianización de los indígenas americanos era el inicio de la edad del Espíritu Santo, donde todo el mundo sería convertido al cristianismo y reinaría la paz evangélica60.

En esta comunidad fue donde se gestó el famoso sermón del 21 de diciembre de 1511, pronunciado por Fr. Antonio de Montesinos, repetido en muchas obras históricas y tomado como modelo de anuncio profético. Este sermón había sido originado de la confrontación hecha por los frailes entre el método de conquista utilizado y la evangelización que se pretendía ofrecer. Al sermón le siguió el alboroto y la acusación de que los frailes se oponían a la Corona y a sus intereses. Los encomenderos presionaron a los frailes, buscaron que se retractaran, pero ellos no lo hicieron. La defensa de su posición, es decir, el Evangelio predicado sin imponer la fe, sin dominar y sin utilizar la violencia llevó a la formulación de lo que se conocerá como derecho de gentes. Fr. Antonio de Montesinos y Fr. Pedro de Córdoba gastaron su vida en la defensa de esta causa. Fr. Bartolomé de las Casas, clérigo convertido a esta corriente ideológica-religiosa en 1515, apoyó hasta la muerte el derecho de los indígenas. Esta defensa provocaría la emisión de las primeras leyes a favor de los naturales, para impedir su esclavitud, y, en general, en pro de la concepción entre las autoridades de que los indígenas debían ser considerados súbditos-vasallos del rey, aunque en la práctica nunca dejaran de ser siervos.

La lucha entre esta primera comunidad dominicana y los encomenderos-esclavistas generó muchas batallas, lo que a su vez ocasionó expulsiones, amenazas e incluso cobró la vida de algunos frailes61. Este conflictivo debate obligó a la Corona a tomar una postura con respecto a la libertad de los indígenas, a la justicia de la guerra de conquista y a la obligación de trabajar para los vencedores. Uno de los resultados fue la emisión de las Leyes Nuevas,62 inspiradas en el trabajo realizado por Fr. Bartolomé de Las Casas y por Fr. Francisco de Vitoria. Sin embargo, estas leyes nunca fueron aplicadas más que de manera superficial, pues recibieron gran oposición por parte de los colonos y los cabildos en América63.

La Orden de Predicadores comenzó a expandirse por el Caribe. Después de varios intentos infructuosos, tardó una década en llegar al continente, debido a las contradicciones con los encomenderos, los esclavistas y a las dificultades mismas que ofrecía el método de conversión escogido. Finalmente, gracias a las gestiones y el liderazgo de Fr. Tomás de Berlanga, vicario de las comunidades establecidas en el Caribe, en 1526 los dominicos arribaron a México, conquistado unos años atrás. Poco tiempo después llegaron a las actuales Venezuela y Nueva Granada, tierra que pisaron en 1529.

Berlanga fue también quien lideró el proceso de creación de una provincia dominicana independiente para América, separándola de Andalucía. El Capítulo General de 1530 oyó esta petición y estableció la Provincia de Santa Cruz de las Indias. Ese mismo año celebró su primer Capítulo Provincial, el cual eligió como provincial al propio padre Berlanga. Esta provincia tuvo la singularidad de ser promotora de expediciones a otras regiones del continente. También fue en esta provincia donde nació la primera universidad americana, en una fecha muy temprana, en 1538, cuando el estudio del Convento de Santo Domingo, de la ciudad del mismo nombre, en la entonces isla La Española, adquirió estatus de universidad pontificia.

Los frailes fueron adentrándose en el continente casi al tiempo que los indígenas del Caribe desaparecían, producto de los malos tratos y las enfermedades. Por ello esta región perdió atractivo para aquellos que tenían como propósito evangelizar y misionar; además era una zona peligrosa y difícil, debido a los constantes ataques de piratas que se ensañaban especialmente con los conventos y casas religiosas. El mismo Convento de Santo Domingo de La Española (República Dominicana) desapareció en llamas en 1586, y con él todos sus archivos y crónicas, lo que impidió conocer muchos detalles sobre la historia de esta primera provincia64.

La expansión dominicana por el continente americano bajo dominio hispánico puede considerarse vertiginosa. Según la Geografía y descripción universal de las Indias (1574), de Juan López de Velasco, la Orden fundada por Santo Domingo, sesenta años después de su arribo al Nuevo Mundo, contaba con 126 conventos, frente a 127 de los franciscanos, 60 de los agustinos y 26 de los mercedarios. En cuanto a las provincias, si a mediados del siglo XVI apenas existían dos constituidas y dos en proyecto, hacia 1600 la orden dominicana tenía ya siete provincias, convertidas en nueve en el siglo XVIII65. Tal velocidad en su propagación tuvo mucho que ver con su papel de atalayas de la conquista y la evangelización66. A eso hay que añadir que gracias a su preparación, estilo y trabajo, la Orden de Predicadores ganó mucha confianza en las autoridades reales, de modo que 121 de sus frailes fueron nombrados obispos entre 1500 y 1850, y esa cifra no fue alcanzada por las demás órdenes religiosas67.

Se establecen en el Nuevo Reino de Granada

La Orden de Predicadores fue una de las primeras órdenes religiosas masculinas que hicieron presencia en la Nueva Granada, actual Colombia, durante la época colonial68. La primera mención de dominicos que se hace para este territorio se registra en la capitulación concedida a Diego Caballero, para la conquista de la península de la Guajira, que fue firmada en 1525. Allí se habla de llevar en la armada a un par de religiosos dominicos. Ya antes se habían dado planes para traer frailes a este territorio. A fines de 1509, Alonso de Ojeda pasó por la costa cercana a la futura Cartagena, junto con tres franciscanos, un sacerdote secular y un diácono, pero no bajaron a tierra firme. En 1510 se fundó Santa María la Antigua, en el Darién colombiano. Los franciscanos formaron su convento allí, que permaneció hasta 1524, pues su acción misional fracasó dadas las dificultades del medio y la hostilidad encontrada. Se sabe que esa fundación fue abandonada y que sus restos fueron devorados por la selva. En 1526, el mercedario Fr. Francisco de Bobadilla, acompañado de cuatro hermanos de su orden, fundó en la recién nacida Santa Marta, el Convento de Nuestra Señora de la Merced, que fue liquidado en 154569.

El arribo de los frailes

Durante siglos no estuvo asegurada la fecha exacta de la llegada de la primera expedición de dominicos a las costas de la Nueva Granada, actual Colombia. Esta duda fue resuelta hace varias décadas por Fr. Alberto Ariza y Fr. Enrique Báez, quienes encontraron documentos relativos en el Archivo General de Indias70 y concluyeron que en diciembre de 1528 un grupo de frailes dominicos desembarcó en Santa Marta, al mando de Fr. Tomás Ortiz. Este grupo fue reforzado con cuatro expediciones más en la década de 1530. Existen divergencias en cuanto al número de frailes que llegaron en esa primera expedición. El cronista colonial Fr. Alonso de Zamora afirma que eran veinte. Ariza, quien trabajó con diversas fuentes, encontró errores en fechas e inexactitudes biográficas, así que determina que aunque el número inicial designado era de veinte personas, finalmente solo llegaron doce religiosos a la primera fundación española exitosa en América del Sur,71 cuyos nombres da a conocer: F. Tomás Ortiz, Fr. Martín de los Ángeles, Fr. Juan de Torres, Fr. Juan Tomás de Mendoza, Fr. Pedro Durán, Fr. Juan de Montemayor, Fr. Rodrigo de Ladrada, Fr. Juan de Osio, Fr. Pedro Zambrano, Fr. Francisco Martínez Toscano. Fr. Agustín de Zúñiga, Fr. Domingo de Trujillo, Fr. Pedro de Villalba72. La mayoría de ellos habían vivido antes en la isla La Española.

El 14 de enero de 1533, los dominicos llegaron al sitio de Calamari, al oeste de Santa Marta, que había sido elegido para la fundación de la ciudad de Cartagena de Indias ese mismo año. Tres frailes dominicos y uno franciscano viajaron con Pedro de Heredia, su fundador. La ciudad nació en junio y fue destinada a ser cabeza de diócesis y centro de avanzada de la conquista. El 3 de septiembre del mismo año se nombró como primer obispo a Fr. Tomás de Toro y Cabero, quien llegó a fines de 1534. Durante todo el siglo XVI la diócesis contó con obispos mayoritariamente dominicos73, lo que da cuenta de la influencia que tuvo la comunidad en esa región.

Fr. Jerónimo de Loaysa, nombrado obispo en reemplazo de Toro (muerto en 1536), arribó a Cartagena en 1539 con una nueva expedición de frailes y la misión de fundar un convento para su orden, que canónicamente se denominaría San José, pero que se conocería popularmente como Santo Domingo. Loaysa tuvo la idea de fundar una escuela, colegio de artes y teología, abierta a los seculares, que incluyera a los hijos de los caciques, pero su proyecto se truncó con su nombramiento al arzobispado de Lima, en 1540, pocos meses después de su llegada a Cartagena74.

El grupo que se estableció en la Costa Caribe trabajó, en un comienzo, en las doctrinas75 creadas en los alrededores de las dos ciudades españolas fundadas en el litoral caribe: Santa Marta y Cartagena. El Convento de Santa Marta, por ejemplo, recibió en un comienzo las doctrinas de Bondinga, Gaira, Taganga, Mamatoco, Guajiros, Aruacos, Tupes, Chimilas y Durcinos, además del curato de Santa Marta. Varias de las doctrinas correspondían en realidad a comunidades indígenas enteras76.

Los frailes que evangelizaron la región, según el ejemplo de sus colegas misioneros de las Antillas, se enfrentaron en poco tiempo con los encomenderos por el trato que daban a los indígenas. Ello provocó que el jefe de la expedición, Fr. Tomás Ortiz, discípulo de Fr. Pedro de Córdoba, abandonara la región ante amenazas y acusaciones de los conquistadores. En medio de controversias, Fr. Tomás regresó a España y se retiró de la Orden. Fr. Bartolomé de las Casas afirma que las problemáticas vividas por este religioso hicieron que terminara sus días en su pueblo natal, «muy abatido y angustiado y no sé si en alguna hora de su vida se pudo consolar»77.

A comienzos de 1537 partió de Santa Marta una expedición dirigida por Gonzalo Jiménez de Quesada, rumbo al interior del Nuevo Reino de Granada. Esta siguió río Magdalena arriba, en dirección hacia el sur. El capellán de la expedición era un religioso de la Orden de Predicadores, Fr. Domingo de las Casas, pariente del célebre defensor de los indígenas. En agosto, las tropas diezmadas por las penalidades del viaje arribaron al actual altiplano cundiboyacense, lugar del reino de los muiscas. Luego de someter a los dos jefes muiscas más importantes, el zaque de Tunja y el zipa de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada procedió, el 6 de agosto de 1538, día de la fiesta de Santo Domingo, a fundar la ciudad de Santa Fe (o Santafé)78, la que será desde entonces la capital del Nuevo Reino de Granada.

A finales de 1540 llegaron al altiplano por lo menos tres religiosos más procedentes de Santa Marta: Fr. Pedro Durán, Fr. Juan de Montemayor y Fr. Juan de Torres. El último marchó a Santafé, mientras que los dos primeros se quedaron en Tunja. Según las diferentes crónicas, el padre Durán catequizó y bautizó a Aquimín, último zaque de Hunza, y a Sugamuxi, sacerdote máximo de los muiscas. Más adelante, Aquimín y otros caciques serían ejecutados en la plaza pública de Tunja (ciudad fundada en 1539) por orden de Hernán Pérez de Quesada79, hermano del fundador de Santafé de Bogotá.

Por estas fechas se fundaron los primeros hospicios dominicanos (lugares de acogida temporal para religiosos doctrineros y que podían convertirse en conventos) en Vélez y Tocaima (1540). Estos dominicos y otros más que llegaron trabajaron en la evangelización de indígenas. Estuvieron sin residencia fija durante unos diez años hasta la fundación de los conventos de Santafé (1550) Tunja (1551) y Vélez (1553), cuyos establecimientos determinaron el inicio de una organización más estructurada de los dominicos en la Nueva Granada.

A partir de entonces, sucesivas expediciones de frailes continuaron engrosando la comunidad, pese a que su número, a juzgar por los reclamos y misivas enviados a las autoridades metropolitanas, nunca fue considerado suficiente para cumplir su labor80. No hay estadísticas completas sobre la cifra de frailes españoles arribados a la Nueva Granada. Solo se tienen los datos ofrecidos por Agustín Galán García e Isabelo Macías, ambos para el siglo XVII. El primero contabiliza 51 frailes llegados en seis expediciones, que correspondía al 5,8% del total de los dominicos que emigraron a América en esa época81. Isabelo Macías proporciona la cifra de 48 frailes82, dato que no difiere mucho del proporcionado por Galán. El número parece bajo, aun para el siglo XVII, aunque tal vez esto puede significar que la provincia dominicana había adquirido rápidamente un cierto autoabastecimiento vocacional83 en comparación con otras provincias dominicanas, como Guatemala-Chiapas, donde la “criollización” avanzó con lentitud84. Por otra parte, algunos documentos de mediados del siglo XVIII señalan que por estas fechas aún se buscaba promover expediciones de frailes españoles para la Nueva Granada, para que colaboraran especialmente en las misiones de los Llanos Orientales85, aunque esas expediciones solo se dieron en pequeños grupos86. El panorama al respecto, pues, dista de ser claro. Hay que registrar la mora de realizar estadísticas más completas sobre migraciones de religiosos a esta región del norte de Suramérica.

La fundación de conventos

En América, pese a la naturaleza eminentemente urbana del conventus de origen medieval (que no debe confundirse con monasterio), los dominicos y las otras órdenes mendicantes establecieron dos tipos de conventos: los rurales y los urbanos. Cada uno de ellos mantuvo particularidades y funcionalidades diferentes.

El convento rural (llamado también vicaría, hospicio o conventillo) se ubicaba en aldeas o en medio del campo, rodeado de población indígena. Este tipo de convento se organizó por iniciativa de una parte de los primeros evangelizadores, quienes buscaban hacer más pragmática su labor con los indígenas87. Ello constituía la adaptación de una estrategia pastoral histórica de las órdenes mendicantes88.

Estos conventos rurales fueron concebidos como centros de evangelización y misión, lo que no se reducía simplemente a predicar y administrar sacramentos, sino a realizar toda una labor organizativa política, administrativa y económica: «Los religiosos dotaron a los pueblos de tierras comunales, nuevos cultivos, cajas de comunidad; crearon cabildos indígenas, con alcaldes y regidores y fundaron escuelas para niños y adultos», dice Ciudad Suárez89.

La mayor parte de las fundaciones dominicanas en la época colonial fueron de este tipo. Al fin de cuentas, la evangelización de los indígenas era el fin inicial de la comunidad dominicana y la justificación de su presencia. Estos conventos también servían como hospicio temporal para los frailes doctrineros, que generalmente se componían de tres o cuatro individuos. Periódicamente ellos debían regresar a algún convento mayor del que dependían en el régimen interno de la orden. Económicamente, estos hospicios se sostenían de las rentas que proporcionaban las doctrinas, de modo que a medida que la población indígena desaparecía, las penurias económicas se acrecentaban.

El convento urbano surgió paralelamente al primero y correspondía al tipo tradicional de fundación dominicana. Sus actividades pastorales directas se concentraron preferentemente en la asistencia sacramental, espiritual, intelectual y hasta organizativa de la población española, de sus descendientes criollos y por último, de los mestizos arribados a las villas. Sin embargo, también ayudaron a la evangelización y doctrina de grupos indígenas ubicados en los alrededores. Estos conventos estaban más orientados a la observancia, a la formación y al estudio90.

Por otra parte, fueron objeto de gran cantidad de donativos y legados de parte de la población mencionada, lo que provocó su enriquecimiento y estabilidad material. Los conventos más grandes e importantes de las provincias fueron siempre los de esta clase. En ambos tipos de conventos se dieron unas relaciones simbióticas con los distintos entornos y grupos humanos.

Aparte se encontraron los conventos de recolección o de observancia, que sirvieron para la búsqueda de renovación de la observancia inicial. Estos se instauraron generalmente cuando se dieron épocas de crisis o relajamiento, por lo que la comunidad establecida allí vivió un régimen más observante y estricto que los demás conventos. En el XVII casi todas las provincias dominicanas en América tuvieron, por lo menos, un convento de este tipo, que dependían directamente de la provincia y no tenían ninguna autonomía91.

En la Nueva Granada la mayor parte de los conventos dominicanos se fundaron en los siglos XVI y XVII, época de mayor expansión de la orden en el territorio92. Las rutas de poblamiento siguieron las de la conquista, es decir, partían de la Costa Caribe hacia el interior del país. Otra ruta se dirigió hacia el suroccidente de la Nueva Granada y fundó conventos en la región.

La totalidad de los conventos fundados en el siglo XVI nacieron con el fin y propósito de evangelizar y adoctrinar a los indígenas. Esto hizo que la mayoría de ellos condicionara su importancia, actividades e influencia a la existencia de estas comunidades indígenas, al servicio y bienes que estas aportaran o a la riqueza de la región en general. Si la población prosperaba, el convento también; si los indígenas desaparecían, el convento quedaba reducido; si la economía quebraba, el convento hacía lo mismo93.

La labor misionera y evangelizadora que debían desempeñar en principio los conventos neogranadinos hizo que se facilitara la vida extraclaustro de los frailes, al tener que desempeñar su trabajo en áreas bastante amplias. Esto provocó una particularidad en la organización dominicana: los frailes aparecen ‘afiliados’ mas no ‘asignados’ a sus conventos. Es decir, el religioso, desde su profesión, quedaba afiliado a un determinado convento, pero podía vivir fuera de este, en alguna doctrina, parroquia o en una misión que podía encontrarse a varios cientos de kilómetros de su convento de afiliación.

La mayoría de los pequeños conventos adquirieron durante ciertas épocas (siglos XVI-XVII) la condición ‘prioral’, es decir, tuvieron el derecho a tener prior, pese a que no contaban con el número de frailes suficiente. La Corona española logró que el maestro general y los capítulos expidieran decretos para autorizar la existencia formal de conventos a casas con menos frailes de los indicados (entre ocho y diez). Algunos, pese a los privilegios, ni siquiera llegaron a poseer el número de seis frailes, que era lo mínimo para ser convento prioral. Nunca pasaron o vivieron la mayor parte de su existencia como vicarías, de tres o cuatro frailes. Por ello, estos conventos fueron conocidos popularmente bajo el nombre de ‘conventillos’.

En cuanto a los conventos fundados en el siglo XVII (seis en total), a su tarea evangelizadora se le añadieron o sobrepusieron otros propósitos, como servir a la piedad popular como centros de peregrinación (Chiquinquirá, Santo Ecce-Homo y Las Aguas) o de lugares de reforma interna (San Vicente Ferrer y Ecce-Homo) para vivir en recolección y en vivencia plena de las reglas y constituciones de la Orden. La consolidación del proceso de colonización y de establecimiento del aparato eclesiástico secular y la reducción significativa de la población indígena explican, por una parte, el freno a la fundación de conventos, y, por otra, que las orientaciones fundamentales de esas comunidades no se centraran ya en la misión y la doctrina de los aborígenes. Estos conventos se establecieron en torno a un ritmo un poco diferente a los primeros.


Figura 4. Conventos de la orden dominicana en la Nueva Granada (ss. XVI-XVIII). Fuente: elaboración propia a partir de datos de ARIZA Alberto E. Los dominicos en Colombia. Op. cit., t. 1, págs. 223-879.

Unos pocos conventos, cuatro para ser exactos, Santafé, Cartagena, Tunja y Popayán, establecidos en lugares céntricos de la audiencia y con afluencia de población hispana y criolla, tuvieron una suerte distinta. El Convento de Nuestra Señora del Rosario, en Santafé, conocido popularmente como de Santo Domingo siempre fue considerado como el convento máximo o más importante de la provincia dominicana. El segundo lugar, aunque más lejos, fue disputado por el San José (o Santo Domingo), en Cartagena, y el Santo Domingo, en Tunja. Desde un comienzo, el Convento del Rosario asumió su papel de convento principal. Incluso, el mismo grupo de frailes que fundó el convento de Santafé fue el responsable de la fundación del convento de Tunja (1551) y de la organización de otros conventos recientemente fundados, en Tocaima y Vélez94. No se hace referencia al convento de Popayán, pues este pasó a integrar la provincia dominicana de Santa Catalina, de Quito, desde finales del siglo XVI.

Los tres conventos mayores de la Provincia de San Antonino fueron casa de estudios, es decir, recibieron y formaron religiosos95, y en torno a ellos orbitaron los demás conventos menores. La cuarta casa de estudios formal fue el Colegio y Universidad de Santo Tomás, contiguo al Convento de Nuestra Señora del Rosario, aunque por cuestiones prácticas, en gran parte de su vida compartieron los mismos catedráticos96.

Un caso aparte es Chiquinquirá. Durante la época colonial el convento dominicano allí fundado nunca dejó de tener categoría menor, pues la localidad en que estaba siempre fue pequeña y poco importante en materia económica y política. Sin embargo, tuvo la característica de ser el centro nacional de peregrinación religiosa, dada la presencia de la imagen de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, milagrosa y muy venerada por las distintas clases sociales. El pequeño convento chiquinquireño tenía una importancia mayor dado que contaba con un capital religioso sin igual. Los dominicos, al convertirse en guardianes de la imagen desde sus orígenes, estuvieron allí amparados por la Virgen y su culto.


Figura 5. Famosa copia del cuadro de la Virgen de Chiquinquirá, guardado desde 1636 por los dominicos en su convento en esa ciudad. Fue declarada patrona de Colombia en 1919. Fuente: copia de Antonio Acero de la Cruz (1660 aprox.). Convento de Nuestra Señora del Rosario, Chiquinquirá. Tomada de VENCES VIDAL Magdalena. La Virgen de Chiquinquirá, Colombia: afirmación dogmática y fuente de identidad. México, Museo de la Basílica de Guadalupe, 2008 (serie: Estudios en torno al arte), pág. 233.

Creación de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada

A medida que la orden se expandía, fue necesario crear más unidades administrativas. Así, en 1532, dos años después de la fundación de la Provincia de Santa Cruz de las Indias, nació la Provincia de Santiago de México (1532), que separó las regiones de la entonces Nueva España. Luego vino la conquista del Perú y el establecimiento de la orden dominicana allí. Por eso, en 1538 el papa Pablo III dio facultades para la erección de la Provincia del Perú, con conventos y territorios segregados de las Provincias de Santa Cruz y de Santiago de México, que se verificó en 154097.

La cuarta provincia en nacer fue la de la Nueva Granada. Los frailes habían llegado en 1528, habían fundado varios conventos en Santa Marta y Cartagena y mantenían presencia en el altiplano central desde 1537. La organización propiamente dicha de los dominicos en la Nueva Granada solo comenzó en 1550, cuando se creó la Real Audiencia y se dio un proyecto formal de organización colonial, incluida la creación de la Diócesis de Santafé. La fundación de conventos y provincias para las órdenes regulares estaba incluida dentro de este proyecto.

En 1550, junto con los primeros oidores y el obispo de Santafé, Fr. Juan de los Barrios O. F. M., llegó una expedición dominicana al mando de Fr. José de Robles, con la misión de organizar conventos formales en el interior del país. También tenía la tarea de gestar una estructura formal para los dominicos en la región y fundar una provincia independiente. Robles hizo las veces de vicario, verificó la fundación del convento de Santafé, realizó la primera visita a las doctrinas que administraban los frailes de su orden y regresó en poco tiempo a España98. Poco después llegó otra expedición al mando de Fr. Juan de Méndez, quien, a juicio de Zamora, había sido el principal gestor de la fundación de la Provincia. En total, según el cronista, arribaron unos cuarenta frailes99.

Mientras tanto, a instancias de Fr. Bartolomé de las Casas y de otros religiosos influyentes, se insistía a la Corona en dar «provisiones para el buen regimiento y conservación de su religión en aquellas partes y por consiguiente para el aprovechamiento de la predicación y la salud de las ánimas de aquel orbe»100. El Consejo de Indias envió entonces documentos y cédulas reales que favorecían tanto esta idea como la de enviar más misioneros. El Capítulo General de la Orden de Predicadores, celebrado en mayo de ese mismo año (1551), decretó medidas que ayudaron a la organización de la orden en todo el Nuevo Mundo y, en particular, en la Nueva Granada. En especial, se otorgaron concesiones para facilitar la fundación de conventos (reducir el número de frailes a seis, por ejemplo), alargar los periodos entre capítulos provinciales y erigir las provincias de San Vicente Ferrer de Chiapas (en Chiapas, Guatemala, Honduras y Nicaragua) y de San Antonino del Nuevo Reino de Granada101.

La Provincia quedaba fundada al segregarla de la de San Juan Bautista del Perú, con territorios que comprendían las actuales Colombia y Venezuela hasta límites con el Ecuador. Se nombraba como primer vicario provincial a Fr. Pedro de Miranda102 y se proveían de fondos para los gastos necesarios, pues se tenía que crear conventos y templos, y había que dotarlos. Todo esto sería costeado por las Cajas Reales. Como la Provincia de San Antonino no tenía los suficientes frailes y conventos, se la consideró una congregación sujeta a la del Perú, mientras se consolidaba el proceso de organización real, que se dio posterior a la organización jurídica.

Dado este impulso, en las décadas de 1550 y 1560 nacieron doce conventos, entre mayores y menores (entre ellos el de Nuestra Señora del Rosario de Santafé), y se crearon en ellos y en las doctrinas administradas escuelas de catequesis y estudios de primeras letras, conforme a una provisión real expedida por la Real Audiencia de Santafé. La fundación de la Provincia se consolidó con decretos y mandatos emanados de las autoridades centrales de la orden, en 1558, 1561 y 1566. El Primer Capítulo Provincial se realizó en el convento de Tocaima, en julio de 1566103. En 1576, el maestro general aprobó el sello oficial de la Provincia, diseñado por Fr. Alberto Pedrero y que se utilizó durante más de trescientos cincuenta años en los documentos oficiales.

Para la época colonial, los límites de la Provincia quedaron definitivamente fijados en 1584, cuando los conventos del suroccidente, ubicados en el Reino de Popayán, fueron incorporados a la Provincia de Santa Catalina, de Quito. De esta manera, la Provincia de San Antonino, cuyo centro era el Convento de Nuestra Señora del Rosario de Santafé, comprendía los territorios actuales del centro, norte y oriente de Colombia, además de regiones ubicadas en los actuales estados de Táchira, Mérida, Apure y Barinas, en Venezuela. La Provincia fue dirigida exclusivamente por religiosos españoles hasta 1611, cuando el crecimiento del número de frailes criollos llevó a la elección del primer provincial nacido en la Nueva Granada, en la persona del santafereño Fr. Jerónimo Vásquez104.

El proceso de organización dominicana en la Nueva Granada, como en toda América hispánica, tuvo una característica particular. Si usualmente la expansión de los frailes y las bases reales de la provincia se daban primero y su institución jurídica después, en esta región la Provincia tomó vida jurídica antes de haber sido organizada en la práctica, lo que, en consecuencia, la impulsó.

Hacen de Santafé de Bogotá su centro

El 7 de abril de 1550 una numerosa comitiva atravesaba las polvorientas calles de la recién fundada Santa Fe de Bogotá. El grupo estaba encabezado por varios funcionarios del imperio español, que venían a instalar allí la Real Audiencia, y por varios religiosos de la Orden de Predicadores. Estos últimos tenían las misiones de fundar un convento en esta ciudad, y en otras poblaciones de la región, y de comenzar el proceso de constitución de una provincia autónoma. Unas semanas antes habían llegado los franciscanos con iguales objetivos.

Todos caminaban lentamente, mientras recibían los saludos y los homenajes de la población. En medio, dentro de un cofre ricamente adornado y protegido por un palio, se transportaba la Real Cédula de fundación de la Audiencia de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada105. La comitiva fue recibida por el cabildo de la ciudad y, como era usual, cada uno de ellos tomó solemnemente el documento, lo tocó con su frente y profirió un juramento de obediencia. Una nueva etapa comenzaba para estas tierras que otrora habían conformado el cacicazgo del zipa de Bogotá.

La capital del Nuevo Reino de Granada

No era casual que los frailes acompañaran a los oidores y demás funcionarios reales. El proyecto de fundación de conventos y del obispado se articulaba al de la Real Audiencia y hacía parte de la estrategia de poblamiento y control territorial que los españoles habían concebido desde los orígenes de la empresa de conquista y colonización.

Al llegar los conquistadores a la que hoy se llama Sabana de Bogotá, se encontraron con una numerosa y pacífica comunidad indígena que mantenía un nivel social desarrollado, con una organización política basada en cacicazgos en proceso de unificación y, por ende, proclives a aceptar la autoridad y el sometimiento. Además la alta densidad de población indígena, la buena calidad de las tierras y el primaveral clima de la región106 fueron visto con buenos ojos por los españoles, quienes pronto buscaron convertir a la ciudad de Santa Fe de Bogotá en un centro político y económico. Efectivamente, la ciudad logró ganar su importancia gracias al control de los recursos agrícolas y mineros, de la mano de obra indígena y esclava, a través del sistema de haciendas y estancias107. Debido a estas posibilidades, advertidas ya por los fundadores, solo doce años después de su nacimiento la ciudad se convertía en sede de la Real Audiencia, de un obispado y de varios conventos108.

Santafé (o Santa Fe) de Bogotá se transformó en la capital del Nuevo Reino de Granada, pese a su ubicación en la cima de un altiplano de más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, una zona ciertamente muy rica en recursos y mano de obra, pero muy lejos de los puertos y de muy difícil acceso. La principal vía de acceso desde la Costa Caribe la propiciaba el río Magdalena, en cuya navegación se utilizaban rústicos champanes remolcados por bogas, por lo que el viaje era muy largo (de Cartagena a Honda duraba alrededor de un mes), incómodo, inseguro y agotador.

En cuanto a los caminos que conducían a la ciudad, estos mejoraron muy poco en los tres siglos de dominación hispánica. Adjetivos como «escalas de Jacob», «son más bien para gamos y cabras que para hombres», «cornisas disimuladas sobre precipicios», «trochas colmadas de maraña» o «cuestas agotadoras» son empleados frecuentemente por viajeros y observadores hasta el siglo XIX. Un religioso betlemita en el siglo XVIII decía que en comparación con los Andes neogranadinos, «los celebrados Alpes parecerían apenas alamedas»109.


Figura 6. Santafé y su zona de influencia inmediata (ss. XVII-XVIII). Fuente: elaboración propia a partir de datos proporcionados por DÍAZ DÍAZ Rafael Antonio. Esclavitud, región y ciudad. El sistema esclavista urbano-regional en Santa Fe de Bogotá, 1700-1750. Bogotá: Universidad Javeriana, 2001, pág. 57. ISBN: 9789586833301.

Así, no se debe considerar a Santa Fe como una ciudad en cuya función se articulaban las regiones. En la época colonial no existió una red regional en función de la ciudad. Dice Rafael Antonio Díaz que «es cierto que la ciudad, como sede de los poderes, leía el territorio, quizás y desde ya, con óptica urbana, y que las disposiciones que de ella emanaban influían decididamente en las dinámicas internas provinciales; sin embargo, ello no obsta para reconocer dinámicas propias e internas de sentido local y regional. De la misma manera, ni todos los caminos ‘conducían’ necesariamente a la ciudad, ni todos los caminos ‘pasaban’ por ella y su región adyacente»110.

De hecho, la integración regional fue casi inexistente. Pese a todo, Santa Fe logró ser el centro de una vasta zona que comprendía la Sabana de Bogotá y las mesetas ubicadas al norte de esta111, el valle del adyacente río Magdalena, la región de Mariquita e Ibagué y, al final del periodo colonial, el piedemonte llanero.

El talante de la ciudad de Santa Fe se definió, en gran parte, por su condición de capital de la Audiencia, declarada en los años de 1550. Esto significó concentrar una serie de dignidades políticas, eclesiásticas y militares, lo que le dio la «impronta de una ciudad burocrática y eclesiástica, que reunía a estas casas de letrados y jueces, de clérigos y frailes, las cuales influyeron definitivamente en el talante de su sociedad»112.

No es descabellado decir que las pretensiones, títulos y linajes de los vecinos de Santa Fe colonial fueron mayores que su desarrollo urbano, que fue bastante pobre, sin alcanzar la magnitud de otras capitales, especialmente de Lima o México. En medio de esas realidades geográficas y económicas, la aparición de esta ciudad que dominara el territorio representó ante todo el establecimiento de un centro político-administrativo y religioso, que, sin embargo, «tuvo que enfrentar desafíos y compartir el poder económico con ciudades rivales de otras regiones»113.

Fundación del Convento de Nuestra Señora del Rosario

Fr. Domingo de las Casas había sido el capellán de la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad de Santa Fe, y había celebrado la primera misa en la iglesia pajiza construida rápidamente en el sitio original de fundación. También había sido el primer doctrinero en esas tierras, junto con el clérigo secular Antonio de Lescamez (1537-1539). Fr. Domingo de las Casas se marchó luego con Quesada, Nicolás de Féderman y Sebastián de Belalcázar, cuando estos se devolvieron a España a reclamar los derechos de los territorios conquistados. La doctrina de Santa Fe quedó encargada a Juan de Verdejo, sacerdote secular, quien luego la pasó a Fr. Juan de Torres, dominico que había llegado a la zona en 1540, junto con otros frailes de su orden, de San Francisco y de La Merced. En 1543, Torres entregó la doctrina de Santa Fe a don Diego de Riquelme. La retomó de nuevo hasta 1546, donde quedó definitivamente en manos de los seculares.

La cantidad de población indígena susceptible de evangelizar requería la presencia de muchos religiosos. Por ello, en esos años se pensó seriamente no solo en la posibilidad de establecer un convento de estudios, sino también de hacerlo sede de una provincia independiente. Los frailes, según lo expresa el propio Quesada en una carta enviada a la Corona, debían constituirse además en bastiones para que se consolidara el obispado, que también se proyectaba crear114.

La idea de fundar un convento dominicano en Santafé había nacido con la ciudad. Sin embargo, según Zamora, varios encomenderos que tenían problemas con los frailes por las críticas que ellos hacían a la explotación de los indígenas intentaron detener dicha fundación (y también la del Convento de San Francisco) o buscar que esta se hiciera a las afueras de la ciudad, como era costumbre en Europa115. El cabildo, integrado en su mayoría por encomenderos, se negó por un tiempo a permitir el asentamiento de los frailes en «lo más principal de la ciudad», pero al fin en 1545 cedió116. No obstante, ni los dominicos ni los franciscanos tenían personal ni licencia para organizar formalmente sus conventos.

Por eso en 1547 los dominicos, establecidos en Cartagena y Santa Marta, enviaron a Fr. Juan José de Robles como legado a Roma y a la Corte española para procurar la fundación de una nueva provincia en el Nuevo Reino de Granada, conseguir la autorización para crear conventos y traer más expediciones de frailes. En 1549 Robles regresó con unos treinta religiosos y documentos necesarios para organizar conventos y formalizar como tales algunas residencias doctrinales existentes en Tocaima y Vélez.

A comienzos de 1550, el mismo padre Robles despachó de Cartagena, al mando de Fr. Francisco de la Resurrección, la misión encargada de la fundación del Convento de Santa Fe y que acompañó en su viaje a los oficiales fundadores de la Real Audiencia. Una vez establecido este organismo, Fr. Francisco de la Resurrección presentó al cabildo la petición el 20 de abril de ese mismo año. Por su parte, la Audiencia confirmó la concesión del terreno en la plaza de mercado, que el cabildo había hecho cinco años antes, y dio su aprobación a la fundación del convento dominicano, simultáneamente con el franciscano. Los dominicos se habían ubicado cerca de la Plaza de las Hierbas, debido a su afluencia de gente, y especialmente de indígenas, en los días de mercado117.

Así, el 26 de agosto de 1550 se hizo la fundación formal del convento, bajo el nombre Nuestra Señora del Rosario, y quedó integrado por diecisiete frailes, de los que quince eran sacerdotes y dos hermanos legos. El primer prior fue Fr. Francisco de la Resurrección, pero solo cinco religiosos se quedaron en el claustro a vivir en comunidad, pues el resto marchó a las doctrinas o a fundar otros conventos en Tunja, Popayán y otras poblaciones118.

En “lo principal de la ciudad”

La ciudad colonial nació como centro de colonización y de evangelización. Por ende, se trazó en torno a los poderes político-religiosos, según recomendaciones emanadas de la Corona. El diseño de sus calles y cuadras se hizo en forma de tablero de ajedrez, de acuerdo con el ejemplo de la traza de la ciudad de Santo Domingo, en República Dominicana –primera ciudad española en el Nuevo Mundo–. Esta delineación, según Jorge Rueda, «aparece indistintamente en la mayoría de las poblaciones colombianas, sea cual fuere su topografía y ubicación, desafiando los accidentes del terreno como si se tratara de una orden que debiera cumplirse sin modificación alguna». Este diseño se escogió porque facilitaba cuestiones como el reparto de solares, su medición y la construcción de las edificaciones119.

La Corona emitió instrucciones sobre la necesidad de crear un espacio abierto o plaza en el centro, y que en torno a ella se trazaran las calles principales. La plaza hacía las veces de lugar de reunión de los pobladores convocados allí por cuestiones políticas o religiosas y también facilitaba el comercio. Sobre los costados de la plaza se construyeron todos los símbolos del poder público: la iglesia, el ayuntamiento, la cárcel, la casa cural.

Posteriormente se edificaron las viviendas de las familias prestantes de la ciudad y los principales establecimientos comerciales. La misma plaza servía para albergar el mercado semanal. A partir de este punto se desarrollaba el resto del pueblo hasta, si las condiciones lo permitían, poder alcanzar las dimensiones que le hicieran merecer el nombre de ciudad. Curiosamente, en un comienzo, pocas plazas tenían árboles (salvo en clima caliente, para proporcionar sombra). Por el contrario, los solares de las casas estaban provistos de patios y jardines. A veces las plazas tenían dimensiones exageradas, superiores a la importancia alcanzada por el pueblo, que en algunos casos apenas llegó a cubrir los cuatro costados de la plaza120.

En las afueras del poblado se establecían los ranchos de los indígenas y las castas. La idea que giraba detrás de este modelo urbanístico era separar a los españoles de los indígenas y los demás grupos considerados inferiores en la escala social121. En este esquema, vivir en el centro de la ciudad o del pueblo representaba ser protagonista de la vida de la ciudad, participar del poder local e influir en la población.

Al momento de su creación, Santa Fe de Bogotá se concentró alrededor de la Plaza de las Hierbas, conocida después como Plaza del Humilladero y hoy como Parque Santander. Hasta la década de 1550, la que sería Plaza Mayor fue relegada a un lugar secundario. Esto significó que los vecinos notables y personalidades se instalaran en un principio alrededor de la Plaza de las Hierbas y los dos primeros conventos nacieran cerca de ella122. Efectivamente, los franciscanos ubicaron su convento en el costado suroccidental, mientras que los dominicos lo hicieron inicialmente en el costado oriental. Ya en 1543, el capitán Juan de Muñoz Collantes había construido en la esquina noreste del mercado (hoy Plaza Santander), la capilla de El Humilladero, que sirvió a estos frailes de capilla doctrinera. En 1545 el cabildo había otorgado a los dominicos un solar para su residencia misional123.

Un poco más tarde, la Plaza Mayor santafereña obtuvo su debido rango cuando los oidores de la Real Audiencia determinaron establecer sus viviendas en este lugar124. Eso generó una particularidad de Santafé durante la época colonial: tener dos ejes o centros de desarrollo, lo que daba una jerarquía única a la Calle Real que unía los dos polos. Según Vargas Lesmes, «este bipolarismo y la importancia de su cordón umbilical, produce una orientación lineal que influyó en la definición del crecimiento de su traza y otorgó un peso mayor al norte de la ciudad»125, situación que continúa hasta el presente. En la Calle Real (actual carrera séptima) se establecieron los mejores negocios comerciales, en casas de dos pisos. La mayoría de las tiendas se dedicaban al comercio de mercancías varias, auténticos bazares donde se vendía de todo, pero no faltaron además las chicherías que fueron verdaderos imanes que atraían al pueblo raso126.


Figura 7. Conventos de las principales órdenes masculinas en Santafé de Bogotá, siglos XVI-XVIII. Fuente: elaboración propia a partir de un plano del siglo XVIII.

La particular ventaja que otorgaba la Calle Real fue advertida por todas las órdenes religiosas masculinas. Todas las que pudieron construyeron sus conventos a lo largo de esta vía. En cuanto a los dominicos, al advertir el cambio del centro espacial de la ciudad, hicieron gestiones para buscar trasladar su convento, que por entonces no era más que una débil construcción pajiza. Costumbre era, de vieja data, que los conventos fueran establecidos sobre tierras donadas por benefactores127. Pues bien, Fr. Martín de los Ángeles se dio a la tarea de encontrar quién pudiera hacer tal donación, en cercanías a la Plaza Mayor. Y encontró no uno, sino tres personas dispuestas a satisfacerlo: los encomenderos Francisco de Tordehumos128, Bartolomé González de la Torre y el también capitán Juan de Penagos. Ellos donaron unas casas y solares situadas una cuadra al norte de la plaza Mayor en plena Calle Real, en la arteria misma de la ciudad. Ellos y Juan de Ortega, encomendero de Tocancipá, proporcionaron una buena suma de dinero, con el que compraron varias viviendas a los capitanes Antón de Olalla y Bartolomé González de la Torre, que habían sido ocupadas inicialmente por los oidores de la audiencia129.

De esta forma, los dominicos se convertían en dueños de toda la manzana. Los frailes hicieron una rápida adecuación a las casas para que sirvieran de convento y capilla conventual, y se trasladaron al nuevo sitio en el año 1557130. Este traslado no hubiera sido posible sin la ayuda de los oidores de la Real Audiencia, quienes apoyaron a los frailes ante la oposición que inmediatamente presentó el cabildo de la ciudad.

Según el cronista Zamora, el cambio de sede fue celebrado por los vecinos «porque estando en medio de la ciudad y calle del comercio, es el templo (de Santo Domingo) más visitado para la asistencia de los oficios divinos, fiestas, sermones y administración de los sacramentos»131. Tampoco era un secreto que la presencia del convento ayudaba a valorizar más las propiedades de los vecinos y, en general, contribuía al índice de esplendor económico y cultural de la ciudad, a tal punto que, como dice Rosalba López, «una ciudad, en cuanto a su categoría como tal, se determinaba a partir de la existencia de una, dos, tres o cuatro órdenes de predicadores, menores, carmelitas o agustinos».132

Sin embargo, la cercanía entre el convento y la Plaza Mayor no dejaba de provocar recelos en la curia obispal (y desde 1564, arzobispal)133, pues el templo conventual se volvía «competencia directa» para la catedral. Esto generó el primer gran conflicto que el convento tuvo que abordar, en el que se enfrentó ya no solo al cabildo (que representaba a los encomenderos), sino además al mismo obispo de la ciudad, fray Juan de los Barrios, O. F. M., quien intentó infructuosamente impedir la construcción del convento dominicano durante siete años134. En este sitio se construyó un gran edificio conventual, reformado en varias ocasiones, y una iglesia, que luego tendría que ser reconstruida por completo.

La construcción del “mayor y más rico” convento de Santafé

La consolidación de la fundación de un convento se daba con el tiempo. Dependía de la solidez de la comunidad establecida allí, del papel religioso y social que desempeñara entre los habitantes del lugar. Y esto generalmente se reflejaba en el estado y calidad del edificio conventual. Según Rosalba Loreto, los conventos, al igual que las iglesias, comenzaban como «humildes construcciones», que poco a poco adquirían y se consolidaban en estructura material. Las primeras instalaciones no constituían otra cosa que la adecuación de inmuebles adquiridos, pero la construcción propiamente dicha del edificio conventual y su templo anexo generalmente llevaba muchas décadas y a veces siglos135.

El Convento de Nuestra Señora del Rosario no fue una excepción a esta tendencia general. Mientras estuvo en la Plaza de las Hierbas, el edificio conventual no era otra cosa que una estructura pajiza compuesta por una casa de habitación y una capilla pequeña. Una vez formalizada la fundación, los frailes comenzaron a gestionar lo necesario para reemplazar la casa y la capilla pajizas, pero el cabildo paralizó la obra bajo pretextos que no ocultaban la rivalidad entre los frailes y las autoridades locales136.

Al trasladarse al nuevo sitio, cerca de la Plaza Mayor, los frailes adecuaron las casas que habían sido adquiridas, para que sirvieran provisionalmente para vivienda y las actividades religiosas propias de la vida conventual. Tales edificaciones estaban hechas en ladrillo, tapia pisada137y cubiertas con paja o teja de barro138. Estos eran materiales considerados baratos, lo que implica que no se contaba con muchos recursos. Este primer claustro, en el que vivieron los frailes unos treinta años, se componía de dos pisos y tenía poco de artístico y de proporción, «por no tener la rudeza de los oficiales de aquel tiempo»,139 en palabras del cronista Zamora. En 1576, la Audiencia informaba al rey lo siguiente:

La iglesia es de tapias, poco más o menos de un estado de alta y cubierta de paja, la cual se está cayendo; y la demás casas donde viven los religiosos son de tapias y adobes, cubierta de teja, y en ella hay nueve celdas donde habitan los religiosos en lo alto; y en lo bajo está el refectorio y la sacristía y una despensa de prestado, y de fuera han de estar los dichos religiosos dos y tres en una celda cuando se juntan las pascuas y fiestas principales en su convento; tienen necesidad de oficinas que son cocina y un refectorio y enfermería y otro cuarto donde puedan estar los religiosos huéspedes y los que están en las doctrinas cuando se vienen a juntar en este convento140.

Interpretación hipotética del proceso constructivo del Convento de Nuestra Señora del Rosario

1579


Se decía, además, que la casa que servía de convento era deshonesta, por tener ventanas a la calle y no poder tenerlas en otra parte, y se mencionaba que los religiosos estaban muy desconsolados en él por esa causa141. Se tuvo que esperar a que se disipara la decidida oposición presentada a los dominicos, por el obispo Juan de los Barrios, quien murió en 1569. Así, era posible pensar en iniciar la construcción de un edificio conventual de proporciones y estética, que, a juicio de los gestores, mereciera el título de convento máximo de la Orden de Predicadores en la Nueva Granada. Finalmente, los trabajos comenzaron en forma en 1577, cuando el nuevo arzobispo, el también franciscano Fr. Luis Zapata de Cárdenas, bendijo la primera piedra.

1638-1647


1678


Figura 8. Convento del Rosario en 1579, 1638-1647 y 1678. Fuente: dibujos elaborados por Óscar Leonardo Millán, a partir de interpretación realizada por la arquitecta e historiadora Liliana Rueda Cáceres. Tomado del libro PLATA QUEZADA William et al. Conventos dominicanos que construyeron un país. Málaga: Universidad Santo Tomás, 2010, pág. 49.

¿Quién financió la construcción?

Aunque la obra se calculó inicialmente en unos veinte mil pesos de plata fuerte, cifra ya considerada exorbitante por las autoridades locales142, es de suponer que costó mucho más. Solo los órganos que se instalaron en el coro conventual significaron la suma de catorce mil pesos143. Los frailes por sí mismos no hubieran podido adelantar mucho si no hubieran contado con los cuantiosos recursos económicos proporcionados por una serie de benefactores laicos144; en el caso que nos compete aquí, los primeros dineros salieron de capellanías y donaciones hechas, entre otros, por Francisco de Tordehumos y Juan de Ortega, ambos encomenderos145.

No deja de ser paradójico que los principales benefactores surgieran del grupo de los encomenderos, algunos de cuyos miembros mantenían un constante roce con los frailes por el tema del adoctrinamiento y trato de los indígenas. Una posible explicación a ello tiene que ver con que, a pesar de las disputas “terrenales”, todos pensaban seriamente en que apoyar la construcción de conventos e iglesias reducía la pena que se debía purgar más allá de la muerte, por los pecados cometidos en vida.

La Corona también contribuyó a obtener ayudas para la construcción del convento. En 1559 la Real Audiencia decretó auxilios de mil pesos provenientes de las Cajas Reales, mil pesos de los vecinos y mil pesos del trabajo de los indígenas146. Es decir, que los aborígenes debían ayudar a la construcción del convento sin recibir salario a cambio.

Otra forma de obtener fondos para la construcción de los conventos fueron los estipendios de las misas que se mandaban ofrecer. Los capítulos provinciales dominicanos en América con frecuencia ordenaban cuántas misas debía ofrecer cada sacerdote y a qué convento debía remitirse el dinero obtenido por ese concepto. Cuando un convento estaba en construcción o reparación, se mandaba a los demás conventos de la provincia que entre las misas que ofrecieran destinaran varias de ellas para este fin. Este fue un recurso importante que no debe despreciarse147.

Otra parte del dinero fue finalmente canalizado por los conventos menores de la Provincia, dedicados por entonces en su totalidad a labores de doctrina de indígenas. Estos dineros se obtuvieron a pesar de las críticas y las prohibiciones de los prelados diocesanos que decían que los ingresos de doctrinas y parroquias solo debían gastare en atender a los ministros del altar148.

¿Quién construyó?

La dirección arquitectónica casi siempre quedó en manos de algún fraile149 o seglar español con ciertos conocimientos al respecto, adquiridos generalmente de forma empírica, lo cual redundó en las imperfecciones del edificio, y se convirtió así en “presa fácil” para los temblores y otros fenómenos de la naturaleza. En cuanto a la mano de obra que edificó el convento, esta fue de naturaleza distinta. En la Nueva Granada, como sucedió en otras regiones de América, la mayor parte de los edificios religiosos que se levantaron en los siglos XVI y XVII fueron construidos por los mismos indígenas, utilizados como mano de obra barata y a veces casi gratuita. Para ello se utilizó la institución de los repartimientos150.

No hay duda de que los dominicos constructores del Convento del Rosario utilizaron la mano de obra indígena para sus fines. En 1559 la Real Audiencia había autorizado la concesión de un repartimiento de indígenas para trabajar lo equivalente a mil pesos de plata, que era todo un dineral. Asimismo, en 1594 los frailes propusieron a la Corona la posibilidad de utilizar a indios vacos para el proyecto de construcción de la Universidad Santo Tomás, la cual se pensaba edificar adjunta al convento151.

Por otra parte, es poco probable que estos frailes hubieran sido la excepción de los abusos que se reportaban a Roma y a la Corte Real, cuando ya en 1560 la Corona había enviado una cédula dirigida a los frailes en el Nuevo Reino de Granada en la cual se les pedía moderación en el trato a los indígenas152, lo que indicaba que existían denuncias al respecto. En fechas tardías como 1598 el mismo maestro general de la Orden, Fr. Hipólito María Beccaria, tuvo que ordenar de manera solemne y con amenaza de excomunión que no se emplearan indios de repartimiento en la construcción de sus casas y sus conventos153.

Aunque, según lo indica Esparza, el mandato surtió efecto inmediatamente en algunas regiones, bien pronto las amenazas de excomunión para los infractores debieron olvidarse, pues en 1619, fray Leandro de Garcías, quien venía de ser prior del Convento del Rosario de Santafé obtuvo la noticia de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada de que los indígenas fueran enviados de nuevo a ayudar con días de trabajo a la terminación de la iglesia conventual154. Tal parece que así como los funcionarios públicos locales acataban, pero no obedecían las órdenes reales, los religiosos (dominicos en este caso) tampoco tenían mayor disposición de aceptar órdenes o recomendaciones de alguien que se encontraba muy lejos y que, además, tenía sus poderes recortados por efectos del Real Patronato y de las constituciones mismas de su orden religiosa.

Todo indica que Santafé y otras ciudades de la América hispánica levantaron sus patrimonios físicos gracias al trabajo de la población indígena. Aún más, no solamente la construcción, sino gran parte del sistema de servicios que sostenía el modus vivendi de la población criolla de Santafé se basó, por lo menos la primera centuria y media de vida, en el trabajo indígena155.

¿Cómo se construyó?

La construcción de conventos, templos y edificios públicos en la Nueva Granada siguió parámetros eminentemente españoles, pues los conceptos espaciales de los indígenas no se adaptaban a las necesidades arquitectónicas de los conquistadores. Por otra parte, hubo una gran disparidad entre conventos construidos por una misma orden, a lo largo del país, lo que da cuenta del sentido realista que se tuvo al aceptar y aprovechar lo que cada región neogranadina ofrecía como recursos técnicos y disponibilidad de mano de obra156.

Además, debido a la pobreza y la escasez de recursos adecuados, los modelos arquitectónicos debieron ser sencillos y de fácil adaptación al nuevo medio. Los diseños no fueron sofisticados sino más bien populares, tradicionales, e incluso, a veces, anacrónicos respecto a Europa, esto último debido al largo tiempo que solía tomar el proceso de construcción, pero también a las mencionadas necesidades prácticas o a los problemas económicos. Varias veces se dio el caso de que proyectos ambiciosos debían recortarse o reducirse en el camino157.

Debido a los altos costos, pero especialmente a los constantes temblores de tierra, que destrozaban bóvedas, cúpulas y torres, rajaban muros y averiaban cubiertas, «las torres altas y esbeltas, así como las cúpulas sobre tambor, no abundaron en la arquitectura neogranadina»158. A eso hay que añadir la escasez de personas suficientemente preparadas como para trazar y calcular elementos estructurales relativamente complejos. De modo que «lo poco que se sabía bien, sobró y bastó para la tarea que demandaba la construcción de templos y conventos»159. En cuanto a los templos conventuales, estos, según Téllez, «no se apartan de dos esquemas espaciales básicos: uno muy sencillo, de una sola nave, larga y angosta, y otro de tipo basilical, de tres naves»160.

Otra cosa era lo relacionado con la decoración. Téllez afirma que «el énfasis de la época no estaba orientado hacia los planteamientos espaciales, sino a las nociones decorativas».161 En ello no se escatimaron gastos ni esfuerzos. El caso del Convento de Nuestra Señora del Rosario es representativo al respecto. No solo su construcción fue lenta, sino que además se prefirió invertir en el diseño y decoración internos antes que en las fachadas.

Si la primera piedra del convento y de su primera iglesia fue puesta en 1577, la construcción, que dependía de la llegada de dineros para tal fin, se adelantó tan despacio, que solo a fines del siglo XVII pudo considerarse concluida. Vale decir que las obras del templo y del convento se hicieron simultáneamente. En 1598 se instaló la silletería del coro. En 1619, todavía sin concluir la obra, el templo fue consagrado por el arzobispo Hernando Arias de Ugarte.

En las primeras décadas del siglo XVII se construyó el noviciado, y, asimismo, se ornamentó la capilla del Rosario, trabajo concluido hacia 1630. En las décadas de 1630 y 1640 se construyó la sacristía, la sala capitular y la escalera mayor del claustro. Luego se levantó la torre y el claustro sur, y a finales de los años de 1640 se construyó el claustro oriental en dos plantas y la segunda escalera. Estos trabajos fueron dirigidos por un arquitecto dominico, Fr. Antonio Zambrano.

En la década de 1660 se inició la construcción del edificio sede para el Colegio y Universidad de Santo Tomás en la esquina suroeste del convento, también en dos plantas. En estos mismos años se construyó el artesonado en la sala capitular y un retablo barroco correspondiente. En 1679-83 se terminó el trabajo del antecoro y de las tribunas del templo; hacia 1683 se levantó el arco toral y hacia 1691 se renovaba el dorado del altar, «con crecido costo y precio»162. Al tiempo, la iglesia fue adornada con «pinturas costosas»163. Habían pasado alrededor de ciento catorce años desde el inicio de las obras.

Pero el trabajo no se limitó a la construcción. En más de una oportunidad hubo que hacer reparaciones significativas en muros o techos ya levantados, debido a deterioros producidos por la naturaleza. Así, en 1644 un temblor produjo graves daños en la capilla de la Virgen del Rosario, de modo que fue necesario, para no destruirla, agregarle refuerzos estructurales164. Hacia 1670 el convento sufrió un incendio que destruyó la cocina y otras habitaciones. El prior de la época, Fr. Pedro de Achury, tuvo que gestionar la reparación de tales daños165. A todo ello se añade que la construcción misma no era muy sólida, debido a la ya mencionada falta de personal competente en arquitectura e ingeniería en todo el territorio del Nuevo Reino de Granada166. Así, según un informe de la Real Audiencia, del 6 de marzo de 1709, por estas fechas, la iglesia de Santo Domingo ya estaba sometida a nuevas reparaciones, pues «amenazaba ruina»167.


Figura 9. Plano del Convento de Nuestra Señora del Rosario, siglo XVIII. Plano hipotético del conjunto conventual al finalizar el siglo XVIII, con su primera (abajo) y segunda iglesia. Fuente: dibujo de Óscar Millán García (Universidad Santo Tomás, Málaga), a partir de interpretación realizada por la arquitecta e historiadora Liliana Rueda Cáceres sobre fuente primaria.

¿Cómo quedó?

El resultado de este largo proceso constructivo fue una de las mejores, grandes y más bellas obras arquitectónicas de la Nueva Granada durante la época colonial. Observadores y cronistas coincidían en afirmar que el Convento de Nuestra Señora del Rosario o de Santo Domingo era «el mayor y más rico» de los edificios religiosos, «con magnífica y muy adornada iglesia», y que, en palabras del cronista Basilio Vicente de Oviedo168, tenía por competencia en esplendor solo al edificio del Colegio de la Compañía de Jesús.

Un convento dominicano o de las órdenes mendicantes, en general, se construía según los siguientes requerimientos y funciones inherentes: la celebración de la liturgia y el oficio divino; la predicación y la confesión, dos actividades fundamentales en las órdenes mendicantes; el estudio; la acogida al visitante y al enfermo; y la sepultura a los muertos.

Los conventos de las órdenes mendicantes, en regla general, se elevaban sobre dos o tres pisos, estructura impuesta por lo exiguo de los terrenos en el medio urbano. Otro rasgo típico de los conventos era su forma cuadrada y elevada, cuyo centro quedaba libre para ser utilizado como jardín o patio. Este diseño tenía como fin impedir la intrusión externa, pero además las salidas furtivas169. Un convento de buenas dimensiones se componía de celdas de dormitorio, sala capitular, aulas, biblioteca, refectorio, enfermería, hospicio para visitantes, recibidor (al lado de la portería) y jardín o patio.

El Convento de Nuestra Señora del Rosario tenía dos grandes cuerpos, tres si se cuenta el edificio construido especialmente para servir de sede del Colegio y Universidad de Santo Tomás. Zamora cuenta que el primer claustro era el «mayor que hay en nuestra religión», el cual se formaba de cuatro corredores altos y bajos, «de famosa arquería» y descansaban sobre ciento ochenta y dos columnas de piedra labrada, con basas y capiteles. Estos corredores servían de tránsito y de entrada a las celdas de los frailes170.

Las celdas contaban con ventanas con reja en hierro, pintadas de verde y con remates dorados. Sobre algunas ventanas estaba el escudo de armas de la orden. Aunque en un comienzo el convento tenía celdas comunes, cuya separación se reducía a un biombo o tabla entre cama y cama, a medida que la comunidad creció y la construcción también, estas se separaron y se aislaron unas de otras, de manera que cada fraile poseía su propia celda a fin que pudiera estudiar tanto de día como de noche. Los estudiantes más brillantes, los profesores y directivas tenían el derecho a una celda totalmente cerrada y aislada de las demás.

En la parte baja se encontraba la portería, la cual tenía, además de la respectiva celda de los porteros, una capilla «bien adornada», dispuesta de manera que permitiera su acceso a cualquier hora de la jornada171. Cuando visitantes externos masculinos llegaban al convento, estos eran acogidos en una pieza particular, situada a la entrada principal del convento. Allí tenían lugar las entrevistas con el fraile requerido y desde allá se accedía a la iglesia o a la sala capitular. Esta última posibilidad era reservada solo a los más ilustres visitantes.

También, en el primer piso, se encontraba un gran refectorio, que acogía a toda la comunidad para el almuerzo y las comidas. Las mesas eran alineadas a lo largo de los muros, de suerte que el medio de la pieza permaneciera vacío. El claustro contaba con dos escaleras en piedra para subir de la primera planta a la segunda. Cada una de ellas estaba adornada con cuadros de santos de la orden.

El lugar central era la sala capitular, de amplias proporciones, que servía, además, para enterrar a los religiosos. La sala capitular era el lugar donde los religiosos tomaban decisiones, donde se reunía el Capítulo o Consejo del convento. Era un lugar particularmente sagrado. En el Capítulo solo podían ingresar los frailes sacerdotes miembros de este. A fin de que toda la comunidad pudiera sentarse y tener al tiempo la vista sobre los oficiantes de la reunión, el lector y el prior, las sillas o los bancos se situaban junto a los muros. Esta disposición necesitaba una sala de grandes dimensiones, según la importancia numérica de la comunidad172.

La sala capitular del convento santafereño contaba con sillería de nogal, y tenía un retablo que contenía la estatua de un gran cristo crucificado, acompañado de María y San Juan, y un sagrario con el Santo Sacramento. Había otros dos retablos adjuntos, el primero dedicado a la muerte de San Francisco, y el segundo, a Santo Domingo. Todas las paredes estaban vestidas de brocateles. En las cuatro esquinas de la sala capitular había otros retablos dorados dedicados a la vida de Santo Domingo173. El patio de ese claustro era una plaza enladrillada. En la mitad había una fuente de agua, «que con el ruido de su abundancia, que arroja por diversos caños, sirve de entretenimiento y alegría con su hermosura a este primer claustro»174. En efecto, la existencia de la fuente era tradicionalmente considerada indispensable para el descanso físico y psicológico de los religiosos175.

Entre el primer y el segundo claustro se encontraba la casa de los novicios, con sus respectivas celdas para los frailes novicios. A ellos se les prohibía el acceso a las celdas de los frailes profesos y a las habitaciones de los profesores. Los novicios no tenían derecho a celdas cerradas. Esta casa tenía su oratorio y contaba con dos pisos. El segundo claustro tenía tres corredores altos y bajos, sobre columnas de piedra labrada, similar al primer claustro. El piso alto servía como vivienda y en el bajo se encontraba la cocina «que es la mejor y más capaz que hay entre las grandes que tienen los otros conventos de la ciudad». También tenía su propia fuente de agua con algunos caños que iban dirigidos a la calle, para «beneficio de la vecindad»176.

El lugar de estudio era el mismo edificio construido para servir de sede del colegio y universidad, ubicado junto al convento, al suroccidente de este. Este contaba con corredores altos y bajos, capilla independiente y «viviendas altas para el rector, vicerrector, colegiales y otros ministros. Tiene tránsito al convento para que vayan a leer los catedráticos, con puertas a la calle para los estudiantes seculares»177. El convento y la iglesia estaban adornados con pinturas y esculturas y retablos de pintores reconocidos local y regionalmente, como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos o Gaspar Núñez de Figueroa, y de autores europeos, como el italiano Angelino Moro178.


Figura 10. Plano de la primera iglesia del Convento de Nuestra Señora del Rosario. Fue elaborado en 1785 por el arquitecto Domingo Esquiaqui, y en él se evalúan los daños sufridos en el Convento a causa del terremoto de ese año. Constituye el único plano que existe de la primera iglesia conventual. Fuente: Archivo General de Indias, Mapas y Planos, Libros Manuscritos, n.° 7.

La iglesia conventual situada al lado del claustro, unida a él, mantenía una estructura común adecuada a las necesidades de la liturgia dominicana y a la predicación a los fieles. Al mirar planos de distintas épocas, en distintos lugares, puede concluirse que la organización espacial del templo-convento era casi el mismo en todas partes. El plano rectangular estirado era rigurosamente aplicado. Por lo demás, la función predicadora que tenía el templo, imponía la abolición de toda estructura arquitectónica que perturbara el esquema primario. Por ejemplo, los deambulatorios fueron eliminados sistemáticamente. En este mismo propósito, se evitó que la iglesia conventual fuera muy ostentosa por fuera179. De hecho, la iglesia estaba protegida por todos sus costados salvo la entrada, así: al sur, con un edificio anexo que circundaba la calle; al occidente, con edificio que servía de sede al Colegio y Universidad de Santo Tomás; y al norte, con el primer y segundo cuerpo del convento. De esta forma, desde la calle solo sería visible la torre, la fachada de la entrada y la parte alta de los muros laterales.

El primer gran templo conventual, llamado Santo Domingo, fue consagrado en 1621, y permaneció hasta 1785, cuando un terremoto lo derrumbó, luego de haber sufrido los rigores de un incendio en 1761. Era una iglesia grande, decorada al estilo barroco americano y que seguía patrones similares a los de otros conventos de la ciudad y de la región. La iglesia conventual estaba separada en dos partes: una para los frailes, justo al lado o cerca del altar, y la otra para los fieles. Esta separación se materializaba por una reja cuya altura y tamaño variaba según el lugar, que tenía como fin impedir que los fieles miraran directamente a los frailes, pero al mismo tiempo era lo suficientemente abierta como para permitir seguir el rito de la misa, la elevación y la predicación. En medio de esta clausura se encontraba generalmente una puerta por medio de la cual los frailes salían a la nave principal en procesión, cantando la salve.

Todos los templos dominicanos crearon con el tiempo unas capillas laterales para la celebración de misas privadas en honor a santos y vírgenes que eran objeto de devoción particular de benefactores del convento y las cofradías. Estas capillas nacían generalmente después de la fundación del convento, tanto por voluntad de los cofrades como para responder a la necesidad de celebración de misas privadas. También correspondía al deseo de los benefactores de ser enterrados en capillas propias, algunas de las cuales adquirían su propio coro180. Según Rosemarie Terán, las capillas constituían «espacios sagrados apropiados de manera jerárquica por la sociedad laica [...] en las capillas los laicos realizaban la reproducción espiritual de sus linajes, instalaban allí las sepulturas familiares al cobijo de lo sagrado»181. La distribución y el adorno de las capillas y su configuración en el espacio reflejaban bien los rasgos jerárquicos y estamentales de la sociedad de esos tiempos.

La nave derecha del gran convento dominicano de Santafé era grande y contenía doce capillas, entre ellas la dedicada a la Virgen del Rosario, de riqueza similar a la que hoy existe en el Convento de Santo Domingo de Tunja. La capilla del convento santafereño tenía un «famoso retablo» con un trono en plata, «riquísimamente labrada», que había sido donado por el gobernador Francisco Álvarez de Velasco. Debajo de ese trono estaba un «riquísimo sagrario», con el Santísimo Sacramento, pues esa era la capilla más visitada de la iglesia. Esa capilla tenía su propia sacristía y había sido ornamentada de tal manera que, según Zamora, era «una ascua de oro, desde el suelo hasta los techos, con tan grande lucimiento y hermosura, que manifiesta la cordial devoción que tiene toda la ciudad a esta milagrosa imagen, que como más antigua en ella es la primera en veneración»182. En esa capilla estaba entronizada una imagen de la Virgen del Rosario, que existe en la actualidad, y que había sido traída a mediados del siglo XVI para “fundar” con ella las cofradías del Rosario en la ciudad. La construcción de esta capilla había sido impulsada por Fr. Francisco de Garayta, quien, según la leyenda, habría tenido una visión en la cual la misma Virgen le había encomendado tal misión183.


Figura 11. Detalle de la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, en la ciudad de Tunja, una de las mejores expresiones del barroco en la Nueva Granada. De similar riqueza era la capilla homónima existente en el Convento Máximo de la orden dominicana en Santafé de Bogotá. Fuente: BARRADO José. Los dominicos y el Nuevo Mundo. Siglos XVIII-XIX. Salamanca, San Esteban, 1995, pág. 640.

Como la Virgen del Rosario era, desde mediados del siglo XVII, la patrona de las letras del Nuevo Reino de Granada, en esta capilla era donde daban los actos y lecciones inaugurales y de conclusión del año académico tanto del Convento como del Colegio de Santo Tomás. Allí se reunía el claustro de la Universidad para conferir grados. Las otras capillas estaban dedicadas a San Jacinto, Santa Rosa de Lima (a fines del siglo XVII), San Andrés y Santa Catalina Mártir. Entre las capillas había muchas pinturas distintas entre columnas y frisos.

Si la nave derecha sobresalía por la capilla del Rosario, la de la izquierda lo hacía por la capilla de San Jerónimo, que contaba con otro gran retablo, cuya ornamentación, tanto de la capilla como de toda la nave, había sido hecha a costa de varias familias pudientes de la ciudad. Esta nave contaba además con otras capillas en honor a distintos santos, todas con adornos, retablos y algo muy importante: «dotadas de capellanías». El costo del adorno y dotación estuvo a cargo de donantes y fieles. Las paredes tenían pinturas, frisos, adornos y demás184.

En el piso de estas capillas se encontraban las tumbas de distintos benefactores del convento, y, por supuesto, las primeras sepulturas habían sido destinadas a los maestros de obra del convento185. El coro del templo, situado encima de las capillas, a lo largo de la iglesia, era grande, con capacidad para unas cien personas sentadas. Tenía columnas de nogal pulido, labrado, con cornisas. Sobre estas se encontraban los misterios del Rosario. El coro tenía dos órganos, «con todos los órdenes que caben en su música» y que habían costado ambos catorce mil pesos de plata, más de la mitad de lo que había sito tasada inicialmente la construcción de todo el convento.

El púlpito «es una pieza tan majestuosa, que en su fábrica y adorno hecho todo un ascua de oro, señoreando toda la iglesia, da a entender que es el púlpito de la Orden de Predicadores». Al frente tenía un reloj de apuntación y campana, «con cuatro leones empinantes que lo sostienen entre las garras, obra todo de bronce dorado» y fabricado en Nápoles para el virrey de esa antigua dependencia española y que después sería donado los frailes de Santafé y traído por el gobernador Fernando de Fresneda, caballero de la Orden de Calatrava186.

La puerta principal de la iglesia quedaba sobre la Calle Real, «con tal disposición fabricada que luego que nace el Sol [este] la baña por todas partes», dice Zamora. La capilla mayor de la primera nave remataba en un «famoso retablo de obra primorosa de ensamblaje de tres cuerpos, que descansa sobre sotabancos y columnas dóricas, vestidas de parras, que trepando llenas de racimos suben a las cornisas, en que se detienen, para volver a trepar por toda su altura, formando proporcionadas divisiones a diferentes retablos, en que están los misterios del rosario de media talla, obra de escultura primorosa y gran viveza»187. Entre las columnas se formaban arcos, en que estaban algunas estatuas de santas vírgenes, «con las divisas de sus martirios». El atrio de la iglesia era descubierto y enladrillado, cercado por columnas de piedra labrada.

El campanario de esta primera iglesia conventual rompía los cánones que mandaban que fuera modesto y de baja altura, como signo exterior de respeto a las autoridades eclesiásticas188. Por el contrario, de acuerdo con Zamora, el del Convento del Rosario tenía una torre «fortísima, bastante elevada, con bien dispuesta arquería, en que están cuatro campanas grandes y pequeñas que hacen sonoro ruido, especialmente la que llaman el segundillo, de sonido tan claro y penetrante, que se oye más de una legua en contorno de la ciudad». Esta era la primera campana del convento y había sido enviada por el emperador Carlos V, según aseguraba el cronista dominico189. Ello contradecía el carácter de oratorio público que en teoría mantenía la iglesia conventual y se convertía en un signo del desafío que la orden dominicana mantenía con las autoridades eclesiásticas y otras comunidades religiosas situadas en el vecindario, como los jesuitas.

El esplendor del Convento de Nuestra Señora del Rosario y de su iglesia de Santo Domingo, en sus versiones acabadas, representaban, más que la prosperidad de sus rentas conventuales, el poder y la influencia, en todos los planos, que la orden dominicana tenía en Santafé y en todo el Nuevo Reino de Granada. Artísticamente, dice Téllez, estos edificios eran «duros y sensuales», «mezcla hispánica de claridad deslumbrante y sombra profunda», como el alma de los frailes que los habían hecho posibles190. Desde este lugar los frailes dominicos irradiaron su acción que trascendió el plano estrictamente pastoral, al influir poderosamente en distintos componentes de la sociedad colonial, desde lo estrictamente espiritual hasta lo económico, sin olvidar lo político y lo intelectual. En el capítulo que viene se estudiará este proceso.

21 CODINA Víctor y ZEVALLOS Noé. Vida religiosa. Historia y teología. Madrid: Ediciones Paulinas, 1987, pág. 81. ISBN: 9788428512084.

22 CODINA Víctor y ZEVALLOS Noé. Vida religiosa… Op. cit., pág. 81.

23 HOSTIE Raymond. Vie et mort... Op. cit., pág. 150.

24 No confundir con Fr. Tomás de Torquemada, su sobrino, tristemente célebre por su papel al frente de la Inquisición de Castilla.

25 ULLOA Daniel. Los predicadores divididos. Los dominicos en Nueva España, siglo XVI. México: El Colegio de México, 1977, págs. 38-41. s. r.

26 Ibid., pág. 38.

27 Ibid., pág. 36.

28 Ibid., pág. 37.

29 Ibid., pág. 39.

30 En el siglo XVI, los agustinos (tras la Reforma protestante), y luego los mercedarios, entraron en el mismo proceso.

31 MEIER Johannes. “Las órdenes y las congregaciones religiosas en América Latina”. En DUSSEL Enrique (ed.). Resistencia y esperanza. Historia del pueblo cristiano en América Latina y el Caribe. San José (Costa Rica): DEI - Cehila, 1995, pág. 583. ISBN: 9789977830896.

32 BORGES Pedro. Religiosos en hispanoamérica. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, pág. 249. ISBN: 9788471003379.

33 Esta afirmación no significa que la Corona tuviera un espíritu antimonástico, ya que puede verse que los monasterios femeninos sí se establecieron a partir de la segunda mitad del siglo XVI, e incluso se permitió la aparición dentro de las órdenes mendicantes de recoletos masculinos, cuyos miembros se dedicaban a la observancia y la contemplación. Ibid., pág. 241.

34 Citado en Ibid., pág. 248.

35 Las órdenes que se intentaron fundar fueron las de los benedictinos, los jerónimos, los cartujos y los trapenses. Ibid., pág. 246.

36 Ibid., pág. 241.

37 BORGES Pedro. Religiosos... Op. cit., pág. 246.

38 Idem.

39 Ibid., pág. 48.

40 Ibid., pág. 49.

41 Ibid., pág. 50.

42 HUERGA Álvaro. Bartolomé de las Casas. Vie et oeuvres. París: Éditions du Cerf, 2005, págs. 54-55. ISBN: 9782204068741.

43 Según las periodizaciones aceptadas, la época denominada como Conquista comprende hasta mediados del siglo XVI. A partir de entonces se inicia propiamente la denominada Colonia, lo cual no significa que las expediciones de conquista desaparecieran, sino que hacia la fecha ya se encontraban fundadas las reales audiencias en la mayor parte de los territorios, y, por ende, ya se había establecido formalmente el aparato administrativo colonial español.

44 CIUDAD SUÁREZ María Milagros. Los dominicos, un grupo de poder en Chiapas y Guatemala. Siglos XVI y XVII. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Sevilla, 1996, pág. 7. ISBN: 9788400075927.

45 Ibid., pág. 7.

46 Ibid., págs. 10-11.

47 Ibid., pág. 11.

48 BORGES Pedro. El envío de misioneros a América durante la época española. Salamanca: Universidad Pontifica, 1977, pág. 121. ISBN: 8460009475. Obra citada en Ibid., pág. 12.

49 MACÍAS DOMÍNGUEZ Isabelo. “Procedencia conventual y regional del aporte de la Orden de Predicadores a Indias”. En FUNDACIÓN INSTITUTO BARTOLOMÉ DE LAS CASAS. Actas del III Congreso Internacional sobre los dominicos y el Nuevo Mundo. Madrid: Editorial Deimos, 1991, pág. 253. ISBN: 9788486379193.

50 Ante la imposibilidad de saber el número real de frailes que arribaron a las costas del Nuevo Mundo, dada la inexistencia de registros al respecto, los cálculos se han centrado en determinar más exactamente el número de religiosos registrados en la Casa de Contratación, en España, antes de realizar el viaje a América. Obviamente el número de viajeros registrados es mayor que el número de frailes que finalmente realizó el trayecto completo.

51 GALÁN GARCÍA Agustín. “Aportación humana de la Orden de Santo Domingo a la evangelización de América (1600-1668). Una aproximación”. En Los dominicos y el Nuevo Mundo. Actas del II Congreso Internacional sobre los dominicos y su presencia en América. Salamanca: Editorial San Esteban, 1990, pág. 829. ISBN: 9788487557088.

52 MACÍAS DOMÍNGUEZ Isabelo. “Procedencia conventual…”. Op. cit., pág. 248.

53 GALÁN GARCÍA Agustín. “Aportación humana…”. Op. cit., pág. 833.

54 GALÁN GARCÍA Agustín. “Dominicos a Indias (1600-1668). Un intento de aproximación”. En Archivo Dominicano Anuario, 1990, n.° 11, pág. 87. ISSN: 0211-5255.

55 Ibid., pág. 88.

56 GALÁN GARCÍA Agustín. “Aportación humana...”. Op. cit., pág. 829; CIUDAD SUÁREZ María Milagros. Los dominicos... Op. cit., pág. 117.

57 Ibid., pág. 118.

58 Ibid.

59 MEDINA Miguel Ángel, O. P. “Métodos y medios de evangelización de los dominicos en América”. En Actas del I Congreso Internacional sobre los Dominicos y el Nuevo Mundo. Madrid: Editorial Deimos, 1988, pág. 160. ISBN: 8486379040.

60 Citado en LÓPEZ RODRÍGUEZ Mercedes. Tiempos para rezar y tiempos para trabajar. La cristianización de las comunidades muiscas coloniales durante el siglo XVI (1550-1600). Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2001, pág. 25. ISBN: 978-958-8181-87-5.

61 MEDINA Miguel Ángel. Los dominicos en América: presencia y actuación de los dominicos en la América colonial española de los siglos XVI-XIX. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, págs. 19-23. ISBN: 9788471002525.

62 El rey Carlos V ordenó en 1540 la reunión de una Junta de Consejeros Reales y juristas de prestigio, de la que salieron en 1542 las llamadas Leyes Nuevas de Indias, que determinaron la creación del Consejo de Indias, la fundación de dos nuevas audiencias, la prohibición de la esclavitud de los indios, la moderación en los repartimientos y la prohibición de nuevas encomiendas. También establecían las condiciones del asentamiento de colonos en nuevas tierras y los tributos y servicios que los indígenas debían pagar como súbditos del rey. Las Leyes Nuevas fueron contradichas, sin embargo, por Juan Ginés de Sepúlveda, lo que originó la célebre controversia con Fr. Bartolomé de las Casas, que tuvo su punto álgido en la Junta de Valladolid.

63 HERTZ Ansel y NILS LOOSE Helmuth. Dominique et les dominicains. Paris: Éditions du Cerf, 1987, pág. 80.

64 MEDINA Miguel Ángel. Los dominicos... Op. cit., págs. 24-25.

65 MEIER Johannes. “Las órdenes…”. Op. cit., pág. 585.

66 ESPARZA Manuel. Santo Domingo Grande: hechura y reflejo de nuestra sociedad. Oaxaca: Patronato Prodefensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural de Oaxaca, 1996, pág. 227.

67 Cifras de Paulino Castañeda y Juan Marchena, citadas en BORGES Pedro. Religiosos... Op. cit., pág. 266. En contravía de los dominicos, los jesuitas –estos especialmente– y los capuchinos carecieron prácticamente de obispos, a pesar de su respectiva implantación e influencia social, religiosa y hasta económica. Por otra parte, los franciscanos fueron más del doble de los dominicos y, aunque tuvieron muchos obispos (116), la cifra no iguala a la de los frailes predicadores.

68 En total se registran siete órdenes religiosas establecidas en el Nuevo Reino de Granada. La primera, en orden de llegada, fue la de San Francisco (primer intento en 1510-24, establecimiento definitivo en 1549), seguida de los dominicos (1528), los mercedarios (1530), los agustinos (1575 y 1604 para el caso de la rama de los recoletos), los jesuitas (1604), los hermanos de san Juan de Dios (1635) y los capuchinos (1694). Vale aclarar que no todas hicieron una presencia continua durante el periodo colonial, ni alcanzaron a organizarse como provincias; tal fue el caso de los capuchinos y los mercedarios. MANTILLA Luis Carlos, O. F. M. Fuentes para la historia demográfica de la vida religiosa masculina en el Nuevo Reino de Granada. Santafé de Bogotá: Archivo General de la Nación de Colombia, 1997, pág. 9. ISBN: 9789589298695.

69 ARIZA Alberto. Los dominicos en Colombia. Op. cit., t. 1, pág. 94.

70 Archivo General de Indias (Sevilla). Patronato 27, 16. Citado en Ibid., pág. 120.

71 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 94.

72 Ibid., págs. 108-118.

73 Ibid., pág. 239.

74 MEDINA Miguel Ángel. Los dominicos... Op. cit., pág. 172.

75 Las doctrinas eran centros en los que se reunía a la población indígena para ser evangelizada. Estaban a cargo de un religioso o cura ‘doctrinero’. En un principio, a los blancos y los mestizos les estaba prohibido asentarse en ellas. Sin embargo, a través del tiempo, dada la constante reducción de los indígenas y el mestizaje de la población, muchas de ellas se convirtieron en parroquias de “vecinos”. Estas corresponden a muchos de los actuales municipios colombianos. Otras doctrinas sencillamente desaparecieron.

76 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 226.

77 DE LAS CASAS Bartolomé. Apologética histórica, pág. 39. Citado en ARIZA Alberto. Los dominicos..., Op. cit., t. 1, pág. 105.

78 La ciudad fue fundada con doce chozas y una iglesia pajiza, en honor a los doce apóstoles. Se cree que el sitio original de fundación fue en el actual parque Santander, llamada plaza del Humilladero durante la Colonia, porque existía allí una capilla dedicada a Cristo crucificado. Al parecer, el primer nombre que recibió el poblado fue Nuestra Señora de la Esperanza. Sin embargo, en 1539, durante la fundación jurídica de la ciudad, el nombre se cambió por el de Santafé o Santa Fe, pues ambos se utilizaron durante la época colonial. La palabra ‘Bogotá’ se articuló al nombre de «Santa Fe y se volvió común por la necesidad de distinguir esta Santafé de otras ciudades con el mismo nombre, por lo que era ‘Bogotá’ el nombre chibcha de la región». DE OVIEDO Basilio Vicente. Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada. Málaga: Imprenta del departamento de Santander, 1990, pág. 127. Colección Memoria Regional. ISBN: 9684513968.

79 Ibid., pág. 575.

80 Infomación del estado de la Provincia del Nuevo Reyno de Granada en Indias. Santafé, 1615. En Archivo General de la Orden de Predicadores (Roma). XIV, libro A, 1 parte, t. 305a, fol. 331. En este año, por ejemplo, el provincial le decía al maestro de la orden que se necesitaban, por lo menos, cuarenta religiosos más para poder atender las obligaciones adquiridas, que la manutención no era problema, pues «y a todos ellos puede (la provincia) acudir y sustentarlos».

81 GALÁN GARCÍA Agustín. “Dominicos a Indias...”. Op. cit., págs. 87, 89-118.

82 MACÍAS DOMÍNGUEZ Isabelo. “Procedencia conventual...”. Op. cit., pág. 248.

83 En 1615, el provincial Fr. Gabriel Jiménez calculaba en más de 146 los religiosos de la provincia, número no despreciable, aunque él mismo dijera que faltaban más de 40 indidivuos para poder atender todos las responsabilidades adquiridas. Infomación del estado de la Provincia del Nuevo Reyno de Granada en Indias. Santafé, 1615. En Archivo General de la Orden de Predicadores (Roma). XIV, libro A, 1 parte, t. 305, fol. 331.

84 Según María Milagros Ciudad Suárez, más de la mitad de los frailes que vivieron en esa región centroamericana durante los siglos XVI y XVII habrían sido españoles que llegaron en unas 32 expediciones: 18 en el siglo XVI y 14 en el siglo XVII. CIUDAD SUÁREZ María Milagros. Los dominicos... Op. cit., pág. 34.

85 En un documento reseñado por Mesanza, el provincial de la Nueva Granada informa al arzobispo de Santafé la necesidad de tales migraciones, y menciona la necesidad urgente de, por lo menos, 25 o 30 sujetos. MESANZA Andrés, O. P. Apuntes y documentos sobre la orden dominicana en Colombia (de 1680 a 1930). Caracas: Editorial Sur América, 1936, pág. 21; BÁEZ Enrique, O. P. La orden dominicana en Colombia. Tomo II: Provincia (s. l.) ¿1950? En Archivo de la Provincia de Colombia de la Orden de Predicadores (Bogotá), San Antonino, personajes, Baeza II, pág. 260.

86 MESANZA Andrés. Apuntes y documentos… Op. cit., pág. 21.

87 ESPARZA Manuel. Santo Domingo... Op. cit., pág. 221.

88 Aún itinerantes, los religiosos estaban sometidos a obligaciones precisas, tanto litúrgicas como espirituales, y estas no podían ser cumplidas en albergues inadaptados. Por ello, se construyeron hospicios destinados a frailes mendicantes en cada praedicatio, de preferencia en pequeñas poblaciones. VOLTI Panayota. Les couvents des ordres mendiants et leur environnement à la fin du Moyen Âge. Paris: CNRS Editions, 2003, pág. 46. ISBN: 9782271061638.

89 CIUDAD SUÁREZ María Milagros. Los dominicos… Op. cit., pp. XVI-XVII.

90 Ibid., pág. XVII.

91 ESPONERA Alfonso y LASSEGUE Juan Bautista. El corte sobre la roca. Memorias de los dominicos en América (siglos XVI-XX). Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1990, pág. 38. Serie Cuadernos para la Historia de la Evangelización en América Latina, n.° 7.

92 Véase el anexo 1 sobre los conventos dominicos fundados en la época colonial.

93 Este fue el caso de los conventos de Muzo y de Pueblo Nuevo. El primero tuvo auge mientras se vivió una “fiebre” esmeraldífera. El segundo se estancó y entró en declive cuando el pueblo se vació luego de finalizar una bonanza aurífera en la zona: MEDINA Miguel Ángel. Los dominicos en América... Op. cit., pág. 184 y s.

94 DE ZAMORA Alonso, O. P. Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada. Caracas: Parra León Hermanos, Editorial Sur América, 1930 (original: 1701), libro III, cap. IV, pág. 162.

95 El Convento de Nuestra Señora del Rosario comenzó a enseñar gramática en 1563 y hacia 1570 implementó las facultades de arte y teología. En 1580 el estudio general de la provincia, que residía en el convento, recibió la categoría de Universidad Pontificia. El Convento de Santo Domingo, en Tunja, fue erigido casa de estudios formal, en el año de 1608, y el de San José, en Cartagena, en 1644. Plan del establecimiento de esta Provincia de San Antonino del Nuevo Reyno de Granada. Santafé, 19 de febrero de 1793. En Archivo General de la Orden de Predicadores (Roma), XIII, n.° 017025, fol. 10r.

96 Representación dirigida al maestro general de la Orden de Predicadores. Santafé, ¿1809? En Archivo General de la Orden de Predicadores (Roma), XIII, n.° 017025, fol. 7r.

97 MOYA René Rafael. “Las autoridades supremas de la orden y la evangelización de América”. En Actas del I Congreso… Op. cit., pág. 858.

98 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 2, págs. 1036-1037.

99 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op. cit., libro IV, cap. I, pág. 261.

100 Carta de Fr. Bartolomé de las Casas al Consejo de Indias. Valladolid: marzo de 1551. Citado en ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 2, pág. 1040.

101 El nombre de la provincia se tomó de San Antonino de Florencia (+1459), fundador del famoso Convento de San Marcos, y quien encomendó a fray Angélico la realización de sus célebres pinturas en las paredes del claustro. Después fue nombrado arzobispo de Florencia, pues era muy popular en su época entre los fieles y autoridades por su caridad y su don de consejo. En tiempos de la organización de la provincia dominicana en la Nueva Granada, Antonino era el fraile dominico más recientemente canonizado (1523).

102 ARIZA Alberto. Los dominicos… Op. cit., t. 2, págs. 1043-1044.

103 Ibid., pág. 1072.

104 Ibid., pág. 1139.

105 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia… Op. cit., cap. IV, pág. 157.

106 La Sabana de Bogotá es una gran explanada ubicada a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, con temperaturas entre los 5 y 20 grados centígrados. Como todo territorio situado en inmediaciones al Ecuador posee dos estaciones: una de lluvias y otra de tiempo seco, con una duración de tres meses cada una. Próxima a los páramos, en tiempos coloniales la Sabana de Bogotá poseía gran cantidad de humedales, lagunas, pequeños ríos y arroyos. Esto hizo que la región tuviera reputación de ser muy húmeda.

107 DÍAZ DÍAZ Rafael Antonio. Esclavitud, región y ciudad. El sistema esclavista urbano-regional en Santafé de Bogotá. 1700-1750. Bogotá: Universidad Javeriana, 2001, pág. 29. ISBN: 9789586833301.

108 El título de ciudad fue otorgado por el rey en 1548. Ese mismo año le concedió escudo de armas para ella y su provincia, la famosa águila negra, con granadas en las patas. En 1550 fue la sede de la Real Audiencia y Obispado, y en 1567, Arzobispado. El rápido sometimiento de la numerosa población indígena fue clave en la decisión de hacer de Santafé la capital de la Audiencia: LEÓN-PORTILLA Miguel et al. América Latina en la época colonial 1. España y América de 1492 a 1808. Barcelona: Crítica, 2003, pág. 138. ISBN: 9788484324072.

109 BORGES Pedro. Historia de la Iglesia en hispanoamérica y Filipinas (siglos XV-XIX). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1992, vol. 1, pág. 341. ISBN: 978-84-7914-054-0.

110 DÍAZ DÍAZ Rafael Antonio. Esclavitud, región… Op. cit., pág. 49.

111 Frank Safford dice que esta región, «conformada por los actuales deparamentos de Cundinamarca y Boyacá, ha estado integrada, cultural y políticamente desde los tiempos precolombinos hasta el presente». PALACIOS Marco y SAFFORD Frank. Colombia. País fragmentado, sociedad dividida. Su historia. Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2002, pág. 19. ISBN: 9789580465096.

112 VARGAS LESMES Julián. La sociedad de Santa Fe colonial. Bogotá: Cinep, 1990, pág. 4. ISBN: 9789586440028.

113 PALACIOS Marco y SAFFORD Frank. Colombia… Op. cit., pág. 21.

114 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 376.

115 La tradición bajomedieval mandaba que los conventos de las órdenes mendicantes se establecieran en las periferias de las ciudades, donde la demanda espiritual no podía ser cubierta por las escasas parroquias existentes en esas zonas. También se ubicaron allí por la presión de las autoridades locales, que no habían aceptado de buena gana la fundación de los conventos mendicantes (IZQUIERDO MARTÍN Jesús y LÓPEZ GARCÍA José Miguel. Así en la Corte como en el cielo. Patronato y clientelismo en las comunidades conventuales madrileñas. Siglos XVI-XVIII. Hispania: Revista Española de Historia, 1999, vol. 59, n.° 201, pág. 158. ISSN: 0018-2141). Esta tradición se rompió en América en muchas ocasiones, y lo hicieron especialmente los dominicos, los franciscanos y los agustinos. A diferencia de Europa, donde los conventos urbanos llegaron cuando ya las ciudades estaban creadas y tenían su dinámica propia, en América muchos conventos (masculinos especialmente) nacieron junto con las ciudades, en condiciones de protagonismo, y, por ende, tenían la oportunidad de convertirse (y así lo hicieron) en reguladores de estas.

116 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op. cit., pág. 158.

117 Ibid., pág. 158.

118 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, págs. 371-372.

119 RUEDA Jorge. “La ciudad en la Colonia”. En SALVAT Manuel, MARTÍN Ricardo y FERNÁNDEZ Amancio (Eds.). Historia del arte colombiano. Vol. III. Barcelona: Salvat Editores, 1986, pág. 858.

120 Ibid., págs. 860-871.

121 LORETO LÓPEZ Rosalva. Los conventos femeninos y el mundo urbano de la Puebla de los Ángeles del siglo XVIII. México: Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. pág. 33. ISBN: 9789681208790.

122 VARGAS LESMES Julián. La sociedad de Santafé... Op. cit., pág. 3.

123 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 370.

124 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op.cit., libro II, cap. VII, pág. 176.

125 VARGAS LESMES Julián. La sociedad de Santafé... Op. cit., pág. 3.

126 ORTEGA RICAURTE Daniel. Cosas de Santafé de Bogotá. Bogotá: Academia de Historia de Bogotá - Tercer Mundo Editores, 1990 (versión facsimilar tomada de la edición publicada por la Academia de Historia de Colombia, 1959), pág. 23.

127 VOLTI Panayota. Les couvents… Op. cit., pág. 90.

128 Francisco de Tordehumos fue uno de los grandes benefactores del convento dominicano de Santa Fe, en sus primeros años de vida. Participó en la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, recibió como recompensa varias encomiendas entre las que se encontraba la de Cota. Era muy devoto a la Virgen del Rosario, por lo que al morir dejó parte de sus bienes para la construcción del convento del mismo nombre en Santafé. Fue alcalde de la ciudad en 1575. ACOSTA DE SAMPER Soledad. Biografías de hombres ilustres o notables, relativas a la época del Descubrimiento, Conquista y Colonización de la parte de América denominada actualmente EE. UU. de Colombia [en línea]. Bogotá: Imprenta La Luz, 1883, 446 págs. [consultado en enero de 2006]. Disponible en http://babel.banrepcultural.org/cdm/ref/collection/p17054coll10/id/3168

129 Razón general de las donaciones, fundos de capellanías y demás obras pías que han entrado en este Convento de Nuestra Señora del Rosario... Santafé: 1806. En Archivo de la Provincia de Colombia de la Orden de Predicadores (Bogotá), San Antonino, Conventos - Bogotá, carpeta 1, folio 1r.

130 DE ZAMORA Alonso. Historia... Op. cit., libro II, cap. VII, págs. 176-177; ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 377.

131 Ibid., pág. 377.

132 LORETO LÓPEZ Rosalva. Los conventos femeninos… Op. cit., pág. 15.

133 El 22 de marzo de 1564, la Diócesis de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada fue ascendida al rango de Arquidiócesis, lo que la convirtió en la cuarta sede metropolitana de América, en orden cronológico, después de Santo Domingo, México y Lima. ARQUIDIÓCESIS DE BOGOTÁ. Historia de la arquidiócesis de Bogotá. En arquidiócesis de Bogotá [en línea] [consultado en marzo de 2018]. Disponible en http://arquibogota.org.co/es/quienes-somos?

134 Los conventos de las órdenes religiosas establecidas en América se fundaron en la práctica solo con autorización real, si bien poco antes de mediados del siglo XVI se llegaron a fijar disposiciones para que estos conventos se establecieran con la aprobación de los diocesanos. Esto duró poco tiempo, pues los obispos empezaron a demorar la concesión de licencias de fundación y construcción. Por eso, las órdenes mendicantes acudieron al rey de España y obtuvieron en 1557 la confirmación de que, sin previa licencia del ordinario, con la sola de su virrey o presidente de audiencia se podían edificar monasterios y conventos «en los lugares que parecieran más convenientes a la enseñanza de los indios». Previamente, los religiosos habían comunicado al rey que si la construcción de los conventos dependiera de la voluntad de los obispos, «nunca se haría ninguno». Tal era el secular recelo que los prelados diocesanos mantenían frente a las órdenes mendicantes, a quienes veían simple y llanamente como usurpadoras de su autoridad. ESPARZA Manuel. Santo Domingo Grande... Op. cit., pág. 228.

135 LORETO LÓPEZ Rosalva. Los conventos femeninos... Op. cit., pág. 41.

136 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 374.

137 Ibid., pág. 383.

138 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op. cit., cap. VIII, pág. 160.

139 Ibid., cap. VIII, pág. 177.

140 Citado en ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 289 y en ARAÚJO VÉLEZ Angelina. Las órdenes mendicantes en el Nuevo Reino de Granada y Felipe II. Peticiones y mercedes según documentos inéditos del Archivo General de Indias. Trabajo de grado en Filosofía y Letras. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Historia y Geografía, enero de 1980, pág. 65.

141 Ibid., pág. 65.

142 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 390. A propósito, el informe presentado por la Real Audiencia sobre la construcción del Convento decía que «con 6.000 pesos se podría hacer una buena (iglesia), pero el provincial (fray Alberto Pedrero) da de cabeza, y ha de acabar conforme a la traza». Citado en MESANZA Andrés. El Convento dominicano de Nuestra Señora del Rosario en Santa Fe y su Universidad tomística. Chiquinquirá: Imprenta La Rotativa, 1938, pág. 5.

143 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op. cit., libro IV, cap. XVIII, pág. 360.

144 Esto puede considerarse una generalidad para el continente. Todos los autores consultados que han trabajado casos similares en México y Perú coinciden en tal afirmación. GARCÍA HERNÁNDEZ Marcela. “Las capellanías fundadas en los conventos de religiosos de la Orden del Carmen Descalzo. Siglos XVII y XVIII”. En MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO María del Pilar, VON WOBESER Gisela y MUÑOZ CORREA Juan Guillermo (coords.). Cofradías, capellanías y obras pías en la América colonial. México: UNAM, 1998, pág. 214. ISBN: 968-36-6537-3.

145 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op. cit., cap. XVIII, pág. 358.

146 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 378.

147 ESPARZA Manuel. Santo Domingo Grande... Op. cit., pág. 161.

148 Ibid., pág. 179.

149 En las décadas de 1640 y 1650 se destaca Fr. Antonio Zambrano: ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 426.

150 Los repartimientos consistían en el trabajo rotativo y obligatorio del indígena en proyectos de obras públicas o trabajos agrícolas considerados vitales para el bienestar de la comunidad. Esta modalidad de trabajo se basaba en reclutamientos laborales preexistentes antes de la llegada de los españoles, como fueron el coatequitl mexicano y la mita peruana, que los españoles aplicaron con un sentido diferente al que tenía en las sociedades nativas.

151 GROOT José Manuel. Historia eclesiástica y civil del Nuevo Reino de Granada. Tomo I. Bogotá: Editorial Cosmos, 1956, pág. 469

152 Cédula del 29 de julio de 1560. Citada en ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 381.

153 Carta del Maestro de la Orden de Predicadores a las provincias de Indias. Roma, 21 de febrero de 1598. Citada en Ibid., págs. 189-190.

154 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 410.

155 VARGAS LESMES Julián. La sociedad... Op. cit., pág. 5.

156 TÉLLEZ Germán. “Las órdenes religiosas y el arte”. En SALVAT Manuel, MARTÍN Ricardo y FERNÁNDEZ Amancio (eds.). Historia del arte colombiano. Op. cit., pág. 752.

157 CHOCANO MENA Magdalena. La América colonial (1492-1763). Cultura y vida cotidiana. Madrid: Editorial Síntesis, 2000, pág. 246.

158 TÉLLEZ Germán. “Las órdenes religiosas...”. Op. cit., pág. 747.

159 Ibid., pág. 748.

160 Ibid., pág. 746.

161 TÉLLEZ Germán. Las órdenes religiosas… Op. cit., pág. 748.

162 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 426.

163 Ibid., pág. 436.

164 FLÓREZ DE OCÁRIZ Juan. Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Prensas de la Biblioteca Nacional, 1944 [original: 1674], pág. 224.

165 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 422.

166 FLÓREZ DE OCÁRIZ Juan. Genealogías… Op. cit., pág. 224.

167 ARIZA Alberto. Los dominicos... Op. cit., t. 1, pág. 436.

168 DE OVIEDO BASILIO Vicente. Cualidades y riquezas... Op. cit., pág. 130.

169 VOLTI Panayota. Les couvents... Op. cit., págs. 23-49.

170 DE ZAMORA Alonso. Historia... Op. cit., cap. XVIII, pág. 361.

171 Ibid., pág. 361.

172 VOLTI Panayota. Les couvents... Op. cit., pág. 37.

173 DE ZAMORA Alonso. Historia... Op. cit., libro IV, cap. XVIII.

174 Ibid.

175 VOLTI Panayota. Les couvents… Op. cit., pág. 40.

176 DE ZAMORA Alonso. Historia... Op. cit., libro IV, cap. XVIII, pág. 361.

177 Citado en ARIZA Alberto. Los dominicos… Op. cit., t. 2, págs. 1436-1437.

178 Ibid., t. 2, pág. 1432.

179 ARIZA Alberto. Los dominicos… Op. cit., t. 1, págs. 120-129.

180 VOLTI Panayota. Les couvents... Op. cit., págs. 25-26.

181 TERÁN NAJAS Rosemarie. Arte, espacio y religiosidad en el Convento de Santo Domingo. Quito: Ediciones Libri-Mundi, 1994, pág. 40. ISBN: 9978570128.

182 DE ZAMORA Alonso. Historia... Op. cit., libro IV, cap. XVIII, pág. 360.

183 FLÓREZ DE OCÁRIZ Juan. Genealogías... Op. cit., pág. 223.

184 Ibid., pág. 223.

185 DE ZAMORA Alonso. Historia… Op. cit., libro IV, cap. XVIII, pág. 358.

186 Ibid., pág. 360.

187 Ibid., pág. 359.

188 PANAYOTA Volti. Les couvents... Op. cit., pág. 47.

189 DE ZAMORA Alonso. Historia de la Provincia... Op. cit., pág. 360.

190 TÉLLEZ Germán. “Las órdenes religiosas...”. Op. cit., pág. 752.

Vida y muerte de un convento

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