Читать книгу Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo - William Shakespeare - Страница 9
ESCENA II.
ОглавлениеBelmonte.—Gabinete en la quinta de Pórcia.
PÓRCIA y NERISSA.
PÓRCIA.
Por cierto, amiga Nerissa, que mi pequeño cuerpo está ya bien harto de este inmenso mundo.
NERISSA.
Eso fuera, señora, si tus desgracias fueran tantas y tan prolijas como tus dichas. No obstante, tanto se padece por exceso de goces como por defecto. No es poca dicha atinar con el justo medio. Lo superfluo cria muy pronto canas. Por el contrario la moderacion es fuente de larga vida.
PÓRCIA.
Sanos consejos, y muy bien expresados.
NERISSA.
Mejores fueran, si álguien los siguiese.
PÓRCIA.
Si fuera tan fácil hacer lo que se debe, como conocerlo, las ermitas serian catedrales, y palacios las cabañas. El mejor predicador es el que, no contento con decantar la virtud, la practica. Mejor podria yo enseñársela á veinte personas, que ser yo una de las veinte y ponerla en ejecucion. Bien inventa el cerebro leyes para refrenar la sangre, pero el calor de la juventud salta por las redes que le tiende la prudencia, fatigosa anciana. Pero si discurro de esta manera, nunca llegaré á casarme. Ni podré elegir á quien me guste ni rechazar á quien me enoje: tanto me sujeta la voluntad de mi difunto padre.
NERISSA.
Tu padre era un santo, y los santos suelen acertar, como inspirados, en sus postreras voluntades. Puedes creer que sólo quien merezca tu amor acertará ese juego de las tres cajas de oro, plata y plomo, que él imaginó, para que obtuviese tu mano el que diera con el secreto. Pero, dime, ¿no te empalagan todos esos príncipes que aspiran á tu mano?
PÓRCIA.
Véte nombrándolos, yo los juzgaré. Por mi juicio podrás conocer el cariño que les tengo.
NERISSA.
Primero, el príncipe napolitano.
PÓRCIA.
No hace más que hablar de su caballo, y cifra todo su orgullo en saber herrarlo por su mano. ¿Quién sabe si su madre se encapricharia de algun herrador?
NERISSA.
Luego viene el conde Palatino.
PÓRCIA.
Que está siempre frunciendo el ceño, como quien dice: «Si no me quieres, busca otro mejor.» No hay chiste que baste á distraerle. Mucho me temo que quien tan femenilmente triste se muestra en su juventud, llegue á la vejez convertido en filósofo melancólico. Mejor me casaría con una calavera que con ninguno de esos. ¡Dios me libre!
NERISSA.
¿Y el caballero francés, Le Bon?
PÓRCIA.
Será hombre, pero sólo porque es criatura de Dios. Malo es burlarse del prójimo, pero de éste... Su caballo es mejor que el del napolitano, y su ceño todavía más arrugado que el del Palatino. Junta los defectos de uno y otro, y á todo esto añade un cuerpo que no es de hombre. Salta en oyendo cantar un mirlo, y se pelea hasta con su sombra. Casarse con él, seria casarse con veinte maridos. Le perdonaria si me aborreciese, pero nunca podria yo amarle.
NERISSA.
¿Y Falconbridge, el jóven baron inglés?
PÓRCIA.
Nunca hablo con él, porque no nos entendemos. Ignora el latin, el francés y el italiano. Yo, puedes jurar que no sé una palabra de inglés. No tiene mala figura, pero ¿quién ha de hablar con una estatua? ¡Y qué traje más extravagante el suyo! Ropilla de Italia, calzas de Francia, gorra de Alemania, y modales de todos lados.
NERISSA.
¿Y su vecino, el lord escocés?
PÓRCIA.
Buen vecino. Tomó una bofetada del inglés, y juró devolvérsela. El francés dió fianza con otro bofeton.
NERISSA.
¿Y el jóven aleman, sobrino del duque de Sajonia?
PÓRCIA.
Mal cuando está en ayunas, y peor despues de la borrachera. Antes parece menos que hombre, y despues más que bestia. Lo que es con ése, no cuento.
NERISSA.
Si él fuera quien acertase el secreto de la caja, tendrias que casarte con él, por cumplir la voluntad de tu padre.
PÓRCIA.
Lo evitarás, metiendo en la otra caja una copa de vino del Rhin: no dudes que, andando el demonio en ello, la preferirá. Cualquier cosa, Nerissa, antes que casarme con esa esponja.
NERISSA.
Señora, paréceme que no tienes que temer á ninguno de esos encantadores. Todos ellos me han dicho que se vuelven á sus casas, y no piensan importunarte más con sus galanterías, si no hay otro medio de conquistar tu mano que el de la cajita dispuesta por tu padre.
PÓRCIA.
Aunque viviera yo más años que la Sibila, me moriria tan vírgen como Diana, antes que faltar al testamento de mi padre. En cuanto á esos amantes, me alegro de su buena resolucion, porque no hay entre ellos uno solo cuya presencia me sea agradable. Dios les depare buen viaje.
NERISSA.
¿Te acuerdas, señora, de un veneciano docto en letras y armas que, viviendo tu padre, vino aquí con el marqués de Montferrato?
PÓRCIA.
Sí. Pienso que se llamaba Basanio.
NERISSA.
Es verdad. Y de cuantos hombres he visto, no recuerdo ninguno tan digno del amor de una dama como Basanio.
PÓRCIA.
Mucho me acuerdo de él, y de que merecia bien tus elogios.
(Sale un criado.)
¿Qué hay de nuevo?
EL CRIADO.
Los cuatro pretendientes vienen á despedirse de vos, señora, y un correo anuncia la llegada del príncipe de Marruecos que viene esta noche.
PÓRCIA.
¡Ojalá pudiera dar la bienvenida al nuevo, con el mismo gusto con que despido á los otros! Pero si tiene el gesto de un demonio, aunque tenga el carácter de un ángel, más quisiera confesarme que casar con él. Ven conmigo, Nerissa. Y tú, delante (al criado). Apenas hemos cerrado la puerta á un amante, cuando otro llama.