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SCENA TERTIA

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El mismo lugar. — Otra parte del campo

Fragores. Entran CASIO y TITINIO

CASIO. — ¡Oh, mirad, Titinio! ¡Mirad! ¡Huyen los miserables! ¡Yo mismo me he vuelto adversario de mis propias tropas! ¡Este portaestandarte que aquí ves había vuelto la.espalda! ¡Maté al cobarde y arranqué el águila de sus manos!

TITINIO. — ¡Oh Casio! ¡Bruto dio la señal demasiado pronto, y alcanzando alguna ventaja sobre Octavio, cargó con excesiva precipitación! ¡Sus soldados se han dado al botín, en tanto nosotros nos hallamos envueltos por Antonio!

(Entra PÍNDARO.)

PÍNDARO. — ¡Huid más lejos, señor, huid más lejos! Marco Antonio está en vuestras tiendas, señor! ¡Huid pues, noble Casio, huid más lejos!

CASIO. — Esta colina está bastante apartada... ¡Mirad, mirad, Titinio! ¿Son mis tiendas aquellas donde percibo un incendio?

TITINIO. — ¡Lo son, señor!

CASIO. — ¡Si me estimas, Titinio, monta en mi caballo y hunde las espuelas en él hasta que alcances allá arriba aquellas tropas y estés aquí de nuevo! ¡Que pueda yo asegurarme de una vez si son fuerzas amigas o enemigas!

TITINIO. — ¡Estaré aquí de vuelta tan rápido como el pensamiento!

(Sale.)

CASIO. — ¡Anda, Píndaro, trepa a esa colina! Mi vista fue siempre imperfecta. Observa a Titinio y dime lo que notes en el campo. (PÍNDARO sube al collado.) ¡En este día exhalé el primer aliento! ¡El tiempo ha descrito su círculo, y donde comencé, allí debo acabar! ¡Mi vida ha recorrido su espacio! Bueno. ¿Qué noticias?

PÍNDARO. — (Desde arriba.) ¡Oh señor!

CASIO. —.¿Qué noticias?

PÍNDARO. — (Desde arriba.) Titinio está rodeado de jinetes que avanzan hacia él a galope tendido... Todavía espolea... Ahora están a su alcance... Ahora... ¡Titinio! Ahora se apean algunos... ¡Oh! ¡Él se apea también! ¡Le han cogido! (Gritos.) Pero ¡silencio! ¡Gritan de alegría!

CASIO. — ¡Baja, no mires más! ¡Oh, cobarde de mí, que vivo después de ver prisionero a mi mejor amigo! (Desciende PÍNDARO.) ¡Ven acá, tú! En Partía te hice prisionero, y entonces, al salvarte la vida, te hice jurar que siempre tratarías de hacer lo que yo te mandase. ¡Cumple ahora tu juramento! ¡Sé ahora libre! {Y con esta magnífica espada que atravesó las entrañas de César, busca mi seno! ¡No te detengas a replicar! ¡Aquí, coge la empuñadura! ¡Y cuando haya cubierto mi rostro, como está ahora, hunde la espada! (PÍNDARO le. hiere,.) ¡César, quedas vengado con la misma espada que te mató!

(Muere.)

PÍNDARO. — ¡Libre así soy! Mas no lo hubiera sido de esta manera de haberme atrevido a hacer mi voluntad. ¡Oh Casio! Píndaro huirá lejos de este país, donde ningún romano tenga noticias de él.

(Sale. Vuelve a entrar TITINIO con MESALA.)

MESALA. — No es sino un cambio, Titinio, pues Octavio se ve rechazado por las tropas del noble Bruto, como las legiones de Casio por Antonio.

TITINIO. — Estas nuevas agradarán a Casio.

MESALA. — ¿Dónde le dejasteis?

TITINIO. — Todo desconsolado en aquella colina, con su siervo Píndaro.

MESALA. — ¿No es aquel que yace en tierra?

TITINIO. — No yace como los vivos. ¡Oh corazón mío!

MESALA. —. ¿No es él?

TITINIO. — ¡No; éste era él, Mesala, pues ya no es Casio! ¡Oh Sol poniente! ¡Como envuelto en tus rayos rojos te hundes en la noche, así envuelto en su roja sangre se pone el día de Casio! ¡Se ha puesto el Sol de Roma! ¡Ha terminado nuestro día! ¡Nubes, escarchas y peligros, venid! ¡Nuestras hazañas están consumadas! ¡Su desconfianza en mi éxito le indujo a este acto!

MESALA. — ¡Su desconfianza en el buen éxito le indujo a este acto! ¡Oh funesto error, engendro de la melancolía! ¿Por qué haces ver al espíritu crédulo de los hombres cosas que no son? "¡Oh error, rápidamente concebido, nunca logras un feliz alumbramiento, sino que das muerte a la madre que te concibe!

TITINIO. — ¡Cómo, Píndaro! ¿Dónde estás, Píndaro?

MESALA. — Búscale, Titinio, en tanto voy al encuentro del noble Bruto a destrozarle sus oídos con la noticia. Y puedo decir destrozarle, porque el penetrante acero y los dardos emponzoñados no agujerea tanto los oídos de Bruto como la noticia de este espectáculo.

TITINIO. — Id, Mesala, y yo buscaré entretanto a Píndaro.

(Sale MESALA.)

¿Por qué me enviaste, valeroso Casio? ¿No hallé a tus amigos? ¿Y no pusieron Sobre mis sienes este laurel de victoria y me suplicaron que te lo ciñera? ¿No oíste sus aclamaciones? ¡Ay! ¡Todo lo interpretaste equivocadamente! ¡Pero ten, toma esta guirnalda en tu frente! ¡Tu Bruto me la .dio para ti, y cumplo su mandato! ¡Bruto, acudid aprisa y ved cómo respetaba yo a Cayo Casio! ¡Con vuestro permiso, dioses, he aquí lo que cumple a un romano! ¡Ven, espada de Casio, y encuentra el corazón de Titinio! (Se da la muerte.) Fragor de combate. Vuelve a entrar MESALA con BRUTO, CATÓN el joven, ESTRATÓN, VOLUMNIO y LUCILIO.

BRUTO. — ¿Dónde, Mésala, dónde yace su cuerpo?

MESALA. — ¡Ved! ¡Allí, y Titinio llorándolo!

BRUTO. — ¡Titinio está cara al cielo!

CATÓN. — ¡Ha muerto!

BRUTO. — ¡Oh Julio César! ¡Todavía eres poderoso! ¡Tu espíritu recorre la tierra y vuelve nuestras espadas contra nuestras propias entrañas!

(Decrece el fragor.)

CATÓN. — ¡Bravo Titinio! ¡Mirad cómo no ha dejado de coronar a Casio muerto!

BRUTO. — ¿Quedan todavía dos romanos como éstos? ¡Adiós, tú, el último de los romanos! ¡Es imposible que Roma produzca otro igual! Amigos, debo a este muerto más lágrimas de las que me veríais verter. ¡Ya hallaré ocasión, Casio, ya hallaré ocasión! ¡Venid, pues, y transportad su cadáver a Tasos! Sus exequias no deben hacerse en nuestro campamento; nos desalentarían, Lucilio; venid, y vos también, joven Catón, y volvamos al campo. ¡Labeo y Flavio, avanzad con nuestros batallones! ¡Son las tres, y antes de la noche probaremos fortuna en un segundo combate, romanos!

(Salen.)

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