Читать книгу Las Tragedias de William Shakespeare - William Shakespeare - Страница 27

SCENA QUINTA

Оглавление

Entran BRUTO, DARDANIO, CLITO, ESTRATÓN y VOLUMNIO

BRUTO. — ¡Venid, exiguo resto de amigos, descansad en esta roca!

CLITO. — Estatilio ha enseñado desde lejos la antorcha encendida; pero, señor, no ha vuelto. Ha caído prisionero o ha muerto.

BRUTO. — Siéntate, Clito... ¡Se trata de matar! ¡Es una acción al uso! ¡Escucha, Clito!

(Cuchichean.)

CLITO. — ¡Cómo! ¿Yo señor? ¡Jamás! ¡Ni por todo el universo!

BRUTO. — ¡Silencio entonces! ¡Ni una palabra!

CLITO. — ¡Antes me mataría a mí mismo!

BRUTO. — ¡Escucha, Dardanio!

(Cuchichean.)

DARDANIO. — ¿Hacer yo semejante cosa?

CLITO. — ¡Oh Dardanio!

DARDANIO. — ¡Oh Clito!

CLITO. — ¿Qué te pidió Bruto?

DARDANIO. — ¡Que lo matara, Clito! ¡Mira! ¡Está meditando!

CLITO. — ¡Tan colmado de dolor está ese noble vaso, que casi se vierte por los ojos!

BRUTO. — ¡Acércate aquí, buen Volumnio!

VOLUMNIO. — ¿Qué dice mi señor?

BRUTO. — ¡Esto, Volumnio! ¡La sombra de César se me ha aparecido dos veces de noche: una, en Sardis, y la otra, anoche, aquí, en los campos de Filipos! ¡Sé que ha llegado mi hora!

VOLUMNIO. — ¡No lo creáis, señor!

BRUTO. — ¡Sí, tengo la seguridad de ello, Volumnio! ¡Ya ves cómo son las cosas! ¡Nuestros enemigos nos han batido y empujado hasta el borde del abismo! (Lejano fragor de combate.) Es más honroso lanzarnos dentro que esperar a que nos precipiten en el fondo. Buen Volumnio, tú sabes que los dos fuimos juntos a la escuela. ¡Pues bien, en nombre de nuestra antigua amistad, te ruego que tengas firme mi espada, mientras me arrojo sobre ella!

VOLUMNIO. — ¡Eso no es oficio para un amigo, señor!

(Continúa el fragor del combate.)

CLITO — ¡Huid, huid, señor! ¡No es posible permanecer aquí!

BRUTO. — ¡Adiós a vos, y a vos, y a vos, Volumnío! Estratón, has estado dormido todo este tiempo. ¡Adiós a ti también, Estratón! ¡Compatriotas, mi corazón se regocija de no haber encontrado en toda mi vida un hombre que no me haya sido leal! ¡Más gloria alcanzaré yo en mí derrota que Octavio y Marco Antonio con su vil triunfo! ¡Así, adiós por vez postrera, pues la lengua de Bruto ha terminado casi la historia de su vida!... ¡El velo de la noche se extiende sobre mis ojos! ¡Mis huesos, que no han trabajado sino para llegar a esta hora, piden reposo! (Fragor de combate. Gritos dentro: ¡Huid, huid, huid!

CLITO. — ¡Huid, señor, huid!

BRUTO. — ¡Fuera de aquí! ¡Os seguiré!

(Salen CLI TO, DARDANIO y VOLUMNIO.)

Estratón, te suplico que te quedes con tu señor. ¡Eres un mozo digno de todo respeto! En tu vida ha habido algunos rasgos de honor. ¡Sostén, pues, mi espada, y vuelve a un lado el rostro mientras me arrojo sobre ella! ¿Quieres, Estratón?

ESTRATÓN. — ¡Dadme primero vuestra mano! ¡Adiós, señor!

BRUTO. — ¡Adiós, querido Estratón! (Se arroja sobre su espada.) ¡César, aplácate ahora! ¡No tuve para tu muerte la mitad de deseo que para la mía!

(Muere.) Fragor de combate. Retirada. Entran OCTAVIO, ANTONIO, MESALA, LUCILIO y el ejército

OCTAVIO. — ¿Quién es ese hombre?

MESALA. — El criado de mi señor. Estratón, ¿dónde está tu señor?

ESTRATÓN. — ¡Libre de la esclavitud en que os halláis, Mesala! ¡Los vencedores no podrán hacer de él más que una hoguera! ¡Porque Bruto sólo fue vencido por él mismo, y nadie tiene la gloria de su muerte!

LUCILIO. — ¡Así es como debía hallarse a Bruto! ¡Te agradezco, Bruto, que hayas justificado mis palabras!

OCTAVIO. — ¡Todos los que han servido a Bruto quiero tomar a mi servicio! ¿Quieres consagrarme tu tiempo, mozo?

ESTRATÓN. — Sí, si Mesala quiere presentarme a vos.

OCTAVIO. — Hacedlo, buen Mesala.

MESALA. — ¿Cómo murió mi señor, Estratón?

ESTRATÓN. — Sostuve su espada y él se arrojó a ella.

MESALA. — Octavio, haz que te sirva el que prestó a mi señor el último servicio.

ANTONIO. — ¡Éste es el más noble de todos los romanos! ¡Todos los conspiradores, menos él, obraron por envidia al gran César! ¡Sólo él, al unirse a ellos, fue guiado por un motivo generoso y en interés del bien público! Su vida fue pura, y los elementos que la constituían se combinaron de tal modo, que la naturaleza, irguiéndose, puede decir al mundo entero: «¡Éste era un hombre! »

OCTAVIO. — ¡Honrémosle, conforme a sus virtudes, con todo respeto y ritos funerales! ¡Sus restos descansarán esta noche en mi tienda con la pompa guerrera de los soldados! ¡Mandad, pues, que reposen las tropas, y vámonos nosotros a compartir las glorias de este dichoso día!

(Salen.)

FIN

Las Tragedias de William Shakespeare

Подняться наверх