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Xavier Aldekoa Alfonso Armada sobre Xavier Aldekoa

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Porque nunca he dejado de leer La Vanguardia desde que en las calles de Sarajevo entablé amistad con Plàcid Garcia-Planas, primero me hice asiduo de sus páginas de Internacional, y enseguida de su estupendo suplemento cultural, Cultura/s. Así empecé a saber de Xavier Aldekoa. Antes de conocerlo en la ciudad de Segovia, en una edición del premio Cirilo Rodríguez a la que llegó como finalista y que espero que algún día merecidamente reciba, me tenía ganado de antemano porque los que se han enamorado de África no dejan de amarla jamás, y si algo destilan las páginas que Xavi ha escrito sobre ese continente es una devoción que no ha hecho sino crecer desde hace más de una larga década. Lo que más rabia me da es que no solo sigue en la carretera, y volviendo cada vez que tiene la oportunidad de volver, sino que ya conoce cuarenta países, y a este paso dentro de unos años habrá puesto los pies, y los otros cinco sentidos, que es lo que siempre hace, en todas y cada una de las naciones de un lugar que nuestro comúnmente admirado Bru Rovira clavó cuando lo rebautizó en un libro luminoso llamado Áfricas.

Si el periodismo es una forma de estar en el mundo, la de Xavier Aldekoa pasa por y para África. No en vano cifra su tarjeta de visita, su blog, su tatuaje moral, en una sentencia que le define y determina: «Periodista en África». Si los viejos héroes del oficio (cuando el tufo de las redacciones era un perfume amasado con alcohol, tinta y humo) solían referirse al buen reportero como alguien que «tiene lo que hay que tener», Xavi lo tiene con creces, pero en otra mochila moral, que no es de poses ni de gestos, de bronco talante y de sentencias para dejar pasmado al auditorio, sino todo lo contrario. Aunque nos separen más de veinte años, y no tenga la menor vocación ni voluntad de servir de banderín ni ejemplo de nada, es como si en Xavier viera un hermano que ha sabido perseverar y persuadir con mucho más talento que yo. Lo dice en su primer y emocionante libro, Océano África, que al retratar a pie de obra el continente se retrata a sí mismo. Hablando de un campo de refugiados al que llega a media mañana, escribe: «El deseo de ser escuchado, de que alguien preste de verdad atención. Si algún sentido tiene nuestra tarea, ese es uno capital». Cuando se habla de violencia en África, cuando se habla de violencia en general, hay que meterse en el interior, escuchar, preguntar, contextualizar, que es lo que ha hecho y hace Xavier Aldekoa. Pero, además, desde el inicio de su periplo por las sendas perdidas y las autopistas africanas se empeñó en contar en toda su belleza y complejidad lo que a menudo no hemos acertado a contar aquí, donde hacemos un énfasis penoso en la desesperanza, en la muerte, en el lado oscuro de las cosas. La consagración de un estereotipo, de un prejuicio que es también una forma de racismo.

Él sabe muy bien que «África no existe, pero sí existen los africanos». Creo que eso le radiografía. Un reportero que se interna, que se asombra, que se conmueve, que busca el rasgo revelador, que se pone en el lugar del otro, que se acerca a la orilla y luego se adentra un poco más. Que se arriesga a contaminarse con el dolor, y la alegría, de los demás. Y que por eso no ha perdido la curiosidad inagotable del niño, pero enriquecida con la conciencia del adulto, del que sabe qué hay que hacer y adónde quiere ir. Con las palabras y con las imágenes, como demostró en Océano África y ahondó en Hijos del Nilo. Y si ha llegado más lejos es porque no solo escribe reportajes y libros, sino porque ha logrado que su mirada vuele en documentales como Tras los pasos de Mandela; El derbi de Sudáfrica; RD Congo, un país en tinieblas y Tensión en el subsuelo.

Nacido en Barcelona en 1981, licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, aunque se recuerda como «eterno estudiante de Ciencias Políticas», África le ha convertido en gran medida en lo que es, aunque su compañera y sus hijas han acabado de anclarle en el suelo del mundo. Cofundador de Revista 5W y de la productora social independiente Muzungu, trabaja como corresponsal africano para La Vanguardia y otros medios. Dice que es «amante de las maletas improvisadas y de abrir bien los ojos al viajar», y distingue con lucidez al reportero del viajero: «Pueden vivir en el mismo cuerpo, porque nos gusta viajar, pero para el viajero la importancia del viaje reside en uno mismo y para el reportero reside en los demás. Yo intento hablar de los demás porque, aparte de que es mucho más interesante, me ayuda a explicar lo que está pasando». Por eso puede decir sin impostar la voz: «Todos somos hijos del Nilo». Parte de una trilogía en marcha, acaba de retratar el calado de su hambre de saber y las baterías de su perseverancia. Es consciente del peligro que encierra difuminar la frontera entre activismo y periodismo, porque sabe que «periodismo también es dar voz a quien piensas que es un cabrón». Pero no le da miedo convocar términos como honestidad o justicia: «Son palabras muy grandes, pero es que nosotros trabajamos para explicar la historia de los demás, no para decir que estamos en un sitio».

Xavier Aldekoa tiene lo que hay que tener: paciencia, empatía y humildad. No va con el reportaje escrito de antemano. Por eso sigue viajando, para ver con sus propios ojos, escuchar con sus propios oídos, escribir con sus propias palabras. Para buscar la verdad: «Cuando vas corriendo es más difícil saber qué le pasa al otro. La humildad es saber que el reportaje que has ido a buscar no existe, y es más fácil de aceptar si tienes tiempo para encontrar el que realmente existe».

Si tuviera que volver a África, no lo dudaría: me encantaría que Xavi me embarcara en su esquife. Tiene el valor de los que no presumen de tenerlo, de quienes saben que el miedo es necesario. Periodista en África, a Xavi Aldekoa le seguiré acompañando donde quiera que vaya, y más ahora que hemos estrechado lazos de sangre indisolubles hablando cara a cara durante horas (para hacer un libro hablado) de la pasión que compartimos. Gracias, Xavi.


África adentro

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