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INTRODUCCIÓN

Vida de Zósimo

La noticia consagrada a Zósimo en la Biblioteca de Focio (códice 98) contiene sólo dos datos biográficos: era cómite y antiguo abogado del fisco y profesaba la religión pagana. Ambos datos, los únicos directos, esto es, no deducidos acerca de la vida de Zósimo, aparecen paradójicamente repetidos; el primero figura en el encabezamiento del manuscrito que ha transmitido la Nueva Historia (Codex Vaticanus Graecus 156) , el segundo se infiere fácilmente de una lectura, aunque sea superficial de la obra. La reconstrucción de la biografía de Zósimo debe proceder, pues, a partir de la información recabable de su composición, una información siempre indirecta y deducida, ya que el autor no habla nunca de sus circunstancias biográficas.

La fecha de redacción de la Nueva Historia , y por tanto la época en que vivió Zósimo, está firmemente enmarcada entre dos topes cronológicos. Una cita (en V 7, 1) de Olimpiodoro de Tebas, cuya obra histórica se extendía hasta el 425, suministra el término post quem , mientras que el ante quem viene dado por la mención de Zósimo en la Historia Eclesiástica (V 24) de Evagrio Escolástico, terminada en el 592-594 1 . El ámbito temporal que resulta de ello (424-592-4) puede estrecharse considerablemente sin salir de los márgenes que proporcionan conjeturas muy fiables. En el pasaje citado Evagrio habla de Zósimo como fuente del historiador Eustacio de Epifanía, quien había dejado inconclusa su obra de forma que ésta llegaba sólo hasta el 502 2 . Según la preceptiva historiográfica bizantina, las composiciones históricas nunca debían tratar el reinado del emperador bajo el que aparecían; debe deducirse, pues, que si Eustacio trató el año 502, perteneciente al mandato de Atanasio I (491-518), su obra se publicó con posterioridad a dicho emperador, siendo el reinado de Justino I (518-527) el momento en que con más probabilidad cabe ubicar tal publicación: así la utilización de Zósimo por parte de Eustacio implica que la Nueva Historia circularía con anterioridad al 518-27. Por otra parte, cuando Zósimo trata, en II 38, de las innovaciones fiscales debidas a Constantino —el crisárguiro, la fijación del munus distribuido por los pretores al tomar posesión de su cargo y el follis —, la secuencia del texto parece indicar que todas estas imposiciones habían sido abolidas en el momento en que se compuso la Nueva Historia , lo cual data tal composición con posterioridad a mayo del 498, fecha de supresión del crisárguiro, la última de las tres cargas en ser abolida 3 ; en apoyo de ello se ha hecho notar que para Zósimo habría sido peligroso hablar, como lo hace, en términos denigratorios de contribuciones vigentes en su propia época 4 , y que además la supresión del crisárguiro fue sumamente celebrada por la publicística contemporánea, dándose el caso de que determinadas composiciones utilizan, al comentar este evento, vocablos y expresiones similares a las que áparecen en Zósimo 5 . El 498 y el 518-27 aparecen, por tanto, como términos entre los que, con un muy razonable grado de probabilidad, cabe situar la composición de la Nueva Historia . Si se acepta tal datación resultan comprensibles, finalmente, determinados rasgos de la obra a través de los cuales ésta reflejaría ciertas cuestiones particularmente vivas en su época 6 ; así la estrambótica afirmación de I 6, 1, según la cual la introducción de la pantomima fue causa principal de la decadencia del Imperio Romano, se explicaría como reflejo de los desórdenes que en el año 500 se produjeron en Constantinopla con motivo de la Brytae , fiesta pagana que incluía danzas pantomímicas de origen cultual 7 ; y la especial atención dispensada en la Nueva Historia a los isauros 8 constituiría un eco de la importancia que adquiere la cuestión isaura en la segunda mitad del siglo V .

Un segundo dato recabable de la obra es que Zósimo debió o ser originario de Constantinopla o haber residido en ella una parte de su vida, pues sólo así se explica la descripción de la ciudad contenida en II 30, 2-31, 3, descripción con toda probabilidad no retrotraíble a la fuente de ese pasaje, Eunapio 9 . Por lo demás, rasgos expresivos respecto a la personalidad pueden extraerse de su condición de cómite y antiguo abogado del fisco y de su acendrado paganismo.

Durante el Imperio tardío la profesión jurídica era entendida como un servicio público sometido a la tutela del Estado; todos los abogados debían inscribirse en la lista de un palacio de justicia determinado, lista sujeta a los límites de un numerus clausus . En principio el ejercicio de la abogacía no exigía ninguna preparación especial, pero los que se dedicaban a ella habían asistido usualmente a los cursos de retórica que representaban la forma habitual de educación superior 10 . Los abogados del fisco —a quienes competía la defensa ante los tribunales de los bienes del Estado y del emperador— se reclutaban entre los abogados en ejercicio según un procedimiento que implicaba el acceso al cargo sólo a edad bastante avanzada, pues el aspirante debía inscribir su nombre en un registro donde permanecía, progresando cada año un grado en el escalafón, hasta que se produjese una vacante 11 . En cuanto al título de cómite, la comitiva entendida como título honorífico, dispensado a quien ya ocupaba un cargo, se remonta a Constantino, teniendo desde sus orígenes una amplia difusión; otorgado con carácter de recompensa tanto a senadores como a otros ciudadanos, se dividía en tres grados, los comites primi, secundi et tertii ordinis , sin que sepamos a cuál de ellos correspondió la comitiva que ostentaba Zósimo —teóricamente los advocatì fisci de las cortes de justicia superiores podían acceder a la comitiva del primer grado, título que por su asimilación a los grados más altos del orden senatorial gozaba de cierto prestigio 12 —.

De todo ello cabe deducir que Zósimo poseyó una formación retórica —punto este corroborado por los ecos de Heródoto, Tucídides, Eurípides, Jenofonte y Demóstenes que se hallan en la Nueva Historia 13 — y que llegó a desempeñar cargos de alguna importancia. Dicho desempeño choca con su militancia pagana, pues si bien hasta el reinado de Justino I los paganos gozaron, en la práctica, de un alto grado de tolerancia, la profesión abierta de paganismo no sería recomendable para un funcionario que ocupara un puesto de relieve —de hecho una disposición imperial del 468 vedaba a los partidarios de la antigua religión el ejercicio de la abogacía 14 — y máxime cuando se trataba de un paganismo virulento como el de Zósimo, que vinculaba la decadencia del imperio al abandono del culto tradicional. Es probable, por ello, que Zósimo cultivase sus creencias en secreto, y lo es más aún que la Nueva Historia fuese publicada sólo tras su muerte 15 , posibilidad esta que cabe relacionar con el hecho de que la obra, según todos los indicios, no haya sido acabada.

Han habido varios intentos de relacionar al autor de la Nueva Historia con otros Zósimos de los que nos han llegado noticias por fuentes diversas: el Zósimo de Gaza o Ascalona del que habla la Suda, el mencionado por Cedreno, el presunto autor de una vida de Demóstenes o el discípulo de Procopio de Gaza 16 . Sin embargo, de todas las discusiones desarrolladas en torno a este punto pueden extraerse sólo suposiciones más o menos verosímiles, nunca afirmaciones definitivas 17 .

Contenido de la «Nueva Historia»

Tras unos capítulos iniciales en los que el autor declara sus intenciones, expone los principios de su filosofía histórica y efectúa un recorrido a vuelo de pájaro sobre el período correspondiente a Grecia y a la Roma republicana (capítulos 1-5), la Nueva Historia entra en lo que constituye su tema propio: la historia de la Roma Imperial. Si inicialmente el relato apenas es algo más que una simple enumeración de los sucesivos emperadores, a partir de Septimio Severo (cap. 8) la narración comienza a ser más pausada. Una nueva ralentización se produce en los caps. 14-22, dedicados al período que va desde los Gordianos a Filipo el Árabe. Finalmente, al llegar al cap. 23 la exposición se hace aún más morosa, de suerte que a partir de este momento Zósimo constituye una fuente importante para la turbulenta y mal conocida historia de la segunda mitad del siglo III . Al final del cap. 71, que concluye el relato del reinado de Probo (muerto en el 282), el texto ofrece una laguna provocada por la desaparición del cuarto quaternio del Vat. Graec . 156, manuscrito del que depende toda la tradición de la Nueva Historia ; la narración prosigue sólo en el 305, año de la abdicación de Diocleciano, tras una digresión sobre los Juegos Seculares situada ya en el libro II. La laguna en cuestión abarca, por tanto, el relato correspondiente a 23 años.

La digresión sobre los Juegos Seculares (caps. 1-7) constituye para nosotros el inicio del libro II, libro que se halla dividido en tres partes. La primera cuenta las luchas de Constantino hasta su instalación en el trono como soberano único (caps. 8-28); después de un capítulo que expone la conversión al cristianismo de este monarca, Zósimo entra en la segunda parte, donde trata, sometiéndolas a una malevolente crítica, las reformas administrativas y militares de Constantino (caps. 30-38); tras mencionar la muerte del monarca y narrar sumariamente los sucesos acaecidos desde ésta al 350 (caps. 39-41), la Nueva Historia se demora en el relato de la usurpación de Magnencio (caps. 42-54) y finaliza con un capítulo dedicado a la muerte del césar Galo.

El libro III se centra en Juliano, y sólo en tanto que se relaciona con él es mencionado Constancio. Después de narrar el ascenso de Juliano al cesarato (caps. 1-2), sus gestas en Galia (caps. 3-8) y su alzamieno contra Constancio e instalación en el trono (caps. 9-11), Zósimo inicia una detallada exposición de la expedición persa de Juliano: 23 caps. (del 12 al 34) se dedican a este episodio —cuya duración fue de unos cuatro meses (de principios de marzo a principios de julio del 363, cuando se firmó la paz con los persas)— y sus consecuencias. Los dos últimos caps. refieren la muerte de Joviano (en el 364) y la subsiguiente elección de Valentiniano.

La primera parte del libro IV (caps. 1-24) se dedica al reinado de Valentiniano y Valente, resultando favorecido este último, a cuya victoria sobre Procopio (caps. 4-8) y muerte en guerra contra los godos (caps. 20-24) se dedica especial atención. La segunda parte está dominada por Teodosio; las usurpaciones de Máximo (caps. 35-37 y 42-47) y Eugenio (caps. 52-58) así como las luchas y acuerdos con los godos son los asuntos que más detalladamente se tratan. La muerte de Teodosio concluye el libro.

Los sucesos comprendidos entre el 395 y el 409 constituyen la materia del libro V, cuyos primeros 25 capítulos están consagrados casi en exclusiva al Oriente; intrigas de la corte bizantina, rebelión de Gaínas y turbulencias producidas en Constantinopla alrededor de la figura de Juan Crisóstomo son los temas principies del relato. A partir del capítulo 26, el texto de la Nueva Historia sufre un brusco cambio: en primer lugar trata exclusivamente los asuntos del Oeste; en segundo lugar narra dichos asuntos sólo desde el 406-7, con lo que se silencian los sucesos correspondientes a diez años de historia occidental; finalmente varían los juicios del historiador sobre determinados personajes —en concreto Estilicón, hostilmente tratado en la parte anterior del relato, es mirado ahora con simpatía—y el estilo historiográfico mismo —se presta más atención, por ejemplo, a fechas y datos numéricos—. Esta última parte expone primero los sucesos que rodearon la muerte de Estilicón (caps. 26-35) y a continuación las guerras de Alarico en Italia hasta el otoño del 409 (caps. 36-51).

El libro VI comienza relatando, en una especie de salto cronológico hacia atrás, los orígenes de la usurpación de Constantino III (caps. 1-5). A continuación se reanuda la exposición de las guerras de Alarico en Italia. El libro finaliza súbitamente poco antes del saco de Roma por Alarico (24 de agosto del 410), tras sólo 13 capítulos.

Una descripción, aun sumaria como la presente, del contenido de la Nueva Historia pone en evidencia determinadas peculiaridades explicables únicamente cuando se considera la preceptiva historiográfica que sigue Zósimo, el debate ideológico en que se desenvuelve su obra y las circunstancias que rodearon el nacimiento de ésta. El contenido de la Nueva Historia es peculiar, primero, en tanto que limitado. Zósimo consagra su exposición ante todo a los asuntos políticos y militares; prácticamente sólo otros dos temas —reformas administrativas y oráculos o prodigios relacionados con el rumbo de los acontecimientos políticos— aparecen junto a éste, siendo además objeto de una atención mucho menor. Parcelas vitales para la época tratada —piénsese, por ejemplo, en las luchas religiosas— no encuentran cabida en la obra. Esta restricción temática es imputable a la tradición historiográfica en que se mueve Zósimo, la de la historiografía clasicista de la Antigüedad tardía; los presupuestos de dicha tradición imponían, en efecto, no sólo unos moldes formales (empleo de un estilo arcaizante que prohibía la aparición de términos y expresiones no presentes en la prosa de los modelos clásicos), sino también una limitación en el contenido por la que únicamente determinadas parcelas de la realidad —aquellas que habían sido tratadas por los grandes maestros del pasado— se consideraban dignas de admisión en el relato del historiador. Zósimo, pues, se inscribe en una tradición historiográfica cuya preceptiva actúa como un filtro colocado entre la composición histórica y la realidad, de tal manera que el peso de la tradición es el primer factor que moldea el contenido de la Nueva Historia 18 .

Una segunda peculiaridad se refiere al empleo, a lo largo de la Nueva Historia , de diferentes escalas narrativas. Conforme al procedimiento usual en los historiadores clásicos, Zósimo va ralentizando el relato a medida que avanza su composición, de suerte que la exposición se hace tanto más pormenorizada cuanto más se aproxima a la época del autor. Sin embargo, esta progresión se ve rota en el libro III, cuya escala narrativa es mucho más detallada —en una proporción de 10 a 4— que la empleada en los dos últimos libros 19 . Puesto que Juliano es una figura clave en la polémica política y religiosa desarrollada a finales del siglo IV y principios del V , la preeminencia otorgada a su figura por Zósimo delata cómo la Nueva Historia se instala en el seno de esta polémica. Por otra parte, dentro del libro III mismo la escala narrativa muestra considerables desigualdades: de los 29 capítulos durante los cuales Juliano domina la exposición, 11 encierran el período que va desde finales del 355 (Juliano proclamado césar) a marzo del 363 (inicio de la expedición persa), mientras que a la expedición persa, de una duración inferior a cuatro meses, se dedican 18 capítulos. Zósimo parece justificar esta anomalía cuando aduce (en III 2, 4) que las múltiples composiciones existentes acerca de la vida de Juliano le dispensan de extenderse en sus gestas. Tal justificación puede aclarar la brevedad con que se tratan los restantes capítulos de la biografía del Emperador, pero no explica la desproporcionada atención que se presta a la expedición persa, pues sabemos que precisamente ésta constituyó un suceso muy discutido y fue objeto, en consecuencia, de gran número de exposiciones 20 . Más bien debe pensarse que la desproporción comentada —una desproporción en la que Zósimo no está solo: sin ir más lejos Amiano dedica tres libros al mismo episodio— se debe a que la empresa en cuestión constituyó uno de los puntos más polémicos del reinado de Juliano: no sólo por la muerte en ella del Monarca —con su secuela de acusaciones paganas y refutaciones cristianas— sino también por el debate, abierto ya en vida de Juliano, en torno a su conveniencia y operatividad, un debate que además de enfrentar a paganos y cristianos promovió importantes divisiones en el seno del paganismo 21 . La preeminencia otorgada a oráculos y prodigios anunciadores del curso de los sucesos revela, por lo demás, el peso y la importancia que ostenta el elemento religioso dentro de la Nueva Historia .

El giro observable en el libro V señala otra importante característica de la Nueva Historia ; la explicación usual aclara dicho giro como resultado de una variación en la fuente utilizada por Zósimo: si hasta V 26 (con la probable excepción de I 1-46) Eunapio de Sardes constituye la fuente básica de la Nueva Historia , a partir de ahora es Olimpiodoro de Tebas quien cumple tal papel. Olimpiodoro centraba su obra en los asuntos de Occidente; la comenzaba en el 406-7; poseía un estilo historiográfico propio, que incluía una mayor preocupación por las fechas y los datos numéricos; y mantenía unos puntos de vista singulares —y en todo caso diferentes de los de Eunapio— sobre la política occidental 22 . Tales peculiaridades quedarían reflejadas en el triple hiato (geográfico, cronológico e historiográfico) del libro V, que incorpora una serie de características propias del nuevo autor. Esta explicación, cuya exactitud no parece dudosa, implica que Zósimo cambia su estilo, su temática e incluso sus juicios cuando cambia de fuente; ello patentiza un rasgo que hay que tener en cuenta al valorar la Nueva Historia : la enorme, la incluso servil dependencia de Zósimo respecto a sus fuentes.

El abrupto final del libro VI constituye otro de los rasgos cuya elucidación aclara determinados aspectos de la Nueva Historia . Ésta finaliza en un punto temporal que no es el esperado, ya que en él no se produce ningún acontecimiento que complete o marque la meta de la narración anterior; ese final contradice, además, el proceder usual de los historiadores de la época, quienes acostumbran a prorrogar la composición hasta el predecesor de aquel monarca bajo cuyo reinado se publica la obra 23 ; los múltiples errores, confusiones y oscuridades que ofrece el libro VI evidencian, por último, la ausencia de una redacción definitiva 24 . La conclusión lógica es que la Nueva Historia no ha sido acabada, lo cual parece apoyar la hipótesis de Mendelssohn referente a una publicación póstuma de la obra y a la clandestinidad que debió rodear su nacimiento.

Una última peculiaridad viene indicada por la atención que Zósimo dispensa a las reformas administrativas. Tales reformas pueden formar parte del repertorio de materias que maneja la historiografía clásica; pero raramente obtienen en ésta la preeminencia alcanzada en la Nueva Historia , una preeminencia a medir no sólo por el espacio físico que ocupa el tema dentro del texto, sino también por la operatividad del mismo en la estructura de la obra: de hecho las reformas administrativas constituyen una herramienta básica para devaluar el reinado de aquellos emperadores a los que Zósimo es hostil, pero cuya figura está rodeada de prestigio en la mayor parte de la tradición historiográfica (es el caso, especialmente, de Constantino I y Teodosio I). Evidentemente, ello conecta con el hecho de que Zósimo fuese abogado; de ninguna manera, sin embargo, puede reducirse a simple eco de una circunstancia biográfica individual. Como indica la compilación de los códigos de Teodosio II y Justiniano, durante los siglos V y VI el derecho y la cuestión jurídica en general adquieren gran importancia. La dimensión y difusión que cobran las cuestiones legales parece quedar reflejada en un aspecto concreto de la producción historiográfica contemporánea: gran parte de los historiadores activos durante ambos siglos fueron juristas o, al menos, tuvieron una formación jurídica 25 . Zósimo es, por tanto, sólo uno más entre los historiadores que en dicho período ejercieron la profesión de abogado o se relacionaron íntimamente con ella. Vistas las cosas a la luz de este dato, el relieve que adquieren los asuntos administrativos en la Nueva Historia puede intepretarse como efecto de la presencia viva y pujante de un tema candente en la época durante la cual fue compuesta la obra.

Fuentes de la «Nueva Historia»

Punto de partida para el estudio de las fuentes de Zósimo es la afirmación que hace Focio en su noticia sobre el historiador:

Se diría que éste [Zósimo] no ha escrito una historia, sino transcrito la de Eunapio, difiriendo sólo en la brevedad y en que no denigra, como hace aquél, a Estilicón 26 .

La afirmación de Focio debe corregirse, de entrada, en dos puntos: dado que la Historia de Eunapio comenzaba en el 270 y concluía en el 404, esta obra no puede estar ni tras la exposición de la Nueva Historia anterior a I 47, pues sólo aquí se alcanza el 270, ni tras la posterior a V 25, cuando se rebasa el 404. Respecto a lo segundo, ya se ha visto cuál es la solución unánimemente aceptada: la ruptura del libro V, que marca la incorporación al relato de una nueva disposición, la de Olimpiodoro, y el parecido general con los fragmentos de Olimpiodoro patente desde el punto de ruptura señalan a este autor como fuente de la última parte de la obra. Más difícil es contestar el interrogante que plantea la primera corrección.

Puesto que Eunapio presenta su obra como una continuación de la Crónica de Dexipo —historiador del siglo III a quien se deben dos obras, Crónica y Escíticas , además de una historia de los Diádocos que constituía un resumen de la composición dedicada al mismo tema por Arriano 27 — inicialmente se llegó a la conclusión de que el mismo Dexipo sería fuente de Zósimo I 1-46 28 . Dada, sin embargo, la existencia de discrepancias entre la Nueva Historia y determinados pasajes de la Historia Augusta procedentes de Dexipo, se supuso posteriormente que Zósimo manejaba además de Dexipo una segunda fuente no identificada 29 . En 1887, Mendelssohn se incorporó al debate introduciendo un argumento importante no sólo para el esclarecimiento del problema en cuestión, sino también por su significa do respecto al proceso de elaboración de la Nueva Historia . Según Mendelssohn, la posibilidad de que Zósimo se haya servido para I 1-46 de dos fuentes viene excluida por los límites mismos que impone el método de contaminación de este autor. Las características generales de la Nueva Historia indican, en efecto, que su autor se ciñe a una fuente única; de ella puede apartarse —y de hecho se aparta en ocasiones— para interpolar pasajes enteros de otra composición, pero lo que nunca hace Zósimo es entretejer en una narración única y continua datos procedentes de obras diversas. Como en I 1-46 no hay señales de sutura, debe suponerse que dicha sección maneja una sola fuente. Tal fuente sería inidentificable, pero las divergencias con la Crónica de Dexipo eliminan esta obra, a la par que las coincidencias entre Nueva Historia I 1-46, de un lado, y el relato que ofrece el continuador anónimo de Casio Dión, Pedro Patricio y Zonaras, de otro, apuntan a un texto común para todos ellos, texto cuya fuente sería no la Crónica de Dexipo, sino las Escíticas del mismo autor 30 . El debate prosiguió con posterioridad a Mendelssohn, pero sin que se aportaran nuevos datos de interés 31 , y los estudios más recientes se limitan a exponer la cuestión para concluir reconociendo la imposibilidad de solucionar el problema por falta de datos 32 . Sólo en fecha reciente Baldini ha expuesto una hipótesis original: puesto que Eunapio publicó dos ediciones de su Historia 33 y únicamente respecto a la segunda sabemos con certeza que comenzaba en el 270, cabe suponer que Nueva Historia I 1-46 tiene como fuente no la segunda edición de la obra —la habitualmente utilizada por Zósimo— sino la primera 34 .

El argumento de Mendelssohn concerniente al método de contaminación empleado por Zósimo ha alcanzado una especial fortuna, pues las continuas confusiones y errores en que incurre la Nueva Historia delatan un proceso de elaboración apresurado y poco cuidadoso, contrario, por tanto, al lento trabajo de acoplamiento, reflexión y cotejo que exige la contaminación de varias fuentes en una narración continua. Ante lo cual, y con el apoyo que proporciona la afirmación de Focio, gran parte de la investigación actual piensa que Zósimo utiliza —excepto, evidentemente, para el principio y el final de la obra— una sola fuente, la segunda edición de la Historia de Eunapio 35 . Ahora bien, las características de Eunapio son tales que, de alguna manera, su presencia tras determinados pasajes de la Nueva Historia resulta difícil de aceptar. Eunapio era un rétor, y su obra histórica ostentaba los rasgos propios de la historiografía retórica: predominio de lo anecdótico y novelesco, presencia de un lenguaje florido y efectista (cuyos despliegues pretenden con frecuencia ocultar una gran pobreza en el análisis y la exposición de datos), interés más por las actitudes moralmente consideradas que por las acciones examinadas racionalmente y, en suma, falta de precisión general en el tratamiento 36 . Así pues, aquellas partes de la Nueva Historia donde resaltan cualidades contrarias a éstas no deben, aparentemente, proceder de Eunapio. Una de esas partes sería la digresión sobre los Juegos Seculares que abre el libro II; puesto que en ella abundan las precisiones cronológicas, lo cual no sólo desentona con el estilo general de Eunapio, sino que va en contra del interés por la cronología que explícitamente manifiesta este historiador 37 , se ha concluido un origen no eunapiano para el fragmento en cuestión, siendo Flegón de Tralles el autor a quien más usualmente se contempla como fuente alternativa 38 . Otra de tales secciones sería aquella del libro tercero que narra la expedición persa de Juliano, el esclarecimiento de cuyas fuentes ha constituido uno de los capítulos mayores de la investigación sobre Zósimo.

Mendelssohn, autor de una teoría muy difundida sobre esta cuestión, maneja tres argumentos contra la procedencia eunapiana del relato de la expedición persa. En primer lugar la exposición de Zósimo presenta grandes similitudes con la de Amiano; y al comparar la versión de Zósimo/Amiano con los fragmentos de Eunapio concernientes al mismo episodio se observan respecto a Amiano sólo divergencias, respecto a Zósimo/Amiano conjuntamente omisiones en tanto que los últimos no incluyen desarrollos presentes en los fragmentos eunapianos; debe concluirse, pues, que Zósimo/Amiano dependen de una fuente de la que no participa Eunapio 39 . En segundo lugar el mismo Zósimo se refiere, en III 2, 4, al cambio de fuentes efectuado; el pasaje en cuestión dice así:

Las cosas que a partir de entonces y hasta el final de su vida llevó a cabo Juliano, las han registrado historiadores y poetas en libros muy voluminosos, aún cuando ninguno de los que se han ocupado del tema alcance la altura que merece su materia. Por otra parte, quien lo quiera puede enterarse de todo acudiendo a los discursos y cartas de Juliano, con cuya ayuda es como mejor pueden comprenderse sus gestas a lo largo de toda la ecumene. Como además es conveniente no romper la disposición de nuestra historia, narraremos por nuestra parte cada cosa en su debido lugar, atendiendo especialmente a cuanto los demás parecen haber omitido.

Según Mendelssohn, la expresión «los demás» contenida al final del pasaje debe entenderse como referida a Eunapio 40 . En tercer lugar, los fragmentos parecen indicar que la exposición eunapiana de la expedición persa incurría con especial énfasis en aquellos defectos de superficialidad, anecdotismo e incluso distorsión de la verdad propias de su visión retórica de la historia; en cambio Zósimo ofrece un relato ceñido a los hechos y sobrio; su exposición no puede, por tanto, venir de Eunapio. Es más, si los fragmentos de este autor delatan una exacerbación de las debilidades historiogáficas eunapianas en la parte de la obra referida a la expedición persa, cabe concluir que fue esa exacerbación lo que indujo a Zósimo a desecharlo como fuente para dicho episodio 41 .

La conclusión a que llega Mendelssohn —Zósimo utilizaría como fuente para la invasión de Persia al historiador Magno de Carras— no es idéntica a la que sostienen otros partidarios de una procedencia no eunapiana para esta sección 42 ; pero en su teoría quedan compendiados, de alguna manera, el conjunto de argumentos utilizados por dichos autores. Pues bien, ninguno de estos argumentos es terminante. Respecto a las diferencias de contenido y estilo —argumentos primero y tercero— debe decirse que conservamos sólo cinco fragmentos del relato eunapiano de la expedición persa 43 , cuya pobreza, además, no permite conjeturas mínimamente pormenorizadas sobre el carácter de ese relato; en principio nada se opone a que Zósimo haya utilizado a Eunapio, pues las diferencias existentes entre ambos autores revelan únicamente que el primero omite desarrollos contenidos en el segundo, y de ello pueden extraerse sólo argumentos e silentio de escasa o nula capacidad probatoria. El testimonio de Focio, según el cual la Nueva Historia difiere de la obra de Eunapio sólo por la brevedad, autoriza a pensar que el proceder usual de Zósimo habría sido el de extraer de una exposición colorida, pintoresca y verbosa un relato despojado y enjuto: éste sería también el caso de la expedición persa, con lo que las diferencias aludidas se explican sin tener que recurrir a un cambio de fuente. En relación al segundo argumento —las palabras con que Zósimo presenta su tratamiento de Juliano— cabe decir lo siguiente: ciertamente mediante estas palabras el autor singulariza su relato y marca distancias respecto a otras composiciones centradas en el mismo tema; pero es gratuíto suponer que el párrafo alude a un cambio de fuente, pues también cabe pensar que es la dificultad de la materia a tratar lo que aquí se indica. Juliano, en efecto, era una figura difícil, y ello no sólo para los tratadistas cristianos, sino también para los paganos; en su carrera convivían realizaciones cuyo mérito no parecía dudoso —las llevadas a cabo en Galia durante su mandato como césar— con decisiones sometidas a fuerte debate. En concreto, determinadas medidas adoptadas tras su instalación en el trono como único soberano —especialmente aquéllas referidas a la vida religiosa—, así como las ideas políticas y filosóficas subyacentes a esas medidas —su paganismo militante, su activismo político, su actitud frente a las teorías legitimadoras del poder, incluso su belicismo frente al Imperio Persa— despertaron reservas en casi todos los sectores del paganismo 44 . Así pues, si por un lado aparecía como el campeón de la religión tradicional frente a los cristianos, por otro su reinado no contaba con una aprobación generalizada entre los círculos paganos, y el fracaso que significó su muerte en el campo de batalla no hizo sino confirmar la creencia de que, por la razón que fuese, tampoco las fuerzas divinas secundaron su empresa. A la luz de esta dificultad intrínseca al tratamiento de Juliano debe interpretarse la disposición del libro III. En él se mantienen para la parte del reinado de Juliano no sometida a discusión los parámetros expositivos usuales en el resto de la obra, tanto en lo tocante a extensión (12 capítulos para 4 años) como en lo referente al contenido (se tratan las gestas militares de Juliano y sus medidas políticas y administrativas, mencionándose, asimismo, sus creencias religiosas). En cambio, al entrar en los capítulos más polémicos de la biografía del Emperador, Zósimo reacciona acentuando el carácter pragmático de su composición; de aquí que apenas se toquen las reformas administrativas de Juliano —en contraste no sólo con autores como Amiano o Libanio, sino también con el proceder del mismo Zósimo para otros emperadores 45 —; que no se hable de sus creencias religiosas —frente a lo que ocurre con Constantino, a cuya conversión al cristianismo dedica Zósimo un capítulo—; y que la narración se concentre en un relato de la expedición persa pormenorizado pero estrictamente ceñido a los aspectos militares y estratégicos. La disposición del libro III revela así un acercamiento cauteloso a la figura de Juliano. A esa cautela aluden las palabras con que Zósimo presenta su tratamiento del Emperador 46 , como alude igualmente el párrafo que inicia el relato de la expedición persa (III 12, 1):

Cuando ya finalizaba el invierno concentró su ejército y, después de enviarlo por delante unidad por unidad y en buen orden, abandonó Antioquía, por más que las víctimas sacrificales no le fueran propicias: en razón de qué, aun sabiéndolo, lo pasaré en silencio.

Ningún dato, pues impone la hipótesis de un cambio de fuente para el libro III, aquel para el que más se ha postulado la necesidad de una sustitución de Eunapio por otro autor; y lo mismo puede decirse del resto de la Nueva Historia , excepción hecha, evidentemente, del principio y el final de la obra 47 . Otra cuestión es que se quiera conceder a Zósimo capacidad para combinar más de una fuente; los defectos y signos de apresuramiento observables en el texto de la Nueva Historia hacen poco probable este supuesto, al cual, sin embargo, concede crédito un importante sector de la investigación 48 . Sea ello cierto o no, resulta evidente que la fuente principal de Zósimo es Eunapio; y dado que ambos autores se caracterizan por ser los únicos historiadores paganos que profesan un anticristianismo expreso y abierto, surge inevitablemente la pregunta de hasta qué punto el planteamiento ideológico de la Nueva Historia está coloreado por la ideología religiosa y política de su fuente, Eunapio.

Concepción histórica de Zósimo

Zósimo expone sus objetivos como historiador y su visión de la historia en el capítulo inicial de la Nueva Historia . Un nuevo párrafo, en I 57, 1, viene a completar esta exposición. De ambas manifestaciones se deduce un planteamiento historiográfico sostenido por dos pilares: el propósito de constituirse en el Polibio de la decadencia romana (lo que implica no sólo centrar su obra en la ruina del Imperio, sino, en conformidad con la preceptiva histórica polibiana, tratar el tema pragmáticamente, esto es, remitiéndose a las pruebas que suministran los hechos mismos) y la visión de tal decadencia como resultado del abandono romano de la religión ancestral.

Basándose en ello, distintos autores han atribuido a Zósimo una visión de la historia fuertemente original, con una originalidad que radicaría, ante todo, en el proyecto, no rastreable en ningún otro historiador pagano, de plantear la crisis de Roma en términos religiosos. Dicho proyecto explicaría tanto la abundante presencia de elementos sobrenaturales en la Nueva Historia como la importancia concedida en ella a ciertos momentos históricos —por ejemplo, la conversión de Constantino al cristianismo (II 29) o la negativa de Teodosio a financiar con fondos estatales el culto pagano (IV 59)— caracterizados por marcar hitos significativos en el abandono del paganismo: concretamente F. Paschoud ha aislado hasta cinco de tales momentos que, conforme a su interpretación, representarían otros tantos puntos cardinales en el diseño ideológico de la obra 49 . A L. Cracco Ruggini se debe una hipótesis que ha tenido gran aceptación; según esta investigadora, Zósimo habría intentado realizar un proyecto idéntico, pero inverso al realizado por los autores de las Historias Eclesiásticas . El propósito de éstos, para quienes la historia constituía un ámbito saturado por las manifestaciones del poder de Dios, era el de presentar el curso de los acontecimientos como un proceso que culmina con la instalación en el trono del emperador cristiano, marca de ingreso en un estadio histórico superior; frente a lo cual Zósimo, tomando como modelo las mismas Historias Eclesiásticas, habría perseguido el objetivo contrario: probar cómo el abandono de la religión tradicional fue causa fundamental de la decadencia de Roma al producir una pérdida de la protección que hasta entonces los dioses habían dispensado al Imperio 50 . Habría, pues, una voluntad de innovación que se refleja en el título mismo de Nueva Historia ; efectivamente, el adjetivo nueva (néa) , resulta insólito en el repertorio de títulos historiográficos de la época clásica y tardía, y no puede tener el sentido de «reciente» o «contemporánea», puesto que la obra parte de Augusto y narra con detalle acontecimientos más de cien años anteriores al momento de su redacción: debe más bien pensarse que nea tiene aquí la acepción de «original» o «inusitada» 51 . Este mismo espíritu innovador estaría detrás de la crítica a la institución imperial contenida en I 5, pasaje que no encuentra paralelo en toda la historiografía grecorromana: si para los historiadores eclesiásticos la figura del Emperador, garante del imperio cristiano, compendia la forma de gobierno cumplida y perfecta, la crítica a la monarquía que lleva a cabo Zósimo intenta invalidar esta creencia mostrando cómo el sistema monárquico que posibilitó el triunfo del cristianismo constituye un régimen político altamente falible 52 . L. Cracco Ruggini acentúa además el carácter pragmático, factual de la obra de Zósimo. Dicho carácter factual, que contrasta fuertemente con el retoricismo de su fuente principal, Eunapio, y contrapesa la impronta religiosa de su planteamiento historiográfico, es una de las razones que llevan a la autora a postular para la Nueva Historia un valor y una originalidad mayores de las que usualmente se le atribuyen; pues estas cualidades —subrayadas con anterioridad especialmente por W. Goffart y Z. Petre— afectarían no sólo al diseño ideológico de la obra, sino también al enjuiciamiento de sucesos tratados 53 .

La visión de la Nueva Historia como un proyecto inverso al que aparece en las Historias Eclesiásticas ha alcanzado gran resonancia. Paschoud ha subrayado cómo una serie de rasgos que individualizan la Nueva Historia frente a otras producciones contemporáneas de la historiografía secular se explican a través de esta hipótesis; especialmente el hecho de que la obra de Zósimo comience formalmente con la Guerra de Troya paraleliza el procedimiento seguido por los cronógrafos cristianos, cuyas composiciones se inician si no con Adán y Eva, sí al menos con Abraham 54 . No obstante, ni este autor ni otros aceptan la idea de una originalidad de Zósimo que además de afectar al planteamiento historiográfico implique independencia en el enjuiciamiento de los sucesos y, por tanto, cierto grado de autonomía respecto a sus fuentes 55 . Por otra parte, distintos estudiosos han intentado determinar los estímulos ideológicos bajo cuyo incentivo gestó Zósimo el proyecto de su obra. Paschoud creyó ver el germen de tal proyecto en una desaparecida Historia adeversus christianos que habría sido fuente ya de Eunapio y en la cual se desarrollaría un concepto de la historia programáticamente anticristiano 56 . Otros autores han visto en sus ideas la impronta de círculos intelectuales vigentes bajo Anastasio; así Goffart, para quien la obra de Zósimo constituye una composición abierta a los problemas planteados durante el reinado de este emperador. Por su parte Baldini retrotrae el proyecto historiográfico de Zósimo al clima ideológico dominante en determinados sectores de la corte de Anastasio; la ideología expansionista y agresiva que acompañó a la reconquista justiniana habría aparecido, según Baldini, ya en tiempos de Zósimo, aunque en estas fechas una orientación pagana sustituiría al signo cristiano de tal ideología, y ese ambiente espiritual habría inspirado a Zósimo el programa de su obra 57 .

Al enjuiciar la concepción historiográfica de Zósimo resulta imprescindible partir de un dato central, el de que su obra se inscribe en la tradición de la llamada historiografía profana, secular o clasicista 58 ; pues si es cierto que la Nueva Historia se singulariza en el marco de dicha escuela por una serie de rasgos, también lo es que comparte con otras producciones de la misma corriente historiográfica determinadas particularidades. Únicamente cuando se aclare cuáles son esas similitudes y cuáles esas diferencias podrá obtenerse un juicio ponderado de la originalidad de la Nueva Historia y de la profundidad de su planteamiento historiográfico.

Si no todos, gran parte de los historiadores clasicistas que precedieron a Zósimo fueron paganos, pero en ninguno de ellos, salvo Eunapio, aparece el anticristianismo abierto y directo que se despliega en la Nueva Historia ; por el contrario, su ecuanimidad ante las distintas opciones religiosas es tal que la adscripción al paganismo o al cristianismo de más de uno de estos autores ha sido objeto de polémica 59 . Ello no quiere decir que lo religioso, o mejor, lo sobrenatural, esté ausente de sus composiciones: de hecho, los elementos sobrenaturales se presentan en éstas abundantemente, aunque con una presencia peculiar, fruto de la obediencia a la preceptiva historiográfica heredada. La limitación a lo político y lo militar constituye, en efecto, una herencia del planteamiento vigente en la historiografía pragmática. Para dicha corriente, cuyo representante más destacado es Polibio 60 , la composición histórica debe brindar una explicación racional de los sucesos tratados, lo cual implica la prohibición de recurrir, para dar cuenta del desarrollo de los acontecimientos, a factores racionalmente incontrolables como la divinidad o el azar. De aquí nace, por una parte, la limitación a las acciones políticas y militares, ya que desde la óptica del historiador pragmático tales acciones son las únicas que cabe aducir legítimamente cuando se trata de explicar el curso de los sucesos; y por otra la actitud ante la religión, una actitud que tiene como presupuesto no la exclusión de los fenómenos sobrenaturales —pues el relato histórico podía registrar la presencia de prodigios o portentos—, sino el precepto en virtud del cual las ideas religiosas no deben formar parte de los instrumentos de análisis utilizados por el historiador.

Los historiadores clasicistas se atienen en principio a la preceptiva de la historiografía pragmática. Lo sobrenatural, sin embargo, está presente en sus composiciones —donde alcanza una presencia mucho mayor que en los productos de la historiografía anterior— por medio de una serie de recursos laterales: menciones abundantes de la divinidad y apelaciones a fuerzas transcendentes que rigen el curso de la historia, inclusión de numerosos oráculos, portentos y hechos milagrosos, atribución ocasional de causas sobrenaturales a determinados fenómenos o empleo de expresiones cargadas de valores teológicos y religiosos 61 . Y es la incrustación de estos elementos en un relato que inicialmente se ocupa sólo de lo político y lo militar el factor que, en gran medida, confiere a las composiciones históricas de la Antigüedad tardía su peculiaridad. Resulta característico de dichas composiciones, en efecto, la convivencia de dos esquemas historiográficos distintos; uno de ellos, que impone el tratamiento pragmático de los sucesos, se conserva formalmente; otro, que apunta a una potencia transcendente como agente real de la historia, se insinúa a través de alusiones oblicuas.

La tensión entre programa pragmático y planteamiento religioso modela toda la obra de Zósimo, dando origen a algunos de sus rasgos más notables. La voluntad pragmática se manifiesta al principio mismo de la composición, donde la cita de Polibio declara el propósito de ceñirse a un planteamiento factual, y tal declaración se ve reforzada por los abundantes pasajes en que el autor remite a los hechos para probar la verdad de sus afirmaciones 62 . Sin embargo, el programa que así se anuncia entra en contradicción con la presencia de una visión providencialista de la historia que aduce factores de índole religiosa para explicar el curso de los acontecimientos, y especialmente de aquel acontecimiento cuya elucidación constituye el tema central de la obra, la decadencia de Roma 63 . Consecuencia general de esta situación es una pérdida de perspectiva —entendiendo por perspectiva el procedimiento que ordena y organiza el espacio mediante un análisis intelectual de las formas 64 — en la articulación del relato. La Nueva Historia carece de perspectiva en tanto que personajes y acciones parecen vistos a una distancia desde la que no se aprecian con nitidez sus contornos individuales; el empequeñecimiento de figuras y paisajes narrativos que resulta de ello es consecuencia directa de la contraposición entre gestas humanas y dictamen divino, pues tal contraposición arrastra forzosamente una disminución del ámbito humano; y, por tanto, es a la tensa convivencia en el interior de la obra de dos esquemas historiográficos contrapuestos —el pragmático y el providencialista— a lo que cabe achacar esa depreciación de la actuación humana conducente a un relato falto de racionalidad. En la práctica —y dejando aparte las explicaciones religiosas, de índole irracional— Zósimo dispone de un sólo principio para dar cuenta del curso de los sucesos: la apelación al carácter de los agentes históricos, esto es, del emperador o de aquellas personas que, por la razón que sea, tienen una participación en el poder. El carácter, además, tiende a aparecer como un dato moral no sujeto a análisis, y por ello su utilización tampoco redunda en una visión clara de los sucesos: de hecho los agentes históricos de la Nueva Historia se asemejan, en la medida en que están dotados de un carácter individual, a títeres cuya conducta reproduce mecánicamente los rasgos distintivos del personaje que representan.

La ausencia de racionalidad y perspectiva parece ser característica general a los historiadores clasicistas al menos hasta Procopio; pues en todos esos autores opera aquella misma tensión entre planteamientos historiográficos contrapuestos, una tensión que produce efectos equiparables o similares a los presentes en la Nueva Historia . A la hora de juzgar esta característica deben tenerse en cuenta, por otra parte, las diferencias existentes entre la historiografía clasicista y la propiamente clásica. En el planteamiento clásico la obra histórica se propone ante todo ofrecer paradigmas referenciales cara al enjuiciamiento de la vida pública e incluso cara a la actuación futura de los hombres públicos, y tal pretensión exige que se ponga en evidencia mediante un análisis intelectual la trama subyacente a las actuaciones tratadas; en cambio el fin perseguido por los historiadores clasicistas es descubrir mediante su relato la verdad de lo ocurrido, el signifieado auténtico de los acontecimientos expuestos 65 , y en el marco de este planteamiento lo importante no es el examen racional de los sucesos, sino su presentación como cumplimiento de un designio superior que no tiene por qué obedecer a lógica de la razón humana.

La Nueva Historia comparte, pues, una serie de características con otras composiciones de la historiografía secular. Es cierto, sin embargo, que la obra de Zósimo ostenta también rasgos —especialmente la presencia explícita de una teología histórica a cuyas exigencias se acomoda la disposición de toda la obra— más propios de las Historias Eclesiásticas que del modelo seguido por los historiadores clasicistas. Se hace así necesario trazar entre los distintos dominios historiográficos una línea de demarcación con referencia a la cual situar la Nueva Historia . Ahora bien, esta línea no puede venir trazada por la mera presencia de una visión religiosa de la historia, ya que, de acuerdo con las ideas expuestas, lo religioso tiene un papel considerable en toda la producción histórica de la época tardía, ya sea cristiana o pagana. En razón de ello parece más adecuado partir del siguiente planteamiento: en la Antigüedad tardía conviven, entre otros, dos géneros historiográficos, el de las Historias Eclesiásticas y el de la historiografía clasicista. Ciertamente el primero de ellos lleva la impronta cristiana, mientras que el segundo se mueve en la tradición historiográfica pagana; pero las diferencias entre ambos derivan no tanto de concepciones distintas del acontecer histórico cuanto de la obediencia a preceptivas literarias discrepantes: si para las Historias Eclesiásticas el tema lo constituye la voluntad divina como tema expreso de la historia, en las composiciones clasicistas las acciones humanas ocupan el centro de la narración, y las cuestiones teológicas, el tratamiento religioso del tema está en principio excluido, aunque de hecho la presencia de Dios se introduzca por medio de recursos laterales. En este sentido puede decirse que lo distintivo de las Historias Eclesiásticas es la aceptación de una teología explícita cuyos dictados guían el curso de la historia 66 , mientras que en el historiador clasicista el plan divino que subyace a los acontecimientos históricos se mantiene implícito, —aun constituyendo, en realidad, el centro innominado de la obra—.

Planteadas así las cosas, lo que distingue a la Nueva Historia es la ambigüedad, el carácter incompleto de sus planteamientos. Por un lado Zósimo parece seguir el modelo de las Historias Eclesiásticas en tanto que, de manera explícita, coloca su obra bajo un argumento de índole religiosa, la visión de la decadencia romana como producto del abandono de las creencias ancestrales. Por otra, este programa, este providencialismo inverso, está lejos de penetrar toda la composición, pues, frente a las promesas del capítulo inicial, a lo largo de ella se manifiesta un hiato no explicado entre acciones humanas y voluntad divina. El más claro ejemplo de ello lo suministra Juliano, quien pese a su piedad fracasa por motivos que el autor deja en silencio; igualmente quedan sin explicar las razones por las que los dioses dispensan su protección —una protección que incluso se manifiesta en oráculos 67 — a la ciudad de Constantinopla, fundación del impío Constantino y capital del Imperio cristiano 68 . Finalmente la concentración en los temas políticos y militares, el tono literario y elevado, la dignidad general de su estilo, parecen situar la Nueva Historia bajo el signo de un ideal estético e historiográfico ausente en las Historias Eclesiásticas .

Ante todo ello, la solución más lógica es la de considerar la Nueva Historia como una composición híbrida, producto de la contaminación de dos géneros, el de las Historias Eclesiásticas y la historiografía clasicista. A la hora de juzgar esta contaminación deberán tenerse en cuenta tres observaciones.

En primer lugar no hay por qué esforzarse en buscar un origen concreto a las ideas que sustentan el diseño teórico de la Nueva Historia ; en realidad, ya desde el siglo III , al menos, circulaban interpretaciones que achacaban a los cristianos la responsabilidad de los desastres recaídos sobre el Imperio 69 , por lo que la tesis que sustenta la obra de Zósimo supone el cumplimiento de una posibilidad teórica evidente, aunque, al parecer, hasta el momento no aplicada sistemáticamente en el terreno de la historiografía.

En segundo lugar, la obra de los historiadores clasicistas, en el tramo que va de Amiano a Zósimo, está dominada por un delicado equilibrio entre paragmatismo e interpretación religiosa; sólo dos autores, Eunapio y el mismo Zósimo, rompen este equilibrio mediante la introducción de argumentos abiertamente anticristianos. Ambos autores se singularizan, además, por carecer de la experiencia política y militar que parecen haber poseído Amiano, Olimpiodoro, Prisco y Maleo. Estos últimos concibieron su obra, conforme a la más pura tradición clásica, como deposiciones testimoniales de hombres que habían estado especialmente próximos a los asuntos narrados o incluso que habían participado en ellos 70 ; en cambio Eunapio y Zósimo ocuparon una posición más marginal en la vida pública de su tiempo y se sitúan más lejos de los asuntos que tratan: el importante papel asignado a la religión en su obra puede así explicarse como resultado de un esfuerzo por suplir cualidades ausentes, esto es, como expediente destinado a sustituir la vivacidad y el interés propios del relato debido al hombre de acción que narra aquello que ha vivido o, al menos, aquello que ha indagado de testigos presenciales, sustitución tanto más necesaria cuanto que dichas cualidades constituían, de acuerdo con la preceptiva clásica, uno de los ingredientes esenciales de la composición histórica 71 .

Con la mezcla de géneros —o, más exactamente, con el proceder mecánico e irreflexivo adoptado por Zósimo al efectuar dicha mezcla— se relaciona, finalmente, una característica central de la Nueva Historia , su falta de claridad expositiva. El carácter confuso de su relato, su torpeza en la presentación de las distintas situaciones hacen de Zósimo uno de los historiadores griegos peor considerados —si no el peor— por la crítica moderna 72 . Tales defectos se deben, en gran medida, a la ausencia en su obra de un ingrediente básico para el relato obediente a la preceptiva de la historiografía clásica, la secuencialidad. Los grandes modelos de la historiografía pragmática griega, Tucídides y Polibio, compusieron historias fundamentalmente narrativas, esto es, composiciones integradas por afirmaciones factuales entre las que media una relación resultativa: cada uno de los hechos que se enuncian se sostiene en otro, y el conjunto aparece como una red de unidades enunciativas cohesionadas entre sí 73 . Esta propiedad, que cabe llamar secuencialidad, se mantiene, al menos para el período que va desde finales del siglo IV hasta Procopio, en los más apreciables historiadores clasicistas (Amiano, Olimpiodoro, Procopio mismo). Ciertamente la trabazón entre las unidades del relato se efectúa ahora de manera distinta a como se hacía en los modelos clásicos: en éstos —en Tucídides y Polibio— el análisis de las razones que guían a los sujetos actuantes, la reconstrucción de los cálculos mentales que dictaron su conducta a políticos y generales constituye el elemento cohesivo fundamental 74 ; para los historiadores clasicistas, en cambio, el carácter de los agentes históricos —un carácter que no se analiza, sino que se presenta como algo dado— proporciona el factor básico de ligazón entre las unidades narrativas 75 . Pero si se salva esa diferencia puede percibirse una línea de continuidad entre la historiografía clásica y la clasicista, pues ambas guardan la secuencialidad, la cohesión narrativa gracias a la cual el historiador mantiene el control del relato. Tal propiedad, sin embargo, está ausente en la obra de Zósimo, donde resulta característico un tipo de exposición que no conecta los hechos entre sí o los conecta mediante observaciones tan vagas, tan generales y tan sumarias que su efecto cohesivo es prácticamente nulo 76 . Para entender plenamente esta singularidad de la Nueva Historia debe tenerse en cuenta que, al colocar su obra bajo el signo de una teología explícita, Zósimo altera de forma esencial el planteamiento historiográfico del que parten historiadores clásicos y clasicistas; tanto unos como otros, en efecto, contemplan los acontecimientos desde una perspectiva humana, para la cual lo importante es que los hechos se sustenten y expliquen unos a otros, sin necesidad de hacer intervenir factores transcedentes a la actuación misma del hombre 77 : de aquí el imperativo de secuencialidad. En cambio, cuando la historia se presenta bajo una perspectiva teológica y providencialista —como hacen Zósimo y los autores de Historias Eclesiásticas — la exposición secuencial resulta seriamente obstaculizada; para tal perspectiva el rumbo de los sucesos humanos está determinado por una providencia que en definitiva es responsable de cuanto ocurre, y la pretensión de subrayar el plan divino que subyace a la historia o la procedencia divina de las vicisitudes mundanas conduce a insistir no en la trabazón de los hechos, no en su interconexión, sino en su dependencia de un agente suprahumano: el curso de la historia aparece así como una serie de eventos nacidos de una decisión superior y que, consecuentemente, no brotan unos de otros ni se explican por su mutua cohesión. De esta manera cabe concluir que el diseño teológico utilizado por Zósimo y la perspectiva transcedente que dicho diseño impone es el factor que priva a la Nueva Historia de secuencialidad y, por tanto, es el factor responsable de la falta de claridad dominante en su exposición.

Ciertamente a dicha falta de claridad deben haber contribuido factores de otra índole —como el apresuramiento o la falta de elaboración—; pero también para este proceder cabe buscar una razón profunda en la desafortunada mezcla de géneros que lleva a cabo Zósimo. Al emplear una perspectiva transcendente las Historias Eclesiásticas eliminaban una de las cualidades más valiosas de la historiografía clásica, la secuencialidad, la coherencia interna de la exposición; su ruptura con el estilo clásico, sin embargo, les permitía suprimir en gran medida la rigidez y las limitaciones inherentes a la historiografía clasicista, y así era posible, por ejemplo, el tratamiento de parcelas de la realidad ignoradas por estas últimas composiciones o la incorporación de documentos oficiales 78 . Por el contrario, en las composiciones clasicistas el empleo de los moldes de expresión clásicos y la consiguiente limitación lingüística y temática actuaba como un filtro entre la realidad y el historiador que entorpecía la exposición, pero el planteamiento historiográfico permitía la coherencia secuencial propia de la historiografía anterior. Pues bien, en Zósimo el empleo de una perspectiva transcedente liquida la secuencialidad, y el apego a los moldes clásicos envara y hace rígida la exposición: en tal sentido la Nueva Historia —lejos de fundir dos planteamientos historiográficos distintos para dar lugar a una nueva visión que supere las limitaciones de los modelos anteriores— se limita a yuxtaponer elementos de procedencia diversa dando lugar a un producto que participa de los defectos de los dos géneros historiográficos mezclados y que excluye las cualidades de cada uno ellos. Se ha dicho que el desorden es la mezcla de dos órdenes distintos; la Nueva Historia es una composición desordenada en el sentido que indica tal definición, lo que ocurre es que en ella desorden significa no profusión anárquica sino obstrucción y falta de fluidez. Tradicionalmente las incoherencias, los errores y las inexactitudes en que incurre la Nueva Historia se han explicado como consecuencias de una redacción apresurada y poco cuidadosa; es posible que esa explicación sea cierta, pero también es posible ver en la negligencia de Zósimo la reacción de un autor que deja su obra inconclusa al percatarse de los fallos que la recorren. Si ello se admite hay que admitir también que las deficiencias de la Nueva Historia son estructurales, pues brotan del planteamiento mismo del que parte la composición.

Estilo de Zósimo. La «Nueva Historia» como obra literaria .

Estilísticamente, la Nueva Historia acusa fuerte dependencia de la preceptiva vigente para la historiografía clasicista. Dicha preceptiva imponía una lengua elevada y culta que debía servirse preferentemente de los términos y las fórmulas expresivas empleados por los grandes historiadores del pasado. A nivel general, ello se traduce en la utilización de un lenguaje literario y artificial, absolutamente distanciado del habla contemporánea. A nivel de léxico, en la presencia de vocablos que, recogiendo una realidad ya fenecida, se utilizan ahora para designar contenidos inexistentes en el momento en que dichos vocablos fueron creados 79 . A nivel de construcción de la frase, por último, la Nueva Historia delata su obediencia a la preceptiva clasicista al elegir como unidad expresiva el período retórico 80 . La observancia de las leyes del ritmo vigentes para la prosa artística, el esmero en evitar cualquier malsonancia en la conjunción de unidades fonéticas (especialmente el hiato) y la generalizada presencia de aquellos artificios propios de una dicción literaria son rasgos sobresalientes del estilo de Zósimo. La frase es normalmente de amplias dimensiones, resultando especialmente frecuentes las construcciones participiales, ya absolutas, ya concertadas.

Si estas características son, en mayor o menor medida, comunes al conjunto de los historiadores clasicistas, la lengua de Zósimo ostenta también rasgos propios; el más conspicuo de ellos es la concisión, pero también resultan notables determinadas insuficiencias expositivas: la monotonía del tono narrativo, producto de la reiteración de un mismo esquema oracional —verbo personal en el centro, flanqueado por participios y con algún sustantivo en dependencia del verbo principal—; la sensación de acartonamiento y vaciedad que despiertan sus largas oraciones; las machaconas repeticiones de palabras, las explicaciones desmañadas y borrosas 81 y otros defectos similares que parecen derivados de un proceso de composición irreflexivo.

La concesión —cualidad que ya Focio subraya en su noticia sobre el historiador— constituye un ideal conscientemente perseguido en la Nueva Historia : baste recordar cómo Zósimo, enormemente dependiente de sus fuentes, modifica éstas en un solo sentido, en tanto que las despoja de cuanto no sea imprescindible para una exposición seca y descarnada. Tal aspiración se plasma, por un lado, en una dicción exenta de ornamentalismos y carente de colorido e imágenes verbales; por otro, se relaciona con una notoria ausencia, la ausencia de lo que podría llamarse momentos descriptivos. Es sabido que en los historiadores clásicos el relato se ve frecuentemente interrumpido por pasajes no narrativos: piénsese, por ejemplo, en la escenificación de batallas, en la recreación plástica de episodios y acontecimientos críticos o en algo tan común dentro de la historiografía grecolatina como la reproducción de discursos. Los historiadores clasicistas continúan este procedimiento, aunque la índole de los pasajes interruptores del relato pueda verse alterado: así los discursos cambian de contenido y de función, y aparece un elemento descriptivo nuevo, los retratos de emperadores. Pues bien, nada de esto se da en la Nueva Historia , donde ni están presentes los contenidos descriptivos más esperables teóricamente —discursos, retratos de emperadores y escenificaciones de batallas 82 — ni figuran descripciones de otro tipo que vengan a sustituir a éstas.

La ausencia prácticamente total de momentos descriptivos representa un factor de primer orden en la creación de esa atmósfera de sequedad y desnudez que impregna la Nueva Historia ; constituye además un rasgo que no brota de planteamientos puramente formales, sino de la ruptura con los principios historiográficos clasicistas que lleva a cabo Zósimo: en tal sentido no es casual que dicha ausencia aproxime, de nuevo, su obra a las Historias Eclesiásticas y la aleje de la producciones clasicistas. En un relato dominado por la secuencialidad los pasajes descriptivos desempeñan un papel esencial; a ellos corresponde, en efecto, la misión de explicitar cuáles son las reglas, cuáles son los principios lógicos que rigen las relaciones existentes entre las diferentes unidades enunciativas. Cabría así decir que los momentos descriptivos especifican la gramática a cuyas reglas se pliega la narración posterior; tal función es fácilmente observable en los discursos de Tucídides, donde, como es sabido, el autor expone la constelación de factores que determina la actuación de los diferentes personajes históricos, y de aquí que exista una relación de estrecha conexión, e incluso de dependencia entre discursos y trozos narrativos 83 . Puesto que la Nueva Historia carece de secuencialidad, su autor procede de manera consecuente al suprimir las descripciones, ya que la misión de éstas resulta ahora innecesaria; y la austeridad compositiva resultante en gran medida de esa supresión guarda coherencia con el factualismo de Zósimo, con su tendencia a presentar el curso de la historia como una sucesión de hechos que se explican no por su mutua trabazón, sino por su conformidad a los dictados de una potencia transcendente.

Un vez más, sin embargo, la coherencia de Zósimo es incompleta. La lengua empleada por la historiografía clásica y clasicista alberga un gran potencial de análisis y reconstrucción; Zósimo utiliza la misma lengua para consignar datos que ni analiza ni reconstruye. Este despilfarro —entendiendo como tal la no explotación— de posibilidades expresivas crea un desfase entre forma y contenido en virtud del cual las frases parecen huecas y el estilo rígido y artificioso. La vigencia de un procedimiento de exposición que no se demora en el examen de los hechos, sino que se satisface con registrarlos, hace que el mismo esquema enunciativo pueda ser utilizado, y de hecho lo sea, una y otra vez, de donde la impresión de monotonía. Las repeticiones, oscuridades y demás torpezas de expresión parecen, por último, traicionar la incomodidad del autor, su embarazo al tener que usar un instrumento de comunicación desajustado con las premisas historiográficas de su obra.

Historia del texto de la «Nueva Historia» 84 .

La ausencia de noticias referentes a Zósimo en la literatura bizantina parece indicar que la Nueva Historia circuló de manera clandestina; responsable de ello, evidentemente, es la tendencia anticristiana de la obra. A la misma tendencia —más exactamente, a la censura provocada por ella— se han atribuido las dos grandes lagunas que presenta el texto: la situada al final del libro I, donde falta un fascículo completo, y la producida tras V 22, 3, por la desaparición de un folio; la preservación de pasajes virulentamente anticristianos —especialmente V 29— parece, sin embargo, invalidar dicha hipótesis. En todo caso, la laboriosa composición del códice que transmite la obra y la abundancia en él de anotaciones fechadas en distintas épocas indican que, pese a su circulación clandestina, el texto de la Nueva Historia también fue objeto en Bizancio de atención, curiosidad y una firme voluntad de preservación.

La Nueva Historia se ha transmitido en un códice, el Vaticanus graecus 156, del que son apógrafos el resto de los manuscritos conocidos 85 . Dicho códice fue copiado entre los siglos X y XI 86 , y su presencia en la Biblioteca Vaticana esta atestiguada ya para 1475. Posiblemente fue este manuscrito el que utilizó Poliziano, quien en su Miscellanea , aparecida en 1489, reproduce el oráculo concerniente a los Juegos Seculares (I 58 = Zósimo, II 6), suministrando así la primera cita renacentista de la Nueva Historia . El pasaje referente a la fundación de Constantinopla fue traducido al latín por Pierre Giles, que incorporó la traducción a su De topographia Constantinopoleos , publicada en 1555 (I 3 = Zósimo, II 29, 3-30, 2). Una traducción latina, debida a autor desconocido, de la digresión sobre los Juegos Seculares fue reproducida por Onofrio Panvinio en su obra sobre el mismo tema fechada en 1558 (Thes. antiq. Rom . t. IX, págs. 1067 ss. = Zósimo, II 1-7).

Poco después el cardenal Sirleto, prefecto del Vaticano, recluyó el Vat. Graec . 156 en las profundidades de la Biblioteca Vaticana, hecho descrito por M. A. Muret, en carta del 2 de noviembre del 1572, con las siguientes palabras: «...Zosimus, quem Sirletus abdendum iampridem curavit in penitissimam partem bibliothecae Vaticanae, damnatum tenebris et carcere caeco» . Con ello el manuscrito quedó sustraído a la consulta de los eruditos, de suerte que todas las ediciones totales o parciales de la Nueva Historia hasta 1887 debieron efectuarse sobre copias defectuosas del Vat. Graec . 156. Una traducción latina completa realizada por Johannes Löwenklau (Leunclavius) apareció en 1576. Cinco años más tarde Henri Estienne (Stephanus) publicó el texto griego de los dos primeros libros. En 1590, Sylburg editó por primera vez el texto griego completo de la Nueva Historia . Le siguieron las ediciones de C. Keller (Cellarius ; su primera edición apareció en 1679; de 1713 data una segunda edición que fue reimpresa en 1729 y 1779), de T. Smith (también fechada en 1679) y de I. F. Reitermeier (1784); en lo referente al texto esta última ofrece escasas mejoras, pero el comentario histórico que lo acompañaba fue el primero que se hizo sobre la Nueva Historia . La edición de I. Bekker (1837) mejoró el texto de Reitermeier eliminando modificaciones poco acertadas y proponiendo un buen número de correcciones perspicaces.

Una nueva etapa en el conocimiento de Zósimo comienza cuando, en 1887, Mendelssohn publica su edición de la Nueva Historia basada en el Vat. Graec . 156. Acompañada de un aparato crítico que incluye valiosas notas de contenido diverso, la edición de Mendelssohn presenta un texto que aún hoy día puede utilizarse sin recelo; igualmente apreciable es la densa y penetrante introducción.

De 1971 a 1989 aparece la edición de la Nueva Historia realizada por F. Paschoud. Paschoud introduce pocas modificaciones respecto al texto presentado por Mendelssohn; pero su edición va acompañada de una excelente traducción francesa y de un amplio comentario que constituye una aportación de primer orden para el esclarecimiento de la Nueva Historia y, mas en general, para el conocimiento de la historia tardoimperial. La introducción, además, representa el más completo de los trabajos generales existentes sobre Zósimo.

La primera traducción de la Nueva Historia a lengua moderna fue la francesa de 1686; imprecisa, llena de lagunas y poco fiable, se debe a L. Cousin. Más correcta es la versión alemana publicada en 1802-1804 por Seybold y Heyler. A la traducción inglesa de J. J. Buchanan y H. T. Davies, fechada en 1967, cabe achacar su excesiva dependencia de la versión latina de Leunclavius. Una nueva, cuidada y fiable versión inglesa ha sido efectuada por R. T. Ridley (Camberra, 1982). Igualmente correcta es la traducción italiana de F. Conca (Milán, 1977). La Nueva Historia ha sido traducida también al checo por A. Hartmann (Praga, 1983).

La presente traducción, la primera al castellano de la Nueva Historia , ha sido realizada sobre el texto de Paschoud. La escasas ocasiones en que se acepta una lectura divergente están recogidas en la lista que sigue.

El estilo de Zósimo es retórico y artificioso; ha parecido oportuno mantener en la tradución estos rasgos, aun al precio de ofrecer un texto cuya comprensión requiere, en ocasiones, una lectura pausada y reflexiva.

Cualquier trabajo de investigación que utilice a Zósimo debe partir del comentario que acompaña a la edición de Paschoud. En él han bebido abundantemente nuestras notas, cuyo propósito, sin embargo, es más modesto, pues no pretenden servir de instrumento auxiliar al investigador, sino facilitar al lector la comprensión del texto; de acuerdo con ello persiguen exclusivamente cuatro objetivos: ofrecer una guía geográfica y cronológica; detectar los errores y confusiones tan frecuentes en Zósimo; consignar la existencia de versiones divergentes de la que presenta este autor; y restituir al relato la coherencia que no se desprende del texto desnudo de la Nueva Historia . Determinados pasajes de Zósimo, por otra parte, requieren un comentario cuya extensión supera las normas de la B. C. G. este comentario se ofrece en el libro La historia como instrumento de propaganda política y religiosa. Historiadores paganos e historiadores cristianos a finales de la Antigüedad , debido al autor de estas líneas y actualmente en prensa.

En el capítulo de los agradecimientos debo empezar citando a los profesores Jacques Fontaine y François Paschoud, que en enero-febrero de 1989 leyeron una primera versión de esta introducción y formularon observaciones que me han sido de gran utilidad; evidentemente los errores o insuficiencias que quedan en ella son de mi exclusiva responsabilidad. En más de una ocasión el profesor Antonio Bravo me ha orientado en la profusa selva de la historiografía bizantina; gracias a él, además, he tenido acceso a los fondos bibliográficos de la Biblioteca de Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid. Por último, pero no en último lugar, quiero agradecer al profesor Carlos García Gual, asesor de la sección griega de la B. C. G., su estímulo y su paciencia ante las interminables demoras en que ha incurrido la terminación del presente libro.

Nueva historia

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