Читать книгу Los colores de una verdad - Andrea Delgado Hernández - Страница 10

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Llegaron los 14 años y descubrí que parecía que la “no tan buena suerte tenía algo conmigo. Con esto me refiero a que si recuerdan, todo esto de las taquicardias empezó a los siete años. Aunque a los 14 años para mí seguía siendo esa sensación de que mi corazón se me fuera a salir. Todo a esa edad empezó a empeorar, mi normalidad de sentir que mi corazón latía muy rápido se duplicó, llegaron más síntomas, ya me dolía el pecho, empezaron los mareos, me costaba estar de pie sin sentir por dentro que me movía, aunque las personas de mi exterior no se dieran cuenta, empezaron a salirme muchos puntos de sangre (petequias) y me costaba respirar. Se vino una bola de nieve que jamás me esperé.

Entendí qué es decir “tengo miedo” de verdad, porque no estaba en mí detener lo que sentía, no sabía qué hacer, cómo manejarlo. Por esa razón mi cabeza me llevó a un lugar en donde me empecé a cuestionar cosas; pensaba que algo en mí no estaba yendo bien y que lo tenía era porque quizás había hecho algo malo. Pero al mismo tiempo solo miraba al cielo y preguntaba: “Dios, ¿qué está pasando?. Dentro de mi mente me decía que al día siguiente todo iba a mejorar, que sería como una gripe, de esas que te tumban y te duele todo. Pero pasaron los días, y parecía que yo estaba bien, salía y le comentaba a todos: “listo, ya se me pasó, ya estoy bien, no fue nada”. Pero eso no fue así. Ah, y de pasada, les cuento que ese deseo al cielo jamás se me hizo realidad.

Esto que estaba sucediendo no solo me estaba afectando a mí y a mi interior. También se estaba convirtiendo en un problema externo porque empezó a afectar a mi familia. Ya que, sin que ellos se dieran cuenta, yo noté que sus ojos empezaron a verme diferente, dejaron a la niña y adolescente atrás y ahora veían a una nueva persona delante de ellos. Esto generó preocupaciones, incertidumbre, rabias y frustraciones, porque en un principio tenían una hija “sana y ahora ya no lo es más.

Comenzamos lo que yo llamo un problema global, esa empatía médica, ese empezar a rodar y rodar por lugares, a hacer estudios, a someterse a un dolor físico con cada uno de ellos en donde teníamos el mismo resultado: NADA. Recuerdo que empezamos desde los exámenes más básicos, como un examen de sangre para ver la hemoglobina y de allí todo se fue sumando. Viene a mi memoria, en especial, esos exámenes de 2006, uno era la prueba de esfuerzo, en donde solo pude cumplir 2 etapas de la prueba y mis latidos llegaron a las nubes y, ¿qué creen que me dijeron? Que era una niña “sedentaria y que fuera a hacer ejercicios. Por esos entonces, dentro de mi cabeza solo pensaba: si cada vez que hago ejercicio me siento peor, ¿cómo puede ser que esa sea la solución? El segundo examen que recuerdo fue un ecocardiograma en donde me dijeron que tenía un prolapso en la válvula mitral. En ese momento yo estaba con mi mamá, así que al fin nos miramos y dijimos: “Listo, ya tenemos la respuesta de todo. A raíz de ese descubrimiento volvimos con la cardióloga para ver el resultado y nos dijeran qué hacer, qué debía modificar. Pero lo que obtuvimos de respuesta fue: “Ese es el mal de las buenas mozas y me recetaron vitamina C. ¿Lo pueden creer? Mi mamá y yo nos fuimos indignadas de allí, sin tener más opciones, sin conseguir un rumbo claro que seguir. Solo empezamos a fingir y nos empezamos a mentir una a la otra con un todo está bien, con el típico “no te preocupes ya va a pasar. Ese fue justo mi tercer impacto, y seguiremos contando impactos.

Entendí que no tenía más opciones que ser valiente y envolverme en armadura, como el caballero de la armadura oxidada. Sabía que los estudios médicos no se acabarían, entendí que no me iba a despertar y todo iba a estar bien. Y me tocó crecer de golpe, no porque quisiera, sino porque así era como tenía que ser. También me tocó empezar a faltar al colegio por sentirme mal, me tocó dejar de hacer actividades porque no podía, me tocó ir al colegio con un holter y que todas las demás niñas lo vieran raro, pues pasé a ser la rara del salón, a ser la enferma del salón.

Encontré como refugio estudiar, y estudiar más veces, porque si algo podía controlar era estudiar. Quería en mi interior resaltar, pero no para ser alguien popular, sino para opacar que era la rara o la enferma o la que se desmaya. Y lo logré, pasé a estar siempre en el cuadro de honor y ahora me convertía en la nerd del salón, en donde mi mente generaba un engaño para ocultar algo que no se podía ocultar. Pero en ese entonces yo realmente pensaba que podía esquivar las miradas y aprendí que pasar desapercibida era mucho mejor a que me vieran.

Con mi familia seguimos buscando. ¿Qué buscamos? No lo sabíamos, solo queríamos respuesta o un médico que nos hiciera llegar a esas respuestas. Yendo de un lugar a otro encontramos al Dr. EH, tuvimos una larga consulta con él, y allí nos habló de un estudio que jamás habíamos escuchado; el Tilt-test.

El 6 de abril de 2006, fue el día en que para mi mamá y para mí tendríamos respuestas. Pues me harían el estudio. Recuerdo que me dijeron que me vistiera con ropa cómoda y deportiva, dejé a mi mamá en el pasillo y entré. Para mi sorpresa veo una camilla de metal y me dicen que allí es el estudio. En mi mente pensé, me voy a morir de frío, pero ilusamente pensé seguro me colocan una cobija encima, “tú, tranquila, respira lo repetía una y otra vez en mi cabeza. Me colocaron en la camilla, y empezaron a ponerme cables, me dije “esto es como un electrocardiograma”, aunque estaba tan asustada. Parecía como un electrocardiograma, que ya había hecho muchas veces, pero no. A este examen le sumaron un brazalete para medir la presión y me dijeron “cada 3 minutos te mediremos la presión, el examen dura 90 minutos, vas a estar 45 minutos inclinada a 45 grados y en los otros 45 minutos te daremos una medicación. Yo me dije “quédate tranquila, suena fácil. Pero eso no terminó allí, me amarraron a la camilla y bueno, para ese momento mi yo interno enloqueció, aunque por supuesto, no demostraba nada por fuera. Por dentro estaba aterrada, en mi mente pensaba “esta no es una camilla normal debe dar vueltas y por eso te amarran, me engañaron mientras me explicaban el estudio. Al final me dije a mí misma: “bueno, ya estás acá, ya te amarraron. Mire el techo y dije: “bueno, mi amigo Dios, que sea lo que tú quieras que sea”.

Para mi sorpresa cuando ya está todo listo entran más personas a la habitación y nuevamente la paranoia surgió, “¿por qué tanta gente, esto no era sencillo? Y el Dr. EH me dice “estamos listos, vamos a comenzar. Me inclinan y miden la presión, en ese momento comenzaron a hablar en su terminología médica, que para mí era como chino, y empecé a sentirme emocionalmente impotente porque no entendía qué estaba sucediendo.

Recuerdo bien que la mesa de metal a la cual estaba sujetada tenía justo en frente de mi un reloj, y realmente era lo único que podía ver, pero ahora entiendo que era lo que quería ver, quería concentrarme en algo que para mí era cierto y lógico porque siempre la aguja seguiría avanzando, no me daría sorpresas, lo “normal estaría “normal. Así que al enfocarme en eso, sentía que al pasar el tiempo venían a mi todos mis males, las palpitaciones, el mareo, la sudoración, mientras todos en la sala seguían hablando, el DR. EH me dice que lo estaba haciendo bien, que me darían una medicación y terminaría todo.

Recibí la medicación y mis oídos hicieron estallido y dejé de escuchar, empecé a ver borroso el reloj, el latido de mi corazón lo sentía en todo mi cuerpo, sentía que mis manos caían gotas de sudor, sentía que todo estaba en cámara lenta, quería seguir concentrada en el reloj, pero ya no podía, luego vi amarillo, y luego todo negro. Para mí todo este proceso fue una eternidad yo juraba que había estado así de mal por mucho tiempo, pero adivinen qué, solo bastaron menos de 5 minutos.

Al abrir los ojos nuevamente, tenía un frío enorme, temblaba muchísimo y cuando logré enfocar bien estaban pasando líquidos por mi vena y tenía mis piernas hacia arriba. El DR. EH se me acerca y me dice “listo, terminamos, vas a estar bien apretó mi mano y se fue. Recuerdo salir de la sala de estudio y estaba mi mamá afuera esperándome, me dijo lo mismo que el doctor, que todo estará bien, y que íbamos a seguir luchando. Eso fue todo lo que necesité. Mi mamá tuvo la cura para mí ese día, porque entendí que todo podía estar muy mal, pero ella siempre estaría afuera esperándome luego de una tormenta. Y que al llegar a casa tendría más refuerzos junto a mí, y que ellos lucharían por mí, incluso cuando yo estuviera cansada.

Luego fuimos al consultorio del Dr. EH y nos dice: “Ella tiene una condición que tendrá probablemente por el resto de su vida, pero que tiene la medicación más económica del mundo: agua y sal, esta condición se llama disautonomía2”. También nos dijo que con el pasar del tiempo se me iría pasando, miré a mi mamá y vi después de mucho tiempo en sus ojos tranquilidad. En mi mente dije: “lo logramos, okey, tiene nombre, y sabemos cómo se trata, ya nada saldrá mal. Para mí fue como volver a respirar de nuevo, no sentir ya más ese peso, esa preocupación. Nos explicó que era una falla del sistema nervioso autónomo, que mi parasimpático y mi simpático no eran amiguitos y ellos hacían que me sintiera mal. Me dijo además, que debía hacer un ejercicio sencillo, que era básicamente pegarme a la pared un poco inclinada que mis pies no tocaran la pared sino que estuvieran a un paso de la pared y el llamaba a eso ejercicio de bipedestación, que es básicamente mantenerme de pie, y que debía comenzar con 5 minutos y cada semana agregar 1 minuto.

Al llegar a la casa, llegamos al fin con buenas noticias para mis refuerzos, y pueden creer que no lo supe decir, ni disautonomía, ni bipedestación, menos mal el doctor lo había escrito porque qué triste decirles “tengo... eh... no sé, disa-algo”, y justo en ese momento nos dimos cuenta de que no importaba el nombre, pues sentíamos que habíamos llegado a la meta. Estábamos juntos, nos hicimos más fuertes como familia y sobre todo creció más nuestra fe. Pero estaba consciente de que era algo con lo que debíamos aprender a vivir los 5, porque al tener una condición no la tiene una sola persona, la tiene también su alrededor.

2 Es una enfermedad producida por un trastorno en la regulación del sistema nervioso autónomo, que maneja o controla una serie de respuestas en nuestro cuerpo y que nos asegura la sobrevivencia.

Autor: doctora Pamela Rojo, cardióloga de Clínica Dávila.

Los colores de una verdad

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