Читать книгу Los colores de una verdad - Andrea Delgado Hernández - Страница 8

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Todo en la vida comienza con un impacto. El primero que vivenciamos es justo el momento en el que nacemos, y tras esa acción de impacto tenemos la reacción de respirar. Empezamos a vivir gracias a esa capacidad. Y pasamos de estar cómodos en un lugar seguro donde nada nos preocupa, en donde no sabemos qué hay más allá de nadar en un líquido que es bastante bueno y reconfortante, y luego un día, puff, nacemos y allí todo cambia.

Justo allí le damos inicio a mi historia, con una anécdota bastante graciosa. Nací de noche, fue por cesárea y solo me vio mi padre. Cuando me vio, le dijo a mi madre es “morenita”, como nuestro hijo mayor, pero es igualita a nuestra hija del medio. Ah, por cierto, se me olvidó comentarles que soy la tercera de tres hermanos, un pequeño desliz Resulta que cuando mi madre me ve al día siguiente y le entregan a una beba blanca con ojos azules y piel aterciopelada como un durazno, ¿cuál creen que es la reacción de mi mamá? Obviamente dijo: “Esta no es mi hija, porque mi esposo me dijo que era ‘morenita’ y esta niña es blanca. La enfermera, calmadamente, le dijo que yo era su hija, pues fui la única cesárea del Dr. Hernández (QEPD) y a mi madre no le tocó otra más que aceptarme. Me empezó a revisar y vio que tenía sus orejas, así que decididamente dijo: “Bueno, sí, es mi hija”.

¿Cuál creen que fue el primer impacto que viví? Seguro muchos que leen estas líneas pensarían que es que mi mamá me negara, pues no. Aunque esta historia me ha servido siempre para decirle que me negó y tomarlo de manera graciosa. Pero ese no fue mi primer impacto. Realmente, el primer impacto que viví en mi vida fue el nacer hipóxica (por eso era “morenita). Ese fue mi primer reto, no poder hacer justo lo que debía hacer; respirar. Esa capacidad que a veces damos por sentada, pues es aquello que nos mantiene con vida; respirar solo respirar. Y ese fue el impacto que le dio origen a toda esta seguidilla de retos que han venido uno tras de otro a lo largo de mi vida. Y, con este detalle que en su momento no se le dio importancia, comienza mi historia que en las próximas líneas vivirás conmigo y entenderás el loading energy 1de una sonrisa.

Como todo en la vida, esta siguió su curso. Se podría decir que realmente tuve una niñez normal aunque siempre tuve esos destellos, como caerme frecuentemente, tener mareos y no tener muy buena coordinación, cosa que hoy tienen una explicación científica. Pero en su momento, como era una niña, muchas veces me tildaron de torpe, aunque luego supimos que realmente no era torpeza.

Se dice que el siete es un número de la suerte, pensándolo bien, no sé si lo mío fue suerte o no. Esto lo digo por algo que a través de estas líneas entenderán todas mis vivencias, y comprenderán que terminé siendo tan salada como un maní. Una noche estaba viendo televisión tranquilamente con mis padres, yo estaba justo en medio de ellos con el control de la televisión en mi abdomen y, por casualidad, bajo la mirada dándome cuenta de que el control se movía solo sobre mí. Como toda niña, en mi inocencia, le digo a mi mamá “mira como muevo el control, yo no le presté atención a este hecho, porque recuerden, tenía solo 7 años. ¿Qué podía saber de la vida? Evidentemente para mi madre y mi padre esto fue una señal de que algo no andaba bien. Fue en ese momento en que todo comenzó a tornarse un poco más llamativo, y quizás alarmante. Esa simple acción, a los siete años, llevó a un impacto que generó una reacción.

Allí surgió la primera pregunta que cambió para mí muchas cosas, mi mamá me preguntó: ¿cómo te sientes? Y esta vez no era porque tuviera gripe, o porque me doliera el estómago, pues eran cosas que podía explicar. Lo único que le pude decir fue “mi corazón está latiendo muy rápido.

Al día siguiente no fui al colegio, y aunque recuerdo muy bien las cosas y casi nunca se me olvida nada, a esa edad por supuesto no estás tan atento a prestar atención a todo, porque realmente no estamos tan conscientes de lo que pasa, así que ¿qué le pueden pedir a una niña de 7 años?, lo que sí recuerdo exactamente es que en ese momento fue la primera vez que me sentí insegura. Sentí lo fría que puede estar una sala de espera. En ese momento, me sentí tan, pero tan pequeña, solo por el hecho de no entender qué es lo que estaba sucediendo. Por ese entonces, ni siquiera podría decir una palabra que hoy es tan común para mí; electrocardiograma. Me dio mucho miedo estar acostada en una camilla, con cables conectados a mi pecho por chupones que dolían y pinzas en mis muñecas y tobillos. Me daba miedo estar acostada con unos cables encima de ti, con unos chupones que dolían y estaban en mí y no podía moverme. Jamás podré olvidar el frío y el temor que sentí en ese momento. Porque esta vez no era aquel temor que nos da cuando caemos de la bicicleta o nos tiramos por esas “rampas mortales, ni mucho menos, era como ese temor de no haber hecho la tarea y que te regañaran. Era un temor real.

Cuando terminó el examen, me tocó ver al médico. Recuerdo escuchar hablar a ese señor delante de mí, diciendo que todo estaría bien, que a esa edad estaba creciendo solamente. Después de 22 años, ahora sé que no era porque estaba creciendo, y por mucho tiempo me pregunté por qué este médico no miró más allá, no hizo nada. Ahora, con mis años ya vividos me doy cuenta de que fue lo mejor que me pudo pasar. Claro que esto se puede considerar negligencia médica por muchos, pero sin dudas fue lo mejor. Aunque este “falso impacto se podría decir fue bastante engañoso, pero lo que realmente hizo fue que el verdadero impacto no se originara. Pues en ese momento no teníamos idea de lo que venía.

Siguieron pasando los años y seguí siendo una niña muy torpe, con cero atino de coordinación, y sin poder hacer dos cosas al mismo tiempo. Por esto, mi tía R solía decirme que no podía subir las escaleras y masticar chicle, aludiendo a mi poca coordinación. Pero ¿saben qué no pude hacer nunca? Poner las manos para no caerme cuando esto sucedía. Siempre viví rodando al piso. Como que en mi cerebro no estaba la programación típica del “¡Ey! ¡Cuidado, vas a caerte! ¡Agárrate! ¡Pon las manos!. Siempre me dije que el día en que nací no hice la fila con Dios para esa habilidad, pero me acostumbré a ello.

Como estas líneas no pueden ser todas médicas, todo malo o mis chistes crueles, también les cuento cosas de una niña, por decirlo de alguna manera “normal”. Porque en sí, la normalidad no existe. Así que como toda niña y niño, llegó una etapa en donde fui desordenada, floja, no me gustaba estudiar, me gustaba estar con mis primos y por supuesto solo me interesaba estar en mi bicicleta tan amada. Cuando tenía 9 años salí muy mal en el colegio a causa de mis bajas calificaciones para pasar de un año a otro año. Me gané, porque no fue que me la colocaron porque sí nomás, una C, que viene a ser que casi repruebo el año. En mi casa, por esta razón, ardió Troya, mi mamá me dijo de manera muy sutil, muy a su estilo, que como yo no quisiera estudiar sería la sirvienta de mis hermanos. Por otro lado, mi hermano mayor, tratando de alegrarme, me decía que era una C de calidad. A todo esto, les cuento que si tienen hijos la táctica sutil de mi mamá funcionó perfectamente, jamás volví a salir mal en el colegio.

Y solo por si se lo preguntan si las palpitaciones se fueron, la respuesta es no. Ellas siguieron creciendo junto a mí, hasta el punto en donde se transformaron en mi normalidad.

1 Para mí el Loading energy es la vitalidad que te da una sonrisa en momentos difíciles y la alegría que te invade cuando estás feliz y alguien te sonríe. Sin duda, una sonrisa puede mejorar un día.

Los colores de una verdad

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