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Capítulo 2

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THEO saboreó durante un instante la expresión de enfado que mostraba Helena y después pasó junto a ella y entró en su casa. Que aquella nunca debía haber sido su casa era algo en lo que no podía pararse a pensar.

Se secó las gotas de lluvia del rostro y comentó:

–Bonita casa.

Helena cerró la puerta y se apoyó en ella.

–¿Qué haces aquí?

Él la miró y se llevó la mano al pecho.

–Parece que no te alegra volverme a ver, agapi mou.

–La disentería habría sido mejor bienvenida. Por favor, Theo, han pasado tres años. Apareces en mi lugar de trabajo de forma misteriosa y después en mi casa. ¿Qué pretendes?

–Pensé que te gustaría saber que has ganado de primera mano.

–¿Que he ganado el qué? –preguntó frunciendo el ceño.

–El trabajo –Theo puso una amplia sonrisa. Estaba disfrutando de aquello–. Enhorabuena. Eres la arquitecta que he elegido para mi nueva casa.

Helena se puso pálida.

–¿Por qué no abres una botella de vino mientras hablamos de los detalles? –miró a través de una puerta y vio una cocina muy pequeña.

–¿De qué estás hablando?

Él se volvió y chasqueó los dedos.

–Los detalles son importantes. ¿No estás de acuerdo?

–Bueno, sí

–Y el alcohol siempre hace que los detalles tediosos sean más llevaderos –se dirigió a la nevera y la abrió. Al momento, suspiró de forma dramática–. No hay vino blanco. ¿Dónde guardas el vino tinto?

–No tengo.

–¿Nada? ¿No tienes nada de alcohol?

–No…

Él sacó el teléfono del bolsillo y guiñó el ojo a Helena.

–Tiene fácil solución.

–Espera –comentó ella.

–¿Nai, agapi mou?

–¿Me estás diciendo que he ganado el concurso?

–Nai. Has ganado. Enhorabuena.

Ella frunció el ceño con suspicacia.

–Tienes permiso para sonreír, ya sabes.

Ella se cruzó de brazos y, sin dejar de mirarlo a los ojos, dijo:

–Sonreiré cuando me digas por qué has venido a mi casa para darme la noticia en lugar de emplear el canal adecuado. Ahora que lo pienso, ¿quién te ha dado mi dirección? ¿Y quieres dejar de revisar mis armarios y mis cajones?

–El contenido de una cocina es un buen indicador del carácter de una persona –bromeó él, mientras abría un cajón que contenía un rollo de papel de horno, otro de papel film y dos paños de cocina.

–Y no dejar de cotillear en esa cocina después de que el dueño lo haya pedido es un indicador igual de bueno.

Suspirando con dramatismo, él cerró el cajón. A juzgar por lo que había visto hasta el momento, Helena cocinaba tan poco como tres años antes.

–¿Has comido? –le preguntó Theo.

–No… Sí.

Riéndose al descubrir su mentira, Theo sacó el teléfono otra vez.

–¿Qué te apetece?

–Que dejes de comportarte como un niño hiperactivo y maleducado y te largues de mi casa.

Theo frunció el ceño y movió el dedo a modo de regañina antes de activar la pantalla.

–¿Esa es la manera de hablar con el hombre que te va a hacer rica?

–Si me importaran los ricos, me habría casado contigo.

Él se llevó la mano al pecho.

–¡Ayyy! Veo que te has afilado la lengua en los últimos años.

–Y tú has perdido oído. Por última vez, ¿puedes responder a mi pregunta?

–¿A cuál? Has hecho muchas.

Ella rezongó y Theo se rio al ver que por fin reaccionaba. Durante la reunión, ella había se había mostrado sorprendida, pero se había recuperado rápidamente. Había mostrado que seguía siendo capaz de controlarse, sin embargo, Helena seguía siendo apasionada. La rabia y el deseo se ocultaban bajo su vestimenta, pero cuando se desataban ¡Guau! Él no podía esperar para verla arder.

–Puedes empezar por decirme cómo has conseguido mi dirección –soltó ella.

–Me la dio tu madre –una fotografía que había en la pared de la cocina llamó su atención. Era una foto de Helena abrazando a un bebé. Él acarició el marco de cristal sobre el rostro del niño–. ¿Quién es?

–¿Has visto a mi madre? –preguntó ella, ignorando su respuesta.

–Quería encontrarte, agapi mou. ¿Quién iba a ayudarme mejor que tu madre?

Él percibió que ella lo miraba, pero decidió mirar hacia otro lado.

Era una escena que Theo se había imaginado muchas veces desde que formuló su plan. Hasta ese momento, solo había dos cosas que habían estropeado su plan: empaparse durante los tres metros que recorrió desde el coche hasta casa de Helena, y que Helena llevara un albornoz de toalla gris. Si su aspecto se hubiese correspondido con el de sus fantasías, ella habría llevado un kimono de seda ajustado a su cuerpo, y no ese albornoz ancho que le cubría de pies a cabeza. A pesar de todo, él deseaba quitárselo y prometió que se lo quemaría en cuanto tuviera la oportunidad.

–¿Cuándo la has visto? –inquirió ella.

–Hace tres meses. ¿Quién es el bebé?

–Deja de cambiar de tema –repuso ella desde la puerta de la cocina. La habitación era tan pequeña que, de haber entrado, habría tocado a Theo. Y Helena prefería tocar una tarántula que tocarlo a él–. Mi madre no me ha dicho que te ha visto.

Theo sonrió. Estaba disfrutando de aquello.

–Le pedí que no lo hiciera.

El bonito rostro que brillaba cual diamante cuando recibía los rayos del sol, se tensó:

–¿Por qué?

–Te lo contaré cuando me digas quién es el niño de la foto –no podía ser de ella. Su madre lo habría mencionado. Además, el apartamento no era lo bastante grande para Helena, y mucho menos para Helena, su hijo y posiblemente el padre, es decir, el amante de Helena.

A él no le importaba cuántos amantes hubiera tenido. Bueno, sí le importaba. Un poquito. Aunque solo fuera por el hecho de que él no la había poseído. Helena había querido que hicieran el amor. Había intentado todos los trucos para convencerlo. Una tortura. Él pensaba que estaba enamorado de ella y que estarían juntos para siempre. La amaba y quería demostrarle su amor respetando su virginidad y esperando a que fueran marido y mujer antes de hacerle el amor. Después de todo, tendrían toda la vida para hacer el amor. Sin embargo, ella lo dejó plantado en el último momento, dejando su ego magullado y su deseo insatisfecho. ¿Y tenía dudas de por qué no había sido capaz de estar a la altura de la ocasión desde entonces?

Compartir el mismo aire que ella le demostró que su plan iba a tener éxito. Una ola de calor lo invadió por dentro, su piel se erizó y su erección… Por una vez tenía que tratar de ocultarla en lugar de tratar de forzarla.

Helena frunció el ceño y miró a Theo mientras él contemplaba las fotos de la pared.

–Es la nieta de mi jefe. Ahora, deja de mirar mis fotos y dime por qué has molestado a mi madre.

Su pobre madre, educada para obedecer al hombre, le habría contado a Theo todo lo que él hubiese querido saber.

Helena comprendía por qué se había mostrado más nerviosa de lo normal la última vez que estuvieron juntas. Su madre quería advertirle de que Theo había vuelto, pero había sido incapaz. Su madre conocía muy bien las consecuencias de ir contra un hombre poderoso.

–Ya te lo he dicho –él le guiñó un ojo–. Quería encontrarte.

–Será mejor que no la hayas disgustado.

–¿Por qué haría tal cosa? Tu madre me cae bien.

–¿Y mi padre estaba allí? ¿También está implicado en esto?

–No estaba allí cuando yo fui. No sé si tu madre se lo contó.

–Bueno, ya me has encontrado. Enhorabuena. Ya puedes marcharte.

Theo le dedicó una mirada que provocó que le hirviera la sangre y ella deseó que se debiera al sentimiento de rabia que la invadía. Theo siempre había sido un hombre atractivo que tenía un magnetismo que provocaba que todo el mundo de los alrededores lo mirara. Además, su encanto hacía que un completo desconocido sintiera que acababa de conocer a su mejor amigo.

Durante tres meses Helena había sido el centro de su fuerza vital. Él la había tratado como a una princesa. No había nada que no hubiera hecho por ella. Si le hubiera pedido la luna, él se la habría bajado del cielo. Si se hubiera casado con él, ella no habría deseado nada, excepto su propia autonomía. Porque para Theo, el mundo giraba a su alrededor. Todo giraba alrededor de él.

El temor que había surgido en Helena a medida que se aproximaba la fecha de la boda se había cristalizado durante la fatídica comida con sus padres el día anterior al que debían intercambiarse los votos. De pronto se le había iluminado el futuro, un futuro que la convertiría en un clon de su madre, una mujer llena de vitalidad que se convirtió en un ratón asustado bajo el peso de su marido, intimidada por abandonar sus sueños y convertirse en alguien dependiente como un niño. Retirarse del mundo de Theo y alejarse de él había sido lo más difícil que había hecho Helena en su vida, pero nunca se arrepintió de ello. Si se le encogía el corazón cuando veía una foto suya con otra mujer del brazo, pensaba que solo era un pequeño resto del viejo amor.

Encontrarse a poca distancia de él, mientras la miraba con sus penetrantes ojos azules, provocó que una ola de calor la invadiera por dentro Ciertas partes de su cuerpo, dormidas desde hacía años, empezaban a recobrar vida y, con total claridad, ella se percató de que necesitaba acallarlas de nuevo.

Helena se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta:

–Sal.

Aquella era su casa. Su santuario. Su piso pequeño, pero suficiente para ella. Sin embargo, con la presencia de Theo, parecía como si hubiera encogido. Helena quería que se fuera inmediatamente, antes de que no pudiera resistir las ganas de darle un puñetazo en su rostro arrogante, o peor aún, romper a llorar o abrazarlo.

Él salió de la cocina y negó con la cabeza:

–Todavía no hemos hablado de los detalles del proyecto ni contestado a las preguntas que nos surjan a ambos.

–No me importa –soltó ella–. Te dije hace tres años que no quería volver a verte. Si hubiese sabido que eras el cliente misterioso jamás me habría presentado al concurso.

–Lo sé –guiñó el ojo de nuevo–. Por eso oculté mi identidad y le pedí a tu madre que no dijera nada.

Ella se estremeció.

–¿Ocultaste tu identidad a propósito?

Él guiñó un ojo y chasqueó los dedos.

–Los detalles, agapi mou. Uno siempre ha de cuidar los detalles. Necesitaba llegar a este punto, justo donde estamos en este preciso momento. Todos los detalles surgieron de ese juego.

Ella cerró la puerta despacio.

–¿Ha sido una emboscada?

Él la miró con cara de lástima.

–El concurso se creó para ti.

–No –ella negó con la cabeza–. No puede ser. No me pidieron que participara personalmente…

–Los detalles –le recordó él, con otro guiño–. Necesitaba que mordieras el anzuelo sin levantar tus sospechas.

–¿Iba a ganar siempre?

–A menos que tu proyecto fuese desastroso. En ese caso le habría dado el proyecto a un estudio griego, pero sabía que no sería así. Sabía que tu proyecto sería fantástico. Sabía que eras la mujer adecuada para el proyecto.

–Entonces, ¿todos los arquitectos que han perdido su tiempo?

–Los otros estudios que fueron invitados al concurso no tienen personas que hablen griego. Si fueron lo bastante idiotas como para hacer un diseño cuando no cumplían el requisito de tener una persona que hablara griego, es problema suyo –se encogió de hombros igual que los alumnos traviesos de primaria cuando tratan de convencer a la profesora que no son culpables cuando es evidente–. Hace mucho tiempo que puse en marcha este plan.

Helena tardó unos instantes en darse cuenta de que era una venganza. No sabía cómo podía ser una venganza el hecho de que ella diseñara una casa para él, pero sabía que así era.

Ella lo había humillado sin saberlo. Se había dado cuenta después de que él estuviera una hora esperando en el altar antes de informar a sus invitados que se cancelaba la boda. No podía creer que ella no quisiera casarse con él, hasta que ya no consiguió negar la evidencia.

–No voy a hacerlo.

–Sí, vas a hacerlo.

–No. No lo haré. Ninguna cantidad de dinero compensa los inconvenientes que me encontraré al trabajar contigo.

Theo se llevó la mano al pecho y pestañeó en modo lastimero.

–Has vuelto a herirme, agapi mou. Te estoy ofreciendo una rama de olivo, pero no paras de devolvérmela.

–Por favor, nunca he querido recibir una rama de olivo y, desde luego, no esta. Esto es un plan maquiavélico que has preparado. No soy estúpida. Te has tomado muchas molestias para…

–¿Recuerdas los planes que hicimos en Sidiro? Cuando yo heredara la península, tú diseñarías la casa en la que criaríamos a nuestros hijos.

Sidiro era la pequeña isla griega en la que ella había pasado el mes más mágico de su vida. Helena había pasado tres años tratando de olvidarse de su existencia. Y cuando la recordaba siempre sentía que se le rompía el corazón.

–Bueno, mi querida seductora, la península es mía.

Helena sintió una punzada en el corazón al darse cuenta de que eso significaba que su abuela había fallecido. Otra pérdida para un hombre que había perdido a sus padres en un periodo de tres meses cuando tan solo tenía dieciocho años.

Helena respiró profundamente para tratar de parar la sensación que tenía de que la habitación estaba dando vueltas. De pronto, se le ocurrió otra idea.

Si él quería construir una casa en la península, significaba que pensaba casarse. La península significaba mucho para él como para hacer uso de ella con otro propósito.

Así que así era como pretendía conseguir su venganza, consiguiendo que su exprometida diseñara la casa que él compartiría con su futura esposa.

E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021

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